La misión de la iglesia es misión en santidad
La misión de la iglesia es misión en santidad

(Efesios 1:1–14; 4:17–5:5; 5:6–6:20; 3:14–21)
Es difícil hablar de la santidad de la iglesia. En la ecclesiología hemos tenido que crear algunas distinciones cuidadosas—tales como: visible vs. invisible; forma vs. esencia; ideal vs. real; institución vs. comunidad y perfecta vs. imperfecta— con el propósito de entender el dolor que tenemos por la falta de santidad en la Iglesia. El agua de la santidad fluye fuerte y profundamente en Efesios. También hemos visto que aquí los «santos» son una imagen dominante. Pablo llama a los efesios a una vida santa (5:1–21), llamados a ser luz en las tinieblas (5:8–14), a combatir el mal y los poderes del aire como soldados listos para la guerra (6:10–18). Todo esto afirma la confesión del Credo de los Apóstoles concerniente a la santidad de la Iglesia: «Creo en la santa iglesia universal».
Recibimos por fe la santidad de la Iglesia (Efesios 1:1–4). Es un don de Dios, afirmado por Él mismo como su propósito para nosotros. Pablo empieza su epístola con un himno antiguo en donde se exaltan diez bendiciones que describen la misión de Dios a través de las edades. Este pensamiento se expresa en forma de una letanía de alabanza a las obras de las tres Personas de la Trinidad. ¿Qué ha hecho Dios por nosotros? Nosotros somos:
Por el Padre: 1. escogidos, 2. hechos santos, 3. predestinados, 4. adoptados
CORO: para la alabanza de su gloria
Por el Hijo: 5. redimidos, 6. perdonados, 7. hechos conocedores del misterio, 8. unidos en Cristo, 9. herederos con él.
CORO: para la alabanza de su gloria
Por el Espíritu: 10. sellados
CORO: para la alabanza de su gloria
Con el lenguaje poético de este himno se explica nuestra naturaleza como pueblo santo de Dios. Recibimos esta afirmación por fe porque no podemos verla. Cuando miramos nuestras vidas como individuos no vemos mucha santidad. Con la boca confesamos que somos santos (como en Efesios 1:1); pero con la mente sabemos, y con el corazón sentimos, que somos pecadores andando como los gentiles en la vanidad de nuestras mentes, Efesios 4:17.
Así proseguimos, luchando individual y colectivamente por alcanzar la santidad que se expresa en la idea de ser el Cuerpo de Cristo (Efesios 4:17–5:14). Pablo, el apóstol de los gentiles, condena una serie de prácticas realizadas por ellos y hace brillar la luz resplandeciente de la Palabra sobre ciertos aspectos culturales de sus seguidores señalando las prácticas equivocadas que deben modificarse en la vida de aquellos que han llegado a ser un «nuevo hombre» (4:24). Estas vidas transformadas crean orgánicamente una nueva cultura transformada. Pablo enfatiza unas prácticas y unas actitudes muy personales como son: la sensualidad, la lascivia y la inmoralidad (4:19, 22; 5:3); la avaricia (4:19, 28 5:3), el hurto (4:28); la falta de diligencia en el trabajo (4:28); el lenguaje profano (4:29; 5:4) la amargura y la cólera (4:26–27, 31); la mentira (4:25) y la codicia (5:5). El apóstol llama a los miembros de la congregación a ser «hijos de luz», cada uno dando su iluminación por medio de los «frutos de bondad, justicia y verdad» con tal de que su luz haga desvanecer las tinieblas en las vidas de otros y pueda a su vez llamarlos a «despertar» y «levantarse de los muertos» para que «Cristo brille» en ellos (Efesios 5:8–14).
En el contexto de este pasaje, Pablo sólo habla de la conducta individual. Él quiere que sepamos que la iglesia como organismo se ve afectada por la manera en que los miembros hablan, cómo llevan a cabo sus trabajos, cómo usan o abusan de sus cuerpos, cómo piensan y se autoevalúan, y cómo se relacionan con los que sufren necesidad. Así que la santidad de la Iglesia queda directamente afectada por la vida de cada «nueva criatura». Cada miembro demuestra ser parte del Cuerpo de Cristo en su forma de vivir en el mundo. La manera de pagar nuestros impuestos, de administrar nuestra familia y nuestras finanzas, de votar políticamente, y de hablar en público o en privado tiene una conexión íntima con la santidad de la Iglesia.
Por el hecho de ser miembros del cuerpo, cuando confesamos nuestra creencia en la santidad de la Iglesia, confesamos nuestro compromiso con nuestra propia santidad. Esto incluye el llamado a la transformación de la cultura, la economía, la política, la educación y aún el estilo de vida de los creyentes.58 Pablo desea que reconozcamos que nuestra santidad se vive dentro de las situaciones de la vida personal individual como una expresión de la santidad de la Iglesia. (Efesios 5:6–6:20).
La Iglesia como una comunidad de «los hijos de luz» (5:8) ilumina las partes más oscuras del mundo a través de la santidad de sus miembros, tanto individual como colectivo. Matero dice que los discípulos de Jesús son «la luz del mundo» (Mateo 5:14). También, Pablo dice que la santidad de la Iglesia se relaciona con la santidad en la adoración (Efesios 5:19–20), la santidad en la organización y sumisión de la iglesia local (5:21),59 la santidad en relaciones matrimoniales (5:22–33), la santidad en ser padres de familia (6:1–4) y la santidad en el trabajo (6:5–9).
La santidad de la Iglesia en la sociedad es nuestro punto de batalla, «no contra sangre y carne sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes (6:12). En medio de tan gran maldad individual y colectiva, la Iglesia nunca debe pensar que la fuerza política y económica puede reemplazar la fuerza de la santidad de la Iglesia en Cristo Jesús. La Iglesia organizada así como individualmente debe mantenerse firme en la verdad. Es decir, debe estar rodeada de la verdad como con un cinturón alrededor de su cuerpo; poniéndose el evangelio como si fuera calzado; y manteniendo la fe como un escudo de defensa contra la opresión y el pesimismo. La Iglesia debe proclamar la salvación con certeza, pregonar la Palabra de Dios como un golpe de ofensiva contra el mal, y orar fervientemente como una contraseña que presenta las necesidades del mundo a Dios (Efesios 6:10–20). Una vez que la Iglesia se haya vestido con la armadura que Pablo describe, estará lista para comenzar a cambiar al mundo a través del ejercicio de la verdadera santidad misionera.
La verdadera santidad crece en amor (Efesios 3:17b–19). En Efesios 3:14–21 Pablo describe con detalle la santidad como un «poder en el hombre interior por su Espíritu» (3:16), como «Cristo habita por la fe en vuestros corazones» (3:17) siendo «llenos de toda la plenitud de Dios» (3:19). ¿Qué es lo que está al centro de la santa presencia de Dios en la Iglesia? ¡Amor! «En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros», dijo Jesús (Juan 13:35 ver Juan 15:10–12). No hay otra actividad que identifique completamente al cristiano y a la Iglesia con su Señor, que el amor. ¿Cuál es la esencia de toda la ley y los profetas? El amor a Dios y el amor al prójimo (Deut 6:5; Lev. 19:18; Mat. 19:19; 22:39; Mr. 12:31; Rom. 13:9; Gal. 5:14; Stg. 2:8). Pablo también desafía a la iglesia de Efeso en ser «arraigados y cimentados en amor» para que ellos puedan «comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura y de conocer el amor de Cristo» (3:17–19). El amor es el poder de la Iglesia en el mundo. Como historiador de la iglesia, Kenneth Scott Latourette demostró que el amor era el poder transformador más radical que desató una fuerza incalculable a través de los discípulos de Jesús y que finalmente conquistó al Imperio Romano.60 «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). Y es aquí donde se halla la santidad de la Iglesia. «Esto os mando», dijo Jesús. «que os améis unos a otros» (Juan 15:17). Con esto vemos la profundidad de la afirmación del Credo, «Creo en la santa iglesia universal (católica), la comunión de los santos».
58 Véase por ejemplo, Ronald J. Sider, Rich Christians in an Age of Hunger (Downers Grove, Ill.: Inter-Varsity, 1977); idem, ed., Cry Justice! The Bible on Hunger and Poverty (New York: Paulist, 1980).
59 A Greek-English Lexicon of the New Testament traduce hypotassomenoi aquí como «entregándose voluntariamente en amor».
60 Vease Kenneth S. Latourette, A History of the Expansion of Christianity, 7 vols., vol. 1, The First Five Centuries (New York: Harper, 1937–45; repr. Ed., Grand Rapids: Zondervan, 1970), 163–69; idem, A History of Christianity (New York: Harper and Row, 1953), 105–8.
Van Engen, C. (2004). El pueblo misionero de Dios (pp. 58–61). Grand Rapids, Michigan: Libros Desafío.