La imposición de las manos | David Mathis

¿Qué enseña la Biblia acerca de “la imposición de manos”, y cómo debería funcionar este antiguo ritual, o no, en la iglesia de hoy?

Al igual que la unción con aceite, mucha confusión a menudo rodea estos signos externos que el Nuevo Testamento tiene muy poco (pero algo) que decir.

Al igual que el ayuno, la imposición de manos y la unción con aceite van de la mano con la oración. Debido a la forma en que Dios creó el mundo y conectó nuestros propios corazones, en ciertas ocasiones especiales buscamos algo tangible, físico, y visible para complementar o servir como señal de lo que está sucediendo de manera invisible, y de lo que estamos capturando con palabras invisibles.

Antes de volvernos a lo que el Nuevo Testamento enseña acerca de la imposición de manos hoy, primero debemos orientarnos al observar cómo surgió, funcionó, y se desarrolló esta práctica en la historia del pueblo de Dios.

Fundamentos del primer pacto
A lo largo de la Biblia encontramos significados tanto positivos como negativos de “la imposición de manos”, así como maneras “generales” (de todos los días) o “especiales” (ceremoniales).

En el Antiguo Testamento, el uso general es usualmente negativo: “poner las manos” sobre alguien es infligir daño (Gn. 22:12; 37:22; Ex. 7:4; Neh. 13:21; Est. 2:21; 3:6; 6:2; 8:7), o en Levítico 24:14, donde se usa para poner visiblemente la maldición de Dios sobre la persona que la llevará. También encontramos un uso especial, especialmente en Levítico (1:4, 3:2, 8, 13, 4:4, 15, 24, 29, 33, 16:21; y también en Ex. 29:10, 15, 19; Nm. 8:12), donde los sacerdotes debidamente designados “ponen las manos” en un sacrificio para colocar ceremonialmente sobre el animal la maldición justa de Dios, en lugar de sobre las personas pecadoras. Por ejemplo, en el día de la expiación, el día culminante del año judío, el sumo sacerdote

“pondrá ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío y confesará sobre él todas las iniquidades de los Israelitas y todas sus transgresiones, todos sus pecados, y poniéndolos sobre la cabeza del macho cabrío, lo enviará al desierto por medio de un hombre preparado para esto”, Levítico 16:21.

Esta imposición de manos especial (o ceremonial) es a lo que Hebreos 6:1 se refiere cuando menciona seis enseñanzas, entre otras, en el primer pacto (“la doctrina elemental de Cristo”) que preparó al pueblo de Dios para el nuevo pacto: “Arrepentimiento de obras muertas y de la fe en Dios, de la enseñanza sobre lavamientos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno” (He. 6:1-2).

Mientras que la mayoría de las menciones del Antiguo Testamento involucran sacerdotes y ceremonias del primer pacto (como pasar la maldición al sustituto), dos textos en particular (ambos en Números) anticipan cómo la “imposición de manos” llegaría a ser usada en la era de la Iglesia (usada para pasar una bendición a un líder formalmente reconocido). En Números 8:10, el pueblo de Dios impuso sus manos sobre los sacerdotes para encargarlos oficialmente como sus representantes ante Dios, y en Números 27:18 Dios instruye a Moisés que ponga sus manos sobre Josué para encargarlo formalmente como el nuevo líder de la nación.

Las manos de Jesús y sus apóstoles
Cuando llegamos a los Evangelios y Hechos, encontramos un cambio notable en el uso típico de “la imposición de manos”. Una pequeña muestra todavía transmite el sentido general/negativo (el de dañar o aprovecharse, relacionado con los escribas y sacerdotes que buscan arrestar a Jesús, Lc. 20:19; 21:12; 22:53), pero ahora con el Hijo de Dios mismo entre nosotros, encontramos un nuevo uso positivo de la frase, ya que Jesús pone sus manos sobre las personas para bendecir y sanar.

La práctica más común de Jesús para sanar es el tacto, que a menudo se describe como “imponer las manos sobre” el que iba a ser sanado (Mt. 9:18; Mr. 5:23; 6:5; 7:32; 8:22-25; Lc. 13:13). Jesús también “pone sus manos” sobre los niños pequeños que vienen a Él, para bendecirlos (Mt. 19: 13-15; Mr. 10:16).

En Hechos, una vez que Jesús ha ascendido al cielo, sus apóstoles (en efecto) se convierten en sus manos. Ahora ellos, como su Señor, sanan con el tacto. Ananías “pone sus manos” sobre Pablo, tres días después del encuentro en el camino de Damasco, para restaurar su vista (Hch. 9:12, 17). Y las manos de Pablo, a su vez, se convierten en canales de extraordinarios milagros (Hch. 14:3; 19:11), incluyendo la imposición de sus manos sobre un hombre enfermo en Malta para sanarlo (Hch. 28:8).

Algo nuevo en los Evangelios es la sanación de Jesús a través de “la imposición de manos”, pero lo nuevo en Hechos es el dar y recibir el Espíritu Santo por medio de “la imposición de manos”. A medida que el evangelio avanza desde Jerusalén y Judea hasta Samaria, y más allá, hasta los confines de la tierra (Hch. 1:8), Dios se complace en usar la “imposición de manos” de los apóstoles como un medio y marcador visible de la venida del Espíritu a nuevas personas y lugares, primero en Samaria (Hch. 8:17), y luego más allá, en Éfeso (19:6).

En la iglesia hoy
Finalmente, en las epístolas del Nuevo Testamento, cuando empezamos a ver lo que es normativo en la iglesia hoy, encontramos dos usos que continúan de los Hechos, y que hacen eco a las dos menciones anteriores en Números (8:10 y 27:18), y establecen el curso para las referencias de Pablo en 1 y 2 de Timoteo.

En Hechos 6:6, cuando la iglesia elige a siete hombres para servir como asistentes oficiales de los apóstoles, “A éstos los presentaron ante los apóstoles, y después de orar, pusieron sus manos sobre ellos”. Aquí nuevamente, como en Números, encontramos una especie de ceremonia de comisión. El signo visible de la imposición de manos marca públicamente el inicio formal de un nuevo ministerio para estos siete, reconociéndolos ante la gente y pidiendo la bendición de Dios en sus labores.

Así también, cuando la iglesia responde a la dirección del Espíritu, “Aparten a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado” (Hch. 13:2), luego, “después de ayunar, orar y haber impuesto las manos sobre ellos, los enviaron” (Hch. 13:3). Al igual que en Hechos 6:6, esta es una comisión formal realizada en público, con la petición colectiva de la bendición de Dios sobre ella.

Comisión al ministerio
En 1 Timoteo 4:14, Pablo encarga a Timoteo, su delegado oficial en Éfeso, de esta manera:

“No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio”.

Para nuestros propósitos aquí, el punto no es precisamente qué don recibió Timoteo (aunque tanto el versículo anterior como el siguiente mencionan la enseñanza), sino cómo los ancianos lo comisionaron formalmente en su papel. Timoteo fue enviado para esta tarea específica con el reconocimiento público de los líderes reconocidos, no solo por sus palabras, sino a través de la imposición visible, tangible, y memorable de sus manos. Esta ceremonia pública puede ser a lo que Pablo se refiere en 2 Timoteo 1:6 cuando menciona un don de Dios en Timoteo “a través de la imposición de mis manos”.

Cuando los ancianos ponen sus manos sobre un candidato para el ministerio, ambos lo encomiendan a un rol particular del servicio, y lo recomiendan a aquellos entre quienes servirá.

El último texto clave, y quizá el más instructivo, también se encuentra en 1 Timoteo. Nuevamente Pablo escribe:

“No impongas las manos sobre nadie con ligereza, compartiendo así la responsabilidad por los pecados de otros; guárdate libre de pecado”, 1 Timoteo 5:22.

Ahora el tema no es la propia comisión de Timoteo, sino su parte en la comisión de otros. El encargo por parte de Pablo viene en una sección sobre los ancianos, donde habla de honrar a los buenos y disciplinar a los malos (1 Ti. 5:17-25). Cuando líderes como Pablo, Timoteo, y otros en la iglesia formalmente ponen sus manos sobre alguien para un nuevo llamado particular al ministerio, ponen su sello de aprobación sobre el candidato y comparten, en cierto sentido, la productividad y fallas por venir.

Imponer las manos, entonces, es lo opuesto a lavarse las manos como lo hizo Pilato. Cuando los ancianos ponen sus manos sobre un candidato para el ministerio, ambos lo encomiendan a un rol particular del servicio, y lo recomiendan a aquellos entre quienes servirá.

Dios da la gracia
Con la imposición de manos y la unción con aceite, los ancianos se presentan ante Dios, en circunstancias especiales, con un espíritu de oración y peticiones particulares. Pero mientras que la unción con aceite pide sanidad, la imposición de manos pide bendición para el ministerio futuro. La unción con aceite en Santiago 5:14 de manera privada encomienda los enfermos a Dios para sanidad; la imposición de manos en 1 Timoteo 5:22 recomienda públicamente al candidato a la iglesia para un ministerio oficial. La unción aparta a los enfermos y expresa la necesidad del cuidado especial de Dios. La imposición de manos separa a un líder calificado para un ministerio específico, y señala su aptitud para bendecir a otros.

La imposición de manos separa a un líder calificado para un ministerio específico, y señala su aptitud para bendecir a otros.

La imposición de manos, entonces, como la unción o el ayuno u otros rituales externos para la iglesia, no es mágica, y como algunos lo han afirmado, no concede gracia automáticamente. Más bien, es un “medio de gracia”, y acompaña las palabras de elogio y la oración corporativa, para aquellos que creen. Al igual que el bautismo, la imposición de manos es una especie de signo y ceremonia inaugural, un rito de iniciación, una forma de hacer visible, pública, y memorable una realidad invisible, tanto para el candidato como para la congregación, y luego a través del candidato y la congregación para el mundo.

Sirve como un medio de gracia para el candidato al afirmar el llamado de Dios a través de la iglesia, proporcionando un momento tangible y físico para recordar cuando el ministerio se torne difícil. También es un medio de la gracia de Dios para los líderes que comisionan, quienes extienden y expanden su corazón y su trabajo a través de un candidato fiel. Y es un medio de la gracia de Dios para la congregación, y más allá, para aclarar quiénes son los líderes oficiales a quienes procurarán someterse (He. 13:7, 17).

Y en todo, quien da y bendice es Dios. Él extiende y expande el ministerio de los líderes. Él llama, sostiene, y hace fructífero el ministerio del candidato. Y Él enriquece, madura, y cataliza a la congregación hacia el amor y las buenas obras, para ministrarse unos a otros, y aun más al ser servidos por la enseñanza, la sabiduría, y el liderazgo fiel del recién nombrado anciano, diácono, o misionero.

Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Diana Rodríguez.
Imagen: Lightstock.
David Mathis (@davidcmathis)es anciano en Bethlehem Baptist Church en Twin Cities, y es editor ejecutivo en Desiring God. Él escribe regularmente en http://www.desiringGod.org.

Fieles en las cosas pequeñas donde somos llamados

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: Fidelidad en las cosas pequeñas

Fieles en las cosas pequeñas donde somos llamados

Por David Mathis

Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Fidelidad en las cosas pequeñas.

Henry tenía un padre negligente que se distraía a sí mismo con la caza y la pesca. En su pereza e irresponsabilidad, envió al joven Henry a un internado y dejó que el director se hiciera cargo de él; llegó hasta el punto de firmar sus cartas como «Tío» en lugar de «Papá». Sin embargo, para Henry Francis Lyte (1793-1847), quien llegaría a convertirse en un buen pastor y un poeta célebre, el evangelio de Cristo redimió su entendimiento de lo que significa tener un Padre, trabajar ante Su cálida sonrisa, llamarle «Abba» y anhelar verle cara a cara.

Tal gozo estabilizante inspiró a Lyte a escribir: «Cristo, mi cruz he tomado», un poema que fue tan conmovedor y centrado en Dios que se le puso música para cantarlo en la congregación. Y a pesar de las dificultades de sus inicios, cuando Lyte estuvo a punto de morir, sus últimas palabras fueron: «¡Paz! ¡Gozo!».

Gozo en cada llamado

En una de las líneas más memorables del himno, Lyte llama a los cristianos a «[hallar] gozo en cada estación»:

Alma mía, eres salva,
deja el miedo y el pecar.
Halla gozo en cada estación
aunque haya más que soportar.
¿O qué Espíritu en ti habita
y qué Padre has de gozar?
Si Jesús vino a salvarte,
¿qué más puedes desear?

En otras palabras, Dios es lo suficientemente grande como para ayudarnos hasta en nuestras tareas más insignificantes. Él es lo suficientemente santo como para santificar nuestros momentos más banales. Él es lo suficientemente grandioso como para darle importancia a las cosas pequeñas de nuestras vidas. Y en ellas, darnos un gozo precioso y peculiar. En Cristo, por medio de Su Espíritu, hay «gozo en cada estación», no solo en los destellos brillantes y públicos de nuestras diferentes vocaciones, sino en los momentos más pequeños, más banales y aparentemente insignificantes de nuestras vidas.

¿En cuáles «cosas pequeñas» de tus estaciones aún no has descubierto el gozo que las acompaña?

Las cosas pequeñas importan. Y nuestros fracasos en ellas muestran cómo subestimamos la grandeza de nuestro Dios. Independientemente de qué tan pequeño sea el asunto, el Dios del Salmo 139 ve, sabe y se preocupa. «¿Adónde me iré de Tu Espíritu, o adónde huiré de Tu presencia?» (Sal 139:7).

Los pequeños hábitos

J. C. Ryle (1816-1900), el obispo anglicano evangélico, publicó una serie de sermones para niños titulada Stories for Boys and Girls [Historias para niños y niñas], en la cual escribe: «Oh, queridos hijos míos, ¿quién puede medir el poder que tienen los pequeños? ¡El poder de los pequeños es maravilloso! Nadie sabe lo que se puede lograr con un poco, y otro poco, y otro poco». Ryle continúa: «Oh, ¡la importancia de los pequeños hábitos! Hábitos de lectura, hábitos de oración, hábitos de alimentación, pequeños hábitos a lo largo del día… todas estas cosas son pequeñas. Pero conforman el carácter, y son de suma importancia».

Cada llamado particular en la vida, en cada etapa específica, nos presenta oportunidades únicas para ser fieles en las cosas pequeñas, con sus respectivos gozos. ¿Has considerado tus llamados y las distintas oportunidades que te ofrecen? Ya sea en el trabajo, en casa o en la Iglesia, ya sea como padre o madre, ya sea como esposo o esposa, ya sea como amigo o vecino, Dios quiere que conozcamos el placer de agradarle; no solo en los momentos grandes y públicos que tendemos a enfatizar, sino también (y especialmente) en los hábitos secretos y aparentemente insignificantes que «conforman el carácter» y «son de suma importancia».

¿En cuáles «cosas pequeñas» de tus estaciones aún no has descubierto el gozo que las acompaña?

En el trabajo

Crecí siendo hijo de un dentista, y solía escuchar a los pacientes de mi padre elogiándolo efusivamente por su trabajo. Más de uno lo llamaba «el doctor indoloro». Otros comentaban alegremente sobre lo agradable que eran las consultas, a diferencia de las experiencias miserables que habían tenido en otros consultorios. En múltiples ocasiones, escuché a los pacientes de mi padre decir cómo podían ver por sí mismos la calidad de los empastes (cosas pequeñas) al mirarse en el espejo comparándolos con empastes hechos por otros dentistas, quienes simplemente «llenaban el hueco».

Muchos de nosotros dedicamos la mitad de nuestras vidas al trabajo, e incluso las ocupaciones públicas más glamurosas están llenas de cosas pequeñas. Así que no debería sorprendernos que, al hablar específicamente acerca de nuestro trabajo, el apóstol Pablo enfatice los aspectos que solemos pasar por alto. «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres» (Col 3:23); «Servid de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres» (Ef 6:7). En dos ocasiones enfatiza la «sinceridad de corazón» y habla de servir «no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres» (Ef 6:5-6Col 3:22).

Las cosas pequeñas acaban sumando mucho a lo largo del tiempo, como la manera en que tratamos la propiedad y los recursos de nuestro empleador, si trabajamos con diligencia cuando no nos están viendo, si animamos constantemente a nuestros empleados y compañeros de trabajo y si estamos dispuestos a sacrificar nuestra productividad con tal de escuchar. ¿Dedicaremos unos minutos extra a limpiar un espacio común? ¿Honraremos el tiempo de los demás llegando a tiempo (o incluso más temprano) o no convocando reuniones innecesarias o dejando que se prolonguen más allá del punto en que los rendimientos disminuyen?

Tal fidelidad en las cosas pequeñas suele comenzar cuando somos estudiantes. La vida universitaria está llena de momentos pequeños y aparentemente insignificantes en los cuales nos entrenamos para una carrera de trabajo diligente y energético, o nos acostumbramos a ceder a la pereza y a preferir el camino fácil. En la universidad, los cristianos pueden honrar a Dios practicando la honestidad académica y estudiando, tal como Pablo exhortó a Timoteo: «… como obrero que no tiene de qué avergonzarse» (2 Tim 2:15).

En Efesios 6 y Colosenses 3, Pablo no solo nos insta a ser industriosos en nuestras labores sino que promete una recompensa. Él quiere que recordemos la bendición y que la anhelemos (Hch 20:35). Nos dice que debemos trabajar duro «sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia» (Col 3:24) y «sabiendo que cualquier cosa buena que cada uno haga, esto recibirá del Señor» (Ef 6:8).

En el hogar

De manera particular, el hogar nos recalca la importancia de lo que no se ve y de lo que no tiene glamur. Para la mayoría de nosotros, el hogar es, por naturaleza, más privado que el lugar de trabajo. Así que es probablemente en nuestras vidas domésticas donde más vemos secuencias de muchas cosas pequeñas.

Para aquellos que trabajan fuera del hogar, estar en él puede ser una sorprendente tentación a la pereza. Si salimos «a trabajar», podríamos asumir que vamos a casa solo para descansar. No hay duda de que el descanso, tanto en las noches como en el día de reposo, suele suceder en casa, pero el hogar no es solamente para descansar. Y eso es especialmente cierto cuando hay niños a tu alrededor.

Aquí los momentos que no se ven son los que más importan. Para los esposos y las esposas, podría tratarse de esas pequeñas consideraciones cuando la otra persona no está cerca. ¿Qué tan dispuestos estamos a hacer las tareas domésticas para evitar que se le acumulen a nuestro cónyuge? ¿Qué tan rápido nos remangamos la camisa para lavar los platos o nos metemos al baño para darle una limpieza que sea verdaderamente cristiana? Cuando estoy cansado, ¿me muestro dispuesto a agotarme para resolver un desastre del cual mi esposa ni se daría cuenta a menos que yo lo deje ahí? ¿Y qué tan dispuesto estoy a invertir la energía extra que se necesita luego de un largo día para pensar y comunicar palabras de afirmación en vez de solo expresar frustraciones?

Las cosas pequeñas de la vida en el hogar también incluyen a nuestros vecinos: saludarlos, detenernos para escuchar, cuidar de sus casas, ofrecerles una mano y ayudarles con un gozo contagioso.

En la Iglesia

Considera cómo todas las cualidades de los ancianos en la Iglesia son cosas pequeñas. Tal como ha observado Don Carson, es significativo ver lo insignificantes que son, en un sentido, los requisitos para servir en la Iglesia (1 Tim 3:1-13Tit 1:5-9). Son cosas pequeñas que se van sumando. Lo que necesitamos de nuestros pastores, y de toda la Iglesia, no es un intelecto de clase mundial, sino el tipo de fidelidad en las cosas pequeñas que es fundamental para la madurez cristiana y que sirve de ejemplo para el rebaño (1 Tim 4:121 Pe 5:3).

En la vida de Iglesia, las cosas pequeñas son muy útiles (como llegar unos minutos antes al servicio de adoración y quedarse unos minutos más al final para saludar y relacionarse con los demás). Cuando llegas tarde y sales desde que hacen la oración final, no permites que ocurran algunas de las interacciones humanas más importantes de toda la semana, tanto para ti como para otros. Y cada Iglesia local necesita voluntarios para llevar a cabo varios ministerios. Estos voluntarios tienen que presentarse tal y como lo prometieron y cumplir con responsabilidades que no suelen ser celebradas, ya sea cuidando o enseñando a niños, sirviendo como ujier, dando la bienvenida en la puerta o ayudando con el estacionamiento; aparte de orar regularmente por la Iglesia y por sus líderes, y de buscar formas de cuidar tangiblemente a familias que estén pasando por temporadas difíciles.

Entra en el gozo

Mi padre, el dentista indoloro, casi cumple setenta años y pronto llegará al final de su vida laboral. Uno puede ver el fruto de décadas de fidelidad en las cosas pequeñas al ver a tantos levantándose y llamándolo bienaventurado. Como un hijo que ama profundamente a su padre, oro que pasen muchos años más antes de que concluyan sus días en el hogar y en la Iglesia. Pero cuando lleguen a su fin, tanto para él como para el resto de nosotros, cuán increíblemente dulce será escuchar el elogio de nuestro Señor por ser fieles en las cosas pequeñas: «Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mt 25:21).

Hasta ahora, han sido muchas las veces que hemos pasado por alto el gozo escondido en las cosas pequeñas de cada estación. Vamos a encontrarlo mientras podamos. Muy pronto llegará el gozo de la estación final, uno que nunca dejará de madurar, de profundizar ni de expandirse.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
David Mathis
David Mathis

David Mathis es editor ejecutivo de desiringGod.org, pastor de Cities Church en Minneapolis/Saint Paul, Minn., y autor de Habits of Grace: Enjoying Jesus through the Spiritual Disciplines [Hábitos de gracia: Disfrutando a Jesús a través de las disciplinas espirituales].