¿Enseña la Biblia el pecado mortal y el venial?

¿Enseña la Biblia el pecado mortal y el venial?

La Iglesia Católica Romana divide el pecado en dos categorías, pecado mortal y pecado venial. El tema del pecado tal como lo enseña la Biblia es uno de los aspectos más importantes para entender la vida con Dios y lo que significa conocerle. En nuestro caminar en la vida, debemos saber cómo responder bíblicamente a nuestro propio pecado y a las manifestaciones de la pecaminosidad de la humanidad que enfrentamos en cada momento, día tras día. Las consecuencias de no tener una comprensión bíblica del pecado y, por lo tanto, no responder al pecado como corresponde, son devastadoras por encima de lo imaginable. Una interpretación incorrecta del pecado puede llevarnos a una eternidad separados de Dios en el infierno. Pero ¡alabado sea el glorioso nombre de nuestro Dios y Salvador Jesucristo! En Su Santa Palabra, Dios ha mostrado claramente lo que es el pecado, cómo nos afecta personalmente y cómo debemos enfrentarlo. Por lo tanto, al tratar de entender los conceptos de pecado mortal y venial, busquemos las respuestas definitivas en la Palabra de Dios, que es todo lo que necesitamos.

Para saber si la Biblia enseña los conceptos de pecado mortal y venial, nos serán de gran utilidad algunas descripciones básicas. Los conceptos de pecado mortal y venial son esencialmente católicos romanos. Los cristianos evangélicos y protestantes pueden o no estar familiarizados con estos términos. Las definiciones prácticas de los pecados mortales y veniales podrían ser las siguientes: Pecado Mortal es «pecado que causa muerte espiritual,» y Pecado Venial es «pecado que puede ser perdonado.» El pecado venial se usa siempre en contraposición al pecado mortal. Los pecados mortales son aquellos pecados que excluyen a las personas del reino; los pecados veniales son aquellos pecados que no excluyen a las personas de él. El pecado venial difiere del pecado mortal en el castigo que conlleva. El pecado venial merece un castigo temporal que se paga con la confesión o con el fuego del purgatorio, mientras que el pecado mortal merece la muerte eterna.

En el Catecismo de la Iglesia Católica se encuentra esta descripción del pecado mortal: «Para que un pecado sea mortal, deben cumplirse simultáneamente tres condiciones: ‘Pecado mortal es aquel cuyo objetivo es un asunto grave y que, además, se comete con pleno conocimiento y deliberado consentimiento'». De acuerdo con el Catecismo, «el asunto grave se especifica en los Diez Mandamientos». El Catecismo afirma además que el pecado mortal «produce la pérdida del amor y la privación de la gracia de santificación, es decir, del estado de gracia. Si no se redime mediante el arrepentimiento y el perdón de Dios, provoca la exclusión del reino de Cristo y la muerte eterna del infierno».

En cuanto al pecado venial, el Catecismo afirma lo siguiente: «Se comete pecado venial cuando, en un asunto menos grave, no se observa la norma prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en un asunto grave, pero sin total conocimiento o sin pleno acuerdo. El pecado venial debilita la caridad; manifiesta un afecto desordenado por los bienes de la creación; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien moral; merece pena temporal. El pecado venial intencionado y sin arrepentimiento nos predispone poco a poco a cometer el pecado mortal. Sin embargo, el pecado venial no nos pone en oposición directa con la voluntad y la amistad de Dios; no rompe la alianza con Dios. Con la gracia de Dios es un pecado humanamente reparable. ‘El pecado venial no priva al pecador de la gracia de la santificación, de la amistad con Dios, del amor y, por consiguiente, del gozo eterno'».

En pocas palabras, el pecado mortal es una violación intencional de los Diez Mandamientos (de pensamiento, palabra u obra), que se comete con pleno conocimiento de la gravedad del asunto, y tiene como consecuencia la pérdida de la salvación. La salvación se puede recuperar mediante el arrepentimiento y el perdón de Dios. El pecado venial puede ser una violación de los Diez Mandamientos o un pecado de naturaleza menor, pero se comete sin intención y/o sin pleno consentimiento. Aunque perjudica la relación con Dios, el pecado venial no implica que se pierda la vida eterna.

Bíblicamente, los conceptos de pecado mortal y venial presentan varios problemas: en primer lugar, estos conceptos presentan una imagen antibíblica de cómo Dios ve el pecado. La Biblia afirma que Dios será justo e imparcial a la hora de castigar el pecado y que en el día del juicio algunos pecados merecerán mayor castigo que otros (Mateo 11:22, 24; Lucas 10:12, 14). Sin embargo, el hecho es que todos los pecados recibirán el castigo de Dios. La Biblia enseña que todos pecamos (Romanos 3:23) y que la justa compensación por el pecado es la muerte eterna (Romanos 6:23). Más allá de los conceptos de pecado mortal y venial, la Biblia no afirma que algunos pecados merezcan la muerte eterna mientras que otros no. Todos los pecados son mortales en cuanto que un solo pecado hace que el culpable merezca la separación eterna de Dios.

El Apóstol Santiago explica este hecho en su carta (Santiago 2:10): «Porque cualquiera que guarda toda la ley, pero tropieza en un punto, se ha hecho culpable de todos (LBLA)». Notemos el uso que hace de la palabra «tropieza». Significa equivocarse o caer en el error. Santiago está pintando un cuadro de una persona que está tratando de hacer lo correcto y, sin embargo, tal vez sin querer, comete un pecado. ¿Cuál es la consecuencia? Dios, a través de su siervo Santiago, afirma que cuando una persona comete un pecado, aunque sea involuntario, es culpable de quebrantar toda la ley. Una buena ilustración de este hecho es imaginarse una ventana grande y entender que esa ventana es la ley de Dios. No importa si una persona lanza una piedrita muy pequeña a través de la ventana o varias piedras grandes. El resultado es el mismo: la ventana se rompe. De la misma manera, no importa si una persona comete un pecado pequeño o varios pecados grandes. El resultado es el mismo–la persona es culpable de quebrantar la ley de Dios. Y el Señor declara que no dejará impune al culpable (Nahum 1:3).

En segundo lugar, estos conceptos presentan una imagen antibíblica del pago que hace Dios por el pecado. En ambos casos de pecado mortal y venial, el perdón de la transgresión depende de que el ofensor haga algún tipo de restitución. En el Catolicismo Romano, esta restitución puede consistir en confesarse, hacer una oración determinada, recibir la Eucaristía u otro ritual similar. La idea básica es que para que el perdón de Cristo se aplique al infractor, éste debe realizar alguna obra, y entonces se concede el perdón. El pago y el perdón de la transgresión dependen de las acciones del ofensor.

¿Es esto lo que la Biblia enseña con respecto al pago por el pecado? La Biblia enseña claramente que el pago por el pecado no se encuentra ni se basa en las acciones del pecador. Considere las palabras de 1 Pedro 3:18, «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu». Fíjate en la redacción: «Cristo padeció una sola vez por los pecados». Este pasaje enseña que para la persona que está creyendo en Jesucristo, todos sus pecados han sido resueltos en la cruz. Cristo murió por todos ellos. Esto incluye los pecados que el creyente cometió antes de la salvación y los que ha cometido y cometerá después de la salvación.

Colosenses 2:13 y 14 confirma este hecho: «Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, [Dios] os dio vida juntamente con él [Cristo], perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz». Dios «nos ha perdonado todas nuestras transgresiones». No sólo los pecados del pasado, sino todos ellos. Los clavó en la cruz y los quitó de en medio. Cuando Jesús, en la cruz, dijo: «Consumado es» (Juan 19:30), estaba afirmando que había cumplido todo lo necesario para conceder el perdón y la vida eterna a los que creyeran en Él. Por eso Jesús dice en Juan 3:18 que «el que cree en Él [Jesús] no es condenado». Pablo declara este hecho en Romanos 8:1: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» ¿Por qué los creyentes no son juzgados? ¿Por qué no hay condenación para los que están en Cristo Jesús? Es porque la muerte de Cristo satisfizo la justa ira de Dios contra el pecado (1 Juan 4), y ahora los que confían en Cristo no soportarán la pena de ese pecado.

Mientras que los conceptos de pecado mortal y venial ponen en manos del infractor la responsabilidad de obtener el perdón de Dios por una determinada transgresión, la Biblia enseña que en la cruz de Cristo se perdonan todos los pecados del creyente. La Biblia enseña de palabra (Gálatas 6:7 y 8) y con el ejemplo (2 Samuel 11-20) que cuando un cristiano se involucra en el pecado, puede cosechar consecuencias temporales, físicas, emocionales, mentales y/o espirituales. No obstante, el creyente nunca tiene que volver a obtener el perdón de Dios debido al pecado personal porque la Palabra de Dios declara que la ira de Dios hacia el pecado del creyente fue satisfecha completamente en la cruz.

Tercero, estos conceptos presentan una imagen antibíblica del trato que Dios tiene con Sus hijos. Claramente, según el Catolicismo Romano, una de las consecuencias de cometer un pecado mortal es que le quita la vida eterna al ofensor. Asimismo, según este concepto, Dios concederá de nuevo la vida eterna mediante el arrepentimiento y las buenas obras.

¿Acaso la Biblia enseña que una persona verdaderamente salva por Dios a través de Cristo puede perder su salvación y recuperarla? Evidentemente no lo enseña. Una vez que una persona ha puesto su fe en Cristo para perdón de pecados y vida eterna, la Biblia enseña que esa persona está eternamente segura–no puede perderse. Consideremos las palabras de Jesús en Juan 10:27-28: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano». Pensemos también en las palabras de Pablo en Romanos 8:38-39: «Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro».

Reflexionando sobre el hecho de la total satisfacción de la ira de Dios hacia nuestro pecado en la muerte de Cristo, nuestros pecados no pueden separarnos del amor de Dios. En amor, Dios decide tomar la muerte de Cristo como pago por los pecados de los creyentes y no los tiene en cuenta contra el creyente. Así, cuando el creyente comete un pecado, el perdón de Dios en Cristo ya está presente y, aunque el creyente pueda experimentar consecuencias de su propio pecado, el amor y el perdón de Dios nunca están en peligro. En Romanos 7:14-25, Pablo afirma claramente que el creyente luchará con el pecado durante toda su existencia terrenal, pero que Cristo nos salvará de este cuerpo de muerte. Y por tanto, «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1). Mientras que el concepto de pecado mortal enseña que una persona puede perder su salvación a través del pecado personal, la Biblia enseña que el amor y el favor de Dios nunca se apartarán de Sus hijos.

Algunos afirman que 1 Juan 5:16-17 es una prueba del concepto de pecado mortal y venial. En ese pasaje Juan dice: «Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte». Consideramos que la «muerte» que se menciona aquí es la muerte física, no la muerte eterna en el infierno. Cuando una creyente continua en pecado sin arrepentirse, eventualmente llegara al punto en que Dios decida removerlo de este mundo. Dios a veces purifica Su iglesia removiendo a aquellos que obstinadamente lo desobedecen. El «pecado que lleva a la muerte» no resulta en la pérdida de la salvación, sino en la pérdida de la vida terrenal (ver 1 Corintios 11:30).

La gracia de Dios no sólo redime al creyente de toda acción contraria a la ley, sino que también lo guía a una vida santa y hace que sea celoso de las buenas obras. Esto no significa que el creyente nunca peque, sino que su pasión será honrar a Dios debido a la gracia de Dios obrando en la vida del creyente. El perdón y la santidad son dos lados de la misma moneda de la gracia de Dios–van juntos. Aunque a veces un creyente puede tropezar y caer en pecado–quizás hasta de una manera muy grave–el camino principal y la dirección de su vida será de santidad y pasión por Dios y Su gloria. Si uno sigue los conceptos de pecado mortal y venial, él o ella puede ser engañado a ver el pecado con una actitud frívola, pensando que él o ella puede pecar a voluntad y simplemente buscar el perdón de Dios en un momento determinado según su deseo personal. La Biblia nos enseña que el verdadero creyente nunca verá el pecado con ligereza y se esforzará, en la fortaleza de la gracia de Dios, por vivir una vida santa.

Basándonos en esta verdad bíblica, los conceptos de pecado mortal y venial no son bíblicos y deberíamos rechazarlos. En la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, el problema de nuestro pecado está completamente resuelto, y no necesitamos mirar más allá de esa asombrosa demostración del amor de Dios por nosotros. Nuestro perdón y nuestra buena relación con Dios no dependen de nosotros, ni de nuestros defectos, ni de nuestra fidelidad. El verdadero creyente debe fijar sus ojos en Jesús y vivir a la luz de todo lo que Él hizo por nosotros. El amor y la gracia de Dios son realmente asombrosos. Vivamos a la luz de la vida que tenemos en Cristo. Por el poder del Espíritu Santo, que seamos victoriosos sobre todo pecado, ya sea «mortal», «venial», intencional o no intencional.

Fuente: https://www.gotquestions.org/Espanol/pecado-mortal-venial.html

¿Qué es el cesasionismo? | Got Questions

¿Qué es el cesasionismo?

El cesasionismo es la creencia de que los “dones milagrosos” de las lenguas y la sanidad ya han cesado – que el fin de la era apostólica marcó el fin de los milagros asociados con esa era. La mayoría de los cesasionistas creen que, mientras que Dios puede y aún realiza milagros hoy en día, el Espíritu Santo ya no utiliza a individuos para llevar a cabo señales milagrosas.

Los registros bíblicos muestran que los milagros se produjeron durante determinados períodos específicos con el propósito de autentificar un nuevo mensaje de Dios. A Moisés se le concedió realizar milagros para autentificar su ministerio ante el faraón (Éxodo 4:1-8). Elías realizó milagros para autentificar su ministerio ante Acáb (1 Reyes 17:1;18:24). Los apóstoles realizaron milagros para autentificar su ministerio ante Israel (Hechos 4:10, 16).

El ministerio de Jesús también fue marcado por milagros, a los que el apóstol Juan llama “señales” (Juan 2:11). Lo que Juan quería decir es que los milagros eran la prueba de la autenticidad del mensaje de Jesús.

Después de la resurrección de Jesús, mientras la Iglesia se establecía y el Nuevo Testamento estaba siendo escrito, los apóstoles lo demostraban con “señales” tales como las lenguas y el poder para sanar. “Así que las lenguas son una señal, no para los que creen, sino para los incrédulos.” (1 Corintios 14:22, un verso que dice claramente que el don nunca fue para edificar a la iglesia).

El apóstol Pablo predijo que el don de lenguas acabaría (1 Corintios 13:8). Aquí exponemos seis pruebas de que ya han cesado:

1) Los apóstoles, a través de quienes vinieron las lenguas, fueron únicos en la historia de la iglesia. Una vez que su ministerio fue concluido, la necesidad de señales que lo autentificaran dejó de existir.

2) Los dones de milagros (o señales) solo son mencionados en las primeras epístolas, tales como 1 Corintios. Los libros posteriores, tales como Efesios y Romanos, contienen pasajes detallados sobre los dones del Espíritu, pero los dones de milagros ya no son mencionados, aunque Romanos menciona el don de la profecía. La palabra griega traducida como “profecía” significa “declarar” y no necesariamente incluye la predicción del futuro.

3) El don de lenguas era una señal para el Israel incrédulo de que la salvación de Dios ahora estaba disponible para otras naciones. Ver 1 Corintios 14:21-22 e Isaías 28:11-12.

4) El don de lenguas era inferior al de la profecía (predicar). Predicar la Palabra de Dios edifica a los creyentes, mientras que las lenguas no lo hacen. Se les dice a los creyentes que procuren profetizar más que hablar en lenguas (1 Corintios 14:1-3).

5) La historia indica que las lenguas cesaron. Las lenguas ya no son mencionadas en absoluto por los Padres Post-apostólicos. Otros escritores tales como Justino Mártir, Orígenes, Crisóstomo y Agustín, consideraron que las lenguas fueron algo que sucedió solo en los primeros días de la Iglesia.

6) Observaciones actuales confirman que el milagro de las lenguas ha cesado. Si el don estuviera aún vigente, no habría necesidad de que los misioneros asistieran a escuelas de idiomas. Los misioneros podrían viajar a cualquier país y hablar cualquier lenguaje fluidamente, así como los apóstoles fueron capaces de hacerlo en Hechos 2. Respecto al don de sanidad, vemos en las Escrituras que la sanidad estaba asociada con el ministerio de Jesús y los apóstoles (Lucas 9:1-2). Y vemos que al finalizar de la era apostólica, la sanidad, al igual que las lenguas se volvieron menos frecuentes. El apóstol Pablo, quien resucitó a Eútico (Hechos 20:9-12), no sanó a Epafrodito (Filipenses 2:25-27), ni a Trófimo (2 Timoteo 4:20), ni a Timoteo (1 Timoteo 5:23), ni aún a sí mismo (2 Corintios 12:7-9). Las causas del “fracaso en sanar” de Pablo son: 1) el don nunca tuvo como propósito sanar a todo cristiano, sino el autentificar el apostolado (2 Corintios 2:12; Hebreos 2:4); y 2) la autoridad de los apóstoles ya había sido probada suficientemente, no habiendo ya más necesidad de milagros posteriores.

Las razones arriba expuestas son la evidencia para el cesasionismo. De acuerdo a 1 Corintios 13:13-14, haríamos bien en “seguir el amor,” el mejor de todos los dones. Si debiéramos desear dones, hemos de desear declarar la Palabra de Dios, para que todos sean edificados.

Artículo Fuente: https://www.gotquestions.org/Espanol/Cesasionismo.html

¿Qué es el continuismo? | Got Questions

¿Qué es el continuismo?

Por favor, tengan en cuenta que, como ministerio, GotQuestions.org no está de acuerdo con el continuismo. El siguiente artículo está escrito por alguien que está de acuerdo con el continuismo. Pensamos que valdría la pena tener un artículo que presente el continuismo de forma positiva, ya que es bueno que nuestros puntos de vista sean cuestionados, motivándonos a seguir buscando en las Escrituras para asegurarnos de que nuestras creencias son bíblicamente sólidas.

El continuismo es la creencia de que todos los dones espirituales, incluyendo las sanidades, las lenguas y los milagros, todavía operan hoy en día, al igual que en los días de la iglesia primitiva. Un continuista cree que los dones espirituales han «continuado» sin cesar desde el día de Pentecostés y que la iglesia de hoy tiene acceso a todos los dones espirituales mencionados en la Biblia.

Cuando el Espíritu Santo vino como Jesús había prometido (Hechos 1:8; 2:1-4), Él llenó a los creyentes y les dio dones sobrenaturales que les permitieron servir a Dios con poder y eficacia. Estos dones espirituales se enumeran en Romanos 12:6-8, Efesios 4:11, y 1 Corintios 12:7-11, 28, y el continuismo dice que todos los dones continúan hasta el día de hoy. Estos dones varían de una persona a otra de acuerdo a lo que el Espíritu considere necesario (1 Pedro 4:10). Primera de Corintios 12:4-6 dice: «Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo». Los continuistas afirman que no hay evidencia en las escrituras de que alguno de estos dones espirituales ya no esté operando.

El punto de vista opuesto se llama cesacionismo, que enseña que algunos de los dones «cesaron» y ya no están operando hoy en día. El asunto en el cesacionismo no es si todavía hay dones presentes, sino cuáles. Los cesacionistas señalan versículos como 1 Corintios 13:10 y al hecho de que los dones milagrosos parecen estar estrechamente ligados al ministerio de los apóstoles y a la verificación de la revelación de Dios (Hechos 2:22; 14:3; 2 Corintios 12:12) como prueba de que los dones milagrosos del Espíritu han cesado.

Como en cualquier doctrina, existen extremos en ambos lados. Algunos cesacionistas creen que todos los dones espirituales desaparecieron con la finalización de la era apostólica. Otros cesacionistas menos extremos sostienen que sólo los «dones de señales» — sanidades, milagros y lenguas — se han terminado. Por el lado de los continuistas extremos, hay quienes enseñan que las lenguas siempre deben seguir a la salvación o a la llenura del Espíritu Santo. También puede haber un énfasis erróneo en los dones y no en la persona de Jesucristo. Algunos incluso afirman que cada creyente puede estar equipado con cualquier don de milagro si tiene suficiente fe. Sin embargo, este concepto se refuta claramente en 1 Corintios 12:11, donde se dice que el Espíritu «reparte a cada uno en particular como él quiere». Pablo trató este mismo tema en la iglesia de Corinto: «¿hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas?» (1 Corintios 12:29-30). La respuesta a estas preguntas es «no».

Los continuistas creen que la instrucción bíblica sobre los dones espirituales es tan relevante hoy como cuando fue escrita. Sostienen que no hay razón bíblica para creer lo contrario y que los cesacionistas son los que tienen la responsabilidad de demostrarlo. Los creyentes de ambas posturas pueden acordar estar en desacuerdo, aunque ambas perspectivas deben tener en cuenta la oración de Jesús en Juan 17:22-23: «La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado». Independientemente de que sean continuistas o cesacionistas, todos los creyentes nacidos de nuevo son parte del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27). Cuando permitimos que cualquier tema no fundamental cause división y disensión, no estamos prestando atención a algo importante para nuestro Señor.

Anexo sobre los argumentos cesacionistas comunes y las respuestas de los continuistas

Los cristianos que sostienen que no hay fundamentos bíblicos para el cesacionismo, a veces son llamados «continuistas». Estos creyentes consideran que su posición es bíblicamente consistente y que el cesacionismo no tiene fundamento bíblico. Los siguientes son algunos de los argumentos comunes del cesacionismo y las respuestas continuistas:

  1. Escritura

Los cesacionistas frecuentemente citan 1 Corintios 13:8-10 para apoyar la idea de que algunos dones cesaron cuando llegó «lo perfecto». Algunos creen que «lo perfecto» se refiere a la finalización de la Biblia. Esta posición sostiene que una vez que la Biblia fue completada ya no había necesidad de obras milagrosas del Espíritu Santo por parte de los creyentes. Sin embargo, el versículo 12 aclara la definición de ese «perfecto»: «Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido». Como no podemos ver la Biblia cara a cara, ni tampoco puede «conocernos», los continuistas consideran este pasaje como una referencia a la segunda venida de Jesús. En ese momento no habrá necesidad de los dones del Espíritu Santo, incluyendo el don del conocimiento (versículo 8), ya que estaremos en la presencia física de Jesús mismo.

Otro versículo que se cita a menudo es 2 Corintios 12:12. Los cesacionistas sostienen que los dones de milagros como las lenguas, la sanidad, la profecía y los milagros, fueron reservados para que los apóstoles validaran su autoridad. Sin embargo, la Biblia incluye relatos de personas que no eran apóstoles en la iglesia primitiva y que realizaron milagros y sanidades, como Esteban (Hechos 6:8) y Felipe (Hechos 8:6-7). Los dones de lenguas y la profecía se extendieron entre todos los que estaban llenos del Espíritu Santo (Hechos 10:46; 19:6; 1 Corintios 14:5, 39; Gálatas 3:5). Pablo incluyó estos dones milagrosos cuando se dirigió a la iglesia de Corinto (1 Corintios 12:4-11, 28). El continuismo argumenta que si las lenguas, la sanidad y los milagros estaban limitados a los apóstoles, estos dones no habrían sido incluidos en las instrucciones de Pablo al cuerpo de la iglesia muchos años después de Pentecostés. Pablo declaró, «Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis» (1 Corintios 14:5). De esto podemos deducir que Pablo no consideró esos dones sólo para los apóstoles. Las extraordinarias manifestaciones de poder que demostraron los apóstoles (Hechos 15:12) quizá se debieron al hecho de que Jesús mismo había dado a los doce este poder por ser Sus únicos mensajeros (Lucas 9:1). Sus capacidades milagrosas no estaban necesariamente relacionadas con los dones espirituales otorgados a todos los creyentes llenos del Espíritu.

  1. Terminología
    El término «dones de señales» a menudo se utiliza para indicar que Dios dio ciertas habilidades a los apóstoles como «señales» para validar su apostolado. Algunos teólogos han cuestionado esta expresión, afirmando que, aunque la Biblia habla de señales de un verdadero apóstol, esto no indica que ciertos dones espirituales sean una señal que apunte al apostolado. Los continuistas creen que cuando el Nuevo Testamento se refiere a «señales», indica que las habilidades sobrenaturales son dadas por Dios a quien Él elige para cumplir Su propósito (Éxodo 7:3; Romanos 15:18-19; Hebreos 2:4; 1 Corintios 12:11). El término «dones de señales» nunca se usa como una categoría separada que pertenezca a los dones del Espíritu Santo.

La profecía es otro término que ha generado desacuerdos. Los cesacionistas citan ejemplos de algunos continuistas que han comparado sus revelaciones personales con las Escrituras. Sin embargo, la mayoría de los continuistas están de acuerdo con los cesacionistas en que ninguna otra revelación dada a los seres humanos nunca estará a la altura del canon completo de las Escrituras. Sin embargo, los continuistas no ven nada en la Escritura que indique que el Dios relacional que nos ha dado la Escritura ya no se comunica con Su pueblo. El don de la profecía puede incluir el hablar la verdad de la Palabra de Dios, pero también puede incluir la revelación sobrenatural que Dios da a Sus siervos para impactar a otros de una manera profunda. El apóstol Pablo animó a la iglesia, diciendo: «procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis» (1 Corintios 14:1).3.

  1. Lenguas
    El tema de hablar en lenguas ha sido una causa de malentendidos para muchos cristianos. Su abuso y mal uso en algunos círculos ha alimentado aún más la convicción de los cesacionistas de que este don no está ni activo ni es necesario. Algunos incluso atribuyen este fenómeno a la actividad demoníaca o a la histeria emocional. También sostienen que, si las lenguas siguieran siendo un don legítimo, todo misionero recibiría este don y evitaría años de estudio de idiomas.

Como respuesta, los continuistas están de acuerdo en que parte de lo que se dice que es inspirado por el Espíritu no es más que sensacionalismo alimentado por las emociones. Satanás y los seres humanos caídos siempre han falsificado las obras milagrosas de Dios y todavía lo hacen (Éxodo 7:10-11; Hechos 8:9, 11; Apocalipsis 13:14). Sin embargo, la presencia de lo falso no niega lo auténtico. En Hechos 16:16, Pablo y Silas fueron importunados por una muchacha poseída por un demonio con el don de la profecía. El hecho de que su habilidad sobrenatural fuera de Satanás y no de Dios no hizo que Pablo llegara a la conclusión de que todos los dones proféticos eran del diablo (1 Corintios 14:1). En Mateo 7:21-23, Jesús predijo que muchos afirmarían conocerlo porque hacían milagros en Su nombre. Que hubiese impostores no implicaba que todos los que hacían milagros fuesen falsos.

Los continuistas sugieren que parte de la confusión sobre este tema es que puede haber dos tipos de «lenguas» mencionadas en Hechos y en las cartas a los Corintios. El don que vino el día de Pentecostés permitió a los apóstoles hablar en las lenguas de los presentes. Esto permitió que el evangelio se extendiera rápidamente por toda la región (Hechos 2:6-8). Sin embargo, en 1 Corintios 14, Pablo parece estar hablando de un propósito diferente para las lenguas. Todo el capítulo catorce es una instrucción para la iglesia acerca de los propósitos y el uso de este don, el cual puede ser para adorar a Dios (1 Corintios 14:2, 14-16, 28).

El apoyo bíblico para esta postura se encuentra en Hechos 10:45-46 cuando Cornelio recibió el Espíritu Santo. Él comenzó a alabar a Dios en lenguas, aunque no había nadie presente que necesitara escuchar el evangelio en otros idiomas. Otro ejemplo se encuentra en Hechos 19:6-7. Doce hombres de Éfeso recibieron el Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas, aunque no había nadie presente que necesitaba oírlo. La iglesia de Corinto incluía regularmente lenguas en sus servicios de adoración, sin que hubiera indicios de que siempre estuvieran presentes aquellos que necesitaban escuchar un mensaje en su idioma.

En 1 Corintios 14:28, Pablo continúa su instrucción sobre el uso de las lenguas en la adoración congregacional: «Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios». Esto parece indicar que las lenguas también pueden ser un medio para orar «en el espíritu», lo cual da otra perspectiva a pasajes como 1 Corintios 14:14-15 y 28, Romanos 8:26, Efesios 6:18 y Judas 1:20. Pablo nunca reprendió a los corintios por usar este don (1 Corintios 14:39) sino sólo por usarlo mal y generar caos (versículos 23 y 39). Al final del capítulo catorce, Pablo les instruye a no «prohibir el hablar en lenguas». sino que todo debe hacerse de manera adecuada y ordenada» (1 Corintios 14:39-40).

  1. Historia de la Iglesia
    El cesacionismo afirma el apoyo histórico, declarando que no hay indicios de que los dones de milagros continuaron después de la muerte de los apóstoles. Sin embargo, los continuistas sostienen que el registro de la iglesia no está de acuerdo. Citan los siguientes ejemplos:

Justino Mártir (100-165 d.C.), historiador de la iglesia primitiva, declaró que «los dones proféticos permanecen con nosotros hasta el presente». Ahora es posible ver entre nosotros mujeres y hombres que poseen dones del Espíritu de Dios».

Ireneo (125-200 d.C.) dijo: «También oímos a muchos hermanos en la iglesia que poseen dones proféticos y que a través del Espíritu hablan todo tipo de idiomas. . . . Incluso los muertos han resucitado y han permanecido entre nosotros durante muchos años».

Novato (210-280 d.C.) dijo, «Este es el [Espíritu Santo] que coloca profetas en la iglesia, instruye a los maestros, dirige las lenguas, da poderes y sanidades, hace obras maravillosas».

Agustín (354-430 d.C.) se cita con frecuencia como un padre de la iglesia primitiva que rechazó la idea del continuismo. Esto fue cierto desde el principio. Sin embargo, tiempo después, fue tan impactado por las sanidades y milagros que observó de primera mano, que escribió en La Ciudad de Dios, «Estoy tan urgido de terminar este trabajo, que no puedo registrar todos los milagros que veo».

Estudiosos de la Biblia más recientes como John Wesley, A. W. Tozer, R. A. Torrey y J. P. Moreland también estaban convencidos de que todos los dones del Espíritu siguen activos en el mundo hoy en día, y de hecho operan en algunos de esos dones.

  1. Argumentos del silencio
    Los cesacionistas señalan que sólo las primeras cartas de Pablo contenían referencias a los dones de milagros. Las epístolas posteriores como la de Efesios no los mencionan. Su conclusión es que estos dones deben haber «desaparecido» después de que la iglesia se estableciera definitivamente. Sin embargo, los continuistas señalan que este es un argumento de silencio, lo cual es una falacia lógica. La falta de referencia a un tema no implica de ninguna manera que la instrucción anterior haya cambiado. Puede significar que los dones de milagros no estaban causando perturbaciones en Éfeso como en Corinto, y otros asuntos eran más importantes para que Pablo les prestara atención. Las listas de dones que se encuentran en Romanos 12:6-9, 1 Corintios 12:4-11 y 1 Pedro 4:10-11 no son idénticas y posiblemente la intención no era que fueran exhaustivas.

Los eruditos bíblicos predominan en ambos aspectos de este tema. El cesacionismo sostiene que la Palabra inspirada de Dios es todo lo que necesitamos para vivir como Cristo desea que vivamos. Los continuistas afirman que el Espíritu Santo que fue derramado en Hechos 2 aún continúa Su obra, con todos los dones sobrenaturales mencionados en la Escritura. David Martyn Lloyd-Jones, un teólogo del siglo XIX que a menudo se cita como un defensor del cesacionismo, dice esto: «Todo cristiano debe buscar siempre lo mejor y lo más sublime. Nunca debemos contentarnos con nada menos de lo que se describe como posible para el cristiano en el Nuevo Testamento». A esto, ambas partes añadirían, «Amén».

Artículo Fuente: https://www.gotquestions.org/Espanol/continuismo.html

¿Qué dice la biblia acerca de la hipocresía?

¿Qué dice la biblia acerca de la hipocresía?

En esencia, la «hipocresía» se refiere al acto de afirmar creer en algo, pero actuar de una manera diferente. La palabra bíblica se deriva del término griego que se usa para «actor» (literalmente, «uno que usa una máscara»), en otras palabras, alguien que finge ser lo que no es.

La biblia considera la hipocresía un pecado. Hay dos formas en que se puede presentar la hipocresía: La hipocresía que dice creer en algo y luego actuar de manera contraria a esa creencia, y la hipocresía de mirar por encima del hombro a los demás sabiendo que nosotros mismos somos imperfectos.

El profeta Isaías denunció la hipocresía en su tiempo: «Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado» (Isaías 29:13). Siglos más tarde, Jesús citó este versículo, apuntando a la misma condenación de los líderes religiosos de Su día (Mateo 15:8-9). Juan el Bautista llamó «generación de víboras» a las multitudes hipócritas que venían a él para ser bautizadas, y les advirtió que «produjeran frutos dignos de arrepentimiento» (ver Lucas 3:7-9). Jesús igualmente tomó una postura firme contra la santurronería; llamó a los hipócritas «lobos vestidos de ovejas» (Mateo 7:15), «sepulcros blanqueados» (Mateo 23:27), «serpientes» y «generación de víboras» (Mateo 23:33).

No podemos decir que amamos a Dios si no amamos a nuestros hermanos (1 Juan 2:9). El amor debe ser «sin fingimiento» (Romanos 12:9). Un hipócrita puede parecer justo externamente, pero es una fachada. La verdadera justicia proviene de la transformación interna del Espíritu Santo y no de un ajuste externo a un conjunto de reglas (Mateo 23:5; 2 Corintios 3:8).

Jesús abordó la otra forma de hipocresía en el sermón del monte: «¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano» (Mateo 7:3-5). Jesús no está enseñando en contra del discernimiento o de ayudar a otros a vencer el pecado; al contrario, Él nos está diciendo que no seamos tan orgullosos y convencidos de nuestra propia bondad, al punto de criticar a los demás desde una posición de arrogancia. Deberíamos hacer una introspección primero y corregir nuestros propios defectos antes de ver la «paja» en los demás (cf. Romanos 2:1).

Jesús en Su ministerio terrenal tuvo muchos enfrentamientos con los líderes religiosos de la época, los fariseos. Estos hombres eran bien versados en las escrituras y celosos para cumplir cada letra de la ley (Hechos 26:5). Sin embargo, al adherirse al cumplimiento de la ley, buscaban activamente deficiencias que les permitía quebrantar el espíritu de la ley. Asimismo, mostraron una falta de compasión hacia sus semejantes y a menudo demostraban en exceso su supuesta espiritualidad con el fin de recibir elogios (Mateo 23:5-7; Lucas 18:11). Jesús denunció su comportamiento en términos muy claros, señalando que «la justicia, la misericordia y la fe» son más importantes que buscar una perfección basada en estándares incorrectos (Mateo 23:23). Jesús dejó en claro que el problema no era con la ley, sino con la forma en que los fariseos la implementaron (Mateo 23:2-3). Hoy en día, la palabra fariseo se ha convertido en sinónimo de hipócrita.

Debe notarse que la hipocresía no es lo mismo que tomar una posición contra el pecado. Por ejemplo, no es hipocresía enseñar que la embriaguez es un pecado, a menos que el que enseña contra la embriaguez se emborracha todos los fines de semana, eso sería hipocresía.

Como hijos de Dios, estamos llamados a esforzarnos por la santidad (1 Pedro 1:16). Debemos «aborrecer lo malo» y «seguir lo bueno» (Romanos 12:9). Nunca debemos insinuar una aceptación del pecado, especialmente en nuestras propias vidas. Todo lo que hacemos debe ser coherente con lo que creemos y lo que somos en Cristo. La actuación es para el teatro, no para la vida real.

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¿Cuál es la clave para vencer el desánimo?

Cuando estamos desanimados, hemos perdido la motivación para seguir adelante. La montaña parece demasiado empinada, el valle demasiado oscuro, o la batalla demasiado intensa, y perdemos el coraje para continuar.

En muchos lugares en las escrituras, Dios ordena a su pueblo a esforzarse y cobrar ánimo (Salmo 27:14; 31:24; 2 Crónicas 32:7; Deuteronomio 31:6). Cuando Dios escogió a Josué para sustituir a Moisés como líder de los israelitas, algunas de Sus primeras palabras a Josué fueron «Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas» (Josué 1:9). El Señor fundamentó este mandato en su anterior promesa a Josué en el versículo 5: «Como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé». El Señor sabía que Josué iba a afrontar algunas batallas grandes y no quería que Su siervo se desanimara.

La clave para vencer el desánimo es recordar las promesas de Dios y aplicarlas. Cuando conocemos al Señor, podemos pararnos en las promesas que Él le ha dado a Su pueblo en Su Palabra. Si podemos o no ver el cumplimiento de esas promesas en esta vida, Sus promesas siguen vigentes (Hebreos 11:13-16). Este conocimiento hizo que el apóstol Pablo prosiguiera, predicando el evangelio y eventualmente terminando en una cárcel romana donde perdió la vida. Desde la cárcel, escribió, «prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:14). Él pudo continuar en medio de la persecución, rechazo, golpes y desánimo, porque sus ojos estaban en el premio definitivo: escuchando de su Señor y Salvador las palabras «¡bien hecho!» (ver Mateo 25:23; Apocalipsis 22:12).

Es fácil que nos desanimemos cuando buscamos recompensa o afirmación de aquellos que nos rodean. Si nuestro servicio u obediencia se basa en la gratificación inmediata, quizás nos estemos preparando para el desánimo. Jesús no siempre toma el camino fácil, y además advirtió a Sus seguidores que considerarán eso antes de que iniciaran (Lucas 14:25-33). Cuando ya hemos contado el costo del discipulado, tenemos más fortaleza para afrontar las batallas por venir. No somos tan fácilmente desanimados cuando las cosas no salen como queremos, porque sabemos que la batalla es del Señor (1 Samuel 17:47).

El desánimo puede ser una luz de advertencia para nosotros que hemos perdido nuestro principal objetivo. Cuando nos sentimos desanimados, es de gran ayuda estar a solas con el Señor y permitirle que examine nuestros corazones y nuestras motivaciones (Salmo 139:23). A menudo, es el orgullo, la codicia o la avaricia, lo que alimenta nuestro desánimo. A veces el desánimo proviene de una sensación de que se tiene derecho a algo, que resalta la diferencia entre lo que tenemos y lo que creemos que nos deben. Cuando reconocemos esa actitud como pecado, podemos arrepentirnos, humillarnos, y dejar que el Espíritu Santo reajuste nuestras expectativas. Cuando usamos el desánimo como un recordatorio de que nuestras prioridades se han distorsionado, el sentimiento de desánimo puede convertirse en una herramienta de refinación para hacernos más como Jesús (ver Romanos 8:29).

El salmista no era ajeno al desánimo, y su respuesta fue recordar a Dios y confiar en las promesas de la palabra:

«¿Por qué te abates, oh alma mía,

Y te turbas dentro de mí?

Espera en Dios;

porque aún he de alabarle,

Salvación mía y Dios mío.

Dios mío, mi alma está abatida en mí;

Me acordaré, por tanto, de ti…» (Salmo 42:5-6).

¿Cuándo está bien irse de la iglesia?

¿Cuándo está bien irse de la iglesia?

Quizás la mejor manera para discernir si uno tiene motivos para irse de la iglesia, es volver a los fundamentos. ¿Cuál es el propósito de la iglesia? La Biblia es clara en cuanto a que la iglesia es la «columna y baluarte [fundamento] de la verdad» (1 Timoteo 3:15). Todo lo que forme parte de la estructura de la iglesia, la enseñanza, la adoración, los programas y las actividades, debe centrarse en esta verdad. Además, la iglesia debe reconocer a Jesucristo como su única cabeza (Efesios 1:22; 4:15; Colosenses 1:18) y someterse a Él en todas las cosas. Claramente, estas cosas sólo se pueden hacer cuando la iglesia se aferra a la Biblia como su norma y autoridad. Lamentablemente, pocas iglesias hoy en día se ajustan a esta descripción.

Los creyentes que sienten el deseo de abandonar una iglesia, deben estar claros en sus motivos. Si la iglesia no proclama la verdad, o no enseña la Biblia y honra a Cristo, y hay otra iglesia cercana que si lo hace, entonces hay motivos para salir. Sin embargo, podría haber motivos para permanecer y trabajar para lograr cambios con el propósito de mejorar. Se nos exhorta a «contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Judas 1:3). Si uno tiene la fuerte convicción de la necesidad de cambiar la iglesia a una dirección que se base más en la Biblia y que honre a Cristo, y si se puede hacer de una manera amorosa, entonces parecería que el mejor camino es quedarse.

La Biblia no indica un procedimiento sobre cómo salir de una iglesia. En los inicios de la iglesia, un creyente tendría que cambiarse de ciudad para encontrar una iglesia diferente. En algunos lugares hoy en día, hay una iglesia aparentemente en cada esquina, y tristemente muchos creyentes se van de una iglesia para otra que queda en la misma calle, en lugar de resolver los problemas que puedan llegar a enfrentar. Lo que debe caracterizar a los creyentes es el perdón, el amor y la unidad (Juan 13:34-35; Colosenses 3:13; Juan 17:21-23), y no la amargura y la división (Efesios 4:31-32).

Si un creyente se siente guiado a irse de una iglesia, es importante que lo haga de tal forma que no cause división innecesaria o algún tipo de controversia (Proverbios 6:19; 1 Corintios 1:10). Si hay una falta de enseñanza bíblica, la respuesta es clara y se debe buscar una nueva iglesia. Sin embargo, la insatisfacción de muchas personas con su iglesia, es debido a su falta de participación en los ministerios de la iglesia. Es mucho más fácil alimentarse espiritualmente por la iglesia, cuando uno toma parte activa en «alimentar» a otros. El propósito de la iglesia se esboza claramente en Efesios 4:11-14. Permita que estos versículos lo guíen para elegir y encontrar una iglesia.

¿Qué dice la Biblia sobre la seguridad?

En un mundo cada vez más inseguro, la gente busca seguridad y protección. Los ejércitos se enfrentan entre sí en vastos desiertos, los países se equipan con armas nucleares, las ideas revolucionarias ponen en peligro a millones de personas. En nuestro entorno, nos enfrentamos cada vez más con amenazas a nuestra seguridad y a la de nuestras familias. La seguridad física es lo más importante para muchos. La Biblia tiene mucho que decir sobre la seguridad, tanto física como espiritual.

En el Antiguo Testamento, Dios prometió a los israelitas que vivirían en la tierra con seguridad si obedecían sus mandamientos (Levítico 25:18-19; 26:3-5; Deuteronomio 12:10). Cuando el pueblo de Dios se apartó de Él y siguió a otros dioses, su seguridad estuvo en peligro, lo que provocó un desastre. Los altibajos que se registran en el libro de los Jueces claramente relacionan la seguridad nacional del antiguo Israel con su obediencia a la Palabra de Dios. La palabra hebrea traducida como «seguridad» en el Antiguo Testamento significa «un lugar de refugio; seguridad, confianza, esperanza». Proverbios 18:10 describe el nombre del Señor como una torre fuerte a la que los justos corren y encuentran refugio. Según Proverbios 29:25, la seguridad también incluye la confianza en el Señor.

El Nuevo Testamento no pasa por alto la seguridad física. Jesús habló de llevar una espada para protegerse (Lucas 22:36), y Pablo se mantuvo a salvo de los que querían lastimarlo físicamente en varias ocasiones (Hechos 9:25; 17:10; 19:30; 23:10). Sin embargo, el Nuevo Testamento se centra más en la seguridad espiritual, es decir, en la salvación. Jesús y los escritores del Nuevo Testamento tuvieron mucho que decir sobre la seguridad. La seguridad espiritual se encuentra en un solo lugar: la fe en la sangre derramada de Cristo como pago por nuestros pecados y en Su resurrección (Juan 3:17; Hechos 2:21; 4:12; Romanos 10:9; Efesios 2:8). Jesús vino al mundo para dar seguridad espiritual y seguridad eterna a todos los que creen en Él. La necesidad de seguridad física es mínima en comparación con la necesidad universal de seguridad espiritual. Uno puede estar en gran peligro en este mundo de sufrir daños físicos y aun así tener la seguridad de una eternidad de seguridad en el cielo. No hay que temer a los que sólo pueden dañar el cuerpo, pero que no pueden tocar el alma (ver Mateo 10:28).

Desafortunadamente, muchos se engañan pensando que la verdadera seguridad proviene de las cosas del mundo: dinero, comodidades, posición y poder. Sin embargo, la seguridad que ofrecen estas cosas es temporal y pasajera. Las riquezas «abren las alas y salen volando» (Proverbios 23:5). Nada es seguro en este mundo: «No son los más veloces los que ganan la carrera, ni tampoco son los más valientes los que ganan la batalla. No siempre los sabios tienen qué comer, ni los inteligentes tienen mucho dinero, ni todo el mundo quiere a la gente bien preparada. En realidad, todos dependemos de un momento de suerte» (Eclesiastés 9:11). Ningún argumento del mundo puede proveer seguridad espiritual en el cielo. Pablo habló de un tiempo que vendrá cuando el Señor regrese a la tierra. En ese momento, los que confían en cualquier cosa que no sea Cristo se darán cuenta de que no tienen ni paz ni seguridad: «Ustedes saben muy bien que el Señor Jesús regresará en el día menos esperado, como un ladrón en la noche. Cuando la gente diga: «Todo está tranquilo y no hay por qué tener miedo», entonces todo será destruido de repente. Nadie podrá escapar, pues sucederá en el momento menos esperado, como cuando le vienen los dolores de parto a una mujer embarazada. ¡No podrán escapar!» (1 Tesalonicenses 5:2-3).

Los que tienen la verdadera sabiduría tendrán temor del Señor, el único que puede dar la seguridad verdadera: «Entonces andarás por tu camino confiadamente, y tu pie no tropezará. Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te acostarás, y tu sueño será grato. No tendrás temor de pavor repentino, ni de la ruina de los impíos cuando viniere, porque el Señor será tu confianza, y él preservará tu pie de quedar preso» (Proverbios 3:23-26).

Tomado del Ministerio Got Questions

¿Cómo debería ver el socialismo un cristiano?

¿Cómo debería ver el socialismo un cristiano?

La mayoría de los filósofos a través de los siglos, han creído que la historia está formada por ideas, la búsqueda de la realidad actual, o la razón humana. Pero hay un filósofo famoso que, por el contrario, sostuvo que el factor de impulso detrás de toda la historia humana, es la economía. Carlos Marx nació de padres judíos alemanes en 1818 y recibió su doctorado a la edad de 23 años. Entonces se embarcó en una misión para probar que la identidad humana está ligada al trabajo de una persona y que los sistemas económicos controlan totalmente a la persona. Argumentando que es por su trabajo que la humanidad sobrevive, Marx creía que las comunidades humanas son creadas por la división del trabajo.

Marx estudió historia y concluyó que la sociedad por cientos de años se había basado en la agricultura. Pero en la opinión de Marx, la Revolución Industrial cambió todo eso, porque aquellos que habían trabajado libremente para sí mismos, ahora eran forzados por la economía a trabajar en fábricas. Esto, consideró Marx, les despojó de su dignidad e identidad, porque su trabajo definía quiénes eran, y ahora, eran reducidos a meros esclavos controlados por un poderoso capataz. Esta perspectiva significaba que la economía del capitalismo era el enemigo natural de Marx.

Marx dedujo que el capitalismo enfatizaba la propiedad privada, y, por lo tanto, reducía la propiedad a unos cuantos privilegiados. Dos «comunidades» separadas surgieron en la mente de Marx: los empresarios, o la burguesía; y la clase trabajadora, o el proletariado. De acuerdo a Marx, la burguesía usa y explota al proletariado con el resultado de que una persona gana lo que otra persona pierde. Además, Marx creía que los empresarios influían en los legisladores para asegurar que sus intereses se defendieran a costa de la pérdida de dignidad y los derechos de los trabajadores. Por último, Marx consideraba que la religión era el «opio de las masas» que usaban los ricos para manipular a la clase obrera; al proletariado se le promete que un día tendrán recompensas en el cielo, si se mantienen trabajando diligentemente donde Dios los haya colocado (subordinados a la burguesía).

En la utopía terrenal que Marx visualizó, la gente colectivamente es dueña de todo y todos trabajan para el bien común de la humanidad. El objetivo de Marx era terminar con la posesión de la propiedad privada a través de otorgar al estado la propiedad de todos los medios de producción económica. Una vez que la propiedad privada era abolida, Marx consideraba que esto elevaría la identidad de una persona y el muro que supuestamente el capitalismo había construido entre propietarios y clase obrera, sería derribado. Todos se valorarían unos a otros, y trabajarían juntos por una meta compartida.

Hay al menos cuatro errores en el pensamiento de Marx. En primer lugar, su afirmación de que la ganancia de una persona se produce a expensas de otra, es un mito. La estructura del capitalismo deja suficiente lugar para que todos eleven su estándar de vida, a través de la innovación y la competencia. Es absolutamente factible para varias personas competir y tener éxito en un mercado de consumidores que solicite sus bienes y servicios.

Segundo, Marx estaba equivocado en su creencia de que el valor de un producto está basado en la cantidad de trabajo que se le ha invertido. La calidad de un bien o servicio, simplemente no puede ser determinada por la cantidad de esfuerzo invertido por un trabajador. Por ejemplo, un maestro ebanista puede hacer un mueble con más rapidez y belleza de lo que pudiera hacerlo un carpintero no calificado, y por tanto su trabajo tendrá mucho más valor (y justamente) en un sistema económico como el capitalismo.

Tercero, las teorías de Marx, necesitan un gobierno que esté libre de corrupción y niegue la posibilidad de un elitismo dentro de sus filas. Si la historia nos ha enseñado algo, es que el poder corrompe a la humanidad caída, y un poder absoluto corrompe absolutamente. Una nación o gobierno puede matar la idea de Dios, pero alguien más tomará el lugar de Dios. Ese alguien es a menudo un individuo o grupo que comienza a gobernar sobre el pueblo y busca mantener su posición privilegiada a cualquier costo.

Cuarto, y el más importante, Marx estaba equivocado en que la identidad de una persona está ligada al trabajo que desempeña. Aunque la sociedad secular ciertamente impone esta creencia en casi todos, la Biblia dice que todos tienen igual valor, porque todos fueron creados a la imagen de un Dios eterno. Es ahí donde radica intrínsecamente el verdadero valor humano.

¿Tenía razón Marx? ¿Es la economía el catalizador que impulsa la historia de la humanidad? No, lo que dirige la historia de la humanidad es el Creador del universo, quien controla todo, incluyendo el ascenso y caída de cada nación. Además, Dios también controla a quien pone a cargo de cada nación, como dice la Escritura, «… para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres» (Daniel 4:17). Más aún, es Dios quien le da a una persona la habilidad en el trabajo, y la riqueza que proviene de ello, no el gobierno: «He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque esta es su parte. Asimismo, a todo hombre a quien Dios da riquezas y bienes, y le da también facultad para que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo, esto es don de Dios» (Eclesiastés 5:18-19).

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¿Es pecado decir groserías, malas palabras y maldecir?

¿Es pecado decir groserías, malas palabras y maldecir?

Definitivamente es un pecado decir malas palabras (maldecir, decir groserías, etc.). La biblia deja esto muy claro. Efesios 4:29 nos dice, «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes». Primera de Pedro 3:10 declara, «El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño». Santiago 3:9-12, resume el problema: «Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce».

Santiago deja claro que la vida de los cristianos o los «hermanos», no debe caracterizarse por hablar mal. Haciendo la analogía tanto del agua salada como del agua dulce que proviene de la misma fuente (algo que es inusual de una fuente), él explica que es inusual para un creyente que tanto la bendición como la maldición salgan de su boca. No podemos alabar a Dios mientras que al mismo tiempo maldecimos a nuestros hermanos.

Jesús explicó que lo que sale de nuestra boca es lo que llena nuestros corazones. Tarde o temprano, la maldad en el corazón sale a través de la boca en forma de maldiciones e insultos. Pero cuando nuestros corazones están llenos de la bondad de Dios, se derramará la alabanza para él y el amor por el prójimo. Nuestras palabras siempre van a indicar lo que está en nuestros corazones. «El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Lucas 6:45).

¿Por qué es pecado decir groserías, malas palabras y maldecir? El pecado es una condición del corazón, de la mente y «el hombre interior» (Romanos 7:22), que se manifiesta en nuestros pensamientos, acciones y palabras. Cuando decimos groserías y maldecimos, estamos dando evidencia de la contaminación del pecado en nuestros corazones que debe ser confesado y del cual debemos arrepentirnos. Cuando ponemos nuestra fe en Cristo, recibimos una nueva naturaleza de Dios (2 Corintios 5:17), nuestros corazones son transformados y nuestras palabras reflejan la nueva naturaleza que Dios ha creado en nosotros (Romanos 12:1-2). Afortunadamente, cuando fallamos, nuestro gran Dios es “fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).

¿Debería un cristiano tener armas?

¿Debería un cristiano tener armas?

Debido al creciente nivel de violencia que existe en nuestro mundo y la exaltación de paz en las escrituras, hay mucho debate entre los cristianos sobre si es correcto que un cristiano tenga armas. Sin embargo, un estudio minucioso en la biblia, nos permite recibir información acerca de prácticas históricas que sustentan este tema hoy en día.

Tenemos el ejemplo de los apóstoles, que poseían armas. La noche en que Jesús fue traicionado, Él les pidió a Sus seguidores que llevaran espadas. Ellos tenían dos y Jesús afirmó que eran suficientes (Lucas 22:37-39). Cuando Jesús estaba siendo arrestado, Pedro cortó la oreja de uno de los siervos del sumo sacerdote (Juan 18:10). Jesús sanó al hombre instantáneamente (Lucas 22:51) y le dijo a Pedro que guardara su espada (Juan 18:11). No se condenó a Pedro por tener una espada, lo que se condenó fue el uso particular que había hecho de ella.

En otra ocasión, los soldados vinieron a Juan el Bautista para ser bautizados. Cuando le preguntaron qué tenían que hacer para vivir para Dios, Juan les dijo, «No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario» (Lucas 3:14). Juan no les dijo que dejaran sus armas.

Y luego está David, quien alababa a Dios: «Quien adiestra mis manos para la batalla, Y mis dedos para la guerra» (Salmo 144:1). El antiguo testamento contiene muchos otros ejemplos de hombres piadosos que poseían y utilizaban armas, normalmente en el contexto de la guerra.

La biblia no prohíbe que un cristiano posea un arma, pero sí ofrece algunos principios a tener en cuenta. Primero, los cristianos están llamados a ser pacificadores (Mateo 5:9). Un cristiano que piense en comprar un arma, debería considerarlo en oración, si es que eso le ayudaría a mantener la paz.

Segundo, un cristiano sólo debería tener un arma con el propósito de honrar a Dios (1 Corintios 10:23). Usar un arma para cazar, para el deber militar o policial, o para la legítima defensa personal, puede honrar a Dios. Aun así, una persona debe reflexionar sobre sus motivos para poseer un arma en particular.

En tercer lugar, un cristiano debe acatar las leyes locales y esto incluye las regulaciones sobre las armas. Romanos 13 es claro en cuanto a que hay que obedecer las autoridades gobernantes ya que son impuestas por Dios. Además, debemos orar por los gobernantes que supervisan nuestras comunidades y nación (1 Timoteo 2:1-2).

Finalmente, no hay nada pecaminoso en poseer un arma de fuego u otras armas. Un arma puede ser útil e incluso necesaria en algunos contextos; por otra parte, los cristianos deberían considerar cuidadosamente el motivo y el propósito de poseer un arma, y ajustarse a las regulaciones locales.

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