Consejos sobre el ministerio a los adictos

Nota del editor:Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las adicciones

La idea de ministrar a personas con adicciones probablemente resulte intimidante para la mayoría de los cristianos. Las adicciones suelen dar lugar a otros pecados relacionados, como mentir o robar, que hacen que sea desagradable o incluso peligroso estar cerca de alguien que sufre una adicción. Para cuando su problema sale a la luz, la vida de muchos adictos está fuera de control y es difícil imaginar que se puedan reunir los recursos y la energía necesarios para ayudar realmente a alguien con una adicción. Este ministerio puede parecer del tipo que requiere una formación o experiencia especial. Ciertamente, no es algo que el miembro «promedio» de la iglesia pensaría en emprender y muchas congregaciones se paralizan cuando se trata de trabajar con personas que luchan contra la adicción.

Dos categorías bíblicas pueden ayudarnos a entender lo que ocurre en la vida de alguien cuando está en las garras de una adicción:

Primero, los adictos son idólatras. La adicción es fundamentalmente una adoración. La Biblia nos dice que cualquier cosa a la que la gente acuda en busca de consuelo, confort y esperanza, esa cosa está desempeñando funcionalmente el papel de Dios en sus vidas. Un adicto es alguien que busca algo destructivo, algo que no es el único y verdadero Dios para eliminar el aburrimiento, el dolor, la soledad o la ansiedad de la vida. La alegría de los adictos cuando están en presencia de la cosa que anhelan —ya sea el juego, el alcohol, las drogas o la pornografía— tiene todas las señales de la adoración.

Segundo, los adictos son esclavos. Esto es quizás lo que más pensamos cuando pensamos en la adicción. La diferencia entre alguien que simplemente se entrega a un vicio y alguien que consideraríamos un adicto es que este último es incapaz de detenerse, incluso cuando piensa que quiere hacerlo. La persona adicta está esclavizada por un amo al que parece que hay que obedecer cada vez que le llama.

Estas dos categorías representan una forma de entender la adicción muy diferente a la que se suele tener en el mundo. En la mayoría de las comunidades médicas y psiquiátricas se toma como una verdad sagrada que los adictos sufren una enfermedad y, por lo tanto, no son totalmente responsables de sus comportamientos. Sin embargo, aunque la adicción suele tener un componente físico muy real, la comprensión cristiana del pecado nos obliga a insistir en que Dios hace responsables a los adictos de sus comportamientos y elecciones.

Esta comprensión también ayuda a cerrar la brecha que podemos sentir entre nosotros mismos y los adictos a los que ministramos, porque cuando miramos la Biblia, vemos que las mismas cosas que son verdaderas para los adictos son verdaderas para todos los pecadores. Por naturaleza y sin Cristo, todo hombre, mujer y niño es culpable de adoración falsa (Ro 1:21-23). Todos nos exaltamos a nosotros mismos y miramos a la creación en lugar de al Creador para encontrar significado y ayuda; todos somos idólatras. Además, aparte de Cristo, todos somos esclavos del pecado (Jn 8:34). No podemos evitar pecar y por nuestra cuenta no podemos hacer nada para cambiar esta situación (Ro 1:28-31; Ef 2:1-3).

Si miramos las cosas desde ese punto de vista, vemos que tenemos un punto básico en común con alguien que está luchando con una adicción. Sus comportamientos destructivos pueden hacerlos parecer muy diferentes de nosotros, pero en realidad tenemos las cosas más importantes en común. En Adán, todos somos esclavos idólatras del pecado; de hecho, se podría decir que todos somos adictos al pecado. Podríamos tener la tentación de mirar a alguien que es adicto al alcohol, o a las drogas, o a la pornografía, o al juego y pensar: «Esta persona es demasiado diferente a mí; no puedo ayudarla». Pero, en cambio, deberíamos pensar: «Esta persona es fundamentalmente igual que yo. Aparte de Cristo, todos somos esclavos del pecado y la idolatría».

Una vez que vemos que el problema de la adicción es realmente el problema del pecado, vemos que la solución a la adicción es la misma que la solución al pecado: el mensaje del evangelio. Los adictos necesitan que el amor de sus corazones sea reordenado por la gracia de Dios. Necesitan tanto asumir la responsabilidad de su pecado en el arrepentimiento como reubicar su esperanza en Cristo. Esa es, en última instancia, la única esperanza para los adictos y es una esperanza más que suficiente. Al tratar de ministrar a los adictos, las iglesias no necesitan nada más de lo que ya tienen en el evangelio y en la iglesia que el evangelio crea.

Sin embargo, dicho todo esto, debemos admitir que ministrar a las personas atrapadas en el pozo de las adicciones presenta algunos desafíos especiales. Con este fin, aquí hay cuatro cosas prácticas a tener en cuenta al tratar de ayudar a las personas en estas circunstancias:

  1. No descuides a las familias. A menudo, los cónyuges e hijos de un adicto experimentan un gran estrés emocional y económico. Los programas de adicción a veces ponen a la persona adicta en el centro del universo, pero sus familias a menudo son víctimas inocentes que merecen apoyo y compasión.
  2. Ten cuidado con las falsas soluciones. Muchos de los programas de tratamiento más populares no abordan un problema central para los adictos: su propia idolatría, egoísmo, falta de autocontrol y malas decisiones. En su lugar, a veces se anima a los adictos a cambiar sus adicciones insanas por obsesiones menos peligrosas o socialmente más aceptables.
  3. Calcula el costo. Que una iglesia acompañe a un adicto será costoso en términos de tiempo y energía. A menudo, los únicos amigos de un adicto son otros adictos. La iglesia debe proporcionar una comunidad alternativa en la que los adictos puedan estar rodeados de personas espiritualmente sanas y aprender a vivir para algo más que para ellos mismos.
  4. Ten expectativas razonables. No hay muchas personas que cambian por completo y de inmediato. Si tú y yo cambiamos lentamente, ¿por qué esperar que los adictos no lo hagan? No te rindas cuando surjan contratiempos, sino que persevera en llevar el evangelio a sus vidas.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Mike Mckinley
El reverendo Mike McKinley es el pastor principal de Sterling Park Baptist Church en Sterling, Virginia, autor de The Resurrection in Your Life [La resurrección en tu vida] y coautor de La iglesia en lugares difíciles.

La mortificación de las adicciones

La mortificación de las adicciones
Por Jeremy Pierre

Nota del editor:Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las adicciones

Como diácono, estaba a cargo de los terrenos de nuestra iglesia y las malas hierbas eran mis peores enemigos. Las malas hierbas son las matonas del mundo de las plantas domésticas. Roban los preciosos recursos necesarios para el crecimiento de la hierba y las flores y no se disculpan por ello. Así que deben morir. Un jardinero acepta este deber y diseña su plan. Pero no todas las malas hierbas son iguales y no todas morirán con los mismos esfuerzos. Algunas son lo suficientemente pequeñas como para arrancarlas con las manos. Algunas requieren una herramienta manual. Otras requieren implementos aun más pesados, como palas, machetes e incluso ojivas nucleares.

Había una mala hierba en particular en el terreno de la iglesia que se burlaba de mí. Era como un árbol, se extendía muy por encima de mi cabeza, creciendo desde un sistema de raíces bien establecido, entretejida en los cimientos mismos del edificio de la iglesia. Cada temporada, tomaba un hacha, una pala e incluso veneno. Nada la mataba. Cada vez que yo reducía el crecimiento visible, volvía a crecer. El problema principal era que su sistema de raíces se había integrado en los cimientos del edificio. Y esa es una gran ilustración de cómo las adicciones se distinguen de los pecados habituales y normales de la vida.

La muerte única de una adicción
Al considerar cómo una persona puede matar las adicciones en su vida, los diferentes niveles de esfuerzo que se requieren para estos tipos diferentes de malas hierbas sirven como una buena ilustración. Como mis colegas escritores ya han establecido en esta serie de artículos de Tabletalk, las adicciones siempre involucran cierta idolatría del corazón que, cuando se persigue de manera repetida, condiciona el alma y el cuerpo de tal modo que la libertad de la persona se tuerce, se inclina hacia un objeto particular y, lo que es peor, se inclina lejos de Dios. Cuando esto sucede, el tipo de pecado más arraigado se apodera de las motivaciones de una persona. Las adicciones no son como un montón de pequeñas malas hierbas al aire libre, sino más bien como una mala hierba integrada en los cimientos de un edificio. Las adicciones enhebran sus raíces por medio de las expectativas y los deseos del alma, así como de los impulsos y anhelos del cuerpo.

De manera que, cuando hablamos de matar las adicciones, debemos tener cuidado con lo que queremos decir. Lo que no quiero decir es que matar las adicciones es como arrancar una pequeña mala hierba, con raíz y todo, para que deje de ser una amenaza. Lo que sí quiero decir es que matar las adicciones es como ir a la guerra contra la espesa enredadera de raíces que ha penetrado hasta los cimientos. Se trata de reducir de manera constante cualquier signo de crecimiento para que, al no tener hojas brotando que capten la energía solar, las raíces debiliten su sujeción estructural a los cimientos.

Como aquella mala hierba, las adicciones no mueren con una acción decisiva puntual. Mueren durante un largo período de tiempo. Por supuesto, debemos reconocer que Dios puede liberar a alguien de manera definitiva de la atracción de una adicción particular con un acto milagroso, y a veces lo hace. Pero ¿por qué se requiere generalmente un proceso complicado a lo largo del tiempo en lugar de una simple acción en un momento dado? La respuesta es teológica.

Dios nos diseñó para conformarnos, en cuerpo y alma, a aquello que perseguimos. Cuando perseguimos una y otra vez un objeto particular como reemplazo de Dios, condicionamos nuestros cuerpos y almas a la forma de eso que perseguimos. En términos físicos, el comportamiento adictivo opera en nuestro hardware neurobiológico, nuestras dependencias químicas y nuestros antojos corporales. Las estructuras de nuestros cuerpos se vuelven dependientes de sustancias que normalmente no se necesitan para mantener la vida. En términos del alma, el comportamiento adictivo se moldea a sí mismo en nuestra concepción del gozo, la satisfacción y el asombro; nos vemos comprometidos a encontrar esos valores inmateriales en las cosas materiales. Adoramos las cosas creadas en lugar del Creador; nos comprometemos a encontrar el valor de Dios en un objeto particular que no es Dios (Ro 1:21-25).

Un cuerpo y un alma condicionados por tales búsquedas socava la libertad de elección personal. Eso no quiere decir que un adicto sea menos culpable por su comportamiento, ni que su comportamiento sea menos voluntario. Todo es voluntario, pero de una manera extendida en lugar de una forma puntual. Lo que quiero decir es que deberíamos pensar en las adicciones como voluntarias, como una amplia serie de elecciones en lugar de una elección singular en un determinado viernes por la noche.

Muerte por medio de una búsqueda
Si pensamos de esta manera en la naturaleza voluntaria de las adicciones, crearemos un plan de acción más realista y efectivo contra ellas. En lugar de tratar las adicciones como algo de lo que una persona puede decidir deshacerse en un solo momento viniendo a Jesús, debemos pensar en el tratamiento de las adicciones como una serie de nuevas opciones que se acumulan en una nueva búsqueda. Entonces, matar las adicciones significa ayudar a alguien que está luchando a pensar en su responsabilidad con una fuerza verbal específica hacia ella: no decirle «tienes que matar esta adicción», sino más bien «tienes que estar matando esta adicción». Es una práctica, no una simple acción. Es una nueva búsqueda que mata a una vieja.

¿Cómo matamos una búsqueda con otra? Es útil pensar en una búsqueda como una serie de tareas. Son tareas, no pasos. Decir pasos implicaría una secuencia estricta. Pero hablamos más bien de las acciones regulares que una persona necesita tomar para mortificar las adicciones.

  1. Encuentra las raíces en los cimientos y reconoce su fuerza. En otras palabras, sé honesto con Dios, contigo mismo y con los demás acerca de cuán arraigados se han vuelto los deseos por el objeto en particular.

Los deseos tienen un componente físico y otro espiritual, y se abren paso de manera profunda en las estructuras del cuerpo y el alma. Si bien se ha de reconocer las dificultades externas únicas que pueden haber provocado la búsqueda adictiva, no obstante, un adicto debe reconocer su debilidad física y espiritual. La dependencia física de una sustancia a menudo requiere desintoxicación mediante asistencia médica como parte del tratamiento inicial. El cuerpo ha sido condicionado para necesitar la sustancia y los antojos que experimenta una persona se basan en la estructura misma de su cuerpo. Un adicto debe reconocer que el deseo es en parte una consecuencia fisiológica del comportamiento pasado y, por lo tanto, no es una guía confiable para el comportamiento presente. Cuando siente algo como si fuera una «necesidad», no es porque en verdad lo sea, sino porque ha condicionado su cuerpo para pensar que lo es.

Pero los deseos no son solo físicos, también son espirituales. Compiten con los deseos de lo que Dios dice que es bueno y, por lo tanto, no son neutrales. No solo quieren el objeto en sí, sino algo más profundo de lo que el objeto promete proporcionar: satisfacción duradera, escape del dolor, paz estable. Un adicto debe ver el valor más profundo que promete el objeto superficial, luego arrepentirse de sus oscuras lealtades y reconocer su impotencia para cambiarlas.

Reconocer la idolatría y la impotencia traerán dolor y miedo. El dolor y el miedo son en verdad respuestas adecuadas a la realidad de lo que está en juego: el corazón está inclinado a adorar un objeto que lo destruirá. ¿Te imaginas cómo se regocijaría la familia de un adicto al ver que el dolor y el miedo marcan su vida como un patrón de vigilancia en vez de que sean solo parte de su remordimiento? Tal sobriedad mental es una señal de vida (1 Ts 5:5-11).

Este es el evangelio para los adictos: debido a que Jesús provee toda la justicia que necesitan, pueden reconocer con seguridad ante Dios todas las cosas dolorosas y aterradoras sobre ellos mismos. Pueden tener en los cimientos raíces que otros no tienen, pero esa no es razón para alejarse de Dios. De hecho, la única salida de la adicción pasa por esta tarea dolorosa de reconocimiento. Deben desarrollar el hábito de describir estos deseos a Dios en oración. A medida que las personas expresan las particularidades de su necesidad de perdón y fortaleza, encontrarán las particularidades de la gracia para ayudarlos en tiempos de necesidad (He 4:14-16).

  1. Recorta el crecimiento visible de las raíces. En otras palabras, sé vigilante, ante Dios y los demás, con las conductas que refuerzan las búsquedas adictivas. Tal vigilancia honesta sobre los deseos aumentará el estado de alerta sobre las conductas que refuerzan dichas búsquedas. No todas las conductas adictivas se relacionan de manera directa con la adquisición del objeto de la adicción en sí. Las conductas pueden ser tanto condicionantes como explícitas en su búsqueda del objeto. Por ejemplo, un alcohólico puede ir a un bar un jueves por la tarde, pero también puede condicionarse a sí mismo con otras conductas, como el exceso de trabajo. El alcohol se convierte en un falso refugio de escape.

Al igual que con los deseos, un adicto tiene que ser honesto con Dios acerca de sus conductas. No solo con la conducta de ceder, sino con las miles de pequeñas elecciones que lo llevan a ello. Parte de reconocer estos comportamientos ante Dios es reconocerlos ante el pueblo de Dios (He 3:12-13). Para poder permanecer alerta, un adicto necesitará personas que estén lo suficientemente presentes de manera regular en su vida para notar estos comportamientos. Esta es la parte más difícil del ministerio a las personas que luchan contra las adicciones: el nivel de supervisión es difícil de mantener, especialmente en situaciones en las que los círculos habituales de la persona socavan el cambio y refuerzan los viejos patrones. Ayudar a un adicto requiere una apreciación de los aspectos sociales de la adicción. Para tener éxito, un adicto debe colocarse en condiciones relacionales ideales en la medida de sus posibilidades.

  1. Cultiva algo más que sea hermoso. En otras palabras, haz pequeños actos de obediencia que establezcan una búsqueda nueva que honre a Dios. En un mundo de luz solar y agua, el crecimiento se va a dar. La pregunta es, ¿qué tiene prominencia en los recursos limitados de tiempo, atención y energía de una persona? Un adicto necesita ayuda para establecer alguna búsqueda de reemplazo. Aquí tenemos que pensar de manera holística. No se trata solo de hacer que lea la Biblia y ore más, sino de ver cómo la búsqueda de Dios en esas cosas obliga a otras búsquedas en las ocupaciones regulares de la vida. Una persona que encuentra a Dios en privado es libre de disfrutar las cosas buenas de la tierra sin estar atado a ellas (1 Ti 4:4-5). Un adicto necesita volver a aprender que el deleite proviene de muchas fuentes distintas al objeto que lo ha capturado.

¿Sabes qué? Nunca maté esa estúpida mala hierba. Pero llegué al final de mi período diaconal sin que hiciera más daño en los cimientos y en el pasto que los rodeaba. ¿Cómo? Nunca dejé de matarla. Dios no promete la muerte instantánea de la adicción ni que será fácil de combatir. Lo q ue Él promete a los que confían solo en Él es que siempre tendrán la fuerza para mantenerse matándola. Y que al final, esta no ganará.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Jeremy Pierre
El Dr. Jeremy Pierre es decano de estudiantes y profesor asistente de Consejería Bíblica en el Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, Ky., pastor en Clifton Baptist Church y coautor de The Pastor and Counseling [El pastor y la consejería].

Lo que la Biblia dice sobre las adicciones

Lo que la Biblia dice sobre las adicciones
Por L. Michael Morales

Nota del editor:Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las adicciones

«Señor, dame castidad y continencia», oraba una vez el joven Agustín, «pero todavía no». De hecho, el que llegaría a ser obispo de Hipona y uno de los teólogos más grandes de la historia de la iglesia describió su vida temprana como encadenada por los placeres mortales de la carne. En sus Confesiones, Agustín relata cómo el Espíritu Santo aplicó poderosamente la Palabra de Dios a su corazón, convirtiéndolo a través de un pasaje de Romanos 13:

Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias. Antes bien, vístanse del Señor Jesucristo, y no piensen en proveer para las lujurias de la carne (vv. 13-14).

Confiando humildemente en la gracia capacitadora de Dios, Agustín aprendería una nueva oración: «Señor, concédeme lo que ordenas y ordena lo que deseas».

Al describir su experiencia en términos de esclavitud y liberación, Agustín estaba evaluando su vida a través del lente y la cosmovisión de las Escrituras, sus pensamientos expresados de una manera profundamente bíblica, proporcionándonos una entrada útil al tema en cuestión. Aunque la palabra adicción puede parecer un término adecuado para describir cualquier tipo de comportamiento compulsivo y habitual, independientemente de sus efectos negativos, este término no aparece en la Biblia, la cual habla más bien del principio dominante del pecado, la esclavitud subyacente y la causa fundamental de muchas de nuestras propensiones desviadas. El lugar para comenzar nuestra consideración bíblica de las adicciones, entonces, es con el problema mucho más profundo de la caída de la humanidad y la consecuente esclavitud al pecado.

El Todopoderoso creó a los seres humanos a Su imagen y semejanza para que disfrutaran de la comunión con Él en el día de reposo y para que gobernaran como señores de la creación en Su nombre. Esta libertad y dignidad, sin embargo, fueron despreciadas y arruinadas en la rebelión. Aunque la serpiente había prometido igualdad con Dios por comer el fruto prohibido, el resultado amargo de la transgresión de Adán fue la corrupción revolucionaria de su naturaleza: el humano gobernador de la creación se corrompió moralmente al caer bajo el dominio del pecado. Esta condición de pecado y miseria no se limitó a la primera pareja humana. La doctrina bíblica del pecado original, formalizada como ortodoxa a través de los esfuerzos del propio Agustín, enseña que toda la humanidad que desciende de Adán por generación ordinaria nace con una naturaleza corrupta, manchada por el principio del pecado. Una doctrina similar, denominada «depravación total» por los teólogos reformados, explica que cada parte de los seres humanos —nuestras mentes, nuestras voluntades, nuestras emociones, incluso nuestra carne— está impregnada del poder del pecado. No es que las personas sean tan malas en la práctica como podrían serlo, sino que cada parte de nuestra naturaleza está manchada y contaminada por el pecado. Debido a que esta esclavitud está forjada por los lazos de nuestras propias voluntades y deseos profundos, somos impotentes para liberarnos. Inclinados hacia el pecado, seguimos naturalmente las pasiones degradantes, ahondando cada vez más en el fango de la vergüenza y la depravación (Ro 1:21-32). Peor aún, la Biblia explica que la esclavitud de la humanidad al pecado es la marca de que estamos bajo el dominio del maligno, Satanás, y de que vivimos según sus designios y estamos destinados al juicio eterno (Ef 2:1-3). Solo en el contexto de esta cruda realidad —que la humanidad está espiritualmente muerta, esclavizada al pecado, bajo el dominio del maligno y encaminada hacia el más espantoso juicio— se puede tener una discusión significativa sobre las adicciones de una persona. Claramente, nuestra necesidad no es primero un plan para mantener a raya ciertas propensiones; más bien, necesitamos ser liberados de la esclavitud y recreados según una nueva humanidad.

Cuán desesperantemente oscura sería esta situación si la Palabra de Dios no hubiera revelado también el amor infinito, eterno e inmutable del Padre quien, siendo rico en misericordia, ha logrado nuestra liberación por medio de Su Hijo (Jn 3:16; Ef 2:4-6; 1 Jn 3:8). Jesús llevó cautiva la cautividad para liberar a Su pueblo; el Espíritu Santo aplica la obra de Cristo a nuestros corazones y nos crea de nuevo, al darnos nacimiento y libertad celestiales. En su primera carta a la iglesia de Corinto, Pablo enumera muchas clases de pecadores —desde fornicadores, adúlteros y homosexuales hasta ladrones y borrachos— y luego declara: «Y esto eran algunos de ustedes» (6:11). ¿Cómo se rompieron estos lazos titánicos? El mismo versículo explica que estos, que antes estaban tan atados a los pecados hasta el punto de ser definidos por ellos, ahora habían sido lavados, apartados y hechos justos en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de Dios.

Sin embargo, ser liberado de la esclavitud del pecado no es el final de la historia. La conversión inaugura nuestra batalla espiritual contra los deseos pecaminosos, y la Biblia enseña mucho sobre nuestra necesidad de participar diariamente en esta guerra, así como sobre la naturaleza de las armas de nuestra guerra. Para empezar, se advierte con urgencia a los cristianos de la posibilidad real de someterse de nuevo a la esclavitud. Aunque realmente hay un consuelo maravilloso en la declaración de Pablo en 1 Corintios 6:11, su objetivo general en ese contexto es advertir a los santos sobre la posibilidad de volver a someterse al dominio incluso de las prácticas lícitas: «yo no me dejaré dominar por ninguna», escribe (6:12). Del mismo modo, Pablo advierte a la iglesia de Roma de la esclavitud que espera a los que, suponiendo que la gracia hace menos peligrosos los deseos corruptos, se someten en obediencia al pecado (Ro 6:16). Para que no nos engañemos, estas advertencias están reforzadas en las Escrituras por la afirmación franca de que —independientemente de la profesión de fe de cada uno— los que de hecho son fornicarios, sodomitas, borrachos, mentirosos, etc., no heredarán en modo alguno el reino de Dios (1 Co 6:9-10; Gá 5:19-21; Ef 5:5-7; Ap 21:8, 27). Por lo tanto, los cristianos deben mantenerse firmes en la libertad de Cristo para no volver a ser enredados con un yugo de esclavitud (Gá 5:1). A medida que una generación en Occidente olvida que los cristianos constituyen la «iglesia militante» en medio de una guerra hostil y que nuestros enemigos —el mundo, la carne y el diablo— se afanan por nuestra destrucción, no deben sorprendernos nuestras fatalidades espirituales.

Ante esta perspectiva sobria, la Palabra de Dios nos llama a huir de nuestras lujurias naturales, que pueden encadenarnos de nuevo, y a esforzarnos por progresar en la santificación. La Biblia suele utilizar lo que muchos consideran imágenes bautismales para describir nuestro papel en la santificación: se nos instruye para que nos despojemos de las obras de la carne, que son como muchos harapos de nuestra vieja naturaleza adámica, y nos revistamos de Cristo Jesús, de Su carácter justo y de Su obediencia (Gá 3:27; Ef 4:22-24). El aspecto de «despojarse» se relaciona con la mortificación deliberada y disciplinada del pecado, que requiere tanto un esfuerzo vigoroso como un sacrificio; Pablo, por ejemplo, relata cómo golpeó su propio cuerpo para someterlo (1 Co 9:27). Hemos de dar muerte sin piedad a las obras del cuerpo, sin hacer ninguna provisión para la carne, y esto ha de hacerse —de hecho, solo puede hacerse— por el Espíritu Santo (Ro 8:13). El Espíritu nos aplica la propia muerte de Cristo al pecado, permitiéndonos morir cada vez más profundamente con Él y en Él para vivir cada vez más profundamente con Él y en Él para Dios. Como soldados disciplinados que se visten con toda la armadura de Dios, debemos permanecer en la lucha (Ef 6:10-18), recordando la advertencia de Jesús de que deben aplicarse medidas prácticas (bastante severas en Mt 5:27-30, incluso como lecciones objetivas) para mortificar los hábitos pecaminosos.

El aspecto de «revestirse» se relaciona con el entrenamiento en la piedad, el reemplazo intencional de los hábitos corruptos por un comportamiento que honre a Dios. A menudo, el caminar positivamente en las buenas obras es socavado por un enfoque obsesivo en nuestras compulsiones pecaminosas; sin embargo, el intento de negar los hábitos carnales aparte de cultivar las virtudes cristianas como su reemplazo está condenado al fracaso. No obstante, el deseo de Dios de obtener frutos de nuestros beneficios del evangelio es apremiante y serio (Lc 13:6-9; Jn 15:5-8). Una vez más, no hay que ignorar las medidas prácticas: levantarse temprano y trabajar duro en nuestras vocaciones por el reino de Cristo es un antídoto seguro contra una multitud de pecados perniciosos, mientras que la falta de laboriosidad engendra impiedad (1 Ti 5:9-14).

Por último, la Biblia enseña que las armas de nuestra guerra son los mismos medios que Dios ha ordenado para nuestro crecimiento espiritual, todos los cuales fluyen dentro y fuera de la comunión con Dios en la adoración corporativa. La superación de las adicciones pecaminosas implica aprender principalmente a deleitarse en el Señor en Su día de reposo: disfrutar de Su presencia mientras nos deleitamos con la proclamación de Su Palabra, nos alimentamos con Sus sacramentos, nos consolamos con Su renovado perdón de nuestros pecados confesados, derramamos nuestros corazones hacia Él en la oración, participamos en una comunión piadosa y recibimos gustosamente Su bendición —Su presencia, poder y protección— para los días venideros. Al comprender nuestra dependencia absoluta del poder del Espíritu, quien resucitará nuestros cuerpos como nuevas creaciones, y al entender cómo Él otorga la gracia solo a través de estos canales, no nos apresuraremos a descartar por ser demasiado espirituales preguntas pastorales como: «¿Has orado por esto pidiendo “líbranos del mal”, con ayuno?». Más bien, comenzaremos humildemente a aprender las tácticas de nuestra guerra.

Volviendo al punto de la comunión con Dios, aquí debemos tener cuidado de no separar a Cristo de Sus beneficios. Nuestra necesidad verdadera siempre es mirar a Cristo mismo, nuestro Mediador todo suficiente, en la gloria de Su triple oficio: nuestro Profeta que nos revela la Divinidad; nuestro Sumo Sacerdote que siempre vive para interceder por nosotros; y nuestro Rey conquistador que somete a nuestros enemigos internos y externos. La provisión abundante de Dios en Él —todas las bendiciones espirituales— (Ef 1:3) es mucho mayor que nuestras debilidades. Al mirar a Cristo con fe, aprendamos con Agustín que Dios realmente concede lo que ordena.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
L. Michael Morales
El Dr. L. Michael Morales es profesor de estudios bíblicos en el Greenville Presbyterian Theological Seminary y un anciano docente PCA. Él es el autor de Who Shall Ascend the Mountain of the Lord?

Las consecuencias de las adicciones

Las consecuencias de las adicciones
Por Hearth Lambert

Nota del editor:Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las adicciones

La adicción no es un concepto abstracto para mí. En mi ministerio he aconsejado a muchas personas que han sido asaltadas por la adicción. El encuentro más costoso que he tenido con este problema fue con mi madre, que era adicta al alcohol. Tengo muy pocos recuerdos de mi madre sobria antes de cumplir los trece años. Debido a que crecí rodeado de adicciones y respondiendo a sus consecuencias, este tema es profundamente personal para mí.

Nuestra palabra adicción proviene de un término en latín que significa darse a uno mismo o rendirse. En efecto, las adicciones son cosas a las que nos entregamos. Los adictos se entregan en obediencia a algún objeto. La palabra adicción no es de las que aparecen en las Escrituras, pero el concepto al que se refiere es eminentemente bíblico. La realidad más profunda que la Biblia usa para describir este problema es la esclavitud.

En Romanos 6:15-23, el apóstol Pablo usa la metáfora de la esclavitud para describir el dominio del pecado sobre todo ser humano que existe aparte de Cristo. Dice: «¿No saben ustedes que cuando se presentan como esclavos a alguien para obedecerle, son esclavos de aquel a quien obedecen…?» (Ro 6:16). El pecado nos esclaviza. Nos convoca a la obediencia y nos rendimos de manera diligente al entregarnos a sus caprichos. Esta es la forma exacta en que funcionan las adicciones. Los adictos son cortejados por el objeto de su esclavitud y se rinden en obediencia a las órdenes de su amo. Pero las adicciones son amos crueles. Cuando seguimos los dictados de nuestras adicciones, terminamos sufriendo con el tipo de dolor que viene al seguir los mandatos de un gobernante malévolo. En Romanos 6, el apóstol Pablo detalla al menos tres consecuencias que inundan la vida de las personas que están atrapadas en el tipo de esclavitud que representan las adicciones.

En primer lugar, el tipo de esclavitud que vemos en la adicción es pecaminosa y lleva a más pecado. Pablo se dirige a los cristianos que en el pasado «presentaron sus miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, para iniquidad» (Ro 6:19). Las adicciones están mal porque es pecaminoso entregarse a cualquier cosa que no sea Dios mismo. Pablo dice que aunque los cristianos son libres de disfrutar todos los buenos dones de Dios (1 Co 6:12), los creyentes no deben ser dominados por nada más aparte de Cristo. La esclavitud de la adicción es pecaminosa en sí misma y conduce a más pecado.

La adicción de mi madre al alcohol la condujo a muchos otros pecados. Bebía para emborracharse porque quería olvidar toda la oscuridad de su vida que le causaba tanto dolor. Llegó a depender de este olvido etílico a pesar de todas las demás maldades que tuvo que cometer para recibirlo. La esclavitud de mamá al alcohol la condujo a la pereza, la ira, el robo, el abuso infantil, la mentira, la promiscuidad y la manipulación, todo en formas que estaban conectadas de manera intrínseca con su llamado continuo a obedecer a su amo, el vodka. Como es el caso con todos los adictos, su esclavitud pecaminosa de adicción la llevó a más y más pecado.

En segundo lugar, la esclavitud de la adicción conduce a la vergüenza. En Romanos 6:21, Pablo pregunta: «¿Qué fruto tenían entonces en aquellas cosas de las cuales ahora se avergüenzan?». La vergüenza es el remordimiento doloroso que sentimos cuando, en nuestro sano juicio, reflexionamos sobre las cosas miserables que hicimos en nuestra necia obediencia al dominio duro de nuestras adicciones. El comportamiento ridículo y autodestructivo de los adictos en su esclavitud a los objetos de su devoción es obvio para todos excepto para los propios adictos. Cuando un razonamiento claro arroja luz sobre su insensatez, conduce al tipo de vergüenza a la que se refiere Pablo.

Años después de que ella dejó de beber, me senté con mi madre mientras reflexionaba sobre la locura pecaminosa que produjo su esclavitud al alcohol. Mientras ella pensaba en los años de violencia que había acumulado sobre mi hermano y sobre mí, las docenas de hombres con los que había compartido su cuerpo y las relaciones que alguna vez fueron preciosas y que habían sido destruidas, apenas se atrevía a hablar. El dolor de tales consecuencias la llevó al suelo en un charco de lágrimas y vergüenza.

Finalmente, el tipo de esclavitud que se manifiesta en las adicciones conduce a la muerte. Después de realizar su pregunta sobre la vergüenza, Pablo agrega de forma inmediata: «Porque el fin de esas cosas es muerte» (Ro 6:21). La esclavitud de la adicción lleva a más pecado, a la vergüenza y a la muerte. En la Biblia, por supuesto, la muerte expresa la experiencia física que apunta a una experiencia espiritual más profunda. La muerte de nuestros cuerpos físicos apunta a la separación espiritual de Dios que nos deja muertos en nuestros delitos y pecados (Ef 2:1). Cada uno de estos significados bíblicos de la muerte es resaltado en la experiencia de la adicción.

Cuando tenía once años, un juez finalmente le dio a mi papá la custodia total de mi hermano y mía. Cuando llegó con un oficial de policía para recogernos, la última imagen que vi de mi madre fue ella desmayada en su propio vómito. No la volvería a ver durante dos años y más tarde me enteré de que casi había muerto ese día. Su esclavitud al alcohol la llevó al borde de la muerte. Pero ella tenía problemas mucho peores que ese.

Su adicción pecaminosa al alcohol fue solo una manifestación de un corazón pecaminoso que se negó a expresar dependencia en el Cristo resucitado. Hizo cosas que la llevaron a la muerte porque era objeto de ira y la muerte era su destino. El mayor problema de mi mamá no era que su cuerpo físico se estuviera muriendo, sino que ya había muerto en su espíritu. Las adicciones conducen a la muerte física porque son manifestaciones de la muerte espiritual. La muerte es la paga que recibes por tu esclavitud al pecado como una persona que está muerta en sus delitos y pecados (Ro 6:23).

Esta verdad llega a una realidad en Romanos 6 sobre la adicción que es quizás más profunda que la honestidad de Pablo acerca de las consecuencias de esas adicciones. Al abordar la esclavitud al pecado, Romanos 6 no destaca la adicción. La metáfora de la esclavitud incluye la adicción, pero no se limita a ella. La esclavitud no es solo una ilustración poderosa para aquellos con una adicción obvia. Cada uno de nosotros sabe lo que es estar esclavizado. Eso significa que, de una forma u otra, todos somos adictos.

No tienes que luchar con las adicciones obvias del sexo, el juego, las drogas o el alcohol para ser un esclavo. La metáfora de la esclavitud demuestra que todos somos propensos a un dominio pecaminoso por cosas que no son Cristo. Todos estamos enganchados a algo. Pudiera ser la heroína, pero es más probable que sean los elogios, la televisión, la ropa nueva, Facebook, los helados o docenas de otros amos que compiten con el Cristo resucitado en nuestros corazones. La esclavitud a las adicciones sutiles conduce al pecado, la vergüenza y la muerte de manera tan segura como las más extravagantes. Simplemente lo hacen con más delicadeza y lentitud. La diferencia está en la gradualidad.

Mi mamá era adicta al licor. Su esclavitud pecaminosa la llevó a pecados atrevidos, a una vergüenza desgarradora y a una muerte obvia que aparecía en los titulares de su vida. Yo no lucho con su adicción. El amo que tiendo a seguir se parece más a un cono de helado que a una botella de alcohol. Pero mi corazón pecaminoso puede aferrarse a ese dulce aceptable con una falta de confianza en Dios tan profunda como la demostrada por mi madre cada vez que estaba de juerga. Mis esclavitudes pecaminosas no aparecen en los titulares sino en la letra pequeña de mi vida, al añadir pecados adicionales que son más sutiles y con consecuencias más aceptables socialmente que la borrachera de mi madre. Mis esclavitudes me matarán de manera más lenta de lo que el pecado de mi madre la estaba matando. Pero mi habilidad para pecar con mayor delicadeza que mi madre en última instancia no me libra de esas esclavitudes. En todos los sentidos importantes, todos somos adictos porque todos somos esclavos. Y todos nosotros, a nuestra manera, experimentaremos las consecuencias que vienen de vivir una vida de esclavitud.

Pero ahí es donde entran las buenas noticias. Romanos 6 enfatiza que los creyentes ya no somos esclavos del pecado. No estamos atados a las adicciones pecaminosas que nos dominan.

Pero gracias a Dios, que aunque ustedes eran esclavos del pecado, se hicieron obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fueron entregados, y habiendo sido libertados del pecado, ustedes se han hecho siervos de la justicia (Ro 6:17-18).

La Biblia promete que todos los que siguen a Jesús tienen un nuevo amo y al final conocerán la libertad de todo amo pecaminoso.

Esta es una buena noticia para los adictos. Mi madre finalmente se cansó de las consecuencias de su adicción al alcohol y se tomó en serio la idea de recuperar la sobriedad. Gracias al trabajo de algunas personas muy devotas, a la larga pudo dejar su hábito de beber. Pero ella seguía siendo una adicta. Fumaba de manera incesante, se arruinaba con las compras compulsivas y se acostaba con personas. No fue hasta que mi mamá conoció a Jesús que en verdad cambió. Su nuevo Amo, Cristo, finalmente rompió su esclavitud a todo pecado, no solo a la bebida.

Cómo Jesús rompe el control de la adicción sobre nosotros, lentamente y a través del tiempo, es el tema de otro artículo mucho más extenso. Pero el punto de Romanos 6:15-23 es que los adictos son esclavos que experimentarán las amargas consecuencias de esa esclavitud. Y, de manera más gloriosa, el punto es que Dios ha hecho provisión para que los adictos esclavizados sigan a un Amo mejor que los libera de la esclavitud al hacernos seguidores de Él. Esa es una buena noticia para todos nosotros, los adictos: mi mamá, yo e incluso tú.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Hearth Lambert
Heath Lambert es el director ejecutivo de la Association of Certified Biblical Counselors. Es profesor visitante del The Southern Baptist Theological Seminary y pastor asociado de la First Baptist Church en Jacksonville, Florida.

Las adicciones y la idolatría

Las adicciones y la idolatría
Por Ed Welch

Nota del editor:Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las adicciones

«Yo quiero»; así comienzan las adicciones. Luego, mediante pequeños pasos, el querer se convierte en necesidad. No existe una definición reconocida de adicción, pero la mayoría de las definiciones propuestas comparten un núcleo común. Las adicciones son búsquedas compulsivas de un objeto o estado mental deseado que, de manera general, no responde a las inevitables consecuencias dañinas de esas búsquedas compulsivas. La mayoría de las definiciones también incluyen cómo los comportamientos adictivos cambian los patrones cerebrales subyacentes.

Cada descenso a la adicción es único. Existen miles de maneras de caer en esta atadura. Sin embargo, hay observaciones generales que pueden ayudarnos a comprender y ayudar mejor a quienes tienen adicciones.

Los adictos suelen buscar una experiencia física alterada; cuanto más rápida e intensa, mejor. Por eso los estimulantes, la cocaína, los narcóticos, los opioides, los sedantes y el alcohol son populares. La comida, especialmente la «comida reconfortante», está en la lista, pero no tiene la eficiencia o intensidad de las sustancias ilícitas o con prescripción.

El sexo produce una de las experiencias sensoriales más potentes. Como tal, se ha perseguido a lo largo de la historia de la humanidad y ha provocado muchas tragedias, tanto para los adictos como para sus seres queridos. Dado que es fácilmente accesible en persona, de manera impresa y digital, todos los elementos sexuales son tentaciones importantes en la adicción.

Las redes sociales y los videojuegos son objetos de deseo más recientes, pero pueden consumir tanto que las escuelas primarias ya están patrocinando semanas en las que los niños renuncian de manera voluntaria al tiempo frente a la pantalla. Las redes sociales tienen poder a través de su promesa de conexión social y de estar en la moda en lugar de estar afuera. Los videojuegos ofrecen algo de poder social y la oportunidad de pasar tiempo en un universo alternativo. Tanto las redes sociales como los videojuegos aportan una estimulación neurológica al cerebro que supera lo que se puede experimentar en una conversación normal o en un buen libro.

Si bien el corazón humano desenfrenado siempre está clamando «quiero» y «quiero más», las adicciones son más prominentes en algunas culturas que en otras. Para maximizar nuestro potencial adictivo como seres humanos, una cultura debe incluir un énfasis en la libertad individual y en la indulgencia personal, y las sustancias adictivas más comunes deben estar disponibles de manera fácil. El tiempo de ocio es un añadido. En estos entornos, las adicciones florecerán y se multiplicarán.

Estas son observaciones generales que son bien conocidas y no dependen de una revelación especial. Existen otras observaciones que solo están disponibles a través del lente de la Escritura.

La percepción más esencial de la Escritura sobre las adicciones es que las adicciones tienen que ver con Dios. Las sustancias adictivas se convierten en «nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Sal 46:1). Aunque es común que las discusiones sobre las adicciones se vuelvan hacia la espiritualidad, tales discusiones generalmente no hablan sobre la confianza en el Dios único y verdadero, y no suelen reflejar el hecho de que las decisiones adictivas tienen que ver con Dios. Aunque la literatura popular sobre las adicciones identifica las correcciones, nunca identifica el arrepentimiento ante el Señor.

Que la naturaleza de la adicción apunta hacia lo divino se presenta claramente en el relato bíblico de la idolatría. Aquí encontrarás el deseo humano descarriado y mucho más.

En primer lugar, las circunstancias importan en la idolatría (adicción). La historia primigenia transcurre durante el éxodo de Egipto. El corazón humano es, para usar la imagen de Juan Calvino, una fábrica perpetua de ídolos que no necesita provocación para trabajar. Pero los tiempos de incertidumbre y angustia crean la temperatura ideal. En otras palabras, generalmente podemos identificar las pruebas y tentaciones que preceden a la idolatría flagrante. En el desierto, el pueblo tenía alimentos y agua limitados, la perspectiva de que todos morirían y un líder que estaba aislado en una montaña con Dios y no podía ser contactado. Tal escenario era propicio para que los israelitas cometieran idolatría.

La más común entre las pruebas y tentaciones identificadas en las adicciones modernas es que algunas personas están programadas para las adicciones, y que esa programación se complica aún más con la propia adicción. La Escritura no se opone a esta idea, especialmente cuando esa programación se toma como una causa contribuyente en lugar de algo irresistible. Pero, como es de esperar, la Escritura agrega más.

La Escritura añade al «mundo» como otra influencia sobre las adicciones. Esto incluye las formas en que la cultura, los amigos, los medios de comunicación, los profesores o los padres pueden contribuir a las adicciones. Considera, por ejemplo, aquellos que crecen en un barrio donde las personas más respetadas son traficantes de drogas. O considera la influencia de un hogar en el que la pornografía está disponible y es aceptable. Estas son tentaciones que son más de lo que la mayoría puede soportar. Sin embargo, la mayoría de las veces, el poder del mundo no nos agarra por el cuello. En cambio, ejerce su influencia a través de conversaciones casuales que sugieren que la buena vida se encuentra en seguir nuestros deseos.

La Escritura también incluye las dificultades de la vida como una provocación para las adicciones, y aquí nos acercamos especialmente a la historia del desierto. La vida es dura y está llena de conflictos. Casi cada momento es un recordatorio de que algo está torcido en nuestro mundo. En respuesta, buscamos alivio. Los únicos lugares posibles de refugio están en Dios mismo o en algo de Su creación. Los adictos se vuelven hacia la creación en lugar del Creador.

Cuando consideras estas dificultades en el cuidado de un adicto, a menudo descubres victimización, rechazo, vergüenza y muchas penas. En consecuencia, tus conversaciones pueden tratar más sobre el consuelo y el afecto de Dios por los desposeídos y menos sobre la relación con la sustancia adictiva.

Las adicciones, al menos en sus inicios, tienen sus razones. Son una forma de manejar la vida —a veces una vida muy difícil— con nuestras propias fuerzas. Los ayudadores sabios profundizan en los detalles de la historia de una persona que la llevaron a la adicción.

Segundo, la idolatría (adicción) tiene que ver con el deseo. El Antiguo Testamento se enfoca en la adoración real de ídolos, mientras que el Nuevo Testamento apunta a los deseos que subyacen a la idolatría. Resulta que somos gente de deseos, amores y antipatías. Nuestros deseos pueden ser buenos o idólatras, e incluso naturales. Por ejemplo, debemos desear o amar a Dios por encima de todo (Dt 6:5), ese es el mejor de los deseos. Somos propensos a desear lo que otros tienen, lo cual es un deseo codicioso o idólatra. Y al pueblo de Dios se le dijo que en la tierra prometida podían comer lo que quisieran (Dt 12:20), lo que es un deseo natural.

Los deseos idólatras comienzan de manera típica con una semilla de deseo que es natural y apropiada cuando se mantiene bajo control. Estos deseos pueden ser de finanzas adecuadas, salud, hijos obedientes, inclusión, placer, descanso y justicia. La idea clave de la Escritura es que estos deseos normales, e incluso buenos, tienden a crecer (Stg 1:15). A medida que se fortalecen, luchan contra nosotros como un gigante desatado que encuentra poca satisfacción (Ef 4:19; Stg 4:1). Cada vez que nuestros deseos se alejan de Dios, nuestros corazones se quedan con ganas de más.

Este cambio de enfoque, de los ídolos reales a los deseos subyacentes, nos lleva de forma inmediata a la red de la idolatría. Antes de considerar las idolatrías de las drogas, el sexo y el alcohol, que son las más llamativas, la Escritura nos recuerda los ídolos cotidianos que son las personas y el dinero. Vivimos buscando el respeto y la aprobación de los demás (Pr 29:25), y estamos obsesionados con los ingresos personales (Mt 6:24). Muchas de las idolatrías más flagrantes se basan en esos dos objetos de adoración.

Los ayudadores sabios saben que ellos mismos son propensos a los deseos idólatras y que, como los adictos, ellos también están bajo esta rica enseñanza sobre el deseo y su remedio.

En tercer lugar, la idolatría practicada (adicción) es esclavitud y tragedia. Con el tiempo, los idólatras adquieren las características del objeto amado. Como tales, los idólatras se vuelven cada vez más vacíos al imitar algo que no tiene vida; mienten porque aquello que persiguen les hace promesas que no puede cumplir (Is 44:20), y la vida se convierte en una tragedia (Pr 23:29-35). Lo que no está claro es la fuente del poder del objeto, ya que se trata simplemente de una piedra o un palo de madera. Sin embargo, detrás de ese palo hay un mundo de gobernantes y autoridades que están aliados con el diablo. Aparentemente, el diablo se complace en ser adorado por medio de un representante.

Por lo tanto, la adicción es una esclavitud voluntaria. Los adictos toman decisiones. Ellos tienen el control. Están comprometidos con su forma de administrar la vida. No obstante, también están esclavizados y fuera de control. Están dominados por el triunvirato del mundo, la carne y el diablo. Es por eso que los expertos en adicciones ya no esperan a que alguien toque fondo para intervenir, porque no hay fondo que aporte claridad o empodere a una persona descontrolada y esclavizada.

En cuarto lugar, la liberación de la idolatría (adicción) comenzó en el ministerio de Jesús y continúa a medida que confiamos en Él, descubrimos los muchos beneficios de la cruz y la resurrección, y recibimos el Espíritu de Jesús. Dios en el Edén comenzó a llamar a Su pueblo a salir de la idolatría. Esta obra se volvió inconfundible cuando Jesús fue al desierto por nosotros y confió en Su Padre a través de las pruebas y tentaciones más terribles. Luego, como el sustituto perfecto por Su obediencia activa y pasiva, llevó el castigo de la ley, ascendió para llevarnos al Padre y nos dio el Espíritu Santo de poder. Ahora, en Cristo somos capaces de luchar contra los antiguos amos en lugar de sucumbir a lo inevitable. La batalla parece avanzar en pequeños pasos, y podemos sentir la tentación de los dioses antiguos por más tiempo del que nos gustaría, pero con la comunión de la iglesia de Cristo, fijamos nuestros ojos en Jesús e insistimos en conocerlo hasta que podamos decir con el salmista: «fuera de Ti, nada deseo en la tierra» (Sal 73:25), y nuestros amigos sean bendecidos y puedan decir que nos hemos «[convertido] de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero» (1 Ts 1:9).

El pueblo de Dios ha recibido las palabras de Dios. Estas palabras nos abren los ojos para que podamos ver cómo todavía forjamos ídolos de todo tipo, y estas palabras nos señalan a Jesús, a quien podemos anunciar unos a otros, con paciencia y bondad, y conocer al Dios que habla verdad y da vida abundante.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Ed Welch
El Dr. Ed Welch es un miembro de la facultad en el Christian Counseling & Educational Foundation (CCEF). Ha sido consejero por más de treinta años y es autor de varios libros, entre ellos Addictions: A Banquet in the Grave [Las adicciones: Un banquete en la tumba].

El ministerio a los adictos

El ministerio a los adictos
Por Burk Parsons

Nota del editor:Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las adicciones

Como pastor, a menudo aconsejo a personas con adicciones. Tras servir en el ámbito de la iglesia local durante más de veinte años, encuentro que ministrar a los adictos y sus familias es una de las cosas más difíciles, complicadas y tristes que hago. Cada semana, predico la Palabra de Dios a personas que nunca han sido adictas y que tal vez nunca lleguen a serlo, personas que fueron adictas, a los propios adictos y a futuros adictos. Hay algunos adictos que saben que son adictos, otros que están buscando ayuda para su adicción, y otros que no saben que son adictos o no quieren admitirlo. Algunos piensan que nunca se convertirán en adictos porque no tienen una «personalidad adictiva». Otros piensan que nunca se convertirán en adictos porque sus padres no eran adictos. Y algunos temen convertirse en adictos porque piensan que tienen una personalidad adictiva o porque muchos en su historia familiar fueron adictos. Sea cual sea el caso, todos nosotros nos hemos visto afectados de alguna manera por adictos o por adicciones.

Las estadísticas revelan que la prevalencia de las adicciones está creciendo rápidamente en todo el mundo, incluso entre niños que, sin saberlo, se están convirtiendo en adictos a los medicamentos conductuales y psicotrópicos. Estamos más familiarizados con las adicciones a las sustancias ilegales, los medicamentos, el juego y la pornografía. Sin embargo, estamos menos familiarizados con las adicciones al sexo, a las pantallas (videojuegos, televisión, teléfonos inteligentes, etc.) y a las autolesiones. Además, hay muchas personas que luchan con adicciones que muchos de nosotros erróneamente consideramos como «inofensivas», como comer en exceso, comprar, hacer ejercicio, trabajar, las redes sociales y las adicciones a Internet. Ya sean públicas o privadas, grandes o pequeñas, externas o internas, las adicciones son reales y, en última instancia, son asuntos del corazón en las vidas de los portadores de la imagen de Dios.

Todas las adicciones tienen consecuencias y deben ser tomadas en serio. No debemos subestimar la importancia de las adicciones en nuestras vidas o en las de los demás. Es más, no debemos convertir las adicciones en algo insignificante y limitarnos a ridiculizar y amenazar a los adictos, dejándolos a su suerte y abandonándolos en sus adicciones. Si ignoramos una adicción, las consecuencias pueden ser devastadoras. Debemos ser compasivos y valientes cuando nos acercamos unos a otros. Debemos orar, confesar, confrontar, admitir, intervenir, hacernos amigos y amar. Como familia de Dios, no debemos rendirnos con los que luchan contra las adicciones, ya que dependemos de la obra transformadora y renovadora del Espíritu Santo a través del evangelio de Jesucristo, quien ha vencido al mundo.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ligonier Ministries, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier Ministries. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.