Culto familiar

Culto familiar
Arthur W. Pink (1886-1952)
Existen algunas ordenanzas y medios de gracia3 exteriores que son muy importantes y están claramente implícitos en la Palabra de Dios, pero para los cuales tenemos pocos, si acaso al- gunos, preceptos claros y positivos que nos ayuden a ponerlos en práctica. Más bien, nos limi- tamos a recogerlos del ejemplo de hombres santos y de diversas circunstancias secundarias. Se logra un fin importante por este medio y es así que se prueba el estado de nuestro corazón. Sirve para probar si los cristianos profesantes descuidarán un deber claramente implícito por el hecho de no poder citar un mandato explícito que requiera su obediencia. Así, se descubre el verdadero estado de nuestra mente y se hace manifiesto si tenemos o no un amor ardiente por Dios y por servirle. Esto se aplica tanto a la adoración pública como a la familiar. No obs- tante, no es difícil dar pruebas de la obligación de ser devotos en el hogar.
Considere primero el ejemplo de Abraham, el padre de los fieles y el amigo de Dios (Stg. 2:23). Fue por su devoción a Dios en su hogar que recibió la bendición de: “Porque yo lo he conocido, sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jeho- vá, haciendo justicia y juicio” (Gn. 18:19 JUB4). El patriarca es elogiado aquí por instruir a sus hijos y siervos en el más importante de los deberes, “el camino del Señor”; la verdad acerca de su gloriosa persona, su derecho indiscutible sobre nosotros, lo que requiere de nosotros. Note bien las palabras “que mandará”, es decir que usaría la autoridad que Dios le había dado como padre y cabeza de su hogar para hacer cumplir en él los deberes relacionados con la devoción a Dios. Abraham también oraba a la vez que enseñaba a su familia: Dondequiera que levantaba su tienda, edificaba “allí un altar a Jehová” (Gn. 12:7; 13:4). Ahora bien, mis lectores, preguntémonos: ¿Somos “linaje de Abraham” (Gá. 3:29) si no “[hacemos] las obras de Abraham” ( Jn. 8:39) y descuidamos el serio deber del culto familiar?
El ejemplo de otros hombres santos es similar al de Abraham. Considere la devoción que refleja la determinación de Josué quien declaró a Israel: “Yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15). No dejó que la posición de honor que ocupaba ni las obligaciones públicas que lo presionaban, lo distrajeran de procurar el bienestar de su familia. También, cuando David llevó el arca de Dios a Jerusalén con gozo y gratitud, después de cumplir sus obligaciones públicas “volvió para bendecir su casa” (2 S. 6:20). Además de estos importantes ejemplos, podemos citar los casos de Job (1:5) y Daniel (6:10). Limitándonos a sólo uno en el Nuevo Testamento, pensamos en la historia de Timoteo, quien se crió en un hogar piadoso. Pablo le hizo recordar “la fe no fingida” que había en él y agregó: “La cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice,…” (2 Ti. 1:5). ¡Con razón pudo decir enseguida: “Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras”! (2 Ti. 3:15).
Por otra parte, podemos observar las terribles amenazas pronunciadas contra los que descuidan este deber. Nos preguntamos cuántos de nuestros lectores han reflexionado seria- mente sobre estas palabras impresionantes: “¡Derrama tu enojo sobre las gentes que no te conocen, y sobre las naciones que no invocan tu nombre!” ( Jer. 10:25). Qué tremendamente serio es saber que las familias que no oran son consideradas aquí iguales a los paganos que no conocen al Señor. ¿Esto nos sorprende? Pues, hay muchas familias paganas que se juntan para adorar a sus dioses falsos. ¿Y no es esto causa de vergüenza para los cristianos profesantes? Observe también que Jeremías 10:25 registra imprecaciones terribles sobre ambas por igual: “Derrama tu enojo sobre…”. ¡Con cuánta claridad nos hablan estas palabras!
No basta que oremos como individuos en nuestra cámara; se requiere que también hon- remos a Dios en nuestras familias. Dos veces cada día como mínimo, —de mañana y de noche— toda la familia debe reunirse para arrodillarse ante el Señor —padres e hijos, amo y siervo— para confesar sus pecados, para agradecer las misericordias de Dios, para buscar su ayuda y bendición. No debemos permitir que nada interfiera con este deber: Todos los demás quehaceres domésticos deben supeditarse a él. La cabeza del hogar es el que debe dirigir el tiempo devocional, pero si está ausente o gravemente enfermo, o es inconverso, entonces la esposa tomará su lugar. Bajo ninguna circunstancia ha de omitirse el culto familiar. Si quere- mos disfrutar de las bendiciones de Dios sobre nuestra familia, entonces reúnanse sus inte- grantes diariamente para alabar y orar al Señor. “Honraré a los que me honren” es su promesa.
Un antiguo escritor dijo: “Una familia sin oración es como una casa sin techo, abierta y expuesta a todas las tormentas del cielo”5. Todas nuestras comodidades domésticas y las misericordias temporales que tenemos proceden del amor y la bondad del Señor, y lo mejor que podemos hacer para corresponderle es reconocer con agradecimiento, juntos, su bondad para con nosotros como familia. Las excusas para no cumplir este sagrado deber son inútiles y carecen de valor. ¿De qué nos valdrá decir, cuando rindamos cuentas ante Dios por la ma- yordomía de nuestra familia, que no teníamos tiempo ya que trabajábamos sin parar desde la mañana hasta la noche? Cuanto más urgentes son nuestros deberes temporales, más grande es nuestra necesidad de buscar socorro espiritual. Tampoco sirve que el cristiano alegue que no es competente para realizar semejante tarea: Los dones y talentos se desarrollan con el uso y no con descuidarlos.
El culto familiar debe realizarse reverente, sincera y sencillamente. Es entonces que los pe- queños recibirán sus primeras impresiones y formarán sus primeros conceptos del Señor Dios. Debe tenerse sumo cuidado a fin de no darles una idea falsa de la Persona Divina. Con este fin, debe mantenerse un equilibrio entre comunicar su trascendencia6 y su inmanencia7, su santidad y su misericordia, su poder y su ternura, su justicia y su gracia. La adoración debe empezar con unas pocas palabras de oración invocando la presencia y bendición de Dios. Debe seguirle un corto pasaje de su Palabra, con breves comentarios sobre el mismo. Pueden cantarse dos o tres estrofas de un salmo y luego concluir con una oración en la que se enco- mienda a la familia a las manos de Dios. Aunque no podamos orar con elocuencia, hemos de hacerlo de todo corazón. Las oraciones que prevalecen son generalmente breves. Cuídese de no cansar a los pequeñitos.
Los beneficios y las bendiciones del culto familiar son incalculables. Primero, el culto familiar evita muchos pecados. Maravilla el alma, comunica un sentido de la majestad y au- toridad de Dios, presenta verdades solemnes a la mente, brinda beneficios de Dios sobre el hogar. La devoción personal en el hogar es un medio muy influyente, bajo Dios, para comunicar devoción a los pequeños. Los niños son mayormente criaturas que imitan, a quienes les encanta copiar lo que ven en los demás.
“Él estableció testimonio en Jacob, y pusó ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos, para que lo sepa la generación venidera, los hijos que nacerán, y los que se levantarán, lo cuenten a sus hijos. A fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios, que guarden sus mandamientos” (Sal. 78:5-7). ¿Cuánto de la terrible condición moral y espiritual de las masas en la actualidad puede adjudicarse al descuido de este deber por parte de los padres de familia? ¿Cómo pueden los que descuidan la adoración a Dios en su familia pretender hallar la paz y bienestar en el seno de su hogar? La oración cotidiana en el hogar es un medio bendito de gracia para disipar esas pasiones do- lorosas a las cuales está sujeta nuestra naturaleza común. Por último, la oración familiar nos premia con la presencia y la bendición del Señor. Contamos con una promesa de su presencia que se aplica muy apropiadamente a este deber: Vea Mateo 18:19-20. Muchos han encontra- do en el culto familiar aquella ayuda y comunión con Dios que anhelaban y que no habían logrado en la oración privada.


Tomado de “Family Worship” (Culto familiar), reeditada por Chapel Library.

A.W. Pink (1886-1952): Pastor, maestro itinerante de la Biblia, autor, nació en Nottingham, In- glaterra.
Deseamos profundamente un avivamiento de la religión doméstica.

La familia cristiana era el baluarte de la piedad en la época de los puritanos; sin embargo, en estos tiempos malos, centena- res de familias de pretendidos cristianos no tienen adoración familiar, no tienen control sobre los hijos en edad de crecimiento ni instrucción, ni disciplina saludables. ¿Cómo podemos esperar ver avanzar el reino de nuestro Señor cuando sus propios discípulos no les enseñan su Evangelio a sus hijos?
Charles Spurgeon

omado del prefacio de La Segunda Confesión Bautista de Londres de 1689; reeditada por Chapel
Library y disponible allí.

Una teología de la familia

Editado por Jeff Pollard & Scott T. Brown


Una causa de la decadencia de la fe cristiana en nuestro tiempo

¡Oh! Si pudiéramos poner a un lado las demás contiendas y que en el futuro la única preocupación y contienda de todos aquellos sobre los cuales se invoca el nombre de nuestro bendito
Redentor, sea caminar humildemente con su Dios y perfeccionar la santidad en el temor del
Señor, ejercitando todo amor y mansedumbre los unos hacia los otros, esforzándose cada uno
por dirigir su conducta tal como se presenta en el evangelio y, de una forma adecuada a su
lugar y capacidad; fomentar enérgicamente en los demás la práctica de la religión verdadera y
sin mácula delante de nuestro Dios y Padre. Y que en esta época de decadencia no gastemos
nuestras energías en quejas improductivas con respecto a las maldades de otros, sino que cada
uno pueda empezar en su hogar a reformar, en primer lugar, su propio corazón y sus costumbres; que después de esto, agilice todo aquello en lo que pueda tener influencia, con el mismo
fin; que si la voluntad de Dios así lo quisiera, nadie pudiera engañarse a sí mismo descansando
y confiando en una forma de piedad sin el poder de la misma y sin la experiencia interna de la
eficacia de aquellas verdades que profesa.
Ciertamente existe un origen y una causa para la decadencia de la religión en nuestro tiempo, algo que no podemos pasar por alto y que nos insta con empeño a una corrección. Se trata
del descuido de la adoración a Dios en las familias por parte de aquellos a quienes se ha puesto
a cargo de ellas encomendándoles que las dirijan. ¿No se acusará, y con razón, a los padres y
cabezas de familia por la burda ignorancia y la inestabilidad de muchos, así como por la falta
de respeto de otros, por no haberlos formado en cuanto a la forma de comportarse, desde que
tenían edad para ello? Han descuidado los mandamientos frecuentes y solemnes que el Señor
impuso sobre ellos para que catequizaran e instruyeran a los suyos y que su más tierna infancia
estuviera sazonada con el conocimiento de la verdad de Dios, tal como lo revelan las Escrituras.
Asimismo, su propia omisión de la oración y otros deberes de la religión en sus familias, junto
con el mal ejemplo de su conversación disoluta, los ha endurecido llevándolos en primer lugar
a la dejadez y, después, al desdén de toda piedad.
Sabemos que esto no excusará la ceguera ni la impiedad de nadie, pero con toda seguridad caerá con dureza sobre aquellos que han sido, por su propio proceder, la ocasión de tropiezo. De hecho, estos mueren en sus pecados, ¿pero no se les reclamará su sangre a aquellos bajo cuyo cuidado estaban y que han permitido que partiesen sin advertencia alguna? ¡Los han llevado a las sendas de perdición! ¿No saben que la diligencia de los cristianos en el desempeño de estos deberes, en los años pasados, se levantará en juicio y condenará a muchos de aquellos que estén careciendo de ella en la actualidad?

Concluiremos con nuestra ferviente oración pidiéndole al Dios de toda gracia que derrame
esas medidas necesarias de su Espíritu Santo sobre nosotros para que la profesión de la verdad
pueda ir acompañada por la sana creencia y la práctica diligente de la misma y que su Nombre
pueda ser glorificado en todas las cosas por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Tomado del prefacio de La Segunda Confesión Bautista de Londres de 1689; reeditada por Chapel
Library y disponible allí.

Una teología de la familia

Editado por Jeff Pollard & Scott T. Brown