Otra Vasija

Otra Vasija

“Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla” (Jer. 18:4).

Dios tomó la figura del alfarero para enseñar una alentadora lección. La vasija que en sus manos estaba moldeando, es una comparación con los creyentes. Es Dios mismo que dice: “He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano”. La primera porción de aliento es que cada uno de nosotros estamos en la mano del Salvador. Él mismo dijo: “yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:29). El Padre celestial ha determinado que todos sus hijos seamos conformados a la imagen de Jesús (Ro. 8:29). Esta operación la está realizando el Espíritu Santo, reproduciendo en nosotros el modelo de vaso perfecto que es el Señor.

«La primera porción de aliento es que cada uno de nosotros estamos en la mano del Salvador.»

Está trabajando para hacer de cada uno de nosotros una vasija con características excepcionales: Tiene el atractivo del amor, como el de Cristo, que se manifiesta en toda ocasión; en el hogar; entre hermanos; hacia el mundo que se pierde. Además Dios desea que estemos llenos de gozo, el profundo sentimiento que brota de una vida de comunión y descanso en Dios. Añade también la serena tranquilidad ante la vida, que es el resultado de la experiencia de paz. Quiere que la vasija sea capaz de resistir cualquier embate, por eso le da la paciencia, para soportar las afrentas y sufrir sin rencor vengativo. Añade Dios la benignidad, el elemento que nos hace útiles y serviciales. También genera la bondad, expresión de un carácter noble, capaz de perdonar. Además está la fe, más bien la fidelidad que hace que nuestra vida se ajuste a la fe que declaramos. Un elemento más es la mansedumbre, disposición a ceder los derechos a favor de los demás, sometiéndonos a la voluntad de Dios. Finalmente añade un último componente, la templanza, que nos hace ser capaces de controlarnos a nosotros mismos y vivir en santidad.

Por la razón que sea, tal vez mi vida pueda inutilizarse; el vaso que soy yo se echa a perder; no adopto la forma que el Alfarero celestial quiere darme. Es posible que algún fracaso moral agriete mi existencia; acaso una desorientación espiritual me está haciendo inútil para Dios; tal vez he faltado en las relaciones familiares; o es posible que esté desalentado porque no tengo resuelto mis problemas espirituales. Estoy desalentado y desanimado. Me doy cuenta que he fallado a Dios. Pero, el aliento divino viene en mi ayuda. La vasija quebrada sigue en la mano del alfarero. Él no se cansa e inicia de nuevo el trabajo en mí. Él no arregla los defectos, hace algo mucho más admirable: “volvió y la hizo otra vasija”. Dios no quiere que mi vida sea parcialmente triunfante, busca un triunfo completo. Su propósito se cumple inexorablemente: “…el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús”.

«La vasija quebrada sigue en la mano del alfarero. Él no se cansa e inicia de nuevo el trabajo en mí.»

El secreto para ser un vaso útil para Dios, provechoso para el mundo, y satisfactorio para mí mismo, consiste en permitir que el Espíritu haga en mí el cambio que necesito. Debo permitir que Él lo haga; que me quebrante; que me moldee; que me transforme. No habrá nada que pueda impedir que sea cada vez más semejante a Jesús. Señor, que no impida tu obra, cámbiame, renuévame, pero, por favor, no permitas que me haga inútil para tu obra.

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FAMILIA

Familia

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“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn. 2:24).

10350414_516436341790096_3737687015717083030_n-e1414331566657La familia es la unidad básica de la sociedad establecida por Dios mismo. Esta unidad está afectada por las circunstancias adversas que el pecado produce contra todo lo establecido por Dios. El matrimonio es, por tanto, una institución controvertida y en crisis. Sin embargo, el matrimonio como base y la familia como consecuencia adquieren una dignidad peculiar en razón de los valores con que fue investido por Dios mismo desde el principio de la humanidad. Es un estado de alta estima y valor, a la vez que frágil, a causa del pecado humano. La institución matrimonial, conforme al propósito de Dios, es para toda la vida de los cónyuges. El matrimonio es también una esfera de intimidad máxima en todos los órdenes. Quiero conducir a una reflexión sobre este asunto, que por su extensión tendré que dividirla en, por lo menos, dos veces.

El matrimonio es la base del hogar y de la familia. El término hogar, procede del latín focarem, lugar donde se coloca el fuego. El de familia, procede también del latín famula, que significa criado, dando una idea de servicio de unos hacia otros (Ef. 5:21). Uniendo los conceptos, el matrimonio debe expresar: unidad; convivencia (lat. convivium), una vida en común; cohabitación (lat. connubium), que tiene que ver con la esfera de la intimidad personal; consorte (lat. consortium), que significa compartir la misma suerte; vida en común (lat. conjugium), que significa aguantar bajo el mismo yugo, compartiendo juntos toda la problemática. Junto con esto calor entrañable de hogar y la ayuda mutua, vital en la relación.

El matrimonio es honorable para todos (He. 13:4). La prohibición del matrimonio como algo que contribuye a alcanzar mayor nivel de espiritualidad en el servicio es una enseñanza, que el apóstol Pablo califica de diabólica (1 Ti. 4:1-3). Afirmar que el celibato es un estado superior al matrimonio contradice la instrucción bíblica.

Acudiendo a la Palabra, única autoridad en materia de doctrina y ética, se aprecia que cuando Dios creó al hombre, lo hizo con la determinación de delegar sobre él la responsabilidad y privilegio del gobierno del mundo, capacitándolo para ello (Gn. 1:26). El el proyecto divino estaba en crear a un varón, primero, y luego a una mujer, procedente de esa primera creación (Gn. 1:27). No es verdad que haya creado a un ser en el que había hombre y mujer, que luego serían separados, como enseña el Taillardismo, contrario a la verdad de la Palabra. La revelación divina está orientada a una familia en la que el gobierno es compartido por el varón y la mujer, notándose el plural que la Escritura usa (Gn. 1:28).

La condición imperfecta en esa creación consistió en la presencia del varón solo, de ahí la observación divina: “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn. 2:18). Eso marca un profundo contraste con lo que anteriormente dice Dios cuando observa la creación: “era bueno en gran manera” (Gn. 1:31). Toda la creación era buena incluyendo el propósito de la creación, tanto del hombre como de la mujer (Gn. 1:27). La presencia de un varón solo dejaba incompleto el programa divino para la humanidad. Dios acudió a la solución creando a la mujer (Gn. 2:2b-22). No fue para servir al hombre, para eso estaban los animales. No era para que gobernase sobre el hombre, ya que éste es la cabeza. La idea de ayuda idónea es la de un ser capaz de dialogar y mantener comunión en igualdad de condiciones.

El matrimonio es una institución divina (Gn. 2:24). Dios como Padre trae la mujer al hombre. Éste la recibe como un don divino (Pr. 18:22). La esposa, por tanto, ha de ser tratada como tal don (1 P. 3:7). El Señor aclaró que esa institución es un mandamiento del Creador (Mt. 19:4-6).

Dios establece la unidad matrimonial. Establece una relación exclusiva y excluyente: “El hombre… su mujer”. Cualquier otra relación con otro hombre o con otra mujer está excluida en el propósito de Dios. Establece también una relación reconocida: dejará. Los vínculos familiares anteriores se sustituyen por los de la nueva familia, creando otra unidad distinta. Esto no supone que se deje de “honrar padre y madre” (Ef. 6:2). Se establece también una disposición de entrega: se unirá. Cada una de las partes se entrega a la otra, pero en el texto comienza la obligación por parte del marido. Finalmente Dios establece una relación permanente: “serán una sola carne”. No está en la mente del Creador disolver la unidad matrimonial. Es más, esa relación no son dos yo, que se convierten en un nosotros, sino dos yo, que se convierten en otro yo. De manera que cuando se rompe la unidad matrimonial, no es un retorno de nosotros a otros dos yo, sino la muerte irremediable de un yo, que no puede resucitarse.

Un aspecto que se olvida hoy es el concepto de pacto matrimonial. Quiere decir que el matrimonio es el resultado de la decisión voluntaria de unión de un hombre y una mujer, aceptando lo establecido por Dios (Gn. 2:24). El garante del pacto matrimonial es Dios mismo (Mal. 2:13-14). Él se constituye en testigo de cargo contra quien rompa el pacto. El matrimonio es un convenio en el que Dios interviene. Pero algo más, el matrimonio es un estado sometido a juramento (Dt. 6:13), puesto se hace reconociendo y aceptando lo que Dios ha determinado. Por tanto es un pacto sagrado (Pr. 2:17), sin darle a esto un carácter sacramental como medio de gracia. La expresión más elevada del matrimonio es que Dios lo toma para referirse a Su relación con Su pueblo (Ez. 16:8), en el antiguo orden y de Cristo y la Iglesia en el nuevo.

El matrimonio no se basa en disposiciones humanas reguladas por leyes, sino en preceptos divinos. Se utilizan con frecuencia textos que enseñan sobre la institución matrimonial en el Antiguo Testamento (Gn. 1:27; 2:24). Esa misma fue la enseñanza de Jesús (Mr 16:6 s.; Mt. 19:4 s.), como también por el apóstol Pablo (1 Co. 6:16; Ef. 5:31). El matrimonio es, conforme a la enseñanza bíblica, la vida en común de un solo hombre con una sola mujer. No se contemplan, sino como pecaminosas, otras uniones diferentes. El Nuevo Testamento enseña la unidad del matrimonio mientras vivan ambos cónyuges (Ro. 7:2-3). De ahí que la relación matrimonial exija lealtad absoluta (1 Co. 7:2).

La normativa del Nuevo Testamento para la celebración del matrimonio, es también clara. No le confiere carácter sacramental, ni se establece como ordenanza para la iglesia, puesto que el matrimonio no es un aspecto religioso, sino una determinación soberana de Dios para la regulación de la sociedad humana. El poder civil es el que da testimonio del hecho y regula como debe celebrarse legalmente el matrimonio en el tiempo histórico de la ley. El creyente está obligado a la obediencia al poder civil y a las leyes que regulan el matrimonio (Ro. 13:1a). Los gobernantes regulan el aspecto de su celebración para que quede constancia del hecho, entendiendo que ejercen autoridad por delegación divina (Ro. 13:1-2).

El cristiano debe recuperar estas verdades sobre el matrimonio, en un mundo donde la institución atraviesa por una de las mayores crisis de su existencia. El divorcio ha tomado carta de naturaleza en la sociedad y, lo que es más lamentable, entre cristianos. Las leyes permisivas de los hombres han degradado la institución permitiendo uniones distintas a la que Dios ha establecido, absolutamente perversas no desde el punto de vista de la moral religiosa, sino desde la norma natural. Es urgente una aproximación a este vital tema que iremos abordando en sucesivos temas.

Samuel145x145Samuel Pérez Millos, es pastor en la Iglesia Evangélica Unida de la ciudad de Vigo, España, desde el 26 de septiembre de 1981.
-Cursó los estudios de Licenciatura en Teología, en el Instituto Bíblico Evangélico, graduándose el 10 de junio de 1975.
-Master en Cristología y Espiritualidad Trinitaria.
-Autor de más de 45 libros de teología, comentarios bíblicos y vida cristiana.
-Actualmente está produciendo el Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento, obra en veinte volúmenes, (ver apartado Literatura).
-Colaborador en programas de Radio y Televisión, tanto en España como en Hispanoamérica.
-En el Ministerio Exterior es conferenciante en distintos países de Europa, Hispanoamérica, Estados Unidos y Australia.
-Profesor en el Instituto Bíblico «Escrituras» (AA.HH.), profesor en la Escuela Evangélica de Teología (Fieide), profesor en la Facultad Internacional de Teología (IBSTE) de Barcelona.

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Iglesia victoriosa

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Pastor: Samuel Millos

alimentemos_el_almaY viniendo Jesús á las partes de Cesarea de Filipo, preguntó á sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Y ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros; Jeremías, ó alguno de los profetas. El les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos. Mas yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y á ti daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó á sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo. Mateo 16: 13-20

 

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CONSUELO LEGALISTA

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CONSUELO LEGALISTA

alimentemos_el_alma   La angustia de Job viene ahora de quienes debieran ser fuente de consuelo, los amigos. Le habían venido a visitar con ese propósito. Todos ellos son gente de poco discernimiento espiritual. Conocen la justicia de Dios, pero ignoran la gracia y la misericordia. A causa de esto fueron consuelo para Job en la primera semana, cuando estuvieron en silencio, pero espinas hincadas cuando comenzaron a hablar.\

       El problema surge de una incorrecta perspectiva sobre la causa de la aflicción. Amontonan contra él críticas, humillaciones y acusaciones. Es la dimensión propia del legalista que sólo ve problemas en el hermano y que tiene una limitada comprensión del Señor. Cree que Dios castiga por pecado y se olvida de que Él permite las pruebas. Así pensaban los discípulos cuando preguntaron a Jesús sobre el ciego de nacimiento: ¿Quién peco, este o sus padres para que naciese ciego? El legalista es sentencioso y condenatorio. El primero en hablar con Job fue Elifaz. Éste descansa en su propia experiencia. Es un hombre mayor que cree que lo sabe todo (15:10). En lugar de consolar predica. Considera que Job necesita un examen personal que le indique cual es la causa de la prueba. Le acusa de falta de fe y de impaciencia (4:5), aprovechando para decirle que está recibiendo lo que merece, porque Dios no es injusto para castigar al bueno, por tanto, si estaba en depresión y en prueba es porque no era justo como dice. El que acusa se considera un hombre espiritual con mucha experiencia (4:12-17); tuvo visiones (v. 13); aprendió que Dios no actúa incorrectamente (v. 17); por tanto la angustia vital era el resultado de una mala relación con Dios. Al que está en prueba se le recomienda que reconozca que es un castigo divino y que debe confesar su pecado para ser restaurado (5:27). Hay muchas veces, en la vida del que está sufriendo, consoladores sin entendimiento. ¡Dios nos libre de caer en el consuelo del legalista! Pero más aún: Dios nos libre de ser legalistas para otros juzgándolos sin piedad. Eso es un notable pecado.

       Tal vez estés en una situación semejante. Quiero dejarte una palabra de aliento. Deja de ver a los que te rodean y contempla a los victoriosos de la fe, todos zarandeados por el sufrimiento y las pruebas (He. 11:36-40). Mira sobre todo al Hijo de Dios. Ningún sufrimiento más injusto, humanamente hablando, que el suyo. El que “no conoció pecado” (2 Co. 5:21), está en la Cruz diciendo, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Pero también dijo: “… me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Jn. 16:32). ¡Que bendita seguridad! Como fue con Él será también con nosotros. La dificultad y la angustia son permitidas para fortalecer nuestra fe (1 P. 1:6-7). Siempre la aflicción será por un tiempo limitado. La Biblia es el medio de consolación y esperanza (Ro. 15:4). La lectura y meditación de la Escritura producirá en nosotros paciencia y consuelo, porque en ella promete Dios que “a los enlutados levanta a seguridad” (5:11). Refugiémonos en ella y encomendemos nuestra causa al Señor. Abramos hoy la Biblia, volvamos a ella, lloremos sobre sus páginas y encontraremos en ella cuanto necesitamos.

Señor, dame la paz de tu consuelo, la calma de tu aliento y el gozo de tu gracia.

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Soberanía y Gracia

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Soberanía y Gracia

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La doctrina bíblica de soberanía y salvación, tiene ciertos conflictos que suelen ser cuestionados tratando de ajustarla a los valores teológicos de intérprete. Esta breve selección de textos de un largo pasaje en el que el apóstol Pablo habla fundamentalmente sobre la relación de Dios con Israel y su futuro, resulta compleja y no siempre es bien entendida e interpretada. Por esa razón desde el campo llamado hipercalvinista, o ultracalvinista se enfatiza en el hecho exclusivo de la elección, haciendo una propuesta sobre el orden de los decretos divinos en cuanto a salvación, como sigue: 1) Decreto de elegir a algunos para salvación y de reprobar a todos los demás. 2) Decreto de crear a los hombres, tanto elegidos como no elegidos. 3) Decreto de permitir la caída. 4) Decreto de salvar a los elegidos. 5) Decreto de aplicar la salvación solo a los elegidos. El problema de esta propuesta está en el orden de los decretos divinos en el que figura el de elección y reprobación en primer lugar, esto hace que Dios cree al hombre ya condicionado a salvación o perdición eterna. De este modo están algunos destinados a la condenación antes de que pecasen, o de otro modo, sin otra causa que la voluntad soberana de Dios. No cabe duda que Dios sabía quienes creerían y quienes rehusarían creer, pero esta responsabilidad, como la de la existencia del pecado, no puede imputársela a Dios, sino que es responsabilidad de la criatura.

       En el comentario a los versículos que se han seleccionado se procura situar en el contexto bíblico la enseñanza que algunos usan para justificar la condenación de los perdidos y otros desconocen en cuanto a soberanía divina. Los textos se comentan individualmente. 

15. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. 

       A Moisés dice: La cita tomada por Pablo corresponde a la respuesta que Dios dio a Moisés cuando le pidió que le mostrase Su gloria (Ex. 33:19). La gloria de su Persona se manifiesta en Su nombre, que pone de manifiesto la soberanía divina, unido a la misericordia que el Señor tiene.

        Tendré misericordia del que yo tenga misericordia. Nótese que la respuesta divina se relaciona sólo con la misericordia y la compasión. Los actos de Dios en ningún modo pueden ser injustos, puesto que siempre manifiestan misericordia y compasión.

        En el entorno histórico en que se produce la respuesta de Dios a la petición de Moisés, el pueblo de Israel había pecado gravemente contra Dios, cayendo en la idolatría y fabricando un becerro de oro, como figura representativa de Dios mismo. El Señor, en justicia, había determinado eliminarlo y dejar con vida a Moisés para hacer de él una nueva nación (Ex. 32:10). Moisés intercedió delante de Dios, y Dios perdonó al pueblo (Ex. 32:11-14). Dios puso de manifiesto su misericordia con el perdón otorgado a Israel. Es ahí cuando Moisés pidió ver la gloria de Dios (Ex. 33:18). El Señor le respondió hablándole de gracia y misericordia (Ex. 33:20). Más tarde proclamaría Su nombre rodeándolo nuevamente de gracia y compasión (Ex. 34:6, 7). Dios hace todo esto, no por mérito humano, sino por soberanía misericordiosa. Por tanto, no hay posibilidad alguna de acusar a Dios de un obrar injusto porque elija entre personas para llevar a cabo su propósito y el cumplimiento de sus promesas.

 16. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.

        Asi que no. Mediante la fórmula ingresiva compuesta por la partícula conjuntiva a[ra, así, ligada a la conjunción causal ou\n,pues, se establece una oración conclusiva que expresa aquello que se deriva de todo lo dicho antes: Así, pues. Hay una dificultad en el versículo y es la ausencia del sujeto de la oración. ¿Qué es lo que no depende del que quiere ni del que corre? El entorno textual exige que se considere como la elección o también la misericordia de Dios.

       No del que quiere. En cuanto a lo que concierne a la elección y a las promesas, no es asunto de hombres y, por tanto, no es lo que el hombre quiera. Con toda precisión lo afirma: no del que quiere. Es decir, no se dan las promesas en base a deseos humanos. Algunos autores, a causa de su posición teológica que identifica a Israel con la Iglesia, y las promesas dadas a Israel como si fuesen dadas para la Iglesia, confunden la esfera de las promesas con la de la salvación. Por esta causa atribuyen la afirmación de Pablo a quienes son salvos, por lo que la salvación no depende de deseo humano. Esto es verdad, pero no en el contexto que se está considerando. Sin embargo, es necesario entender también que la salvación no depende del hombre, sino de Dios que la otorga (Sal. 3:8; Jon. 2:9). Con todo, Pablo está enseñando aquí que las promesas y la elección de quienes extienden a lo largo de la descendencia de Abraham la línea de la promesa, no se debe a deseo humano, sino a Dios que lo determina en su soberanía.

       Ni del que corre. De igual manera no puede ser alcanzada por esfuerzo humano: “ni del que corre”. Pablo es muy dado a usar las figuras de los corredores en un estadio (cf. 1 Co. 9:24; Gá. 2:2; 5:7). Por esa causa ha hecho destacar antes, que de los hijos de Isaac, la línea de la promesa corre por medio del hijo menor, escogido antes de haber hecho nada, ni bueno ni malo, por cuanto no había nacido aún. Todo esto está enfatizando la soberanía de Dios que lo hace “para que la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama” (v. 11).

        Sino de Dios que tiene misericordia. La conclusión final es concluyente: Todo esto es un asunto potestativo de Dios que da las promesas y elige a quien van destinadas. Todo ello es simplemente un acto de la misericordia divina: “sino de Dios que tiene misericordia”. La elección concretada en los hombres a quienes Dios elige, son la expresión en el tiempo y la historia del propósito soberano y eterno de Dios, sin injusticia ni arbitrariedad.

        Por extensión esta verdad alcanza también a la misericordia en salvación. La promesa admirable de la vida eterna para todo aquel que cree, no es asunto de desear del hombre, ni del esfuerzo humano. La salvación es un don de la gracia y las obras nada tienen que ver para obtenerla, sino la gracia misericordiosa de Dios (Ef. 2:8-9).   En todo ello, aunque el hombre no puede hacer nada para alcanzar la posición en relación con las promesas, y tampoco con la salvación, a no ser que Dios actúe en su favor, no se puede excluir la responsabilidad del hombre en aceptarla o rechazarla y, en todo caso, no se le excluye la responsabilidad para vivir conforme a los dones de Dios.

        Un interesante párrafo de Newell sirve para resumir la enseñanza del versículo:

        “¡Oh, que este versículo penetre en nuestros oídos, en nuestro mismo corazón! Quizá ninguna declaración de toda la Escritura pueda llevar al hombre a tan absoluto extremo. El hombre piensa que puede ‘desear’ y ‘decidir’ hacia Dios, y que después de haber ‘decidido’ y ‘deseado’ tiene la facultad de ‘correr’ o, como dice, de ‘no cejar’. Pero tanto el decidir como el no cejar están en este versículo completamente descartados como fuente de la salvación, la cual se declara que es de Dios que tiene misericordia. No se niega aquí la responsabilidad humana en ninguna manera; el hombre debe desear y debe correr. Pero no somos más que pecadores y no podemos ni podremos hacer nada, a menos que Dios venga a nosotros en misericordia soberana”[1]

 17.  Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra.

        Porque la Escritura dice a Faraón. Tanto la libertad de la elección como la del rechazo son potestativas en Dios. El que eligió a Jacob para la línea de la promesa, rechazó para la misma causa a su hermano Esaú. Para enfatizar este segundo aspecto de la soberanía divina, el apóstol hecha mano de otro personaje de la historia antigua, que fue Faraón. Dios habló a Faraón por medio de Moisés y el mensaje quedó recogido en la Escritura, de ahí que Pablo diga que “la Escritura dice a Faraón”. La referencia está tomada del Pentateuco, en donde se lee: “Y a la verdad yo te he puesto para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra” (Ex. 9:16).

        Porque para esto mismo te levanté. Dios dice a Faraón que había sido levantado por Él. La aparición del monarca egipcio no se debió a un acontecer histórico casual, sino a la expresión de la determinación divina en relación con él. Esto es, Dios coloca a Faraón en su tiempo histórico con un propósito previamente establecido por Él. Es necesario prestar atención al verbo que Pablo utiliza aquí; la forma verbal traducida por levanté, tiene el sentido de dejarle hacer acto de presencia en la historia. Ese es el mismo sentido que la palabra tiene en otros lugares del Nuevo Testamento, como es el caso del testimonio que Jesús da sobre Juan el Bautista: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan” (Mt. 11:11)[2].

        Para mostrar en ti mi poder. Dios que permitió la aparición histórica de Faraón en un determinado tiempo, lo hizo para un propósito predeterminado: “para mostrar en ti mi poder”.

        El pasaje del Éxodo es determinante para entender lo que el apóstol cita aquí. Dios había enviado sobre Egipto, por causa de la rebeldía de Faraón, las seis primeras plagas: El agua del río transformada en sangre (Ex. 7:14-25); la plaga de las ranas (Ex. 8:1-15); la de los piojos (Ex. 8:16-19); la de las moscas (Ex. 8:29-32); la enfermedad en el ganado (Ex. 9:1-7); las de las úlceras en hombres y animales (Ex. 9:8-12). Es en el anuncio de la séptima plaga, la del granizo, en donde Dios dice a Faraón que “serás quitado de la tierra”, y que lo había levantado, que en este contexto equivale a te he dejado vivir, para mostrar mi poder en ti. Dios hubiera podido matar a Faraón, pero no lo hizo porque para él tenía el propósito de ser el instrumento que pusiera de manifiesto la omnipotencia divina. En este propósito “mostrar en ti mi poder”, se concreta la historia del Éxodo. Fue el poder de Dios sobre Faraón que liberó a Su pueblo de la esclavitud en Egipto y abre un nuevo camino en el cumplimiento de los pactos y de las promesas. Otras cuatro plagas más completarán los juicios divinos sobre Egipto: la del granizo (Ex. 9:7-35); la de las langostas (Ex. 10:1-20); la de las tinieblas (Ex. 10:21-29); finalmente la de la muerte de los primogénitos (Ex. 11:1-10).

        Y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra. Un segundo aspecto en el propósito divino en relación con Faraón es el de que “mi nombre sea anunciado por toda la tierra”. Tiene que ver con mostrar a todas las naciones la omnipotencia de Dios vinculada con Su nombre. No cabe duda que Dios asignó a Faraón en la historia humana un papel negativo con el fin de demostrar universalmente que Su poder es sobre cualquier poder humano, por grande que sea. Así lo había dicho a Moisés:“Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo” (Ex. 4:21). Más adelante le dice: “Y yo endureceré el corazón de Faraón, y multiplicaré en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. Y Faraón no os oirá; mas yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy Jehová” (Ex. 7:3, 4, 5).

        Un aparente problema en relación con la acción divina sobre Faraón, se considerará más adelante (v. 19). Por el momento existe aquí una dificultad que abre la puerta a dicho aspecto. El texto de Pablo afirma que Dios trajo a la existencia en un determinado momento de la historia humana a Faraón, y lo mantuvo con vida para que fuera objeto directo y testimonio real de la omnipotencia divina y del cumplimiento de Su plan en relación con las promesas dadas a Israel.

 18. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece.

       Compasión y endurecimiento están presentes en los actos divinos, conforme a Su voluntad. Él demuestra su compasión a unos y endurece a otros, conforme a Su determinación. Esta conclusión sorprende al hombre, acostumbrado a conseguir que todo gire a su alrededor y se ajusten las acciones a su voluntad. Cuando esto no ocurre suele acusar de injusto al que opera contrario a lo que él considera que no se ajusta a su propio concepto de justicia.

        Pablo está procurando destacar que la voluntad divina actúa en plena libertad, independientemente de cualquier acción o condición humana. Así lo entiende Wilckens:

        “Así, ambas cosas son ciertas: Dios demuestra su compasión a quien quiere, y endurece a quien le place. Pablo quiere destacar esa voluntad de Dios absolutamente libre, independiente de los hombres. Puesto que es la Escritura misma quien destaca tanto en versión positiva como negativa esta voluntad de Dios, esa misma palabra nos da también la seguridad de que Dios no actúa entonces de manera injusta: la justicia de Dios sólo puede existir en esta libertad absoluta de su actuación, ya que un Dios dependiente del hombre no sería Dios y, por consiguiente, una justicia dependiente de los hombres no sería justicia de Dios”[3].

        Sin embargo, la actuación de Dios en el aspecto reprobador, “al que quiere endurecer, endurece”, no obedece a un capricho arbitrario operativo desde Su omnipotencia. En el caso concreto de Faraón, la historia bíblica lo enseña claramente. Dios no endureció el corazón de Faraón para que actuase meramente al servicio instrumental de mostrar Su poder y gloria, sino que lo hizo confirmando la dureza progresiva del corazón del monarca. La Biblia afirma que a cada una de las cinco demandas divinas para que dejase en libertad a Su pueblo, Faraón respondió con una negativa que surgía de su voluntario endurecimiento; fue él que endureció su corazón (cf. Ex. 7:13, 22; 8:15, 19, 39, 32; 9:7). Fue a la séptima vez que Dios confirma la dureza de aquel corazón (Ex. 9:12). A partir de esa situación, habiendo endurecido Dios su corazón, no había más opción para él que el juicio divino, que pondría de manifiesto delante de todos la grandeza de Dios. Esto era algo sabido de antemano por Dios, por eso dijo anteriormente a Moisés: “Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante del Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo” (Ex. 4:21). Las maravillas que Moisés hizo delante de Faraón no sirvieron para que reconociera el poder de Dios, sino que endureció su corazón contra la demanda divina, por tanto, fue instrumento para que Dios mostrase ante todos Su poder en él. Eso es lo que anteriormente había dicho a Moisés: “Y el corazón de Faraón se endureció y no los escuchó, como Jehová lo había dicho” (Ex. 7:13). El Señor conocía la dureza de rebeldía que Faraón había atesorado en su corazón:“Entonces Jehová dijo a Moisés: El corazón de Faraón está endurecido, y no quiere dejar ir al pueblo” (Ex. 7:14). No se trataba de una dureza impuesta por Dios, sino de una actitud voluntaria de Faraón. La actitud arrogante del monarca egipcio está claramente atestiguada por sus propias palabras: “¿Quién es Jehová para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel” (Ex. 5:2).

        Sin duda Dios cumplió su propósito de manifestar Su poder y proclamar su nombre en toda la tierra por medio de Faraón. El poder especialmente mostrado sacando a Su pueblo esclavo, de Egipto, lugar de esclavitud (Dt. 6:21; 7:18-19; 11:4; Sal. 77:14-15; 135:9). El nombre de Dios fue proclamado ante las naciones en razón de lo que Dios hizo sobre los dioses de Egipto (Dt. 6:22; 11:3; 34:11), por tanto, los pueblos aprendieron la lección (1 S. 4:7-8).

        De la misma forma ocurrió en los tiempos de Jesús, con el abierto rechazo de Israel al Mesías, a pesar de las señales mesiánicas hechas delante de todos, de modo que Dios confirmó el endurecimiento de Su pueblo (Jn. 12:39, 40) Ese endurecimiento fue la conformación divina a un continuo estado de incredulidad y rechazo consciente de Cristo (Jn. 12:37, 38).

        Dios no actúa injustamente ni hace acepción de personas y mucho menos destina a unos para salvación y a otros para condenación. Su deseo no es la condenación del pecador, sino su salvación (Ez. 18:23, 32; 33:11; 1 Ti. 2:4; 2 P. 3:9). La obligación nuestra es aceptar la soberanía de Dios y no negar la responsabilidad del hombre. Nadie será condenado por voluntad divina sino por su pecado y ninguno podrá decir a Dios que no hizo lo suficiente para salvarle. El hombre se salva por gracia y se condena por incredulidad.

 


[1] W. Newell. o.c., pág. 298.

[2] Véase también: Mt. 24:11; Lc. 1:69; 7:16; Jn. 7:52; Hch. 13:22.

[3] Ulrich Wlickens. o.c., pág. 246.

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Tesoros en Cristo

Tesoros en Cristo

“Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo deamor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si
alguna misericordia” (Fil. 2:1).

Cuando todos los valores desaparecen en nuestro mundo, en Cristo tenemos
cuanto nossea necesario. El apóstol no supone sino que afirma lo que hay en el
Señor, literalmente dice: ya que hay en Cristo. Todas las bendiciones se alcanzan en
Él y sólo unidos a Él se pueden disfrutar las cuatro que siguen.

Primero hay consolación. La idea es que Jesús viene a nuestro lado para
ayudarnos en el modo de andar en el camino de la vida cristiana. Cuando las
fuerzas flaquean o la senda se cubre por la niebla del conflicto, la luz brilla firme en
Cristo alumbrando el paso estrecho y peligroso. Él es además ejemplo para el modo
de obrar en cada momento, basta con “correr con paciencia la carrera que tenemos
por delante, puestos los ojos en Jesús” (He. 12:1-2).

En Cristo hay también consuelo de amor. Es un mensaje que descansa en Su
propia gracia. El amor con que Dios nos ama se expresa en Jesús, que me amó y se
entregó por mí (Gá. 2:20b). No tendremos estímulo para el compromiso de vida si
no es en el amor de Cristo. Muchas veces buscamos que alguien nos muestre amor
y nos desalentamos al no encontrarlo, cuando el Señor nos está amando siempre,
en cualquier momento, en cualquier circunstancia. Vivimos rodeados de Su amor y
podemos sentirlo en la medida en que estemos en comunión con Él.

Además tenemos la comunión en el Espíritu. Él une a cada creyente con Cristo, y
nos une unos a otros como miembros en Su cuerpo. Esta es una unión eterna. La
comunión horizontal de los creyentes es el resultado de la unión vertical de cada
uno con Dios mismo (1 Jn. 1:3). No estamos solos y aislados en el mundo,
formamos parte de una gran familia celestial, hijos del mismo Padre y herederos de
todas las riquezas en Cristo.

En el Señor hay afecto entrañable. Lo que Dios nos mostró debe ser también
nuestra experiencia. No tenemos que esperar que otros nos muestren amor, nuestra
bendición es amar a todos desinteresadamente como hemos sido amados por Dios.

Así lo hacía Pablo: “Dios me es testigo de cómo os amo a todos con el entrañable
amor de Jesucristo” (Fil. 1:8). El Espíritu traslada a cada uno el amor de Cristo para
que podamos amar a todos, “aunque amando más sea amado menos” (2 Co. 12:15).

En Jesús encuentro también misericordia. Es el amor compasivo que me muestra
en todas mis aflicciones. Ese es el amor que permite amar al miserable. Son los
brazos del padre extendiéndose para abrazar al pródigo que vuelve harapiento,
sucio y miserable (Lc. 15:20). Se que no hay justificación a mis caídas, ni disculpas a
mis fracasos, pero también se que en el Señor hay siempre misericordia para mí. No
hay razón para vivir en la tristeza y la desesperanza, si tengo todo cuanto preciso
en Cristo. Tan sólo necesito vivir en plena comunión con Él. La fuente del amor, del
consuelo y de la misericordia está corriendo para que pueda satisfacer toda mi sed
espiritual. No hay nada que me impida tomar de ella ahora cuanto necesite.
Señor, dame siempre de esa agua para que no tenga sed.

Samuel Pérez Millos, es pastor en la Iglesia Evangélica Unida de la ciudad de Vigo, España, desde el 26 de septiembre de 1981. – Cursó los estudios de Licenciatura en Teología, en el Instituto Bíblico Evangélico, graduándose el 10 de junio de 1975.

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DISCURSOS NO EDIFICANTES

DISCURSOS NO EDIFICANTES

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a1“…para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que s por fe, así te encargo ahora” (1 Ti. 1:3-4).

       La Iglesia se asienta sobre la verdad que es Cristo mismo, fundamento donde se edifica. La Palabra es la verdad de Dios dada para que se le conozca y se viva la vida eterna en la comunión del Padre y del Hijo (1 Jn. 1:3). Jesús dijo de sí mismo que es la verdad (Jn. 14:6). Los creyentes son trasladados de un mundo de tinieblas y mentira al de verdad y luz. Ese cambio produce la reacción del maligno, que es contrario tanto a la vida como a la verdad, a quien Cristo llamó mentiroso y padre de mentira, y de quien dijo que “ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla de suyo habla…” (Jn. 8:44). Su propósito es introducir la mentira en medio del campo de la verdad, mediante enseñanzas falsas que promueve en las iglesias. Lo hace bien por mensajeros suyos, hombres perdidos, o influenciando en creyentes a los que desvía de la verdad. En Éfeso habían surgido algunos falsos predicadores que desfiguraban y pervertían la verdad. La presencia de quienes enseñan falsedades al pueblo de Dios, es algo que está presente también en el Antiguo Testamento (cf. Dt. 13:15; Jer. 14:14 s.s.; 23:1 ss.; Lm. 2:14; Ez. 13:1 ss.; Zac. 10:2). Por esta razón Cristo advirtió a los suyos: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”. Sobre La presencia de falsos profetas en el futuro dijo: “Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; … porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de manera que engañarán, si fuese posible, aun a los escogidos” (Mt. 24:11, 24). El apóstol Pablo en la correspondencia corintia habla sobre “falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo” (2 Co. 11:13). Es más, no solo están anunciados por Cristo y a ellos hace referencia Pablo, sino que los apóstoles testifican de la situación que producirían estos falsos maestros en medio de las iglesias, como Pedro escribe: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras” (2 P. 2:1). El apóstol Juan se refiere también ellos diciendo que “muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Jn. 4:1). El gran peligro de estos que enseñan una doctrina diferente es la apariencia externa que usan para poder hacer su maligna obra, presentándose como “ministros de justicia”, al igual que hace su padre Satanás que también“se disfraza como ángel de luz” (2 Co. 11:14-15).

       En Éfeso el problema se había presentado y, por lo que se aprecia en el contexto, estaban causando un grave quebranto en la congregación. No eran muchos, el apóstol habla de algunos. La forma de actuación de ellos era presentar una enseñanza diferente. No se dan los nombres de estos, ni la procedencia, ni en que consistía la enseñanza. Sin embargo esa situación había sido anunciada por él tiempo antes, en la despedida de los ancianos de la iglesia en Mileto (Hch. 20:17), en donde les dijo que “después de su partida, entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño”(Hch. 20:29). No cabe duda que no pertenecían a la iglesia en Éfeso y era de otra procedencia, porque desde afuera entraban en ella. Pero también habla de quienes se desviaron de la doctrina y que eran personas destacadas en la congregación: “y de vosotros mismo se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hch. 20.30).

       Es muy importante entender que no puede haber transigencia en cuanto a doctrina. Que la enseñanza bíblica tal y como nos ha sido transmitida es Palabra de Dios, por tanto, reviste toda Su autoridad. Nada hay comparable a ella en ese sentido. Las enseñanzas que salen de los hombres son simplemente filosofías huecas, sin ningún tipo de autoridad. La única autoridad es la Escritura, único documento procedente e inspirado por Dios (2 Ti. 3:16; 1 P. 1:21). Sin embargo, el problema persiste. Cada vez más, los principios denominacionales, o los de escuelas teológicas, inciden en la exposición bíblica. Algunos predicadores han dejado los principios básicos y esenciales de la vida cristiana para defender sus convicciones, seleccionando en la Palabra y confundiendo a muchos creyentes sencillos que asisten a las reuniones en la iglesia para edificarse.

       El hipercalvinismo selecciona de toda la enseñanza bíblica sólo aquella que trata sus valores. ¿Acaso no es bíblico y se fundamenta en la Palabra? Indudablemente está en ella, pero, cuando los que consideran que son poseedores de la única verdad entran en una congregación, ésta es sacudida por la incertidumbre sobre quienes de todos los creyentes han sido elegidos y quienes no. Son los que destruyen cuando dicen a creyentes sencillos que no pueden tener seguridad de salvación porque el evangelio que les fue predicado, por cuyo mensaje acudieron a Cristo y depositaron su fe en Él, no es evangelio bíblico y, por tanto, no puede constituir una sólida base para salvación. Son quienes discursean largamente sobre decretos divinos, salvación y condenación eternamente establecida, haciendo temblar a ancianos que han vivido toda su vida testificando con ella de la realidad de la fe y que ahora son sacudidos por la pregunta de si son salvos o no. Estos discursos ponen en tela de juicio la proclamación del evangelio como base de compromiso en la iglesia, argumentando que Dios ya ha determinado quiénes serán salvos y quienes se condenarán, sin importarles el definitivo mandato del Señor de ir a las naciones, haced discípulos, predicar el evangelio y bautizarlos. Tales formas de enseñanza no edifican, sino que acarrean disputas.

       En igual modo pero en sentido opuesto el arminianismo, intranquiliza a muchos afirmando la pérdida de la salvación. Para esto recorren la Biblia seleccionando aquí y allá textos que les son válidos para la defensa de sus principios teológicos. Tales discursos hacen que muchos de los salvos pierdan el gozo de la salvación, ya que no pueden perder la salvación. Los pactos de santidad son sin duda importantes en cuanto expresan el sentido natural de la vida cristiana, es decir, la santidad no es una opción sino la única forma de ser de un salvo. Extremar este principio y abandonar la enseñanza sobre la acción divina para que el regenerado pueda vivir la vida de santificación, es convertir la predicación en discursos que no edifican.

       En medio de este revuelto panorama incide también el carismatismo. Los discursos de estos son una exposición de lo que les gustaría que fuese pero que no es conforme a la Biblia. La confusión de plenitud del Espíritu con bautismo del Espíritu, induce a los creyentes a la búsqueda de experiencias plena y totalmente subjetivas, muchas de ellas como resultado de estados anímicos a los que son conducidos, pero que en modo alguno proceden del poder del Espíritu de Dios. La distorsión carismática enseña, confundiendo a los creyentes, que el fruto del Espíritu con sus manifestaciones que hacen realidad la verdadera identificación con Cristo, se sustituyen por un marcado fanatismo por sanidades, riquezas materiales y felicidad temporal. Enseñan que algunos de los dones que potestativamente el Espíritu da como quiere (1 Co. 12:11) son posesión de todos los verdaderos creyentes, de modo que quien no hable en lenguas no puede tener la seguridad de su salvación. Tales discursos confunden pero no edifican.

       En otro lugar está la teología relativista del poder del hombre. Desde los púlpitos de esta posición el discurso argumenta que el hombre ha sido marginado por una religión tiránica que despojó al ser humano de sus valores, y que estos deben ser recuperados. Sus sermones podrían resumirse en un solo concepto tú puedes. No importa si has caído en el pecado, tú puedes levantarte. No es problema que pases por un fracaso familiar, hay otros caminos que van a orientarte para salir del problema porque tú puedes. Este énfasis en el hombre margina necesariamente a Jesús y Su poder. Conduce esto a una posición peligrosa, o es verdad el discurso humanista o es verdad la enseñanza de Jesús, que afirma: “separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). Este discurso argumenta también que el pecado es una simple deficiencia humana que varía conceptualmente y evoluciona según el pensamiento de la sociedad en cada tiempo. Este discurso no edifica a los creyentes.

       Finalmente hay quienes ocupan largo tiempo en el púlpito de la iglesia para argumentar sobre valores, tales como el modo de vestir, los tiempos en que se han de celebrar las ordenanzas, como se ha de distribuir el pan y el vino en la Santa Cena, el uso de himnos clásicos o de música y letras más modernas aunque también tengan un rico contenido bíblico. Estos discursos tienen como propósito mantener el pedigrí de ortodoxia frente a degradados hermanos que claudican de las formas recibidas del pasado. Tales discursos, disgregan, separan, impiden la bendición y, por tanto, no son edificantes.

       El apóstol hace un resumen inspirado de esto cuando se refiere a quienes presentan “fábulas y discursos interminables que acarrean disputas más bien que edificación de Dios”, diciendo que todos ellos quieren “ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman” (1 Ti. 1:7). Por eso dice a Timoteo que en su responsabilidad pastoral: “manda que no enseñen diferente doctrina” (1 Ti. 1:3).

       Es tiempo de que los pastores, maestros, líderes y creyentes salgamos al paso de esta situación para decir con firmeza: ¡Basta! Y dejando el camino de la contienda volvamos sin reservas a la Palabra para ser edificados sencillamente en ella.

Samuel Pérez Millos, es pastor en la Iglesia Evangélica Unida de la ciudad de Vigo, España, desde el 26 de septiembre de 1981. – Cursó los estudios de Licenciatura en Teología, en el Instituto Bíblico Evangélico, graduándose el 10 de junio de 1975.

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Perder el Tiempo

Perder el Tiempo

Autor: Samuel Perez Millos

a1“Mirad, pues, con diligencia como andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cual sea la voluntad del Señor” (Ef. 5:16). 

         El tiempo es algo sumamente importante, porque es un regalo que recibimos y porque es irrecuperable. Quiere decir esto que cada día tenemos sólo veinticuatro horas y que cada segundo puede ser bien o mal aprovechado. Cuando alguien pretende ocuparnos con algo que no tiene valor alguno, solemos decirle: No me hagas perder el tiempo. 

         La sociedad actual dispone de muchos medios para entretener, de modo que el tiempo pasa ocupado en cosas intrascendentes. Algunos jóvenes, y no jóvenes, tienen adicción a los juegos electrónicos, pasando horas delante de la pantalla entretenidos en pulsar botones para acceder a un nivel más alto del juego que les ocupa. Las llamadas redes sociales, invaden también la parcela disponible de tiempo ocupándonos en conocer asuntos personales de los amigos y contestando mensajes, muchas veces, sin valor alguno. 

         El apóstol se ocupa del problema del buen uso del tiempo. Tan importante es este asunto que comienza con una llamada para prestar atención diligente en como se usa el tiempo: Mirad, que equivale a atended con diligencia. La utilización del tiempo, correcta o incorrectamente, coloca al creyente en dos ámbitos, la necedad y la sabiduría. Las riquezas de la gracia de Dios proveyeron al creyente de sabiduría y entendimiento (Ef. 1:8). Esta capacitación nos permite un correcto examen en relación al modo de vivir y al control del tiempo del que disponemos. Sin el control de la vida cristiana, ésta se convierte en un estilo necio o insensato. La verdadera sabiduría consiste en ajustarse al pensamiento divino en completa sumisión a la voluntad de Dios. La necedad es el rechazo de Dios y la autoexaltación del hombre (Ro. 1:18ss; 1 Co. 1:21). 

         Pablo exhorta a que los creyentes aprovechen el tiempo para una forma de vida sabia delante de Dios. De ahí que el cristiano deba redimir el tiempo, rescatándolo de la forma mala en que los impíos lo utilizan. Para éstos aprovechar bien el tiempo, es usarlo para practicar el pecado dentro del egoísmo propio. El creyente aprovecha el tiempo cuando lo usa para hacer el bien, en una vida de santificación que es del agrado de Dios. De otro modo, lo que se trata es de aprovechar sabiamente el tiempo para vivir en él conforme a la voluntad de Dios. El tiempo es un bien que pasa y que no es posible recuperar. Cada día Dios presenta oportunidades para hacer el bien y mostrar en nuestra vida la condición de sabios e hijos de luz. Nadie puedeestirar el tiempo, pero todos podemos utilizarlo sacándole el máximo provecho. Cada uno de nosotros tendremos que dar cuenta ante Dios de la administración sabia o necia del tiempo que él nos ha entregado. 

         Cada día, y este es el problema que motiva la reflexión, recibo mensajes de todo el mundo, procedentes, muchos de ellos, de líderes –o por lo menos así se consideran- en la obra de Dios. Mensajes escritos desde la forma que Pablo califica como uso necio del tiempo. Nacen generalmente de un subjetivismo infantil. Muchos son pura maledicencia. Algunos, basándose en la supuesta defensa de la fe, extienden murmuración, mentiras, falsas acusaciones y medias verdades, en contra de todo aquel que sea más capaz que ellos en la obra de Dios. Siempre estos perdedores de tiempo, hablan mal de otro sin antes haberse puesto en contacto con él. Siguen siendo las mismas aves carroñeras que buscan la putrefacción para extenderla a otros como ellos, sin tener en cuenta que el tiempo ha de ser usado para hacer el bien. Se olvidan estos sabios según el mundo, necios delante de Dios, de la responsabilidad que tienen en administrar el tiempo conforme a lo que la Palabra enseña: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gá. 6:10). Extienden la maledicencia y generan respuestas de otros a quienes sus patrañas hacen perder el tiempo para contestarles. Es sabio dejar de responder a los malignos, porque tienes que bajar a su terreno y siempre te ganan por experiencia. Aprovechar el tiempo es no contestar a insensatos. Estos no dejarán la mala costumbre de perder su tiempo, pero no conseguirán hacernos perder el nuestro. 

         Otros pierden su tiempo en asuntos que desconocen. Una de las características del necio es la ignorancia, que les hace sentirse sabios en su propia opinión. Estoy recibiendo en los últimos días enlaces de internet, cartas de muchas partes del mundo, criticando y procurando cuestionar versiones de la Biblia. Para estos la única versión válida y correcta es la Reina Valera y, lamentablemente, las críticas a otras versiones no son hechas en una aproximación al texto griego, sino en un contraste con la Reina Valera. Es sorprendente ver la ignorancia de quienes pierden el tiempo con estas cuestiones. Desconocen totalmente lo que es la equivalencia dinámica en la traducción de las versiones más recientes. Se empeñan en sostener que el idioma correcto es el de hace cien años, sin tener en cuenta que muchas palabras no se entienden porque han dejado de usarse. No tienen ningún tipo de conocimiento sobre la crítica textual, por lo que no saben que continuamente aparecen nuevos manuscritos que permiten hacer una mejor traducción, más fiel y más próxima a los originales. Se asustan cuando una versión moderna deja de usar la palabra sodomita y la cambia por homosexual, lo que les vale para acusar a los traductores y editores de estar a favor de la homosexualidad. Desconocen, por ignorancia, que la Reina Valera, se ha producido desde los manuscritos que tenían aquellos hombres, pero que en los más seguros hay algunas frases que no aparecen y que son interpolaciones evidentes. Hace un momento leía una acusación contra la NVI de negar la deidad de Cristo, porque no aparece la palabra Dios en 1 Ti. 3:16. Quien hace esta afirmación ignora totalmente que en el texto griego no aparece esa palabra, simplemente está el pronombre relativo el que, el cual, de manera que el sujeto Dios, se le añade para mayor comprensión. Lo que están haciendo es perder su tiempo y hacerlo perder a los demás. Yo uso la RV60, siempre; es el texto bíblico que aparece en mi comentario al Nuevo Testamento, pero no significa que no me de cuenta, y así lo hago notar, de las variantes que tiene RV en relación con el texto griego. 

         Los creyentes debemos aprovechar el tiempo. Casi siempre estos elementos que lo hacen perder a tantos hermanos, proceden de quienes no tienen en que ocupar su tiempo. No tienen trabajo en sus congregaciones porque están en franca decadencia. No dedican tiempo a la evangelización y plantación de nuevas iglesias porque no tienen planes para la obra. No se dedican a estudiar la Biblia porque creen que lo saben todo. Están plenamente dentro del campo que Pablo dice: Mirad que no uséis el tiempo como necios. 

         El apóstol concluye con una advertencia. El secreto para utilizar bien el tiempo está en conocer continuamente cual es la voluntad del Señor, que está sólo en lo bueno, lo agradable y lo perfecto (Ro. 12:2), en todo momento y en toda situación. Al entender cual es la voluntad de Dios, el cristiano actúa en sabiduría. La voluntad personal o voluntad propia en relación con el aprovechamiento correcto del tiempo, es necedad, porque nos impide orar como el Señor enseñó: “…hágase Tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:10). Pedir por obediencia, es decir, para hacer la voluntad de Dios, compromete al que ora, que acepta voluntariamente una posición de obediencia plena. Lo que pide a Dios que se haga en todos, lo hará primeramente él mismo. 

            No hay disculpa para no vivir aprovechando el tiempo, porque conocemos la voluntad de Dios. Mientras tanto, no permitamos que nos hagan perder el nuestro. Hay un recurso inmediato que se llama papelera de reciclaje, a donde debe pasar todo aquello que no sirva para nuestra edificación. No dejes que te ocupen el tiempo que debes dedicar al servicio del Señor, a la edificación de la iglesia y a la atención de los tuyos, por quienes no tienen otra cosa que hacer que perder el tiempo.

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