Comenzó a lavar los pies de los discípulos

24 de octubre

«Comenzó a lavar los pies de los discípulos».

Juan 13:5

El Señor Jesús ama tanto a los suyos que todos los días está haciendo por ellos muchas cosas que equivalen a lavarles sus sucios pies. Él acepta sus más humildes acciones, siente sus más profundas aflicciones, oye sus más débiles deseos y perdona todas sus transgresiones. Él es aún el siervo de ellos, como también su Amigo y su Maestro, y no solo ejecuta acciones elevadas por los mismos —como el llevar la mitra sobre su frente, las preciosas y brillantes joyas en su pectoral o el levantarse para interceder por ellos—, sino que, con humildad y paciencia, va con el lebrillo y la toalla adonde están los suyos. Efectúa esto cuando, día tras día, borra nuestras persistentes debilidades y pecados. La última noche, al doblar tus rodillas, confesaste con dolor que una buena parte de tu conducta no era digna de tu profesión, y aun en esta noche tienes que lamentar de nuevo que has caído en la misma insensatez y el mismo pecado del que te libró hace tiempo cierta gracia especial. Pero, a pesar de todo, Jesús tiene mucha paciencia contigo. Él oirá tu confesión de pecado y te dirá: «Quiero, sé limpio». Él te aplicará de nuevo la sangre rociada que habla de paz a tu conciencia y quita toda mancha. Es, sin duda, un gran acto de amor eterno el que se lleva a cabo cuando Cristo absuelve al pecador —una vez por todas— y lo coloca en la familia de Dios. Sin embargo, ¡qué condescendiente paciencia demuestra el Salvador cuando, con gran longanimidad, soporta las reiteradas insensateces de sus descarriados discípulos, lavando día tras día y hora tras hora las múltiples transgresiones de sus extraviados pero muy amados hijos! Desecar un diluvio de rebelión es maravilloso; pero soportar el constante gotear de repetidas ofensas con una paciencia que se ve constantemente probada es, en realidad, un acto divino. Mientras hallamos consuelo y paz en la limpieza cotidiana que nos proporciona el Señor, su legítimo efecto sobre nosotros será aumentar nuestra vigilancia y avivar nuestros deseos de santidad. ¿Es esto así?

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 308). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Su preciosa sangre nos hace limpios, sin mancha

Abril 16

Lecturas Matutinas

Su preciosa sangre nos hace limpios, sin mancha

La sangre preciosa de Cristo (1 Pedro 1: 19)

Estando al pie de la cruz, vemos manos, pies y costado destilando arroyos de preciosa sangre carmesí. Es preciosa a causa de su eficacia redentora y expiadora. Por ella los pecados del pueblo de Cristo son expiados; los creyentes son redimidos de debajo de la ley, son reconciliados con Dios y son hechos uno con Él. La sangre de Cristo es también preciosa por su poder purificador: «Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos». Gracias a la sangre de Jesús no queda una sola mancha sobre el creyente, ni arruga ni nada semejante. ¡Oh preciosa sangre que nos haces limpio, quitando las manchas de abundante iniquidad, y permitiéndonos ser aceptos en el amado, no obstante las muchas formas en que nos hemos revelado contra nuestro Dios! La sangre es asimismo preciosa por su poder preservador. Bajo la sangre esparcida, estamos seguros contra el ángel destructor. Recordemos que la razón por la que somos perdonados es porque Dios ve la sangre. Aquí hay consuelo para nosotros cuando el ojo de la fe esté empañado. La sangre de Cristo es preciosa por su influencia santificadora. La misma sangre que justifica al quitar el pecado, después anima a la nueva criatura y la conduce a someter el pecado y a cumplir los mandamientos de Dios. No hay motivo mayor para la santidad que el que viene de las venas de Jesús. Y preciosa, inefablemente preciosa es esta sangre por su subyugante poder. Está escrito: «Ellos vencieron por la sangre del Cordero». ¿Cómo hubieran vencido de otro modo? El que lucha con la preciosa sangre de Jesús lucha con un arma que no puede conocer derrota. ¡La sangre de Jesús! El pecado muere en su presencia, la muerte deja de ser muerte, las puertas del cielo se abren. ¡La sangre de Jesús! Seguiremos adelante conquistando, mientras confiemos en su poder.


Spurgeon, C. H. (2011-06-01). Lecturas matutinas: 365 lecturas diarias (Spanish Edition) (pp. 109-110). Editorial CLIE. Kindle Edition.