Cambios doctrinales | Keith A. Mathison

Cambios doctrinales
Por Keith A. Mathison

Nota del editor: Este es el quinto y último capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XX

Los que vivían al iniciar el siglo XX lo hacían en un mundo que ya había experimentado y seguía experimentando cambios sin precedentes. Habían caído antiguos imperios y otros estaban alcanzando la cima de su poder con el colonialismo en su apogeo. Las guerras provocadas por todos estos acontecimientos parecían no tener fin. Además, la segunda Revolución industrial estaba creando cambios sociales y económicos masivos a medida que la gente huía de las granjas y llenaba las ciudades. En lo filosófico, la academia seguía enfrentándose a las preguntas sobre autoridad, asociadas al auge de la modernidad. Sin embargo, nadie sabía en aquel momento que los cambios que habían presenciado no serían nada comparados con los que traería el siglo XX.

LOS CAMBIOS DOCTRINALES EN EUROPA Y AMÉRICA
Desde el comienzo de la Ilustración, los temas sobre la autoridad habían permanecido en la primera línea del pensamiento filosófico y teológico. La mayoría ya no daba por sentada la autoridad de la Escritura ni la de la iglesia, pero ¿cuál era la alternativa? Muchos pensadores de la Ilustración habían colocado a la razón humana en ese exaltado papel pero otros reaccionaron contra ello, como los influenciados por el Romanticismo. Los teólogos cristianos también se vieron obligados a responder. En el siglo XIX, el padre del liberalismo alemán, Friedrich Schleiermacher, propuso como autoridad el sentimiento religioso interior. Varios anglicanos destacados intentaron encontrar la autoridad en la historia cristiana primitiva, creando el Movimiento de Oxford. La Iglesia católica romana había establecido el dogma de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I (1869-70). Sin embargo, en medio de todo esto, todavía había muchos que seguían defendiendo la autoridad de la Biblia, como los teólogos reformados del Seminario Teológico de Princeton.

Esta dinámica continuó a comienzos del siglo XX. El liberalismo alemán siguió desarrollándose e intentando adaptarse a las formas modernas de pensamiento. Adolf von Harnack, por ejemplo, publicó en 1901 su libro ¿Qué es el cristianismo?, en el que sostenía que la verdad interna del cristianismo se mantenía firme a pesar de que su forma doctrinal externa había experimentado cambios desde el primer siglo. Al mismo tiempo, la Escuela Alemana de Historia de las Religiones hacía su aparición con sus afirmaciones de que el cristianismo era una combinación sincretista de pensamiento judío, religiones mistéricas y filosofía estoica. Las crisis en las ciudades provocada por la urbanización masiva condujo al auge del evangelio social bajo el liderazgo de teólogos como Walter Rauschenbusch. Sin embargo, este liberalismo protestante no permanecería sin ser desafiado. Tras la Primera Guerra Mundial, varios teólogos alemanes, como Karl Barth, Emil Brunner y Rudolf Bultmann, reaccionaron contra la teología liberal, desarrollando lo que se conocería como la teología dialéctica. Estos hombres diferían del liberalismo alemán principalmente en la relación de la historia y la fe, pero las diferencias entre ellos acabarían conduciéndolos en direcciones distintas. Bultmann desarrolló su teología en la línea de la filosofía existencial y tendría una influencia enorme, sobre todo en las décadas centrales del siglo XX, pero el teólogo más influyente entre los teólogos dialécticos resultó ser Karl Barth, cuya neoortodoxia sigue influyendo en teólogos de todas las tendencias hasta nuestros días.

Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló la teología política, especialmente en los escritos de Jürgen Moltmann. Su obra influiría enormemente en el auge y desarrollo de diversas formas de teología de la liberación (teología de la liberación latinoamericana, teología feminista, teología negra, etc.). Estas teologías de la liberación tenían como objetivo rehacer el orden social política, económica y culturalmente. Varios teólogos de la liberación combinaron su visión de un nuevo orden social con una doctrina de Dios basada en la filosofía procesual de Alfred North Whitehead. La teología del proceso, tal y como la desarrollaron teólogos filosóficos como Charles Hartshorne y John B. Cobb, supuso una redefinición radical de la doctrina tradicional de Dios. En la teología del proceso, Dios tiene tanto un aspecto eterno e inmutable de Su naturaleza como un aspecto en continuo cambio o devenir de Su naturaleza. La teología del proceso considera a Dios algo así como el «alma» del mundo, por decirlo de alguna manera, y por ello se identifica con el panenteísmo.

LOS CAMBIOS DOCTRINALES DENTRO DEL EVANGELICALISMO
La teología evangélica del siglo XX también experimentó varios desarrollos importantes. La teología dispensacional, que había comenzado en Gran Bretaña bajo el liderazgo de John Nelson Darby, empezó a extenderse en Estados Unidos a través de conferencias bíblicas y la creación de escuelas bíblicas. La teología dispensacional se basa en la idea de que existen dos pueblos de Dios, Israel y la iglesia. Es más conocida por sus doctrinas escatológicas distintivas, incluido el rapto de la iglesia antes de la tribulación. La teología dispensacional recibió su impulso más significativo en 1909 con la publicación de la Biblia Anotada de Scofield. La teología dispensacional se convirtió en el punto de vista mayoritario del evangelicalismo estadounidense durante gran parte del siglo XX gracias a las enseñanzas de teólogos como John F. Walvoord, Charles Ryrie y J. Dwight Pentecost.

El mayor desafío numérico a la supremacía de la teología dispensacional en el siglo XX fue el pentecostalismo. Los primeros pentecostales se caracterizaban por creer en una segunda obra de Dios en la vida de los creyentes: el bautismo del Espíritu Santo, confirmado por el don de hablar en lenguas. Los primeros pentecostales creían que estas lenguas eran verdaderas lenguas extranjeras, pero muchos pentecostales contemporáneos identifican las lenguas con una forma u otra de habla extática o lenguas angélicas. En las décadas de 1960 y 1970, el movimiento carismático surgió debido a la influencia del pentecostalismo en muchos evangélicos de distintas denominaciones. Al final, el pentecostalismo se convirtió en uno de los movimientos de más rápido crecimiento en la historia de la iglesia y se ha extendido por todo el mundo.

La teología reformada del siglo XX experimentó altibajos. El Seminario Teológico de Princeton, que había sido el baluarte de la teología reformada estadounidense en el siglo XIX, fue tomado gradualmente por teólogos liberales durante la llamada Controversia fundamentalista modernista. Sin embargo, de sus cenizas surgió el Seminario Teológico de Westminster bajo la dirección de J. Gresham Machen. Sin embargo, siguió siendo una escuela bastante pequeña, por lo que el liderazgo intelectual del evangelicalismo durante la mitad del siglo XX recayó en cierta medida en evangélicos como Carl F.H. Henry. No obstante, en ocasiones los teólogos evangélicos y reformados combinaban sus fuerzas para tratar cuestiones que afectaban a ambos. El debate sobre la inerrancia bíblica en las décadas de 1970 y 1980 es un ejemplo importante. Los evangélicos conservadores se vieron obligados a enfrentarse a la negación de la inerrancia en las iglesias y seminarios evangélicos. El resultado fue la Declaración de Chicago sobre la inerrancia bíblica, un documento que se sigue utilizando ampliamente en los círculos cristianos.

UN RESURGIR DE LA TEOLOGÍA REFORMADA
Durante varias décadas del siglo XX, la teología reformada fue una especie de pequeña realidad clandestina. Se publicaban muy pocos libros reformados. Los teólogos reformados eran relativamente desconocidos en el amplio mundo evangélico. Pero a partir de la segunda mitad del siglo XX, la teología reformada empezó a resurgir. En la década de 1950, Banner of Truth Trust (Estandarte de la Verdad) comenzó a publicar una revista y obras clásicas de teología reformada. Con el tiempo, otras editoriales siguieron su ejemplo, con el resultado de que hoy en día se puede acceder fácilmente a miles de libros de teólogos reformados clásicos y contemporáneos.

Durante gran parte del siglo XX, el Seminario Teológico de Westminster en Filadelfia fue el único seminario reformado importante en los Estados Unidos. El Dr. Francis Schaeffer, con su aguda visión de la cultura, la teología y el posmodernismo, comenzó su formación en este seminario. Se convirtió en una figura clave en los primeros brotes del resurgimiento reformado. En la década de 1960, se fundó el Reformed Theological Seminary (Seminario Teológico Reformado) en Jackson, Mississippi. Desde entonces, se han creado otros muchos seminarios y campus reformados. Estos seminarios reformados han contribuido al rápido crecimiento de las denominaciones reformadas.

Los estudiosos del evangelicalismo del siglo XX suelen señalar la influencia de las organizaciones reformadas paraeclesiásticas en el resurgir del calvinismo. En 1971, el Dr. R.C. Sproul fundó el Centro de Estudios del Valle de Ligonier, en Ligonier, Pensilvania, con el apoyo de Dora Hillman y otros líderes cristianos de Pittsburgh. El centro de estudios se basaba en el modelo del propio centro de estudios europeo de Francis Schaeffer en Suiza, llamado L’Abri. En los primeros años del Centro de Estudios del Valle de Ligonier, los estudiantes asistían a conferencias de profesores como el Dr. Sproul, el Dr. John Gerstner y otros pastores y eruditos reformados. Las conferencias se grababan y se distribuían por todo el país y por todo el mundo. Gracias a la labor de este centro de estudios —que más tarde pasó a llamarse Ministerios Ligonier— y de otros grupos, los principios clave de la teología reformada, incluidos los cinco puntos del calvinismo y las cinco solas de la Reforma, tuvieron una mayor aceptación en el movimiento evangélico general a finales del siglo XX.

En las últimas décadas ha aumentado el interés por la teología reformada entre jóvenes y mayores. Nuevas editoriales están traduciendo por primera vez obras clásicas de la teología reformada a nuestro idioma. Los eruditos reformados están a la vanguardia del trabajo en filosofía cristiana y teología histórica. Sigue habiendo problemas, como siempre los habrá hasta que Cristo vuelva, pero hay motivos de aliento en estos avances contemporáneos, e incluso si no viéramos razones externas para sentirnos alentados, seguimos estando llamados a permanecer fieles a la Palabra de Dios y a seguir adelante en este y en todos los siglos.

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
Keith A. Mathison
El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, entre ellos The Lord’s Supper: Answers to Common Questions [La Cena del Señor: respuestas a preguntas comunes].

El factor miedo

Serie: Un mundo nuevo y desafiante

El factor miedo
Por Keith A. Mathison

Nota del editor:Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Un mundo nuevo y desafiante

Cuando me mudé al centro de Florida en 1992, me dijeron que esta parte del estado no había sido golpeada directamente por un huracán desde los años cincuenta. En ocasiones nos golpearon los bordes exteriores de algunos huracanes y tormentas tropicales, pero nada importante. Todo eso cambió en 2004, cuando esta pequeña parte del estado fue golpeada, no por uno, sino por tres fuertes huracanes en el corto espacio de seis semanas. El huracán Charley nos golpeó la noche del 13 de agosto. Tres semanas después nos golpeó el huracán Frances. Tres semanas después nos golpeó el huracán Jeanne. No fue un tiempo agradable para vivir en esta parte de Florida.

Hubo un efecto secundario en esa temporada de huracanes de 2004 que quizás debí anticipar, pero no lo hice. Tiene que ver con el efecto que tendría en nuestros meteorólogos locales. Al acercarse la temporada de huracanes de 2005, algunos de ellos enloquecieron. Si se me permite un poco de hipérbole, el informe meteorológico típico de ese año podría parafrasearse así: «Se ha formado una depresión tropical frente a la costa de África. Es probable que se convierta en un gran huracán. Probablemente va a golpearnos y probablemente todos vamos a morir». Ellos parecían tener un objetivo: crear un estado perpetuo de miedo y ansiedad. Dejé de verlos después de unas semanas y le pedí a mi esposa que solo me dijera si era necesario tapar las ventanas o evacuar.

Quienes hayan visto o leído las noticias en los últimos años probablemente hayan notado esta tendencia, independientemente del lugar donde se viva. Al ver las noticias lo suficiente comienza a desarrollarse un monólogo en tu mente: «La economía se derrumbará pronto, obstaculizando nuestra guerra contra los terroristas que están a punto de atacarnos de nuevo. Lo único que puede detenerlos es una pandemia de gripe aviar, gripe porcina o la peste negra, pero esta pandemia solo afectará a aquellos de nosotros que no hayan sucumbido ya a los efectos nefastos del cambio climático. Quédate en sintonía para un informe sobre qué producto alimenticio popular ha demostrado producir cáncer en ratas de laboratorio y chimpancés».

¿Cómo podemos lidiar con toda esta paranoia, miedo y ansiedad inducidos por los medios de comunicación? Un ejemplo en la historia de la iglesia resulta instructivo. San Agustín (354-430) vivió en una época de gran temor y ansiedad. Su mundo cambió dramáticamente en el año 410 d. C. cuando el bárbaro Alarico I entró en Roma. Fue el principio del fin de la mitad occidental del Imperio romano. Mientras los refugiados huían al norte de África, trayendo todo tipo de informes nefastos, Agustín se vio obligado a lidiar con varios problemas, ya que muchos llegaron a culpar al cristianismo de la caída de Roma. Su obra clásica La ciudad de Dios fue escrita para responder a esa crisis. Una de mis citas favoritas de este libro se refiere al temor de sus lectores. Anima a los cristianos que están rodeados de peligros por todas partes, diciendo: «Entre los peligros diarios de esta vida, cada hombre en la tierra está amenazado de la misma manera por innumerables muertes, y no se sabe cuál de ellas le llegará. Y por eso la cuestión es si es mejor sufrir una al morir o temerlas todas al vivir» (libro 1, cap. 11). Estas son las palabras de alguien que confía en la soberanía de Dios. Agustín sabía que no tenía sentido vivir temiendo a todos los peligros que le rodeaban. Sabía que Dios tenía el control y que ni un solo cabello podía caer de su cabeza si no era por la voluntad de Dios.

El mundo tiene miedo y está ansioso, pero ese miedo y ansiedad es por las cosas equivocadas. El mundo tiene miedo por la economía. El mundo tiene miedo por las finanzas de las pensiones. El mundo teme las catástrofes naturales y las provocadas por el hombre. El mundo tiene miedo del terrorismo y de las enfermedades. Sin embargo, el mundo no teme a Dios. Jesús nos dijo que no debemos temer a los que pueden matar el cuerpo, pero que no pueden matar el alma. En cambio, debemos temer a Dios, que puede destruir ambas cosas (Mt 10:28). La ira de Dios hace que todos los demás objetos de los temores del mundo parezcan nada en comparación. Lo verdaderamente aterrador es caer en las manos del Dios vivo (He 10:31).

Sin embargo, quienes han puesto su fe en Jesucristo no tienen nada que temer del hombre ni de cualquier otra cosa. Los que confían en Cristo no tienen nada que temer de los huracanes, las enfermedades, el colapso económico, la guerra, el hambre o incluso la muerte. Todas estas cosas están bajo el control de nuestro Padre soberano en el cielo. Por supuesto, decir esto es muy fácil, pero con demasiada facilidad quitamos nuestros ojos de Dios y solo vemos los peligros que nos rodean.

¿Hay algo que podamos hacer para combatir esta ansiedad y miedo mundanos? Creo que Pablo nos da una pista importante al contrastar el miedo con la oración. Él escribe: «Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús» (Fil 4:6-7). Descuidar la oración casi siempre se traduce en el aumento de nuestro miedo y ansiedad. Esto no es coincidencia. La oración es un acto de fe en Dios, y la fe en Dios conduce a la paz de Dios.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Keith A. Mathison
El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, entre ellos The Lord’s Supper: Answers to Common Questions [La Cena del Señor: respuestas a preguntas comunes].

El orgullo y la humildad en las Escrituras

Serie: El orgullo y la humildad

Por Keith A. Mathison

Nota del editor:Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El orgullo y la humildad

Cuando los editores de Tabletalk me invitaron a escribir un artículo sobre la humildad, me reí un poco porque me di cuenta de lo fácil que sería decirme: «¡Wow! Si me están pidiendo que escriba sobre la humildad, debe ser porque saben lo humilde que soy». Podría darme palmaditas en la espalda, sintiéndome orgulloso de mi humildad.

Todo pecado es engañoso, pero el orgullo es especialmente astuto. Cuántas veces has estado leyendo una historia en la Biblia y te has dicho: «¿Qué les pasa? ¿Por qué están haciendo algo tan estúpido?». Es muy fácil comenzar a decir: «Gracias, Padre, porque no soy como esos israelitas continuamente quejumbrosos» o, «Gracias, Padre, porque no soy como ese Sansón. ¿Qué tan ingenuo puede ser alguien?». Luego, llegamos al Nuevo Testamento y nos pillamos diciendo: «Gracias, Padre, porque no soy como ese fariseo quien te agradeció por no ser como ese recaudador de impuestos».

Todas estas cosas fueron escritas para nuestra instrucción. Cuando vemos a los pecadores y necios en las historias bíblicas, nos estamos viendo en un espejo. No podemos mortificar el pecado del orgullo hasta que lo reconozcamos y entendamos cuán desesperadamente pecaminosos somos. Es por eso que Jesús dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5:3). Tenemos que entender que Dios se opone a los orgullosos pero da gracia a los humildes (Stg 4:6).

Tenemos que tener un conocimiento verdadero de nosotros mismos, y no podemos tener eso a menos que tengamos un conocimiento verdadero de la santidad de Dios. Es solo cuando nos vemos a la luz de la santidad infinita de Dios que vemos cuán verdaderamente pobres somos. Esto es lo que distingue a las historias de los orgullosos y los humildes en las Escrituras. Aquellos que son orgullosos tienen una visión pequeña de Dios y una visión grande de sí mismos. Se exaltan a sí mismos en lugar de a Dios. Este tipo de orgullo es odiado por Dios (Pr 6:16-17; 8:13).

En el libro de Proverbios, el Señor nos revela que «delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu» (16:18). Vemos numerosos ejemplos de esto a lo largo de las Escrituras. Del rey Uzías, leemos: «Pero cuando llegó a ser fuerte, su corazón se hizo tan orgulloso que obró corruptamente» (2 Cr 26:16). De manera similar, se nos dice con respecto al rey Ezequías: «Mas Ezequías no correspondió al bien que había recibido, porque su corazón era orgulloso; por tanto, la ira vino sobre él, sobre Judá y sobre Jerusalén» (32:25). Tarde o temprano, el orgullo será seguido por la destrucción.

Ezequiel 28 contiene un oráculo de juicio contra el rey de Tiro. Dios promete enviar destrucción sobre él debido a su orgullo satánico. El Señor le dice: «Aun cuando tu corazón se ha enaltecido y has dicho: “Soy un dios, sentado estoy en el trono de los dioses, en el corazón de los mares”, no eres más que un hombre y no Dios, aunque hayas igualado tu corazón al corazón de Dios» (vv. 1-2). El rey de Tiro no solo se exalta a sí mismo; se hace pasar por un dios. Ha combinado orgullo y blasfemia.

Uno de los ejemplos más dramáticos de orgullo antes de la destrucción se observa en el caso de Nabucodonosor. Mientras caminaba por el techo de su palacio en Babilonia, Nabucodonosor se dijo a sí mismo: «¿No es esta la gran Babilonia que yo he edificado como residencia real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?» (Dn 4:30). Inmediatamente, Dios proclamó juicio sobre él y fue hecho como las bestias del campo hasta que se arrepintió.

Vemos algo muy similar en el caso de Herodes en el Nuevo Testamento:

El día señalado, Herodes, vestido con ropa real, se sentó en la tribuna y les arengaba. Y la gente gritaba: «¡Voz de un dios y no de un hombre es esta!». Al instante un ángel del Señor lo hirió, por no haber dado la gloria a Dios; y murió comido de gusanos (Hch 12:21-23).

Herodes se permitió ser reconocido como un dios, y le costó la vida.

La autoexaltación se ve no solo entre reyes y gobernantes civiles. También se ve entre los religiosos. Jesús dice de los fariseos:

Sino que hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; pues ensanchan sus filacterias y alargan los flecos de sus mantos; aman el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, y los saludos respetuosos en las plazas y ser llamados por los hombres Rabí. Pero vosotros no dejéis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni dejéis que os llamen preceptores; porque uno es vuestro Preceptor, Cristo. Pero el mayor de vosotros será vuestro servidor. Y cualquiera que se ensalce, será humillado, y cualquiera que se humille, será ensalzado (Mt 23:5-12).

¿Cómo se ve ser pobre de espíritu y humillarse? Jesús nos lo dice en la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos (Lc 18:9-14). Mientras el fariseo casi se disloca el hombro y el codo dándose palmaditas en la espalda, el recaudador de impuestos «no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, ten piedad de mí, pecador”» (v. 13). La humildad implica un conocimiento preciso de nuestro estado como pecador ante Dios.

Hay numerosos ejemplos de verdadera humildad en las Escrituras. Es difícil olvidar la historia de José. Cuando era joven, a veces podía estar bastante lleno de sí mismo. Pero a través de numerosas pruebas y años de sufrimiento, José aprendió humildad. Esta humildad está en plena exhibición cuando el faraón le dice a José: «He oído decir de ti, que oyes un sueño y lo puedes interpretar» (Gn 41:15). El José joven podría haber dicho que sí. El José humilde dice: «No está en mí; Dios dará a Faraón una respuesta favorable» (v. 16).

Moisés fue el profeta más grande del Antiguo Testamento, y sin embargo era «muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra» (Nm. 12:3). Se sometió fielmente a Dios.

Sin embargo, David puede ser el ejemplo más claro de humildad en el Antiguo Testamento. Ciertamente no era perfecto. Cometió muchos errores. En algunos casos, cayó en pecados atroces como adulterio e incluso el asesinato. Pero lo que distingue a David es que cuando cayó, se arrepintió genuina y humildemente. No trató de justificarse con orgullo. Recibió la misericordia de Dios porque entendió que Dios es Dios y que él no lo es. Vemos esto desde el momento en que Dios hizo Su pacto con David. David respondió: «¿Quién soy yo, oh Señor Dios, y qué es mi casa para que me hayas traído hasta aquí?» (2 Sam 7:18). No llegó a la conclusión de que él era alguien especial. No se exaltó a sí mismo. Reconoció la gracia soberana de Dios al elegirlo.

Cuando nos dirigimos al Nuevo Testamento, inmediatamente se nos presenta un hermoso ejemplo de humildad en el caso de la madre de Jesús, María. Después de que el ángel le anunció quién sería su hijo, María no se exaltó a sí misma. Ella exaltó a Dios, diciendo: «Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva; pues he aquí, desde ahora en adelante todas las generaciones me tendrán por bienaventurada» (Lc 1:46-48).

En el apóstol Pablo, vemos a alguien a quien se le había dado una gran misión y un gran papel en la iglesia de Jesucristo, pero Pablo nunca olvidó quién era y qué había sido. Más de una vez habló de sí mismo como el menor de los apóstoles y el menor de los santos porque había perseguido a la iglesia (1 Co 15:9; Ef 3:8). En un momento dado, incluso se refirió a sí mismo como el más grande de los pecadores (1 Tim 1:15). Él entendió que de no ser por la gracia de Dios, habría sufrido la ira de Dios. Pero no permitió que esto lo inmovilizara en un mar de desesperación. Se regocijó en la gracia de Dios e hizo fielmente lo que Jesús lo había llamado a hacer.

El mayor ejemplo de humildad en las Escrituras es el Señor Jesucristo. Se nos instruye a seguir Su ejemplo. Al igual que Jesús, no debemos hacer nada «por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo» (Flp 2:3). No debemos buscar «cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás» (v. 4). Imagina cómo se vería la iglesia si los cristianos comenzaran a hacer esto en números significativos.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Keith A. Mathison
El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, entre ellos The Lord’s Supper: Answers to Common Questions [La Cena del Señor: respuestas a preguntas comunes].

Aspectos de la Cena del Señor

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 Keith A. Mathison

Aspectos de la Cena del Señor

Cuando Dios instituyó la Pascua, Moisés le dijo al pueblo de Israel:

Y sucederá que cuando vuestros hijos os pregunten: «¿Qué significa este rito para vosotros?», vosotros diréis: «Es un sacrificio de la Pascua al SEÑOR, el cual pasó de largo las casas de los hijos de Israel en Egipto cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas» (Ex 12:26-27).

Dios sabía que esta cena ceremonial traería preguntas a las mentes de los espectadores. La Cena del Señor provoca el mismo tipo de preguntas. ¿Sabemos nosotros cómo responder a esas interrogantes? ¿Sabemos qué decir cuando nuestros hijos nos preguntan: «¿Qué es la Cena del Señor?»?

Nuestros ancestros ​​en la fe nos han legado muchas ayudas para esta tarea, incluyendo nuestras confesiones y catecismos. Por ejemplo, la pregunta 168 del Catecismo Mayor de Westminster (CMW), aborda este tema «¿Qué es la Santa Cena?», y la responde de esta manera:

La Cena del Señor es un sacramento del Nuevo Testamento, en el cual, por medio de dar y recibir pan y vino, según lo establecido por Jesucristo, se declara Su muerte; y quienes participan dignamente se alimentan de Su cuerpo y Su sangre, para su sustento espiritual y crecimiento en gracia; se les confirma así su unión y comunión con Él; testifican y renuevan su gratitud y compromiso con Dios, y su amor mutuo unos con otros como miembros del mismo cuerpo místico.

Lo primero que notamos acerca de la Cena del Señor es que es un sacramento. Pero, ¿qué es un sacramento? 

Un sacramento es una santa ordenanza instituida por Cristo en Su Iglesia, para señalar, sellar y manifestar los beneficios de Su mediación, a quienes están dentro del pacto de gracia; a fin de fortalecer y aumentar su fe y todas las demás cualidades; para obligarlos a la obediencia; para testificar y mantener el amor y la comunión del uno con el otro; y para distinguirlos de quienes están fuera (CMW 162).

El catecismo continúa explicando que los sacramentos tienen dos partes: un elemento externo visible y la realidad espiritual representada por el elemento (CMW 163). Solo hay dos de estos sacramentos instituidos por Jesucristo: el bautismo y la Cena del Señor.

La Cena del Señor exhibe los beneficios de Cristo en el sentido de que esos beneficios son ofrecidos verdaderamente a los creyentes.

La Cena del Señor, como sacramento, representa los beneficios de la mediación de Cristo. El pan y el vino representan a Cristo crucificado y Sus beneficios (Confesión de Fe de Westminster —CFW— 29.5, 7). Más específicamente, el pan es el signo del cuerpo de Cristo, y el vino es el signo de Su sangre (Mt 26:26-281 Co 10:16). De manera significativa, se dice que estos elementos están unidos a las realidades que representan. Hay «una relación espiritual, o unión sacramental, entre el signo y la cosa significada» (CFW 27.2). Y debido a esta unión sacramental, el signo se distingue de lo que significa, pero no está separado de él.

La Cena del Señor es un sello porque confirma la promesa de Dios respecto a la realidad de los beneficios recibidos por aquellos que participan de la Cena del Señor en fe. Aquellos que participan en fe realmente «se alimentan de Su cuerpo y de Su sangre» (CMW 168). La Cena del Señor exhibe los beneficios de Cristo en el sentido de que esos beneficios son ofrecidos verdaderamente a los creyentes. Esto no significa que el pan y el vino tengan algún tipo de poder inherente. La exhibición de los beneficios de Cristo depende completamente de la obra del Espíritu Santo y de la promesa de Dios en las palabras de la institución. Pero ¿cuáles son los beneficios exhibidos?

Los recipientes dignos, al participar externamente de los elementos visibles de este sacramento, en ese momento también participan interiormente por la fe, real y verdaderamente, aunque no carnal y corporalmente, sino espiritualmente, reciben y se alimentan del Cristo crucificado y de todos los beneficios de Su muerte. Por lo tanto, el cuerpo y la sangre de Cristo no están carnal y corporalmente en el pan y el vino; sino que están real pero espiritualmente presentes en aquella ordenanza para la fe de los creyentes, tal como los elementos lo están para sus sentidos externos (CFW 29.7).

La confesión indica que existe un paralelo entre lo que está sucediendo externa y visiblemente y lo que está sucediendo interna e invisiblemente. Los creyentes realmente «reciben y se alimentan del Cristo crucificado», pero no «carnal o corporalmente». Esto sucede espiritualmente porque el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes en la fe de los creyentes en lugar de estar corporalmente presentes en el pan y el vino. Este es el aspecto vertical de la Cena del Señor, la unión sacramental entre las realidades celestiales, que son invisibles, y las acciones y los elementos terrenales, que son visibles.

Cuando participamos de Cristo en la cena, nos nutrimos espiritualmente y crecemos en gracia. Además, al participar espiritualmente del cuerpo y la sangre de Cristo, nuestra unión con Él se fortalece. La Cena del Señor es también una ocasión para «testificar y renovar nuestra gratitud y compromiso con Dios». Debemos recordar la muerte de Cristo en la cruz por nuestros pecados y agradecer a Dios por Su obra expiatoria a nuestro favor.

También existe un aspecto horizontal en la cena. Como explicaron Agustín y Juan Calvino, la Cena del Señor es un «vínculo de amor» entre los creyentes. Al participar de la cena, debemos comprender que todos somos miembros del mismo cuerpo místico de Cristo. Si todos los cristianos están unidos a Cristo como su única Cabeza, todos los cristianos están unidos entre sí en el único cuerpo de Cristo. Esta comprensión de nuestra unión con Cristo y nuestra comunión entre nosotros debe dar como resultado el amor mutuo y la comunión, todo para la gloria de Cristo (1 Co 11:17-34).

Este artículo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Keith A. Mathison
Keith A. Mathison

El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, incluyendo From Age to Age.

¿Escucha Dios las oraciones de los impíos?

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: Preguntas claves sobre la oración.

¿Escucha Dios las oraciones de los impíos?

Keith A. Mathison

Nota del editor: Este es el capítulo 23 de 25 en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Preguntas claves sobre la oración.

A lo largo de la Escritura se nos informa repetidamente que Dios no escucha las oraciones de los impíos. Por ejemplo, Jeremías 14:11-12 dice: «Y el Señor me dijo: «No ruegues por el bienestar de este pueblo. Cuando ayunen, no escucharé su clamor; cuando ofrezcan holocausto y ofrenda de cereal, no los aceptaré”». Proverbios 28:9 nos dice que la oración del hombre sin ley «es abominación». Una y otra vez leemos que Dios no escucha las oraciones de los impíos (p. ej.: Sal 66:18Pr 21:13Is 1:15Jer 11:11-14). ¿Qué significa esto? ¿No es Dios omnisciente? ¿No conoce Él todas las cosas? Claro que sí. La Escritura nos dice que Dios conoce todas las cosas y que «no hay cosa creada oculta a Su vista» (Heb 4:13). Dios conoce cada uno de nuestros pensamientos (1 Cr 28:9), y Él conoce las palabras que vamos a decir aun antes de nosotros hablar (Sal 139:4).

Entonces ¿cómo es posible que la Biblia también diga que Dios no escucha las oraciones del impío? Para poder entender lo que la Escritura está diciendo, primero debemos considerar Isaías 59:1-2, donde el profeta escribe: «He aquí, no se ha acortado la mano del Señor para salvar; ni se ha endurecido Su oído para oír. Pero vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados le han hecho esconder Su rostro de vosotros para no escucharos» (énfasis añadido). El profeta afirma que Dios puede oír. En otras palabras, Dios es omnisciente. Él puede oír las oraciones de los impíos, en el sentido de que Él sabe que ellos están orando, y Él conoce lo que ellos están orando. Dios es omnisciente.

La única oración del impío que Él escuchará es la oración de arrepentimiento genuino.

Sin embargo, Isaías señala inmediatamente que el problema no es la omnisciencia de Dios, sino el pecado de los que oran. Por causa de su pecado, Él no los escucha. Esto significa que Dios no escuchará a aquellos que ignoran Su ley. Zacarías dice claramente: «Como Yo había clamado y ellos no habían querido escuchar, así ellos clamaron y Yo no quise escuchar» (Zac 7:13). Si los impíos persisten en su maldad, Dios no concederá sus peticiones. Oran en vano.

Por otro lado, sí hay una oración que el impío puede orar que será escuchada por Dios. Es la oración de arrepentimiento. Vemos un ejemplo en 1 Reyes 21:17-29, donde Dios condena al malvado rey Acab (vv. 17-24). Al oír las palabras de juicio, Acab se arrepiente en cilicio (v. 27). El Señor ve su arrepentimiento y declara que el juicio caerá sobre los descendientes de Acab en lugar de sobre Acab mismo (vv. 28-29). Considera también el arrepentimiento de los ninivitas descrito en el libro de Jonás. Cuando el rey de Nínive oyó las palabras del profeta, tanto él como el pueblo se arrepintieron, y «se arrepintió Dios del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo» (Jon 3:1-10). Dios conoce y escucha todas las cosas, pero la única oración del impío que Él escuchará es la oración de arrepentimiento genuino.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Keith A. Mathison
Keith A. Mathison

El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, incluyendo From Age to Age.

¿Son la Biblia y la ciencia compatibles?

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: Dando una respuesta

¿Son la Biblia y la ciencia compatibles?

Keith A. Mathison

Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie Dando una respuesta, publicada por Tabletalk Magazine.

Muchos de los que rechazan la fe cristiana lo hacen porque creen que la Biblia contradice la ciencia, sin embargo, el que exista un conflicto y una contradicción reales depende de cómo uno defina la Biblia y la ciencia. Si la Biblia es definida como «un libro de cuentos de hadas y supersticiones» y la ciencia es definida como «hechos comprobados», entonces es obvio que vamos a tener un conflicto y ambos serán incompatibles como fuentes de la verdad. Si la Biblia es considerada como la Palabra de Dios y la ciencia es considerada como una metodología necesariamente materialista que descarta la posibilidad misma de Dios, entonces sí, habrá un conflicto. Propongo, sin embargo, que estas no son las mejores definiciones de partida y que si reflexionamos más detenidamente sobre la Biblia y la ciencia, veremos que no están necesariamente en conflicto.

Los cristianos entienden que Dios es el Creador de todas las cosas en el cielo y en la tierra y también creen que Dios ha revelado ciertas verdades acerca de Sí mismo a través de Su creación (Ro 1:20). Los teólogos llaman a esto revelación general. Dios también se ha revelado a Sí mismo en Su Palabra, a esto llamamos revelación especial. Un punto importante a tener en cuenta es que tanto en la revelación general como en la revelación especial, Dios es el Revelador. Debido a que Dios es infalible, no hay posibilidad de conflicto o contradicción entre Su revelación general y Su revelación especial; Dios es la única fuente infalible de ambos.

Los creyentes no tienen nada que temerle a la ciencia entendida como el estudio de las obras creadas por Dios.

Tampoco hay conflicto entre lo que Él ha revelado en la Biblia (revelación especial) y lo que es realmente cierto con respecto a Su creación. Si Dios creó algo de manera particular, y si Dios es consistente consigo mismo y siempre veraz, Su revelación especial no dirá nada que contradiga la verdad real sobre Sus obras creadas. Si es verdad, por ejemplo, que Dios creó la tierra como una esfera, entonces Su revelación especial no puede contradecir esto, ni lo hará. Por lo tanto, si hay un lenguaje en la Biblia que parece describir la tierra como un disco plano, entonces el problema está en nuestra interpretación.

Cuando un conflicto surge, es siempre el resultado de una mala interpretación humana de las obras creadas de Dios, de lo que Él ha revelado a través de Su creación, de lo que Él ha revelado a través de Su Palabra o de alguna combinación de estas. En otras palabras, un conflicto puede ser el resultado de una teoría científica incorrecta sobre algún aspecto de las obras creadas por Dios, puede también ser el resultado de una interpretación incorrecta de la revelación especial de Dios o bien puede ser el resultado de mal interpretar ambas. El problema siempre está en los intérpretes humanos caídos y falibles (científicos y teólogos), no en Dios.

Los seres humanos son falibles. El hecho de que hayan varios factores, incluyendo la ignorancia y el pecado, significa que podemos equivocarnos y de hecho lo hacemos.. Aquellos que observan y tratan de entender el mundo creado pueden y han cometido errores. Las hipótesis y teorías científicas son falibles y pueden estar equivocadas. Aquellos que estudian y buscan entender la Biblia también pueden cometer errores y lo han hecho. Hay interpretaciones contradictorias de muchos textos bíblicos y sistemas teológicos contradictorios porque los intérpretes de la Escritura son falibles. Las interpretaciones exegéticas y teológicas y las teorías pueden estar equivocadas.

La ciencia y la Escritura son completamente compatibles siempre y cuando se entienda que la ciencia es el estudio cuidadoso de las obras de Dios en la creación. La ciencia corre el riesgo de ser incompatible con la Escritura solo cuando se importan filosofías metafísicas naturalistas y materialistas a la definición de la ciencia. El conflicto percibido que existe hoy en día se debe, en gran parte, a tales suposiciones filosóficas por parte de muchos incrédulos. Irónicamente, estas suposiciones filosóficas no pueden ser probadas a través de ningún medio de observación empírico.

Debido a que el mundo creado es de la forma en que Dios lo ha creado, tanto los creyentes como los incrédulos pueden y han hecho observaciones verdaderas al respecto. Por supuesto, los incrédulos siempre expresan cualquier observación verdadera que hacen dentro de un marco filosófico no bíblico, pero las observaciones,  en lo que a estas se refieren, pueden ser verdaderas. Como observó Juan Calvino, los incrédulos pueden conocer las verdades sobre «las cosas terrenales», aunque con respecto a «las cosas celestiales», sean «tan ciegos como topos» (Instituciones 2.2.12-21). Los creyentes no tienen nada que temerle a la ciencia entendida como el estudio de las obras creadas por Dios. Las obras de las manos de Dios son impresionantes y maravillosas, y los cristianos pueden regocijarse y alabar a su Creador cada vez que algo verdadero acerca de estas obras es descubierto, sin importar quién hizo el descubrimiento. El problema no es la ciencia como tal; son solo las falsas filosofías que se disfrazan de ciencia las que deben ser rechazadas.

Este artículo fue publicado originalmente en la Tabletalk Magazine.
Keith A. Mathison
Keith A. Mathison

El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, incluyendo From Age to Age.

Considera a tu oponente

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Considera a tu oponente

Keith A. Mathison

Nota del editor: Esta es la sexta parte de la serie de artículos de Tabletalk Magazine referente al tema de la controversia.

Fui convencido de la verdad de la teología reformada mientras asistía al Dallas Theological Seminary, la institución emblemática de la teología dispensacional. Algunos de mis compañeros me acusaron de ser un apóstata cuando descubrieron que había rechazado el dispensacionalismo. Después de haberme puesto mi nuevo uniforme de los cinco puntos del calvinismo, asumí una actitud de superioridad y condescendencia hacia aquellos que permanecían comprometidos con el dispensacionalismo. La burla se convirtió en el arma principal de mi arsenal. Cuando llegué al Reformed Theological Seminary [Seminario Teológico Reformado], aterricé justo en medio de debates entre estudiantes sobre temas que eran desconocidos para mí —debates acerca de teonomía, metodología apologética entre otros— y que eran poco frecuentes en Dallas. No era capaz de contribuir mucho a estas discusiones, pero continué con mi burla hacia los dispensacionalistas.

Con cuánta frecuencia olvidamos tratar a los hermanos en Cristo como a hermanos en Cristo, aquellos a quienes el Padre ama y con quienes compartiremos la eternidad en el cielo nuevo y tierra nueva.

Estaba en lo que Michael Horton llama la «etapa de jaula»: ese periodo de tiempo en el cual un nuevo convertido a la teología reformada debe ser encerrado en una jaula por su propio bien y el bien de los demás a su alrededor. Durante la etapa de jaula, el novato reformado está frecuentemente airado porque las doctrinas de la gracia no le fueron enseñadas antes. Él puede ser particularmente mordaz hacia la tradición de la cual vino, y ay de aquellos que permanecen en esa tradición (ya sea dispensacionalismo o cualquier otra). A menudo ellos son vistos como intelectualmente inferiores por no ser capaces de ver la clara verdad de la Escritura que la megamente calvinista sí ve. Se vuelven el objeto de la burla y el blanco del sarcasmo y el escarnio. El nivel de arrogancia y orgullo que uno puede alcanzar durante la etapa de jaula es imposible de comprender y desagradable de contemplar..

No sé si John Newton pasó por algo similar a la «etapa de jaula» después que vino a Cristo. Lo que sí sé es que su carta Sobre la controversia me ayudó a ver lo que había estado haciendo. Newton escribió esta carta a un compañero de ministerio que estaba planeando tomar la pluma contra otro ministro que consideraba que estaba en error. Esto es a veces necesario, pero Newton ofrece sabios consejos sobre cómo hacerlo. En su escrito, le recomienda a su amigo que piense en tres cosas: su oponente, su audiencia y en sí mismo. En este artículo, consideraremos cómo debemos pensar acerca de nuestros oponentes en una controversia.

Newton comienza esta sección con un consejo muy sabio. Él escribe:

En cuanto a tu oponente, deseo que antes de que pongas la pluma sobre el papel en su contra, y durante todo el tiempo que estés preparando tu respuesta, puedas encomendarlo con una oración fervorosa a las enseñanzas y la bendición del Señor. Esta práctica llevará tu corazón a amarlo y a compadecerse de él; y tal disposición tendrá una buena influencia en cada página que escribas.

¿Alguna vez has pensado en orar por aquellos con quienes estás involucrado en algún tipo de controversia? Parece obvio, pero tendemos a quedar tan atrapados en el calor de la batalla que fácilmente nos olvidamos de hacer esto. Vemos a nuestro oponente teológico de la misma manera que un soldado ve a un enemigo de combate, como alguien que debe ser destruido antes de que nos destruya a nosotros. Así, los debates teológicos en los círculos calvinistas a veces degeneran en el equivalente verbal de la Federación Internacional de Lucha Libre. Si oráramos por aquellos con quienes nos involucramos en controversias, estaríamos menos inclinados a la ira y la malicia hacia ellos.

Newton después explica que necesitamos considerar si nuestro oponente en la controversia es un creyente o no.

Si lo consideras como un creyente, aunque muy equivocado en el tema sobre el cual debaten, las palabras de David a Joab acerca de Absalón, son muy pertinentes: «Por amor a mí tratadlo bien». El Señor lo ama y es paciente con él; por lo tanto, no debes despreciarlo, ni  tratarlo con dureza. El Señor es paciente contigo de la misma manera, y espera que muestres compasión a los demás, considerando el mucho perdón que tú mismo necesitas. Dentro de poco se verán en el cielo; entonces él te será más querido que el amigo más cercano que tienes ahora en esta tierra. Ten presente ese periodo en tus pensamientos; y aunque puede que consideres necesario oponerte a sus errores, velo personalmente como un alma gemela, con quien serás feliz en Cristo por siempre.

Con cuánta frecuencia olvidamos esto. Con cuánta frecuencia olvidamos tratar a los hermanos en Cristo como a hermanos en Cristo, aquellos a quienes el Padre ama y con quienes compartiremos la eternidad en el cielo nuevo y tierra nueva.

Por otro lado, si vemos a nuestro oponente como un incrédulo, debemos recordar que “por la gracia de Dios soy lo que soy”. Dios pudo haber abierto sus ojos en lugar de los tuyos. Debemos permanecer humildes. Debemos recordar que nosotros también estábamos alejados de Dios. Nosotros también éramos enemigos del Señor. Nuestra oración en este caso debe ser por su conversión, y debemos tener cuidado de no hacer algo que sea una innecesaria piedra de tropiezo en su camino. Debemos hablar o actuar con la esperanza de que nuestras palabras puedan ser usadas por Dios para traer a esta persona a la fe y al arrepentimiento.   

La carta de Newton nos anima a tratar a nuestros oponentes en la controversia como desearíamos ser tratados, y si hay algo que a todos nos desagrada, es ser tergiversado o calumniado. Debemos, por lo tanto, hacer el mayor esfuerzo por representar con precisión la perspectiva de nuestro oponente. Aunque Newton no trata con este tema de manera explícita, está implícito en sus palabras.

El noveno mandamiento nos prohíbe hacer daño a nuestro prójimo por medio de las mentiras (Éx 20:16). Aquellos que siguen a Cristo no deben dar falso testimonio de otras personas, oponentes teológicos o de otra naturaleza (Éx 23:17Lv 19:111416). Distorsionar una posición del  oponente en medio de una controversia teológica es calumniar a esa persona, y calumniar es un ejemplo de un uso malvado de las palabras y el lenguaje (Stg 4:11).

Distorsionar los puntos de vista de aquellos con los que no estamos de acuerdo no solo es deshonesto, sino que no tiene sentido. Debemos esforzarnos por representar los puntos de vista de nuestros oponentes con honestidad. Golpear a un hombre de paja es un ejercicio inútil y nos hace parecer bastante tontos en el proceso. Uno no puede convencer a un oponente del error de su punto de vista si uno está argumentando en contra de un punto de vista que este oponente no sostiene.  

En la controversia, entonces, esforcémonos por recordar a nuestro oponente. Recordemos orar por él, tratarlo amablemente y hacerle frente con los estándares más altos de honestidad.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Keith A. Mathison
Keith A. Mathison

El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, incluyendo From Age to Age.

Considera a tu oponente

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Considera a tu oponente

Keith A. Mathison

Nota del editor: Esta es la sexta parte de la serie de artículos de Tabletalk Magazine referente al tema de la controversia.

Fui convencido de la verdad de la teología reformada mientras asistía al Dallas Theological Seminary, la institución emblemática de la teología dispensacional. Algunos de mis compañeros me acusaron de ser un apóstata cuando descubrieron que había rechazado el dispensacionalismo. Después de haberme puesto mi nuevo uniforme de los cinco puntos del calvinismo, asumí una actitud de superioridad y condescendencia hacia aquellos que permanecían comprometidos con el dispensacionalismo. La burla se convirtió en el arma principal de mi arsenal. Cuando llegué al Reformed Theological Seminary [Seminario Teológico Reformado], aterricé justo en medio de debates entre estudiantes sobre temas que eran desconocidos para mí —debates acerca de teonomía, metodología apologética entre otros— y que eran poco frecuentes en Dallas. No era capaz de contribuir mucho a estas discusiones, pero continué con mi burla hacia los dispensacionalistas.

Con cuánta frecuencia olvidamos tratar a los hermanos en Cristo como a hermanos en Cristo, aquellos a quienes el Padre ama y con quienes compartiremos la eternidad en el cielo nuevo y tierra nueva.

Estaba en lo que Michael Horton llama la «etapa de jaula»: ese periodo de tiempo en el cual un nuevo convertido a la teología reformada debe ser encerrado en una jaula por su propio bien y el bien de los demás a su alrededor. Durante la etapa de jaula, el novato reformado está frecuentemente airado porque las doctrinas de la gracia no le fueron enseñadas antes. Él puede ser particularmente mordaz hacia la tradición de la cual vino, y ay de aquellos que permanecen en esa tradición (ya sea dispensacionalismo o cualquier otra). A menudo ellos son vistos como intelectualmente inferiores por no ser capaces de ver la clara verdad de la Escritura que la megamente calvinista sí ve. Se vuelven el objeto de la burla y el blanco del sarcasmo y el escarnio. El nivel de arrogancia y orgullo que uno puede alcanzar durante la etapa de jaula es imposible de comprender y desagradable de contemplar..

No sé si John Newton pasó por algo similar a la «etapa de jaula» después que vino a Cristo. Lo que sí sé es que su carta Sobre la controversia me ayudó a ver lo que había estado haciendo. Newton escribió esta carta a un compañero de ministerio que estaba planeando tomar la pluma contra otro ministro que consideraba que estaba en error. Esto es a veces necesario, pero Newton ofrece sabios consejos sobre cómo hacerlo. En su escrito, le recomienda a su amigo que piense en tres cosas: su oponente, su audiencia y en sí mismo. En este artículo, consideraremos cómo debemos pensar acerca de nuestros oponentes en una controversia.

Newton comienza esta sección con un consejo muy sabio. Él escribe:

En cuanto a tu oponente, deseo que antes de que pongas la pluma sobre el papel en su contra, y durante todo el tiempo que estés preparando tu respuesta, puedas encomendarlo con una oración fervorosa a las enseñanzas y la bendición del Señor. Esta práctica llevará tu corazón a amarlo y a compadecerse de él; y tal disposición tendrá una buena influencia en cada página que escribas.

¿Alguna vez has pensado en orar por aquellos con quienes estás involucrado en algún tipo de controversia? Parece obvio, pero tendemos a quedar tan atrapados en el calor de la batalla que fácilmente nos olvidamos de hacer esto. Vemos a nuestro oponente teológico de la misma manera que un soldado ve a un enemigo de combate, como alguien que debe ser destruido antes de que nos destruya a nosotros. Así, los debates teológicos en los círculos calvinistas a veces degeneran en el equivalente verbal de la Federación Internacional de Lucha Libre. Si oráramos por aquellos con quienes nos involucramos en controversias, estaríamos menos inclinados a la ira y la malicia hacia ellos.

Newton después explica que necesitamos considerar si nuestro oponente en la controversia es un creyente o no.

Si lo consideras como un creyente, aunque muy equivocado en el tema sobre el cual debaten, las palabras de David a Joab acerca de Absalón, son muy pertinentes: «Por amor a mí tratadlo bien». El Señor lo ama y es paciente con él; por lo tanto, no debes despreciarlo, ni  tratarlo con dureza. El Señor es paciente contigo de la misma manera, y espera que muestres compasión a los demás, considerando el mucho perdón que tú mismo necesitas. Dentro de poco se verán en el cielo; entonces él te será más querido que el amigo más cercano que tienes ahora en esta tierra. Ten presente ese periodo en tus pensamientos; y aunque puede que consideres necesario oponerte a sus errores, velo personalmente como un alma gemela, con quien serás feliz en Cristo por siempre.

Con cuánta frecuencia olvidamos esto. Con cuánta frecuencia olvidamos tratar a los hermanos en Cristo como a hermanos en Cristo, aquellos a quienes el Padre ama y con quienes compartiremos la eternidad en el cielo nuevo y tierra nueva.

Por otro lado, si vemos a nuestro oponente como un incrédulo, debemos recordar que “por la gracia de Dios soy lo que soy”. Dios pudo haber abierto sus ojos en lugar de los tuyos. Debemos permanecer humildes. Debemos recordar que nosotros también estábamos alejados de Dios. Nosotros también éramos enemigos del Señor. Nuestra oración en este caso debe ser por su conversión, y debemos tener cuidado de no hacer algo que sea una innecesaria piedra de tropiezo en su camino. Debemos hablar o actuar con la esperanza de que nuestras palabras puedan ser usadas por Dios para traer a esta persona a la fe y al arrepentimiento.   

La carta de Newton nos anima a tratar a nuestros oponentes en la controversia como desearíamos ser tratados, y si hay algo que a todos nos desagrada, es ser tergiversado o calumniado. Debemos, por lo tanto, hacer el mayor esfuerzo por representar con precisión la perspectiva de nuestro oponente. Aunque Newton no trata con este tema de manera explícita, está implícito en sus palabras.

El noveno mandamiento nos prohíbe hacer daño a nuestro prójimo por medio de las mentiras (Éx 20:16). Aquellos que siguen a Cristo no deben dar falso testimonio de otras personas, oponentes teológicos o de otra naturaleza (Éx 23:17Lv 19:111416). Distorsionar una posición del  oponente en medio de una controversia teológica es calumniar a esa persona, y calumniar es un ejemplo de un uso malvado de las palabras y el lenguaje (Stg 4:11).

Distorsionar los puntos de vista de aquellos con los que no estamos de acuerdo no solo es deshonesto, sino que no tiene sentido. Debemos esforzarnos por representar los puntos de vista de nuestros oponentes con honestidad. Golpear a un hombre de paja es un ejercicio inútil y nos hace parecer bastante tontos en el proceso. Uno no puede convencer a un oponente del error de su punto de vista si uno está argumentando en contra de un punto de vista que este oponente no sostiene.  

En la controversia, entonces, esforcémonos por recordar a nuestro oponente. Recordemos orar por él, tratarlo amablemente y hacerle frente con los estándares más altos de honestidad.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Keith A. Mathison
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El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, incluyendo From Age to Age.

¿Escucha Dios las oraciones de los impíos?

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Keith A. Mathison

¿Escucha Dios las oraciones de los impíos?

Nota del editor: Este es el capítulo 23 de 25 en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Preguntas claves sobre la oración.

A lo largo de la Escritura se nos informa repetidamente que Dios no escucha las oraciones de los impíos. Por ejemplo, Jeremías 14:11-12 dice: «Y el Señor me dijo: «No ruegues por el bienestar de este pueblo. Cuando ayunen, no escucharé su clamor; cuando ofrezcan holocausto y ofrenda de cereal, no los aceptaré”». Proverbios 28:9 nos dice que la oración del hombre sin ley «es abominación». Una y otra vez leemos que Dios no escucha las oraciones de los impíos (p. ej.: Sal 66:18Pr 21:13Is 1:15Jer 11:11-14). ¿Qué significa esto? ¿No es Dios omnisciente? ¿No conoce Él todas las cosas? Claro que sí. La Escritura nos dice que Dios conoce todas las cosas y que «no hay cosa creada oculta a Su vista» (Heb 4:13). Dios conoce cada uno de nuestros pensamientos (1 Cr 28:9), y Él conoce las palabras que vamos a decir aun antes de nosotros hablar (Sal 139:4).

Entonces ¿cómo es posible que la Biblia también diga que Dios no escucha las oraciones del impío? Para poder entender lo que la Escritura está diciendo, primero debemos considerar Isaías 59:1-2, donde el profeta escribe: «He aquí, no se ha acortado la mano del Señor para salvar; ni se ha endurecido Su oído para oír. Pero vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados le han hecho esconder Su rostro de vosotros para no escucharos» (énfasis añadido). El profeta afirma que Dios puede oír. En otras palabras, Dios es omnisciente. Él puede oír las oraciones de los impíos, en el sentido de que Él sabe que ellos están orando, y Él conoce lo que ellos están orando. Dios es omnisciente.

La única oración del impío que Él escuchará es la oración de arrepentimiento genuino.

Sin embargo, Isaías señala inmediatamente que el problema no es la omnisciencia de Dios, sino el pecado de los que oran. Por causa de su pecado, Él no los escucha. Esto significa que Dios no escuchará a aquellos que ignoran Su ley. Zacarías dice claramente: «Como Yo había clamado y ellos no habían querido escuchar, así ellos clamaron y Yo no quise escuchar» (Zac 7:13). Si los impíos persisten en su maldad, Dios no concederá sus peticiones. Oran en vano.

Por otro lado, sí hay una oración que el impío puede orar que será escuchada por Dios. Es la oración de arrepentimiento. Vemos un ejemplo en 1 Reyes 21:17-29, donde Dios condena al malvado rey Acab (vv. 17-24). Al oír las palabras de juicio, Acab se arrepiente en cilicio (v. 27). El Señor ve su arrepentimiento y declara que el juicio caerá sobre los descendientes de Acab en lugar de sobre Acab mismo (vv. 28-29). Considera también el arrepentimiento de los ninivitas descrito en el libro de Jonás. Cuando el rey de Nínive oyó las palabras del profeta, tanto él como el pueblo se arrepintieron, y «se arrepintió Dios del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo» (Jon 3:1-10). Dios conoce y escucha todas las cosas, pero la única oración del impío que Él escuchará es la oración de arrepentimiento genuino.

Keith A. MathisonKeith A. Mathison

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, incluyendo From Age to Age.