El ideal de matrimonio de la Reforma

El ideal de matrimonio de la Reforma
Por Michael Haykin

Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVI

Nuestro recuerdo de lo ocurrido durante la Reforma del siglo XVI es en cierto modo selectivo. Como herederos del protestantismo reformado, la recordamos principalmente como una recuperación del evangelio y de la forma bíblica de adoración. Pero también necesitamos recordarla como una gran recuperación de la comprensión bíblica del matrimonio.

Sobre la base de la piedad monástica de la antigüedad, encontrada en autores como Agustín y Jerónimo, la Iglesia medieval había llegado a considerar la vida célibe del monasterio o el convento como el semillero de una espiritualidad muy superior a la que había en los hogares de los casados. El célibe, se argumentaba, vivía la vida de los ángeles y, por lo tanto, ya experimentaba en cierto modo la vida del mundo venidero. Sin embargo, con la creciente corrupción de la iglesia a finales de la Edad Media, la realidad era que demasiados clérigos eran célibes pero no castos.

LUTERO, ESPOSO Y PADRE PIONERO
Aunque Martín Lutero no fue el primero de los reformadores en casarse y tener una familia, su matrimonio con Catalina de Bora, el 13 de junio de 1525, se convirtió en muchos sentidos en el paradigma para la familia protestante. Al principio, su matrimonio no fue por amor. Catalina se había escapado de un convento en Nimbschen, cerca de Grimma, con otras monjas y acabó en Wittenberg buscando refugio. Durante un tiempo, Lutero actuó como una especie de casamentero, buscando maridos para las monjas. Finalmente, solo quedó Catalina, con la que Lutero se casó, según dijo, para complacer a su padre, que siempre había querido tener nietos, y también, como dijo anecdóticamente, para fastidiar al papa.

Estas no son las mejores razones para casarse, pero con el tiempo, su matrimonio «floreció convirtiéndose en una unión de verdadera profundidad y conmovedora devoción», para citar a Andrew Pettegree en su reciente estudio sobre Martín Lutero. Este «éxito rotundo» del matrimonio de Martín y Catalina y los seis hijos que nacieron de su unión se convirtieron, en palabras de Pettegree, en «un poderoso arquetipo de la nueva familia protestante». El amor de Lutero por sus hijos le llevó a ver, con razón, que el centro de las alegrías del matrimonio eran los hijos e hijas, los cuales son un regalo. Y «las personas a las que no les gustan los hijos», dijo una vez con su estilo contundente, son «tontos y estúpidos, que no son dignos de llamarse hombres y mujeres, porque desprecian las bendiciones de Dios, el creador y autor del matrimonio».

EL MATRIMONIO DE JUAN CALVINO
Cuando Juan Calvino se casó, le dijo a su íntimo amigo y colaborador Guillermo Farel, a finales de la década de 1530, que no le preocupaba en absoluto la belleza física. Lo que quería era una esposa que fuera casta y sensata, económica y paciente, capaz de «cuidar mi salud».

A diferencia de Lutero, que era relativamente público en cuanto a los detalles de su vida matrimonial, Calvino apenas habló de su matrimonio con Idelette de Bure durante los ocho años y medio que duró el mismo. Ella falleció en marzo de 1549, después de haber padecido varios años de mala salud. Sin embargo, de vez en cuando, un comentario muestra lo unidos que estaban el uno al otro. Por ejemplo, Calvino estaba con su esposa en Estrasburgo durante la primavera de 1541. Una plaga hacía estragos en la ciudad y Calvino decidió quedarse en Estrasburgo, pero envió a su esposa lejos por su propia seguridad. Escribió a Farel que «día y noche mi esposa ha estado constantemente en mis pensamientos, necesitada de consejo ahora que está separada de su marido».

Tuvieron un hijo, Jacques, que murió poco después de nacer, en 1542. «El Señor», escribió Calvino a un amigo cercano, Pierre Viret, «ciertamente ha infligido una herida severa y amarga con la muerte de nuestro hijo recién nacido. Pero Él mismo es un Padre y sabe mejor lo que es bueno para Sus hijos».

En el momento de la muerte de su esposa, Calvino declaró en una carta a Farel: «En verdad, la mía no es una pena común. He perdido a la mejor amiga de mi vida, a una persona que, de haber sido así, habría compartido de buena gana no solo mi pobreza, sino también mi muerte. Durante su vida fue la fiel ayudante de mi ministerio». Este es un pasaje notable y revela la profundidad del cambio que la Reforma protestante había provocado. El matrimonio se consideraba ahora tal como Dios lo concibió en Génesis 2: la unión de dos aliados íntimos, trabajando por una causa común, a saber, la extensión del reino de Dios.

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine

Michael Haykin
El Dr. Michael Haykin es profesor de Historia de la Iglesia y Espiritualidad Bíblica en el Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, Kentucky. Es autor de varios libros, entre ellos The Christian Lover y Rediscovering the Church Fathers.

¿Quién es Cristo?

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¿Quién es Cristo?

Michael Haykin

Nota del editor: Esta publicación es la cuarta parte de la serie «El corazón del evangelio«, publicada por la Tabletalk Magazine.

El 16 de diciembre de 1739, George Whitefield predicó un sermón sobre Mateo 22:42 en la Bruton Parish Church en Williamsburg, Virginia, en el que le preguntó a su audiencia la misma pregunta que Jesús le había hecho a sus oyentes 1,700 años antes: «¿Qué piensas de Cristo?»

El idioma que Whitefield hablaba era diferente al de su Señor, pero las consecuencias eternas de la respuesta fueron las mismas. Algunas de las respuestas en los días de Jesús—que Él era Juan el Bautista resucitado de los muertos, o uno de los profetas, o Elías (véase Mc 8:27-28)—fueron similares a las respuestas dadas en los días de Whitefield. Los deístas como Benjamín Franklin, un buen amigo de Whitefield, consideraban a Jesús como un maestro sin igual, pero nunca llegaron a confesar Su deidad. Otros consideraban a Jesús como divino, pero de tal manera que Su deidad es menor que la del Padre. Whitefield, fiel al testimonio de la Escritura, no se avergonzó de decirle a la gente que Jesucristo es verdaderamente Dios y que «si Jesucristo no fuera Dios verdadero de Dios verdadero, nunca más predicaría el evangelio de Cristo». Porque no sería evangelio; sería solo un sistema de ética moral».

Dios verdadero de Dios verdadero

La evidencia de la completa deidad del Señor Jesús se encuentra en todo el Nuevo Testamento. Jesús es explícitamente llamado «nuestro gran Dios y Salvador» (Tito 2:13). La plenitud de la Deidad mora en Él (Col 1:192:9). Él lleva los títulos y nombres dados a Yahweh en el Antiguo Testamento (compara, por ejemplo, Is 44:6 y Ap 1:17). Él es presentado como el objeto de adoración (Heb 1: 6) y se le ora directamente (Hch 7: 59-601 Cor 16:222 Cor 12:8). Él hace cosas que solo Dios puede hacer, como crear el universo (Jn 1: 3Col 1:16), perdonar pecados (Mc 2:5-10Col 3:13) y juzgarnos en el dia final (Hch 10:4217:312 Cor 5:10). Él posee atributos divinos, tales como la omnipresencia (Heb 1:3Ef 4:10), la omnisciencia (Ap 2:23), la omnipotencia (Mt 28:18) y la inmutabilidad (Heb 13:8). La completa deidad de Cristo es parte integral del evangelio. Cualquier otra posición distorsiona el Nuevo Testamento.

Quién se encarnó

El Nuevo Testamento también da testimonio de la otra verdad acerca de la identidad de Cristo: Su completa humanidad . Como lo dice el apóstol Pablo, Él es «Cristo Jesús hombre» (1 Tim 2:5; cursiva añadida). Él fue criado en circunstancias humildes (Mt 13:55). Él experimentó los dolores del hambre (4: 2). Él conoció el cansancio y la sed (Jn 4: 6-7). Lloró lágrimas de dolor genuinas (11:35). Sin embargo, mientras Su humanidad es como la nuestra en todos estos aspectos, hay una manera en que es totalmente diferente a la nuestra: es sin pecado. Cuando miramos la vida de Cristo, no hay un incidente al que podamos señalar y decir: «Mira, un pecado». Negar la humanidad de Cristo es socavar el evangelio (ver 1 Jn 4:1-32 Jn 7-9).

Por nuestra salvación … crucificado

Después de toda una vida haciendo el bien, sanando a los enfermos y predicando el evangelio, Jesús fue arrestado por las autoridades judías y romanas. Aquel que es la Verdad y un perfecto amante de Dios fue acusado de ser un blasfemo. Sufrió vergonzosamente a manos de guardias judíos y soldados romanos, siendo azotado y burlado. Lo despojaron de todas Sus ropas y lo mataron sin nada para cubrir Su desnudez (Jn 19:23-24Mc 15:24). Su muerte fue la muerte más vergonzosa y dolorosa que los romanos conocían: la crucifixión (Heb 12:2Jn 19:16-18). El Autor de la vida, que había resucitado a los muertos, fue enterrado en una tumba. Lo más horrible de todo, sin embargo, fue la sensación de abandono de parte de Dios que inundó el alma de Jesús cuando murió (Mt 27:46Mc 15:34), porque en Su muerte Él llevó y experimentó por los pecadores la ira infernal que estos merecían (1 Cor 15:32 Cor 5:21Heb 9:11-1428). Su muerte fue nada menos que una muerte vicaria y propiciatoria. Negar esto es negar el evangelio.

Pero la muerte no pudo mantener a Jesús en la tumba, porque ni la muerte ni Satanás tenían ningún derecho sobre Él (Sal 16:10Hch 2:24-31). Entonces, Dios el Padre, por el Espíritu Santo, resucitó a Jesús de entre los muertos al tercer día (Mt 28:6-7Hch 2:32Rom 8:11), y Él fue visto en varias ocasiones por Sus Apóstoles y testigos selectos (Hch 1:3-81 Cor 15:4-8). Rechazar la resurrección corporal corta nuestra esperanza de salvación.

Este es el evangelio que el Nuevo Testamento enseña, que Whitefield predicó, y que todavía predicamos: Cristo, completamente Dios, se hizo hombre por nuestra salvación, murió por nuestros pecados y resucitó de los muertos. Cree esto y serás salvo.

Publicado originalmente en la Tabletalk Magazine.

Michael Haykin

Michael Haykin

El Dr. Michael Haykin es profesor de Historia de la Iglesia y Espiritualidad Bíblica en el Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, Kentucky. Es autor de varios libros, entre ellos The Christian Lover y Rediscovering the Church Fathers.