Considera a tu público

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Considera a tu público

Robert Rothwell

Nota del editor: Esta es la séptima parte de la serie de articulos de Tabletalk Magazine referente al tema de la controversia.

Los incrédulos, a pesar de que sus corazones y mentes se oponen a la verdad de Dios, a veces tienen una visión más espiritual de lo que queremos reconocer. Al menos eso fue lo que aprendí cuando era estudiante en la universidad. Como estudiante de religión en una universidad secular, a menudo me encontraba en medio de debates en el salón de clases sobre la inerrancia de la Escritura, la exclusividad de Cristo y otros temas. Desearía poder decirles que siempre fui compasivo y conciliador en mis intentos de evitar que maestros y estudiantes distorcionaran las enseñanzas de Jesús. Desafortunadamente, mi entusiasmo por las verdades centrales del evangelio algunas veces se manifestó en formas menos edificantes. Mi tono elevado, el afán de interrumpir a mis oponentes y cosas por el estilo, a menudo formaban parte de mis argumentos. Con mucha frecuencia, estaba más interesado en ganar un debate que en demostrar gracia en mi defensa de la verdad.

Tales espectáculos marcaron mi segundo año, cuando tomé mis primeras clases de religión, pero nunca pensé en el impacto que tuvieron en mis compañeros de estudios. Eso cambió durante mi penúltimo año cuando una de mis compañeras de clase se me acercó después de una tranquila y respetuosa discusión entre el profesor y yo sobre la exclusividad de Cristo para la salvación. Esta chica no era cristiana. De hecho, era practicante de la wicca. Pero ella me comentó al final de la clase que había percibido un cambio notable en mi manera de debatir en comparación con el año anterior. No estuvo de acuerdo con mi argumento, pero me estaba elogiando por mi forma de exponerlo. Era casi como si me estuviera agradeciendo por presentar mi argumento cristiano de una manera, bueno, cristiana.

Decir que siempre he mostrado compasión en mis argumentos desde ese día sería una mentira. Sin embargo, me gusta pensar que al menos intento, en mis mejores momentos, tener en cuenta lo que el público podría estar pensando y esperando cuando tomo una posición como cristiano. Después de todo, nos guste o no, otros creyentes e incluso el mundo siempre nos están observando. La manera en que discutimos, por lo tanto, tendrá una influencia espiritual en el público, para bien o para mal. Eso es lo que John Newton nos recordaría en la segunda parte de su carta Sobre la controversia.

Newton menciona tres grupos que conforman la comunidad que puede ser testigo de nuestra participación en medio de la controversia. El primer grupo está formado por aquellos con los que tenemos claras diferencias de principio. Algunos de estos serán cristianos y otros no. De cualquier manera, tienen opiniones religiosas ya establecidas. ¿Cómo deberíamos considerar a estos observadores?

Con respecto a ellos, te dirijo a lo que ya he dicho. Aunque tienes los ojos puestos en una persona principalmente, hay muchos que piensan como él, y por eso el mismo razonamiento se mantendrá, ya sea con respecto a una persona o a un millón.

Te recomiendo el artículo anterior sobre este tema en esta serie de Tabletalk.

El segundo grupo de observadores son aquellos que no tienen opiniones religiosas establecidas, pero conocen las virtudes que marcan a los verdaderos cristianos. Tales individuos tienen una expectativa adecuada de cómo los creyentes deben participar en un debate. En otras palabras, ellos saben cuando no estamos siendo mansos, humildes o amorosos. Estas personas están buscando esos errores para justificar su rechazo de la verdad. En esencia, Newton nos aconseja comportarnos de una manera cristiana para no agregar más leña al fuego del rechazo.

Antes de continuar desempacando su consejo sobre este grupo, hagamos una distinción entre aquellos que tienen una expectativa adecuada de los cristianos y aquellos que tienen una expectativa inadecuada. En el mundo de hoy, muchas personas malinterpretan las virtudes cristianas de la mansedumbre, la humildad y el amor. Creen que tomar una posición sobre cualquier cosa es inherentemente arrogante y carente de amor. Tristemente, esta perspectiva puede ser más frecuente dentro de la iglesia que incluso dentro de la cultura secular.

Newton se refiere a aquellos que tienen una comprensión básica de lo que significa la verdadera humildad, la mansedumbre y el amor, no a aquellos que tienen expectativas erróneas basadas en la comprensión falsa de las virtudes antes mencionadas. Las personas a las que se refiere saben que la humildad no es rehusarse a defender la verdad, sino la voluntad de afirmar que no defendemos la verdad por nuestra propia cuenta. Estas personas saben que presentar un caso es una expresión profunda de amor, especialmente si el caso está siendo claramente argumentado por el bien del oponente y de su público.

Estos argumentos deberían ser tomados claramente de las Escrituras y de la experiencia, y respaldados por un discurso tan moderado que persuada a nuestros lectores de que, ya sea que los convenzamos o no, deseamos lo mejor para sus almas y luchamos solo por amor a la verdad. Si podemos convencerlos de que actuamos conforme a estos motivos, hemos ganado la mitad del argumento. Estarán más dispuestos a considerar calmadamente lo que ofrecemos; y si aún así discrepan de nuestras opiniones, se verán obligados a aprobar nuestras intenciones.

En otras palabras, tanto los observadores como los oponentes no deberían tener dudas de que estamos contendiendo por la verdad porque los amamos, y no porque queremos parecer más inteligentes o más sabios que otros.

El último grupo de observadores que conforman el público espectador, dice Newton, son aquellos que están dispuestos a estar de acuerdo con nosotros. Podemos edificar grandemente a estas personas, o podemos causarles un gran daño espiritual.

Es fácil «entusiasmar» a una multitud de personas que piensan como nosotros. Lo vemos todo el tiempo en eventos políticos y en otros casos donde el predicador le está «predicando al coro». Cosas buenas pueden surgir cuando defendemos la verdad ante aquellos que están básicamente en la misma página que nosotros. Su comprensión de la doctrina puede ser agudizada, y su amor por Cristo puede profundizar más. Pero estos observadores están prestando atención, no solo al contenido de lo que decimos sino a la forma en que lo decimos. Si están convencidos de la verdad de nuestras palabras, entonces es más probable que estén convencidos de que nuestra forma de exposición también es sana. Esto está bien si presentamos la verdad en humildad y amor. Sin embargo, si somos arrogantes y queremos aumentar nuestros seguidores más de lo que deseamos que otros amen la verdad, animamos a la gente a hacer lo mismo, envenenando árboles que deberían estar produciendo el fruto del Espíritu en toda circunstancia.

Defender la verdad, incluso si crea controversia, es esencial a veces. Al mismo tiempo, Newton reconoce la justicia propia que motiva muchos debates:

Los mejores hombres no están completamente libres de esta levadura [la justicia propia], y por lo tanto son demasiado dados a complacerse con las representaciones que ridiculizan a nuestros adversarios, y en consecuencia exaltan nuestras propias opiniones. Las controversias, en su mayor parte, se manejan de tal manera que satisfacen su mala disposición en lugar de reprimirla; y, por lo tanto, en términos generales, son poco provechosas. Provocan a quienes deberían convencer y envanecen a quienes deberían edificar.

Tanto cristianos como no cristianos nos están observando. Estemos, por lo tanto, dispuestos a defender firmemente la verdad de Cristo, pero hagámoslo con sabiduría que discierna las colinas sobre las cuales debemos morir, de aquellas sobre las cuales no está en juego ninguna verdad esencial. Más aún, permanezcamos de tal manera que nuestro amor y humildad nunca puedan ser legítimamente cuestionados.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Robert Rothwell
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Robert Rothwell es editor adjunto de Tabletalk Magazine y profesor adjunto permanente en Reformation Bible College en Sanford, Florida.

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Robert Rothwell

Nota del editor: Este es el decimosexto capítulo en la serie «Las duras declaraciones de Jesús», publicada por Tabletalk Magazine. 

¿Es nuestra doctrina de Cristo lo suficientemente grande como para acomodar a un Jesús que es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre? Quizá esa parece ser una pregunta extraña en este contexto, pero realmente llega al meollo del porqué muchas personas consideran la afirmación de Jesús en Mateo 24:36“Pero de aquel día y hora [de Su retorno] nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre”, como una declaración dura.

Mateo no tenía problemas en afirmar tanto la completa deidad como la completa humanidad de Cristo, por lo tanto, nosotros tampoco debemos tenerlos.

Algunos han sostenido una cristología que dice que Cristo es verdaderamente Dios pero no verdaderamente hombre. Para ellos, este versículo ha sido difícil debido a que pone en duda la deidad de Cristo. Si Cristo no sabe algo que el Padre sabe, entonces a Cristo le falta  omnisciencia, ¿verdad? Y si Cristo no sabe todas las cosas, no puede ser Dios encarnado, ¿correcto?

Otros han sostenido una cristología que dice que Cristo es verdaderamente hombre pero no verdaderamente Dios. Para ellos, este versículo en sí mismo no ha sido un problema. La dificultad está en el mal uso de este versículo para negar la enseñanza del Nuevo Testamento de que Jesús es el Hijo de Dios encarnado.

Si nuestra cristología admite tanto la verdadera humanidad como la verdadera deidad de Jesús, esta declaración no es dura en lo absoluto. La presentación de Mateo de la verdadera humanidad de Jesús es clara en este versículo y en otros pasajes que atribuyen limitaciones humanas a nuestro Señor (por ejemplo, Jesús está dormido en 8:24). Mateo también presenta la verdadera deidad de Cristo. En el Evangelio de Mateo, Jesús hace lo que solo Dios puede hacer, como es el perdonar los pecados (9:1-8).

Mateo no tenía problemas en afirmar tanto la completa deidad como la completa humanidad de Cristo, por lo tanto, nosotros tampoco debemos tenerlos. La singular persona de Cristo tiene tanto una naturaleza humana como una naturaleza divina, cada una manteniendo su integridad y atributos particulares. La persona de Cristo tiene atributos humanos y atributos divinos, y vemos los atributos de cada naturaleza manifestados a lo largo de Su ministerio. Su ignorancia del día y la hora de Su regreso pertenece a Su humanidad. De acuerdo con Su naturaleza humana, la cual incluye una mente humana con limitaciones, Él no sabía cuándo regresaría. Pero de acuerdo con Su naturaleza divina, la cual incluye la mente divina con Su omnisciencia, Él sabía y siempre ha sabido el día y la hora de Su regreso.

Este artículo fue publicado originalmente en la Tabletalk Magazine.
Robert Rothwell
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Robert Rothwell es editor adjunto de Tabletalk Magazine y profesor adjunto permanente en Reformation Bible College en Sanford, Florida.