La salud espiritual del líder

La salud espiritual del líder

28393

Pablo A. Deiros

Si el estado de salud física y emocional del líder cristiano es fundamental para el buen desempeño de su ministerio, tanto más es su nivel de salud espiritual. Es imposible que un hombre o una mujer con falta de integridad espiritual puedan cumplir un ministerio significativo en la vida de otras personas. Sobre todas las cosas, el líder cristiano es un líder espiritual, y nadie puede conducir a otro por un camino que él o ella no están recorriendo y hacia una meta a la que él o ella no están yendo.

La necesidad de cuidar la salud espiritual. Pablo habla de su propia experiencia personal en este particular en Filipenses 3:7–12. Es interesante seguir el razonamiento de Pablo y ver cómo él encontró el camino para una plena realización personal, rompiendo con la esquizofrenia de objetivos dispares en la vida y de metas encontradas. Cuando no hay una adecuada resolución entre lo que uno considera “ganancia” o “pérdida” en la vida, no puede haber salud espiritual. El objetivo de “ganar a Cristo”, de “encontrarse unido a él”, de “conocer a Cristo” y de persistir en querer “alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí” es fundamental para la generación de un estado espiritual saludable.

Esta salud espiritual es indispensable por la misma naturaleza del ser humano. Somos seres físicos (conocemos por los sentidos), pero somos también y fundamentalmente seres espirituales. A Dios no lo captamos ni conocemos por la vía de lo sensible, sino por nuestro espíritu. Sin el alimento de la Palabra y el oxígeno de la oración terminamos en una actitud materialista o en un ateísmo práctico. La salud espiritual es también indispensable por la misma naturaleza de la vida moderna. Secularismo, hedonismo, materialismo, frivolidad, consumismo, egoísmo, pueden contagiarnos fácilmente. Si no nos detenemos a pensar en Dios y a buscar la comunión con él, podemos caer en cualquiera de estas cosmovisiones y estilos de vida, que producen extravío y terminan por enfermar al alma. El ritmo de vida, los cambios repentinos, la alienación de las relaciones, la neurosis de nuestro tiempo no nos van a dejar espacio para el desarrollo espiritual, a menos que lo procuremos conscientemente. Pablo descubrió el bien supremo en la vida, que para él no era otro que conocer a Cristo (Fil. 3:8, 10). Para ello, hay que pasar tiempo con él.

Deiros, P. A. (2008). Liderazgo Cristiano (p. 38). Buenos Aires: Publicaciones Proforme.