Planifica el futuro confiando en la provisión de Dios.

Serie: Perfeccionismo y control

Planifica el futuro confiando en la provisión de Dios
Por Mike Emlet

Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control

Dios es verdaderamente soberano, y yo soy verdaderamente responsable de vivir de acuerdo con la voluntad revelada de Dios. Él sostiene todas las cosas con la diestra de Su justicia (Is 41:10; Heb 1:3), y lo que yo hago con mis manos importa (Mt 5:30). Una cosa es afirmar que la soberanía de Dios y la responsabilidad humana son enseñanzas bíblicas, pero ¿cómo vivimos fielmente estas verdades de manera equilibrada en la vida diaria?

La realidad es que vivimos constantemente en la tensión empírica entre la soberanía de Dios y nuestra responsabilidad, entre el llamado a confiar y el llamado a actuar. Aquí hay un ejemplo trivial: configuré mi alarma para que me despertara esta mañana. Probablemente no juzgues eso como un acto de desconfianza total de la providencia de Dios. Hice planes. No asumí que Dios me despertaría sobrenaturalmente a las 5:30 a.m. Ese no fue un acto de incredulidad, sino una aceptación sabia de los medios secundarios. Por el otro lado, dependí de Dios para que me diera un sueño de calidad, mantuviera mi vida mientras dormía y conservara la precisión mecánica de mi despertador y la red eléctrica que lo alimenta. Estoy llamado a vivir en un mundo donde Dios es soberano y mis acciones en verdad importan.

¿PODER, PRESUNCIÓN O PRUDENCIA?
Pero es fácil desequilibrarse y pasar al «modo poder» o al «modo presunción». En el modo poder, nos hacemos cargo de nuestras vidas como si la responsabilidad humana fuera la totalidad de la ecuación. La planificación excesiva es común en este escenario. Hay una ausencia funcional de un Dios soberano; desde luego, reconocemos la soberanía de Dios, pero en la práctica no afecta nuestra vida diaria. Por el otro lado, hay un énfasis excesivo en las causas secundarias. Como resultado de estos desequilibrios, podemos vernos tentados a la ansiedad, el miedo, el control excesivo, la responsabilidad excesiva, el perfeccionismo y la ira. ¿Por qué? Porque creemos que todo depende de nosotros.

En el modo presunción, soltamos nuestras vidas como si la soberanía de Dios fuera la totalidad de la ecuación. Es común que haya poca o nula planificación. Aquí hay un énfasis exacerbado en la soberanía de Dios, pero una ausencia funcional de las causas secundarias. Como resultado de estos desequilibrios, podemos vernos tentados a la pereza, la pasividad, el estoicismo, el fatalismo y la indecisión. ¿Por qué? Porque creemos que todo depende de Dios.

Las Escrituras se mantienen alejadas de ambos extremos. No estamos llamados a vivir en nuestro propio poder ni con presunción. La Palabra de Dios ofrece una alternativa: la prudencia. La prudencia implica una planificación sabia y abundante en oración. Se caracteriza por una visión sólida de la soberanía y la providencia de Dios: Él es responsable. Además, mantiene un énfasis adecuado en las causas secundarias: yo también soy responsable. Vemos este énfasis dual en toda la Biblia. Una y otra vez, la Escritura nos llama a confiar en el cuidado providencial de Dios y a planificar bien y trabajar duro en varias esferas de la vida. Quiero profundizar en un área específica: la provisión material para nosotros y nuestras familias mientras confiamos nuestras labores al cuidado del Señor.

LA PROVISIÓN MATERIAL
Un aspecto inherente de nuestro papel como portadores de la imagen de Dios es que participamos en trabajos significativos. Dios plantó el huerto del Edén, pero Adán debía cultivarlo y cuidarlo (Gn 2:8, 15). Si bien la caída hizo que el trabajo fuera fatigoso (3:17-19), trabajar para mantenernos a nosotros mismos, a nuestras familias y a otras personas en necesidad sigue siendo una norma para nosotros.

Incluso en el desierto, cuando Dios proveyó maná de manera milagrosa para los israelitas, ellos estaban llamados a recogerlo y prepararlo todos los días de acuerdo con Su voluntad y mandamientos revelados (Ex 16). Recogían lo suficiente para cada día todas las mañanas, excepto el sexto día, cuando Dios proveía una porción doble porque debían descansar el séptimo día. Los que desconfiaron de la provisión de Dios (ya sea tratando de guardar algo de maná durante la noche en un día laboral o saliendo a recogerlo el día de reposo) experimentaron la reprensión de Dios. Dios proveyó soberanamente, y el pueblo respondió en la obra práctica de la obediencia, administrando lo que Él proveyó. Nuestro trabajo es importante, pero está basado en la obra providencial de Dios.

En nuestro papel como mayordomos, Dios nos advierte sobre la pereza que conduce a la pobreza (Pr 6:6-11), nos dice que trabajemos tranquilamente y nos ganemos la vida (1 Tes 4:11-12; 2 Tes 3:6-12) y nos exhorta a proveer para los miembros de nuestra casa (1 Tim 5:8) y los necesitados (Ef 4:28). Incluso el apóstol Pablo trabajó duro como fabricante de tiendas a fin de no ser una carga para sus iglesias incipientes (Hch 18:3; 1 Tes 2:9).

Al mismo tiempo, Dios llama a Su pueblo a recordar que Él es Su proveedor supremo. Cuando los israelitas llegaron a Canaán, la provisión milagrosa de Dios se detuvo y debieron hacer el trabajo de cultivar la tierra (Ex 16:35). Sin embargo, Dios advirtió: «No sea que digas en tu corazón: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza”. Pero acuérdate del SEÑOR tu Dios, porque Él es el que te da poder para hacer riquezas» (Dt 8:17-18). Solo podemos lograr lo que Él nos permite (Sal 127:1-2). Además, Jesús nos recuerda que no debemos estar ansiosos por las provisiones materiales porque el Padre cuida de nosotros, conoce nuestras necesidades y ya nos ha dado el mayor regalo de todos: Su Reino (Lc 12:22-32). Como resultado, Jesús nos anima a ser generosos con nuestras posesiones materiales, confiando en la provisión de nuestro Padre (vv. 33-34).

Por lo tanto, es correcto considerar las necesidades materiales de nuestra familia, presupuestar de acuerdo a ellas y trabajar diligentemente. Abre un plan de ahorro universitario si puedes. Aparta dinero en una cuenta de jubilación individual. Ahorra para el techo nuevo o la remodelación de la cocina. Pero, por otro lado, no acumules tus posesiones de manera autoprotectora, impulsado por el orgullo, el miedo o la codicia, como se describe en la parábola del rico necio relatada por Jesús (vv. 13-21).

PLANIFICA BIEN Y SÉ FLEXIBLE
Dios no nos llama a vivir en nuestro propio poder ni presumiendo neciamente de Su providencia, sino en una prudencia sabia y equilibrada. Haz planes, pero sé flexible. Vive de acuerdo con la voluntad revelada de Dios, encomendándote a ti y a tus seres queridos a Sus planes soberanos. Santiago 4:13-15 refleja bien esta dinámica:

Oigan ahora, ustedes que dicen: Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia. Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.

Debemos esperar que, en ocasiones, Dios cambie drásticamente nuestros planes y seamos llamados a someternos humildemente a Sus propósitos amorosos y buenos.

¿Cómo puedes saber si estás perdiendo el equilibrio? Primero, busca la sobrecarga de tu corazón: las tentaciones y los estilos de vida específicos que mencioné anteriormente, asociados con un énfasis excesivo en la responsabilidad humana o en la soberanía de Dios. En segundo lugar, presta atención a tu vida de oración. Si es anémica, estás diciendo (funcionalmente, al menos) que tu propia planificación y acciones son lo que en realidad importa (modo poder) o que en verdad no importa lo que hagas (incluso en la oración) porque Dios simplemente hará lo que hará (modo presunción).

Lo que hacemos importa. En ningún caso presuponemos que Dios obrará al margen de nuestra agencia. Al contrario, considerando nuestros propios planes con humildad, reconocemos que: «Muchos son los planes en el corazón del hombre, mas el consejo del SEÑOR permanecerá» (Pr 19:21). Solo Él puede decir: «Ciertamente, tal como lo había pensado, así ha sucedido; tal como lo había planeado, así se cumplirá» (Is 14:24). Y esa es una buena noticia. Los propósitos soberanos e infalibles de Dios nos dan libertad y valor para soñar, hacer planes, trabajar duro, fracasar con valentía, triunfar humildemente y volver a buscar Su rostro.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Mike Emletpropo
El Dr. Mike Emlet es profesor de la Christian Counseling & Educational Foundation Fundación de Consejería y Educación Cristiana. Es autor de CrossTalk [Conversaciones sobre la cruz] y Descriptions and Prescriptions [Descripciones y prescripciones].

La humildad en la oración, el arrepentimiento y la acción de gracias.

Serie: El orgullo y la humildad

Nota del editor:Este es el décimo y último capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El orgullo y la humildad

Por Thomas R. Schreiner

C.S. Lewis dijo famosamente: «Si pensais que no sois vanidosos, es que sois vanidosos de verdad». Ciertamente, eso se aplica a la humildad: si crees que eres humilde, probablemente estés saturado de orgullo. En este artículo, consideraremos brevemente cómo la oración, el arrepentimiento y la acción de gracias están relacionados con la humildad.

Oración y humildad
¿Cómo se relaciona la oración con la humildad? Podemos responder a esa pregunta considerando la naturaleza de la oración. Cuando oramos, expresamos nuestra completa dependencia de Dios. La oración reconoce lo que Jesús dijo en Juan 15:5: «separados de mí nada podéis hacer». Cuando oramos y pedimos ayuda a Dios, estamos admitiendo que no somos «suficientes en nosotros mismos para pensar que cosa alguna procede de nosotros, sino que nuestra suficiencia es de Dios» (2 Co 3:5). La oración testifica que somos «pobres en espíritu» (Mt 5:3), que no somos fuertes sino débiles, y que, como dice el himno, «te necesitamos cada hora». Una de las oraciones más humildes del mundo es: «Ayúdame, Señor». Recordamos la oración sencilla de la mujer cananea cuando todo parecía estar en su contra. Ella clamó a Jesús: «¡Señor, socórreme!» (Mt 15:25). La oración es humilde porque, cuando oramos, estamos diciendo que Dios es misericordioso y poderoso, que Él es sabio y soberano y que Él sabe mucho mejor que nosotros lo que es mejor para nosotros.

Arrepentimiento y humildad
No es difícil entender que el arrepentimiento —admitir que estábamos equivocados y prometer vivir de una manera nueva— no es posible sin humildad. El orgullo muestra su horrible cabeza cuando nos negamos a admitir que estamos equivocados, cuando nos negamos a decir que lo sentimos, cuando nos negamos a arrepentirnos. El mejor ejemplo de esta verdad es la parábola del fariseo y recaudador de impuestos (Lc 18:9-14). Jesús nos dice que el fariseo se ensalzó a sí mismo (v. 14) y confió en sí mismo (v. 9), y por lo tanto no sintió ninguna necesidad de arrepentirse. En cambio, se hizo notar a todo el mundo y se jactó ante Dios de su bondad y justicia. Su orgullo se manifestó en su afirmación de que era moralmente superior a otras personas, y nosotros caemos en esta misma trampa cuando nos comparamos con otros cristianos o incluso con no cristianos y nos sentimos orgullosos por nuestra justicia.

El recaudador de impuestos, sin embargo, era verdaderamente humilde, y Jesús dijo que los humildes serían exaltados (v. 14). Al igual que el apóstol Pablo en Romanos 7:24, se sintió miserable en la presencia de Dios, y expresó esa miseria a través del arrepentimiento, al pedirle a Dios que fuera misericordioso con él como pecador (Lc 18:13). Vemos la misma conexión entre la humildad y el arrepentimiento en la parábola del hijo pródigo. El hijo menor muestra su humildad al confesar su pecado y reconocer que no era digno de ser el hijo de su padre (15:21). La verdadera humildad existe cuando sentimos que somos el primero de los pecadores (1 Tim 1:15), cuando vemos rebelión y justicia propia en nuestros corazones y nos volvemos a Dios por medio de Jesucristo para purificación y perdón.

Acción de gracias y humildad
Puede que no pensemos a primera vista que la acción de gracias y la humildad están relacionadas, pero en verdad hay una relación profunda. El pecado raíz, como nos dice Romanos 1:21, es no glorificar a Dios ni darle gracias. Pensemos en un ejemplo de acción de gracias y humildad. Las Escrituras nos dicen que demos gracias antes de participar de la comida, y al hacerlo confesamos la bondad de Dios hacia nosotros (1 Tim 4:3-4). Escuché de un cristiano que asistía regularmente a la iglesia, y había invitado a comer a su casa a un predicador que había venido de visita a su iglesia. Le dijo al predicador que la familia no oraba antes de comer, diciendo: «Trabajamos duro por nuestra comida, por lo que no tiene sentido agradecer a Dios por lo que trabajamos para adquirir». No reconoció el verdadero estado de las cosas; el hecho de que no quisiera orar era una expresión de su orgullo. No se daba cuenta de la verdad de Deuteronomio 8:18, de que «el Señor tu Dios… es el que te da poder para hacer riquezas». Cuando estamos agradecidos, alabamos a nuestro gran Dios porque «toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto» (Stgo 1:17). Reconocemos que no hay razón para jactarnos de cualquier cosa porque todo lo que tenemos es un don de Dios (1 Co 4:8), que Él es el que suple todas nuestras necesidades (Flp 4:19). Ya sea que estemos hablando de oración, arrepentimiento o acción de gracias, estamos diciendo en todos los casos que somos niños y que dependemos de nuestro buen Padre para todo, y ese es el corazón y el alma de la humildad.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Thomas R. Schreiner
El Dr. Thomas R. Schreiner es el Profesor James Buchanan Harrison de Interpretación del Nuevo Testamento, profesor de teología bíblica y decano asociado de la escuela de teología del Seminario Teológico Bautista del Sur en Louisville, Ky. Es autor de numerosos libros, entre ellos Spiritual Gifts [Dones espirituales].