Cuando Dios no remueve el aguijón

Cuando Dios no remueve el aguijón
Gerson Morey

Uno de los relatos más conmovedores y honestos dentro de los escritos del apóstol Pablo se encuentra en la segunda carta a los Corintios. En ella, Pablo ha venido describiendo una experiencia que había tenido catorce años antes de escribir esta epístola, cuando dice él que “fue arrebatado hasta el tercer cielo” (2 Co. 12:2). En ese lugar, continúa el apóstol, “oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12:4). Sin duda la experiencia de este gran hombre de Dios fue extraordinaria, única y gloriosa.

No obstante, Pablo reconoce que en vista del riesgo de auto exaltarse y vanagloriarse por esa experiencia, “me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee” (2 Co. 12:7). El sentimiento de angustia se profundiza cuando después de orar, se le da a entender que el aguijón no será removido: “respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9). Con seguridad la respuesta divina dejó perplejo al apóstol, al menos inicialmente.

A través de los años, los teólogos no se han puesto de acuerdo en cuanto a la naturaleza del aguijón de Pablo. Algunos han especulado con una enfermedad, y otros con una debilidad personal, etc. Más allá de esto sabemos que era una situación o condición que lo doblegaba y afligía al extremo.

No obstante, los creyentes nos podemos identificar con la experiencia de Pablo. En cierto sentido, todos en algún momento hemos experimentado (o seguimos experimentando) nuestro “aguijón”. Eso que nos doblega, nos aflige, y nos humilla. Eso que nos punza e incomoda. Persecución, debilidad, enfermedad, escasez, temores, traumas o dolores. Sea lo que sea, nos aflige y estremece. Y lo que más nos frustra es que le pedimos a Dios, y el “aguijón” no es removido. Como le pasó a Pablo.

“Bástate mi gracia” le respondió el Señor a Pablo, y nos responde a nosotros también. “Mi gracia es suficiente. Mi gracia te basta”. Porque cuando Dios trae algo a nuestra vidas, sigue siendo un acto de su bendita y soberana gracia. Por gracia lo permite. Por gracia lo envía. Por gracia nos sostiene en medio de esas circunstancias difíciles. Por gracia obra y usa ese aguijón para nuestro bien. Por gracia está formando la imagen de su Hijo (Romanos 8:29). Su gracia es suficiente.

De eso se trata el evangelio: el anuncio de las buenas nuevas de salvación por gracia. En realidad toda la experiencia de la salvación es un don de la gracia de Dios, desde nuestra conversión inicial hasta la glorificación final, incluyendo nuestra santificación.

Esa es la razón por la que Dios no remueve el aguijón: Porque en medio y por medio de este, Él esta formando el carácter de su Hijo en nosotros.

Pablo le dijo a los Tesalonicenses que “la voluntad de Dios es vuestra santificación”( 1 Ts. 4:3). El Señor desea y está comprometido en hacernos crecer en santidad. A los filipenses se les dijo que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Hacernos y transformarnos a Su imagen es la gran obra que el Señor empezó, hace y terminará hasta el final.

Cuando Dios no remueve el aguijón es porque Él está obrando. Cuando la adversidad, la aflicción y el dolor perduran, debemos confiar que él no es ajeno a nuestra circunstancias. Dios es soberano y rey sobre nuestras dificultades, establece sus límites y los usa para nuestro provecho. Podemos descansar en que Su perfecta y bendita voluntad se está cumpliendo y que eso es lo mejor para nosotros.

La gracia es mayor que el aguijón. Su gracia es suficiente.

​Gerson Morey es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Actualmente sirve como pastor en la Iglesia Día de Adoración en la ciudad de Davie, al Sur de la Florida. Es autor del blog: El Teclado de Gerson. Está casado con Aidee y tienen tres hijos: Christopher, Denilson y Johanan. Es el autor de La humildad: El llamado a vivir vidas de bajo perfil.

¿Puede un cristiano ser homosexual?

Coalición por el Evangelio

¿Puede un cristiano ser homosexual?

GERSON MOREY

La reciente aprobación del matrimonio gay en Estados Unidos reaviva una vez más la siempre acalorada discusión acerca de la homosexualidad. La decisión de la Corte Suprema ha causado un gran revuelo, pero es llamativo que ha encontrado más aceptación que resistencia entre el pueblo americano. Esta decisión seguramente será el comienzo de otras que afectarán el ya debilitado carácter moral de esta nación. Desde hace muchos años, la sociedad norteamericana viene cayendo en un espiral descendente de corrupción. Otros países en América Latina están siguiendo sus pasos.

Entre las cosas que se escuchan de parte de quienes abogan por el matrimonio gay, hay una que merece especial atención y debe ser explicada con claridad. Me refiero al argumento de algunos que se profesan cristianos homosexuales. Personas que dicen ser creyentes, que asisten a la iglesia y leen la Biblia, pero que practican un estilo de vida homosexual.

Algunos cristianos genuinos piensan que de verdad es posible ser creyente y todavía practicar el homosexualismo. Pero esta confusión manifiesta una falta de comprensión bíblica del arrepentimiento, y un defectuoso entendimiento de lo que implica la regeneración, la fe y la conversión del pecador.

Definiendo términos

El estilo de vida homosexual fue practicado desde muy temprano en la historia de la humanidad. El relato de Sodoma y Gomorra nos ofrece bastante luz respecto a esta práctica y la gran influencia que tuvo sobre esa sociedad (Génesis 19). Por eso, desde un comienzo fue prohibido, y se advirtió al pueblo de Israel del castigo correspondiente (Levítico 18:22-23). Mejor dicho, la práctica de la homosexualidad fue considerada como un pecado, condenada por Dios y digna de la reprobación divina (Levítico 20:131 Reyes 14:23-24). Además, toda forma de homosexualismo fue condenada, al punto que se advirtió al pueblo de no vestir ropa del sexo opuesto (Deuteronomio 22:5).

El Nuevo Testamento no presenta una visión distinta de este pecado. Al contrario, es también enfático y contundente en apuntar al carácter pecaminoso del homosexualismo y de condenarlo:

“La ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores…para los homicidas…los fornicarios…los sodomitas…”, 1 Timoteo 1:9-10.

“No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos….heredarán el reino de Dios”, 1 Corintios 6:9-10.

“Como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno”, Judas 1:7.

Ahora bien, como sucede con cualquier otro pecado, la sangre de Cristo es suficiente para hacer remisión y limpiar toda maldad (1 Juan 1:7). Cuando los hombres se arrepienten y abandonan sus malos caminos, son perdonados y reconciliados con Dios. De la misma manera, el homosexual también puede hallar misericordia para el perdón de sus pecados, para su transformación a la imagen de Cristo, y el regalo de la vida eterna.

Arrepentimiento

¿Qué significa arrepentirnos? ¿Puede una persona decir que se arrepintió y se convirtió a la fe y seguir practicando abiertamente el pecado del homosexualismo? ¿Puede una persona homosexual llamarse creyente?

Para empezar a responder a estas interrogantes debemos establecer una definición de lo que es el arrepentimiento bíblico. Las palabras que se usan en el Nuevo Testamento para describirlo tienen el sentido de un cambio de parecer, o de volver o regresar. El arrepentimiento implica un cambio de mente y un volverse a Dios. Es similar a la idea de conversión que se presenta en el Antiguo Testamento: Volver y convertirse a Dios (Isaías 55:6-7Jeremías 25:5Ezequiel 33:11). En esta misma línea, debemos apuntar que el apóstol Pedro en su primer discurso llamó a los hombres diciendo, “Arrepentíos y convertios” (Hechos 3:19).

De otro lado, el apóstol Pablo nos habla de un aspecto del arrepentimiento que no debe separarse del mismo: el lamento y la tristeza. Cuando escribió a los corintios les dijo: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación…” (2 Cor. 7:10). Se entiende que esta emoción es producida por nuestra conciencia de pecado y por haberle fallado a Dios. Tal como lo expresó David cuando confesó su falta: “Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Salmos 51:4).

A partir de aquí es importante reconocer los elementos que constituyen un arrepentimiento genuino: el elemento intelectual, el emocional, y el volitivo. El intelectual porque reconoce el pecado. El emocional por la tristeza de haberle fallado a Dios. Y el volitivo porque se abandonan los malos caminos. Por eso podemos definir al arrepentimiento como un lamento genuino por el pecado, renuncia al pecado, y propósito sincero de abandonarlo para andar en obediencia a Dios. Cualquier experiencia que no contemple estos aspectos no es arrepentimiento.

Es por eso, que el apóstol Juan fue enfático hablando de aquellos que habían recibido la gracia del nuevo nacimiento al decir: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado…” (1 Juan 5:18). La regeneración es una obra de Dios, y es segura y evidente pues le da nueva vida al pecador (2 Corintios 5:16); Un nuevo corazón para andar en sus caminos (Ezequiel 36:26), le concede el arrepentimiento (2 Timoteo 2:25) y el don de la fe para confiar en Cristo para el perdón de sus pecados (Ef. 2:8-9). Quien ha nacido de Dios, no practica el pecado –como un estilo de vida–, porque tiene una naturaleza divina que lo impulsa a aborrecer el pecado y a amar la justicia.

Entonces ¿Puede un creyente ser homosexual?

De ninguna manera.

La biblia es enfática y clara en describir el carácter pecaminoso del homosexualismo, de prohibirlo y condenarlo. Por lo tanto, podemos y debemos afirmar junto con las Escrituras que aquella persona que practica el pecado, incluyendo el pecado del homosexualismo, no puede llamarse un creyente, porque nunca nació de nuevo, no se arrepintió, ni abandonó sus malos caminos y nunca creyó en Cristo para el perdón de sus pecados.

Ciertamente algunos creyentes puede que sean tentados hacia el pecado homosexual. Pero no tienen por qué caer en tentación, puesto que Dios es fiel en dar la salida para cada situación (1 Corintios 10:13). Pero como acabamos de ver, este creyente no so mofa en su pecado ni lo practica, sino que se lo confiesa y se arrepiente, buscando pureza sexual. No hay categorías en la Escritura para una persona que se goce de ser homosexual y sea cristiano. Sí las hay para pecadores arrepentidos, y eso somos todos.

¿Hay esperanza?

¡Claro que sí!

Los que practican el homosexualismo tienen el mismo llamado al arrepentimiento que se hace a toda clase de pecadores, sean adúlteros, ladrones, mentirosos, homicidas, fornicarios, etc. Ellos también pueden ser recibidos a misericordia, obtener el perdón de sus pecados, ser justificados, aceptados, adoptados y transformados como hijos de Dios para gozar de comunión con él. Esto es precisamente lo que Pablo dijo a los corintios en el mismo pasaje citado anteriormente donde condena al homosexualismo junto a otros pecados:

“Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”, 1 Corintios 6:11.

Esta es la promesa del evangelio. Un mensaje de esperanza a todos los pecadores. Una gracia que se ofrece a los hombres en Cristo Jesús. Una obra que Dios hace para salvar a los hombres de sus pecados. El único mensaje que salva y transforma al pecador. El mensaje que todavía esta vigente y que sigue llamando a los hombres a reconciliarse con su Creador.

​Gerson Morey es pastor en la Iglesia Día de Adoración en la ciudad de Davie en el Sur de la Florida y autor del blog cristiano El Teclado de Gerson. Está casado con Aidee y tienen tres hijos, Christopher, Denilson y Johanan. Puedes encontrarlo en Twitter: @gersonmorey.

5 reflexiones acerca del “matrimonio abierto” de Jada & Will Smith

Coalición por el Evangelio

5 reflexiones acerca del “matrimonio abierto” de Jada & Will Smith

GERSON MOREY

En días recientes, Will Smith y su esposa Jada Pinkett Smith, de nuevo fueron noticia. Los Smith causaron controversia hace unos años cuando describieron su relación como un “matrimonio abierto” y que son “compañeros de vida”. Con esto quieren decir que cada uno puede aventurarse con otra persona sin que esto signifique infidelidad y que implique la culminación del matrimonio.

Con esta filosofía de vida no es un secreto que Will Smith haya cometido infidelidades, pero en esta ocasión fue su esposa quien confesó su infidelidad a Will con el cantante August Alsina. Al principio, en una entrevista Alsina insinuó que tuvo un romance con Jada Pinkett y que el mismo Will Smith le dio su aprobación. Luego Jada Pinkett Smith, en un episodio de su programa The Red Table Talk, junto con su esposo Will, hablaron de la situación y confirmaron los rumores. La manera tan ligera y vana con que hablaron del tema refleja la poca estima por el matrimonio y la indiferencia ante la gravedad que supone una infidelidad.

Esta noticia nos llega justo cuando, como iglesia, comenzamos un estudio sobre el matrimonio basado en el libro “el Pacto Matrimonial” de John Piper. Oramos al Señor porque en este tiempo fortalezcamos nuestra visión y renovemos nuestro aprecio y compromiso con el matrimonio bíblico. Por eso quiero hacer algunas reflexiones al respecto:

Los Smith no tienen autoridad para redefinir lo que es el matrimonio

Desde Génesis 2:24, Dios estableció la unión matrimonial y, por eso, solo Él puede establecer su naturaleza, su propósito, y también sus parámetros. El matrimonio es: “la unión de un hombre y una mujer que hacen un compromiso de permanencia y exclusividad mutua”.[1]

En otras palabras, el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer que unen sus vidas en un compromiso de fidelidad, permanente y exclusiva para reflejar la unión y la fidelidad de Cristo por su Iglesia. El significado del matrimonio es la representación del amor fiel al pacto entre Cristo y su pueblo”.[2] Los Smith, que dejaron de llamarse esposos para considerarse “compañeros de vida”, fallan al pretender redefinir lo establecido por Dios.

La infidelidad es condenable aunque el otro la apruebe o la tolere

Que Will Smith apruebe la relación extramarital de su esposa no mitiga la gravedad del pecado. Dios determina lo que es bueno y lo malo. Por eso, Él condena cuando llamamos malo a lo bueno y bueno a lo malo (Is. 5:20). El adulterio es un pecado grave que atenta contra la santidad del matrimonio y el diseño de Dios, incluso si nuestra sociedad quiere maquillarlo. El hombre no puede ennoblecer lo que Dios señaló como malo.

No hay nada noble en que los Smith permanezcan casados

Que los Smith permanezcan juntos, a pesar de sus mutuas infidelidades, no son señales admirables de lealtad y perseverancia. Porque decidieron permanecer juntos con un acuerdo licenciosos para relacionarse sexualmente con otras personas.

En realidad, esa renuencia a separarse está fundada en la conveniencia de no rendir cuentas. Por eso, en el caso de los Smith no podemos hablar de un matrimonio que ha sobrevivido al adulterio.

Los famosos no deben ser el criterio para orientar nuestro matrimonio

La visión y prácticas inmorales del matrimonio incrédulo nunca deben definir el matrimonio cristiano. Nuestra regla es Cristo y, por lo tanto, debemos reflejar la fidelidad y el amor sacrificial que Él mostró por Su Iglesia (Heb. 13:4Ef. 5:25-29).

Los matrimonios cristianos, que estamos llamados a glorificar a Dios, debemos esforzarnos por reflejar la santidad, la pureza, la compasión, la mansedumbre, y la humildad de Cristo, quien dio su vida por el bienestar de su pueblo (Col. 3:17).

Los Smith también rendirán cuentas

Toda buena dádiva viene de Dios (Stg. 1:17), y eso también debe decirse del don de la influencia. Por eso somos responsables ante Dios por el uso que hagamos de ella. Jesús dijo: “porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá (Lc. 12:48).

Los Smith tendrán que rendir cuenta a Dios por cómo usaron su influencia. Ellos serán responsables ante Dios por sus pecados incluyendo el tropiezo que esta forma de vida puede causar en tantas personas.

Palabras finales

He seguido esta noticia con indignación y tristeza por la influencia que tienen en nuestra sociedad. Su visión y su ejemplo son contrarios al diseño bíblico del matrimonio y socavan el llamado a la fidelidad. Pero esto también me recuerda y me hace lamentar el estado de muchos matrimonios cristianos. Es decir, esas parejas en el pueblo de Dios que de una forma diferente, también están lejos de expresar el amor y la fidelidad de Cristo. ¡Cuánto ha influenciado el mundo a la iglesia! Cuando debería ser lo contrario.

La visión aberrante de los Smith es sólo el reflejo de la corrupción de nuestra sociedad. Su visión del matrimonio, y su dinámica como pareja, es una expresión de lo que Pablo enseña en Romanos 1:18-31. Cuando el hombre da la espalda a Dios, también le da la espalda a la verdad y a la sensatez. Cuando el hombre se aleja de su Creador entonces se aparta de la coherencia para darle paso a la insensatez y a la incoherencia.

¡Cuánto necesitamos que Dios nos dé una visión fresca y más clara del amor de Cristo por su iglesia! Nos urge una visión que toque mente y corazón, de tal manera, que los transforme y los impulse a responder en santidad y obediencia. Una clase de visión que no solo despierte gratitud, sino que también renueve un deseo por imitarlo. Una visión que nos permita estimar la fidelidad como una virtud admirable, deseada, y perseguida en nuestros matrimonios.

Quiera Dios que:

  • Los Smith se arrepientan de sus pecados y encuentren la salvación en Cristo.
  • Los creyentes elevemos nuestra visión y aprecio por el matrimonio bíblico.
  • Los cristianos apreciemos y sigamos el ejemplo de nuestro fiel Jesucristo.
[1] Sherif Girgis, Robert P. Georg, & Ryan T. Anderson, What is marriage? (Harvard Journal of Law and Public Policy, Vol. 34, No.1) pág. 245-87.
[2] John Piper, Pacto matrimonial (Editorial Tyndale) pág. 14.

​Gerson Morey

Es pastor en la Iglesia Día de Adoración en la ciudad de Davie en el Sur de la Florida y autor del blog cristiano El Teclado de Gerson. Está casado con Aidee y tienen tres hijos, Christopher, Denilson y Johanan. Puedes encontrarlo en Twitter: @gersonmorey.

La guerra espiritual: 6 mitos y verdades

Coalición por el Evangelio

La guerra espiritual: 6 mitos y verdades

GERSON MOREY

La vida cristiana es una pelea constante y feroz. En su última carta, el apóstol Pablo escribió: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe (2 Ti. 4:7). Él consideraba el caminar cristiano como una guerra. Por eso exhortó a Timoteo: “Pelea la buena batalla de la fe” (1 Ti. 6:12).

La guerra espiritual en la que estamos es la lucha de todo cristiano frente a los poderes del infierno y los enemigos de Dios que conspiran contra nuestra firmeza (Ef. 6:12). El adjetivo espiritual hace referencia al origen y la naturaleza de esta guerra. Es espiritual porque nuestros enemigos son espirituales, y por la forma en que luchamos y las armas que usamos. No apelamos a estrategias humanas, ni usamos pistolas o armas físicas. En cambio, empleamos armas espirituales poderosas en Dios y que nos fueron dadas por Él, como la oración y la Palabra (2 Co. 10:4).

El llamado a la santidad supone grandes conflictos. Debemos estar dispuestos y preparados para resistir. Mientras vivamos en este lado de la gloria, la vida será una batalla sin tregua contra los enemigos de nuestra alma: Satanás, el mundo, y la carne. El diablo nos tienta, el mundo nos resiste, y nuestras pasiones combaten en nosotros para arrastrarnos al pecado.

Desafortunadamente, en los últimos años ha surgido en nuestro países un entendimiento erróneo de esta guerra, y así varias fallas en cómo se lleva a cabo. Estos son algunos mitos comunes al respecto (algunos de los cuales creí por muchos años) y la verdad detrás de ellos:

Mito #1: “La guerra espiritual es arrebatarle al diablo lo que nos quita”.

Esta visión de la guerra espiritual, orientada a la pérdida de los bienes materiales o hacia asuntos terrenales, tiene mucha aceptación dentro de la iglesia. Sin embargo, la noción de que debemos arrebatarle al diablo lo que nos quita (popularizada por una conocida canción hace años) no tiene sustento bíblico y es espiritualmente nociva. En primer lugar, porque parte de la premisa de que aquello que Dios nos da se puede perder. En segundo lugar, porque presenta al diablo como el determinante de mucho (o todo) de lo que nos sucede.

Mientras vivamos en este lado de la gloria, la vida será una batalla sin tregua contra los enemigos de nuestra alma: Satanás, el mundo, y la carne

La Biblia enseña que todas nuestras bendiciones, lo que somos, y todo lo que tenemos en Cristo, fue asegurado por Él en la cruz (Ef. 1:3). A la vez, recordemos que los beneficios terrenales no están asegurados para los cristianos. Dios no nos promete perfecta salud, ni prosperidad financiera, ni una vida sin problemas aquí. Al contrario, los creyentes estamos expuestos a la hostilidad del mundo, a la pérdida de nuestros bienes (Heb. 10:34), y se nos advierte que en esta tierra sufriremos (Jn. 16:33).

Algunas veces padeceremos por nuestra lealtad e identificación con Cristo, y otras simplemente porque vivimos en un mundo afectado por el pecado. Sin embargo, todos los beneficios de la redención son eternos, posesión segura de los creyentes, y podemos confiar en que nada se perderá. Pablo decía que Dios “nos bendijo en los lugares celestiales en Cristo”, para enfatizar el carácter celestial y permanente de nuestros beneficios (Ef. 1:3). Pedro decía que nuestra herencia está reservada en los cielos (1 P. 1:4). Todo lo tenemos en Cristo —aquello que disfrutamos ahora y lo que disfrutaremos en gloria— está seguro en Él. Nada ni nadie, ni siquiera el diablo, tiene el poder para quitarnos esto. 

Por otro lado, los bienes terrenales son pasajeros y se pueden perder. En ocasiones por nuestro propio pecado; a veces, por nuestra fidelidad a Dios o solo como el resultado de vivir en un mundo caído. Pero Dios está por encima de todo escenario. Él es quién finalmente nos da y nos quita cosas, como nos recuerda Job (Job 1:21-22). Este hombre no culpó al diablo ni pretendió arrebatarle lo que había perdido. Más bien, confió en el Dios que dirige soberanamente nuestras vidas según Su sabiduría y para nuestro bien. 

Verdad #1: Dios es quien en última instancia nos da y quita beneficios terrenales, mientras todos nuestros beneficios celestiales están seguros en Cristo.

Mito #2: “Dios da las mayores guerras a sus mejores soldados”.

Este conocido cliché es un error porque sugiere una distinción entre los creyentes. Comunica la idea de categorías entre cristianos. Tal distinción no es saludable ni bíblica. Las palabras de Pablo en Efesios 6 son instructivas al respecto: “No tenemos (plural) lucha contra sangre y carne” (Ef. 6:12). ¡Todos los creyentes están incluidos en esta guerra!

No hay superiores ni inferiores en el reino de los cielos. Las grandes dificultades para unos no sugiere superioridad en ellos

En un sentido todos tenemos la misma lucha, y en otro sentido es diferente para cada uno. Es la misma lucha porque batallamos contra los poderes del infierno; es diferente porque cada uno de nosotros es más propenso a diferentes tentaciones. Lo cierto es que cada creyente tiene su propia batalla. Cada uno experimenta la guerra espiritual de maneras distintas conforme a la providencia de Dios. Pero no hay superiores ni inferiores en el reino de los cielos. Las grandes dificultades para unos no sugiere superioridad en ellos.

Verdad #2: Todos los creyentes están en la guerra espiritual.

Mito #3: “Los gritos al orar añaden poder a la guerra espiritual”.

Santiago nos enseña que debemos ser fervientes en oración (v. 5:17), pero ese fervor no supone levantar la voz y gritar constantemente, porque el ejemplo que él nos provee es el de Elías. Curiosamente, en esa ocasión fueron los falsos profetas de Baal quienes levantaron la voz. Por el contrario, el fervor del profeta se expresó en la firmeza y confianza que demostró al orar (1 R. 18:25-36). La intensidad de los gritos no es crucial en la guerra espiritual.

Levantar la voz puede ser una expresión de celo y fervor, pero los gritos no siempre son una evidencia indiscutible de ello. Tengamos en cuenta que nuestro fervor debe ser una realidad integral y no solo al momento de orar. Es decir, la oración ferviente nace y debe estar en armonía con una vida fervorosa por Dios (Ro. 12:11). 

La resistencia al enemigo comienza con una vida de obediencia que se somete a Dios y no por medio de gritos

Para la guerra espiritual, la oración fervorosa no es un sustituto de la piedad, sino la extensión de una vida piadosa. El mismo Santiago decía: “sométanse a Dios. Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes” (v. 4:7). La resistencia al enemigo comienza con una vida de obediencia que se somete a Dios y no por medio de gritos.

Verdad #3: Los gritos no nos dan más poder en la guerra espiritual.

Mito #4: “Orar en lenguas hace más efectiva nuestra guerra espiritual”.

Es común escuchar que “las lenguas son un idioma de guerra”. Para argumentar eso, se citan las palabras de Efesios 6:18 en el contexto sobre la guerra espiritual: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu”. Sin embargo, más allá de la posición que tengamos sobre el don de lenguas, este mandato en realidad no es sobre eso. La exhortación es general para todos los creyentes, sin importar si hablan en lenguas o no. Es decir, orar “en el Espíritu” es algo que todos podemos y debemos hacer.

Una mirada al uso que Pablo hace de la expresión “en el Espíritu” nos ayuda a entender lo que quiso decir aquí. Por ejemplo, en Efesios 2:22 dice que los creyentes somos “juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”. Esto significa que Dios mora en nosotros por medio de Su Espíritu mientras somos edificados. También dice en Gálatas 5:16: “anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne”. Aquí nos exhorta a caminar en dependencia del Espíritu, en el poder del Espíritu, y de manera que honre al Espíritu.

Debemos depender del Espíritu, su fuerza, su impulso, y su guía para levantar nuestras oraciones en medio de la batalla espiritual

Estos dos pasajes —Efesios 2:22 y Gálatas 5:16— nos ayudan a ver que la expresión “en el Espíritu” en Efesios 6, no es necesariamente una referencia al uso del don de lenguas. En cambio, significa que debemos depender del Espíritu, su fuerza, su impulso, y su guía para levantar nuestras oraciones en medio de la batalla espiritual.

Verdad #4: La oración en el Espíritu es la oración guiada, sostenida, y fortalecida por Él.

Mito #5: “Debemos hacer decretos y declaraciones para ganar la guerra espiritual”.

La creencia de que nuestras palabras tienen poder para crear cosas y cambiar la realidad es muy común dentro de la iglesia. La idea es que debemos “declarar” con nuestra boca lo que deseamos que suceda y, si tenemos la suficiente fe y convicción, será hecho. He hablado con más detalles sobre esa práctica y mi experiencia con ella en este otro artículo.

Esta enseñanza falla en entender que los decretos que siempre se cumplen son los propósitos eternos de Dios. Esta es una prerrogativa divina, no humana. Los creyentes estamos llamados a confiar en Él y esta confianza la expresamos por medio de la oración constante y humilde. La Biblia nos enseña a clamar al Señor (Sal. 34:6) y presentar nuestras peticiones a Él; no a decretar ni declarar que se cumplan cosas que deseamos.

La oración cristiana pide, no exige; ruega, no ‘declara’ cambiar cosas

La oración cristiana pide, no exige; ruega, no “declara” cambiar cosas. En ninguna parte en la Escritura vemos un mandato a “declarar”. Al contrario, vemos exhortaciones a pedir y ejemplos de peticiones (ej. Mt. 7:7). El mismo Pablo, en un tiempo difícil de su vida, dice que le pidió a Dios tres veces para que lo librara de una aflicción (2 Co. 12:8). El apóstol sabía que en Dios estaba su esperanza y por eso rogaba por ayuda en vez de “decretar”. 

Verdad #5: El creyente puede confiar en que Dios es el único soberano.

Mito #6: “En la guerra espiritual debo dirigirme al diablo y sus demonios”.

Un popular evangelista, conocido por su énfasis en la guerra espiritual, solía decir al orar: ¡Escúchame bien, Satanás…! Es cierto que Pablo le habló en Filipos a un espíritu de adivinación y le mandó a salir de una muchacha, y que Jesús se dirigió al demonio que tenía cautivo al hombre de Gadara (Hch. 16:18Mr. 5:8-13). Pero la práctica actual de dirigirnos a enemigos espirituales al orar es un error por al menos dos razones.

Solo Dios es la fuente de nuestra ayuda, provisión, y protección

Primero, porque fallamos al distinguir entre lo que es descriptivo y prescriptivo en la Escritura. En los Evangelios y en Hechos vemos prácticas y situaciones que no deben ser tenidas como normas para la iglesia. No todo lo que hizo Pablo o Jesús está para ser imitado. Nadie interpreta el relato de Jesús caminando sobre las aguas como algo que la iglesia debe hacer. Y en segundo lugar, estos relatos bíblicos fueron casos de liberación de demonios y no constituyen un modelo para la práctica de la oración en el conflicto espiritual.

Lo que la Biblia nos manda y modela es que la oración debe ser dirigida a Dios (Mt. 6:6Fil. 4:61 Pe. 4:75:6-7). Solo Él es la fuente de nuestra ayuda, provisión, y protección. El ejemplo en Hechos 4 de la iglesia primitiva cuando fue amenazada es instructivo. En esa ocasión la oración fue dirigida al Señor y no al diablo: “Ahora, Señor, considera sus amenazas, y permite que tus siervos hablen tu palabra con toda confianza” (Hch. 4:29). Que ese sea siempre nuestro ejemplo al luchar en la guerra espiritual.

Verdad #6: En vez de dirigir nuestras palabras al diablo y sus demonios, pidamos a Dios y confiemos en que Él dirige y cuida nuestras vidas.

​Gerson Morey es pastor en la Iglesia Día de Adoración en la ciudad de Davie en el Sur de la Florida y autor del blog cristiano El Teclado de Gerson. Está casado con Aidee y tienen tres hijos, Christopher, Denilson y Johanan. Puedes encontrarlo en Twitter: @gersonmorey

Conocer la gloria de Dios, de eso se trata la vida cristiana

Coalición por el Evangelio

Conocer la gloria de Dios, de eso se trata la vida cristiana

GERSON MOREY

“Pues Dios, que dijo: ‘De las tinieblas resplandecerá la luz’, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo”, 2 Corintios 4:6 (cursiva añadida).

Leyendo 2 Corintios 4, me detuve en este texto, principalmente en la frase: “para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo”. ¡Cuánto he meditado en esto y me ha bendecido! Mi meditación en estos días ha girado en torno a la gloria de Dios. En particular, tener conocimiento de ella. Muchas preguntas surgieron que hicieron mi meditación más compleja y extensa, pero a la vez edificante. Algunas de las interrogantes que me planteaba fueron estas:

¿Por qué Dios quiere que conozcamos su gloria?
¿Qué pasa si no la conocemos?
¿Cuál es el beneficio de conocer su gloria?
¿Por qué Dios cree tan importante que nosotros la conozcamos?
Y si es tan importante, ¿por qué sentimos que esa gloria (o ser tocados por ella) muchas veces nos es tan esquiva?
Si su gloria es tan grande, ¿por qué vivimos cómo si fuese pequeña?
Si es trascendente, ¿por qué nos afecta y nos motiva poco?
¿Por qué parece no ser algo más relevante en nuestra vida?
¿Por qué nuestro sentido interno de su gloria es tan débil y tan poco frecuente?
¿Por qué nuestra percepción y apropiación de esa realidad es tan efímera y superficial?
Después de leer 2 Corintios 4:6 y analizar las preguntas anteriores, concluyo que este pasaje es instructivo y revelador, por varias razones.

Dios nos comunica su gloria
Nadie le pidió a Dios que resplandezca en nosotros para que veamos su gloria. Esto fue una decisión y una acción suya. Fue gracia soberana. Así como nadie pidió la luz natural en Génesis 1:3 y Él la trajo. Él tomó la iniciativa de resplandecer para que veamos esa gloria.

Dios considera que lo fundamental para el hombre es conocer Su gloria. Como decía Jonathan Edwards: “Dios nos comunica su gloria. Él quiere que entremos en contacto con ella”. Para Dios, revelar su gloria es su gran deseo y para nosotros conocerla es nuestra gran necesidad; volver a tenerla en, con, y para nosotros.

La gloria de Dios es la grandeza y majestad, es decir, la superioridad y hermosura de su persona por sobre la creación, los pueblos, y los dioses (Dt. 5:24; Jud. 1:24; Sal. 29:9; 97:9). Un pasaje que resume bien esto, y contiene todas estas verdades es Isaías 40:12-25.

Su gloria es exhibida y accesible a nosotros en Cristo. El Hijo de Dios vino para mostrar esa gloria porque Él es la gloria: “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14, cursiva añadida). Sin embargo, para experimentarla algo debe pasar primero: el Señor debe traer luz al corazón. Esa gloria nunca será vista a menos que Dios resplandezca: “Pues Dios, que dijo: ‘De las tinieblas resplandecerá la luz’, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (2 Co. 4:6).

Lo que necesita el pecador es conocer la gloria de Dios porque en ella está la esperanza del mundo. La verdadera dicha y la más terrible miseria tienen que ver con Su gloria: todo lo malo, es un problema de gloria, todo lo bueno tiene que ver con la gloria. La experiencia humana tiene que ver esencialmente con esto. Todo en la vida encuentra su explicación y sentido únicamente desde la gloria. Cuando entendemos todo en relación a la gloria de Dios empezamos a entender todo correctamente.

Dios nos permite ver su gloria
El hombre no regenerado no busca esa gloria porque él no la percibe ni la entiende. En su estado natural, el hombre no quiere, no persigue ni anhela esa gloria; porque está ciego ante ella. Para el hombre sin Cristo, la gloria no existe: no la siente, tampoco la ve, ni le preocupa. Por esto hay algo llamado el mal. En realidad, la falta de gloria constituye el pecado (Ro. 3:23).

El único contacto que el inconverso tiene con esta realidad es el uso gramatical para describir algo que considera bueno o hermoso. Pero es un uso y una apreciación estrictamente terrenal. ¡Qué desperdicio! Nada de eso tiene que ver con la realidad de la verdadera gloria. Pero para nosotros, los que estamos en Cristo, esto es tan vivo, real, y cercano como lo están las huellas digitales a nuestros dedos. La gloria se vistió de piel y se acercó a nosotros (Jn. 1:14). La vemos porque Dios resplandeció. Al mismo Cristo que los incrédulos no ven, ahora nosotros vemos, porque Dios nos alumbró (Mt. 4:16). ¡Oh cuán precioso sol ha encendido Dios! (Mal. 4:2). Ahora vemos y tenemos esa gloria.

Conocer su gloria y disfrutar la vida en ella. De eso se trata la existencia, porque nos da el enfoque correcto: una vida bien vivida, fructífera, y que no se desperdicia porque cumple con su papel en el evangelio, esa es la gloria de Dios manifestada en el cuerpo de Cristo, la Iglesia. Esto no es un aspecto más de la experiencia cristiana o de la existencia humana. No es un agregado ni un beneficio más. La existencia tiene que ver fundamentalmente con Su gloria.

Ahora bien, Dios ha dado a conocer su gloria a los hombres. Ha comunicado esa gloria en Cristo (Heb. 1:3). ¡Conocer la gloria de Dios! Ese es nuestro problema, pero también nuestro gozo y esperanza. Cuando el hombre conoce, tiene, y es tocado por esa gloria, Dios es glorificado.

Conocer esa gloria es indispensable para la humanidad. No puede ser de otra manera. La gloria no es una realidad complementaria ni un suplemento opcional. Es la realidad. Es lo más serio; es la vida, la sensatez, y esperanza para el hombre. Desde mi interior afirmo: ¡Déjanos verla, oh Señor, mirarla, y admirarla con mayor claridad! ¡Qué vivamos por ella!

¿Cómo experimentamos la gloria de Dios a plenitud?
No podremos experimentar esa gloria de una manera nueva y transformadora sin estas dos realidades:

Primero, es indispensable. Debemos estar convencidos de que conocer esa gloria —de manera continua— es nuestra necesidad más fundamental.

Segundo, conocer y crecer en esa gloria es una realidad sobre la que no tenemos poder. Carecemos de toda habilidad para lograr conocer más y ser alcanzados por esa gloria. Somos absolutamente dependientes de Dios. Convencernos que no podemos hacer nada, que somos incapaces de hacer progresos por nosotros mismos para conocer más y mejor esa gloria.

Esa doble consciencia nos causará desear más a Dios y hará que lo busquemos con desesperación y lo miremos continuamente. Dile al Señor estas palabras:

“Danos Señor, un sentido interno de tu gloria, una percepción espiritual de ella. Una conciencia viva que toque el corazón para la transformación del creyente y para testimonio al incrédulo”.

Gerson Morey

​Gerson Morey es pastor en la Iglesia Día de Adoración en la ciudad de Davie en el Sur de la Florida y autor del blog cristiano El Teclado de Gerson. Está casado con Aidee y tienen tres hijos, Christopher, Denilson y Johanan. Puedes encontrarlo en Twitter: @gersonmorey.

Todo ayuda para bien

Coalición por el Evangelio

Todo ayuda para bien

GERSON MOREY

https://www.coalicionporelevangelio.org/podcasts/un-sermon-para-tu-semana-podcast/todo-ayuda-para-bien/

Lamentablemente es común encontrarnos con una interpretación bíblicamente defectuosa y espiritualmente dañina de Romanos 8:28. Si el apóstol Pablo, inspirado por Dios, estuviera mostrándonos un enfoque exclusivamente terrenal y material de esta verdad, entonces no seríamos muy diferentes al mundo.

En este sermón, el pastor Gerson Morey nos ayuda a entender mejor las profundas riquezas y verdades de esta reconocida porción de las Escrituras, mientras aprendemos a qué se refiere Pablo cuando dice “todas las cosas”, cuál es el “bien” al que ayudan todas estas cosas, y finalmente a quiénes están dirigidas estas palabras –“los que aman a Dios”.

Cuando la esposa gana más dinero que el esposo

Coalición por el Evangelio

Cuando la esposa gana más dinero que el esposo

No es novedad que la igualdad salarial entre hombres y mujeres es un tema vigente y sensible que despierta muchas rencillas, especialmente en los últimos años. Esta discusión forma parte del tema del rol de la mujer en la sociedad, un asunto que incluso ha permeado algunos sectores de la iglesia.

Como cristianos, debemos procurar ser moldeados por la Escritura para así darle una lectura bíblica al tema. Necesitamos que la verdad bíblica no solo nos informe y nos de pautas, sino que ella sea como los lentes por medio de los cuales interpretamos y entendemos nuestra realidad.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando una esposa gana más dinero que su esposo? Como cristianos que creemos en los roles bíblicos que Dios asigna a cada cónyuge, ¿cómo debemos mirar este escenario? ¿Cómo debemos pensar al respecto?

Creo que podemos abordar este escenario apuntando a dos posibles tentaciones que cada cónyuge puede enfrentar en el caso de que una esposa gane dinero más que su esposo.

Las tentaciones de la esposa

Hay varias cosas con que la esposa tendrá dificultad. Es importante mantener un enfoque bíblico.

1. La tentación de sentirse con más autoridad que su marido

Una de las posibles tentaciones de una esposa que gana más que su marido es pensar que ella es superior y ahora tiene más poder y autoridad que él. La esposa que trae más dinero que su cónyuge puede ser tentada a pensar que ella está al mando del hogar o creer que está ganando a su esposo en una competencia.

La mujer cristiana debe tener presente que el diseño de Dios para el matrimonio y los roles que Él asignó a cada cónyuge no están sujetos a cambios y no dependen de las distintas circunstancias que se presenten. Es decir, el llamado a la sujeción de la esposa no termina y no se reduce porque lleve más dinero a casa. La esposa piadosa quiere agradar a Dios y eso empieza reconociendo el liderazgo de su esposo, honrando el diseño bíblico para la mujer.

Por eso, aún cuando ella gane más que él, siempre entenderá y abrazará gozosamente el rol que Dios la llama a cumplir. Desde un aspecto práctico, esto implica que la esposa piadosa le dará su lugar al esposo, se dejará liderar por él, y apoyará a su marido en las decisiones que él pueda tomar, incluso en las decisiones de carácter monetario.

2. La tentación de desentenderse de su responsabilidad en el hogar

Otra de las posibles tentaciones de una esposa que gana más dinero que su esposo es desligarse de los asuntos de su hogar. De hecho, esto suele ser una tentación para toda esposa que trabaja fuera del hogar.

Es claro que el diseño bíblico en la familia es que la esposa sea quien esté a cargo de los asuntos domésticos de su casa. Aunque no sea la esposa misma quien haga estas labores todo el tiempo, ella es responsable ante Dios de esto. La descripción de la mujer virtuosa de Proverbios 31 sugiere que la mayoría de sus responsabilidades giran alrededor de su casa. Además, según Pablo, el discipulado a las mujeres más jóvenes tenía que ver con enseñarles a cómo comportarse y cómo manejar las cosas de su hogar (Tit. 2:3-5).

Por otro lado, debemos afirmar que la Biblia no prohíbe a la mujer trabajar fuera de casa. El teólogo Douglas Wilson dice que “la Biblia no enseña que el lugar de la mujer es en el hogar; la Biblia exige que el hogar sea su prioridad, pero ella no está limitada solamente a la casa”.[1]

Ahora, es cierto que en muchas ocasiones la esposa debe salir a trabajar y eso puede representar una mayor carga para ella. Pero, aun así, lo cierto es que la esposa sigue siendo responsable ante Dios de su hogar. Esto no significa que, incluso trabajando fuera, ella debe tener el mismo grado de involucramiento en los quehaceres del hogar, ya que eso sería muy difícil e injusto para ella. En ese caso el esposo tendrá que mostrarse sensible, ser de apoyo, lograr algunos acuerdos, y buscar junto a su esposa las formas más viables para que estas tareas se lleven a cabo. Un poco de sentido común y de previa planificación puede ser de mucha ayuda para la esposa, y de beneficio para el hogar.

La autora Martha Peace capta mejor esta verdad en su libro La esposa excelente. En su capítulo acerca de las responsabilidades de la esposa, ella dice:

“Una esposa piadosa es organizada y trabaja duro para manejar su hogar con el menor desorden posible. También crea un ambiente optimista y alegre para su familia. Dios siempre ha querido que el hogar sea el dominio de la esposa. Desgraciadamente, este tema no es muy popular en nuestra cultura pero Dios propuso y aún sostiene que la esposa sea cuidadosa de su casa (Tit. 2:5)”.[2]

Las tentaciones del esposo

De la misma manera, el esposo debe estar al tanto de situaciones que pueden ser problemáticas.

1. La tentación de sentirse con menos autoridad que su esposa

Para el esposo que gana menos, la posible tentación será la opuesta: sentirse inferior a su esposa y pensar que ahora ella es quien tiene la autoridad del hogar. En esta sociedad pragmática que valora más la utilidad y la productividad, el esposo puede ser tentado con un fuerte complejo de inferioridad frente a su esposa, y sentirse menos que ella. Puede sentir que ha perdido autoridad o que ahora la comparte con la mujer.

El esposo cristiano también debe recordar el diseño divino para la familia y el liderazgo que Dios le ha otorgado. El liderazgo del esposo no depende de la cantidad de dinero que lleve al hogar, y su autoridad como cabeza no está determinada por un cheque (Ef. 5:22-24).

Es cierto que esta situación puede ser un mayor desafío si el esposo no es un líder en el hogar o si en el pasado no ha sido un buen proveedor. Aún así, la solución es la misma: volver al diseño divino para el matrimonio, confiar en Dios, y ajustarse a Su sabio propósito. El esposo debe asumir la responsabilidad que Dios le ha dado como cabeza del hogar. Que su esposa gane más dinero no disminuye su responsabilidad y tampoco compromete su liderazgo.

2. La tentación de abandonar su responsabilidad de proveedor

Otra de las posibles tentaciones de un esposo que hace menos dinero que su esposa es desentenderse de su responsabilidad como proveedor en el hogar. Es decir, ignorar el llamado de ser el principal proveedor de su casa. El hombre puede ser tentado a tomar el asiento trasero y dejar que la esposa lleve el volante de la provisión familiar.

Esto sería un gran pecado porque, ante Dios, el hombre está llamado a cuidar y a sostener a los suyos. La misma naturaleza del hombre, su contextura física, nos confirma esa verdad. Su instinto protector y su fuerza corporal nos apunta en esa dirección. Como explica el pastor Miguel Núñez:

“Entre las características observadas típicamente en el sexo masculino encontramos el liderazgo, la fuerza, la confrontación, la independencia, la capacidad de ser proveedor, y protector. Gran número de estas cualidades simbolizan responsabilidades dadas por Dios, quien creó al hombre para reflejar aspectos de su Creador”.[3]

El esposo cristiano es llamado cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza de su Iglesia (Ef. 5:21-33). Esto hace referencia al liderazgo al que Dios llama a cada esposo cristiano. El esposo debe asumir este liderazgo como Cristo lo hace con la iglesia, que es su esposa: amándola sacrificadamente, protegiéndola, y proveyendo para ella.

Es decir, una de las maneras como el hombre cumple su responsabilidad ante Dios es siendo un proveedor para su casa. Esto no significa que un esposo que gane menos que su esposa no está cumpliendo su responsabilidad. Pero sí significa que el hombre debe asegurarse por todos los medios de asumir la tarea de proveer para los suyos. Como explica John Piper: “Ser cabeza es el llamado divino del esposo a tomar la responsabilidad principal del liderazgo de servicio, de protección y provisión en el hogar, a semejanza de Cristo”.[4]

Palabra finales

Por último, los creyentes debemos agradecer a Dios por su provisión. Este posible escenario, de una esposa ganando más que su esposo, debe primeramente fortalecer nuestra confianza y dependencia en Dios. Su cuidado y provisión son muestra de su amor paternal, y los medios que usa también son una expresión de su sabiduría.

El autor de Hebreos nos llama a confiar en el Señor diciendo: “Sea el carácter de ustedes sin avaricia, contentos con lo que tienen, porque Él mismo ha dicho: ‘Nunca te dejaré ni te desamparare’” (Heb. 13:5). ¡Dios prometió no desampararnos!

Por eso, si en un hogar la esposa gana más que el esposo, lo primero que debemos hacer es celebrar, dar gracias al Señor por su provisión, y continuar dependiendo de Él. Esta verdad siempre debe moldear nuestra conversación en estos casos.

[1] Douglas Wilson, Reformando el matrimonio (Publicaciones Faro de Gracia, 2014).

[2] Martha Peace, La esposa excelente (Publicaciones Faro de Gracia, 2008).

[3] Catherine Scheraldi de Núñez y Miguel Núñez, Revolución sexual (B&H Español, 2018).

[4] John Piper, Pacto Matrimonial (Tyndale House, 2009).

​Gerson Morey es pastor en la Iglesia Día de Adoración en la ciudad de Davie en el Sur de la Florida y autor del blog cristiano El Teclado de Gerson. Está casado con Aidee y tienen tres hijos, Christopher, Denilson y Johanan. Puedes encontrarlo en Twitter: @gersonmorey.

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