La simiente de Abraham

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: El Mesías prometido

La simiente de Abraham

Michael P.V. Barrett

Nota del editor: Este es el tercero de 13 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El Mesías prometido.

Los detalles e implicaciones del pacto de Dios con Abraham son de gran alcance. Tres promesas aunque distintas, pero relacionadas, están en el corazón de esta entrega del pacto de gracia: una simiente, una tierra y una bendición universal. Cada una de ellas halla su significado final en el Señor Jesucristo. No es sorprendente que Jesús declarara que Abraham se regocijó al ver Su día (Jn 8:56).

La promesa de una descendencia o simiente es el punto central de la promesa de Dios a Abraham, tal como lo fue en la promesa hecha a Adán y Eva y como sería hecha, años más tarde, a David. La promesa de una simiente justa es el hilo que conecta cada promesa pactual. Es cierto que identificar la simiente puede ser complicado porque a veces se refiere a varias personas y a veces a una sola. Primero, la simiente de Abraham fue física. Dios prometió que Abraham sería padre de muchas naciones (Gn 17:5). Hubo naciones que surgieron de su descendencia con Agar y Cetura, pero la simiente de la promesa fue Isaac, el hijo de Sara. De Isaac vino Jacob y luego la nación de Israel. El desarrollo de esta simiente física fue esencial para la venida de Cristo, porque Él estaba en el linaje de Abraham. Fue de Israel que Cristo vino “según la carne” (Rom 9:4-5). Tenía que haber una simiente física si iba a haber un Cristo de Dios. Por lo que Israel, la simiente física y particular de Abraham, fue el medio para el cumplimiento mesiánico de la promesa de Dios.

El linaje de Abraham fue escogido para la identidad física del Mesías, pero todas las naciones de la tierra se benefician del Mesías.

Segundo, la simiente fue y es espiritual. Que Dios prometa una simiente más numerosa que las estrellas del cielo o la arena del mar va más allá de los descendientes físicos de Abraham. Jesús dejó claro que era posible ser descendiente físico de Abraham sin ser descendiente espiritual (Jn 8:39). De manera similar, Pablo dijo que no todo Israel es Israel (Rom 9:6-8). Los verdaderos hijos de Abraham son aquellos que tienen fe (Gál 3:7). La nacionalidad es irrelevante: pertenecer a Cristo es ser la verdadera descendencia de Abraham y herederos de la promesa (Gal 3:29).

En tercer lugar, y lo más importante, la simiente final o ideal es Cristo mismo. Aunque la palabra traducida como “descendencia” o “simiente” puede referirse tanto a varias personas como a un individuo, la forma es gramaticalmente singular. Pablo se enfoca en esa gramática cuando da su interpretación inspirada y mesiánica de la promesa abrahámica: “No dice: y a las descendencias, como refiriéndose a muchas, sino más bien a una: y a tu descendencia, es decir, Cristo” (Gal 3:16). Por una buena razón, el Nuevo Testamento comienza identificando a Jesús como el hijo de David y como el hijo de Abraham (Mt 1:1).

La promesa de la tierra fue también un componente clave en la promesa abrahámica Que es tanto físico como espiritual. La tierra se refería a un territorio geográfico real. Sin embargo, la tierra transmitió un mensaje espiritual más allá de la geografía y las fronteras. Fue un símbolo o un ejemplo perfecto del deleite del descanso en la presencia de Dios y en comunión con Él. Es este sentido simbólico el que apunta a Jesús como el dador del descanso espiritual que nos reconcilia con Dios (Mt 11:28Col 1:22). Así como hubo un “Jesús” del Antiguo Testamento (Josué) para lograr el descanso físico en la tierra (Heb 4), así está el Jesús ideal que guía a Su pueblo de todas las edades y lugares al descanso prometido. Incluso el “polvo” de la tierra prometida apuntaba a la perspectiva del descanso espiritual posible solamente a través de la simiente ideal de Abraham. El lenguaje de nuestro texto de que la simiente “poseerá la puerta de sus enemigos” simplemente significa que las defensas de los enemigos no pueden oponerse al avance de la simiente. En el lenguaje del Nuevo Testamento, Cristo dijo que Él edificará Su iglesia y que ni siquiera las puertas del infierno podrán prevalecer contra el avance de la simiente.

Que Dios bendijera a Abraham, e hiciera su simiente una bendición para el mundo entero, enfoca la atención de la promesa directamente en Cristo. Lo único acerca de los descendientes de Abraham que puede ser interpretado de alguna manera como una bendición para todo el mundo es Jesús, la simiente final de la promesa. Pablo dio una interpretación inspirada de esta bendición abrahámica cuando dijo que Cristo se convirtió en maldición al colgar del madero a fin de que “en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles” (Gál 3:13-14). Esto resalta un tema mesiánico clave a lo largo del Antiguo Testamento: la promesa del Mesías nunca fue una promesa exclusivamente judía. La única pretensión que la simiente física de Abraham tuvo sobre Cristo fue que Él vino al mundo físicamente a través de ellos (Rom 9:4-5). El linaje de Abraham fue escogido para la identidad física del Mesías, pero todas las naciones de la tierra se benefician del Mesías. El pacto con Abraham nos da una mejor compresión sobre la identidad de la Simiente prometida mientras que al mismo tiempo mantiene el carácter inclusivo del propósito de gracia de Dios para “todas las familias de la tierra” (Gn 12:1-3).

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Michael P.V. Barrett
Michael P.V. Barrett

El Dr. Michael P.V. Barrett es vicepresidente de asuntos académicos, decano académico y profesor de Antiguo Testamento en el Puritan Reformed Theological Seminary en Grand Rapids, Michigan. Es autor de varios libros, incluyendo Beginning with Moses: A Guide to Finding Christ in the Old Testament [Empezando con Moisés: Una guía para encontrar a Cristo en el Antiguo Testamento]..

La simiente de la mujer

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: El Mesías prometido

La simiente de la mujer

R. Andrew Compton

Nota del editor: Este es el segundo de 13 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El Mesías prometido

La maldición sobre la serpiente en Génesis 3:14-15 prepara el escenario para el curso posterior de la historia redentora. Las alusiones obvias del Nuevo Testamento a este pasaje ocurren en lugares como Lucas 10:19Romanos 16:20 y Apocalipsis 12:17. Sin embargo, a partir de este punto en el libro de Génesis, el tema de la “enemistad entre las descendencia/simientes” caracteriza la narrativa bíblica. Este pasaje se cumple finalmente en Jesucristo, la consumada “simiente de la mujer” que aplasta la cabeza de la serpiente. En los tres discursos de maldición dados en Génesis 3:14-19, se bosqueja la trama de la historia.

La intensidad de estos discursos se puede rastrear de la siguiente manera. En su punto máximo, una maldición le es dada directamente a la serpiente: “Maldita serás” (v. 14). Con Adán, hay una leve mitigación: la tierra es maldita por causa de él, pero él no es maldecido directamente como lo fue la serpiente (v. 17). Finalmente, con Eva, la palabra maldición ni siquiera es usada.

La maldición de la serpiente culmina en el versículo 15: “Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente ; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar”. Eva no murió el mismo día que comió del árbol (ver 2:17); ella vivió lo suficiente como para tener hijos. El dolor en el parto fue multiplicado, pero el parto ocurrió de todos modos (3:16). Adán nombró a Eva apropiadamente: “El hombre le puso por nombre Eva a su mujer, porque ella era la madre de todos los vivientes” (v. 20). A través de Eva vendría la vida.

Qué consuelo saber que en Cristo Dios nos ha reconciliado Consigo mismo.

A partir de este momento, Génesis presenta dos líneas de simientes librando una guerra santa. Cuando Eva dio a luz a Caín, su confianza en la promesa de Dios era fuerte: “He adquirido varón con la ayuda del Señor” (4:1). Y sin embargo, este hombre, Caín, era en realidad del maligno (1 Jn 3:12) y mató a su justo hermano Abel. Caín demostró ser de la línea de la serpiente, que inicialmente parecía ganar ventaja. El juicio de Dios sobre Caín aludió a las maldiciones en Génesis 3: “Ahora pues, maldito eres de la tierra” (4:11). Caín fue como su padre biológico Adán, al ser maldito de la tierra, pero también fue como su padre espiritual, el diablo, en el sentido de que él mismo recibió la maldición: “Maldito eres de la tierra” (v. 11, énfasis agregado).

Lo que vemos a continuación es el contraste entre lo que podríamos llamar dos “patriarcas” de simientes diferentes. Caín fue la cabeza de la línea de la serpiente, y Set de la línea de la promesa.

Caín procedió a construir un imperio malvado. Aunque Adán y Eva fueron enviados al este del Edén, Caín voluntariamente se alejó aún más al este de la presencia de Dios. Construyó una ciudad, tuvo un hijo, Enoc, y nombró a la ciudad (literalmente “la llamó”) en su honor. (Nota que la próxima vez que leamos de alguien construyendo una ciudad, es otra ciudad serpentina en el este, Babel [Gn 11]). A pesar de los logros culturales de la línea de Caín (4:18-24), vemos que esta culmina en el nacimiento de Lamec, la séptima generación. Dios prometió vengarse siete veces en Génesis 4:15 de cualquiera que matara a Caín, pero Lamec actuó como si fuera más grande que Dios, capaz de imponer una venganza setenta veces. ¿Había la simiente serpentina de Caín planteado un verdadero desafío a la promesa de Dios?

En Génesis 4:25, leemos de la línea de la promesa. Eva dio a luz un reemplazo del justo Abel, Set. Con el hijo de Set, hay un interés continuo en los nombres de las personas: “A Set le nació también un hijo y le puso por nombre Enós. Por ese tiempo comenzaron los hombres a invocar el nombre del Señor” (v. 26). La línea de Set culmina en el nacimiento de un mejor Enoc que el Enoc cainita. Este Enoc era la séptima generación de Set, pero era lo opuesto a la séptima generación cainita, Lamec. Cuando Lamec se jactó de ser más grande que Dios, Enoc caminó con Dios (5:22) y no probó la muerte (v. 24; Heb 11:5). Luego vino un Lamec mejor y diferente, un setita que engendró un hijo, Noé (Gn 5:28-29). Sobre el nacimiento de Noé, Lamec dijo: “Este nos dará descanso de nuestra labor y del trabajo de nuestras manos, por causa de la tierra que el Señor ha maldecido”. Noé era un tipo de Cristo, siendo un hombre justo entre un pueblo adúltero. Su línea fue salvada, pero la línea de la serpiente pereció en su mayoría.

Sin embargo, el diluvio, no fue el golpe final de la cabeza de la serpiente. El hijo de Noé, Cam, continuaría con la línea de la serpiente. No obstante, vendría el día en que llegaría la simiente prometida, Cristo mismo (Gál 3:16). Esta simiente le daría el golpe definitivo a la serpiente. En la nueva creación, no quedará ningún Cam para liderar una nueva resistencia. Génesis 3:14-15 contiene la línea de la historia redentora de toda la Biblia, prometiendo  que aunque la guerra santa se librará entre las dos líneas, Dios proveerá salvación, completa y final, en la obra de Cristo. Qué consuelo saber que en Cristo Dios nos ha reconciliado Consigo mismo.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
R. Andrew Compton
R. Andrew Compton

El reverendo R. Andrew Compton es profesor asistente de estudios del Antiguo Testamento y director del programa de maestría en estudios teológicos en el Mid-America Reformed Seminary y pastor asociado de la Redeemer United Reformed Church en Dyer, Indiana.

El verdadero Israel de Dios

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: El Mesías prometido

El verdadero Israel de Dios

Burk Parsons

Nota del editor: Este es el primero de 13 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El Mesías prometido

En Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés], recientemente concluimos un estudio de dos años y medio del libro de Éxodo en nuestro servicio de domingo por la noche.  Fue un tremendo viaje a medida que salíamos de Egipto, a través del mar Rojo, por el desierto, subiendo y bajando el monte Sinaí y hacia la tierra prometida. Desde el principio, observamos que una de las razones fundamentales para la liberación divina de Israel de Egipto, no fue simplemente que los israelitas fueran libres de la esclavitud sino que fueran liberados para poder adorar al Señor. Dicho de manera sencilla, el libro de Éxodo no se trata fundamentalmente del éxodo, sino de la adoración. El Señor liberó a Israel para que ellos pudieran adorarle. La historia de Éxodo corresponde a la narrativa teológica general de la Escritura, y la gran narrativa general de la Escritura no es simplemente redención de la esclavitud sino redención para adorar.

El plan soberano y la promesa de Dios no pueden ser frustrados.

A lo largo del Nuevo Testamento, el Señor gloriosamente revela cómo el Mesías prometido cumplió las profecías, las promesas y el plan de nuestro Dios triuno.  El Evangelio de Mateo revela cómo Jesús es el verdadero y más grande Israel de Dios (Mt 2:13-155:17; ver Os 11:1) que logró lo que Israel logró. Él fue a Egipto y salió de Egipto (Mt 2). Pasó por las aguas (Mt 3:13-17) y por el desierto, donde fue tentado a adorar algo más que a Dios solo y fue sostenido por toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4:1-11). Habló con Moisés y Elías acerca de Su partida (literalmente, Su «éxodo»; ver Lc 9:31). Y, mientras repetía la historia de Israel en Su propia persona, Él cumplió los oficios de rey y profeta, sirviendo como el Rey del linaje de David quien es también el Hijo supremo de David (Mt  2:21221:527:27-31; ver 2 Sam 7) y como el Profeta superior a Moisés (Mt 11:1-1923-24; ver Dt 18:15-22).

Jesús repitió, avanzó y cumplió la historia de Israel en el clímax de Su obra. Sufrió el exilio de Su muerte en la cruz (Mt 27:32-50), donde también cumplió Su papel como el gran Sumo Sacerdote y el Cordero de la Pascua sacrificado (Mt 26:1-1327:51). Allí, el templo de Su cuerpo fue destruido (Mt 26:6127:40), pero al tercer día fue restaurado del exilio de la muerte en Su resurrección, resucitando el templo de Su cuerpo (Mt 28:1-10) y convirtiéndose en la piedra angular del nuevo templo, Su Iglesia, que es el cumplimiento del plan de Dios para Su verdadero pueblo Israel (1 Pe 2:4-8). El plan soberano y la promesa de Dios no pueden ser frustrados, porque ahora Jesucristo tiene toda la autoridad en el cielo y en la tierra, y está con nosotros hasta el fin del mundo, y Él regresará como nuestro Rey y nos llevará a la Tierra Prometida celestial.

Este articulo fue publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Burk Parsons
Burk Parsons

El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.