LA SOLUCION DIVINA PARA LA AMARGURA | Jaime Mirón

LA SOLUCION DIVINA PARA LA AMARGURA


Hace tiempo una mujer de 43 años vino a consultarnos. Hacía 23 años que estaba en tratamiento médico y siquiátrico por su depresión. Era una triste historia que cada vez escuchamos con más frecuencia. El padre de esta mujer se había aprovechado de ella desde los 5 hasta los 14 años de edad. Tiempo después ella recibió al Señor como Salvador de su vida, lo cual trajo alivio al comienzo, pero meses después volvió a caer en un estado depresivo. Vino a verme como un último recurso. «Desempacamos” el problema y descubrimos varios asuntos que solucionar, entre ellos como era lógico, un profundo resentimiento hacia su padre.
¿Cuál fue la ayuda para esta pobre mujer y para los miles que cuentan con experiencias similares?
Si hasta el momento usted no ha tenido que luchar con la amargura, tarde o temprano le acontecerá algo que lo enfrentará cara a cara con la tentación de guardar rencor, de vengarse, de pasar chismes, de formar alianzas, de justificar su actitud porque tiene razón, etc. Como cristianos hemos de estar preparados espiritualmente. ¿Cómo hacerlo?
Establecer la santidad como meta en su vida. Como en todos los casos de pecado, más vale prevenir que tener que tratar con las consecuencias devastadoras que el pecado siempre deja como herencia. El escritor de Hebreos, dentro del contexto de la raíz de amargura, exhorta: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (12:14). La mejor manera de prevenir la amargura es seguir o buscar la paz y la santidad; asumir un compromiso con Dios para ser santo (puro) pase lo que pasare. Cuando sobrevienen situaciones que lastiman nuestros sentimientos, producen rencor y demás actitudes que forman el círculo íntimo de la amargura, debemos decir: “He hecho un pacto con Dios a fin de ser santo, como El es Santo. A pesar de que la otra persona tenga la culpa, entregaré la situación en manos de Dios, perdonaré al ofensor y buscaré la paz.»
Nótese la diferencia entre la actitud de David y su ejército cuando volvieron de una batalla (1 Samuel 30). Encontraron la ciudad asolada y sus familias llevadas cautivas. En vez buscar el consuelo de Dios y por ende Su sabiduría, el pueblo se amargó y propuso apedrear a David. En contraste, la Biblia explica que «David se fortaleció en Jehová su Dios” (v. 6). En ningún momento es mi intención minimizar el daño causado por una ofensa o por el ultraje que experimentó David y su gente, sino que mi deseo es magnificar la gracia de Dios para consolar y ayudar a perdonar.
Consideremos ahora qué hacer cuando estamos amargados.
1) Ver la amargura como pecado contra Dios. En las próximas páginas explicaremos la importancia de perdonar al ofensor. Sin embargo, si yo estimara la amargura solamente como algo personal contra la persona que me engañó, me lastimó, me perjudicó con chismes o lo que fuere, sería fácil justificar mi rencor alegando que tengo razón pues el otro me hizo daño. Como ya mencionamos,es posible que no hay nada tan difícil de solucionar que la situación de la persona amargada que tiene razón para estarlo.
Cuando tengo amargura en mi corazón, con David tengo que confesar a Dios: “Contra ti, contra ti solo he pecado” (Salmo 51:4). En el momento en que percibo que (a pesar de las circunstancias) la amargura es un pecado contra Dios, debo confesarlo y la sangre de Cristo me lavará de todo pecado. Pablo instruye: “Quítense de vosotros toda amargura». La Biblia no otorga a nadie el derecho de amargarse.
Volvamos al Antiguo Testamento para entender el contexto de la raíz de amargura en Deuteronomio 29:18, donde el pecado principal es la idolatría. Eso es precisamente lo que pasa en el caso de la amargura. En vez de postrarse ante el Dios de la Biblia, buscando la solución divina, uno se postra ante sus propios recursos y su propia venganza. El ídolo es el propio “yo».
2) Perdonar al ofensor. En el mismo contexto donde Pablo nos exhorta a librarnos de toda amargura, nos explica cómo hacerlo: “…perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31–32).
En junio de 1972, por vez primera en mi vida tuve que enfrentarme con la amargura. Dos ladrones entraron en la oficina de mi padre y lo mataron a sangre fría, robando menos de 50 dólares. Ni siquiera tuve el consuelo de poder decir, “Bueno, papá está con el Señor», porque a pesar de ser una excelente persona, mi padre no tenía tiempo para Dios. ¿Cuáles eran mi opciones? ¿Hundirme en la amargura? ¿Buscar venganza? ¿Culpar a Dios? No, tenía un compromiso bíblico con Dios de buscar la santidad en todo. La respuesta inmediata era perdonar a los criminales y dejar la situación en manos de Dios y las autoridades civiles.
¿Tristeza? Sí. ¿Lágrimas? Muchas. ¿Dificultades después? En cantidad. ¿Consecuencias? Por supuesto. ¿Fue injusto? Indiscutiblemente. ¿Hubo otras personas amargadas? Toda mi familia. ¿Viví o vivo con raíz de amargura en mi corazón? Por la gracia de Dios, no.
a) El perdón trae beneficios porque quita el resentimiento. Uno de los muchos beneficios de no guardar rencor es poder tomar decisiones con cordura.
b) El perdón no es tolerar a la persona ni al pecado; no es fingir que la maldad no existe ni es intentar pasarla por alto. Tolerar es “consentir, aguantar, no prohibir” y lejos está de ser el perdón bíblico. Permitir es pasivo mientras perdonar es activo. Cuando la Biblia habla de perdón, en el griego original hallamos que esta palabra literalmente significa “mandarlo afuera». Activamente estoy enviando el rencor “afuera», es decir estoy poniendo toda mi ansiedad sobre Dios (1ª Pedro 5:7).
c) El perdón no es simplemente olvidar, ya que eso es prácticamente imposible. El resentimiento tiene una memoria como una grabadora, y aún mejor porque la grabadora repite lo que fue dicho, mientras que el resentimiento hace que con cada vuelta la pista se vuelva más profunda. La única manera de apagar la grabadora es perdonar.
Después de una conferencia, una dama me preguntó: “Si el incidente vuelve a mi mente una y otra vez, ¿quiere decir que no he perdonado?” Mi respuesta tomaba en cuenta tres factores:
(1) Es posible que ella tuviera razón. Recordamos que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…” (Jeremías 17:9). El ser humano haría cualquier cosa para mitigar la vergüenza, y es lógico que permanezcan los fuertes sentimientos negativos asociados con una ofensa. Volvamos al caso de la mujer que durante 23 años había estado en tratamiento siquiátrico a causa del abuso de su padre. Después de aclarar lo que no es el perdón, y luego de hablar sobre los beneficios que el perdón produciría, le expliqué que de acuerdo a Marcos 11:25 ella tenía que perdonar a su padre. Su respuesta inmediata fue: “Ya lo he hecho.” Pero era obvio que estaba llena de amargura y rencor. Mi siguiente pregunta fue: “¿Cuándo y cómo lo hizo?” Su contestación ilustra otra manera en que el ser humano evita asumir responsabilidad ante el Señor. Me dijo: “Muchas veces he pedido al Señor Jesús que perdonara a mi padre.” Es posible que la mujer aún no entendiera lo que Dios esperaba con respecto al perdón. O tal vez fuera su manera de no cumplir con una tarea difícil. Con paciencia volví a explicarle las cosas, y finalmente ella inclinó la cabeza y empezó a orar. Pronto vi lágrimas en sus ojos, y de corazón perdonó a su padre. Al día siguiente regresó para una consulta y se la veía con esperanza, con alivio y como una nueva persona.
(2) Hay quienes desean que recordemos incidentes dolorosos del pasado. En primer lugar está Satanás, que trabaja día y noche para dividir a los hermanos en Cristo (Apocalipsis 12:10; 1ª Timoteo 5:14). En segundo lugar, la vieja naturaleza saca a relucir el pasado. Los mexicanos emplean la frase “la cruda” al referirse a los efectos de la borrachera al día siguiente. En cierto modo es posible tener una “cruda espiritual” que precisa tiempo hasta no molestar más. Me refiero a ciertos hábitos, maneras de pensar que son difíciles de romper. Si uno en verdad ha perdonado, cada vez que el incidente viene a la memoria, en forma inmediata hay que recordar a Satanás y recordarse a sí mismo que la cuestión está en las manos de Dios y es un asunto terminado que sólo forma parte del recuerdo.
(3) Finalmente existe otra persona o grupo que no quiere que usted olvide el incidente: Aquellos que fueron contagiados por su amargura, aquellos a quienes usted mismo infectó y como resultado tomaron sobre sí la ofensa. Por lo general para ellos es más difícil perdonar porque recibieron la ofensa indirectamente. Por lo tanto, no se sorprenda cuando sus amigos a quienes usted contagió de amargura, se enojan con usted cuando, por la gracia de Dios, ha perdonado al ofensor y está libre de dicha amargura.
d) El perdón no absuelve al ofensor de la pena correspondiente a su pecado. El castigo está en las manos de Dios, o quizá de la ley humana. El salmista nos asegura: “El Señor hace justicia, y juicio a favor de todos los oprimidos” (Salmo 103:6 BLA).
Presenté estos principios por primera vez en una iglesia donde no solamente varios de los feligreses estaban resentidos, sino también el mismo pastor. Después del sermón el pastor dividió a su pequeña congregación en grupos de 5 ó 6 personas para dialogar sobre el tema. Me tocó estar en un grupo que incluía a una pareja y su hijo adolescente. En forma inmediata noté la total falta del gozo del Señor en aquella familia. Durante los 20 minutos que tuvimos para compartir me preguntaron cómo era posible quitar la amargura del corazón por un gran mal que alguien había cometido. El hijo mayor había entrado en el mundo de la droga a pesar de que sus padres eran cristianos. Un día no tuvo suficiente dinero para pagar por su dosis regular, y el proveedor lo mató. Desde aquel momento la amargura había estado carcomiendo a toda la familia, y alegaban que era imposible perdonar. Ellos creían que perdonar significaba absolver a los asesinos del crimen que habían perpetrado.
e) El perdón tampoco es un recibo que se da después que el ofensor haya pagado. Si no perdonamos hasta tanto la otra persona lo merezca, estamos guardando rencor.
f) El perdón no necesariamente tiene que ser un hecho conocido al ofensor. En muchos casos el ofensor ha muerto, pero el rencor continúa en el corazón de la persona herida. Recuerdo el caso de una señora que con lágrimas admitió que su esposo había desaparecido con otra mujer de la iglesia. Durante la conversación me confesó: “Lo he perdonado. Hay y habrá muchas lágrimas, dolor y tristeza, pero me rehúso terminantemente a llegar al fin de mi vida como una vieja amargada.” El hombre consiguió el divorcio y se casó legalmente con la otra mujer. Por su parte, esta señora vive con su tres muchachos y sirve a Dios de todo corazón; sus hijos aman al Señor y oran para que su padre un día regrese al camino de Dios. Tener que perdonar un gran mal mientras el ofensor no lo merezca, representa una excelente oportunidad para entender mejor cómo Cristo pudo perdonarnos a nosotros (Romanos 5:8; Efesios 4:32).
g) El perdón debe ser inmediato. Una vez me picó una araña durante la noche. Tuve una reacción alérgica que duró casi medio año. Ahora bien, si hubiera podido sacar el veneno antes de que se extendiera por el cuerpo, hubiera quedado una pequeña cicatriz pero no habría habido una reacción tan aguda. Algo semejante sucede con el perdón. Hay que perdonar inmediatamente antes de que “la picadura empiece a hincharse.”
h) El perdón debe ser continuo. La Biblia indica que debemos perdonar continuamente (Mateo 18:22). Perdonar hasta que se convierta en una norma de vida. Uno de los casos más difíciles es cuando la ofensa es continua como en el caso de esposo/esposa, patrón/empleado, padre/hijo, etc. Es entonces cuando el consejo del Señor a Pedro (perdonar 70 veces 7) es aun más aplicable.
i) El perdón debe marcar un punto final. Perdonar significa olvidar. No hablo de amnesia espiritual sino de sanar la herida. Es probable que la persona recuerde el asunto, que alguien le haga recordar o que Satanás venga con sus mañas trayéndolo a la memoria. Pero una vez que se ha perdonado sí es posible olvidar.
Perdonar es la única manera de arreglar el pasado. No podemos alterar los hechos ni cambiar lo ya ocurrido, pero podemos olvidar porque el verdadero perdón ofrece esa posibilidad. Una vez que hay perdón, olvidar significa:
1) Rehusarse a sacar a relucir el incidente ante las otras partes involucradas.
2) Rehusarse a sacar a relucirlo ante cualquier otra persona.
3) Rehusarse a sacar a relucirlo ante uno mismo.
4) Rehusarse a usar el incidente en contra de la otra persona.
5) Recordar que el olvido es un acto de la voluntad humana movida por el Espíritu Santo.
6) Sustituir con otra cosa el recuerdo del pasado, pues de lo contrario no será posible olvidar. Pablo nos explica una manera de hacerlo: “Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:20, 21). Jesús amplía el concepto: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44).
j) El perdón también significa velar por los demás. Al finalizar su libro y bajo la inspiración del Espíritu Santo, el escritor de Hebreos exhorta a todos los creyentes a que seamos guardianes de nuestros hermanos. El versículo que advierte sobre la raíz de amargura comienza con: “Mirad bien”. En el griego original es la palabra episkopeo, de donde procede el término obispo o sobreveedor. Esto implica que en el momento en que uno detecta que se ha sembrado semilla de amargura en el corazón de un hermano en Cristo, la responsabilidad es ir con espíritu de mansedumbre, y hacer todo lo posible para desarraigarla antes que germine.
Se requiere un compromiso profundo con Dios a fin de no caer en la trampa de la amargura. Cristo mismo nos dará los recursos para vivir libres del “pecado más contagioso”.

Si tiene alguna pregunta, favor de dirigir su carta a:
Jaime Mirón
Apartado 15
Guatemala c.p. 01901
Guatemala, America Central

MANERAS NO BIBLICAS DE TRATAR CON LA AMARGURA | Jaime Mirón

MANERAS NO BIBLICAS DE TRATAR CON LA AMARGURA
«Quítense de vosotros toda amargura…»
(Efesios 4:31).
La amargura es uno de los pecados más comunes no solamente en el mundo sino también entre el pueblo cristiano evangélico. Casi todos hemos sido ofendidos, y una u otra vez hemos llegado al punto de la amargura. Muchos no han podido superar una ofensa y han dejado crecer una raíz de amargura en su corazón. Debido a que es difícil (si no imposible) vivir amargado y en paz, el hombre maquina maneras para tratar de resolver su problema de amargura y así menguar el dolor, pero sin embargo la amargura queda intacta. Para poder extirpar de manera bíblica la amargura del corazón, es imperioso comprender y desenmascarar las varias formas mundanas de “solucionar” el problema, para que no quede otra alternativa que la bíblica.

  1. Vengarse. La manera no bíblica más común es tomar venganza. Hace poco escuché una entrevista con un escritor de novelas policiales, quien comentó que sólo existen tres motivos para asesinar a una persona: amor, dinero, y venganza. En un país centroamericano asolado por la guerrilla, me comentaron que muchos se aprovechan de tales tiempos para vengarse y echar la culpa a los guerrilleros. Con razón Pablo exhorta: “…no os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
    A pesar de las circunstancias, la Biblia sostiene que jamás es voluntad de Dios que nos venguemos nosotros mismos.
    Julia y Roberto son hermanos; ambos están casados y tienen 4 y 3 hijos respectivamente. Cuando vivían en la casa paterna sufrían con un padre borracho y perverso. No sólo los trató con violencia y con las palabras más degradantes, sino que también se aprovechó sexualmente de sus hijos. Pasaron los años y Roberto –ya adulto, herido, con muchos malos recuerdos y profundamente amargado– odia a su padre. ¿Quién lo puede culpar por sentirse profundamente herido? Otra vez podemos decir que “tiene razón». No es cuestión de minimizar el pecado de la otra persona ni el daño o la herida, sino es cuestión de qué hacer ahora, y magnificar la gracia de Dios.
    Buscando alivio, Roberto, acudió a un psicólogo no cristiano que le ayudó a descubrir la profundidad de su odio y amargura, y sugirió como solución la venganza. Durante los últimos años Roberto ha estado llevando a cabo el dictamen. Principió con llamadas telefónicas insultando a su padre con las mismas palabras degradantes que éste había empleado. Cuando las llamadas dejaron de tener el efecto deseado, empezó a sembrar veneno en su hermana Julia y los demás familiares para que hicieran lo mismo. No es de extrañar que cada reunión familiar termine en un espectáculo como la lucha libre. Hoy día Roberto es un hombre amargado y cada día más infeliz.
    Por su parte Julia –adulta y también herida, y con muchos malos recuerdos pero sin amargura– ama a su padre. Es cristiana, esposa de un pastor, y optó por perdonar a su padre e intentar ganarlo para Cristo. Dos personas de la misma familia y que experimentaron las mismas circunstancias, eligieron dos caminos distintos: uno la venganza y la otra el perdón.
    Cuando intento vengarme por mi propia cuenta…
    a) Me pongo en el lugar de Dios. De acuerdo a la Biblia la venganza pertenece a Dios. Entonces, la venganza es el pecado de usurpar un derecho que sólo le pertenece a El. Querer vengarnos por nosotros mismos es asumir una actitud de orgullo, el mismo pecado que causó la caída de Lucero (Isaías 14:13, 14). Por lo tanto, al tratar de vengarnos (aunque tan sólo en nuestra mente), estamos pisando terreno peligroso.
    Por otra parte, la ira de Dios siempre es ira santa. Dios no obrará hasta tanto yo deje la situación en sus manos. No puedo esperar de mi parte la solución que solamente el Dios soberano puede llevar a cabo.
    b) La venganza siempre complica la situación. Mi propia venganza provoca más problemas, más enojo, envenena a otros y deja mi conciencia contaminada.
    c) Sobre todo, tomar venganza por nuestros medios es un pecado contra el Dios santo. Es una gran lección ver como el apóstol Pablo dejó lugar a la ira de Dios cuando dijo: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos” (2 Timoteo 4:14).
  2. Minimizar el pecado de la amargura. Minimizo un pecado cuando por algún motivo puedo justificarlo. Existen, por lo menos, tres maneras de minimizar el pecado de la amargura:
    a) Llamarlo por otro nombre, alegando que es una debilidad, una enfermedad o desequilibrio químico, enojo santo, o sencillamente afirmando que “todo el mundo lo está haciendo». Hay quienes dicen ser muy sensibles y como resultado están resentidos pero no amargados. ¡Cuidado! Existe una relación muy íntima entre los sentimientos heridos y la amargura.
    b) Disculparse por las circunstancias y así justificar la amargura. “En estas circunstancias Dios no me condenaría por guardar rencor en mi corazón.” Básicamente, lo que estamos diciendo es que hay ocasiones cuando los recursos espirituales no sirven, y nos vemos obligados a pecar. Juan dice a tales personas: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1ª Juan 1:10).
    c) Culpar al otro. Esta es, sin duda, la manera más frecuente de eludir la responsabilidad bíblica de admitir que la amargura es pecado. Cuando de amargura se trata, el ser humano generalmente culpa a la persona que le ofendió. En casos extremos algunos se resienten contra Dios. “No sé porque Dios me hizo así…” “¿Dónde estaba Dios cuando me sucedió esto?»
  3. Desahogarse. Ultimamente se ha popularizado la idea de que “desahogarse” sanará la herida. Ahora bien, es cierto que desahogarse tal vez ayuda a que la persona sobrellevar el peso que lleva encima (Gálatas 6:2). Sin embargo, es factible que (a) termine esparciendo la amargura y como resultado contamine a muchos; (b) le lleve a minimizar el pecado de la amargura porque la persona en quien se descarga contesta: “Tú tienes derecho»; (c) no considere la amargura como pecado contra Dios.
  4. Una disculpa de parte del ofensor. Muchos piensan que el asunto termina cuando el ofensor pide disculpas a la persona ofendida. De acuerdo a la Biblia efectivamente esto forma parte de la solución porque trae reconciliación entre dos personas (Mateo 5:23–25). Sin embargo, falta reconocer que la amargura es un pecado contra Dios. Sólo la sangre de Cristo, no una disculpa, limpia de pecado (1ª Juan 1:7). La solución radica tanto en la relación horizontal (con otro ser humano) como en la vertical (con Dios).
  5. Perdonar a Dios. Después de presentar estos principios en una iglesia, de dos fuentes diferentes escuché que la solución para la amargura era “perdonar a Dios». Cuando una persona no está conforme con su apariencia física o con un suceso que dejó cicatrices emocionales o físicas en su vida, se le aconseja que perdone a Dios por haber permitido que sucediera.
    En Rut 1:13 Noemí estaba amargada contra Dios y hasta explicó a sus dos nueras que tenía derecho a estar más amargada que ellas porque se habían muerto su esposo y sus dos hijos. Es la clase de situación donde hoy día se aconsejaría perdonar a Dios por haberlo permitido.
    Estoy convencido de que hablar de “perdonar a Dios” es blasfemia. Dios es bueno (Salmo 103); Dios es amor (1ª Juan 4:8); Dios está lleno de bondad (Marcos 10:18); Dios es esperanza (Romanos 15:13); Dios es santo (Isaías 6:3); Dios es perfecto (Deuteronomio 32:4; Hebreos 6:18). Jamás habrá necesidad de perdonarlo.
    Este concepto de perdonar a Dios es uno de los intentos del ser humano de crear a Dios a imagen del hombre. Demuestra una total ignorancia e incomprensión de que Dios en su amor tiene múltiples propósitos y lleva a cabo tales propósitos por medio de las experiencias que atravesamos. ¡Sí pudiéramos aprender la realidad: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2ª Corintios 12:9)!

Mirón, J. (1994). La amargura, el pecado más contagioso (pp. 17-22). Editorial Unilit.

El corazón conoce la amargura de su alma | Por Jaime Mirón

UN EXAMEN
«El corazón conoce la amargura de su alma»
(Proverbios 14:10).
Antes de exponer el antídoto bíblico para la amargura, tomemos un examen para averiguar si ha brotado raíz de amargura en la vida. Recomiendo que, en oración, el lector medite sobre cada pregunta.
1) ¿Existe una situación en su vida que aparece frecuentemente en la mente o le despierta durante la noche?
2) ¿Está maquinando maneras de vengarse si tan sólo tuviera oportunidad de hacerlo? Varias personas me han dicho que estas maquinaciones son, precisamente, lo que les privan del sueño.
3) ¿Recuerda hasta los más ínfimos detalles de un evento que sucedió hace tiempo? La amargura tiene una memoria de elefante, y recuerda hasta los detalles más oscuros de un incidente. Tiempo atrás dos vecinas nuestras, cristianas, tuvieron una fuerte riña en plena calle. Fue sorprendente que una de las contrincantes, sin sacar apuntes pero con lujo de detalles, nombró cada vez que su vecina le había pedido prestado algo durante los últimos cinco años. Después de haber sembrado resentimiento, éste brotó en amargura cuando se presentó el ambiente apropiado.
¿Por qué recordamos ese tipo de detalles con tanta facilidad? En primer lugar, porque tal como mencionamos en la sección I siempre recordamos las heridas y las ofensas. Pero la razón principal es que repasamos y repasamos los detalles.
Cuando yo era estudiante en la secundaria, un maestro nos enseñó cuál era, según él, la mejor manera de recordar el material del curso: repasar, repetir y repasar. ¡Si pudiéramos recordar los buenos momentos o aun los pasajes de la Biblia tanto como recordamos las ofensas!
4) ¿Se siente ofendido y, debido a que usted estima es víctima, está justificando el resentimiento? Aquí la frase clave es “pero yo tengo razón». No hay situación más difícil de solucionar que cuando la persona ofendida tiene razón.
Carlos, un brillante y joven empresario, ascendió rápidamente en la empresa y a los 36 años llegó a ser vicepresidente con miras a llegar aun más arriba. Aunque el mismo director y fundador de la organización lo había empleado, llegó a sentir que Carlos era una amenaza y buscó motivos para despedirlo. Este, un creyente en Cristo, ignoraba el complot que se gestaba en la oficina a sólo cinco metros de la suya. Finalmente, un viernes por la tarde el director comunicó a Carlos en palabras terminantes que no tenía que volver a trabajar el lunes. Cuando preguntó por qué, el director, también cristiano, presentó una serie de mentiras y medias verdades.
Carlos encontró otro empleo pero sigue amargado. Envenenó de amargura a su esposa (que, por supuesto, tomó sobre sí la ofensa y está más amargada que él) y a sus mejores amigos.
Ahora bien, Carlos tenía toda la razón. Cada vez que escucho la historia yo mismo me enojo, porque era y sigue siendo injusto. Admito que es difícil quitar la amargura de la vida de quien fue ofendido, herido, pisoteado, marginado, pasado por alto, o algo similar. Es difícil porque esa persona es víctima. Sin embargo, la Santa Palabra de Dios interviene con el mandamiento “quítense de vosotros toda amargura…” (Efesios 4:31).
5) ¿Hay explosiones desmedidas en cuanto a incidentes que de otra manera tendrían menor importancia? Sucede a menudo en la vida matrimonial cuando uno de los cónyuges por algún motivo está amargado. Tal amargura se entremete en todas las contiendas con el cónyuge, y es como un volcán esperando el momento de erupción. Súbitamente y sin previo aviso, comienza a salir todo tipo de veneno antes escondido bajo la superficie. El cónyuge se sorprende por la reacción violenta y se pregunta cuál es la razón.
6) ¿Le sucede que al leer la Biblia casi inconscientemente aplica la Escritura a otros en vez de a sí mismo? Muchas personas amargadas hallan en la Biblia enseñanzas que aplican a otros (en forma especial al ofensor).
Una de las pruebas de que yo me libré de la amargura fue que al leer el libro de Proverbios me encontré aplicando sus enseñanzas a mi propia vida en vez de a la vida de otros involucrados en el incidente en la iglesia.
7) Por lo general ¿usa usted expresiones que incluyen “ellos” o “todo el mundo” para apoyar sus argumentos? Durante el problema que experimentamos en nuestra iglesia entró en combate uno de los amigos más íntimos de la amargura: el chisme. La persona amargada piensa que tiene razón (y probablemente sea cierto), busca a otros, comparte su experiencia, fundamenta su actitud con exageraciones y generalizaciones refiriéndose a “todo el mundo». Para poder enterrar el problema en nuestra congregación, entre otras cosas tuvimos que disciplinar a una dama que cayó en el pecado de ser chismosa.
Enfrentada con los pecados de la amargura y el chisme, se justificó diciendo que “tenía razón», y junto con su esposo se fueron de la iglesia ofendidos.
8) Cuando se refiere a su iglesia local, ¿habla de “ellos” o de “nosotros»? La persona amargada empieza a distanciarse de la congregación, cuando dice “ellos” al referirse a otros miembros de la iglesia.

Mirón, J. (1994). La amargura, el pecado más contagioso (pp. 13-17). Editorial Unilit.

LAS CONSECUENCIAS DE LA AMARGURA | Por Jaime Mirón

LAS CONSECUENCIAS DE LA AMARGURA
Para motivar a una persona a cumplir con el mandamiento bíblico “despréndanse de toda amargura…” (Efesios 4:31 NVI), veamos las múltiples consecuencias (todas negativas) de este pecado.
1) El espíritu amargo impide que la persona entienda los verdaderos propósitos de Dios en determinada situación. Job no tenía la menor idea de que, por medio de su sufrimiento, el carácter de Dios estaba siendo vindicado ante Satanás. Somos muy cortos de vista.
2) El espíritu amargo contamina a otros. En uno de los pasajes más penetrantes de la Biblia, el autor de Hebreos exhorta: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (12:15). La amargura nunca se queda sola en casa; siempre busca amigos. Por eso es el pecado más contagioso. Si no la detenemos puede llegar a contaminar a toda una congregación, o a toda una familia.
Durante la celebración de la pascua, los israelitas comían hierbas amargas. Cuando un huerto era invadido por estas hierbas amargas, no se lo podía limpiar simplemente cortando la parte superior de las plantas. Cada pedazo de raíz debía extraerse por completo, ya que de cada pequeña raíz aparecerían nuevos brotes. El hecho de que las raíces no se vean no significa que no existan. Allí bajo tierra germinan, se nutren, crecen, y los brotes salen a la superficie y no en un solo lugar sino en muchos. Algunas raíces silvestres son casi imposibles de controlar si al principio uno no las corta por lo sano. El escritor de Hebreos advierte que la amargura puede quedar bajo la superficie, alimentándose y multiplicándose, pero saldrá a la luz cuando uno menos lo espera.
Aun cuando la persona ofendida y amargada enfrente su pecado de la manera prescrita por Dios, no necesariamente termina el problema de la contaminación. Los compañeros han tomado sobre sí la ofensa y posiblemente se irriten con su amigo cuando ya no esté amargado.
Hace poco un médico muy respetado y supuestamente cristiano había abandonado a su esposa y a sus tres hijos, yéndose con una de las enfermeras del centro médico donde trabajaba. Después de la sacudida inicial, entró en toda la familia la realización de que el hombre no iba a volver. Puesto que era una familia muy unida, se enojaron juntos, se entristecieron juntos, sufrieron juntos y planearon la venganza juntos, hasta que sucedió algo sorprendente: la esposa, Silvia, perdonó de corazón a su (ahora) ex esposo y buscó el consuelo del Señor. Ella todavía tiene momentos de tristeza y de soledad, pero por la gracia de Dios no está amargada. Sin embargo, los demás familiares siguen amargados y hasta molestos con Silvia porque ella no guarda rencor.
3) El espíritu de amargura hace que la persona pierda perspectiva. Nótese la condición del salmista cuando estaba amargado: “… entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti” (Salmo 73:21, 22 BLA). La persona amargada toma decisiones filtradas por su profunda amargura. Tales decisiones no provienen de Dios y generalmente son legalistas. Cuando la amargura echa raíces y se convierte en norma de vida, la persona ve, estima, evalúa, juzga y toma decisiones según su espíritu amargo.
Nótese lo que pasó con Job. En su amargura culpó a Dios de favorecer los designios de los impios (Job 10:3). Hasta lo encontramos a aborreciéndose a sí mismo (Job 9:21; 10:1).
En el afán de buscar alivio o venganza, quien está amargado invoca los nombres de otras personas y exagera o generaliza: “…todo el mundo está de acuerdo…” o bien “nadie quiere al pastor…” Las frases “todo el mundo” y “nadie” pertenecen al léxico de la amargura.
Cuando la amargura llega a ser norma de vida para una persona, ésta por lo general se vuelve paranoica e imagina que todos están en su contra. Un pastor en Brasil me confesó que tal paranoia tomó control de su vida, y empezó a defenderse mentalmente de adversarios imaginarios.
4) El espíritu amargo se disfraza como sabiduría o discernimiento. Es notable que Santiago emplea la palabra “sabiduría” en 3:14–15 al hablar de algunas de las actitudes más carnales de la Biblia. La amargura bien puede atraer a muchos seguidores. ¡Quién no desea escuchar un chisme candente acerca de otra persona! La causa que presentó Coré pareció justa a los oyentes, tanto que 250 príncipes renombrados de la congregación fueron engañados por sus palabras persuasivas. A pesar de que la Biblia aclara que el corazón de Coré estaba lleno de celos amargos, ni los más preparados lo notaron.
5) El espíritu amargo da lugar al diablo (Efesios 4:26). Una persona que se acuesta herida, se levanta enojada; se acuesta enojada, y se levanta resentida; se acuesta resentida, y se levanta amargada. El diablo está buscando a quien devorar (1ª Pedro 5:8). Pablo nos exhorta a perdonar “…para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones” (2 Corintios 2:11). Satanás emplea cualquier circunstancia para dividir el cuerpo de Cristo.
6) El espíritu amargo puede causar problemas físicos. La amargura está ligada al resentimiento, término que porviene de dos palabras que significan “decir de nuevo». Cuando uno tiene un profundo resentimiento, no duerme bien o se despierta varias veces durante la noche, y vez tras vez en su mente repite la herida como una grabadora. Es un círculo vicioso de no dormir bien, no sentirse bien al siguiente día, no encontrar solución para el espíritu de amargura, no dormir bien, ir al médico, tomar pastillas, etc. Algunas personas terminan sufriendo una gran depresión; otros acaban con úlceras u otras enfermedades.
7) El espíritu amargo hace que algunos dejen de alcanzar la gracia de Dios (Hebreos 12:15). En el contexto de Hebreos, los lectores estaban a punto de volver al legalismo y a no valerse de la gracia de Dios para su salvación. La persona amargada sigue la misma ruta porque la amargura implica vivir con recursos propios y no con la gracia de Dios. Tan fuerte es el deseo de vengarse que no permite que Dios, por su maravillosa gracia, obre en la situación.

Mirón, J. (1994). La amargura, el pecado más contagioso (pp. 8-12). Editorial Unilit.

LA DEFINICION DE LA AMARGURA | Jaime Mirón

LA DEFINICION DE LA AMARGURA
En el griego del Nuevo Testamento, “amargura” proviene de una palabra que significa punzar. Su raíz hebrea agrega la idea de algo pesado. Finalmente, el uso en el griego clásico revela el concepto de algo fuerte. La amargura, entonces, es algo fuerte y pesado que punza hasta lo más profundo del corazón.
La amargura no tiene lugar automáticamente cuando alguien me ofende, sino que es una reacción no bíblica (es decir pecaminosa) a la ofensa o a una situación difícil y por lo general injusta. No importa si la ofensa fue intencional o no. Si el ofendido no arregla la situación con Dios, la amargura le inducirá a imaginar más ofensas de la misma persona. La amargura es una manera de responder que a la larga puede convertirse en norma de vida. Sus compañeros son la autocompasión, los sentimientos heridos, el enojo, el resentimiento, el rencor, la venganza, la envidia, la calumnia, los chismes, la paranoia, las maquinaciones vanas y el cinismo.
La amargura es resultado de sentimientos muy profundos, quizá los más profundos de la vida. La razón por la que es tan difícil de desarraigar es triple: En primer lugar, el ofendido considera que la ofensa es culpa de otra persona (y muchas veces es cierto) y razona: “El/ella debe venir a pedirme disculpas y arrepentirse ante Dios. Yo soy la víctima».
El cristiano se siente culpable cuando comete un pecado. Sin embargo, no nos sentimos culpables de pecado por habernos amargado cuando alguien peca contra nosotros, pues la percepción de ser víctima eclipsa cualquier sentimiento de culpa. Por lo tanto este pecado de amargura es muy fácil justificar.
En segundo lugar, casi nadie nos ayuda a quitar la amargura de nuestra vida. Por lo contrario, los amigos más íntimos afirman: “Tú tienes derecho… mira lo que te ha hecho», lo cual nos convence aun más de que estamos actuando correctamente.
Finalmente, si alguien cobra suficiente valor como para decirnos: “Amigo, estás amargado; eso es pecado contra Dios y debes arrepentirte», da la impresión de que al consejero le falta compasión (recuerde, que el ofendido piensa que es víctima). Me pasó recientemente en un diálogo con una mujer que nunca se ha podido recuperar de un gran mal cometido por su padre. Ella lleva más de 30 años cultivando una amargura que hoy ha florecido en todo un huerto. Cuando compasivamente (Gálatas 6:1) le mencioné que era hora de perdonar y olvidar lo que queda atrás (Filipenses 3:13), me acusó de no tener compasión. Peor todavía, más tarde descubrí que se quejó a otras personas, diciendo que como consejero carecía de “simpatía” y compasión.
Hasta es posible perder la amistad de la persona amargada por haberle aconsejado que quite la amargura de su vida (Efesios 4:31). El siguiente ejemplo ilustra cómo la amargura puede dividir a amigos y familiares. Florencia, una joven de 21 años, pertenece a una familia que durante años ha sufrido una contienda familiar. Ella es la única que no desea culpar a los demás ni demostrar que tiene razón sino que anhela ver reconciliación. La pelea comenzó poco después del nacimiento de Florencia, sobre lo que al principio fue algo insignificante. Veinte años más tarde, alimentada por imaginaciones vanas, rencor y paranoia, existe una gran brecha entre dos grupos de la familia. A pesar de que casi todos son cristianos, la lucha es más fuerte que nunca. Florencia, tomando en serio lo que dice la palabra de Dios sobre la amargura, con toda el alma quiere que la familia se reconcilie. Se siente impotente, sin embargo, porque está bajo la amenaza de no poder volver a casa de sus padres si pisa la propiedad de su hermana y su cuñado.
Finalmente, el lector notará una característica interesante en casi todos los ejemplos de este libro: por regla general nos amargamos con las personas más cercanas a nosotros.

Mirón, J. (1994). La amargura, el pecado más contagioso (pp. 6-8). Editorial Unilit.

LA AMARGURA, EL PECADO MAS CONTAGIOSO | Jaime Mirón

LA AMARGURA, EL PECADO MAS CONTAGIOSO

Por Jaime Mirón

Hace tiempo prediqué en una iglesia donde el pastor deseaba que yo hablase con Alberto, uno de los diáconos de su congregación. Tres años antes la esposa de Alberto había hecho abandono del hogar y se había ido con otro hombre a la ciudad capital, dejando a su marido y a sus dos hijos.

Me explicó el pastor que los esposos eran buenos cristianos y que “no había motivo” para que ella abandonara a su familia. Aproximadamente seis semanas después, la mujer entró en razón y volvió a casa arrepentida. En forma inmediata, pidió perdón a Alberto, a los hijos y hasta se presentó ante la congregación para mostrar públicamente su arrepentimiento y su disposición a sujetarse a la disciplina de la iglesia. Alberto me explicó en palabras terminantes que aunque había permitido que su esposa regresara al hogar, no la había perdonado y no la perdonaría. Peor todavía, declaró que estaba dispuesto a esperar el tiempo necesario (hasta que los hijos de 6 y 9 años crecieran y se hicieran mayores) para entonces vengarse de ella. Aunque había transcurrido poco tiempo desde el incidente con su esposa, ya se veían huellas de amargura en el rostro de Alberto.

La amargura no se ve solamente en casos tan extremos. Conozco centenares de otros ejemplos de personas que sufrieron ofensas por cosas que parecieran triviales. Menciono sólo tres:

(1) Una mujer se ofendió porque el pastor no estaba de acuerdo con su definición de “alabanza», y desde aquel momento empezó a maquinar para sacarlo de la iglesia;

(2) un hombre vivió amargada desde que lo pasaron por alto para un ascenso en su empleo.

(3) El intercambio de cartas con una profesora de Centroamérica ilustra cuán sutil puede ser la amargura en la vida del creyente.

El problema de presentación era que esta mujer se sentía sola y triste porque su hija, yerno y nietos se habían mudado a los Estados Unidos de América. En su segunda carta no utilizó la palabra “sola” sino “abandonada», y en lugar de “triste” surgió el término “enojada». En las siguientes misivas se hizo evidente que estaba sumergida en autocompasión y amargura. No sólo se sentía herida porque su hija vivía en otro país, sino además resentida porque (según ella) los otros familiares que vivían cerca no la tomaban en cuenta “después de todo lo que ella hizo por ellos».

En lo personal, empecé a estudiar el tema de la amargura poco después de un grave problema que tuvimos en la iglesia a que asistimos desde hace varios años. La dificultad radicaba en una seria diferencia de filosofía de ministerio entre los diáconos y los ancianos. Pero lo que causó la desunión no fue el problema en sí –que se habría podido resolver buscando a Dios en oración, en su Palabra y con un franco diálogo entre las partes – sino las personas ofendidas, los chismes, y la amargura resultante. En medio de esa crisis en nuestra iglesia, tuve que viajar a otro país para enseñar sobre el tema “Cómo aconsejar empleando principios bíblicos». Era domingo por la mañana y esperaba que me pasaran a buscar para llevarme a la iglesia.

Puesto que el culto comenzaba tarde contaba con un par de horas para descansar, y prendí la televisión para escuchar la transmisión del sermón del pastor de la iglesia más grande de la ciudad. No podía creer lo que oía: ese pastor estaba predicando sobre el tema que yo había enseñado el día anterior, el perdón. Como si un rayo penetrara en mi corazón, el Espíritu Santo me mostró que yo también era culpable de estar dejando crecer una raíz de amargura en mi vida por lo que ocurría en nuestra congregación. En forma inmediata me arrodillé para confesar el pecado, recibir el perdón de Dios y perdonar a los que me habían hecho daño. ¡Qué alivio trajo a mi alma! Era como si alguien sacara un peso enorme de mis hombros.

La amargura es el pecado más fácil de justificar y el más difícil de diagnosticar porque es razonable disculparlo ante los hombres y ante el mismo Dios. A la vez, es uno de los pecados más comunes, peligrosos y perjudiciales y –como veremos– el más contagioso.

Es mi esperanza y oración que la persona amargada no solamente se dé cuenta de que en verdad eso es pecado, sino que además encuentre la libertad que sólo el perdón y la maravillosa gracia de Dios le pueden ofrecer.

Mirón, J. (1994). La amargura, el pecado más contagioso (pp. 3-5). Editorial Unilit.

11-La historia de una joven atrapada por una secta

La historia de una joven atrapada por una secta

por L.M.

a1(En este capítulo presentamos la triste pero verídica historia de una muchacha de dieciséis años, escrita por ella misma, una muchacha que se unió a una semisecta. Sugerimos que el lector intente ponerse en el lugar de ella y preguntar: ¿Qué hubiera podido hacer para no quedar atrapada en ese grupo? ¿En qué fallaron sus padres y los líderes de la iglesia a que fielmente asistía antes de comenzar en La Capilla? ¿Qué hizo el grupo semisectario para atraer a tantos jóvenes? ¿Hay lecciones para nosotros?)

La siguiente es una crónica de mi experiencia con una iglesia que denominaré La Capilla, de donde fui miembro durante un año. Creo que se ha incrementado el número de personas con experiencias similares a la mía, y por eso comparto este testimonio.

Crecí en un hogar cristiano. Mi padre era anciano en nuestra iglesia y mamá tenía parte activa en la congregación. Yo regularmente asistía a la iglesia con ellos. Leía la Biblia, oraba, creía en Dios y en Jesús como Hijo de Dios y Señor de mi vida, y pienso que mi vida reflejaba ese hecho.

Mis experiencias en La Capilla comenzaron cuando yo tenía sólo dieciséis años. Mi grupo de Muchachas Exploradoras contaba con una nueva líder un poco mayor que yo. Durante una reunión nos invitó a asistir a la iglesia con ella. La mayoría ya asistía a su propia iglesia, por lo que nadie prestó atención a su invitación, pero ella con persistencia comentaba cuán hermosa era esa iglesia donde se reunía y con insistencia nos animaba a ir. Algunas veces nos acosaba individualmente. En parte para apaciguarla pero más que nada para que dejara de invitarnos, acepté la invitación. Fue una gran experiencia. Me sentí muy «enganchada» con los cultos. Las personas siempre sonreían y parecían felices. La reunión era de un estilo espontáneo y realmente me atraía. La congregación, que en un 90% constaba de jóvenes universitarios, cantaba con un entusiasmo como nunca había visto antes, y todos tomaban notas durante el sermón. Después del servicio todos se abrazaban y conversaban; no disparaban a sus casas como en otras iglesias a las que había concurrido. Daba la impresión de que todos en un momento u otro se presentaban, conversaban, e invitaban a seguir concurriendo. Me preguntaron si había oído sobre algo llamado «charla espiritual» que estaba a cargo del copastor de la iglesia. Todos deseaban saber si yo había convenido en asistir a esa charla el martes siguiente.

Ese día en la iglesia había varias estudiantes de la secundaria con quienes había tenido trato superficial; sólo sabía sus nombres. Al día siguiente en la escuela cada una de ellas se me acercó en algún momento del día y preguntó si yo pensaba ir a la «charla espiritual» el martes y a una fiesta el miércoles por la noche. Yo estaba muy impresionada porque esta gente, a quien casi no conocía, me pedía que asistiera a las actividades de la iglesia. Lo pedían de tal manera que casi me sentía obligada a decir que sí.

Pronto empecé a asistir regularmente. Aún era muy feliz con mis propias creencias; simplemente quería asistir a esa iglesia pero sin involucrarme demasiado. Sin embargo, mi líder del grupo de Muchachas Exploradoras constantemente me pedía que me uniera a ellos. Había asistido sólo dos domingos cuando durante la invitación al concluir el culto, me presionó a que pasara adelante. Cuando le dije que no sentía la necesidad de hacerlo se sintió herida, y esa tarde conversamos nuevamente. Siguió insistiendo en yo debía hablar con el pastor de la iglesia. Por mi parte, no veía la necesidad de hacerlo ya que me sentía cómoda con lo que yo creía. Pero ella continuaba insistiendo, y al concluir el servicio el pastor mismo vino a pedirme que fuera a conversar con él. Yo sólo sonreí, preguntándome por qué me presionaban tanto.

Ante otra invitación del pastor, un domingo dije: —Bueno, sí.

—¡Qué bien! —respondió él—. ¿Qué te parece el miércoles a las cuatro?

Tenía una cita con el pastor.

Comenzó con una charla amena haciéndome preguntas sobre mi vida, mis pasatiempos, la escuela y luego sobre mi relación personal con Dios. Eran preguntas enfáticas: cuánto oraba, cuánto leía la Biblia, si creía que lo que decía la Biblia era verdad. Un estigma sentí en mi. Cuando me preguntó si me había bautizado, respondí que a los nueve años. Entonces me explicó que según Gálatas 3:26, Hechos 2:38 y 1 Pedro 3:21 uno no puede ser cristiano hasta que se bautiza correctamente. Dedujo que mi bautismo no era correcto y que por lo tanto yo no era cristiana. Agregó que el solo hecho de creerme cristiana no significaba que lo fuera. Cuando le hablé de los años en que yo había hecho todo lo posible para seguir el ejemplo de Cristo, «tapó» todo eso con el versículo de Gálatas 2:11, donde dice que el hombre no es salvado por sus obras sino por fe. Cuando le respondí que tenía fe en Cristo, me dijo que si así fuera hubiera sido bautizada en Cristo como Él deseaba. Me señaló Marcos 16:16: «El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado». Para cada pregunta mía él tenía una respuesta con muchos versículos de la Escritura que parecían apoyarla. Su forma de actuar y de hablarme era tal que casi empecé a creer en lo que decía. Al finalizar nuestra conversación me preguntó si deseaba ser bautizada para así llegar a ser cristiana. Yo precisaba tiempo para pensarlo, de modo que concertó una cita para el lunes siguiente y me dio una lista de Escrituras para estudiar. Me animó a tener antes del lunes estudio bíblico y oración con mi líder de las Muchachas Exploradoras.

Me retiré de su oficina confundida, no creyendo en todo lo que había dicho pero sí dudando de mi salvación. Necesitaba tiempo para estar sola y pensar. En el colegio mis nuevas amigas de la iglesia se acercaron; eran muy amables, caminaban juntas conmigo hasta la clase, comían conmigo y volvíamos juntas a mi casa todos los días. A menudo me encontraba con mi líder de Muchachas Exploradoras para conversar, estudiar la Biblia y orar. Casi todas las noches asistía a un culto en la iglesia.

En la próxima cita pastoral y sin mis «amigas guías» me sentí muy confundida. Ricardo, el pastor, afirmó que mi bautismo era el primer y más importante paso para ser cristiana. Yo no estaba del todo de acuerdo, pero reconocí que para ser miembro de ese grupo debía bautizarme en esa iglesia. Ellos aseguraban no tener membresía y que cualquier cristiano era bienvenido en su confraternidad; sin embargo, eran ellos los que decidían quién es cristiano y quién no. Yo realmente deseaba ser parte de ese grupo; me hacían sentir amada y todos siempre parecían felices y amorosos. Nunca había tenido tantos amigos que me hubieran aceptado aceptaron incondicionalmente. Descubrí que cuanto más hablaba el pastor, más le creía. Dos días más tarde me bauticé. Todos hicieron una fila para abrazarme, besarme y decirme cuán contentos estaban de que finalmente me hubiera convertido en su hermana y qué bueno había sido que Cristo me hubiera mostrado «el camino». Su entusiasmo era contagioso. Una de mis nuevas amigas en el colegio me preguntó si deseaba ser su «compañera de oración». Dijo que todos en la iglesia tenían dos o tres compañeros de oración con quienes se reunían una o dos veces por semana para conversar, estudiar y orar juntos. Ella llegó a ser mi tutora y me empezó a enseñarme más acerca de cómo llegar a ser y seguir siendo cristiana. Conversábamos sobre cómo crecíamos y a quién le testificábamos.

Aprendí que no debía asociarme con «gente que no fuera de nuestra iglesia», a no ser con la intención de invitarlos a asistir a nuestras reuniones. Como mi novio no quiso dejar la iglesia bautista, el pastor me leyó y explicó 2 Corintios 6:14, «No se unan en matrimonio con los que no aman al Señor» (VP). Luego, Biblia en mano, me señaló los puntos doctrinales incorrectos de la iglesia bautista. Como mi novio rehusaba unirse a nuestra iglesia el pastor me aseguró que no era creyente, y que yo debía decidir entre mi novio y la obediencia a Dios.

También tenía dos amigas íntimas, y se me permitía estar con ellas siempre y cuando existiera la posibilidad de que se unieran a la iglesia. De manera que aunque estaba perdiendo a todos mis amigos anteriores, estaba tan entusiasmada con esta nueva y gran iglesia que por el momento no los extrañaba pues estaba haciendo muchas amistades nuevas.

La Capilla virtualmente insumía todo mi tiempo. Los domingos había reuniones mañana y tarde; los lunes por la noche estudio bíblico; martes a la noche «charla espiritual»; miércoles, culto en la iglesia; viernes a la noche, devocional; jueves y sábado eran noches para sociabilidad con otras personas de la iglesia. Además pasaba mucho tiempo con mi compañera de oración y muchas veces salíamos de compras con un grupo de hermanas.

Debido a que estaba tanto tiempo en la iglesia, no sólo me desentendí de mis amigos anteriores sino que no tenía tiempo para otras actividades. Me habían explicado que el estudio bíblico y la comunión con mis hermanos eran más importantes que cualquier otra actividad. No era fácil faltar a un culto de la iglesia; si lo hacía, de alguna manera todos lo sabrían (como explicaré más adelante), lo mencionarían y averiguarían el motivo por el cual yo había faltado. Las personas se ofrecían para llevarme a la iglesia para asegurarse de que fuera. Cualquier actividad que estuviera en pugna con la iglesia no estaba permitida. Yo tocaba en una banda que practicaba miércoles y viernes, y me encantaba; me pidieron que la deje. Recibí permiso del director de la banda para salir más temprano los viernes a fin de no perder los devocionales, pero eso significaba que lo mismo iba a perder los cultos de los miércoles, por lo tanto debí recibir un permiso especial del pastor para poder participar en la banda los miércoles por la noche. De esta manera La Capilla comenzó a absorber mi vida.

Pocas semanas después de haberme convertido en miembro, repentinamente caí muy enferma y debí ser hospitalizada por varias semanas, a lo que siguieron largos meses de recuperación en casa. Las personas de la iglesia eran muy persistentes en sus visitas. Tal es así que mis padres se quejaron y los médicos declararon que era malo para mi salud. Nunca me dejaban sola. Durante dichas visitas querían averiguar qué hacía yo: si continuaba leyendo la Biblia, si invitaba a la gente del hospital a que fuera a la iglesia. Incluso me traían notas de los mensajes del pastor —ya que todos debían tomar notas—, listas de versículos bíblicos que debía memorizar y libros y tratados que pensaban yo debía leer. Durante la visita siguiente me preguntaban qué ayuda espiritual había recibido de esos libros; si no leía cierto libro o no copiaba las notas ni memorizaba los versículos bíblicos, a pesar de mi enfermedad me reprochaban el no usar mi tiempo en forma sabia.

Mi enfermedad se prolongaba, eventualmente hasta las personas más persistentes comenzaron a mostrar menos interés. Como sus visitas eran menos frecuentes, encontré tiempo para reflexionar; comencé a mirar la iglesia desde una perspectiva más objetiva. Un día vino a visitarme un joven y me preguntó si les había testificado a mis padres. Le contesté que los había estado invitando a la iglesia, pero él quiso saber si yo les explicaba cómo salvar sus almas. Mi padre era anciano en su iglesia y mi madre secretaria de la Comunidad de Universitarios, un grupo cristiano evangélico que ministra a los estudiantes universitarios de nuestra ciudad. Yo estaba segura ambos eran verdaderos cristianos y le expliqué esto al joven. Para mi sorpresa, comenzó a refutar punto por punto la doctrina de la iglesia a la que asistían mis padres. Él parecía conocer la doctrina mejor que yo; todo lo «respaldaba» con las Escrituras. Continuó diciendo que La Capilla no tenía tales defectos. Luego comenzó con las mismas críticas a la Comunidad de Universitarios. Su conclusión era que cualquiera que asistiera a esa iglesia o grupo paraeclesiástico no podía ser un cristiano verdadero. Sin haber conocido a mis padres, los consideró paganos.

Dejé que se fuera, asegurándole que les testificaría a mis paganos padres. El hecho de que mi madre fuera secretaria de la Comunidad Universitaria era de mucho interés para La Capilla ya que uno de sus mayores desafíos era convertir a un miembro de la Comunidad Universitaria a quien veían como organización rival. Siendo la hija de la secretaria, se esperaba que yo la «convirtiera».

Sólo le había confiado a este joven la cuestión de mi madre, pero en pocos días los demás miembros de la iglesia lo comentaban conmigo. Lo que me desconcertó fue que tantos lo supieran en tan poco tiempo; por lo tanto quise averiguarlo. Había ocurrido por medio del sistema de «compañeros de oración». Cada miembro tenía al menos un compañero de oración (pero por lo general otros dos) a quien le contaba absolutamente todo sobre sí mismo y sobre todos los demás. Ese compañero de oración luego lo revelaría a otro compañero de oración, quien a su vez lo comunicaba a sus propios compañeros de oración. Cualquier detalle que uno le confiara a un compañero de oración un día lunes, el día viernes se sabría en toda la iglesia. De esa manera los líderes podían controlar a todos.

Fue entonces que comprendí por qué, cuando recién comencé, seis u ocho personas a quienes casi no conocía me habían pedido que me uniera a la charla espiritual. Esto no solamente me había impresionado sino que además había sido un motivo de halago para mí, aunque también había sentido presionada a aceptar sus invitaciones. El sistema también cumple su función entre aquellos que comienzan a «flaquear». En pocos días toda la iglesia lo sabe y comienza a aplicar presión para que el alejamiento no se concrete.

Esperar que yo tratara de decirles a mis padres que no eran creyentes, fue lo que me hizo reconocer que La Capilla creía ser la única iglesia con la doctrina correcta. Todos en La Capilla creían que cualquiera que estuviera involucrado con otro grupo caminaba rumbo al infierno.

El requisito impuesto a los miembros era estudiar la doctrina a fin de que si nos encontrábamos con otro grupo, éstos supieran qué creíamos y nosotros pudiéramos demostrar que la doctrina de La Capilla era la única correcta. Siempre teníamos un argumento preparado sobre cualquier tema, y usábamos los mismos versículos vez tras vez. Cada uno de nosotros aprendía los mismos versículos; no había variación. Si alguno de afuera le hacía una pregunta a algún miembro, obtenía la misma respuesta que podía dar yo o cualquier otro miembro.

A esa altura me di cuenta de que quería dejar esa iglesia. Sin embargo, Julia, mi amiga íntima, se estaba por bautizar. Conociendo las reglas sobre las amistades entre los miembros y los que no lo fueran, reconocí que o bien debía quedarme y mantenerla como amiga, o dejar la iglesia y perder su amistad. Ninguna de las perspectivas me agradaba, por lo tanto decidí hablar con ella y hacerle ver ciertas cosas que yo comenzaba a descubrir en la iglesia. Quería que supiera que yo deseaba seguir siendo su amiga pero estaba planeando retirarme del grupo. Nunca pude llegar a ese punto de la conversación pues ni bien le hice saber mi sentir de que La Capilla no era la única iglesia verdadera, se inquietó tanto que llamó a su compañera de oración, quien a su vez llamó a otros cinco que vinieron al instante. Allí estaba yo, enfrentando a Julia, a sus compañeras de oración y a cinco hombres, todos sentados en círculo alrededor de mí con sus Biblias abiertas. Me aleccionaron sobre cómo y por qué La Capilla era la única iglesia verdadera, y para ello utilizaron todos los versículos que yo había aprendido. Sus argumentos estaban afablemente preparados, y mientras uno se dirigía a mí los otros preparaban el próximo versículo bíblico. No me daban tiempo de mirar los versículos ni de hablar. Alguien me hablaba constantemente; me sentí abrumada y desesperada sin preparación para debatir con ellos. Me interrumpían en la mitad de las frases; cuando a veces me daban la oportunidad de terminar una aseveración, continuaban como si yo no hubiese dicho nada, buscaban un versículo y alegaban: «La Biblia dice que…» y luego me preguntaban si tampoco estaba de acuerdo con la Biblia. Además, durante toda la tarde me clavaron la vista de manera amenazadora.1 Me pusieron tan nerviosa que no lo soporté, y a las 11 de la noche me rendí arrepentida y volví a la iglesia.

Para entonces estaba recobrando la salud y se me requería asistencia regular a los cultos. En los meses siguientes por vez primera hice un estudio de lo que era esa iglesia.

Sólo a los miembros bautizados se les permitía asistir a ciertas actividades. Mi hermano asistía regularmente pero había sido bautizado en otra iglesia y rehusó ser bautizado otra vez, por lo tanto había ciertas actividades a las que a él no lo invitaban. La primera vez que sucedió le pregunté a mi compañera de oración si habría habido una equivocación. Me contestó que como mi hermano no era miembro, no se lo invitaba a reuniones para «miembros solamente». Sorprendida, mencioné que la iglesia alegaba no tener membresía y decía estar «abierta a todos los cristianos». Con sencillez me respondió que mi hermano no era cristiano porque había sido bautizado en una iglesia errada. Después de esto mi hermano dejó de asistir.

Las reuniones para «miembros solamente» se anunciaban por invitación personal, y los que no pertenecían a la iglesia no podían asistir. En éstas se discutían asuntos que tanto ellos como los no miembros no comprenderían, tales como técnicas que se utilizarían al hacer visitación casa por casa. La idea era entrar a una casa con la intención de pedirle al residente que asista a la iglesia. Hay muchos manejos y trampas para manipular a la gente. Una vez que se abre la puerta y si la televisión está encendida, luego de presentarse, inmediatamente hay que demostrar interés en el programa que el otro está mirando.

—Oh, yo justamente estaba mirando este programa —había que decir aunque no fuera cierto—. ¿Le molestaría si me quedo a mirar con usted?

De esa manera una persona completamente extraña se siente obligada a dejar entrar al visitante. Una vez adentro, las instrucciones son ser lo más amable posible, tener conversaciones inteligentes, y tratar de averiguar todo sobre la persona antes de intentar convencerla de asistir a la iglesia. Se nos enseñaba a ir de a dos, ya que si surgía algún argumento religioso, uno de los dos podría hablar mientras el otro buscaba los versículos correspondientes. Si uno no podía pensar en una respuesta adecuada, seguramente el otro podría hacerlo.

Recibíamos instrucciones sobre cómo presionar para conseguir que la gente asista. Nunca había que darles la oportunidad de que se negaran. Debíamos insistir diciendo, por ejemplo: —Pasaré a buscarlos mañana a las 6:45.

Después de salir de ese hogar, debíamos tomar notas cuidadosamente para que la próxima vez la persona se impresione al creer que recordamos todo sobre ella. Era común dejar un efecto personal «olvidado» a fin de que hubiera una excusa para volver y así tener otra oportunidad de hablar con la persona.

Las reuniones exclusivamente para miembros eran también ocasiones para efectuar promesas sobre cuántas personas teníamos intención de invitar cada semana. Frecuentemente recibíamos instrucciones sobre el tema y nos presionaban para que apareciéramos con muchas visitas. Yo me preguntaba si mi presencia habría sido simplemente un número para mi líder de las Muchachas Exploradoras.

Más aún, se nos ordenaba aparentar que siempre estábamos felices. Era extremadamente importante sonreír siempre, y fui criticada por no hacerlo lo suficiente. Se nos decía cuán importante era aparentar interés durante un sermón para impresionar a los visitantes. Se nos indicaba cómo entablar amistad con extraños; cómo hacer para que las personas se sintieran amadas antes de que las invitáramos a la iglesia, cómo cantar con ganas y emoción, también para impresionar favorablemente a las visitas.

Permanecí en La Capilla durante seis meses más, fingiendo; pero no era feliz y quería retirarme. Hace falta una valentía fenomenal para hacerlo. Yo tenía miedo de lo que pudiera suceder. No quería otra escena como la anterior. No quería perder a mis amigos y ya no tenía otros fuera de la iglesia. Parecía no encontrar escapatoria ni a nadie que me ayudara. Necesitaba desesperadamente que alguien hablara conmigo, pero la iglesia había cortado mis vínculos con la gente que no pertenecía a ese grupo exclusivo.

Era difícil para mí confesarle a mis padres que me había equivocado. Sin embargo, cuando lo hice ellos me apoyaron y me animaron a hacer lo que debía. Lo correcto era seguir a Cristo. Había estado viviendo un engaño. También me di cuenta de que mi vida estaba siendo controlada por un grupo de personas en lugar de ser controlada por el Señor. En lugar de seguir las enseñanzas de la Biblia, yo estaba siguiendo las interpretaciones dadas por el pastor y el copastor.

La razón por la cual me quedé tanto tiempo en La Capilla fue mi amistad con Julia; pero cuanto más se involucraba ella en la iglesia, menos tiempo tenía para mí. Finalmente llegué al punto de estar lista para tomar una decisión. Querían manejar mi vida: ellos me decían qué Biblia debía leer, qué amigos podía tener, a qué colegio debía asistir. Por lo tanto casi al año de haber sido bautizada, le comuniqué a mi compañera de oración que me retiraba de la iglesia. Estaba preparada para cuando me preguntara por qué. Cuando lo hizo le di tres razones: (1) Dudaba seriamente de que esa doctrina de salvación fuera bíblica; (2) no creía que el pastor y el copastor fueran las únicas personas que conocieran la verdadera interpretación de la Biblia; (3) creía que hay cristianos verdaderos en otras iglesias.

Ella sacó su Biblia, pero le dije que no se molestara ya que sabía perfectamente bien lo que estaba por decir. Yo había tomado una decisión terminante ante Dios.

Sin embargo, en lugar de sentir el alivio que esperaba, me sentí tensa e insegura. Es difícil describir por qué precisé tanta valentía para retirarme. En parte, porque sabía que por medio del sistema de compañeros de oración muy pronto todos lo sabrían. El sólo pensar que toda la iglesia comentaría y oraría porque yo «renegaba», me acobardaba. Aunque había participado cuando otros habían «renegado», no estaba segura de cuánto podría soportar la presión que ellos pondrían sobre mí para tratar de que yo volviera. Hacía falta valor para no estar de acuerdo con personas a quienes había dedicado un año de mi vida… las mismas que me habían abrazado y asegurado cuánto me amaban. Cuando me retiré de la iglesia, dejé tras de mí el sentido de seguridad. Esa gente había sido una parte tan grande de mi vida, que aunque parezca extraño sentí un gran vacío. Repentinamente no tenía nada que hacer, estaba sola y sin amigos. Decidí tratar de ver si aún podía seguir mi amistad con chicas de la iglesia, especialmente con Julia.

Me integré a la iglesia bautista local y comencé a trabajar allí, caminando con el Señor de la mejor manera posible. Con esto deseaba demostrarle a los miembros de La Capilla que realmente era posible ser un cristiano verdadero sin estar unido a ellos.

Las chicas que asistían a La Capilla continuaban hablándome en la escuela y comiendo conmigo a la hora del almuerzo. Sin embargo, después de seis semanas fue como si mi período de gracia se hubiera extinguido. Un día mi anterior compañera de oración me llamó aparte y abrió su Biblia en 1 Corintios 5:11: «Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis». Prosiguió alegando que yo había rechazado a Cristo como mi Salvador, y con la aprobación del pastor ellas no se asociarían más con personas como yo. Luego me pidió que no me uniera más a la mesa donde almorzaban. Me sentí tan insultada y enfurecida que no pude pensar en nada que decir o hacer. Simplemente me fui. Después me di cuenta de la estupidez de la situación; yo no había rechazado a Cristo, sólo a su iglesia; no había fallado a las expectativas que Dios tenía con respecto a mí, solamente a las que tenían ellos. Dudo que alguna vez le hayan pedido a Dios su opinión sobre la situación. El versículo que utilizaron contra mí fue tomado de contexto en forma grosera. Mi ex amiga nunca me detalló exactamente a qué categoría de 1 Corintios 5:11 pertenecía yo. Yo sabía que no andaba en pecado sexual, no era avara, idólatra, borracha ni ladrona.

Las últimas palabras que me dirigió fueron: «Recuerda que aún te amamos». Palabras interesantes para alguien que me estaba rechazando. Me hicieron reconocer cuán vacío y superficial había sido todo. Cada vez que me habían abrazado, había sido para retenerme en la iglesia. Nunca me habían amado de verdad. Cuando los quise confrontar por sus creencias me esquivaron, incluso Julia que había sido mi buena amiga durante seis años. Por cierto que me sentí profundamente herida, confundida, asustada y enojada. Me habían despojado de un año de vida, de mi novio y de mi amiga íntima. Habían jugado con mis emociones y virtualmente habían controlado mi vida. Deseaba pagarles con la misma moneda, pero cualquier cosa que hiciera o dijera sería tomada como una venganza de mi parte y demostraría que yo era lo que ellos señalaban, una pagana.

Mis padres estaban muy molestos con la situación. Papá llamó por teléfono a los pastores para asegurarse de que estas adolescentes no estuvieran obrando por cuenta propia. Sin embargo, se enteró de que habían recibido instrucciones para hacerlo. Fue doloroso para mí comprender que el pastor que había compartido comidas conmigo, que me daba abrazos después de los cultos y me decía cuánto me amaba en Cristo, hubiera aleccionado a las que fueron mis amigas para que me dieran la espalda. Uno no puede describir con palabras el dolor de experiencias como ésta; sería difícil comprenderlo para una persona que no lo ha vivido. Yo había sido una cristiana fiel y confiada antes de ingresar a La Capilla, y después de esto mi confianza en Dios se vio severamente debilitada. Perdí confianza en la gente por temor a que llegaran a ser tan falsos como la gente de ese grupo.

En conclusión, creo que este tipo de iglesia está perjudicando a muchos. Reconozco que mis experiencias no son tan extrañas ni tan severas como las de otros. Las comparto para advertir a los jóvenes inseguros y solitarios que buscan un lugar donde sentirse cómodos. Los grupos como éste ofrecen lo que aparenta ser amor y aceptación, y a primera vista la iglesia puede parecer hermosa; pero luego los miembros confunden y presionan para que uno se involucre, y recién cuando es demasiado tarde uno reconoce que está siendo parte de una secta. Por otro lado, aquellos que no han tenido una experiencia previa con Dios, pueden desviarse totalmente por este mal ejemplo, creyendo que todas las iglesias son iguales.

Este grupo y otros similares están creciendo rápidamente. Es fundamental preguntarse cómo y por qué están creciendo. Funcionan de esa manera porque para ellos el fin justifica los medios, y lamentablemente están perjudicando a muchas personas vulnerables.

El gnosticismo: trasfondo doctrinal de 1 Juan

El alarmante crecimiento de las sectas en América Latina no es also nuevo. Mucho del Nuevo Testamento está escrito precisamente para contender con herejías. Es así a través de la historia de la iglesia cristiana. Los credos que antes citaban en los cultos de nuestras iglesias fueron elaborados para resolver controversias doctrinales. El gnosticismo es la herejía más perjudicial de los primeros tres siglos de la era cristiana, y en América Latina actualmente está resucitando con otros nombres. Es importante recordar que los gnósticos pretendían ser cristianos; esta secta comenzó dentro de la iglesia.

El fundamento de esta doctrina errónea es el siguiente: La materia física es algo maligno mientras el espíritu es eternamente puro y bueno. El cuerpo humano, siendo materia, es malo. El espíritu humano según ellos es eternamente bueno y no puede ser afectado por lo que uno hace en el cuerpo. La resultante doctrina de la salvación es saber cómo librar al espíritu del cuerpo. La manera gnóstica de lograr salvación es por medio de un conocimiento especial (griego: gnostik,«conocimiento»). Según ellos uno alcanza la salvación por medio de un autoconocimiento («una nueva luz») y no por conocer a Cristo Jesús como Salvador. A su vez la excelencia espiritual no consiste en vivir una vida santa sino en poseer un conocimiento superior. Este conocimiento, argumentan los gnósticos, se les revela el Cristo, mensajero del Dios verdadero, en forma directa. Cristo, según ellos, no es tanto un Salvador sino un revelador que vino para propagar la gnosis secreta a los privilegiados. Esta «nueva» enseñanza de los gnósticos está por encima de la Escritura. Es imprescindible adquirir la nueva luz aunque uno viole los mandamientos de la Escritura o entre en pecado y tinieblas para lograrlo. Para ellos el fin justifica los medios. Como en toda doctrina errónea, ésta ofrece una vía corta o mística para la vida cristiana que no incluye la sencilla obediencia a la Palabra de Dios. Por su puesto, socava la doctrina bíblica de la redención.

La clara enseñanza de Juan que Dios es luz, que no hay ningunas tinieblas en Él (1:5) y que quienes andan en tinieblas no practican la verdad (1:6), contradecía la doctrina de los gnósticos y resultaba ser un bálsamo para el alma de los fieles.

Las dos influencias principales que dieron forma a esta doctrina fueron:

1) Los docetistas1, que negaron la humanidad de Cristo. Una vez más vemos que el error principal de los sectarios tiene que ver con la persona de Cristo y la doctrina de la salvación. Los docetistas alegaban que Cristo sólo parecía tener un cuerpo humano, pero que la realidad era otra. Dicho de otra manera, los docetistas afirmaban que Dios durante su encarnación se había disfrazado como humano temporariamente. Llegaron al extremo de decir que cuando Cristo caminaba no dejaba huellas. El apóstol Juan refuta a sus oponentes con las palabras de 1 Juan 1:1, «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos [énfasis agregado] tocante al Verbo de vida.»

2) Los cerintios,2 que negaron la unidad de las dos naturalezas de Cristo, la divina y la humana. Ésta es la más conocida rama del gnosticismo, y mantenía que el Cristo divino se juntó con el Jesús humano durante el bautismo y lo dejó antes de su muerte. Para resolver un problema creado por su propia doctrina (alegaban que el cuerpo de Jesús también estaba lleno de maldad), decían que el Cristo divino purificó el cuerpo de Cristo mientras vivía en él.

Consecuencias en la vida de la iglesia

Consideremos ahora estas doctrinas malignas y apliquémoslas a la vida cristiana para ver sus consecuencias. Un error doctrinal no solamente deja su impacto inmediato sino además lo que llamo una «herencia» para las generaciones venideras. Tal es el caso del gnosticismo. En primer lugar, debido a que pocos realmente pudieron entender (o adquirir) el conocimiento especial para librar el espíritu del cuerpo, aparecieron dos niveles de personas en la iglesia: los «espirituales» (que pudieron librar el espíritu del cuerpo malo) y los «no espirituales» (que nunca encontraron la luz mística y especial requerida para librar su espíritu del cuerpo). El primer grupo llegó a la conclusión de que estaba bien no amar, menospreciar y hasta odiar al segundo grupo porque de todas maneras no eran «espirituales». A través del tiempo esta herejía ha adquirido otros nombres, y toma nueva vida cuando en una congregación alguien afirma haber recibido una nueva luz o unción, un conocimiento especial, una nueva enseñanza que los demás no tienen. Juan combate este error con las siguientes palabras: «Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él» (1 Juan 2:27). «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1 Juan 4:20).

La segunda consecuencia, igualmente devastadora, es culpar al cuerpo físico de sus propios pecados desenfrenados, como la inmoralidad. Los gnósticos razonaban diciendo que el espíritu —siendo eternamente bueno— no podría ser manchado por lo que el cuerpo —siendo eternamente malo— hiciera. ¿Qué se podía esperar de algo tan malo? Estaban resignados a aceptar que no existía manera de renovar la carne y que de todas maneras sus pecados no podían afectar al espíritu. Esta doctrina les permitió vivir como querían.

El correcto entendimiento de 1 Juan 1:9–10 contradice esta doctrina y destruye cualquier otro argumento que disculpe el pecado. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.»

Basándose en la misma doctrina junto con nuevas «revelaciones y luz», tiempo después varios grupos empezaron a interesarse en el tema de Satanás. Su razonamiento era que para derrotar a Satanás y experimentar la gracia de Dios era necesario conocer los «secretos» de Satanás y experimentar la maldad. «Pero a vosotros y a los demás que están en Tiapira, a cuantos no tienen esa doctrina [la doctrina de la profetisa Jezabel del versículo 20], y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, yo os digo: No os impondré otra carga» (Apocalipsis 2:24).

Paradójicamente, otra consecuencia del gnosticismo fue el ascetismo. Que es vivir una vida dedicada a una rigurosa autodisciplina —por ejemplo el celibato, el ayuno y el duro trato del cuerpo— pensando que de esa manera uno puede agradar a Dios y librarse del pecado. Los gnósticos acetas más bien se hallan refutados en las enseñanzas del libro de Colosenses:

«Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne»

(Colosenses 2:20–23)

Como en el caso de todas las sectas, la manera de discernir y refutar es un correcto y cuidadoso estudio de la Palabra de Dios.

VP «Dios Habla Hoy», 1994© por Sociedades Bíblicas Unidas.

1 Esto hace recordar el encuentro entre Pedro, Juan y el sanedrín en Hch. 4:5–11. El sanedrín, que consistía de 70 miembros, se reunía en semicírculo y ponían al demandante en medio. Seguramente todos estaban mirando a los apóstoles a fin de asustarlos.

1 De la palabra griega dokéo que significa “suponer” o “parecer”.

2 De fundador de la doctrina Cerinto quien estuvo presente en Efeso durante las mismas fechas que cuando Juan escribió esta carta.

Mirón, J. (1997). ¿Iglesia o secta? (pp. 93–115). Miami, Florida, EE. UU. de A.: Editorial Unilit.

10-Cómo testificar a personas atrapadas en una secta

Cómo testificar a personas atrapadas en una secta

a1La primera vez que tuve que enfrentarme con alguien que pertenecía a una secta fue cuando mi esposa y yo recién habíamos iniciado nuestra tarea con la Asociación Evangelística Luis Palau. La junta directiva nos había enviado a trabajar en una iglesia local a fin de que nos preparáramos para nuestro futuro ministerio con Luis Palau. Un día recibimos la llamada de una mujer que esporádicamente se congregaba con nosotros. La estaban visitando integrantes de una secta y ella estaba confundida, sin saber qué creer o a quién creer. Nos invitó a nuestro pastor principal y a mí para que dialogáramos sobre lo que la Biblia enseña en contraste con lo que enseñaba aquel grupo.

Cuando llegamos estaban presentes dos integrantes de la secta, uno de los cuales era el maestro principal; estaba bien adoctrinado. Comenzamos el debate. El pastor de nuestra congregación hizo una brillante exposición de lo que es el cristianismo ortodoxo, y basándose en el idioma griego original del Nuevo Testamento hizo pedazos los argumentos de los sectarios. Tal era la derrota que yo mismo sentía lástima por ellos. ¿El resultado? Para nuestra sorpresa, la mujer decidió unirse a la secta.

Después del encuentro, comencé a analizar qué había pasado. ¿Fue acaso que el enemigo la había engañado tanto que ella ya estaba ciega? ¿Por qué no respondió positivamente a nuestra brillante (y créame, fue brillante) ponencia? ¿Quizá en nuestra presentación había faltado el elemento del amor?

Pocos días después me puse a hablar con un desconocido cuya esposa pertenecía a esa misma secta. Me invitó a su casa para conversar con su cónyuge. Con el esposo como espectador y buscando qué camino escoger, la dama y yo dialogamos. Esta vez mostré amor por su alma, escuché sus argumentos con sumo respeto, la felicité por su conocimiento de la Palabra de Dios, me valí del humor, quedé tranquilo confiando en el Señor, y me mantuve centrado en los temas principales: la persona de Cristo, su muerte en la cruz, el perdón de pecados, la vida transformada por Cristo. Cuando llegamos al tema de que el creyente puede tener la absoluta seguridad de su salvación (1 Juan 5:11–12), ella perdió los estribos y empezó a gritarme. Gracias a Dios pude mantener el dominio propio confiando en el Señor. Después de las tres horas que duró el encuentro salí convencido de que su esposo había notado la diferencia, tanto en doctrina como en comportamiento, entre el verdadero cristianismo y esa secta a que pertenecía su esposa. Al mismo tiempo es probable que la mujer, antes tan arraigada en la secta, haya vuelto a ella con muchas dudas.

Basado en mis observaciones, junto a los estudios y experiencias de otros, deseo compartir algunas ideas sobre cómo testificar a gente atrapada en una secta o semisecta como fue el caso de las dos mujeres mencionadas. No conozco ninguna técnica que sea válida para todos los grupos. Sin embargo, existen ciertos principios básicos.

1. Uno mismo debe tener certeza de su salvación, tanto en su doctrina como en su corazón. A menos que entienda con seguridad lo que Cristo hizo por usted por medio de su sangre en la cruz, no podrá testificar eficazmente a un «sectario«. El creyente inmaduro, con dudas de su salvación, en vez de ser un instrumento hábil en las manos de Dios a fin de ganar al sectario al reino de Dios, es en cambio candidato para ser persuadido por ellos.

2. Siempre hablar la verdad con amor (Ef. 4:15). Nunca es bíblico sacrificar la verdad por el amor, como tampoco es bíblico sacrificar el amor por la verdad. Con los sectarios tanta importancia tiene la actitud como la doctrina. Ese fue nuestro error principal cuando hablamos con la primera mujer. No es necesario ni aconsejable entrar en polémica. Uno de los principios para el diálogo es respetar las ideas ajenas, algo que se puede lograr sin sacrificar las convicciones doctrinales.

3. Practicar el evangelismo amistoso. El amor bíblico es más que simplemente actitudes. La tercera prueba de que somos verdaderos hijos de Dios según 1Juan es la social, es decir maneras prácticas de demostrar el amor de Dios.

En nuestra comunidad residen católicos, luteranos, adventistas, ortodoxos griegos, budistas, una familia de la iglesia de Cristo, y varias personas que no asisten a ninguna iglesia. Cuando una nueva familia llega al vecindario, mi esposa prepara una comida y se las lleva pero no utiliza vajilla descartable sino platos que les será necesario devolver. De esa manera estamos mostrando un amor práctico e iniciando contacto con la familia.

Los miembros de una secta están acostumbrados a pensar que son perseguidos por tener «la verdad». Cuando alguien les cierra la puerta en la cara o son marginados debido a que pertenecen a cierto grupo, se sienten dichosos de ser «perseguidos por la justicia». Por lo tanto, ellos necesitan saber que sus niños pueden jugar al fútbol con los míos, que somos de confianza para cualquier emergencia, que nos agrada invitarlos a comer a nuestra casa. Deben estar en contacto con nosotros para poder ver la diferencia que hace Cristo en nuestra vida diaria en forma especial durante los momentos difíciles, los tristes y las tragedias.

A primera vista pareciera que 2 Juan 9–11 nos exhorta a no tener nada que ver con los sectarios ni hablar con ellos. En el contexto de 2Juan, quienes traen las doctrinas extrañas son los autoproclamados maestros herejes. Probablemente han salido de la iglesia y están buscando hacer proselitismo y ganar más adherentes a sus doctrinas falsas. No se refiere, necesariamente, a los vecinos y familiares que están atrapados en una secta sino a los mandatarios de la secta.

En segundo lugar, la palabra aquí traducida «casa» probablemente se refiere a la iglesia casera donde se reunía la congregación (ver Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15; Filemón 2). Está prohibiendo dar una bienvenida oficial a tal persona o darle una plataforma para propagar su causa.

4. Hacer un profundo estudio de la doctrina bíblica y manejar bien los fundamentos de la fe, como por ejemplo quién es Dios, qué sucedió en la creación del hombre, cómo afectó a la raza humana la caída del hombre, quién es Jesucristo, qué hizo Jesús en la cruz del Calvario, qué debe hacer el hombre para ser salvo. Además es importante entender y poder explicar la gracia del Señor en contraposición con el legalismo (Gálatas 3:3), como así también el propósito de la iglesia local en el proceso de santificación.

5. Ganar a un sectario para Cristo casi siempre es un proceso; no sucede de la noche a la mañana. La persona tampoco se afilia a una secta sin un proceso —a veces extendido— de lavado de cerebro. Muchos sectarios están tan atrapados que la primera presentación del evangelio no penetra. Algunos simplemente apelan a un profeta, apóstol o líder del grupo con palabra de autoridad que consideran al mismo nivel o quizá por encima de la Biblia.

Tal vez haya que hacerlos dudar de la validez de su grupo. Con amor, habría que comenzar a demostrar por ejemplo cómo el grupo ha mentido, ha sido culpable de falsas profecías o bien cómo se ha contradicho. Sin embargo, el líder de la secta es tan venerado por los seguidores que un ataque frontal generalmente resultará contraproducente. ¡El o ella representan a la secta y es como si equivalieran a ella!

El mencionado proceso resultó evidente cuando vivíamos en México, juntos con otros miembros ganamos para Cristo a un ex testigo de Jehová. Para él fue un proceso cognitivo de entender que la salvación es por gracia y no por obras. Aun después de su conversión, durante mucho tiempo siguió entendiendo ciertas enseñanzas doctrinales usando como filtro lo que había aprendido en aquel grupo.

Una vez me paré en una gasolinera para cargar combustible y el empleado me escuchó llamar a mi hijo Joel. ¡El hombre vio esto como su oportunidad!

—Es un nombre bíblico, ¿verdad?

—Sí —contesté—, un profeta menor del Antiguo Testamento.

—¿Usted lee la Biblia? —me preguntó.

—Sí, todos los días —respondí.

—¿Qué versión de la Biblia emplea? —preguntó, ya con más agresividad.

—Bueno —repliqué inocentemente—, leo varias versiones.

En ese momento me miró mordazmente y declaró: —La Reina Valera es la única bendecida por Dios. Las demás versiones son falsas y si uno las lee no es cristiano.

Suponiendo que este hombre estaba bien armado con argumentos para apoyar lo que decía, decidí no refutar su aserción. Entonces, con calma le pregunté: —Y si viviera en otro país que no habla español, ¿qué me sugeriría? ¿Aprender español para poder leer la versión Reina Valera de la Biblia?

Nadie le había hecho una pregunta así y me miró desconcertado respondiendo raquíticamente: —Bueno, tendré que pensarlo un poco, — y habiendo dicho esto no volvió a decir palabra. No estaba preparado para que alguien lo cuestionara de esa manera.

La idea es aflojar un ladrillo en el fundamento de la fe mal cimentada. Pero hay que hacerlo con amor. Una vez que la persona ha reconocido que el grupo no ha satisfecho sus necesidades del alma, estará dispuesta a oír el verdadero evangelio.

6. No distraerse con temas de menor importancia es igualmente relevante. Una vez que la persona reciba a Cristo, dejará también estas cosas secundarias. Tener siempre en mente cúal es el propósito: presentar la verdad de Jesucristo con amor y respeto, y volver una y otra vez al mensaje central que es Jesucristo, el Salvador y Señor.

7. Estudiar las creencias del grupo en cuestión y descubrir a ciencia cierta lo que creen, y cómo presentan y defienden sus creencias. Muchos sólo están acostumbrados a exponer sus creencias, pero no preparados para una buena defensa de la doctrina bíblica (1 Pedro 3:15).

Recuerdo cuando a nuestra oficina en México llegaron dos personas propagando la doctrina de una secta. Yo había estado estudiando precisamente las creencias de ese grupo, por lo tanto estaba preparado para responderles. Recordando mi experiencia pasada con la mujer que terminó afiliándose a una secta a pesar de hablar con nosotros, me mantuve con calma frente a estas personas y las exposiciones de su dogma. Finalmente me tocó responder. Saqué la Biblia y comencé a contestar punto por punto. Vi pánico en sus ojos. Interrumpiéndome, uno exclamó: —No sé cómo contestar pero mi papá sí sabrá. Lo voy a traer para que usted pueda hablar con él.

Se fueron y nunca volvieron.

8. Durante sus contactos con un sectario, valerse del testimonio personal, de cómo usted se convirtió a Cristo. (Pablo relata su conversión dos veces en el libro de Hechos, 22:6–16 y 26:12–18.) Una manera de abrir la puerta para hablar de su propia experiencia es preguntar cómo se asoció con el grupo al que pertenece. Es imperioso que uno hable de su conversión al Señor y no de cómo comenzó en determinada iglesia o denominación. El testimonio da la oportunidad de hablar de Cristo y del plan de salvación, y demuestra que su intención es presentar a Cristo y no hacer proselitismo. Su interlocutor no podrá negarle el cambio que Cristo realizó en su vida. Además, una pregunta de esta naturaleza tiene el propósito de hacerle entender a la persona la necesidad que la llevó a la secta para entonces mostrarle que sólo Cristo satisface las necesidades más profundas del ser humano.

Nuestro consejo es que usted prepare su testimonio personal, bien fundamentado en la Biblia, de manera de presentar el evangelio en forma clara. Luego practíquelo ante su cónyuge o algún amigo.

9. Persistir (Lucas 18:1–8). Recuerdo a un hombre que acudió a Cristo después de haber estado años en una secta que, a pesar de emplear la Biblia, enseñaba que uno obtiene la salvación por obras humanas. Dios usó la amistosa persistencia de unos amigos cristianos para llevarlo a la cruz. Después de entender que la salvación es por gracia y no por «obras [humanas], para que nadie se gloríe» (Efesios 2:9), tan tocado se sintió este hombre que durante meses estudió el libro de Gálatas y en forma especial «estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud» (5:1).

10. Orar incesantemente por ellos (1 Tesalonicenses 5:17; Proverbios 24:11–12).

Continúo con la historia de los amigos de nuestro hijo que cuando fueron a vivir a otra ciudad quedaron atrapados en una semisecta. La primera vez que nuestro hijo y nuera fueron a visitarlos, conversaron mucho sobre doctrina. Joel estaba bastante preocupado, no solamente porque sus amigos estaban en una semisecta sino porque, a su juicio, hizo más mal que bien con su visita.

Cuando llegó el momento de otra visita, yo estaba en la recta final tratando de terminar este libro. Nos reunimos con Joel, Cristina y otro matrimonio, también amigos de la pareja en la secta. Oramos juntos y planeamos la estrategia a seguir. En primer lugar, decidimos que se referirían a lo que el Señor estaba haciendo en sus vidas, espiritualmente hablando en vez de discutir qué iglesia era poseedora de la verdad. La idea era hacerlos dudar demostrando que uno puede ser verdadero cristiano sin formar parte de esa congregación a que pertenecían. En segundo lugar, convinimos en que renovarían la relación con estos amigos y mostrarían un amor genuino por sus almas. El objetivo era reabrir la puerta para diálogos significativos en el futuro. Esperando la ayuda de Dios, siguieron orando y viajaron una vez más para el encuentro.

Después de aquel fin de semana, cuando estaban a punto de volver a casa, Esteban llamó aparte a Joel y le preguntó si estaría bien que le hiciera algunas preguntas pues tenía dudas sobre ciertas prácticas y doctrinas de su iglesia. ¡Habíamos logrado el objetivo!

Mi hijo y nuera intensificaron su oración por esta joven pareja. Varios meses más tarde Esteban los llamó por teléfono con una larga lista de preguntas que pensaba hacer a su pastor y quería que Joel revisara cada una para tener la seguridad de mantenerse centrado en los puntos principales. Como es común en estos casos, la esposa de Esteban no estaba convencida de que debieran causar tanto «escándalo». A ella no le importaba tanto la doctrina ni la práctica de la iglesia sino más bien no perder las amistades que había entablado en la congregación.

Las tres parejas decidieron reunirse una vez más y pasar un fin de semana hablando y orando. Joel les entregó el testimonio que he reproducido en capítulo 11, juntamente con otro material. Además yo les advertí a Joel y Cristina que el pastor los iba a estigmatizar a sus amigos como «divisores» empleando como base las palabras de Pablo en Tito 3:10. Al mismo tiempo les aseguré que ir directamente al pastor con sus dudas y preguntas no causaría ninguna división. Es lo correcto, lo bíblico. Ser divisivo sería propagar los desacuerdos en la congregación y comenzar a agrupar gente que los apoyara (cosa que Esteban no había hecho).

Una vez que la pareja regresó a su casa, leyó todo el material que Joel les había entregado. La joven todavía no estaba convencida del error y trató de disuadir a su esposo. Al día siguiente asistieron al culto y se sorprendieron de que toda la congregación ya se había enterado de su «problema». Es cuando Estaban y su esposa recordaron lo que habían leído en el testimonio de la muchacha reproducido en capítulo 11. Ella cuenta cómo el pastor podía estar al día en todo lo que sucedía en la congregación por medio de un sistema de chisme colectivo. En forma inmediata comprendieron cómo todos se habían enterado. Aquella noche la esposa de Esteban recibió una llamada de una de sus compañeras de oración para informarle que debía estar preparada para tomar ciertas «decisiones difíciles».

A la hora de la entrevista a Estaban lo esperaba no sólo el pastor sino dos personas más, Biblias en mano. El testimonio escrito que Joel le había dado había preparado a Esteban, y nada de la entrevista lo tomó por sorpresa. No solamente lo acusaron de ser causa de divisiones sino que además le dijeron que evidentemente tenía un pecado oculto, pues de otra manera no tendría dudas sobre la congregación. Durante varias horas lo acusaron de pecados secretos, de pecar contra su esposa, de tener una amante y varias otras cosas. Sin embargo, ni una vez hablaron acerca de las dudas y preguntas presentadas por Esteban.

Lo que sucedió después nadie lo había previsto. ¡Lo echaron de la iglesia!

Esteban volvió a su casa exacerbado.

Debido a los motivos explicados en el capítulo 4, llevó tiempo pero finalmente Esteban y su esposa encontraron una buena congregación donde actualmente están sirviendo al Señor.

Mirón, J. (1997). ¿Iglesia o secta? (pp. 83–92). Miami, Florida, EE. UU. de A.: Editorial Unilit.

9-¿Debo o no cambiar de iglesia?

¿Debo o no cambiar de iglesia?

a1Después de haber considerado el material presentado en este libro, usted puede llegar a la conclusión de que la iglesia donde se congrega cuenta con varias marcas de una secta. Surge entonces una pregunta lógica: ¿Debo o no cambiar de iglesia? Antes de intentar una contestación, es imperioso establecer un principio bíblico: El Nuevo Testamento enseña lealtad a la iglesia local.

Un abogado cristiano guatemalteco, preocupado por la salud de la iglesia, me dijo que actualmente existe una iglesia «ambulante» que va de congregación en congregación como un picaflor. Un grupo se ofende en una iglesia y busca otra. Otro grupo anda de un lugar a otro en una búsqueda desesperada para encontrar «la bendición». Otros cambian de acuerdo a qué grupo tiene algo novedoso. Sin embargo, los escritores del Nuevo Testamento ni una sola vez nos animan a cambiar de iglesia sino a servir, ayudar, exhortar, someterse y solucionar problemas si los hubiera. Cuando «los de Cloé» (1 Corintios 1:12) acudieron a Pablo con una lista de problemas en la iglesia de Corinto, el consejo del apóstol no fue que salieran de la congregación o formaran su propio grupo sino que les dio indicaciones sobre cómo resolver los problemas y vivir más conforme a la voluntad de Dios.

Fidelidad a los líderes

Le ruego que abra su Biblia en Hebreos 13:7–17. Este pasaje no tiene igual en cuanto a su enseñanza sobre lealtad a los líderes de la iglesia donde uno se congrega.

Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe… Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes ha de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.

(7, 17)

El escritor de Hebreos nos enseña cinco principios sobre lealtad a los líderes de la iglesia local.

1. Recordar a los líderes (v.7). En el griego original la palabra aquí traducida «acordaos» significa «contemplar intensivamente». Nos está pidiendo que apartemos tiempo para meditar sobre quienes nos predicaron el evangelio.

En el caso de los hebreos, la Palabra del Señor llegó de una sola fuente para todos. Sin embargo, en una iglesia típica de nuestro continente casi todos fuimos ministrados por diferentes personas. Por consiguiente, antes de continuar apartemos un momento para considerar a quienes se sacrificaron para ministrarnos la Palabra de Dios. Pudo haber sido un evangelista itinerante, un pastor, un maestro de la escuela dominical o un amigo.

Cuando yo era joven, un hombre llamado David abrió su corazón y su hogar para que entráramos un grupo de desordenados. Nos habló del evangelio, nos aguantó, nos enseñó amar la Palabra, nos discipuló. Como resultado de su ministerio, dos de esos muchachos hoy son pastores; dos son esposas de pastores; otro es profesor en un seminario; yo ministro con el equipo de Luis Palau; otra mujer tiene un ministerio en una misión; otra es fiel al Señor en su iglesia local a pesar de la traición de su esposo.

Pero por otro lado, ¿qué hago si descubro que la persona que me llevó el evangelio no terminó bien su carrera o no anda bien con Cristo? En realidad es lo que sucedió con nuestro mentor espiritual. Cuarenta años después de su labor con nosotros, hoy David está divorciado, distanciado de sus hijos y casado de nuevo. Después de no haberlo visto por más de treinta años, nos encontramos y fue posible para nosotros ministrarle a él.

Al margen de lo que haya pasado, siempre será posible honrarlos; y aunque sea por vía negativa, podemos aprender de las vidas de quienes se sacrificaron para darnos el evangelio.

2. Imitar la fe de los líderes (v.7). De la raíz de la palabra «imitar» en el griego surgen las palabras mímica y mimo. El segundo principio es imitar la fe de los líderes pero no los errores que hayan cometido. Pablo explica: «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1 Corintios 11:1).

3. Obedecer a los líderes (v.17). En este versículo de Hebreos 13 no encontramos la palabra más usual para hablar de «obedecer» (que sí encontramos en Romanos 13:1). En su lugar hay una palabra rica en significación que da la idea de «ser persuadido». El escritor, entonces, no habla de obediencia ciega a los líderes sino obediencia con discernimiento («no os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas» v. 9). Connota examinar la vida de líder, los mensajes que enseña y la doctrina del grupo, y una vez persuadido de que pertenece a la verdad, obedecer. Obediencia ciega es lo que caracteriza a las sectas. El escritor puritano John Owen explicó que la obediencia ciega «ha sido la ruina de las almas de los hombres».

4. Someterse a los líderes (v.17). Éste es el único lugar en el Nuevo Testamento donde se encuentra la palabra que aquí se traduce «someterse». El término era común en el griego secular para expresar la idea de sujetarse a las autoridades.

Un claro reconocimiento de la autoridad que Dios le ha dado al liderazgo de la iglesia es esencial para que haya harmonía y unidad en la congregación. En contraposición al Antiguo Testamento donde Dios reinó de una forma más directa, en la iglesia neotestamentaria Él ha optado por reinar por medio de sus líderes (presbíteros, pastores, ancianos, obispos o como se llamen). En realidad, cuando nos sometemos a los líderes nos estamos sometiendo a Dios. Sin embargo, en algunos casos los mismos líderes se han abusado de los privilegios correspondientes al liderazgo, por eso la necesidad de este libro.

5. Por qué sujetarse. El autor de Hebreos habla sin rodeos cuando instruye: Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta (RV); Procuren hacerles el trabajo agradable y no penoso, pues lo contrario no sería de ningún provecho para ustedes (13:17 VP)

Hay cuatro motivos por los cuales debemos sujetarnos a nuestros pastores:

a) Porque ellos tienen que rendir cuentas a Dios por la vida espiritual de la grey. Note que ellos «velan por vuestras almas». Velar da la idea de estar atento, despierto, sin dormir. ¿Por qué velan?

Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos. Por tanto, velad[énfasis agregado], acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.»

Hechos 20:28–31

b) Para que su trabajo sea alegre y agradable. No existe mayor gozo para un pastor que ver a sus feligreses creciendo en la fe. «No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad» (3 Jn. 4). «Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados» (Fil. 4:1).

c) Para que su labor no sea penosa ni sea una carga. La palabra griega que la VP traduce «penoso» da la idea de una carga, un gemir internamente. ¿Cuándo el pastorado se convierte en una carga? Cuando la congregación se vuelve indiferente, se opone a los pastores o entra en actitudes divisivas.

d) Para que su ministerio tenga provecho. La frase «sin provecho» viene del mundo comercial. El provecho del ministerio de los pastores está íntimamente vinculado con la actitud de sujeción de los congregantes. Su labor (enseñar, orar, velar, aconsejar, tomar decisiones, supervisar) no resultará provechosa si la congregación se queja y no se sujeta con alegría.

Fidelidad a la Palabra de Dios

En el mismo contexto, el escritor de Hebreos nos exhorta a ser leales a la doctrina bíblica:

«No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia» (13:9). Para poder ser fiel a lo que enseña la Biblia es necesario:

1. Dejar doctrinas extrañas (v.9). El sentido del griego de «no dejarse llevar por doctrinas extrañas» es suspender algo ya comenzado. Evidentemente la comunidad de la fe ya había sido infiltrada con enseñanzas extrañas, por lo cual el autor está llamando a los creyentes a regresar a la verdad. Las doctrinas extrañas son una plaga de todas las sectas.

2. En su lugar, afirmar la gracia (v.9). La gracia es Dios obrando en el corazón por medio del Espíritu Santo y conformando al creyente a la imagen de Cristo. Si uno se fortalece con la gracia no andará tras doctrinas erróneas.

Sin embargo, muchos me han preguntado por qué son tan atractivas las doctrinas extrañas. Una variedad de características las hacen llamativas, fascinantes y a la larga seductoras. Las doctrinas extrañas ofrecen cambios rápidos en la vida. En esta sociedad de comida instantánea, televisión en vivo, comunicación rápida, es entendible que la gente busque cambios instantáneos. En segundo lugar, las doctrinas no bíblicas ofrecen una vía corta a Dios. ¿Quién no desea tener una vida más cerca de Dios? En tercer lugar, siempre (de una manera explícita o bien implícita) las nuevas doctrinas cuestionan la verdad de que el corazón puede ser afirmado sólo con gracia. Como ya hemos visto, la gracia obra en el ser interior mientras las doctrinas extrabíblicas, como no vienen de Dios, se ven obligadas a obrar en el hombre exterior, es decir en algo más visible, y terminan apelando al ego del ser humano.<

Cuándo cambiar de iglesia

Después de apreciar la importancia que el Nuevo Testamento asigna a la fidelidad hacia la iglesia local y a la doctrina bíblica, volvemos a la pregunta de cuándo resulta apropiado cambiarse de iglesia. No es fácil contestar la pregunta ni hacer una lista específica que se aplicable a cada persona. Sin embargo, intentaremos ofrecer pautas que con oración y la ayuda del Espíritu Santo, uno puede utilizar para luego tomar una decisión.

1) Es nuestra convicción que uno debe comenzar con lo que la iglesia enseña sobre la doctrina de la salvación. Sería provechoso repasar el capítulo 3, en forma específica lo referente a la prueba teológica. Si determinado grupo no enseña la doctrina de Cristo, entonces no constituye una iglesia verdadera y es hora de dejarlo. ¡Hay que abandonar la iglesia si ésta es apóstata!

La excepción es cuando Dios llama al individuo a quedarse para evangelizar. Sin embargo, es imperioso que lo vea como campo misionero y no como un lugar para «comunión». Para poder ministrar en un grupo así, es imprescindible mantener comunión con otro grupo, un grupo verdadero donde uno goce de comunión, reciba edificación —un lugar donde pueda «recargar las pilas». Tenemos amigos que recibieron a Cristo mientras asistían a una congregación que no enseña la doctrina de Cristo. Sin embargo, no han salido porque están seguros de que Dios los ha llamado a ministrar a los centenares que están allí atrapados. (Cabe mencionar que estuve presente en el bautismo de cinco personas que han podido sacar de dicho grupo.) Nuestros amigos están conscientes del peligro, por lo tanto mantienen comunión con una iglesia bíblica donde, durante los días de semana, se reúnen para orar, cantar y estudiar la Palabra de Dios.

2) En segundo lugar, recomendamos un cambio si la iglesia lo está obligando a pecar. En el caso del grupo documentado en capítulo 11, los miembros se vieron obligados a mentir y a vivir vidas falsas a fin de atraer a personas nuevas. En un caso más extremo, durante una etapa para ganar a nuevos miembros, la Familia de Dios empleaba con el sexo opuesto lo que llamaban «pesca con flirteo», un método que no descartaba las relaciones sexuales con aquel a quien se quería atraer al grupo.

3) En tercer lugar, es hora de cambiar de iglesia cuando para obedecer los dictámenes del grupo uno es obligado a desobedecer la Palabra de Dios. No nos referimos a interpretaciones de la Escritura que son de importancia secundaria, sino a cuando, por sujetarse a la iglesia, uno tiene que cerrar ojos a la clara enseñanza de la Biblia. Hemos visto que a veces las «profecías» son aceptadas por encima de la Biblia. En otros casos la palabra del líder es recibida por encima de la Palabra de Dios. Existen claras enseñanzas escriturales con relación a la familia, pero lamentablemente ciertos grupos exigen a sus feligreses no cumplir con las responsabilidades familiares para ser fiel a la iglesia. Si ése fuere el caso, sería hora de buscar otra iglesia.

4) Es hora de salir cuando el pecado es tolerado, cuando no se administra disciplina bíblica. No me refiero a los «pecados culturales» o a cosas dudosas cuando hay diferencias de opiniones sino a casos cuando el liderazgo tolera el pecado agudo en la congregación. Peor todavía es cuando se tolera el pecado en el liderazgo. Siempre habrá pecado en los miembros de todas las iglesias del mundo, pero es cuestión de qué se hace frente al pecado.

El otro lado de la moneda, y quizá más común en las sectas y semisectas, es cuando existe una disciplina sofocante, cuando se castiga a quienes no obedecen al pie de la letra los muchos mandamientos impuestos por el grupo.

Según la información ofrecida en este libro, habrá también otros motivos que compelan a una persona o a una familia a buscar otra congregación. Sin embargo, creemos firmemente que nunca es bíblico dejar una iglesia para eludir disciplina verdadera, para esquivar responsabilidades, para no consultar con los ancianos, para seguir con la costumbre de cambiar cada dos años, o porque uno se ofendió. Aun cuando alguien llegue a la conclusión de que es hora de irse por uno de los motivos mencionados más arriba (o por otra razón), es imperioso ir directamente a los líderes para intentar resolver el conflicto (Mateo 18:15–17). Le aseguro que si se trata de una secta no logrará absolutamente nada, y este paso verificará que ha tomado la decisión correcta.

Conclusión

Una vez que haya llevado a cabo las pruebas mencionadas y cuando haya tomado su decisión sobre el grupo, recuerde que con palabras terminantes Juan nos indica cómo tratarlos: «Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina [la doctrina de Cristo], no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras» (2 Juan 9–11).1

RV Citas Bíblicas tomadas de Reina Valera, (RV) revisión 1960© Sociedades Bíblicas Unidas.

VP «Dios Habla Hoy», 1994© por Sociedades Bíblicas Unidas.

VP «Dios Habla Hoy», 1994© por Sociedades Bíblicas Unidas.

1 Para una explicación de este pasaje, ver capítulo 10.

Mirón, J. (1997). ¿Iglesia o secta? (pp. 73–87). Miami, Florida, EE. UU. de A.: Editorial Unilit

8-¿Es una secta…? – La iglesia

¿Es una secta…? – La iglesia

a1Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia. (1 Pedro 2:9–10)

A continuación se incluyen preguntas sobre la iglesia en sí para poder discernir si ésta va por el buen camino:

1. ¿Mantiene la congregación comunión con otras iglesias, o existe el sentir de que «somos los únicos con la verdad»? La secta cree ser única poseedora de la verdad, por lo tanto no se junta con otras iglesias. Durante un tiempo, Benjamín, un miembro de nuestra congregación, mantuvo un diálogo con dos compañeros de trabajo que eran miembros de una semisecta. Debatían cuál es la iglesia verdadera. Benjamín insistía en que Jesús es el camino, la verdad, y la vida (Juan 14:6), y que hay un sinnúmero de iglesias fieles a esta verdad central. En cambio, los amigos alegaban que sólo la iglesia de ellos predicaba la verdad, e invitaron a Benjamín a que asistiera a su grupo para observar. Benjamín, sin ningún problema respondió que sí, poniendo como única condición que después ellos asistieran a nuestra congregación. Sus dos amigos se miraron con temor en los ojos.

—No podemos —fue su respuesta—. Nuestra pastora no permite que asistamos a las reuniones de otros grupos.

¿Por qué no se les permitía a estos jóvenes gozar de la comunión de otras iglesias? Por algunas de las mismas razones que, a veces, iglesias evangélicas no desean que sus congregantes visiten otras iglesias: a) Para no perderlos; b) por la sospecha de que encontrarán «algo» de su agrado que nosotros no tenemos o no hacemos; c) para que no se contaminen.

Sin embargo, en el caso de las sectas, éstas temen perder control sobre las vidas de los feligreses si ellos observan la libertad en Cristo que gozan los verdaderos discípulos de Cristo.

Nunca olvidaré cómo gritó de alegría un joven, ex líder del grupo juvenil de una secta, cuando recibió al Salvador. Abrió la ventana y exclamó en voz alta: «¡Soy libre, soy libre, soy libre!»

Una de las grandes bendiciones que disfrutamos como cristianos es la unidad en Cristo y el poder declarar a un mundo perdido que «somos uno en Cristo» (Sal. 133; Gá. 3:28). No es buena señal cuando a los integrantes de un grupo se los priva de gozar de esta gran bendición.

2. ¿Se pide lealtad a Jesucristo, o al grupo y al líder? Un objetivo de la secta es que el individuo deje sus opiniones personales y en su lugar asuma las opiniones de los líderes. El razonamiento es que los líderes son más sabios que nosotros en temas espirituales y sus criterios están dados para nuestro bien. Durante el retiro al que asistieron Joel y Cristina con sus amigos, hubo oportunidad de dar testimonio. Puesto que esa iglesia enseña un sistema de obras humanas, no es de sorprenderse que la gente diera gloria a la iglesia, a su grupo de discipulado y al líder del grupo de discipulado, pero poca gloria a Dios. Para ellos es importante ser fiel a la congregación local y a los pastores.1 Sin embargo, cuando las exigencias están por encima de la Biblia y toman el lugar de Jesucristo, la resultante obediencia no es lealtad a Jesucristo sino un abuso por parte de los líderes. El fiel predicador de una iglesia verdadera enseña la Biblia y pide lealtad a Jesucristo (2Timoteo 4:1–4), y promueve el crecimiento en la vida de todos en la congregación (Efesios 4:11–16).

3. Para estar en plena comunión, ¿debe uno conformarse a una lista de reglamentos humanos? Toda iglesia verdadera cuenta con ciertas normas para ser miembro en plena comunión (por ejemplo, ser verdadero cristiano, bautizarse, haber asistido a una clase de membresía). Pero la secta (o el grupo que está convirtiéndose en secta) va más allá de los requisitos normales y establece cierto legalismo para mantenerse fiel a Dios.2 El legalismo apela al ego pero nunca desarrolla discernimiento. El legalismo quita la responsabilidad al individuo y la pone en manos de una persona o un grupo de personas que dirige la iglesia (y como ya mencionamos, pocas veces los líderes obedecen su propia lista de reglas —Gálatas 6:13). El legalismo condena a la persona a una vida de inmadurez espiritual (en el mejor de los casos) y cierra la puerta del cielo (en el peor de los casos). Es posible ser sincero, ser religioso, obedecer mandamientos, vivir una vida severa y, sin embargo, no entrar en el reino de Dios.

Francisco y Ana se convirtieron a Cristo en nuestra iglesia. Empezaron a crecer en la fe hasta que se les cruzó gente de una secta. A esto se sumó una riña con otro miembro de la congregación, y terminaron yéndose a dicha secta. Meses después cuando volvimos a verlos, notamos soberbia y celo por sus nuevas creencias, que entre otras doctrinas especifica que para ser aceptado por Dios uno debe ser vegetariano. Hay cierta «gloria» (gloria pasajera) en las obras de la carne (2 Corintios 3:7). Sin embargo, Cristo vino para redimirnos de «obras muertas» (Hebreos 9:14) y darnos una gloria permanente que es Cristo en el corazón, algo que nunca terminará (2 Corintios 3:17–18).

No pensemos que el legalismo es sólo un problema de nuestro tiempo. Los fariseos sufrían del mismo mal en el primer siglo de esta era. Usando el legalismo como trasfondo, Jesús dice: «Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 5:20). Es posible contrastar el legalismo (personificado por la vida de los fariseos) con la justicia que Cristo produce.

J U S T I C I A

Fariseos

Cristo

1. Externa

1. Interna

2. Apariencia

2. Del corazón

3. Fabricada

3. Genuina

4. De la carne

4. Del Espíritu

5. Impresionar al hombre u obtener el favor de Dios

5. Agradar a Dios y servir al hombre

6. Resultado: orgullo

6. Resultado: humildad

4. El grupo en cuestión, ¿enseña la gracia y la misericordia de Dios hacia los pecadores? Al llegar a un grupo con características sectarias, es común que el aspirante descubra no un Dios de gracia y misericordia sino un dios que demanda activismo para probar que somos siervos dignos. La persona no encuentra gracia sino obras externas sin una realidad interna. No halla luz y vida sino autoridad humana y una carga de culpa insoportable. En contraste, Jesús afirma: «…mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:30). El apóstol Pablo, un sectario convertido al evangelio de la gracia, ofrece una apta descripción de los sectarios: «…tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita» (2Timoteo 3:5).

5. ¿Tiene prioridad la iglesia por sobre la familia? Abundan ejemplos de sectas que declaran que el miembro ya forma parte de otra familia (la congregación), y por lo tanto no es necesario obedecer ni honrar a su familia carnal. Tanta es la lealtad que exigen, que a veces los mismos familiares no saben dónde se halla la persona. Mientras escribía este libro, se hizo pública la triste noticia del suicidio masivo de treinta y nueve miembros de una secta en California. Entre la cantidad de historias escritas acerca del grupo, estaba la de una familia que durante dos años estuvo buscando a su hija. No habían recibido de ella ni siquiera una nota.

Nuestro propósito al escribir este libro es hablar sobre las marcas que revelan que un grupo está en terreno peligroso, al borde de convertirse en secta. A continuación relato algo que ocurrió en una semisecta cuyo fundador se ha divorciado dos veces debido a que sus «esposas no fueron útiles en el ministerio». Una joven pareja que sólo hacía un año que asistía a esta semisecta, siguiendo el consejo del líder, no invitó a sus padres inconversos a su boda a fin de no contaminar la ceremonia matrimonial. Por supuesto los padres quedaron decepcionados y ya no quieren saber nada del «cristianismo».

El proceso de privar a alguien de la compañía de amigos y familiares que no pertenecen al grupo, muchas veces está más implícito que explícito en las enseñanzas del grupo. Por ejemplo, es común escuchar «…no hables con tus padres sobre lo que pasa en el grupo porque no van a entender». Para la secta, cualquier persona que no adhiere al grupo es un inconverso, un pagano o un no-cristiano.

Por otra parte, la Biblia promueve la obediencia de los hijos a los padres (Colosenses 3:20; Efesios 6:1), indica la necesidad de honrarlos (Efesios 6:2), y de proveer para ellos cuando tengan edad avanzada (1 Timoteo 5:8, 16) aunque sean inconversos. Si hay distanciamiento entre los miembros de una familia, que sea por la cruz de Cristo e iniciado por quienes rechazan el verdadero evangelio (Mateo 10:34–38; Lucas 12:51–53).

6. ¿Se administra el dinero con honestidad e integridad? En un caso que los medios de comunicación hicieron famoso, los miembros de una secta fueron obligados a entregar todas sus pertenencias al cuidado del grupo y a permitir que los líderes administraran el dinero. En la secta típica existe una nube oscura y densa sobre el manejo del dinero.

Tiene que haber integridad en la administración del dinero en la iglesia y en grupos paraeclesiásticos. El pastor que hoy quiera mantener un testimonio transparente, debe mantenerse totalmente ajeno al manejo del dinero. Conviene que reciba un sostén fijo y ¡absolutamente nada más! La administración debe estar a cargo de otros cristianos santos y los libros de contabilidad deben permanecer abiertos a la inspección. En una secta esto sucede muy pocas veces.

7. ¿Requiere el grupo que un miembro esté «cubierto», «discipulado» o «pastoreado» a tal grado que deba rendir cuentas ante el pastor o el discipulador de todas sus acciones, incluyendo las que no están específicamente delineadas en la Biblia? Cada gran error comienza con una verdad. En nuestras iglesias existe falta de discipulado. Sin embargo, la secta o semisecta lleva esto al extremo de controlar y manipular la vida de los feligreses. Ha habido casos donde los grupos de discipulado forman una pirámide o cadena de mando que coloca al pastor principal en la cumbre. El modelo que los grupos imitan no es Jesucristo, a pesar de que afirmen que sí; el modelo es este pastor, ungido, apóstol o líder.

Conozco el caso de una mujer que recibió la profecía de que cierta joven debía casarse con cierto muchacho en la congregación. La chica, no queriendo desobedecer «la voz de Dios», trató de empezar a conocer al joven mencionado en la profecía. Para su horror, descubrió que asistía a los cultos por las lindas muchachas y no era un verdadero cristiano. Poco tiempo transcurrió hasta que él salió de la iglesia por cuenta propia. La joven me explicó que no había hecho nada pero no olvidó el incidente. Meses más tarde ocurrió de nuevo: hubo otra profecía de que ella debía casarse con otro muchacho, que esta vez por lo menos era creyente. La joven me confesó: —Es un buen chico, pero no era para mí, y yo estaba confundida.

Ella acudió al director de su grupo de discipulado pues debía rendirle cuentas de sus acciones y recibir aprobación para tomar decisiones. El líder del grupo le advirtió que era necesario obedecer la profecía. Ella objetó y apeló al pastor principal. Como resultado, la disciplinaron por «rebeldía». La tarea de la iglesia es hacer discípulos de Cristo enseñando principios bíblicos a fin de que los fieles aprendan tomar decisiones agradables a Dios. En el día del juicio el discipulador no estará presente para ayudar a la persona a rendir cuentas ante Dios.

Frustrada, la joven de esta historia dejó la iglesia y, gracias a Dios, encontró una buena congregación donde conoció a un excelente muchacho y se casó. La iglesia que ella abandonó no es propiamente una secta, pero abusar de los miembros bajo el rótulo de «discipulado» constituye una señal peligrosa.

1 Para una explicación de la responsabilidad de los miembros en la iglesia local, ver capítulo 9.

2 Legalismo es cualquier esfuerzo humano para obtener el favor de Dios.

Mirón, J. (1997). ¿Iglesia o secta? (pp. 65–71). Miami, Florida, EE. UU. de A.: Editorial Unilit.