El control de Dios y nuestra responsabilidad

Por Guy M. Richard

Serie: Perfeccionismo y control

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control

R.C. Sproul será recordado por muchas cosas, pero quizás la más importante de todas sea su visión elevada de Dios. Durante su vida, R.C. ayudó a iniciar una especie de reforma moderna que invitó a la Iglesia a abrazar lo que bien podría denominarse la «Deidad de Dios». Su ministerio, que continúa a través de la obra de la revista Tabletalk y Ministerios Ligonier, se basó en gran medida en la idea central de que si Dios no es soberano, entonces no puede ser Dios. R.C. nos recordaba frecuentemente que el sentido común demuestra que esta idea debe ser cierta. Es que si hubiera alguien o algo en el universo más poderoso o con más autoridad que Dios, entonces ese alguien o algo por definición sería Dios.

Sin embargo, el sentido común no es lo único que apunta en esta dirección; la enseñanza abrumadora de la Escritura ciertamente también lo hace. R.C. también nos recordaba eso con regularidad. De este modo, leemos en 1 Timoteo 6:15-16 que Dios es llamado el «único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores; el único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible». En el Salmo 95:3 se nos dice que nada es más poderoso ni tiene más autoridad que Dios. Él es «Rey grande sobre todos los dioses». Nadie puede resistir Su voluntad (Rom 9:19), nadie puede detener Su Mano (Dn 4:35), Él reina sobre las naciones (Sal 22:28) y todos los reyes de la tierra están sujetos a Él (Sal 2).

Pero además, pasajes como Efesios 1:11 y Salmos 115:3 son útiles para demostrar que la soberanía no se trata únicamente de lo que Dios es, sino también de lo que Dios hace. Él es soberano y actúa soberanamente. Él «permanece para siempre» (Sal 9:7), «obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad» (Ef 1:11) y siempre hace «todo lo que le place» (Sal 115:3).

Aunque esta visión de Dios es tremendamente alentadora, nunca debería llevarnos a tener una actitud fatalista hacia la vida que nos haga negarnos a asumir la responsabilidad de nuestras acciones y decisiones. La Biblia dice con claridad que los seres humanos somos genuinamente responsables. Romanos 14:12, por ejemplo, nos dice claramente que cada ser humano «dará a Dios cuenta de sí mismo». Y la Escritura nos manda constantemente a arrepentirnos (Hch 17:30), creer (16:31), obedecer (Mt 28:20), ocuparnos en nuestra salvación (Flp 2:12), hacer el bien (Gal 6:9), poner nuestra mente en las cosas de arriba (Col 3:2), orar en todo tiempo (1 Tes 5:17) y hacer discípulos en todas las naciones (Mt 28:18). Estas cosas indican que nuestros pensamientos, palabras y acciones realmente importan.

Pero, ¿cómo conciliamos estas dos verdades? ¿Cómo es posible que Dios sea soberano a tal grado que todo lo que sucede ocurra «conforme al consejo de su voluntad», y que al mismo tiempo los seres humanos puedan ser genuinamente responsables por sus acciones y decisiones? Para responder a esta interrogante, los teólogos se han basado en dos distinciones principales. Por un lado, han distinguido entre la voluntad oculta y la voluntad revelada de Dios, y por el otro, han distinguido entre la causalidad primaria y la secundaria. Examinaremos cada una de ellas.

Cuando hablamos de la voluntad oculta de Dios, enfatizamos el hecho de que Dios sabe muchas cosas que tú y yo no sabemos. Nos referimos a lo que algunos han llamado Su voluntad decretiva, esa voluntad por la cual, en palabras de la Confesión de Fe de Westminster, Dios «ordena todo lo que acontece». Tú y yo no podemos conocer esta voluntad; está escondida de nosotros. Pero, afortunadamente, Dios no nos ha ocultado todo. Él nos ha revelado muchas cosas en Su Palabra y a través de ella, y estas cosas constituyen Su voluntad revelada para nuestras vidas. Puede que no sepamos lo que nos sucederá mañana, el próximo mes o el próximo año, pero sí sabemos que debemos amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mr 12:29-31). Sabemos que no debemos tener otros dioses delante de Él (Ex 20:3). Y sabemos que debemos obedecer todo lo que Dios nos ha mandado (Mt 28:20). Estas cosas nos han sido reveladas claramente. Como dice Deuteronomio 29:29, las cosas ocultas o «secretas pertenecen al SEÑOR nuestro Dios, mas las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre».

Por lo tanto, como R.C. solía decir con franqueza, la soberanía de Dios, en cierto sentido, «no es asunto nuestro». Necesitamos dejar que Dios sea Dios. Necesitamos dejar que Él se preocupe por lo que sucederá o dejará de suceder. Nuestro deber no es prestar atención a las cosas ocultas o secretas de Dios, sino a las que son reveladas. Nuestras acciones y decisiones, en cuanto son regidas por la Palabra de Dios, son las que «nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre».

Hechos 27:13-44 presenta un precedente interesante acerca de la voluntad oculta y la voluntad revelada de Dios, y el modo en que la soberanía divina opera junto con la responsabilidad humana. En este pasaje, Dios le revela a Pablo algo que normalmente sería parte de Su voluntad oculta. En medio de una feroz tormenta en el mar en la que fueron «abandonando toda esperanza» (v. 20) de salvarse, Dios le dice a Pablo que no perecerá en la tormenta y que tanto él como todos los demás a bordo del barco saldrían con vida. Pero, incluso con este conocimiento de la voluntad oculta de Dios, Pablo igualmente les ordena a los soldados a bordo que eviten que los marineros abandonen el barco cuando intentan escapar en el bote salvavidas (vv. 30-31); de todas maneras insta a «todos» a comer algo de alimento para preservar sus vidas (vv. 33-34), y el centurión de todos modos se anticipa a los planes de los soldados, que eran matar a Pablo y al resto de los prisioneros, liberando tempranamente a los presos (vv. 42-44).

Lo interesante en este caso es que tanto Pablo como el centurión conocen la voluntad oculta de Dios. Ambos saben que Dios ha decretado la supervivencia de todos los del barco (v. 21). Pablo, al menos, confía en que el decreto de Dios se cumplirá en sus vidas y que todos se salvarán. Sin embargo, a pesar de esta confianza, Pablo y el centurión se comportan como si sus acciones y decisiones realmente importaran. La explicación más probable para esto es que por lo menos Pablo debe haber entendido que la voluntad decretiva de Dios se cumpliría en y a través de sus acciones y decisiones, y las del centurión. La soberanía de Dios, en lugar de hacer que sus acciones y decisiones sean innecesarias, las emplea y las usa para lograr exactamente lo que Dios quiere que suceda.

Y eso nos lleva a la segunda distinción que queremos hacer: entre la causalidad primaria y secundaria. Cuando nos referimos a Dios como la causa principal o última de todas las cosas, simplemente estamos reconociendo que Dios es soberano y que actúa soberanamente. Estamos diciendo que nada lo toma por sorpresa, que nada sucede por accidente, que no hay una «molécula suelta» ni una fuerza suelta en el universo que esté más allá del poder y control de Dios, y que todo lo que sucede es parte de la voluntad decretiva de Dios.

Pero aunque Dios es la causa primaria o final de todo lo que sucede, no es la única causa. En Hechos 27, por ejemplo, vemos varias causas secundarias por las que Pablo y los demás se salvan. Vemos que Pablo advierte al centurión y a los soldados que mantengan a los marineros a bordo, vemos que el centurión y los soldados cortan la cuerda del bote salvavidas, vemos que Pablo exhorta a la gente a comer y vemos que el centurión frustra el plan de los soldados de matar a los prisioneros. Ninguna de estas causas es la fundamental, porque solo Dios es la causa fundamental de todas las cosas. Sin embargo, todas son causas secundarias; son medios que Dios usa para cumplir Sus propósitos. Y también son causas reales, como se evidencia en la advertencia de Pablo a los soldados: «Si estos no permanecen en la nave, vosotros no podréis salvaros» (v. 31).

R.C. Sproul pasó su vida invitándonos a abrazar la «Deidad» de Dios, junto con los muchos beneficios que la acompañan, y al mismo tiempo nos desafió a vivir de acuerdo con la voluntad revelada de Dios. R.C. sabía que nuestras acciones y decisiones realmente importan. Sabía que el soberano y glorioso Dios del universo realmente cumple Sus propósitos perfectos en y a través de nuestras acciones y decisiones imperfectas. Y, por eso, sabía que el ahora en verdad cuenta para siempre.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Guy M. Richard
El Dr. Guy M. Richard es director ejecutivo y profesor adjunto de teología sistemática en el Seminario Teológico Reformado de Atlanta. Es autor de varios libros, entre ellos Baptism: Answers to Common Questions [El bautismo: Respuestas a las preguntas más comunes].

El paidobautismo

Ministerios Ligonier

Serie: Doctrinas mal entendidas

El paidobautismo
Por Guy M. Richard

Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Doctrinas mal entendidas

omo pastor presbiteriano, a menudo me preguntan por qué creo en el bautismo de infantes. La frecuencia con que lo hacen me dice que hay muchos malentendidos en torno a esta doctrina. Una de las razones de este desconocimiento es que muchos miembros de iglesias paidobautistas no han sido capaces de ofrecer una buena justificación bíblica de lo que creen. Eso puede deberse a que las iglesias paidobautistas no están preparando adecuadamente a sus miembros para hacerlo o simplemente a que el bautismo no es una doctrina que define a los paidobautistas de la misma manera en que sí define a muchos otros grupos. Por ejemplo, nuestros hermanos bautistas se diferencian de la mayoría de las otras tradiciones cristianas por su postura sobre el bautismo, lo que significa que el miembro promedio de sus iglesias a menudo recibe una enseñanza más cabal sobre esta doctrina que la que recibirán nuestros miembros.

Otra de las razones por las que la gente malentiende el paidobautismo es porque tiene nociones erradas sobre la teología del pacto que lo subyace. Hace poco dicté una clase sobre el bautismo en un seminario. En ella, les pedí a mis alumnos que leyeran un artículo escrito por un hermano bautista sobre los motivos por los que él creía que el paidobautismo no es bíblico. Lo que más me sorprendió del artículo de ese hermano fue la frecuencia con que malinterpretaba la teología del pacto y sus implicaciones para el bautismo. Antes de poder avanzar juntos en esta doctrina, debemos corregir estos malentendidos con tanta claridad y gracia como nos sea posible. Es en ese espíritu que presento el resto de este artículo.

Habiendo dicho eso, lo primero que quiero señalar es que la postura paidobautista acepta prácticamente todo lo planteado por la postura credobautista sobre los sujetos del bautismo. Afirmamos de todo corazón que el bautismo es legítimamente administrado a los adultos (que no han sido bautizados antes) cuando profesan su fe en Cristo. Por tanto, el término paidobautista es algo desacertado. No solo bautizamos niños pequeños; bautizamos tanto a los creyentes profesantes como a sus hijos pequeños, y, en este sentido, somos credobautistas y paidobautistas a la vez. Lo único que nos distingue de nuestros hermanos credobautistas es la palabra solo. Los credobautistas solo bautizan a los creyentes profesantes, mientras que nosotros bautizamos a los creyentes profesantes y a sus hijos.

Menciono esto para indicar que no basta con señalar los ejemplos de bautismos de creyentes profesantes en el Nuevo Testamento para demostrar la postura credobautista. Los paidobautistas también reconocemos el bautismo de los creyentes profesantes. Nuestros hermanos credobautistas deben demostrar que la Biblia enseña que solo los creyentes profesantes, y nadie más que ellos, deben ser bautizados.

El pacto abrahámico no era un pacto físico o temporal establecido con los descendientes biológicos de Abraham. Era un pacto espiritual establecido con los descendientes espirituales de Abraham.

Lo segundo que quiero decir es que Génesis 17 señala explícitamente que Dios ordenó que la señal externa de Su pacto (la circuncisión) fuera aplicada en los hijos infantes al octavo día de vida. Debido a esto, todo lo que necesitamos demostrar es que el pacto abrahámico es sustancialmente el mismo que el nuevo pacto y que la teología de la circuncisión refleja la teología del bautismo para validar que los hijos de los creyentes reciben la señal pactual bajo el nuevo pacto como obviamente ocurría bajo el pacto abrahámico.

Pasajes como Romanos 2:28-29 y 4:11, además de Deuteronomio 30:6 y Jeremías 9:25-26 (entre otros), indican que Dios nunca pretendió que la circuncisión fuera un distintivo de identidad étnica, sino una señal externa que apuntara a una realidad espiritual interna (la circuncisión del corazón). Apuntaba a lo que ya había ocurrido en el interior ―como en el caso de Abraham, que creyó y luego fue circuncidado― o a lo que se esperaba que ocurriera en el futuro,como en el caso de la mayoría de los judíos, que eran circuncidados a su octavo día de vida en la esperanza de que siguieran los pasos de la fe de Abraham cuando crecieran (Rom 4:12). Colosenses 2:11-12 muestra explícitamente la conexión teológica entre la circuncisión y el bautismo al aplicar al cristiano tanto la circuncisión espiritual (del corazón) como el bautismo espiritual (del Espíritu Santo). Si la circuncisión interna y el bautismo interno están ligados, entonces ciertamente sus señales externas (es decir, la circuncisión física y el bautismo con agua) también lo están.

Además, Gálatas 3:16 y Romanos 4:11-12 nos enseñan que el pacto abrahámico es esencialmente el mismo que el nuevo pacto. Gálatas 3:16 indica que Cristo es la descendencia de Abraham, lo que significa que solo los que están «en Cristo» son hijos de Abraham, vivan en el Antiguo o en el Nuevo Testamento (ver Gal 3:71429). Romanos 4:11-12 confirma esta verdad cuando dice que Abraham es el padre de todo creyente gentil (incircunciso) y el padre de todo judío circuncidado que sigue «en los pasos de la fe que tenía nuestro padre Abraham cuando era incircunciso». Esta fe, como nos dice Juan 8:56, es una fe que ve a Cristo. Es una fe que ve el cielo y sus realidades y bendiciones espirituales en vez de una tierra prometida mundanal y sus realidades y bendiciones temporales (Heb 11:1016).

Por lo tanto, el pacto abrahámico no era un pacto físico o temporal establecido con los descendientes biológicos de Abraham. Era un pacto espiritual establecido con los descendientes espirituales de Abraham. Era un pacto sustancialmente igual al nuevo pacto. Cristo, la descendencia de Abraham, garantiza que es así. Además, la circuncisión no era una señal de identidad étnica, sino una que llamaba a los descendientes biológicos de Abraham a transformarse en sus descendientes espirituales siguiéndolo en la misma fe que él tuvo.

A la luz de todas estas realidades, no debería sorprendernos que el Nuevo Testamento hable de bautismos «de casas». La continuidad entre los pactos ―y entre las señales de los pactos― indica que eso es exactamente lo que deberíamos esperar. Desde Génesis 17, el pueblo de Dios había estado practicando circuncisiones «de casas», poniendo la señal externa del pacto interno de Dios en los creyentes profesantes adultos (que no la habían recibido antes) y en sus hijos. Ciertamente, esperaríamos encontrar alguna mención en el Nuevo Testamento si, luego de miles de años de incluir a los niños en la comunidad del pacto como receptores de la señal del pacto, las cosas debieran cambiar tan radicalmente en la era del nuevo pacto. ¿De verdad tenemos que creer que ahora los niños han sido arrancados de la comunidad del pacto y que por eso el antiguo pacto era mayor y más inclusivo que el nuevo? ¿Cuál es el fundamento para decir eso? Es contrario al principio de expansión que vemos en operación en todas partes cuando pasamos del Antiguo al Nuevo Testamento. El paidobautismo no solo es consistente con la continuidad que vemos entre los pactos y entre las señales de los pactos, sino que también es consistente con este principio de expansión, pues aplica la señal del pacto tanto sobre hombres y mujeres como sobre sus hijos e hijas.


Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Guy M. Richard
Guy M. Richard

El Dr. Guy M. Richard es director ejecutivo y profesor adjunto de teología sistemática en el Seminario Teológico Reformado de Atlanta. Es autor de varios libros, entre ellos Baptism: Answers to Common Questions [El bautismo: Respuestas a las preguntas más comunes].

¿Qué es la fe?

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

¿Qué es la fe?

Guy M. Richard

Nota del editor: Esta publicación es la quinta parte de la serie «El corazón del evangelio«, publicada por la Tabletalk Magazine.

Una de las declaraciones que más he repetido durante los últimos quince años de ministerio es ese comentario genial de J.I.Packer de que las medias verdades disfrazadas de verdades enteras son en realidad mentiras completas. La observación de Packer es un bello recordatorio de que las verdades a medias son solo eso: verdades a medias. Cuando estas se presentan como si no hubiera nada más que decir, el resultado es que la verdad es comprometida. Decir que Jesús es cien por ciento humano es verdad. Pero es solo la mitad de la historia. Jesús también es cien por ciento divino. Si nos enfocamos solo en la humanidad de Jesús y nunca decimos nada acerca de Su divinidad, somos culpables de presentar una verdad a medias como si fuera toda la verdad, y por ende, terminamos con una mentira completa.

Mi temor es que muchos de nosotros en la iglesia de hoy podemos estar peligrosamente cerca de violar este precepto en nuestra predicación del evangelio. No hay duda de que el llamado del evangelio es a creer en Jesucristo, por lo que nuestra predicación debe llamar regularmente a las personas a la fe. Pero si nuestra predicación se detiene allí sin llamar a la gente al arrepentimiento, estamos peligrosamente cerca de presentar una verdad a medias como si fuera toda la verdad. El arrepentimiento y la fe son inseparables. Son dos caras de la misma moneda. La fe es el lado positivo de volverse a Cristo, y el arrepentimiento es el lado negativo de apartarse del pecado. Es imposible volverse a Cristo y volverse al pecado, así como es imposible viajar en dos direcciones diferentes al mismo tiempo. Por definición, viajar al este significa no viajar al oeste, y volverse a Cristo en consecuencia significa apartarse del pecado. La fe y el arrepentimiento necesariamente van de la mano.

Podemos ver este vínculo inseparable entre la fe y el arrepentimiento en varios pasajes de la Escritura. En Hechos 2:38, por ejemplo, Pedro les responde a aquellos que han sido «compungidos de corazón» y que han preguntado: «hermanos, ¿qué haremos?», diciéndoles: «arrepentíos y sed bautizados … en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados.» Él no les dice: «creáis y sed bautizados», como lo hace Pablo en casi las mismas circunstancias con el carcelero de Filipos en Hechos 16:30-34, en cambio les dice: «arrepentíos y sed bautizados «. La razón parece clara, especialmente cuando estudiamos a Pedro y a Pablo juntos : la fe y el arrepentimiento son inseparables. Es imposible arrepentirse y no creer, y es imposible creer y no arrepentirse.

Vemos esto nuevamente en Lucas 24:47, cuando Jesús les dice a Sus discípulos que deben proclamar un evangelio de «arrepentimiento para el perdón de los pecados», y en Hechos 3:19, cuando uno de esos discípulos presta atención a las palabras de Jesús y les dice a sus oyentes: “arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados». En ambos casos, nuevamente se nos dice que el llamado del evangelio no es simplemente: «cree, y serás perdonado», sino: «arrepiéntete, y serás perdonado». La razón es que la fe y el arrepentimiento van de la mano.

Marcos hace que esta conexión sea aún más explícita en su descripción de la vida de Cristo. En Marcos 1:14-15, este registra a Jesús proclamando un evangelio que llama abiertamente a las personas a «arrepentirse y creer». Para Jesús, la fe y el arrepentimiento, obviamente, van de la mano. El evangelio nos llama a ambos.

Esto no es para negar la doctrina de la justificación solo por la fe. Jesús no está agregando nada a la fe sino, más bien, definiendo cómo es la fe en realidad. La fe justificadora no es una fe simple o llana, por así decirlo, sino una fe compungida, es decir, una fe que siempre va acompañada de arrepentimiento. Sin duda, es posible que la fe genuina sea impenitente por un tiempo. El ejemplo de David al no mostrar arrepentimiento por un buen tiempo luego de su pecado con Betsabé demuestra esto (2 Sam 11-12). Pero un espíritu impenitente no puede durar para siempre. Los cristianos pueden no arrepentirse inmediatamente, pero eventualmente se arrepentirán. Dios se encargará de eso, tal como lo hizo con David, porque la fe y el arrepentimiento necesariamente van de la mano. Donde uno está, allí también estará el otro.

El mismo evangelio que nos llama a la fe también nos llama al arrepentimiento. Si nos enfocamos solo en el llamado a la fe, nos estamos enfocando solo en un lado de la moneda e ignorando el hecho de que hay otro lado. Para establecer un paralelo con una de las enseñanzas más famosas de Jesús, proclamar la fe pero no el arrepentimiento es como enseñar a la gente a «dar al César lo que es del César» sin mencionar que también deben dar «a Dios lo que es de Dios» (Mat 22:21). Estaríamos peligrosamente cerca de presentar una verdad a medias como si fuera toda la verdad y, por lo tanto, diciendo toda una mentira.

Publicado originalmente en la Tabletalk Magazine.

Guy M. Richard

Guy M. Richard

El Dr. Richard es director ejecutivo y profesor asistente de teología sistemática en el Reformed Theological Seminary en Atlanta.