Membresía de la iglesia

Ministerios Ligonier

Serie: Doctrinas mal entendidas

Membresía de la iglesia
Por Roland Barnes

Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Doctrinas mal entendidas

¿Qué pensarías de una madre y de un padre que, después de traer al mundo a su recién nacido, lo abandonan para que se valga por sí mismo? Eso sería desastroso para el niño y los padres serían culpables de abuso infantil. ¿Qué hace Jesús con Sus hijos espirituales recién nacidos? Aquí se encuentra, por lo menos en parte, la esencia y el significado de la membresía de la iglesia. Aquellos que son escogidos por el Padre, comprados por el Hijo y nacidos de nuevos por el Espíritu Santo, no son abandonados para valerse por sí mismos en contra del mundo, la carne y el diablo. Jesús toma a Sus hijos recién nacidos que han sido bautizados en la Iglesia invisible por el Espíritu Santo y los bautiza en la Iglesia visible por el sacramento del bautismo por agua. A través del bautismo por agua, Jesús también trae a los nuevos creyentes y a los hijos de los creyentes a formar parte de la iglesia visible. Cuando una persona es bautizada con agua en el nombre del Dios Trino, es añadida a la membresía de la iglesia visible y allí hay que cuidarla y nutrirla espiritualmente.

Estoy convencido que una de las razones por la cual la membresía de una iglesia no es valorada como debiera ser se debe a que no es vista como un medio por el cual el Buen Pastor cuida y provee para Sus ovejas. La Iglesia es Su rebaño. Él entregó Su vida por Sus ovejas. Las compró con el precio de Su propia sangre y no las abandona en esta tierra para que se las arreglen por sí mismas, por separado e individualmente. La Confesión de Fe de Westminster declara, «El bautismo es un sacramento del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo… para admitir solemnemente a la persona bautizada en la Iglesia visible» (28.1). Alguien pudiera preguntar, ¿dónde se encuentra la membresía en la Biblia? La respuesta está en la práctica del bautismo por agua. En el Nuevo Testamento, cuando alguien cree es bautizado y por su bautismo es añadido a la membresía de la Iglesia visible bajo la autoridad de la iglesia y el cuidado de líderes que actúan como pastores. Esta es la manera cómo Jesús vela por Su Iglesia en la tierra. Esas tres mil almas que fueron bautizadas en Pentecostés se agregaron a la membresía de la Iglesia en Jerusalén bajo el cuidado de los apóstoles.

Muchos fallan en ver la conexión entre el bautismo y la membresía, y por eso yerran en ver el significado de la supervisión y el cuido que se establece cuando una persona es bautizada y añadida a la membresía de la iglesia. Sin la membresía, es imposible para un líder eclesiástico determinar de cuáles de las ovejas de Cristo él es responsable. Pedro exhorta a los ancianos de la iglesia en 1 Pedro 5:2-3, diciendo «pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él… [no] como teniendo señorío sobre los que os han sido confiados». La Reina-Valera 1960 traduce la frase «los que os han sido confiados» como «los que están a vuestro cuidado». El Buen Pastor ha encomendado Sus ovejas al cargo y cuidado de ancianos particulares que actúan como Sus pastores asistentes. Ciertamente, los apóstoles conocían las ovejas que Cristo les había encargado que supervisaran. Sin la membresía por el bautismo, los apóstoles no habrían conocido a las personas que pertenecían a Jesús y de las cuales ellos eran responsables. Sin la membresía, las ovejas no pueden saber quiénes son los pastores que deben seguir ni a quién le deben obediencia. El autor de Hebreos exhorta a los creyentes, «Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta» (Heb 13:17).

Cuando una persona es agregada a la membresía de la Iglesia invisible o espiritual, es liberada «del dominio de las tinieblas» y trasladada «al reino [del] Hijo amado [de Dios]» (Col. 1:13). Para los creyentes, la membresía en la Iglesia visible o física en la tierra corresponde a la membresía en la Iglesia invisible o espiritual. No puede ser otorgado mayor privilegio al hombre en la tierra. Ser trasladado del mundo (un dominio de muerte, oscuridad y condenación) a la Iglesia (un dominio de vida, luz y amor redentor) es la mayor bendición dada al hombre en la tierra. Es en la Iglesia visible donde Jesús nos provee con una abundante provisión de los medios de nuestro crecimiento espiritual: Palabra, sacramentos, oración, comunión, disciplina, etc.

De hecho, la práctica de disciplina eclesiástica asume el concepto de membresía en un cuerpo local visible. En Mateo 18:17, Jesús se refiere al creyente que no se arrepiente cuando dice, «y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuesto». Se asume que la persona está en comunión con Jesús y Su Iglesia, pero si no se arrepiente, debe ser removido de la comunión de la iglesia. Pablo seguramente lo vio de esta manera cuando expulsó al hombre impenitente en 1 Corintios 5:2. Él escribió, «el que de entre vosotros ha cometido esta acción [sea] expulsado de en medio de vosotros». Si no existe membresía, entonces la idea de sacar a alguien de la iglesia no tiene significado alguno. Sacar a alguien de la iglesia solo tiene sentido si esta persona ha sido miembro de pacto con el pueblo de Dios, unido a Cristo y a Su cuerpo. El apóstol Pablo afirma en Romanos 12:5, «Así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros».

La membresía en el cuerpo de Cristo es el resultado de la unión con Cristo. Por el bautismo del Espíritu Santo (una realidad espiritual, interna, invisible), los creyentes son unidos a Jesús y se convierten en parte de la Iglesia universal y por el bautismo en agua (una señal externa, visible, física) los creyentes y sus hijos son injertados en la iglesia visible, bajo el cuidado de los ancianos. La membresía tiene que ver con el cuidado espiritual y la rendición de cuentas. Es la bendición de pertenecer a la esposa de Cristo y el beneficio de Su supervisión pastoral. Es en la iglesia que el señorío de Cristo se manifiesta más claramente cuando los miembros se congregan en el Día del Señor, proveen apoyo con sus diezmos y ofrendas, utilizan sus dones espirituales para ministrarse unos a otros y proclaman Su evangelio en todo el mundo.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Roland Barnes
El reverendo Roland Barnes es pastor principal de Trinity Presbyterian Church (PCA) en Statesboro, Georgia.

Toda autoridad en el cielo y en la tierra

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Toda autoridad en el cielo y en la tierra

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie «La Gran Comisión», publicada por la Tabletalk Magazine.

¿Quién tiene la autoridad para mandar a otros? ¿Qué le da a alguien el derecho de mandar a otra persona? Esta pregunta puede plantearse con respecto a cada área de la vida: la vida familiar (padres), la vida de la iglesia (pastores, ancianos), la vida civil (gobernantes, presidentes, etc.). ¿Quién autoriza a los padres, pastores, ancianos y gobernadores a presidir en sus respectivas esferas?

Es de destacar que antes de que Jesús comisionara a Sus discípulos en Mateo 28:18-20, afirmó Su autoridad para hacerlo. Habiendo cumplido la obra de redención, anticipó Su ascensión y coronación, ese punto en el cual se sentaría a la diestra del Padre y se le daría el nombre que está sobre todo nombre en los cielos y la tierra (Ef. 1:20-23).

Jesús, siendo el eterno Hijo de Dios, tiene autoridad en Sí mismo.

Autoridad es el derecho a ejercer dominio, a gobernar, a mandar. La palabra griega exousia, que se traduce como la palabra en español autoridad en Mateo 28:18-20, significa literalmente «lo que surge de ser». Es el derecho a gobernar que surge de las condiciones presentes (estado de ser) o de la relación en la que uno se encuentra. Un padre tiene el derecho de gobernar en virtud de la relación ordenada por Dios que el padre tiene con su hijo. Jesús tiene el derecho de gobernar en virtud de Su estado actual de ser, o condición, como el vencedor del pecado, la muerte y el infierno.

Por lo tanto, antes de que el Señor Jesús comisionara a Sus discípulos, afirmó Su autoridad para hacerlo. Aquí tenemos un reclamo de autoridad universal e ilimitada. Debemos notar primero la fuente de Su autoridad: la recibió de Su Padre. En Su estado de humillación (Su vida terrenal antes de Su resurrección), Él poseía autoridad, pero voluntariamente limitó el ejercicio de la misma. Sin embargo, a veces la afirmaba con gran poder.

Durante Su ministerio, Su autoridad fue manifestada en la manera en que enseñaba (Mt. 7:29), en conceder perdón de los pecados (9:6), en calmar el mar (8:26), en sanar todo tipo de enfermedad y dolencia (9:35), en expulsar demonios (12:22) y en obtener victoria sobre la misma muerte (Jn. 11:43).

Pero todos estos ejercicios de autoridad no fueron más que débiles manifestaciones de la autoridad ilimitada y universal que le fue restaurada por el Padre en Su exaltación. Ahora Jesús afirma: «toda autoridad en el cielo y en la tierra». Más adelante el apóstol Pablo escribe a los filipenses que Dios el Padre ahora «exaltó hasta lo sumo» al Hijo para que en Su nombre «se doble toda rodilla». Todas las cosas han sido puestas bajo Su autoridad (Flp. 2:9-10).

Por supuesto, Jesús, siendo el eterno Hijo de Dios, tiene autoridad en Sí mismo. Él posee autoridad de acuerdo a Su deidad junto con el Padre y el Espíritu. Él, junto con el Padre y el Espíritu, es el creador soberano y sustentador de todo lo que existe.

Sin embargo, en Su encarnación y en Su humillación, Él eligió no ejercer Su autoridad de la misma manera que lo hizo antes. Como dice el Catecismo Menor de Westminster: Él nació  «sujeto a la ley» (Pregunta y Respuesta 27). Él, quien con el Padre y el Espíritu expresó Su soberana voluntad en la autoridad de Su santa ley, ahora estaba sujeto a esa ley. Jesús en Su encarnación experimentó la humillación de estar bajo la autoridad de simples hombres: padres, gobernantes civiles, etc. Eligió no ejercer todos los privilegios de Su autoridad y se permitió ser gobernado, incluso abusado, por hombres mortales y malvados.

Pero, después de haber realizado la obra que el Padre le dio, fue exaltado en lo alto como el Dios-hombre, el Mesías. Jesús entonces recibió autoridad dada por el Padre. Su autoridad pre-encarnada fue restablecida ya que fue investido con autoridad desde lo alto como Señor y Cristo. La profecía mesiánica del Salmo 2 se cumplió en Jesús (Hch. 13:33He. 1:55:5). A lo largo del Antiguo Testamento, a Israel se le prometió un Mesías que sería exaltado al lugar de suprema autoridad y dominio. El Salmo 2:6-8 declara que al Mesías le son dadas las naciones mismas de la tierra como Su herencia. Todos los seres angélicos, los santos, los profetas y los apóstoles se postran ante Él, reconociendo que Él es el Rey de reyes y el Señor de señores. Y un día todos Sus enemigos serán conquistados y puestos por estrado de Sus pies (Sal. 110:1).

Ten en cuenta también el alcance de Su autoridad. Es ilimitada. Su autoridad no está restringida por jurisdicción o geografía. Él ha recibido del Padre toda autoridad, sin limitaciones o restricciones. Sabemos que este es el caso porque Jesús agrega la frase aclaratoria «en el cielo y en la tierra», en todas partes del universo en que cualquier autoridad puede ser ejercida. A Él se le otorga toda la autoridad en los ámbitos espiritual y material, en los cielos y en la tierra. No hay lugar en este universo sobre el cual no se le haya dado autoridad. Su autoridad penetra en cada reino y esfera de influencia.

Es sobre este fundamento que Jesús comisionó a Sus discípulos. No sería la Gran Comisión si no descansara sobre esta gran alegación de autoridad universal e ilimitada. Y siendo autorizados por el Señor mismo, los discípulos salieron y transformaron el mundo.

Este artículo fue publicado originalmente en la Tabletalk Magazine.

Roland Barnes
Roland Barnes
El reverendo Roland Barnes es pastor principal de Trinity Presbyterian Church (PCA) en Statesboro, Georgia.

 

La libertad del discipulado

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La libertad del discipulado

Roland Barnes

Cuando yo era adolescente, consideraba la fe cristiana como restrictiva y opresiva. Tenía miedo de que la manera cristiana de vivir fuera esclavizante, que me llevara a una vida de miseria. Por lo tanto, estaba esperando mi tiempo hasta que pudiera escaparme de la supervisión de mis padres y buscar una vida de libertad en la universidad.

Sin embargo, gracias a Dios, durante mi último año de secundaria descubrí que lo que yo pensaba que era libertad era en verdad esclavitud, y lo que pensaba que sería esclavizante era, de hecho, la verdadera libertad, la libertad del discipulado. Llegué a la conclusión de que, aparte de Jesús, no existe la verdadera libertad, solo la esclavitud del pecado.

Es solo cuando nos sometemos al señorío de Jesús y nos convertimos en Sus discípulos que experimentamos la verdadera libertad.

El hombre fue creado por Dios para gobernar sobre la tierra, para aprovechar el mundo material para la gloria de Dios y el beneficio del hombre. Pero cuando el hombre se rebeló contra Dios, se encontró a sí mismo bajo el dominio de la creación en lugar de ejercer el dominio sobre ella. Esto es lo que vemos en la esclavitud de las adicciones. El hombre se convierte en el esclavo de sus propios deseos. Él se convierte en esclavo del pecado. El hombre natural está bajo el cautiverio del pecado.

Este fue, por supuesto, uno de los énfasis principales de los reformadores mientras recuperaban el evangelio de la gracia soberana de Dios. Martín Lutero, en su obra La esclavitud de la voluntad, trata este punto con gran claridad. El hombre natural no es libre sino esclavo del pecado. Él no puede hacer lo contrario. Él debe ser liberado del poder del pecado que lo ata. Esta es la libertad del discipulado.

Jesús dijo: «Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8:31-32). Es solo cuando nos sometemos al señorío de Jesús y nos convertimos en Sus discípulos que experimentamos la verdadera libertad. Él rompe el poder del pecado en nuestras vidas y nos otorga la libertad bajo Su gobierno benevolente. Somos hechos libres para ser lo que Dios quiere que seamos: seres que están llenos de gozo indescriptible mientras le obedecemos y cumplimos los propósitos para los cuales Él nos creó.

Aquí es cuando somos realmente libres. No es la falsa libertad de la anarquía, sino la verdadera libertad que se experimenta cuando vivimos la vida para la gloria de Dios como discípulos de Jesús. Esto es lo que el apóstol Pablo nos dice en Romanos 6: 20-23. Cuando nuestra esclavitud al pecado y la muerte se rompe por el poder de la gracia de Dios en Jesús, nos convertimos en esclavos (discípulos) de Jesús. En verdad, es una servidumbre gozosa, porque Jesús trata a Sus discípulos como hijos e hijas. De hecho, entramos en la gozosa libertad de los hijos de Dios.

Este artículo fue publicado originalmente en la Tabletalk Magazine.
Roland Barnes
Roland Barnes
El reverendo Roland Barnes es pastor principal de Trinity Presbyterian Church (PCA) en Statesboro, Georgia.