Menú 30. Las manchas de grasa…

Menú 30. Las manchas de grasa…

a1“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia;

Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.

Lávame más y más de mi maldad,

Y límpiame de mi pecado.

Porque yo reconozco mis rebeliones,

Y mi pecado est á siempre delante de mí.

Contra ti, contra ti solo he pecado,

Y he hecho lo malo delante de tus ojos;

Para que seas reconocido justo en tu palabra,

Y tenido por puro en tu juicio.

He aquí, en maldad he sido formado,

Y en pecado me concibió mi madre.

He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo,

Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.

Purifícame con hisopo, y seré limpio;

Lávame, y seré más blanco que la nieve.

Hazme oír gozo y alegría,

Y se recrearán los huesos que has abatido.

Esconde tu rostro de mis pecados,

Y borra todas mis maldades.

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,

Y renueva un espíritu recto dentro de mí.

No me eches de delante de ti,

Y no quites de mí tu santo Espíritu.

Vuélveme el gozo de tu salvación,

Y esp íritu noble me sustente.

Entonces ense ñaré a los transgresores tus caminos,

Y los pecadores se convertirán a ti.

Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación;

Cantará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios,

Y publicará mi boca tu alabanza.

Porque no quieres sacrifi cio, que yo lo daría;

No quieres holocausto.

Los sacrifi cios de Dios son el espíritu quebrantado;

Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.

Haz bien con tu benevolencia a Sion; Edifi ca los muros de Jerusalén.

Entonces te agradarán los sacrifi cios de justicia,

el holocausto u ofrenda del todo quemada;

Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar”.

Salmo 51.

¿Te has sentido culpable de una manera tan profunda que te has considerado el pecador número uno? ¿Te has avergonzado de ti mismo? ¿Hay cosas que has hecho que crees que jamás contarías a nadie? A mí me ha pasado.

A pesar de que me había educado en un ambiente evangélico (alguno puede preguntarse ¿Qué diantre es un “ambiente evangélico”? En fin…) cuando era adolescente tenía mucha culpa encima. Me di cuenta de lo pecador que era. Y no solo por lo que los malpensados que estáis leyendo creéis, cuestiones referentes al sexo, Que obviamente sí:) sino porque me di cuenta de que en mis relaciones era muy egoísta, orgulloso, interesado. Además tenía un montón de complejos, de demasiado gracioso, de gordito, demasiado serio, demasiado “friki”, de pesado, complejo de que las chicas no me hacían caso (el típico: te quiero como amigo, ¡uff!) ¡qué sé yo! Y a todo esto súmale el acné.

Aunque en realidad, en lo más profundo de mi ser, lo que me preocupaba, lo que realmente me entristecía era, ¿qué pensará Dios de mí?

¿Te ha pasado alguna vez?

En aquella época decidí leer la Biblia de principio a fin, buscar a Dios y preguntarle cosas. Además empecé a leer muchos libros que hablaban de Dios. En realidad buscaba respuestas acerca de mí. Quería estar limpio, para siempre. Quería ser lo que Dios quisiera, y no sabía cómo. Pero, poco a poco, Dios me enseñó cosas y empezó a limpiarme. Una vez estaba leyendo un Salmo. Y Dios me habló, o sea, no es que viera a Jesús, ni nada de eso, pero cuando leí ese Salmo supe que había sido escrito hace miles de años, y que había estado esperándome con paciencia en todas las Biblias de la historia. Porque realmente ese Salmo fue escrito para mí.

Era el salmo 119, puedes leerlo si quieres, es el capítulo más largo de la Biblia.

Después de eso tuve muchas experiencias que me ayudaron a acercarme más a lo que Dios espera de mí y a liberarme de mis errores.

En otra ocasión, un buen amigo hizo de sus oídos un bálsamo para mi vida. Le pude confesar todo lo que era y lo que había hecho en el pasado, y te puedo asegurar que me sentí más limpio que nunca.

Sé que Dios me perdona todos mis pecados, pero hablar de uno mismo al descubierto a un amigo es realmente sanador.

Si no lo has probado te lo recomiendo encarecidamente.

“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”. Santiago 5:16.

Desde entonces he dejado que Dios me siga sanando a través de esta práctica que me mantiene unido a la gente, en paz, y me ayuda a avanzar para ser cada vez más como Jesús.

Y he experimentado lo que el salmista dice en el salmo 51.

Sí, esa es la experiencia de todos los que se han acercado a Jesús y han dejado que Él les limpie de todo error, de todo pecado. Y no hay mayor sensación que sentirte amado por Dios y libre de las manchas de grasa que he producido con mis actos, con mi mente e intenciones, con mi corazón y mi intelecto. Porque Jesús, entre otras cosas, es un Dios que limpia a sus hijos:

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:8, 9.

No te preocupes del que dirán, a Dios no le asusta ni le sorprende nada de lo que hayas hecho, sé valiente y acércate al trono del regalo del perdón para el oportuno socorro. No te arrepentirás.

Sampedro, Á. (2013). Igleburger (pp. 155–159). Álex Sampedro.

Menú 29. El precio: la diferencia entre una hamburguesa y un bistec

Menú 29. El precio: la diferencia entre una hamburguesa y un bistec

a1¿Estás dispuesto a pagar el precio? Sí, hay un precio que pagar. Aunque Jesús nos salvó por gracia, seguirlo cuesta y cuesta mucho. El nos lo dijo así:

“Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. Lucas 14:27.

“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”. Romanos 8:17.

Jesús lo tenía todo, era el Hijo de Dios. Podía haberse hecho el rey del mundo sin necesidad de sufrir, pero eso no nos hubiera salvado. Tuvo que pagar un precio, pero no por Él, sino por los demás. Por eso la pregunta es ¿estoy dispuesto a pagar el precio por los otros?

Todos, si somos más o menos inteligentes, estamos dispuestos a sacrificar algo de nosotros por un bien mayor para nosotros. Por ejemplo, aunque me apetezca mucho salir esta noche con mis amigos, me sacrifico, me quedo a estudiar, sabiendo que mañana en el examen lo podré hacer bien, aprobaré y tendré la recompensa de mi terrible sacrificio. Es algo que hago por mí. Pero, ¿Me quedaría, no para aprobar yo, sino para que aprobara otro? ¿Estaría dispuesto a pagar el precio si la recompensa fuera para un tercero?

Pues ese es el llamado de Dios. El Señor nos ha llamado para servirlo, pero ¡no se puede servir a Dios directamente! Él no necesita nada de mí, lo tiene todo, sólo puedo servir a Dios a través de servir a los demás.

Yes que mi vida, después de la conversión, cambia de enfoque. Y aunque debo seguir esforzándome para ser cada vez mejor hijo de Dios, para buscar su voluntad, estar con Él, formarme como Dios quiere, etc. debo enfocarme en lo que puedo hacer por los demás: cómo buscar nuevos hijos de Dios, buscar su voluntad en otros, ayudar a otros a estar con Él, formarlos como Dios quiere, y traer su Reino a esta tierra.

Y entonces, lo que hago ya no me tiene a mí como protagonista, sino a Dios y a los demás.

“Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Lucas 10:27.

Estos son los mandamientos que Jesús nos enseñó como los más importantes. Y alguno podría decir: Entiendo que tengo que amar al Señor, y también lo haré con mi prójimo, pero ¿Qué hay de mí?

El Señor sabe que somos capaces de hacer muchas cosas para nosotros. ¿Somos capaces de hacer lo mismo por Dios y por los demás? Ese es el precio a pagar al que nos llama el Señor.

Dios ya ha hecho todo lo necesario por nosotros, ya pagó el precio que hacía falta para rescatarnos, ahora es nuestro turno. Y en realidad, pagar el precio, trae consigo una vida cristiana plena, justicia, paz y gozo. En el fondo, ésta es la verdadera felicidad, lo que realmente alimentará tu alma. No hay mayor alegría que cumplir con estos dos mandamientos.

Por eso debes escoger entre vivir con la mentalidad de igleburger y disfrutar del evangelio solo para ti, o decidir probar el bistec de vivir para Dios y para los demás.

Sampedro, Á. (2013). Igleburger (p. 151-154). Álex Sampedro.