DIOS CASTIGARÁ A LOS MALOS Y BENDECIRÁ A LOS JUSTOS, Malaquías 3:13–4:3

DIOS CASTIGARÁ A LOS MALOS Y BENDECIRÁ A LOS JUSTOS

Malaquías 3:13–4:3

Esta sección se une a la anterior para confirmar la radical necedad y distanciamiento del pueblo hacia Dios. No había terminado Dios de decir “probadme…” (v. 3:10b) , cuando el pueblo declara: “Está demás servir a Dios… ¿Qué provecho sacamos de guardar su ley…?” (v. 13). El pueblo rechaza a Dios porque las bendiciones de Dios no coinciden con su concepto egoísta y materialista de bendición. (¡Qué difícil le resulta al ser humano aprender a apreciar las cosas desde la perspectiva de Dios!; ver Mat. 6:33).
El pueblo ha descubierto que la fidelidad a Dios, basada en la instrucción divina y no en sus deseos humanos, no pagaba nada valioso. La base utilitaria de la fe y la religión de muchos choca con el sistema de valores de Dios.
Pero la serie de disputas proféticas no termina con una nota pesimista y amargada. En medio de una comunidad marcada por el materialismo, la desesperanza, el abandono de la fe y el cinismo, había un “remanente”, un “resto fiel” (3:16–18); es el grupo a quien Malaquías llama “los que temen a Jehovah”. A ellos Dios reconoce como su verdadero pueblo, “su especial tesoro” (comp. Éxo. 19:6; Deut. 7:6; 14:2; 26:18; Sal. 135:4). Ellos permanecen firmes en el Señor (Mal. 3:16; comp. Sal. 1) y llevan la marca de la justicia y el servicio (Mal. 3:18; comp. Mat. 25:31–46).
Con el tema de el día se muestra la clara diferencia entre los justos y los malvados. Para los primeros ese día será de perdón (3:17) y de salvación plena (4:2); para los segundos, ese será un día de castigo y destrucción (4:1, 3).
Con el tema del “día de Jehovah” el profeta Malaquías se une a la tradición de sus antecesores (Amós 5:18; Isa. 2:12; 13:6; 49:8; Jer. 30:7; Eze. 30:3; Joel 1:15; 2:11, 31) y, parafraseando, lo define así: “El reconocimiento de la presencia de Jehovah en su constante actividad de juicio y salvación” (vv. 1, 2). Y más específicamente: “El gran día en que Jehovah salvará de una vez por todas a su pueblo” (v. 3).

Semillero homilético
¿De qué lado estás?
Malaquías 3:13–4:3
Introducción: La Biblia, sobre todo en las partes conocidas como “literatura sapiencial”, constantemente divide a la humanidad en dos clases: los sabios y los necios, los buenos y los malvados, los justos y los injustos. Este pasaje de Malaquías plantea también la conducta de esos dos grupos (3:13–15 y 3:16–18).
I. ¿Quiénes son los necios?

  1. Los que desestiman a Dios.
  2. Los que prefieren a los arrogantes e impíos.
    II. ¿Quiénes son los sabios?
  3. Son los prudentes y obedientes.
  4. Los que sirven a Dios y lo respetan.
    III. El destino de cada uno.
  5. El malvado será quemado como la paja.
  6. El bueno será considerado como “especial tesoro”, será prosperado.
    Conclusión: Qué bien refleja este pasaje al Salmo 1. Este pasaje refleja refleja muy bien a Mateo 25:31–46. El Dr. Albert Schweitzer, médico, músico y teólogo, desafió al mundo entero en su discurso de aceptación del premio Nobel de la Paz en 1952: “La humanidad entera tiene que enfrentarse a la realidad de que el ser humano se ha convertido en un Superman, pero este superhombre con poderes “superhumanos” no ha logrado alcanzar el nivel de la razón sobrehumana. Lo más triste es que a medida que su poder aumenta, este superhombre cada día se hace más miserable. Debe sacudir nuestra consciencia el hecho de que a la vez que nos hacemos más superhombres nos volvemos más inhumanos”.

Connerly, R., Gómez C., A., Light, G., Martı́nez, J. F., Martı́nez, M., Morales, E., Moreno, P., Rodrı́guez, S., Ruiz, J., Samol, J. A., Sánchez, E., Sewell, D., Tiuc Sian, R., Welmaker, B., Wilson, R., Wyatt, J. C., Wyatt, R., & Editorial Mundo Hispano (El Paso, T. . with Bryan, J., Byrd, H., & Caruachı́n, C., Carroll R. y M. Daniel. (2003). Comentario bı́blico mundo hispano Oseas–Malaquı́as (1. ed., pp. 392-393). Editorial Mundo Hispano.

La parábola de los obreros de la viña | Matthew Henry, & Francisco Lacueva

La parábola de los obreros de la viña

Matthew Henry, & Francisco Lacueva

Versículos 1–16
Esta parábola de los obreros de la viña tiene por objeto:
I. Presentar ante nosotros el reino de los cielos (v. 1). Las leyes de este reino no están envueltas en parábolas, sino expuestas con toda claridad, como en el Sermón del monte (caps. 5–7). Es el concepto del reino lo que necesita ser ilustrado más que los deberes del reino; por eso, las parábolas tenían por objeto ilustrar lo primero.
II. En particular, presentar ante nosotros una ilustración de lo que dijo al final del capítulo anterior, acerca del reino de los cielos: Muchos primeros serán últimos; y últimos, primeros (19:30). La parábola nos demuestra:

  1. Que Dios no es deudor de nadie; una gran verdad; y que muchos que comienzan tarde, y no parecen prometer mucho en la piedad, llegan a veces, con la bendición de Dios, a mejores resultados en cuanto al conocimiento, la gracia y el servicio, que otros cuya entrada fue muy temprana y que parecían prometer mucho. Juan es más ágil de piernas y llega antes al sepulcro; pero Pedro tiene más arrojo y entra antes en el sepulcro (hay otra razón, que se comentará en Jn. 20:4–6). Así muchos que son últimos serán primeros. Esto debe servir de advertencia a los discípulos para que velen y mantengan vivo su celo; de lo contrario, sus buenos comienzos les servirán de poco; parecían primeros, pero serán últimos. A veces, personas que se han convertido siendo muy mayores aventajan a quienes se han convertido en su juventud. Nos muestra también que la recompensa será dada a los creyentes, no según el tiempo en que se hayan convertido, ni según la edad en que se convirtieron, sino según la medida de estatura o edad espiritual que hayan alcanzado en la plenitud de Cristo (Ef. 4:13). Los que sufran martirio en los últimos días tendrán el mismo galardón que los mártires de la primera era de la Iglesia, aunque éstos sean más célebres; y los ministros fieles de hoy, el mismo que nuestros primeros padres en la fe. Dos aspectos principales aparecen en la parábola: el contrato con los trabajadores, y el ajuste de cuentas con ellos.
    (A) El contrato lo tenemos en los versículos 1–7; y, como siempre, hemos de preguntar quién los contrata: Un hombre, padre de familia. Dios es el gran Padre de familia; como tal, tiene trabajo por hacer, y criados que lo han de hacer. Dios contrata obreros por amabilidad hacia ellos, para salvarlos del ocio y de la miseria, y así les paga por trabajos para ellos mismos. ¿Dónde los contrata? En la plaza del mercado, donde, hasta que Dios los emplea en Su servicio, están de pie desocupados (v. 3) y parados (v. 6). El alma humana está presta para ser contratada al servicio de alguien, pues fue creada para trabajar, como todas las demás criaturas. Aunque el hombre fue creado para ser el vicegerente de Dios en la creación no es un ser autónomo, pues es un ser relativo, ya que tiene fuera de sí el principio y la meta de su existencia. Por tanto, ha de servir a un amo siempre: o al pecado para muerte, o a la justicia para vida (Ro. 6:15–23). El diablo, con sus tentaciones, alquila esclavos para su hacienda, a fin de que apacienten cerdos (Lc. 15:15). Dios, con su Evangelio, contrata siervos para su viña, para que la cultiven y la cuiden; es trabajo de «paraíso». Hemos de escoger entre esos dos trabajos. Hasta que somos empleados por Dios para su servicio, estamos todo el día desocupados (comp. 2 P. 1:8). La llamada del Evangelio es proclamada a los que están en la plaza del mercado desocupados. La plaza del mercado es lugar de concurrencia; es lugar de juego para los muchachos (11:16), de negocio, de ruido y de prisas. ¡Salgamos de ese lugar! ¿Para qué los contrata? Para trabajar en su viña. La viña de Dios es la Iglesia (Jn. 15:1 y ss.). Él la planta (15:13), la riega y le pone cerca o vallado, y todos somos llamados a colaborar con Él. Cada uno de nosotros tiene su viña, o parcela personal, que cuidar (Cnt. 1:6). Es de Dios, y tenemos que cultivarla y guardarla para Él. En este trabajo no debemos ser haraganes y negligentes, sino trabajadores diligentes. La obra de Dios no admite frivolidades. Para ir al Infierno, no es menester trabajar; se puede ir allá por medio de la ociosidad; pero el que desee ir al Cielo, tiene que trabajar. ¿Cuál será el jornal de los obreros? En primer lugar, un denario (v. 2). Un denario era el jornal de un día para un obrero; es decir, el jornal suficiente para el mantenimiento diario (de una jornada). Esto no significa que la recompensa de Dios a nuestra obediencia sea por obras, o como deuda; sino que hay un galardón puesto delante de nosotros, y que es suficiente. En segundo lugar, lo que sea justo (vv. 4–7). Dios nos asegura que no retraerá su mano a nadie por el servicio que cumplimos para Él; nadie pierde jamás nada por trabajar para Dios. ¿Para cuánto tiempo son contratados? Para un día. Un día es una porción bien determinada de nuestra vida: Las gracias y las misericordias de Dios son nuevas cada mañana (Lm. 3:22–23); el pan de cada día, nos mandó el Señor pedir (6:11), porque cada día tiene sus propios problemas y peculiares dificultades (6:34). El galardón es para toda la eternidad, pero el trabajo es para un día, y para cada día suministra Dios nuevo vigor (v. Is. 40:31). Esto debería estimularnos a ser diligentes en nuestro trabajo, pues es poco el tiempo seguro que se nos da para trabajar (comp. 2 Co. 6:1–2). Igualmente habría de animarnos con respecto a las dificultades del trabajo; las sombras se van alargando, se acerca la sombra de muerte (Sal. 23:4), viene la noche, cuando nadie puede trabajar (Jn. 9:4). Entonces será la hora del descanso, y la hora del galardón (Ap. 14:13). ¡Haya fe y paciencia, que esta vida se acaba pronto!
    Los obreros son contratados en diferentes horas del día. Aunque esto tenga una aplicación acomodada a las diferentes edades de la vida de una persona, lo que el Señor quiere dar a entender aquí es que Dios es soberano en sus dones y en asignar oportunidades a cada persona y, al mismo tiempo, que premiará la fidelidad en el servicio a Su causa, independientemente de la edad en que cada persona comience a trabajar para Él y de la duración de dicho servicio. Algunos son llamados a trabajar en la madrugada de su vida (o de la Iglesia, etc.); éstos deben ponerse a trabajar cuanto antes, para no desperdiciar tiempo de la jornada que tienen por delante. Otros son llamados en la flor y en la madurez de su vida: a las nueve de la mañana, al mediodía o a las tres de la tarde. El poder de la divina gracia se muestra en la conversión de algunos, cuando están en medio de los placeres de la vida o en todo el vigor de sus fuerzas, como le sucedió a Pablo. Dios tiene trabajo para todas las edades; no hay tiempo impropio para volverse a Dios. ¡Bástenos con el tiempo pasado al servicio del pecado! Id también vosotros a mi viña (v. 4). Dios no rechaza a nadie que quiera contratarse con Él para trabajar. Otros, en fin, son contratados hacia la hora undécima (v. 5), a las cinco de la tarde, cuando está próximo a ponerse el sol de la vida temporal, y sólo queda una hora para las doce del día (Jn. 11:9). Pero, «mientras hay vida, hay esperanza», como dice el proverbio. Hay esperanza para los pecadores viejos, pues también ellos pueden llegar a un verdadero arrepentimiento. Y también se espera de los pecadores viejos, no sólo que se conviertan, sino también que sean usados por el Señor para Su servicio, pues no hay nada demasiado difícil para la gracia omnipotente de Dios, aunque una persona sea muy vieja y haya contraído hábitos inveterados. Nicodemo puede aún nacer de nuevo aunque sea viejo (Jn. 3:3–5). Pero que ninguno piense que, por ser aún muy joven, puede demorar su conversión o su servicio al Señor hasta que sea viejo. Es cierto que algunos fueron llamados a la hora undécima, pero téngase en cuenta que eso fue porque nadie les había contratado (v. 7). Pero, cuando Dios llama insistentemente (2 Co. 5:20; 6:1–2), es una temeridad hacerse el desentendido y permanecer en el ocio o en el vicio.
    (B) Luego viene el ajuste de cuentas con los obreros, el cual se llevó a cabo, como de costumbre, al caer la tarde (v. 8). La llegada de la noche es el tiempo de ajustar cuentas. Los obreros fieles recibirán su galardón al morir; hasta entonces, es necesario esperar pacientemente. Los ministros de Dios son llamados a la viña para hacer su trabajo; la muerte los llama de la viña para que reciban su recompensa; y quienes recibieron una llamada eficaz para ir a la viña, recibirán una llamada gozosa para salir de ella. No vienen a recoger su galardón sino cuando son llamados, debemos esperar a que Dios nos llame al descanso, y contar el tiempo con el reloj de nuestro Amo. El pago es el mismo para todos: Recibieron cada uno un denario (vv. 9–10). Aunque en el Cielo hay diversos grados de gloria, la felicidad es igualmente perfecta para todos; cada vaso estará lleno hasta rebosar, aunque no todos los vasos tendrán la misma capacidad. El dar el pago del jornal de un día entero a los que habían trabajado menos de la décima parte del día, está destinado a mostrar que Dios distribuye sus recompensas según su gracia soberana, y no como deuda. Al no estar bajo la Ley, sino bajo la gracia, unos servicios tan breves, llevados a cabo con sinceridad, no sólo serán aceptos, sino premiados ricamente por esta gracia libre y soberana.
  2. La ofensa que recibieron por ello los que habían sido contratados de madrugada: Murmuraban contra el padre de familia (v. 11. Lit. refunfuñaban o gruñían). Esto no quiere dar a entender que, en el Cielo, exista descontento alguno de esta clase, sino que es aquí, en la Tierra, donde puede darse esta clase de descontento (¿Veía Cristo en Pedro algo de este espíritu mercenario? 19:27). No cabe duda de que este era el espíritu de los fariseos respecto de los pecadores y publicanos, como aparece al final de la parábola del Hijo Pródigo (Lc. 15:28–30); lo mismo puede decirse de los judíos, en general, con relación a los gentiles (Jon. 4:1; Hch. 11:13). Cuando este disgusto atañe a las cosas espirituales, implica tan mala disposición de ánimo, que resulta incompatible con un corazón verdaderamente regenerado. Estos obreros quejosos se querellaban, no de que les diese a ellos menos de lo que les pertenecía, sino de que hiciese a los demás iguales a ellos. Se jactan de sus buenos servicios: Estos últimos han trabajado una sola hora y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado el peso del día y el calor abrasador (v. 12). No sólo habían cobrado lo mismo al trabajar la undécima parte del tiempo, sino que habían trabajado durante lo fresco del día. Somos inclinados siempre a pensar que recibimos menos favores de la mano de Dios que los demás, y que hacemos más méritos para recibirlos que los demás. A los que hacen o sufren en el servicio de Dios más que los demás, les resulta difícil mantenerse en humildad y no tildar a los demás de cobardes, de carnales, de amigos de componendas y hasta de apóstatas. Del espíritu del «puritano» al del fariseo no hay más que un paso. ¡Gracias a Dios, muchos puritanos no dan ese paso!
  3. Respuesta del amo. El padre de familia expone a los descontentos tres razones de su modo de proceder:
    (A) Amigo, no te hago injusticia (v. 13). No había razón alguna para pensar que el amo hubiese faltado a la justicia con los que fueron contratados los primeros. Le llama amigo (lit. compañero o camarada), para enseñarnos a usar mansedumbre y buenos modales, incluso cuando tenemos que apelar a razones muy fuertes en nuestro trato con los demás. Es absolutamente verdadero que Dios no perjudica a nadie. En cualquier cosa que Dios nos haga o retire de nosotros, no nos daña. Si Dios da a otros alguna gracia que a nosotros no nos da, lo hace en su bondad soberana hacia otros, pero sin hacernos injusticia a nosotros. Y nosotros no deberíamos hallar nada malo en que Dios se muestre más generoso con alguien, cuando eso no significa ninguna injusticia hacia nosotros. Para convencer al quejoso de que no le hacía injusticia, apela al contrato que había concertado con él: «¿No te concertaste conmigo en un denario? Ya tienes lo pactado». Bueno es que consideremos con frecuencia en qué términos hemos entrado al servicio de Dios. Los mundanos parecen concertarse con Dios para que les pague en este mundo (6:1–6; 16–21). Han escogido su porción en esta vida (Sal. 17:14). Los creyentes se han concertado con Dios para una recompensa de vida eterna, y deben recordar que han dado su consentimiento a este contrato. Así, pues, el amo le dice al murmurador: Toma lo que es tuyo y vete (v. 14). Si lo aplicamos a lo que es nuestro por donación, por libre regalo de Dios, nos acostumbraremos a contentarnos con lo que tenemos. Si Dios se muestra, en algún aspecto, más generoso con otros que con nosotros, no podemos quejarnos, puesto que nos ha dado, y nos sigue dando, mucho más de lo que merecemos. Dios reafirma su libertad soberana y dice: Pero quiero dar a este último como a ti.
    (B) Estaba disponiendo de lo que era suyo. Así como antes había afirmado su justicia, ahora afirma su soberanía: ¿No me es lícito hacer con lo mío lo que quiera? (v. 15). Dios puede dar o retirar su favores, según le plazca. Lo que Dios tiene, es Suyo; y esto le justificará en todas las disposiciones de Su providencia. Cuando Dios nos quita algo que nos es muy querido, debemos acallar nuestro descontento con las frases del paciente Job: Jehová me lo dio, y Jehová me lo quitó; sea bendito el nombre de Jehová (Job 1:21). Estamos en sus manos, como el barro en las manos del alfarero, y no somos quiénes para contender con Él (Ro. 9:20).
    (C) El murmurador no tenía razón de quejarse de que los últimos hubiesen recibido el mismo pago, al haber venido tan tarde, pues no habían venido antes por la sencilla razón de que no habían sido llamados antes. Si el amo les daba lo mismo que a él, habiéndoles llamado después que a él, la bondad del amo hacia los últimos no era un agravio hacia él, por tanto, no había razón para que tuviese envidia: ¿O tienes tú envidia (lit. ¿O es maligno tu ojo? Esta expresión indica celos u odio) porque yo soy bueno? Así que la envidia es un ojo maligno. El ojo es, con frecuencia, la puerta de entrada y la de salida de este pecado; por los ojos entra el desagrado al contemplar el bien de los demás, y por los ojos sale el deseo del mal de los demás, con la agravante de rebotar contra Dios: Porque yo soy bueno. Por eso, así como Dios es Amor (1 Jn. 4:8, 16), y al ser infinitamente bueno, hace el bien y se deleita en el bien, el envidioso siente odio, hace el mal y se deleita en el mal de otros, y viola directamente los dos mandamientos en que se resume la Ley; va contra el amor a Dios, a cuya voluntad debería someterse, y contra el amor al prójimo, en cuyo bien debería regocijarse. Como decía Bossuet, «es tan mala la envidia que vuelve el corazón del revés, al odiar el bien del prójimo y querer su mal» (comp. 1 Co. 13:4–6). Como ha escrito uno de nuestros clásicos, «amarilla pintan a la envidia, porque muerde pero no come». Esta frase es más profunda de lo que parece a primera vista, y no es una mera metáfora, pues el envidioso perturba su propia función biliar; es un atrabiliario (atra bilis = hiel negra); no es extraño que el vulgo hable de «hacer mala sangre».
  4. Finalmente, tenemos la aplicación de la parábola, al repetir la frase que la ocasionó: Así, los últimos serán los primeros; y los primeros, últimos (v. 16. Comp. 19:30). Para obviar, y acallar, la jactancia de ellos, Cristo les dice que es posible que sean aventajados por los que habrán de sucederles en la profesión de la fe cristiana, al ser así inferiores a ellos en gracia, santidad y conocimiento. En los siglos xvi, xviii y xix, han existido, en la Iglesia avivamientos con los que muchas congregaciones disfrutaron de mayor salud espiritual que la mayoría de las congregaciones de la Iglesia primitiva ¿Podemos esperar algo parecido en estos últimos días? No hay señales de tal cosa, sino de grandes apostasías de la verdadera fe y de gran enfriamiento del amor. ¿No es precisamente esto lo que predijo el Maestro?
    La segunda parte del versículo 16 será comentada en 22:14, que es su verdadero lugar.

Henry, M., & Lacueva, F. (1999). Comentario Bı́blico de Matthew Henry (pp. 1159-1161). Editorial CLIE.

«Añadid a vuestra fe, virtud, y a la virtud, conocimiento.» | 2 pedro 1:5 | J. Calvino

«Añadid a vuestra fe, virtud, y a la virtud, conocimiento.»

Juan Calvino

2 PEDRO 1:5–9

5 Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadid a vuestra fe, virtud, y a la virtud, conocimiento;
6 al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, perseverancia, y a la perseverancia, piedad,
7 a la piedad, fraternidad y a la fraternidad, amor.
8 Pues estas virtudes, al estar en vosotros y al abundar, no os dejarán ociosos ni estériles en el verdadero conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
9 Porque el que carece de estas virtudes es ciego o corto de vista, habiendo olvidado la purificación de sus pecados pasados.

5–7. Y además de esto. Siendo que apagar nuestra corrupción es una tarea ardua y de inmensa labor, nos pide que nos esforcemos en toda forma posible por lograrlo. Insinúa que no debe darse lugar alguno a la pereza en este asunto y que hemos de obedecer el llamado de Dios, no lenta ni descuidadamente, sino que es necesaria la presteza; como si hubiese dicho, “Esfuércense de toda manera posible, y que sus esfuerzos sean manifiestos a todos.” Pues esto es lo que significa el participio que usa.

Añadid a vuestra fe, virtud, o, proveed a vuestra fe de virtud. Muestra con qué propósito debían esforzarse los fieles, esto es, para tener una fe adornada con buenos principios morales, sabiduría, paciencia y amor. Entonces da a entender que la fe no ha de estar desnuda o vacía, sino que estos son sus compañeros inseparables. Proveer a la fe, es añadir a la fe. Sin embargo, aquí no hay matices con respecto al significado, aunque sí los hay con respecto a las palabras; pues el amor no sigue a la paciencia, ni tampoco procede de ella. Por lo tanto el pasaje ha de explicarse de manera sencilla, “Esforzaos para que esa virtud, prudencia, temperancia y todo lo que le sigue, sean añadidos a vuestra fe”.

Creo que virtud significa una vida honesta y correcta; pues no es ἐνεργεια, energía o coraje, sino ἀρετὴ, virtud, bondad moral. Conocimiento es lo que se necesita para actuar con prudencia; pues después de haber mencionado un término general, menciona algunos de los atributos principales de un cristiano. Fraternidad, φιλαδελφία, es afecto mutuo entre los hijos de Dios. Amor es más amplio, pues abraza a toda la humanidad.
Cabe preguntarse aquí, sin embargo, si Pedro, al asignarnos el trabajo de proveer o añadir virtud, ensalzó así la fuerza y el poder del libre albedrío. Aquellos que buscan establecer libre albedrío en el hombre, de hecho conceden a Dios el primer lugar, esto es, que él empieza a actuar u obrar en nosotros; pero imaginan que nosotros al mismo tiempo cooperamos, y que así queda en nuestras manos que el mover de Dios no resulte vacío e ineficaz. Pero la doctrina eterna de las Escrituras se opone a esta noción delirante: pues llanamente da testimonio de que los sentimientos correctos son formados en nosotros por Dios, y que por él son hechos efectivos. También da testimonio de que todo nuestro progreso y perseverancia son de parte de Dios. Además, expresamente declara que la sabiduría, el amor, la paciencia, son dones de Dios y del Espíritu. Por lo tanto, cuando el apóstol nos pide estas cosas, no quiere decir que estén dentro de nuestras capacidades, sino que sólo nos muestra lo que debemos tener, y lo que se debe hacer. Y con respecto a los piadosos, cuando son conscientes de su propia debilidad, se ven deficientes en su deber, y no les queda más que acudir a Dios por ayuda y socorro.

  1. Pues estas virtudes, al estar en vosotros. Entonces, dice, demostraréis por fin que realmente conocéis a Cristo, si sois dotados de virtud, temperancia y los otros atributos. Pues el conocimiento de Cristo es algo eficaz y una raíz viva que produce fruto. Pues al decir que estas cosas no los dejarán ociosos ni estériles, muestra que todo aquel que se jacta de tener conocimiento de Cristo sin amor, paciencia ni dones similares, se gloría en vano y falsamente, como dice Pablo en Ef. 4:20, “Pero vosotros no habéis aprendido a Cristo de esta manera, si en verdad lo oísteis y habéis sido enseñados en Él, conforme a la verdad que hay en Jesús, que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os despojéis del viejo hombre”, etc. Pues quiere decir que a aquellos que poseen a Cristo sin una vida nueva, no se les ha enseñado su doctrina correctamente.
    Pero no quiere que a los fieles solo se les enseñe paciencia, piedad, temperancia, amor; sino que pide que se haga un progreso continuo en estos atributos, y con razón, pues todavía estamos muy lejos de la meta. Por lo tanto, hemos siempre de avanzar, para que los dones de Dios crezcan continuamente en nosotros.
  2. Porque el que carece de estas virtudes. Ahora expresa más claramente que aquellos que profesan tener una fe desnuda se hallan completamente faltos de verdadero conocimiento. Dice luego que ellos se extravían como ciegos en tinieblas, pues no ven el camino correcto que se nos muestra por la luz del evangelio. También lo confirma al añadir esta razón, que los tales han olvidado que por medio del beneficio de Cristo han sido limpios de pecado, y que este es el principio de nuestra cristiandad. Entonces, aquellos que no se esfuerzan por una vida pura y santa, no entienden ni siquiera los primeros rudimentos de la fe.
    Pero Pedro da esto por sentado, que quienes siguieran revolcándose en la suciedad de la carne habían olvidado su propia purgación. Pues la sangre de Cristo no se nos ha convertido en un baño que pueda ser contaminado por nuestra suciedad. Por lo tanto, los llama pecados pasados, con lo que quiere decir, que nuestra vida debe ser de otra forma, pues hemos sido limpios de nuestros pecados; no que alguien pueda ser purificado de todo pecado mientras viva en este mundo, ni que la limpieza que obtenemos por medio de Cristo consista solo de perdón, sino que hemos de distinguirnos de los no creyentes, ya que Dios nos ha apartado para sí mismo. Entonces, aunque pecamos a diario, y Dios nos perdona a diario, y la sangre de Cristo nos limpia de nuestros pecados, aún así el pecado no debe gobernar en nosotros, sino que la santificación del Espíritu ha de prevalecer en nosotros; pues esto nos enseña Pablo en 1 Cor. 6:11, “Y esto erais algunos de vosotros; pero fuisteis lavados,” etc.

Calvino, J. (2011). 2da Pedro: Comentario de la Segunda Epístola de Pedro (D. J. L. Vargas, Trad.; pp. 19-23). CLIR.

Lockman Foundation. (1998). Santa Biblia: la Biblia de las Américas: con referencias y notas (electronic ed., 2 P 1:5–9). Editorial Fundación, Casa Editorial para La Fundación Bíblica Lockman.

La verdadera identidad de Jesús va a afectar la eternidad de cada uno de nosotros | Apóstol Juan

La verdadera identidad de Jesús va a afectar la eternidad de cada uno de nosotros

Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido. 1 Juan: 1-4

CAPÍTULO 1

I. El autor sagrado expone primero el objetivo de su escrito (1:1–4);. II.Describe después las condiciones para una verdadera comunión con Dios: 1. Conformidad con una norma (vv. 5–7), y 2. Confesión de todo pecado conocido (vv. 8–10).

Versículos 1–4

Dicen estos versículos en la NVI: «Lo que existía desde el principio, lo que nosotros hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y lo han palpado nuestras manos—éste es nuestro mensaje acerca de la Palabra de la vida—. La vida se manifestó; nosotros hemos visto y damos testimonio de ella, y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y nos ha sido manifestada. Os anunciamos lo que hemos visto y oído, a fin de que también vosotros tengáis comunión (gr. koinonían, el conocido vocablo, ya desde Hch. 2:42. Sale cuatro veces en los siete primeros versículos del presente capítulo) con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para colmar nuestro gozo».

1. Aunque más breve que el gran prólogo del cuarto Evangelio, el parecido de estos versículos con aquél salta a la vista. Dice Rodríguez-Molero: «Entre los dos hay un indiscutible parentesco de fondo y de forma … Los dos, en efecto, evitan designar al Hijo de Dios por su nombre histórico … prefieren el de Verbo. Los dos arrancan del mismo punto de partida: “el principio”; en los dos ocupa la posición central el concepto del Logos, y en los dos las expresiones de Vida tienen importancia y énfasis similar. Pero más importante que esas semejanzas de estructura es la identidad del pensamiento central: la encarnación del Verbo».

2. La densidad de pensamiento es parecida al prólogo de Hebreos, aun cuando el autor de Hebreos vuela majestuosamente sin que la emoción empañe la perfección literaria de su retórico discurso, mientras que Juan parece tan embargado por la emoción que le causa el mensaje que va a comunicar, que resulta difícil seguirle (como a Pablo en Ef. 1:3–10) y hasta es preciso desenredar su «maraña gramatical», como la llama Dodd. Para ello, J. Stott sugiere atender primero al verbo principal: «anunciamos» (gr. apanguéllomen, presente de indicativo), que aparece en el versículo 3 y «muestra que el Prefacio está preocupado esencialmente acerca de la proclamación apostólica del Evangelio … El versículo 2 es un paréntesis explanatorio de la forma en que fue posible oír, ver y tocar lo que era en el principio … Este paréntesis interrumpe de tal manera el hilo del discurso, que el versículo 3 se abre con una cláusula que reasume, en una oración de relativo, «lo que hemos visto y oído», antes de llegar (en el original) al verbo principal anunciamos … El resto del versículo 3 y el versículo 4 describen los objetivos, el inmediato y el último, de la proclamación apostólica: a fin de que también vosotros tengáis comunión con nosotros, y para colmar nuestro gozo».

3. Después de esta labor de desbroce, que agradecemos a Stott, pasamos ya al comentario del versículo 1, donde notamos los siguientes detalles:

(A) «Lo que (pronombre relativo neutro) existía (no en el sentido de “surgir al ser”, sino de estar ya en el ser) desde el principio» es una frase que nos recuerda la, también primera, frase del Evangelio según Juan: «En el principio era (existía) el Verbo». Pero son muy de notar estas dos diferencias: (a) En el Evangelio, el sujeto de la oración es obviamente el Verbo (en masculino); en la epístola, lo que Juan está diciendo «acerca del (gr. perí) Verbo de la vida» (lit.), esto es, que se hizo visible, audible y palpable; en una palabra, que se manifestó en un cuerpo real; (b) En el Evangelio, dice del Verbo que «era EN el principio», es decir: cuando comenzó a existir el mundo (comp. con Gn. 1:1), el Verbo YA era, con lo que se indica de forma implícita su eternidad; en la epístola, dice: «Lo que era DESDE el principio». La expresión «desde el principio» sale nada menos que ocho veces en esta epístola (1:1; 2:7, 13, 14, 24—dos veces—; 3:8, 11) y dos en la 2 Juan (vv. 5 y 6) y necesita ser matizada de acuerdo con su contexto. Su sentido primordial aquí, según observa Dodd, es: «lo que siempre ha sido verdad acerca de la palabra de la vida …, el contenido original e inmutable del Evangelio, contra todas las novedosas formas de doctrina». Lo cual no impide ver también la eternidad del Verbo (v. 2, comp. con 2:13–14); se ve, en cierto modo, incluso la eternidad del Evangelio, como se le llama en Apocalipsis 14:6.

(B) Para poner de relieve la realidad corporal de la Encarnación, Juan, uno de los tres apóstoles que acompañaban a Jesús por todas partes y que tuvo el privilegio único de recostar su cabeza sobre el pecho del Maestro, usa otras tres oraciones de relativo, con desdoble de la última; nótese la gradación: «lo que hemos oído» (ya sería bastante para ser testigos de primera mano); «lo que hemos visto con nuestros ojos» (si al oído se añade la vista, la credibilidad del testigo aumenta); «lo que contemplamos» (aoristo; gr. etheasámetha, de la misma raíz que la palabra de donde se deriva «teatro»; esto es, no fue una visión rápida y pasajera, como quien se cruza casualmente con otra persona en la calle, etc., sino que fue una visión sostenida de alguien a quien se trata familiarmente y cada día; «lo que palparon (lit.) nuestras manos»; no hay alucinación que se resista al tacto, por lo que no caben más pruebas testificales que las que Juan exhibe aquí.

(C) Detengámonos aquí un momento a meditar, porque lo que Juan tenía firmemente asentado en su corazón y su memoria era nada menos que el recuerdo vivo (los dos primeros verbos están en pretérito perfecto) del privilegio que le cupo de ver, oír y tocar al Eterno. Dice M. Henry: «La vida, el verbo de vida, la vida eterna, como tal, no se podía ver ni palpar; pero la vida manifestada sí pudo hacerlo, y lo hizo: (a) A los oídos de ellos (vv. 1, 3). La vida tomó boca y lengua, para poder decir palabras de vida. La palabra divina quiso tener empleado el oído, y el oído debería estar dedicado a la palabra de vida. (b) A los ojos de ellos (vv. 1–3). El Verbo quiso hacerse visible, no sólo audible, de forma que lo pudiesen ver «nuestros ojos»—dice—, con todo el uso y ejercicio que podemos hacer de nuestros ojos … (c) A los sentidos internos de ellos, a los ojos de la mente, pues así podría quizás entenderse la siguiente cláusula: lo que contemplamos. La palabra no se aplica a lo que es objeto inmediato del ojo, sino a lo que coligieron racionalmente de lo que vieron. Los sentidos están para ser los informadores de la mente. (d) A las manos y al sentido del tacto de ellos: «Y nuestras manos palparon el Verbo de la vida». La invisible vida y el Verbo no menospreciaban el testimonio de los sentidos, pues el sentido es el medio que Dios ha designado para nuestra información». Por su parte, Rodríguez-Molero comenta: «Lo hemos oído, lo hemos visto, lo hemos tocado: ese poder inaudito de oír, ver, tocar al Altísimo; esa palpabilidad del Inabarcable, con todo lo que significa, se refleja en la iteración, el encarecimiento, la gradación de los verbos. Esa abundancia traduce el asombro que todavía siente el apóstol».

(D) Los comentaristas hacen notar que los dos aoristos («contemplamos … palparon») quizás dan a entender «ocasiones o momentos determinados en que sus ojos contemplaron y sus manos tocaron a Cristo. Tocar parece ser una alusión al episodio de santo Tomás (Jn. 20:27) o cuando el Señor les dice: “palpad” (Lc. 24:39), que emplea el mismo verbo» (Rodríguez-Molero). El verbo «palpar» es, en griego, pselaphán; ocurre en cuatro lugares del Nuevo Testamento: Lucas 24:39; Hechos 17:27; Hebreos 12:18 y aquí; según J. Stott, significa «buscar tentando a fin de encontrar, como hace un ciego o un hombre en la oscuridad». El verbo que tenemos aquí para contemplar ocurre 23 veces en el Nuevo Testamento, siendo las más notables las que hallamos en Juan 1:14, 34 y Hechos 1:11.

(E) Las últimas palabras (cinco en el original) del versículo 1: … acerca del Verbo (o de la Palabra) de la vida» requieren consideración especial.

(a) Con estas palabras, Juan dice claramente que su mensaje, el que ahora está anunciando (v. 2b. Ése es el verbo principal, como ya llevamos dicho) se refiere al Verbo de la vida. Como puede verse en el contexto posterior del verbo anunciamos, este Verbo de la vida es lógica y gramaticalmente equivalente de la «vida eterna, que estaba con (griego, pros) el Padre», con lo que el parecido con Jn. 1:1b («y el Verbo estaba con—gr. pros: junto a, en relación con, etc.—Dios») es impresionante, hasta en la construcción preposicional.

(b) Pero el parecido se agranda si atendemos a Juan 1:4, donde leemos que «en Él (el Verbo) estaba la VIDA». Que Juan se refiere, tanto en el Evangelio como en la epístola, a la vida eterna, puede verse por Juan 3:15, 16, 36; 5:24; 6:27, 40, 47, 68; 10:28; 17:2; 1 Juan 1:2; 2:25; 5:11–13 y, probablemente, 20. Por otra parte, Jesús dice de sí mismo, no sólo que en sí tenía la vida, sino que Él es la Vida (Jn. 14:6), pues tiene la vida divina, eterna, no como en depósito, sino como en su propia fuente (v. 5:26—este es el sentido de «tener vida en sí mismo»).

(c) Como hace notar Rodríguez-Molero: «Las expresiones del cuarto evangelio que llaman a Jesús «Pan de vida», «Luz de vida», se completan con esta otra: Verbo de vida: El Verbo, que es la Vida». En efecto, ya he citado Juan 14:6 para mostrar que el Verbo ES la Vida. Por otra parte, el texto sagrado dice literalmente que Jesús es «el pan de la vida» (Jn. 6:35, 48) y «la luz de la vida» (Jn. 8:12), así como aquí dice literalmente «el Verbo de la vida». Esto último nos señala al Verbo como vida reveladora y vida revelada, manifestada en carne. Dice Rodríguez-Molero: «es el Verbo hecho carne como concreción viviente de la divina revelación».

(d) Permítaseme ahondar un poco más en este sagrado «triángulo» de apelativos. Si el Verbo de la vida nos indica la divina revelación de la vida, la luz de la vida (v. Jn. 1:4b) nos da a entender que la vida eterna comienza por una iluminación (comp. con Ef. 1:18) y pasa a ser un sustento: el pan de la vida. Precisamente en 1:5, Juan va a decir que Dios es Luz (comp. con Jn. 8:32), Santidad infinita en forma de pureza (trascendencia), y, en 4:8, 16, que Dios es Amor, Santidad infinita en forma de generosidad (inmanencia). Como luz, impone pavor (v. Is. 6:5); como amor, invita al banquete, se hace pan; ¿no es ése el sentido explícito de todo lo que dice Jesús en Juan 6:27–58? Dios, en Cristo, se hace «completamente comestible», según frase de P. Claudel (aunque él no la aplica a Dios), puesto que, al dársenos enteramente en su Hijo, nos ha dado todo lo que de sustento tiene la vida eterna, desde la salvación inicial gracias al sacrificio total en Cristo, hasta la consumación final gracias a la constante operación de su Espíritu. La comunión (gr. koinonía) con Dios y, en Dios, con los demás hijos de Dios (v. 5:1), de la que habla aquí Juan, mencionándola cuatro veces en los versículos 3–7, es comunión (koinonoí) de la naturaleza divina (2 P. 1:4). Así que apropiarse, por la fe, la vida divina, es comer espiritualmente a Dios (v. el comentario a Jn. 6:27–58, 63 —son espíritu y son VIDA—).

4. Y pasamos ya al versículo 2, que comienza, en el original, con un kai (y) que bien puede traducirse por un «pues» explicativo, al abrir un paréntesis en que el autor sagrado declara a qué vida se refiere, tras de haber dejado como suspendido en el aire de la emoción el vuelo de su pensamiento. Nos dice ahora que esa vida se manifestó (aoristo). Juan se cuenta entre los que, dice, «hemos visto (perfecto) y estamos testificando y os estamos anunciando (los dos verbos están en presente de indicativo) la vida, la (que es) eterna, la cual estaba junto al (gr. pros, la misma preposición de Jn. 1:1, 2) Padre, y se manifestó (el mismo verbo y en el mismo tiempo y persona que al comienzo del versículo) a nosotros» (lit.). Basta con echar una rápida mirada a Juan 1:1–4 para percatarse de que Juan está refiriéndose al Verbo de Dios, quien se manifestó en forma sensible al hacerse hombre y, en esa naturaleza humana, se dejó ver, oír y palpar de los apóstoles; en especial de Pedro, Santiago y Juan, que es quien escribe esto. La proclamación apostólica del mensaje del Evangelio supone que el heraldo es testigo de vista de lo que proclama y lo atestigua en la proclamación que hace. Nótese, por eso, la gradación de los verbos: «Hemos visto (el recuerdo está claro, vívido, en nuestra conciencia), damos testimonio y estamos anunciándoos. Estos dos verbos, dice Stott, «implican una autoridad, pero de diferente clase. Martureísthai indica la autoridad de la experiencia … Apanguéllein indica la autoridad de la comisión».

5. Tras del paréntesis explicativo del versículo 2, Juan reasume (v. 3) su pensamiento del versículo 1, y repite el pronombre relativo neutro hó y los dos primeros verbos (en perfecto también) del versículo 1, pero invierten el orden: «lo que hemos visto y hemos oído, (eso es lo que) os estamos anunciando también a vosotros» (lit.). Dice Stott: «La manifestación histórica de la Vida Eterna fue proclamada, no monopolizada. La revelación fue dada a los pocos para los muchos. Tenían que impartirla al mundo. La manifestación a nosotros (v. 2) viene a ser proclamación a vosotros (v. 3)». Lejos de guardarse celosamente para sí el grandioso mensaje que les había sido comunicado, está Juan sumamente afanoso por hacer participe de él a sus lectores. Tenía para ello, al menos, tres motivos: (A) Había sido comisionado por Jesús para ello (Mt. 28:19, 20); (B) Como es característico de Dios dar y darse (Jn. 3:16), también los que comparten la naturaleza divina (2 P. 1:4), han de ansiar dar y darse (v. por ej., 2 Co. 12:15); (C) La vida divina, la comunión con Dios, como todas las demás realidades espirituales, no menguan, sino que aumentan, con el número de los que las comparten.

6. En la triple repetición de verbos que vemos en los versículos 1–3, hay una doble variación: (A) de orden; (B) de selección; es decir, no todos los verbos se repiten en los tres versículos. Pero hay un verbo que se repite las tres veces: «hemos visto». Dice Rodríguez-Molero: «Una vez que se encarnó el Verbo y apareció entre los hombres, ya será siempre primero el sentido visual». Es interesante observar, a este respecto, que cuando el apóstol Pablo está declarando el núcleo del mensaje evangélico que él proclamaba en todas partes (1 Co. 15:1 y ss.), insiste de tal forma en esa condición de ser «testigo de vista» que repite cuatro veces en sendos versículos (5–8) el verbo griego óphthe: «fue visto … fue visto … fue visto … fue visto TAMBIÉN POR MÍ» (lit.). La visión del Resucitado llegó a ser la condición sine qua non para ser Apóstol (con mayúscula), incluso para Pablo que no perteneció al círculo cerrado de los Doce (v. Hch. 1:21, 22).

7. Pero, como dice muy bien Stott: «La proclamación no era un fin en sí misma; su objetivo, el inmediato y el último, es definido ahora». En efecto, después de la emocionada y repetida mención de lo que acaba de anunciar, el autor sagrado va a exponer el objetivo del mensaje que proclama (vv. 3b–4). Este objetivo es doble: (A) Uno inmediato, que puede conseguirse tan pronto como se reciba por fe el mensaje (v. 3b): «para que también vosotros tengáis comunión con (metá, en compañía de) nosotros …». (B) Otro, que es consecuencia eterna del primero: … para que vuestro (nuestro, según los MSS más importantes) gozo quede colmado» (lit.). Considerémoslos de cerca:

(A) Juan desea que la recepción del mensaje que proclama resulte en comunión de los lectores con él mismo y los demás que dan testimonio de primera mano de lo que era desde el principio, etc. Comenta aquí Rodríguez-Molero: «El apóstol les anuncia ese mensaje para que también vosotros … tengáis comunión con nosotros, para que los que no habéis visto, ni oído, ni tocado, tengáis también parte en el beneficio soberano que nos ha traído Jesucristo». Ésta es una comunión fraternal, «horizontal», en la que todos los hijos de Dios comparten la vida que Jesús nos ha traído.

(B) Por lo que lleva dicho en los versículos 1–3a, es obvio que la comunión que Juan está mencionando, no es meramente una comunión «horizontal» (con los proclamadores del mensaje), sino que, puesto que el mensaje es acerca de la vida eterna que estaba junto al Padre, esto es, el Verbo de vida manifestado en carne, la comunión ha de ser necesariamente (y primeramente, tanto lógica como cronológicamente) «vertical», esto es, con la «fuente» de esa vida divina que con los demás hermanos se comparte. Por eso, añade: «Y ciertamente nuestra comunión (como si dijese: la que ya tenemos) es con el Padre y con su Hijo Jesucristo». Es una frase, como dice Rodríguez-Molero, «pleonástica, que aclara el sentido o naturaleza de esa unión con los apóstoles». Las implicaciones doctrinales, y las aplicaciones prácticas, que surgen de esta triple dimensión de la comunión de vida divina: «vosotros … nosotros … con el Padre y con su Hijo Jesucristo» son, al menos, dos (y de suma importancia):

(a) El objetivo primario de la proclamación del Evangelio, según lo que Juan acaba de decir, «no es salvación, sino comunión. Con todo, propiamente entendido, éste es el significado de salvación en su sentido más amplio, incluida la reconciliación con Dios en Cristo (comunión … con el Padre y con su Hijo Jesucristo), santidad de vida (v. 6), e incorporación a la Iglesia (vosotros … con nosotros)» (Stott). Dice Rodríguez-Molero: «La comunión con Dios y la comunión con los cristianos son inseparables y correlativas». Este concepto lo aprendió Juan muy bien del Maestro (v. Jn. caps. 15 y 17) y lo expresa de varias maneras en esta epístola: El mandamiento de amar al hermano (2:7–11; 3:10–18, 23) se basa en la mutua inmanencia que el amor impone, de cada uno con respecto a Dios y, en consecuencia, de cada uno con respecto a su hermano (3:24; 4:7–13, 20, 21; 5:1–3).

(b) Esta comunión con los hermanos, centrada en Cristo como punto de reunión en que se vive la vida divina derivada del Padre como de su primera fuente, es lo que constituye la forma esencial, constitutiva, de la Iglesia. En otras palabras, no hay tal cosa como una «Iglesia invisible» a la que se pueda pertenecer en solitario, sin comunión visible (hasta sus últimas consecuencias (3:16–18) con personas visibles y tangibles. No cabe la piedad individualista, ni el acceso al Padre en solitario, ni la mística unión con Cristo al margen de los demás hermanos, ni el hilo directo con el Espíritu Santo sin extensión de la línea a los que comparten con nosotros la fe en el Hijo de Dios. Nuestra salvación tiene una dimensión esencialmente comunitaria. Dice Stott: «Esta comunión es lo que significa la vida eterna (Jn. 17:3). Como el Hijo, que es esa vida eterna, estaba (eternamente) con el Padre (v. 2), así es su propósito el que tengamos comunión con Ellos y cada uno con el otro (cf. Jn. 17:21, 22). “Comunión” es vocablo específicamente cristiano y denota la común participación en la gracia de Dios, en la salvación de Cristo y en la inhabitación del Espíritu que es el derecho de primogenitura espiritual de todos los creyentes cristianos. Es su común posesión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo lo que les hace ser uno».

(c) No se puede pasar por alto aquí la falsa consecuencia que la Iglesia de Roma deduce de estos versículos, como si el énfasis de Juan se cargase sobre las personas («nosotros») de los apóstoles que proclaman el mensaje, en lugar de cargarse en la comunión que la coparticipación en la vida divina lleva a cabo en todos los creyentes: los que proclaman y los que escuchan y reciben. Citando de Beda, llamado el Venerable, monje benedictino inglés (672–735), tanto Salguero como Rodríguez-Molero dicen: «para poseer la comunión con las divinas Personas, hay que conservar la unión con los apóstoles y sus sucesores» (Rodríguez-Molero); «es decir, con la jerarquía y con toda la Iglesia», apostilla Salguero. No cabe mayor sofisma, ya que: Primero, los apóstoles (como testigos de primera mano) no pudieron tener sucesores; segundo, en su calidad de proclamadores del mensaje, lo que cuenta es el mensaje comunicado, no la persona que lo comunica; en otras palabras, la llamada «sucesión apostólica» no es una sucesión de personas, sino una sucesión del mensaje apostólico comunicado. Ése es el fundamento apostólico que Pablo menciona en Efesios 2:20, 21 (v. también Ap. 21:14). Esto es tan obvio, que hasta el profesor católico H. Kung, en su libro La Iglesia, lo admite.

(C) Del objetivo inmediato del mensaje de vida eterna (comunión), pasa el autor sagrado a consignar el objetivo de más largo alcance, y tiene interés en especificar que lo consigna por escrito. Dice a la letra el versículo 4, según el texto crítico mejor acreditado: «Y estas cosas (lo que precede y lo que sigue) os estamos escribiendo (ya que el verbo está en presente de indicativo) nosotros (enfáticamente explícito—), a fin de que nuestro gozo quede colmado (o completado; gr. héi pepleroméne—forma perifrástica del pretérito perfecto de subjuntivo medio-pasivo). Tres consideraciones principales se ofrecen, acerca de este versículo 4, al que esto escribe:

(a) Lo de «nosotros escribimos» se refiere al mismo autor sagrado en representación de los demás testigos de vista de «lo que era en el principio, etc.». Es muy probable que todos ellos hubiesen muerto ya cuando Juan escribe esto, pero no quiere disociarse del común testimonio apostólico.

(b) «Nuestro gozo» (según los mejores MSS) no significa aquí «el mío y el de los demás apóstoles», sino que, como dice Rodríguez-Molero, «san Juan quiere comunicar a sus lectores la alegría de la comunión divina, y esa alegría redunda primariamente en gozo personal suyo (cf. 2 Jn. 4; 3 Jn. 4; 1 Ts. 2:19; Fil. 2:2; 4:1; 2 Co. 2:3). Pero la alegría del evangelista incluye la alegría de los lectores. Lo contrario sería egoísmo. Es un gozo mutuo, que incluye el alborozo apostólico producido por los felices resultados de la predicación hablada o escrita, y el que sienten los que oyen su doctrina de amor y salvación».

(c) Más aún, el autor sagrado da a entender que si los lectores no compartiesen los mismos bienes que trajo al mundo la manifestación de Dios en carne, su gozo personal no sería completo.

Henry, M., & Lacueva, F. (1999). Comentario Bı́blico de Matthew Henry (pp. 1874-1877). Editorial CLIE.