¿POR QUÉ Y PARA QUÉ NOS QUIERE SALVAR DIOS? | MICHAEL LAWRENCE

SALVOS PARA LA GLORIA DE DIOS

MICHAEL LAWRENCE

El propósito de nuestra salvación no es nuestra salvación en sí misma. El propósito de nuestra salvación es la gloria de Dios. “Por amor Mío, por amor Mío, lo haré” —dice Dios a través del profeta Isaías acerca de Su plan de salvación— “Mi gloria, pues, no la daré a otro” (Is 48:11). Y dice exactamente lo mismo a través del profeta Ezequiel. Hablando de la promesa del nuevo pacto, Dios declara: “No es por ustedes, casa de Israel, que voy a actuar, sino por Mi santo nombre, que han profanado entre las naciones adonde fueron” (Ez 36:22).

Esa es la razón por la que Dios ha obrado a través de Su Hijo. Efesios 2 nos muestra la obra divina de salvación corporativa e individual. Pero es en Efesios 1 donde se nos muestra el motivo: “para alabanza de Su gloria” (Ef 1:6, 12, 14). Y Efesios 3 nos enseña que no solo nuestra salvación individual da gloria a Dios, sino también nuestra salvación como pueblo. El propósito de Dios es que “la infinita sabiduría de Dios puede ser dada a conocer ahora por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Ef 3:10). Este es el “propósito eterno” de Dios (Ef 3:11).

Este nuevo hombre, la iglesia local, no se parece a nada que el mundo haya podido conocer. Su unidad no está basada en la etnicidad, ni en la cultura, ni en el estatus social, sino en una persona —Jesucristo—, Aquel que es la revelación de la sabiduría de Dios (1Co 1:22-30; Col 2:2-3). Y ahora, en Cristo, la iglesia se convierte en la revelación de la sabiduría de Dios para un mundo que nos observa.

Nosotros solos no podemos revelar la sabiduría del Dios que ha reconciliado a las personas consigo mismo, y a los unos con los otros. Necesitamos a la iglesia local, allí donde los que una vez fueron enemigos practican el amor y el perdón entre ellos, aun cuando pueden encontrar muchas razones para no hacerlo.

Así pues, cuando malentendemos el propósito de nuestra salvación, nos metemos en problemas. Si pensamos que Jesús nos salvó para hacernos felices, para que alcancemos nuestras metas, o para que seamos económicamente prósperos, tendremos la tentación de abandonar a Jesús si estas cosas no se materializan rápidamente en nuestras vidas. En vez de pensar que la salvación gira alrededor de la gloria de Dios, daremos por sentado que la vida cristiana gira alrededor nuestro, de nuestros dones, de nuestro llamado y de la manera en la que podemos realizar nuestros sueños. Y esto hace que la iglesia local se convierta en el escenario para mostrar nuestro potencial, en la plataforma para enseñar nuestros dones y en el auditorio para exhibir nuestra vanidad.

Este libro ha sido escrito para ayudar a las iglesias a entender correctamente la diferencia que la doctrina bíblica de la conversión hace en la enseñanza, el evangelismo, el discipulado, la membresía y cualquier otra faceta de la vida como iglesia local.

Pero todo cambia cuando entendemos que nuestra salvación gira en torno a la gloria de Dios. Entonces la vida cristiana deja de ser el lugar donde reivindico “mis derechos como creyente”, para convertirse en el lugar donde pongo mi vida al servicio de los demás. La iglesia deja de ser un escaparate donde exhibo mi llamado y mis dones, para convertirse en una comunidad donde reflejo la gracia de Dios. Lo más irónico de todo es que encontramos la “vida feliz y plena” cuando en vez de buscarla, buscamos a Dios y encontramos en Su gloria la plenitud para la cual fuimos creados.

No somos salvos siendo sinceros, ni teniendo sentimientos profundos, ni amando a Dios, ni haciendo buenas obras. Somos salvos por la obra de gracia de Dios en Cristo. Cuando la iglesia entiende esto y expresa dicha realidad, mostramos al mundo entero que la conversión cristiana no tiene nada que ver con cambiar de partido político o nuestra escala de valores. No es un simple cambio de opinión o mentalidad. La conversión cristiana significa ser rescatado. Ser rescatado de la muerte para pasar a la vida, de la ira para alcanzar perdón, de la esclavitud para obtener libertad. Y es un rescate obrado por Dios. Solo Él puede hacerlo.

El escritor de himnos Charles Wesley lo expresó de forma magnífica:

Mi alma, atada en la prisión,
anhela redención y paz.
De pronto vierte sobre mí
la luz radiante de Su faz.
Cayeron mis cadenas,
¡vi mi libertad y le seguí!.

La conversión es principalmente una acción de Dios y, en segundo lugar y con mucha diferencia, es una acción nuestra. Debemos ser salvos, y a través de Cristo lo somos. Pero la conversión también implica nuestra acción. Nos levantamos, caminamos y perseveramos. En el siguiente capítulo nos vamos a centrar en nuestra responsabilidad.

Este artículo sobre ¿Por qué y para qué nos quiere salvar Dios? fue adaptado de una porción del libro La conversión, publicado por Poiema Publicaciones.

¿Cómo orar por los inconversos?

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: Preguntas claves sobre la oración.

¿Cómo orar por los inconversos?

Michael Lawrence

Nota del editor: Este es el capítulo 19 de 25 en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Preguntas claves sobre la oración.

Tengo una amiga invonversa que me pide que ore por ella con mucha frecuencia. Yo sé que, aunque ella no lo sepa, lo que más necesita es conocer a Jesucristo para salvación. Entonces, ¿debería orar con y por ella por cosas buenas pero menos importantes? Después de todo, Jesús dijo: «Pues, ¿de qué le sirve a un hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se destruye o se pierde?» (Lc 9:25).

Cuando los inconversos nos piden que oremos por ellos, a veces nos sentimos agobiados. Por un lado, sabemos que Dios escucha nuestra oraciones por dirección, ayuda y misericordia temporal de una manera diferente a la que Él escucha las del no creyente. Proverbios 15:29 dice: «El Señor está lejos de los impíos, pero escucha la oración de los justos». No queremos pasar por alto lo que Dios puede estar haciendo en sus vidas por medio de las pruebas, y tampoco queremos ser usados para propósitos egoístas. Por otro lado, no nos alegramos por el sufrimiento de alguien, y queremos que nuestros amigos no creyentes conozcan el poder de Dios y se vuelvan a Él en fe. Entonces, ¿cómo deberíamos orar?

Solo Dios sabe como hacer que un pecador se vuelva a Él.

Encontramos la respuesta al darnos cuenta de que no tenemos que escoger entre su petición y nuestro deseo de arrepentimiento y fe. Podemos confiar en que Dios responde nuestras oraciones en Su perfecta sabiduría y para Su gloria máxima.

Si bien no podemos orar por peticiones malvadas o ilegales, debemos orar con gusto por cosas buenas para nuestros amigos no creyentes. La gente nos pide que oremos, entre muchas otras cosas, por trabajo, salud y relaciones amorosas pues son buenas dádivas de Dios. Jesús dijo: «Él hace salir Su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5:45). Las buenas dádivas de Dios no necesitan otra justificación, ni siquiera la salvación, y si nuestros amigos inconversos terminan usando esas buenas dádivas de manera ingrata, eso no cambia el hecho de que el amor busca cosas buenas tanto para el prójimo y como para el enemigo (v. 44).

Pero después de haber orado por la petición de nuestro amigo no creyente, también debemos orar, ya sea con él o en privado, para que Dios se revele a través de la respuesta a nuestra oración. Y podemos confiar en que Dios sabe cómo hacerlo. En Su perfecta sabiduría, Él puede usar la concesión de una buena dádiva en respuesta a la oración para mover a alguien a creer en Su existencia y poder, y así buscarlo en el evangelio. Y debemos ser audaces para dar seguimiento y notar esto. Por otro lado, Dios puede negarle esa buena dádiva para que quede sin alternativa y venga a Él.

Solo Dios sabe como hacer que un pecador se vuelva a Él. No sabemos cómo sucede, pero no hay que temer que nuestras oraciones por cosas buenas se interpondrán en el camino. Nuestra responsabilidad es amar a nuestro prójimo a través de la oración, orando por cosas buenas y orando por lo mejor.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Michael Lawrence
Michael Lawrence

Michael Lawrence es el pastor principal en Hinson Baptist Church y profesor adjunto de teología sistemática en el Southern Baptist Theological Seminary.

Consolad a mi pueblo

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Consolad a mi pueblo

Michael Lawrence

Nota del editor: Este es el quinto y último capítulo en la serie «La vergüenza», publicada por la Tabletalk Magazine.

Dado que la vergüenza siempre está escondida, a menudo nos toma por sorpresa. Un incrédulo ha estado asistiendo a mi iglesia por varios meses. Siempre vestido de manera muy profesional y bien hablado, con frecuencia me agradece por mis sermones, pero nada en nuestras interacciones pasadas me prepararon para su visita a mi oficina.

En el sermón del domingo anterior, consideré la huída humillante de David de Jerusalén en 2 Samuel 15. Observé que David no solo estaba aprendiendo a confiar en Dios en medio de su humillación, pero también estaba apuntando a Cristo Jesús. Al igual que David, Jesús salió de Jerusalén humillado. Fue despojado de cada pedazo de dignidad, no al huir, sino al morir en la cruz, desnudo y avergonzado. Pero a diferencia de David, la humillación de Jesús no era el resultado de Su pecado sino del nuestro. La increíble verdad del evangelio es que Jesús no solo cargó nuestra culpa, sino que también soportó nuestra vergüenza (Heb. 12:2).

Nuestras iglesias deben ser lugares donde la vergüenza es redimida en lugar de negada.
Esto resonó en el corazón del visitante. Por décadas, él había cargado un sentido ineludible de vergüenza. Siendo un inmigrante, había sido educado en las escuelas que le enseñaban que debía avergonzarse por quien era. A pesar de que había crecido y se había convertido en un defensor de los suyos, no podía escapar a la vergüenza que sentía. Mientras hablábamos, su vergüenza se anexaba a las cosas que había hecho al igual que a su etnicidad, y sin importar cuánto intentara, no podía escapar de ella. Él sabía que los maestros en la escuela se habían equivocado en cuanto a su cultura. También sabía que tenía razón para sentirse avergonzado.

Nuestras iglesias están llenas de personas como este hombre. Personas llenas de vergüenza por lo que les ha sucedido y lo que han hecho. Se esconden, esperando que los demás no los vean. Puede que se escondan detrás de su personalidad solitaria, pero también pueden esconderse en el perfeccionismo, éxito, activismo e incluso en su audacia. Pero como Adán y Eva, quienes después de la caída intentaron esconder su vergüenza con hojas de higuera (Gn. 3:7), nuestras estrategias no funcionan porque la vergüenza permanece. No importa que tan bien la cubramos, sabemos que sigue ahí.

Así que, ¿cómo puede la iglesia local ayudar a consolar y sanar a los que se esconden, cubiertos en su vergüenza?

Primero, necesitamos ser comunidades donde el evangelio es predicado. No solo desde el púlpito, sino también en nuestros grupos pequeños y relaciones de mentoría, a la hora de compartir una comida y al reunirnos para tomar un café. Y ese evangelio debe abordar nuestra vergüenza. Jesús no solo nos justifica; Él también nos hace limpios y nos viste con Su justicia. Se alude a esto cuando Dios viste a Adán y a Eva (Gn. 3:21), pero se cumple en Cristo, en quien hemos sido vestidos «de ropas de salvación» (Is. 61:10). El mensaje del evangelio no es menos que perdón; es más. Cristo nos quita nuestra vergüenza y nos da Su justicia.

Segundo, necesitamos modelar el aceptarnos unos a otros en Cristo. Sanar la vergüenza no requiere que la hagamos pública en un domingo en la mañana, pero sí involucra revelar nuestra vergüenza a personas que llevarán nuestra pena con nosotros en amor. «Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él» (1 Co. 12:26). Cuando salimos de nuestro escondite y descubrimos que los demás no nos rechazan, comenzamos a creer que Dios en Cristo no nos rechaza tampoco.

Tercero, a diferencia de la respuesta del mundo, nuestra respuesta a la vergüenza no es el convertirnos en descarados. Los avergonzados necesitan arrepentirse. Pero para hacerlo, necesitan ayuda para poder distinguir las causas de su vergüenza. La vergüenza es compleja y distorsionadora. Nos culpamos a nosotros mismos por lo que otros nos hicieron y nos excusamos por cómo respondimos. Esta es «la tristeza del mundo [que] produce muerte» (2 Co. 7:10-11). La esperanza para el avergonzado se encuentra al colocar la responsabilidad en el lugar que le corresponde, y eso requerirá, por lo general, la perspectiva clara de los demás. A medida que ayudamos a las personas a ver la diferencia entre su propio pecado y el pecado de otros hacia ellos, la tristeza piadosa y el arrepentimiento pueden comenzar su obra de gracia en nosotros.

Finalmente, nuestras iglesias deben ser lugares donde la vergüenza es redimida en lugar de negada. En 1 Corintios 6:9-10, Pablo da una lista de pecados vergonzosos que los creyentes no deben tolerar entre ellos. Pero luego pasa a declarar en el v. 11: «Y esto erais alguno de vosotros». Los avergonzados ven a su alrededor en la iglesia y no encuentran a alguien como ellos. Pero por medio de los testimonios públicos, relaciones transparentes, cuidado de los grupos pequeños, e inclusive sabias ilustraciones en los sermones, los avergonzados descubren que están en la compañía de pecadores redimidos. Cuando eso sucede, se transmite la esperanza de que la siguiente declaración de Pablo también podría ser cierta para ellos: «Pero fuisteis lavados, pero fuisteis santificados, pero fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios».

El único tipo de iglesia local que puede traer consuelo a los avergonzados es la iglesia que no se avergüenza del evangelio. Y eso significa reconocer la humillación que Jesús soportó por nosotros. Esto es lo que el hombre que vino a mi oficina se le hacía tan difícil de aceptar. Estaba esperando por un cristianismo que le quitara su falsa vergüenza, sin confrontarlo con su verdadera vergüenza. Pero esto un paquete completo. Él sigue escuchando, sigue batallando. Y nosotros seguimos caminando con él, porque no nos sorprende la vergüenza. Más bien, como cristianos, sabemos tanto lo que es estar avergonzados como el que nuestra vergüenza haya sido removida.

Este artículo fue publicado originalmente en la

Michael Lawrence
Michael Lawrence
Michael Lawrence es el pastor principal en Hinson Baptist Church y profesor adjunto de teología sistemática en el Southern Baptist Theological Seminary.

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