Desde Ecuador: Nuestra esperanza en medio de la conmoción

Una reflexión pastoral en respuesta al asesinato de Fernando Villavicencio
10 AGOSTO, 2023

MATÍAS PELETAY • JUAN MONCAYO

Ayer, 9 de agosto, fue asesinado el candidato presidencial Fernando Villavicencio, tras finalizar un acto político en Quito. A la salida del evento, un grupo de sicarios abrió una ráfaga de disparos que terminó con la vida de Villavicencio, quien recibió tres disparos en la cabeza. El político fue trasladado de urgencia a la clínica de La Mujer, donde confirmaron su deceso. Otras nueve personas resultaron heridas en el hecho.

Fernando Villavicencio era uno de los ocho candidatos que competirían el próximo 20 de agosto en las elecciones presidenciales. Su popularidad había empezado a crecer en los últimos años a raíz de sus denuncias contra casos de corrupción que involucraron a políticos y empresarios con grupos de crímen organizado. En septiembre de 2022, Villavicencio fue víctima de un atentado, cuando su casa recibió cinco disparos a modo de amenaza, según él mismo declaró. Semanas antes de su asesinato, el asambleísta denunció públicamente que tanto él como su equipo de campaña recibieron amenazas de muerte.

Ecuador arrastra una crisis política y vive momentos de conmoción a menos de dos semanas para que se celebren las elecciones presidenciales. El 17 de mayo de este año, el actual presidente Guillermo Lasso decretó la «muerte cruzada» para disolver la Asamblea Nacional y convocar a elecciones legislativas y presidenciales extraordinarias. Los comicios se celebrarán el próximo 20 de agosto y no se suspenderán a pesar del asesinato del candidato Fernando Villavicencio.

Esperanza para un mundo caído
Juan Moncayo, pastor en la iglesia La Fuente, en Quito, comparte la siguiente reflexión a la luz de los hechos que conmocionan al país sudamericano y al resto de la región:

Causa dolor lo que pasa en Ecuador. Para ser honesto, mi corazón, como el de muchos ecuatorianos, lucha con la desesperanza y la ansiedad, como también con el temor y la frustración. Estos sentimientos provienen de observar el contexto en el que vivimos: la maldad se sale con la suya, el sistema de justicia está roto, los gobernantes parecen tener las manos atadas, y el pueblo abiertamente dijo «no» a muchas medidas que sirvieron en Colombia y México para traer un poco de ayuda en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, entre otras cosas.

Debemos rogar a Dios que ministre nuestro corazón y levante nuestros ojos para que podamos ver Su presencia en medio de tanto dolor

Esto me recuerda al reporte de los espías israelitas, cuando vieron a los gigantes que habitaban en la tierra prometida (Nm 13). La mayoría de los espías trajeron noticias oscuras, difíciles y desesperanzadoras; como las que nos toca escuchar hoy. Sin embargo, en medio del desánimo, dos hombres de Dios animaron al resto del pueblo a confiar en las promesas y el poder del Señor (14:6-9). El reporte sobre los gigantes en la tierra prometida era cierto, pero Dios era más grande.

De la misma manera, en medio de tanta oscuridad necesitamos recordar ese «pero Dios». Debemos rogar a Dios que ministre nuestro corazón y levante nuestros ojos para que podamos ver Su presencia en medio de tanto dolor y recordar que:

  1. La justicia de Dios es perfecta.
    Los malvados de este mundo pueden escapar de toda la justicia imperfecta de este mundo, pero un día estaremos todos delante de la justicia perfecta de Dios, delante de la ira de un Dios Santo. Nadie podrá torcer esa justicia. Aquel momento será aterrorizante para los que cometieron iniquidades y no pusieron su confianza en Jesús para vivir según Su voluntad. En medio de nuestro lamento por la injusticia de este mundo caído, podemos descansar en que la justicia de Dios triunfará.
  2. Somos peregrinos en este mundo pasajero.
    Amo mi Ecuador. Dios me ha llamado a ser luz y sal en ese país; a orar y trabajar por la paz; a luchar para que mis hijos y mis nietos puedan tener un lugar dónde florecer y crecer. Sin embargo, mi nacionalidad terrenal no se compara con mi ciudadanía celestial y eterna.

En medio de nuestro lamento por la injusticia de este mundo caído, podemos descansar en que la justicia de Dios triunfará

La desesperanza que vivimos en este mundo es un recordatorio de que debemos gemir por el retorno de nuestro rey Cristo. Debemos fijar nuestros ojos en la eternidad. Como dijo C. S. Lewis: «Lo que no es eternamente útil es eternamente inútil». Oremos para que nuestro enfoque esté en lo eterno, para invertir toda nuestra vida en la eternidad, mientras clamamos por la misericordia de Dios para nuestro país.

  1. Alabemos a Dios y confiemos en Él.
    En estos momentos, debemos hacer nuestras las palabras del salmista:

¡Aleluya!
Oh alma mía, alaba al SEÑOR.
Alabaré al SEÑOR mientras yo viva;
Cantaré alabanzas a mi Dios mientras yo exista.
No confíen ustedes en príncipes,
Ni en hijo de hombre en quien no hay salvación (Sal 146:1-3).

Los reinos y reyes de este mundo vienen y van; solo el Rey Jesús y Su reino permanecen para siempre. Él es nuestra paz y quien trae la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento (Fil 4:7). Él es la torre fuerte, la roca eterna y nuestro refugio. Este triste suceso es una oportunidad que Dios nos da para calibrar nuestros corazones y examinar dónde está puesta nuestra confianza.

Oro para que estas palabras, que yo mismo me las estoy predicando, puedan ser de ánimo para muchos. Son tiempos oscuros no solo en Ecuador, sino en toda Latinoamérica. Pero vivamos como peregrinos que invierten sus vidas en lo que es eterno, aguardando a Cristo, nuestra esperanza segura.

Te invito a orar tanto por Ecuador como por toda nuestra región, y en especial, por nuestros corazones que se unen a la creación gimiendo: «Ven pronto, Señor».

Matías Peletay sirve como editor en Coalición por el Evangelio. Vive en Cachi (Salta, Argentina) con su esposa Ivana y su hija Abigail, y juntos sirven como misioneros de la Iglesia Bíblica Bautista Crecer. Puedes escucharlo en el podcast Bosquejos y seguirlo en Twitter.

Juan Fernando es uno de los pastores que plantaron la Iglesia La Fuente en Quito-Ecuador. Se graduó con una ingeniería en negocios de The Master’s University en California en donde conoció a su esposa Marissa y tienen una hija pequeña. Actualmente está terminando una Maestría en Divinidad en Clarks Summit University. Puedes encontrarlo en Twitter.

Por qué Jesús no bajó de la cruz para evitar Su muerte | Matías Peletay

Por qué Jesús no bajó de la cruz para evitar Su muerte

De igual manera, también los principales sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, burlándose de Él, decían: «A otros salvó; a Él mismo no puede salvarse. Rey de Israel es; que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él» (Mt 27:41-42).

Cuando Jesús estaba clavado en la cruz, en el momento de Su agonía, los principales sacerdotes y ancianos del pueblo le ofrecieron un trato tentador: si se bajaba de la cruz, es decir, si se liberaba de una manera milagrosa, ellos estarían dispuestos a creer que Él era el Cristo. La propuesta era atractiva, pues significaba evitar el dolor y conseguir que muchas personas creyeran en Él. Pero Jesús decidió quedarse en la cruz.

Para entender mejor esta oferta de último momento de parte de los líderes espirituales de Israel, podemos hacer un breve repaso de sus interacciones con Jesús.

Una generación incrédula
Los sacerdotes y líderes del pueblo se veían a sí mismos como los pastores del pueblo de la nación, eran los instructores que guiaban a los demás a través de sus enseñanzas. No estaban del todo equivocados. Pero el deseo de poder y la corrupción del corazón humano habían hecho que estos pastores se desviaran y desviaran al resto del pueblo con ellos. La corrupción de estos líderes espirituales se había acumulado por tanto tiempo que Dios había decidió arrebatarles su posición y pastorear Él mismo a Su rebaño (Ez 34:11-16). Dios mismo sería el pastor que los líderes debían ser, pero que no fueron.

Esta fue una de las promesas que Jesús, el buen pastor, vino a cumplir. Cuando comenzó a enseñar, los oyentes sabían que era distinto a los escribas, sacerdotes y demás líderes (Mr 1:22). Mientras más conocido era Jesús, más despertaba la envidia de los líderes espirituales de la nación. Luego del milagro tremendo de multiplicar los panes, unos fariseos se acercaron a Jesús para discutir con Él. Estos maestros de la ley exigían una señal del cielo (Mr 8:11-13). Actuaban como los jueces de la fe, como los únicos capaces de certificar si este hombre, que decía ser Dios, era realmente un enviado del cielo. Esta actitud arrogante les impedía ver las obras de Jesús a la luz del Antiguo Testamento, para entender que las promesas de Dios se estaban cumpliendo en Él.

Jesús se quedó en la cruz no por falta de poder, sino por el poder de Su amor

Cuando Jesús se dirigió a Jerusalén para llevar a cabo Su plan como el Mesías de Dios, Sus palabras expresaban claramente que este plan incluía ser rechazado por los sacerdotes y principales del pueblo (Mr 8:31-32). En la ciudad de Jerusalén, Jesús fue recibido por la multitud como el rey esperado, una aclamación popular que fácilmente podría haber aumentado el resentimiento de los líderes de la ciudad. ¡Cuánto más luego de que Jesús echó a los mercaderes del templo! El escándalo era público, la autoridad de los sacerdotes y escribas era desafiada y la figura de Jesús crecía.

Por eso los sacerdotes, escribas y ancianos le salieron al encuentro para demandar explicaciones: «¿Con qué autoridad haces estas cosas, o quién te dio autoridad para hacer esto?» (Mr 11:28). Pero Jesús no les respondió. La pregunta solo tenía el propósito de censurar, de castigar y prohibir que Él siguiera enseñando y modificando las costumbres. Los líderes no estaban dispuestos a aprender o a escuchar alguna explicación de parte de Jesús.

Las señales estaban a la vista: los ciegos veían, los cojos andaban, los muertos eran resucitados y el evangelio era anunciado a los pobres (Mt 11:5-6). Las promesas de Dios, escritas por los profetas, se estaban cumpliendo ante los ojos de los escribas y fariseos, pero su corrupción no les permitía verlas. Su deseo de mantener el poder y su orgullo les impedía reconocer las señales. Una generación perversa y adúltera que exigía señales, pero que no era capaz de entender los tiempos acordes a las Escrituras.

Tal era la ceguera de su pecado, que cuando este liderazgo finalmente logró llevar a Jesús a la cruz, seguía pidiéndole señales a este hombre moribundo. Claro que lo hacían para burlarse, como lo hacía el resto de las personas que pasaban por allí, pero aún así se atrevieron a asegurar que ellos estarían dispuestos a creer que Jesús era el Mesías, si demostraba una señal poderosa y se bajaba de la cruz. ¿Puedes imaginarlo? Jesús liberándose de los clavos ante la multitud, recomponiendo Su cuerpo maltratado y castigado hasta el cansancio y revirtiendo todo Su sufrimiento para bajarse sano y sin un rasguño. Esa sí que sería una señal tremenda a ojos humanos.

¿No era esa invitación de los líderes del pueblo una buena oportunidad para demostrar que Jesús era el verdadero Hijo de Dios? ¿No se hubieran convertido los líderes de la nación y tras ellos, el resto del pueblo? A muchos de nosotros nos gustaría pensar que sí, porque es el tipo de señal y manifestación que nos gusta buscar.

Nos puede ayudar recordar la conocida parábola de Lázaro y el hombre rico (Lc 16:19-31), donde Jesús contó que el personaje rico aseguraba que si alguien de entre los muertos se levantaba y anunciaba la verdad a sus familiares, entonces se arrepentirían y serían salvos. Parece lógico. ¿Quién no creería si ve a un muerto resucitar para transmitirle un mensaje? Pero la respuesta de Abraham en la parábola fue: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguien se levanta de entre los muertos» (v. 31). Si no creen por el testimonio de las Escrituras, la Palabra de Dios, no creerán, aunque se levanten los muertos delante de sus propios ojos. Otro Lázaro, el amigo de Jesús, fue resucitado ante la vista de muchos, pero no todos los testigos creyeron (Jn 11:45-46).

Jesús no se bajó de la cruz, sino que se quedó por amor hasta que Su obra fue consumada

Esto mismo podríamos decir de los principales sacerdotes y escribas que miraban a Cristo en la cruz. Aunque Jesús se hubiera bajado en una manifestación de poder ante sus ojos, sus corazones habrían seguido endurecidos. ¿Cuántos milagros había hecho Jesús antes y no fueron suficientes para sus pretensiones? Los mismos líderes lo reconocieron: «a otros salvó». Sabían muy bien que Jesús era capaz de hacer cosas extraordinarias, por eso se burlaban de Su condición dolorosa y aparentemente derrotada mientras estaba clavado en el madero.

Se quedó en la cruz
Por más tentadora que parecía la oferta en términos humanos, el plan eterno de Dios era diferente. Jesús es el cordero preparado desde antes de la fundación del mundo para pagar el precio de nuestro rescate (1 P 1:18-20). La muerte de Jesús era necesaria para nuestra salvación. La crucifixión parecía una escena de derrota, pero en realidad era el triunfo de Cristo sobre el pecado de Su pueblo. Jesús estaba destruyendo la condena que pendía sobre nuestras cabezas (Col 2:14) y, en Su mismo cuerpo, borró nuestra enemistad con Dios (Ef 2:16).

Quedarse en la cruz fue la verdadera victoria, la verdadera manifestación de poder. Para mentes humanas nubladas por el pecado, Jesús era un abatido, un pobre hombre derrotado e incapaz de evitar su muerte. Un herido por Dios. Pero nada estaba más lejos de la verdad, pues Él estaba llevando nuestras enfermedades y sufriendo nuestros dolores, para que todo aquel que cree en Él tenga vida eterna (Jn 3:16).

En nuestra mirada humana, limitada y egoísta, hubiéramos pensado que bajarse de la cruz podría haber sido la mejor opción. Una demostración tan potente y pública podría haber convencido a muchos. Pero Jesús, conociendo el plan eterno del Padre, puso Sus ojos en los frutos de Su aflicción (Heb 12:2). El amor a Su pueblo lo mantuvo en la cruz; miró al resultado y a los beneficiarios de Su muerte y, entonces, soportó las burlas, el desprecio y la muerte. Se quedó en la cruz no por falta de poder, sino por el poder de Su amor.

Al final, morir por amor era el paso previo y necesario para resucitar con poder, y de esa manera consumar la redención de los Suyos.

Nuestros ojos lo vieron
Ninguno de los testigos de Su muerte pudo discernir lo que realmente estaba sucediendo. Ni los burladores que pasaban, ni los sacerdotes y escribas que le injuriaban con arrogancia, ni Sus discípulos que huyeron, ni las mujeres que le lloraron. Fue la gloria del Cristo resucitado lo que convenció a Sus discípulos de su fe y lo que les permitió entender el verdadero sentido y significado de la cruz.

Creemos en Dios y hemos recibido Su perdón, porque Cristo no se bajó de la cruz, sino que se quedó allí por amor

Pero ¿cómo convencer a aquellos que no pueden ver con sus ojos físicos a Jesús resucitado? La respuesta está en lo que Abraham le dijo al hombre rico en la parábola que Jesús relató: «a Moisés y a los profetas tienen». El Espíritu de Dios nos muestra la gloria de Cristo en las Escrituras, en Moisés y en los profetas. Es imposible entender, ver y conocer el significado de la cruz fuera de las Escrituras y sin la ayuda del Espíritu Santo. Gracias a la iluminación del Espíritu, podemos entender cuál fue el poder que actuó en la resurrección y coronación de Jesús, y que ahora vive en nosotros si hemos aceptado la redención por la fe (Ef 1:18-19).

Al conmemorar el día de la muerte de Jesús, nosotros vemos mucho más que una cruz de dolor, como solo veían aquellos líderes espirituales de Israel. Nosotros vemos la gloria de Cristo, Su triunfo sobre el pecado y el precio de nuestro rescate.

Los sacerdotes y ancianos, ciegos en su arrogancia, se burlaron del Salvador en Su sufrimiento. Pero cuando escucharon la predicación del evangelio y el Espíritu actuó por la Palabra, muchos judíos fueron convencidos de sus pecados y respondieron con arrepentimiento y fe (Hch 2:37-39). Gracias a la predicación y al testimonio de la iglesia de Jerusalén, incluso muchos sacerdotes vinieron a la fe (Hch 6:7). Tal vez muchos de ellos habían contemplado a Cristo en la cruz y menearon la cabeza, algunos en forma de burla y otros con decepción. Tal vez se convirtió alguno de aquellos que gritaron con soberbia: «que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él».

Jesús no se bajó de la cruz, sino que se quedó por amor hasta que Su obra fue consumada (Jn 19:30), y por eso muchos sacerdotes después pudieron creer. De la misma manera nosotros creemos en Dios y hemos recibido Su perdón, porque Cristo no se bajó de la cruz, sino que se quedó allí por amor.

Matías Peletay sirve como editor en Coalición por el Evangelio. Vive en Cachi (Salta, Argentina) con su esposa Ivana y su hija Abigail, y juntos sirven como misioneros de la Iglesia Bíblica Bautista Crecer. Puedes escucharlo en el podcast Bosquejos y seguirlo en Twitter.