¿Y después?

Sábado 27 Agosto

Está establecido para los hombres que mueran una sola vez.

Hebreos 9:27

Nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio.

2 Timoteo 1:10

¿Y después?

“Tengo salud, fortuna, belleza… ¿y después?

 – Tengo oro, dinero… ¿y después?

 – Cuando fuera el único en poseer el genio y el saber, ¿qué sucederá después con ello?

 – Cuando debiera disfrutar del mundo durante mil años, ¿qué pasará después? La muerte llega rápido y quita todo. ¿Qué hallaremos más allá de sus puertas?… Solo Dios merece ser servido…”.

Estas reflexiones, escritas por la reina María Cristina Ferdinande de Bourbon-Siciles (1806-1878), fueron halladas después de su muerte en su libro de piedad. Esta reina había comprendido el secreto de la verdadera felicidad: la fe en Dios, quien es amor. Ella sabía que el éxito, la riqueza o la salud no dan la verdadera felicidad, que los placeres ofrecidos por el mundo pueden ayudar a olvidar momentáneamente las preocupaciones… ¿y después?

La Biblia siempre lo ha declarado: este mundo no podrá satisfacer ni dar la verdadera felicidad al hombre (Eclesiastés 6). El apóstol Pablo experimentó que conocer a Cristo es una cosa excelente, e incluso lo único importante (Filipenses 3:8). Seremos felices si sabemos que somos amados por Dios y perdonados por la obra de Jesús, “el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). Jesús libera del miedo a la muerte a todos los que reconocen su culpabilidad y lo aceptan como su Salvador y Señor. Él les da la vida eterna (Juan 17:2). “En ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12).

Jeremías 30 – 1 Corintios 5 – Salmo 101:1-4 – Proverbios 22:7

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La doble obediencia de Cristo

Por Gregory K. Beale

Serie: Jesucristo, y este crucificado

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Jesucristo, y este crucificado

Los teólogos hablan con frecuencia de la obediencia activa y pasiva de Cristo. Su obediencia activa consistió en guardar la ley de Dios perfectamente a lo largo de Su vida. Su obediencia pasiva consistió en Su recepción voluntaria del castigo que merecían los pecadores por quebrantar la ley. Ambas les son imputadas a los pecadores que confían en Cristo, de modo que ellos son considerados perfectamente justos en Él, sin condena alguna por quebrantar la ley (ver Confesión de Fe de Westminster, cap. 11). El término «obediencia pasiva» es algo inexacto, ya que cuando Cristo soportó la pena del pecado lo hizo activamente.

El pasaje que afirma con más ímpetu la imputación positiva de la justicia de Cristo es 1 Corintios 1:30: «Mas por obra suya estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención». La unión de los creyentes con Cristo significa que «en Cristo Jesús» se considera que tenemos la misma «sabiduría… justificación… santificación, y redención» (perfectas) que Cristo posee. Eso no significa que tengamos tales atributos en nuestra existencia personal en esta tierra, sino que Cristo es nuestro representante y que todo eso nos es atribuido gracias a nuestra unión con Él (es decir, a que «estamos en Cristo»). La frase «para nosotros» se refiere a nuestra posición «en Cristo Jesús» y al hecho de que compartimos Sus atributos.

Algunos objetan esta conclusión porque parece difícil entender cómo es que Cristo fue «redimido» de la misma manera en que somos «redimidos» los creyentes. De igual modo, algunos argumentan que las referencias a la «sabiduría», «justificación» y «santificación» tampoco deben interpretarse de forma representativa. Según ellos, el versículo solo se refiere al hecho de que los creyentes se vuelven sabios, santos, justos y redimidos a través de Cristo, y las primeras tres características son cualidades piadosas que deberían caracterizar cada vez más las vidas de los cristianos.

Este problema se mitiga cuando llevamos a cabo un estudio sencillo de las palabras. La palabra que se traduce como «redención» se utiliza a veces en el Antiguo Testamento griego para aludir a la liberación del pecado, pero se usa con mayor frecuencia para hacer referencia a la liberación de la opresión severa. A la luz de esto, parecería normal utilizar la palabra «redención» en 1 Corintios 1:30 para indicar una liberación de la opresión, en particular con respecto a Cristo. Si ese es el caso, hace referencia a Su liberación de la muerte y de la esclavitud a los poderes de Satanás en la resurrección.

La primera parte del versículo refuerza la idea de que los cristianos son representados por estos atributos de Cristo: es por «obra suya» (de Dios) que estamos «en Cristo Jesús», y debido a que estamos «en» Él, compartimos posicionalmente Sus características perfectas. Por lo tanto, no debemos gloriarnos en nuestras propias capacidades (vv. 29, 31), sino en los beneficios resultantes de la representación de Cristo.

En consecuencia, 1 Corintios 1:30 respalda la idea de que los creyentes somos representados por la justicia perfecta de Cristo y, en un sentido posicional, somos tan plenamente justos como Él (ver Rom 5:15-19; Flp 3:9). En 2 Corintios 5:21, Pablo escribe: «Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él». Pablo asegura que Cristo asumió una culpa ajena y sufrió un castigo que Él mismo no merecía para que los pecadores por quienes Jesús sufrió el castigo fueran «hechos justicia de Dios en Él [Cristo]». Esto significa que Dios nos ve como «inocentes» que no merecen condena aunque hayamos cometido pecado. Sin embargo, que seamos hechos «justicia de Dios» también significa que estamos identificados con la «justicia de Dios», no solo en la ofrenda de la muerte de Cristo, sino también explícitamente en el Cristo resucitado, de modo que nos es imputado un aspecto positivo de la justicia de Cristo.

Génesis 1:28 y sus reiteraciones a lo largo del Antiguo Testamento nos brindan un trasfondo importante para entender la obra justificadora de Cristo con respecto a Su obediencia activa. La comisión de Génesis 1:26-28 involucraba los siguientes aspectos: (1) «los bendijo Dios»; (2) «sed fecundos y multiplicaos»; (3) «llenad la tierra»; (4) «sojuzgad» la «tierra»; (5) «ejerced dominio sobre… [toda] la tierra». El hecho de que Dios creara a Adán a Su «imagen» y «semejanza» es lo que le permitiría a este último ejecutar los diversos aspectos de la comisión. Como portador de la imagen de Dios, Adán debía reflejar Su carácter, lo que incluía reflejar la gloria divina. Además de la prohibición de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gn 2:16-17), la esencia de la comisión consistía en sojuzgar y ejercer dominio sobre la tierra, llenándola de la gloria de Dios, en especial al procrear una descendencia gloriosa de portadores de la imagen divina. Si Adán hubiera obedecido su comisión, habría recibido las bendiciones del fin de los tiempos en magnitud ampliada; en esencia, estas habrían consistido en una incorrupción irreversible y eterna de la vida física y espiritual, que habría tenido lugar en un universo incorruptible, libre de todo mal y toda amenaza pecaminosa.

Sin embargo, Adán desobedeció la comisión al desobedecer la palabra de Dios y no ejercer dominio sobre la creación como debería haberlo hecho, permitiendo que la serpiente irrumpiera y lo corrompiera a él y a su esposa (Gn 3; ver 2:16-17). Pero la comisión de Adán no fue revocada. Hay muchos pasajes bíblicos que indican que la comisión de Adán fue legada a otras figuras semejantes a él, como Noé, los patriarcas y el Israel del Antiguo Testamento. No obstante, todos fallaron al momento de cumplir la comisión. A partir de los tiempos de los patriarcas, las repeticiones de la comisión adánica fueron combinadas con la promesa de una «descendencia» que «bendeciría» a las naciones. Eso indica que, a la postre, la comisión sería cumplida por la «descendencia».

Desde los tiempos de Abraham, las reiteraciones de la comisión de Génesis 1 se presentan como una promesa de un acto positivo que tendría lugar en el futuro o como un mandamiento que resultaría en una obediencia positiva. Tanto las reiteraciones promisorias como las imperativas de la comisión guardan relación con los aspectos positivos de la conquista, la posesión (o herencia), la multiplicación, el incremento y la expansión de la «descendencia». En vista de ello, sería extraño que el Nuevo Testamento nunca se refiriera a Jesús como el último Adán de esa misma manera positiva. En efecto, el Nuevo Testamento ve la sumisión de Cristo a la muerte en la cruz como parte de Su obediencia a la comisión de Adán (ver Rom 5:12-17; Flp 2:5-11; Heb 2:6-10). Jesús no solo hizo lo que el primer Adán debió hacer, sino que también fue obediente hasta la muerte, lo que lo llevó a la victoria de la resurrección y la exaltación.

Pablo habla más de lo que se denomina la obediencia pasiva de Cristo en Su muerte que de Su obediencia activa al salvar a Su pueblo. Sin embargo, hay pasajes que presentan a Jesús como el último Adán sin aludir a Su muerte, sino al hecho de que hizo lo que Adán debió haber hecho. Un ejemplo es Su tentación en el desierto (Mt 4; Lc 4). Allí, Cristo funcionó como el último Adán y también como el verdadero Israel (es decir, como el Adán colectivo) que obedeció en las mismas áreas en que desobedecieron el primer Adán y el primer Israel.

De la misma manera, Pablo presenta a Cristo como el último Adán que recibió la posición triunfante y la recompensa del señorío incorruptible y glorioso como resultado de Su cumplimiento de todas las condiciones de la obediencia que se requerían del primer Adán, en especial, las de posesión y conquista. En 1 Corintios 15:27 y Efesios 1:22, Pablo afirma que Cristo cumplió el ideal del Salmo 8:6 que el primer Adán debió haber cumplido: «Dios ha puesto todo en sujeción bajo sus pies», lo que significa que Cristo mismo, como el último Adán, también ha ejercido el «poder… para sujetar todas las cosas a sí mismo» (Flp 3:21). 1 Corintios 15:45 se refiere claramente a Cristo como el «último Adán» que obtuvo la bendición exacerbada de la incorruptibilidad que el primer Adán no consiguió. Además, 1 Corintios y Efesios identifican a los creyentes ya sea con el hecho de que Cristo tiene todas las cosas en sujeción a Él (Ef 2:5-6) o de que posee bendiciones incorruptibles (1 Co 15:49-57; ver también Heb 2:6-17).

Pablo entiende que Cristo cumplió la comisión adánica del Salmo 8. Esto significa que Cristo ejerció dominio, sojuzgó, multiplicó Su descendencia espiritual (aunque ese elemento está ausente en el Sal 8) y llenó la tierra con la gloria de Dios de forma perfecta, tanto como le es posible a una persona a lo largo de su vida. Esta idea tiene que ver con la inauguración del fin de los tiempos, pues la obediencia fiel de Cristo como el último Adán se tradujo en la recompensa eterna de transformarse en la nueva creación incorruptible y en el Rey de esa creación. En otras palabras, el cuerpo resucitado de Cristo fue el comienzo de la nueva creación del fin de los tiempos y de Su señorío obediente en esa nueva creación. Así como los cristianos estamos identificados con la posición de Cristo en Su resurrección y exaltación real en el cielo, también lo estamos con Su recompensa, que es el señorío exaltado y la obediencia fiel que sigue caracterizando ese señorío. El señorío de Cristo resucitado y exaltado y Su estatus como el Adán obediente constituyen una irrupción de la nueva creación futura en la era presente. No es una nueva creación perfeccionada, pues los cristianos del siglo presente aún no son reyes perfectamente obedientes ni han experimentado la recompensa consumada de la resurrección plena. No obstante, estamos unidos a Cristo, el último Adán que fue perfectamente obediente.

La doctrina que enseña que Cristo fue el sustituto penal de los pecadores que han quebrantado la ley, a fin de que estos puedan ser considerados inocentes, es la doctrina de la obediencia pasiva de Cristo. 2 Corintios 5:21 también alude a esta noción: el hecho de que Cristo se haya transformado en una ofrenda por el pecado para pagar la pena del pecado de los creyentes se traduce en que nosotros somos declarados inocentes; sin embargo, como vimos antes, los creyentes también recibimos la justicia del Cristo resucitado.

Romanos 3:23-26 también se refiere a la obediencia pasiva de Cristo; la palabra «propiciación», en el versículo 25, hace referencia al «propiciatorio», la cubierta del arca del pacto donde se derramaba la sangre de los sacrificios para representar la sustitución de la pena del pecado de Israel. Ahora, Cristo se ha transformado en el «propiciatorio» donde Él vierte Su propia sangre para pagar la pena del pecado a fin de que los pecadores sean declarados «inocentes» o «justos».

De esta manera, la vida y muerte vicaria de Cristo le atribuyen justicia a Su pueblo y nos declaran inocentes de nuestros pecados. Estaríamos perdidos sin nuestro Salvador.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Gregory K. Beale
El Dr. Gregory K. Beale es profesor de Nuevo Testamento y teología bíblica y ocupa la cátedra J. Gresham Machen de Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Westminster de Filadelfia. Es autor de numerosos libros, entre ellos God Dwells among Us [Dios habita entre nosotros].

Vivir tranquilamente en un mundo donde todo va mal

Miércoles 17 Agosto
Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.
Isaías 26:3
(Jesús dijo:) La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.
Juan 14:27
Vivir tranquilamente en un mundo donde todo va mal
Nuestro futuro es cada vez más incierto: el planeta está en peligro, nuestras condiciones de vida se degradan, el desempleo aumenta, la corrupción y la violencia son evidentes cada día. ¿Cómo disfrutar la vida en un contexto que produce tanta ansiedad?

¿Debemos actuar como el avestruz y enterrar nuestras cabezas en la arena, es decir, no escuchar más las noticias y pensar solo en nosotros mismos? ¿Debemos aprovechar al máximo el momento presente diciendo: “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos”? (1 Corintios 15:32).

La Biblia nos propone otro camino: poner nuestra confianza en Dios. Él es un Dios de paz. Para recibir esta paz debemos reconciliarnos con Dios, porque por naturaleza somos sus enemigos, pecadores desobedientes. Jesucristo hizo “la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). La fe en él nos lleva a conocer la paz de la conciencia. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). Entonces podemos contar con sus cuidados, con su amor y su poder. ¿Quién podría turbarnos si el gran Dios de los cielos, quien encerró el viento en sus puños (Proverbios 30:4), se ocupa de nosotros? El apóstol Pedro dormía plácidamente en la cárcel, incluso cuando el rey Herodes quería matarlo. Como Pedro, nosotros también podemos estar tranquilos, cualesquiera que sean las circunstancias de nuestra vida, si ponemos nuestra confianza en Dios.

Jeremías 21 – Lucas 22:24-46 – Salmo 95:6-11 – Proverbios 21:19-20

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La justificación: ¿qué es y qué hace?

Matthew Leighton

La doctrina más distintiva de la fe evangélica es la justificación por la fe sola. No hay ninguna otra religión en el mundo que tenga semejante enseñanza. No solo es una doctrina distintiva, sino que viene a ser la única solución al problema más importante de la humanidad: su propia injusticia y la ruptura de su relación con el Creador. La justificación por la fe sola es el camino que Dios ha puesto para establecer de nuevo la paz entre Él y sus criaturas. Es el corazón del evangelio, la buena noticia de la Biblia.

A pesar de su importancia, muchos evangélicos no son capaces de articular claramente esta doctrina. En este artículo daremos una breve y sencilla explicación de la justificación según el testimonio bíblico, con el fin de ayudarnos a entender mejor esta verdad y aplicarla a nuestra vida.

La justificación según la Biblia

Empecemos con una definición de la palabra justificar. En el lenguaje cotidiano usamos esta palabra muchas veces para hablar de cómo nosotros nos defendemos ante las acusaciones. Por ejemplo, yo me justifico presentando evidencias y argumentos acerca de mi inocencia. Cuando me justifico, me declaro justo o inocente. Así usamos esta palabra en el día a día, pero en la Biblia se usa de otra manera.

En nuestras versiones aparece la palabra justificar como traducción de una palabra griega, dikaio, que muchas veces hace referencia no a una declaración del ser humano sobre sí mismo, sino a una declaración divina. Por ejemplo, Romanos 5:1 dice lo siguiente:  

“Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

En este texto, y en otros más, el verbo se usa en la forma pasiva. Cuando el texto dice “justificados”, o “habiendo sido justificados”, significa que no nos justificamos a nosotros mismos, sino que es Dios quien nos justifica. Cuando Dios justifica, Él declara que una persona es justa.

Esta declaración divina es un acto forense. Es una declaración que Dios emite como juez. No se trata de un cambio o proceso dentro de la persona que recibe el veredicto. La palabra justificar se usa precisamente de esta manera legal o forense en varios pasajes bíblicos. Un ejemplo claro de este uso se encuentra en Romanos 8:33-34:

“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió, sí, más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”.

Cuando Dios justifica, simplemente mira la evidencia y emite su veredicto: justo y merecedor de los privilegios correspondientes.

Aquí se contempla a Dios como juez, y el apóstol Pablo menciona dos veredictos que puede emitir. Uno es condenar. La condena es claramente una declaración legal de culpa, sin tratarse de un proceso o cambio subjetivo en la persona condenada. Cuando Dios condena, simplemente mira la evidencia y emite su veredicto: culpable y merecedor del castigo correspondiente.

Paralelamente, cuando Dios justifica, emite una declaración legal sin requerir un proceso o cambio subjetivo en la persona justificada. Cuando Dios justifica, simplemente mira la evidencia y emite su veredicto: justo y merecedor de los privilegios correspondientes. De modo que la justificación es legal, puntual, y externa al ser humano. No se trata de un proceso de transformación interior.

El apuro del ser humano rebelde

¿A quién justifica Dios? De entrada, pensaríamos que Dios debe justificar a la gente buena. Puesto que Dios es un juez omnisciente, Él sabrá quién es bueno y quién no lo es y, siendo justo, suponemos que Dios debería justificar a las personas cuyo comportamiento es ejemplar e intachable, que son justas en sí mismas. No obstante, la Biblia pinta un cuadro muy oscuro de la humanidad y su injusticia. Pablo, en la misma carta a los Romanos, declara lo siguiente:

“Como está escrito: ‘No hay justo, ni aun uno No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno’”, Romanos 3:10-12.

Según el apóstol (y el Antiguo Testamento, del cual cita), no hay gente buena. Todos somos injustos, todos nos desviamos. Nos ofendemos los unos a los otros y ofendemos a Dios cometiendo injusticias a menudo, no solamente con hechos externos, sino también con actitudes y disposiciones internas como el egoísmo, el orgullo, y el odio. Si es así, ¿a quién puede justificar Dios? Si no siguiéramos leyendo el pasaje, podríamos concluir que, ante un Dios perfectamente justo, nadie será justificado. Pero la Biblia nos sorprende. Romanos 4:5 dice así:

“Pero al que no trabaja, pero cree en Aquél que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia”.

Según la Biblia, Dios sí justifica a personas. No a personas buenas, sino a personas “impías”, personas que precisamente no merecen ser declaradas justas, sino condenadas. ¡Esto es una muy buena noticia! Pero, ¿cómo puede ser? ¿No está Dios quebrantando su propia justicia al justificar a impíos (Pr. 17:15)?

La solución: la imputación

Si Dios no hiciera nada más, sería injusto. ¿Qué es lo que Dios hace para que su veredicto no sea injusto? Tenemos una pista en un texto que hemos considerado ya. Romanos 5:1 dice que por la justificación tenemos paz con Dios por medio de Jesucristo. La clave de la justificación es Jesús. Pablo amplía esta idea en 2 Corintios 5:21:

“Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él”.

Es gracias a Jesús que Dios justifica al impío, y esto es así porque Jesús obedece y muere en el lugar del pecador. Jesús era perfectamente justo. Si ha habido alguien en la historia que no mereció morir, esa persona fue Jesús. Jesús no había pecado (“al que no conoció pecado”); no obstante, Dios le trató como pecador (“lo hizo pecado”). Lo hizo pecado “por nosotros”, es decir, en el lugar del ser humano. Lo hizo para que “fuéramos hechos justicia de Dios en Él”.

Así, Dios puede justificar y satisfacer su justicia al mismo tiempo. Podemos resumirlo de esta manera: Dios trata a Jesús como impío (cuando Cristo muere en la cruz), y trata al impío como Jesús lo merece (cuando le son otorgadas todas las bendiciones de la vida eterna).

Dios realiza una transferencia doble: nuestro pecado se transfiere a Cristo, y la justicia de Cristo se transfiere a nosotros.

Este intercambio entre el creyente y Cristo se conoce como imputación. Por un lado, Dios atribuye la culpa de nuestro pecado a Cristo, y Cristo sufre las consecuencias de ella en la cruz. Por otro lado, Dios confiere la justicia de Cristo a nosotros, y considera los méritos o los merecimientos de Cristo como si fuesen nuestros. Dios realiza una transferencia doble: nuestro pecado se transfiere a Cristo, y la justicia de Cristo se transfiere a nosotros.

De modo que Dios justifica a impíos no con base en la justicia inherente en ellos, sino con base en la justicia de Cristo. Les justifica no por lo que ellos hacen, sino por lo que Jesús hizo.

¿Qué merece Jesús? La justificación: una declaración de haber obedecido perfectamente y, como consecuencia, todas las bendiciones celestiales, porque es digno de ellas. Jesús comparte este estatus y estas bendiciones con muchas personas (Ro. 4:1-823-255:12-211 Co. 1:30Fil. 3:7-9).

El rol de la fe

Ahora bien, no todo el mundo goza de este privilegio. ¿Quiénes son aquellos a quienes Dios justifica? Son los que creen, los que tiene fe:

“También nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley. Puesto que por las obras de la ley nadie será justificado”, Gálatas 2:16.

La fe es una actitud de receptividad, dependencia, y confianza. Dios no nos justifica por lo que hacemos, por nuestros esfuerzos, o por nuestra obediencia (“obras de la ley”), sino por lo que Jesús hizo. La fe confía en Jesús y en su obra como suficiente para recibir la justificación de Dios (Ro. 3:284:23-25Ef. 2:8-10).

¿Qué papel tiene la fe exactamente en la justificación? ¿Podría ser que la fe misma nos hace dignos de la justificación? No, porque la fe, por definición, no es una obra. Es precisamente la única actitud humana que le dice a Dios: “Yo no puedo; necesito que tú me salves” (ver Lc. 18:9-14). La fe mira fuera de sí, se concentra en su objeto y le abraza, confiando su destino a Él y aferrándose a su capacidad para salvar.

La fe, en este sentido, es como la mano vacía del mendigo que recibe una limosna. Extender la mano no le hace digno de recibir el donativo, sino que éste se da puramente por la bondad del dador. Lo único que hace la mano es recibir. Y la mano está precisamente vacía, no con un billete en la palma.    

¿Qué de Santiago capítulo 2?

Una objeción contra la descripción de la justificación dada aquí es que la Biblia dice que la justificación no es por la fe sola. Santiago 2:24 dice:

“Ustedes ven que el hombre es justificado por las obras y no solo por la fe”.

¿Será que los reformadores hace 500 años y los evangélicos desde entonces no se percataron de este verso? ¿Será que van en contra de la enseñanza explícita de la Biblia?

Hay que leer los textos en sus contextos. Santiago no está lidiando con el mismo problema que Pablo. Por un lado, Pablo argumenta con personas que piensan que tienen que aportar algo para efectuar su justificación. Por otro lado, Santiago está discutiendo con personas que piensan que se salvan por una profesión de fe meramente de palabras.

El verdadero creyente es una persona que dice que tiene fe y lo demuestra por lo que hace.

Santiago empieza el pasaje diciendo: “¿De qué sirve, hermanos míos, si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarlo?” (Stg. 2:14). ¿Cuál era el problema al que se enfrentó Santiago? Había personas que decían que tenían fe en Jesús pero cuyas vidas no reflejaban esta fe de ninguna manera. Esta clase de fe, una fe que no transforma la vida, que no va secundada por hechos, es una fe que no vale nada.

En cambio, el verdadero creyente es una persona que dice que tiene fe y lo demuestra por lo que hace. La fe que salva no es solo de palabras. El corazón dispuesto a confiar en Cristo también está dispuesto a obedecerle.

Los protestantes siempre han dicho que las obras no son la base de la justificación. Es decir, Dios no nos justifica porque nuestras obras lo merecen. No obstante, las obras son la evidencia de una fe verdadera. Si la fe es real, habrá obras que lo comprobarán. En este sentido, la justificación es por la fe sola, pero no una fe que está sola. Pablo mismo también lo afirma en Gálatas 5:6.

La clave para la vida cristiana

¿Por qué la fe no se encuentra sola en la vida de una persona justificada? Una de las razones es que la justificación por la fe, bien entendida, capacita para obedecer. Es contraintuitiva, porque parece que la justificación sin obras debería dar lugar al libertinaje y a la desobediencia. Sin embargo, la justificación por la fe sola resulta ser la clave, la única fuente duradera de motivación, y el patrón a seguir para vivir la vida cristiana.

La justificación por la fe es la clave para la vida cristiana porque le da al creyente el derecho legal de participar en las bendiciones celestiales, incluyendo la obra santificadora del Espíritu (ver Gá. 3:6-14). La justificación por la fe es también el motor que impulsa la fidelidad a Dios porque garantiza ser aceptado por Él, lo cual libera al creyente para obedecerle radicalmente, incluso arriesgando su vida, confiando que Dios estará siempre con él y obrará todo para bien (Ro. 5:1-58:28-30).

Finalmente, la justificación por la fe provee el patrón para la vida cristiana porque en ella Dios muestra su misericordia y generosidad, lo cual motiva asimismo al creyente a mostrar misericordia y generosidad hacia los demás (Mt. 18:21-35). ¡Gloria a Dios por tan excelsa doctrina!

Matthew Leighton (MDiv, ThD) es profesor y decano de estudiantes en la Facultad de Teología Internacional IBSTE, cerca de Barcelona. También es anciano en la Església Evangèlica de Vilassar de Mar. Él y su esposa, Núria, tienen cinco hijos.