Vivir en el mundo venidero

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Serie: Entre dos mundos

Vivir en el mundo venidero

Por Mark E. Ross

Nota del editor: Este es el séptimo y último capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Entre dos mundos

La visión inicial del libro de Apocalipsis coincide con la última. En la primera, Juan oye una fuerte voz que le ordena escribir lo que ve, y contempla al Señor Jesús resucitado y glorioso, de pie en medio de Sus iglesias (1:10-20). La visión final es el descenso de la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, «que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo». De nuevo, Juan oye una fuerte voz: «He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos» (21:1-3). También aquí el enfoque está en la presencia del Señor con su Iglesia. Esta es la consumación no solo de este libro, sino de toda la Biblia: Emanuel, «Dios con nosotros».

El capítulo inicial del Apocalipsis no es solo una visión del Señor. También es una visión del Día del Señor (1:10). Este es el primer uso conocido de este término en referencia al primer día de la semana. Aunque este término solo aparece aquí en el Nuevo Testamento, los primeros padres de la Iglesia no dejan lugar a dudas de que se trata de una referencia al día que llamamos domingo, el cual observaban como conmemoración de la resurrección del Señor. En otras partes del Nuevo Testamento, el día se llama por su nombre judío, traducido literalmente como «el primero del día de reposo» (Mt 28:1Mr 16:2Lc 24:1Jn 20:119Hch 20:71 Co 16:2). Las traducciones en español suelen utilizar «semana» en la frase, pero detrás de ella se encuentra la palabra griega sabbaton, que simplemente traduce la palabra hebrea para «día de reposo» (shabbat). El significado de esto aparecerá más adelante.

Muy pronto en la historia de la Iglesia, el primer día de la semana se convirtió en el día en que los cristianos se reunían para el culto. Esta práctica posiblemente comenzó el día de la resurrección de Jesús, ya que fue entonces cuando nuestro Señor resucitado se reunió por primera vez con sus discípulos y «se puso en medio de ellos» (Lc 24:36 ss.). El Evangelio de Juan también informa que «vino y se puso en medio de ellos», haciendo especial hincapié en la identificación del día: «Al atardecer de aquel día, el primero de la semana» (20:19). El siguiente encuentro fechado del Señor con sus discípulos fue «ocho días después», cuando Jesús de nuevo «vino y se puso en medio de ellos» (v. 26). Esto fue el domingo siguiente, según el cómputo judío (ver «el tercer día»; Lc 24:72146). En Hechos 20:7, Lucas informa que la iglesia en Troas se reunía «el primer día de la semana» para partir el pan. Su redacción sugiere que esta era una práctica habitual. Pablo había llegado allí siete días antes, y aunque se apresuraba a llegar a Jerusalén para el día de Pentecostés (v. 16), se quedó en Troas siete días, aparentemente para estar allí «el primer día de la semana, cuando [se] reunían para partir el pan» (v. 7).

El significado de esta referencia podría pasar fácilmente desapercibido para los lectores en español. Estamos tan acostumbrados a la organización del tiempo por semanas, que podríamos asumir que siempre ha sido así. Y lo era entre los judíos, pero no lo era entre los gentiles. El Nuevo Testamento ni siquiera tiene una palabra griega para ello, sino que utiliza la palabra judía para «día de reposo», con el día que le sigue llamado «el primero del día de reposo». La semana planetaria que conocemos se convirtió más tarde en estándar en todo el Imperio romano. Así, en Hechos 20:7, como también en las instrucciones de Pablo a las iglesias de Galacia y Corinto mencionadas en 1 Corintios 16:2, debemos recordar que todas estas iglesias estaban en territorio gentil, donde la «semana» no era una medida de tiempo estándar. Sin embargo, el apóstol de los gentiles evidentemente organizó estas iglesias de acuerdo con un ciclo de siete días, con énfasis en «el primero del día de reposo» en lugar del séptimo día que se llamaba «día de reposo». Aunque en 1 Corintios 16:2 no se menciona que la iglesia se reuniera en este día, sería muy extraño que Pablo especificara este día para apartar ofrendas para la iglesia de Jerusalén; a menos que en su vida en común como cristianos hubiera algo que señalara a este día en lugar de otro para tal demostración de «la comunión de los santos». No es que se les pagara semanalmente el «primero del día de reposo», pues el calendario semanal aún no se había generalizado.

Pablo ciertamente no sería de los que imponen una ceremonia puramente judía a las iglesias gentiles, por lo que el ciclo de siete días debe haber tenido una autoridad más duradera que las otras fiestas instituidas en el Sinaí (Lv 23). De hecho, Pablo reprocha a los gálatas por observar «los días, los meses, las estaciones y los años» (Gal 4:10) que, junto con la circuncisión, eran ceremonias judías que les habían impuesto los falsos maestros (5:2-6; ver Hch 15:1). Sin duda, una imposición similar está detrás de la advertencia de Pablo a los colosenses de no dejar que nadie los juzgue «con respecto a comida o bebida, o en cuanto a días de fiesta, o luna nueva, o día de reposo» (Col 2:16). Sin embargo, junto con estos fuertes rechazos de las ceremonias judías, Pablo instruye a los gálatas y a los corintios a «apartar algo y guardarlo» el «primer día de la semana» (1 Co 16:2). Claramente, algo más grande que Moisés estaba aquí. El día de reposo semanal de los judíos no era una ceremonia instituida por primera vez en el Sinaí. Era una ordenanza de Dios en la creación dada al principio del mundo para todas las personas (Gn 2:1-3). Nuestro Señor lo indicó cuando dijo: «El día de reposo se hizo para el hombre» (Mr 2:27). No era solo para el judío.

El día de reposo se perdió para el mundo en algún momento después de la caída, pero fue recuperado para Israel en el momento del éxodo (Ex 16) e incorporado en el pacto que Dios hizo con ellos en el Sinaí (20:8-11). De hecho, se convirtió en la señal de ese pacto, que debía ser observada a lo largo de sus generaciones, como un pacto para siempre (31:12-17). Se convirtió en un día de «santa convocación» (Lv 23:1-3) con sacrificios especiales designados para su celebración (Nm 28:1-10). Siempre en memoria de la creación de los cielos y la tierra por parte de Dios (Ex 20:8-1131:17Lv 24:8), Moisés también lo convirtió en un memorial de la redención de Israel de Egipto (Dt 5:12-15). El «reposo» era la idea principal conectada con su observancia, pero este reposo no consistía simplemente en dejar de trabajar. También era una convocatoria sagrada en la casa de Yahvé, el símbolo y el foco de Su presencia viva entre ellos, tanto en el tabernáculo (Ex 25:8) como en su sucesor, el templo (2 Cr 6:18). El día de reposo también apuntaba hacia adelante, al descanso eterno que llegaría en la consumación (Heb 3:7-4:10).

El Salmo 92 es «cántico para el día de reposo» y celebra la gran bendición que este día le ofrece al pueblo de Dios. Sus versos iniciales hablan de la bondad y la alegría de adorar en Su presencia (vv. 1-4), y sus versos finales hablan del florecimiento que llega a los que están así plantados en la casa y los atrios de nuestro Dios (vv. 12-15). El punto culminante de este canto tan equilibrado es el versículo 8: «Mas tú, oh SEÑOR, excelso eres eternamente». Es el único verso de una línea en el salmo, y se encuentra en el centro del mismo. Por encima y por debajo de este verso fundamental se ensayan el derrocamiento de los impíos (vv. 5-7) y la exaltación de los justos (vv. 9-11). El descanso y el culto del día de reposo ofrecen así un oasis para el pueblo de Dios, cansado y cargado, que vive en un mundo en el que los malvados a menudo prosperan y los justos a menudo sufren. El culto del día de reposo elimina la ilusión creada por este mundo caído y nos muestra que Dios está en lo alto para siempre, y por tanto el verdadero resultado de todas las cosas será tal y como Él ha prometido: el descanso eterno llegará al pueblo de Dios. El día de reposo anticipa así al reino consumado, trayendo al tiempo las bendiciones de la eternidad y bajando a la tierra las alegrías del cielo.

El Nuevo Testamento no suprime este medio de gracia señalado, sino que lo traslada a un nuevo día. Mientras que Pablo suprime con autoridad el deber del culto del séptimo día (Rom 14:1-6Gal 4:8-11Col 2:16-23), al mismo tiempo organiza a las iglesias en torno al «primero del día de reposo» (Hch 20:71 Co 16:2), que en la época del Apocalipsis de Juan se conocía como el Día del Señor. Al igual que el día de reposo que lo precedió en el Antiguo Testamento, es el día por encima de todos los días en que el pueblo de Dios del Nuevo Testamento se reúne en santa convocación, escuchando la lectura y exposición de la Palabra de Dios y partiendo el pan unos con otros (Hch 20:7). Es el día por encima de todos los días en que el Señor está presente con Su pueblo, de pie en medio de ellos, coronado sobre sus alabanzas (Sal 22:3), mientras cantan salmos, himnos y cánticos espirituales (Ef 5:19Col 3:16) y le ofrecen sus oraciones (1 Tim 2:1).

John Eliot (1604-90) fue un pastor puritano americano y misionero entre los nativos americanos. Eliot era un guardián diligente del Día del Señor como el día de reposo cristiano. En un sermón que escuchó Cotton Mather y del que tomó en notas, Eliot predicó que aquellos que eran celosos y guardaban el Día del Señor pasarían así una séptima parte de su vida terrenal en el cielo. Mientras vivieran en la tierra, no serían extraños al cielo, y cuando murieran el cielo no sería un lugar extraño para ellos. No, de hecho, porque habrán estado allí mil veces antes.

El apóstol Juan estaba en el Espíritu en el Día del Señor cuando vio al Señor de pie en medio de sus iglesias, de nuevo hablando palabras de esperanza y seguridad. El Señor Jesús todavía se revela a Sus iglesias cuando se reúnen para adorarle en espíritu y en verdad. El Día del Señor ha sido designado especialmente para este propósito y es rico en bendiciones. Como observó el puritano David Clarkson: «De modo que la presencia de Dios, que disfrutada en privado no es más que un arroyo, en público se convierte en un río que alegra la ciudad de Dios».


Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Mark E. Ross
Mark E. Ross

El Dr. Mark E. Ross es profesor de teología sistemática en el Erskine Theological Seminary en Columbia, S.C. Es autor de Let’s Study Matthew.

Imago Dei

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Imago Dei

W. Robert GodfreyNota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie «Definiendo el ser humano«, publicada por la Tabletalk Magazine.

El capítulo inicial de nuestra Biblia es una historia emocionante de creación y formación, sentando las bases para todo lo que sigue. Se nos dice que «en el principio» nuestro hogar en el universo, la tierra, estaba sin orden y vacía, cubierta de agua y envuelta en tinieblas, mientras el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas (Gn. 1:2). A medida que los días de la creación transcurrieron, Dios dio forma a la tierra y la llenó. Separó el día de la noche, las aguas de arriba de las aguas abajo y la tierra seca de las aguas debajo. Dios llenó este mundo al poner luces en el cielo para separar el día de la noche, al crear criaturas vivientes para nadar abajo en las aguas y pájaros para volar arriba en el cielo, y al hacer que se produjeran criaturas vivientes en la tierra seca. Finalmente, como acto culminante, Dios creó otro tipo de ser viviente, el hombre.

El foco de la narración claramente recae sobre esta criatura. No solo fue este el acto final de la creación, sino que una cuarta parte de la historia está centrada en él. Algo muy especial e importante está ante nosotros.

Como portadores del imago Dei, a los humanos se les da una medida de soberanía sobre toda la tierra.

El capítulo divide la totalidad de los seres en dos categorías básicas: el Creador y lo creado. Dios se destaca como el Señor no creado de todo, el Creador de los cielos y la tierra. Todo lo demás es creado y, por lo tanto, finito, temporal, dependiente y mutable. Algunos son criaturas vivientes (plantas y animales). Algunos tienen el aliento de vida en ellos (v. 30). En este grupo está el hombre. Al igual que otros miembros del grupo, el ser humano es hecho varón y hembra, y llamado a ser fructífero, a multiplicarse y a llenar la tierra (vv. 22, 28). Se pueden notar otras similitudes (cabello en la piel, las hembras dan a luz a sus crías y las amamantan, etc.). Pero a pesar de todas las similitudes que pueden señalarse, hay algo en el hombre que lo hace distinto de todas las demás criaturas.

Los seres vivos se mencionan por primera vez con la vegetación que Dios hace brotar en la tierra seca (v. 11). Luego vienen las criaturas que viven en los mares y las aves que vuelan en el aire (v. 20), el ganado, los reptiles y las bestias de la tierra (v. 24). Todos están hechos según su género. Esta frase aparece diez veces y deja una importante marca en la narración. Indica que si bien hay una gran diversidad entre todas las criaturas vivientes, hay agrupaciones entre ellas que comparten características comunes, formando «familias», algo parecido a la distinción moderna entre género y especie. Pero el objetivo principal de la frase no es introducirnos en el trabajo científico de la taxonomía; más bien, es proporcionar el trasfondo necesario para contrastar a los seres humanos con todas las demás criaturas vivientes.

Cuando Dios hace al hombre, rompe el patrón que ha establecido al crear seres vivos según su género. El hecho de que este patrón se mencione diez veces nos hace suponerque una nueva criatura viviente va a aparecer, pero algo completamente diferente sucede cuando el hombre es hecho; no es creado «según [su] género». Tampoco es creado según otro género entre las criaturas vivientes. El hombre, por lo tanto, no pertenece al género de las otras criaturas, sin importar las similitudes que pueda haber entre él y las otras criaturas. Para utilizar lenguaje científico moderno, el ser humano no es una especie particular dentro de un género de criaturas vivientes. El hombre es diferente a cualquiera de las otras criaturas vivientes (v. 26). Sorprendentemente, el hombre es creado según el «género» de Dios, hecho a Su imagen (imago Dei). El hombre, al igual que Dios, es un ser personal. Dios mismo, como la Biblia lo revela más adelante, es tres personas todas compartiendo una esencia divina. Las personas humanas son seres creados, y en ese sentido (como en otros) son similares y comparten características con otros seres creados. Pero lo más importante de los seres humanos es su semejanza a Dios. Esta semejanza es tan especial que los separa de todas las demás criaturas que Dios creó. El hombre no está hecho según el género de las otras criaturas; él está hecho según el «género» de Dios. En otras palabras, el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.

Como portadores del imago Dei, a los humanos se les da una medida de soberanía sobre toda la tierra, con dominio sobre los peces del mar, las aves del aire, el ganado y todo reptil (v. 28). También son responsables ​​de sojuzgar a la tierra (v. 28). El lenguaje sugiere una posición gobernante, incluso conquistadora, como deja claro el Salmo 8 (ver los versículos 5-8). Todas las cosas se ponen bajo los pies del hombre, sin embargo, las ideas de tiranía y explotación no están presentes. Génesis 2:4-25 muestra que el hombre debe imitar a Dios en su mayordomía de la tierra. Dios planta un huerto en Edén, y pone al hombre allí para que lo trabaje y lo guarde (2:8, 15). Lo que Dios inicia, el hombre debe sostener y cultivar. Dios llama a la luz día y a las tinieblas noche; llama a la expansión cielos y a las aguas mares (1:5, 8, 10). Ahora Dios le ordena al hombre que nombre a todas las criaturas vivientes que ha formado (2:19).

Aunque sin usar el vocabulario de imagen y semejanza, Génesis 2 tiene su propia forma de resaltar la singularidad del ser humano entre todas las criaturas vivientes. Cuando Dios formó al hombre del polvo y lo colocó en el huerto, declaró que no era bueno que el hombre estuviera solo. Por esta razón, Dios determinó hacerle una ayuda idónea (2:18). Luego de esta solemne declaración, Dios presentó todos los animales que había hecho al hombre, para que él los nombrara. ¿Por qué este desfile de animales ante el hombre? ¿Por qué Dios no creó inmediatamente a la mujer? Lo que parece una interrupción en la narración en realidad está mostrando la razón de la historia: «mas para Adán no se encontró una ayuda que fuera idónea para él» (v. 20). El punto que se está enseñando es que los seres humanos no pertenecen al género de los animales, independientemente de las características que puedan compartir con ellos. No se encontró entre todos los animales una ayuda idónea para Adán, un ser creado del mismo género que él, con quien pudiera cumplir su llamado de Dios. Por lo tanto, Dios hizo una mujer, que era «hueso de [sus] huesos y carne de [su] carne» (v. 23). Como Adán, ella fue hecha a imagen y semejanza de Dios (1:28). Juntos debían esforzarse en cumplir la obra de Dios para ser fecundos, multiplicarse, llenar la tierra y sojuzgarla. Dios creó el primer hombre y la primera mujer, pero todos los demás humanos llegarían a existir a través de ellos. Lo que Dios hizo, el hombre y la mujer ahora debían continuar, habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios.

Trágicamente, el hombre y la mujer se alejaron de Dios y cayeron en pecado, buscando llegar a ser más como Dios (3:5), eligiendo por ellos mismos lo que es bueno y malo. La imagen de Dios fue desfigurada. Aunque el hombre fue hecho recto, buscaron muchas artimañas (Ec. 7:29). Sus descendientes también llevarían esta imagen desfigurada (Ro. 5:12-21). Sin embargo, la imagen de Dios no se perdió del todo, y lo que queda todavía es suficiente para sostener la santidad de la vida humana que se basada en el imago DeiGénesis 9:6 muestra que quitar una vida humana inocente es un ataque a la imagen de Dios, por lo que debe ser castigado con la muerte. El hombre como la imagen de Dios debe dar vida, no quitar una vida inocente. Cuando nos convertimos en homicidas, contradecimos nuestro propósito en la vida y perdemos la protección divina que normalmente nos cubre. Tan especial es nuestra vida para Dios que hasta una bestia es ejecutada si quita la vida de un ser humano (Gn. 9:5Ex. 21:28-32).

Además, así como debemos respetar a Dios y bendecirlo con nuestras palabras, de la misma manera nunca debemos maldecir a aquellos que son hechos a semejanza de Dios (Stg. 3:9). Toda la ética humana se basa en el imago Dei. Los esposos deben amar a sus esposas como Cristo amó a la iglesia (Ef. 5:25-27). Los padres deben disciplinar e instruir a sus hijos como el Señor disciplina a los suyos (6:4). El amor reconfortante de una madre es la imagen y semejanza del amor consolador de Dios (Is. 66:13). Los amos terrenales deben reflejar la justicia y rectitud que se encuentran en el Amo celestial (Ef. 6:9Col. 4:1). Aunque el pecado ha desfigurado grandemente la imagen de Dios en nosotros, por la gracia de Dios en Cristo esa imagen es renovada (Ef. 4:24Col. 3:10). Andando en esa gracia, las personas ven nuestras buenas obras y dan gloria a nuestro Padre que está en los cielos (Mt. 5:16). Cuando se complete nuestra restauración, viviremos para siempre en la presencia de Dios, vestidos con Su gloria (Ap. 21-22), habiéndonos convertido verdaderamente un pueblo según Su «género». Gracias sean dadas a Dios.

Este artículo fue publicado originalmente en la Tabletalk Magazine.

Mark E. Ross
Mark E. Ross
El Dr. Mark E. Ross es profesor de teología sistemática en el Erskine Theological Seminary en Columbia, S.C. Es autor de Let’s Study Matthew.