¡Todo por mi amado Salvador! | 1 Samuel 18:1, 4

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El alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo… Y Jonatán se quitó el manto que llevaba, y se lo dio a David, y otras ropas suyas, hasta su espada, su arco y su talabarte.
1 Samuel 18:1, 4
¡Todo por mi amado Salvador!
Junto con los miles de soldados de Israel, Jonatán había visto a David salir al encuentro de Goliat, cuyo tamaño, aspecto y palabras habían sembrado el terror en el corazón del pueblo. Jonatán había visto a este orgulloso gigante ser abatido por el poder de la fe. Pero había algo más que esto. No se trató solamente de la victoria, ¡ahora el corazón de Jonatán estaba lleno de la persona misma del vencedor! No es que valorara menos la victoria, sino que valoraba más al vencedor. Por eso se despojó con gozo de sus vestiduras y su armadura para vestir a David, el objeto de su afecto.

Esto nos deja una valiosa lección. ¡Con qué facilidad nos enfocamos en la redención en lugar de hacerlo en el Redentor! ¡Nos gozamos más en la salvación que en el Salvador! ¿No deberíamos, como Jonatán, tratar de magnificar la persona de aquel que descendió al polvo de la muerte por nosotros? David no le pidió a Jonatán que le diera su túnica o su espada. Si lo hubiera hecho, la escena habría carecido de belleza. No, Jonatán se olvidó de sí mismo y solo pensó en David. Así debe ser con nosotros y nuestro verdadero Señor, el verdadero David. En tal caso, podremos decir como Pablo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Fil. 3:7-8).

¡Que seamos más llenos de este espíritu! Que nuestros corazones sean atraídos y unidos más y más a Cristo en este día de hueca profesión y vana formalidad religiosa. ¡Que seamos tan llenos del Espíritu Santo que con propósito de corazón nos aferremos a nuestro Señor y Salvador Jesucristo!

C. H. Mackintosh
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La verdadera sabiduría | 1 Corintios 1:21

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El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría.
1 Corintios 1:21
La verdadera sabiduría
¿Qué alcanzó a hacer la filosofía de Grecia por sus discípulos? Les hizo los ignorantes adoradores de un “Dios no conocido” (Hch. 17:23). Esa inscripción en sus altares publicaba ante el mundo su ignorancia y su vergüenza. ¿Y no debemos preguntarnos si la filosofía ha hecho por la cristiandad más de lo que hizo por Grecia? ¿Nos ha comunicado el conocimiento del verdadero Dios? ¿Quién se atreverá a decir que sí? Existen millones de profesos bautizados en todos los ámbitos de la cristiandad que no conocen del verdadero Dios más de lo que conocían aquellos filósofos a los que Pablo encontró en la ciudad de Atenas.

El hecho es este: todo aquel que realmente conoce a Dios, es el privilegiado poseedor de la vida eterna. Así lo declara nuestro Señor Jesucristo de la manera más explícita en el capítulo 17 de Juan: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (v. 3). Conocer a Dios es tener vida, y vida eterna.

Pero ¿cómo puedo conocer a Dios? ¿Dónde le encontraré? ¿Me lo dirán la ciencia y la filosofía? ¿Lo han dicho alguna vez a alguien? ¿Han guiado alguna vez a algún pobre vagabundo al camino de la vida y de la paz? No; jamás. “El mundo por su sabiduría no conoció a Dios”. Las antiguas escuelas de filosofía, opuestas unas a otras, solo lograron sumergir la inteligencia humana en profunda oscuridad y en una desorientación sin esperanza; y las modernas escuelas filosóficas, igualmente opuestas unas a otras, no son mejores. Vacías especulaciones, dudas penosas, teorías sin base, es todo cuanto la filosofía humana en todo tiempo y en toda nación puede ofrecer al que sinceramente busca la verdad.

¿Cómo, pues, conoceremos a Dios? Si tan excelente resultado depende de su conocimiento; si conocer a Dios es vida eterna -y Jesús lo dice- entonces, ¿cómo le conoceremos? “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” (Jn. 1:18).

C. H. Mackintosh
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Fe en acción

Sábado 9 Diciembre
Vinieron a él unos trayendo un paralítico, que era cargado por cuatro… y haciendo una abertura, bajaron el lecho en que yacía el paralítico.
Marcos 2:3-4
Fe en acción
La conmovedora escena descrita en el capítulo 2 de Marcos ilustra de forma sorprendente el poder de la fe en relación con la obra del Señor. Si los cuatro hombres cuya conducta se describe en dicho capítulo, se hubiesen dejado influenciar por un dañoso fatalismo, hubiesen convenido en que no era necesario hacer nada; si el paralítico debía ser curado, lo sería sin ningún esfuerzo humano. ¡Ah! Fue muy conveniente para el enfermo y también para ellos que no obraran de acuerdo con aquel razonamiento falaz. ¡Véase lo que obró su hermosa fe! Reconfortó el corazón del Señor Jesús; llevó al enfermo al lugar de la curación, del perdón y de otras bendiciones; dio ocasión a que se desplegase el poder divino que llamó la atención de todos los presentes, y dio testimonio a la gran verdad de que Dios estaba en la tierra en la persona de Jesús de Nazaret.

Toda la Escritura proclama el hecho de que la incredulidad impide nuestra bendición, dificulta que seamos útiles, nos priva del honroso privilegio de ser instrumentos de Dios y de ver las operaciones de su poder y de su Espíritu en medio nuestro. Por otro lado, la fe atrae bendiciones y poder, no solo para nosotros mismos sino también para otros; y así glorifica y honra a Dios, dando lugar al despliegue del poder divino.

En una palabra, nada limitaría la bendición que podríamos gozar de parte de Dios, si nuestros corazones fuesen siempre gobernados por la fe sincera que cuenta siempre con él. “Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mt. 9:29). ¡Preciosas palabras! ¡Ojalá que ellas nos animen a aprovechar más abundantemente los inagotables recursos que tenemos en Dios! Se complace en que acudamos a él, ¡bendito sea para siempre su santo nombre!

C. H. Mackintosh
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