Las cuatro revelaciones dadas a Pablo (2) | Efesios 3:3

Las cuatro revelaciones dadas a Pablo (2)

El misterio

Por revelación me fue declarado el misterio. Efesios 3:3

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El apóstol Pablo recibió una revelación a la que él llama “el misterio” o “el misterio de Cristo” (v. 4), y más adelante, en esta misma epístola, Pablo dice que este misterio trata acerca de “Cristo y de la Iglesia” (Ef. 5:32). Este misterio también le fue revelado al resto de los apóstoles del Nuevo Testamento (v. 5), sin embargo, Pablo recibió esta revelación de una forma muy particular, pues él fue el encargado de administrarlo y comunicarlo a los creyentes (vv. 8-9).

En la Palabra, un misterio es algo que estaba oculto en el pasado, pero que ahora ha sido revelado. En pocas palabras, el misterio al que se refiere Pablo es que los creyentes, ya sea de entre los judíos como entre los gentiles, ahora forman parte de un solo Cuerpo; ahora forman parte de un “solo y nuevo hombre”, algo que no existía antes de la muerte y resurrección del Señor Jesús (Ef. 2:14-16). Por el Espíritu, la Iglesia está unida estrechamente a la Cabeza en el cielo, que es Cristo. De esta forma, la Iglesia es la “plenitud” de Cristo (Ef. 1:22). Pablo dice que este misterio no fue dado a conocer a los hijos de los hombres en épocas pasadas. Los santos del Antiguo Testamento no supieron nada acerca de este misterio. Una asamblea, conformada tanto por judíos como por gentiles, en un solo Cuerpo y vinculada a un Cristo ascendido, era algo que nadie se imaginó en los tiempos del Antiguo Testamento (vv. 5, 9). Ni Isaías, ni Jeremías, ni ninguno de los profetas insinuaron siquiera tal cosa.

Estas verdades tienen implicaciones prácticas para nosotros como creyentes. Si somos el Cuerpo de Cristo en el mundo, entonces no debemos ser una entidad política, ¡de ninguna manera! Si la Iglesia hubiera entendido su lugar adecuado en los propósitos de Dios, entonces se habrían evitado muchos errores. ¿Caminamos de tal manera que reflejamos este vínculo con nuestra Cabeza resucitada en el cielo? Además, si pudiéramos ver que no somos simplemente un conjunto de personas salvadas individualmente, sino un organismo vivo que depende de su Cabeza glorificada en el cielo, ¡cuán diferente sería nuestra perspectiva!

Brian Reynolds

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Las cuatro revelaciones dadas a Pablo | Gálatas 1:11-12

Las cuatro revelaciones dadas a Pablo | (1) – El Evangelio

El evangelio anunciado por mí, no es según hombre… sino por revelación de Jesucristo. Gálatas 1:11-12

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Pablo fue un instrumento escogido, un siervo especial del Señor; recibió personalmente muchas revelaciones directas del Señor Jesús (véase Hch. 9:15; 2 Co. 12:7). Él mismo menciona cuatro de estas revelaciones en sus cartas. La primera está relacionada con el evangelio de la gracia.

A través de las voces de falsos maestros, los gálatas fueron persuadidos a añadir la Ley mosaica al mensaje del evangelio. Estos falsos maestros les enseñaron que debían circuncidarse para ser salvos. El apóstol Pablo condenó esta enseñanza en términos inequívocos, utilizando un lenguaje fuerte y claro para advertir a todos los creyentes (Gá. 1:6-9; 3:1-3). A menudo nos escandalizamos cuando hay inmoralidad en medio de los creyentes, mientras que a veces somos indiferentes al error doctrinal. Es interesante observar el contraste entre el trato que Pablo da a los corintios “carnales”, mostrándoles amor a pesar de los “celos, contiendas y disensiones” que había entre ellos (1 Co. 3:3), y la severidad con la que se dirige a los gálatas, cuyo mal era doctrinal.

El Evangelio es la doctrina fundamental sobre la que se basan el resto de doctrinas. Si lo manipulamos, ya nada está bien. Algunos falsos maestros decían que Pablo no tenía nada que ver con los otros apóstoles (Hch. 6:2). Les dijeron a los gálatas que no debían prestar atención a sus enseñanzas. La respuesta del apóstol Pablo fue que, efectivamente, él no tenía ninguna relación con los apóstoles originales. Entonces les da muchos detalles acerca de la singularidad de su conversión y su llamamiento. Les relata cómo, muchos años después de su conversión, cuando por fin se reunió con los apóstoles en Jerusalén, estos le dieron “la diestra en señal de compañerismo” (Gá. 2:9). Pablo quería mostrar que el Evangelio que predicaba no era diferente al de los otros apóstoles, sino que le había sido revelado directamente por el Señor Jesús. Cuidémonos de no desviarnos ni un milímetro de este Evangelio: la salvación es solo por gracia y por medio de la fe.

Brian Reynolds

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Mirar el rostro de Dios | 2 Corintios 4:6

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Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.
2 Corintios 4:6

Muéstrame tu gloria (2) – Mirar el rostro de Dios
Los acontecimientos relatados en Éxodo 33-34 deben entenderse a la luz de 2 Corintios 3. Después de que Israel pecara en el asunto del becerro de oro, Moisés intercedió por el pueblo. Entonces recibió la Ley por segunda vez, pero ahora mezclada con misericordia. Podemos darnos cuenta de esto último por la forma en que Jehová describió su nueva disposición hacia el pueblo: “Misericordioso y piadoso; tardo para la ira… que perdona la iniquidad” (Éx. 34:6-7). Algunos enseñan que esta mezcla de Ley y misericordia es lo que constituye en realidad al Evangelio, pero no es así. De hecho, fue esta misma combinación de Ley y misericordia la que el apóstol Pablo denomina como el “ministerio de muerte” o “ministerio de condenación” (2 Co. 3:7, 9).

Este ministerio tenía cierta gloria, “la cual se desvanecía” (2 Co. 3:7 NBLA), e iba a ser reemplazado por el “ministerio del Espíritu”, que es mucho más glorioso que todo lo que Moisés vio en el monte. “Lo que tenía gloria, en este caso no tiene gloria por razón de la gloria que lo sobrepasa” (3:10).

El creyente ahora puede contemplar la gloria del Señor y ser transformado por ella (2 Co. 3:18), pues vemos “la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Co. 4:6). La gloria que vio Moisés fueron las “espaldas” de Dios, mientras que como cristianos podemos mirar directamente al rostro de Jesucristo.

¿Quiere ver la gloria de Dios? Entonces mire a Jesús (Jn. 1:18). Muy pronto veremos su rostro sin que la carne nos lo impida (Ap. 22:4). Pero no tenemos que esperar hasta entonces, ¡porque podemos empezar a contemplarlo desde ahora!

Brian Reynolds
Fija tus ojos en Cristo / Tan lleno de gracia y amor
Y lo terrenal sin valor será / A la luz del glorioso Señor
H. H. Lemmel
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Muéstrame tu gloria | Éxodo 33:22-23

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Cuando pase mi gloria… verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro.
Éxodo 33:22-23
Muéstrame tu gloria (1) – Mirar las espaldas de Dios
Moisés le había hecho una petición sencilla a Jehová: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Éx. 33:18). Dadas las circunstancias en las que se encontraba, realmente no se trataba de un deseo demasiado presuntuoso. Acababa de interceder en favor del pueblo de Israel tras el incidente del becerro de oro. Fue allí, en el monte, con Jehová, que esta petición brotó espontáneamente de sus labios. A veces el concepto “gloria” puede ser difícil de comprender, pero una definición útil es: «Excelencia en exhibición». Moisés tenía un sincero y profundo deseo de ver la gloria de Dios.

Sin embargo, Dios le dijo a Moisés que él no podía ver su rostro: “Porque no me verá hombre, y vivirá.” (v. 20). Ahora bien, ¿cómo explicamos que poco antes la Palabra nos dice que Jehová hablaba con Moisés “cara a cara” (v. 11a)? Obviamente, esto no es una contradicción, sino una metáfora que nos explica que Dios hablaba frecuentemente con Moisés como un hombre habla con su compañero (v. 11b), no que Moisés viera literalmente el rostro de Dios. Sin embargo, Dios le concedió a Moisés ver su gloria, pero de una forma muy especial e instructiva. Dios le dijo a Moisés: “Cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas, mas no se verá mi rostro” (vv. 22-23).

Al relatar este acontecimiento, el apóstol Pablo nos dice que se trató de una gloria que, en realidad, “había de perecer” (véase 2 Co. 3:7, 11). Representaba el carácter parcial y provisional del antiguo pacto. Aun así, esa misma gloria (ver las espaldas de Dios) hizo que el rostro de Moisés resplandeciera, a tal punto que tuvo que cubrirlo con un velo (Éx. 34:29-33). Este maravilloso acontecimiento transformó la vida de Moisés. Hoy en día, los cristianos poseemos algo que supera con creces todo lo que Moisés experimentó aquel día en el monte.

Brian Reynolds
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Su compasión no fallará jamás | Marcos 8:2-3

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Tengo compasión de la gente… y si los enviare en ayunas a sus casas, se desmayarán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos.
Marcos 8:2-3
Su compasión no fallará jamás
Cuando Cristo alimentó milagrosamente a 4. 000 personas (v. 9), él satisfizo su necesidad de alimento material. Sin embargo, muchos comentaristas bíblicos pasan por alto la compasión del Señor en este relato. Su compasión se ve en el hecho de que entró en las circunstancias desfavorables de las personas: “Pues algunos de ellos han venido de lejos”. Era consciente de que algunos habían salido temprano de sus casas y habían caminado muchos kilómetros para estar con él; pero ahora tenían que regresar y corrían el peligro de desmayarse en el camino. Cristo había seguido de cerca su viaje y conocía la situación de cada uno de ellos. No solo ve nuestras necesidades, sino que también conoce las dificultades que enfrentamos en nuestro camino.

¡Así es como nuestro Dios simpatiza con nuestros problemas! Vemos lo mismo en Éxodo, el Señor se le apareció a Moisés. Le reveló su corazón compasivo, pues los llamó “mi pueblo”. Le dijo a Moisés: “He visto la aflicción de mi pueblo”, y por eso descendió (Éx. 3:7-8). No se limitó a liberar a su pueblo de una manera distante y mecánica, sino que dijo: “He descendido”. Entró en las calamidades que estaban experimentando. El profeta lo describió así: “En toda angustia de ellos él fue angustiado” (Is. 63:9).

En la época de Jeremías, cuando el pueblo de Dios pasaba por profundas pruebas, el profeta declaró: “Nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana” (Lm. 3:22-23). Cristo, que era Dios manifestado en carne, y que descendió del cielo (cf. Jn. 6:33, 50) satisfizo nuestra necesidad como pecadores, pero también se compadece de nosotros como creyentes. Provee para las dificultades que enfrentamos en nuestra vida, no mecánicamente, sino con compasión y simpatía. Que podamos aprender de su compasión por la multitud hambrienta e imitemos su ejemplo.

Brian Reynolds
© Believer’s Bookshelf Canada Inc.