Cambios doctrinales | Keith A. Mathison

Cambios doctrinales
Por Keith A. Mathison

Nota del editor: Este es el quinto y último capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XX

Los que vivían al iniciar el siglo XX lo hacían en un mundo que ya había experimentado y seguía experimentando cambios sin precedentes. Habían caído antiguos imperios y otros estaban alcanzando la cima de su poder con el colonialismo en su apogeo. Las guerras provocadas por todos estos acontecimientos parecían no tener fin. Además, la segunda Revolución industrial estaba creando cambios sociales y económicos masivos a medida que la gente huía de las granjas y llenaba las ciudades. En lo filosófico, la academia seguía enfrentándose a las preguntas sobre autoridad, asociadas al auge de la modernidad. Sin embargo, nadie sabía en aquel momento que los cambios que habían presenciado no serían nada comparados con los que traería el siglo XX.

LOS CAMBIOS DOCTRINALES EN EUROPA Y AMÉRICA
Desde el comienzo de la Ilustración, los temas sobre la autoridad habían permanecido en la primera línea del pensamiento filosófico y teológico. La mayoría ya no daba por sentada la autoridad de la Escritura ni la de la iglesia, pero ¿cuál era la alternativa? Muchos pensadores de la Ilustración habían colocado a la razón humana en ese exaltado papel pero otros reaccionaron contra ello, como los influenciados por el Romanticismo. Los teólogos cristianos también se vieron obligados a responder. En el siglo XIX, el padre del liberalismo alemán, Friedrich Schleiermacher, propuso como autoridad el sentimiento religioso interior. Varios anglicanos destacados intentaron encontrar la autoridad en la historia cristiana primitiva, creando el Movimiento de Oxford. La Iglesia católica romana había establecido el dogma de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I (1869-70). Sin embargo, en medio de todo esto, todavía había muchos que seguían defendiendo la autoridad de la Biblia, como los teólogos reformados del Seminario Teológico de Princeton.

Esta dinámica continuó a comienzos del siglo XX. El liberalismo alemán siguió desarrollándose e intentando adaptarse a las formas modernas de pensamiento. Adolf von Harnack, por ejemplo, publicó en 1901 su libro ¿Qué es el cristianismo?, en el que sostenía que la verdad interna del cristianismo se mantenía firme a pesar de que su forma doctrinal externa había experimentado cambios desde el primer siglo. Al mismo tiempo, la Escuela Alemana de Historia de las Religiones hacía su aparición con sus afirmaciones de que el cristianismo era una combinación sincretista de pensamiento judío, religiones mistéricas y filosofía estoica. Las crisis en las ciudades provocada por la urbanización masiva condujo al auge del evangelio social bajo el liderazgo de teólogos como Walter Rauschenbusch. Sin embargo, este liberalismo protestante no permanecería sin ser desafiado. Tras la Primera Guerra Mundial, varios teólogos alemanes, como Karl Barth, Emil Brunner y Rudolf Bultmann, reaccionaron contra la teología liberal, desarrollando lo que se conocería como la teología dialéctica. Estos hombres diferían del liberalismo alemán principalmente en la relación de la historia y la fe, pero las diferencias entre ellos acabarían conduciéndolos en direcciones distintas. Bultmann desarrolló su teología en la línea de la filosofía existencial y tendría una influencia enorme, sobre todo en las décadas centrales del siglo XX, pero el teólogo más influyente entre los teólogos dialécticos resultó ser Karl Barth, cuya neoortodoxia sigue influyendo en teólogos de todas las tendencias hasta nuestros días.

Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló la teología política, especialmente en los escritos de Jürgen Moltmann. Su obra influiría enormemente en el auge y desarrollo de diversas formas de teología de la liberación (teología de la liberación latinoamericana, teología feminista, teología negra, etc.). Estas teologías de la liberación tenían como objetivo rehacer el orden social política, económica y culturalmente. Varios teólogos de la liberación combinaron su visión de un nuevo orden social con una doctrina de Dios basada en la filosofía procesual de Alfred North Whitehead. La teología del proceso, tal y como la desarrollaron teólogos filosóficos como Charles Hartshorne y John B. Cobb, supuso una redefinición radical de la doctrina tradicional de Dios. En la teología del proceso, Dios tiene tanto un aspecto eterno e inmutable de Su naturaleza como un aspecto en continuo cambio o devenir de Su naturaleza. La teología del proceso considera a Dios algo así como el «alma» del mundo, por decirlo de alguna manera, y por ello se identifica con el panenteísmo.

LOS CAMBIOS DOCTRINALES DENTRO DEL EVANGELICALISMO
La teología evangélica del siglo XX también experimentó varios desarrollos importantes. La teología dispensacional, que había comenzado en Gran Bretaña bajo el liderazgo de John Nelson Darby, empezó a extenderse en Estados Unidos a través de conferencias bíblicas y la creación de escuelas bíblicas. La teología dispensacional se basa en la idea de que existen dos pueblos de Dios, Israel y la iglesia. Es más conocida por sus doctrinas escatológicas distintivas, incluido el rapto de la iglesia antes de la tribulación. La teología dispensacional recibió su impulso más significativo en 1909 con la publicación de la Biblia Anotada de Scofield. La teología dispensacional se convirtió en el punto de vista mayoritario del evangelicalismo estadounidense durante gran parte del siglo XX gracias a las enseñanzas de teólogos como John F. Walvoord, Charles Ryrie y J. Dwight Pentecost.

El mayor desafío numérico a la supremacía de la teología dispensacional en el siglo XX fue el pentecostalismo. Los primeros pentecostales se caracterizaban por creer en una segunda obra de Dios en la vida de los creyentes: el bautismo del Espíritu Santo, confirmado por el don de hablar en lenguas. Los primeros pentecostales creían que estas lenguas eran verdaderas lenguas extranjeras, pero muchos pentecostales contemporáneos identifican las lenguas con una forma u otra de habla extática o lenguas angélicas. En las décadas de 1960 y 1970, el movimiento carismático surgió debido a la influencia del pentecostalismo en muchos evangélicos de distintas denominaciones. Al final, el pentecostalismo se convirtió en uno de los movimientos de más rápido crecimiento en la historia de la iglesia y se ha extendido por todo el mundo.

La teología reformada del siglo XX experimentó altibajos. El Seminario Teológico de Princeton, que había sido el baluarte de la teología reformada estadounidense en el siglo XIX, fue tomado gradualmente por teólogos liberales durante la llamada Controversia fundamentalista modernista. Sin embargo, de sus cenizas surgió el Seminario Teológico de Westminster bajo la dirección de J. Gresham Machen. Sin embargo, siguió siendo una escuela bastante pequeña, por lo que el liderazgo intelectual del evangelicalismo durante la mitad del siglo XX recayó en cierta medida en evangélicos como Carl F.H. Henry. No obstante, en ocasiones los teólogos evangélicos y reformados combinaban sus fuerzas para tratar cuestiones que afectaban a ambos. El debate sobre la inerrancia bíblica en las décadas de 1970 y 1980 es un ejemplo importante. Los evangélicos conservadores se vieron obligados a enfrentarse a la negación de la inerrancia en las iglesias y seminarios evangélicos. El resultado fue la Declaración de Chicago sobre la inerrancia bíblica, un documento que se sigue utilizando ampliamente en los círculos cristianos.

UN RESURGIR DE LA TEOLOGÍA REFORMADA
Durante varias décadas del siglo XX, la teología reformada fue una especie de pequeña realidad clandestina. Se publicaban muy pocos libros reformados. Los teólogos reformados eran relativamente desconocidos en el amplio mundo evangélico. Pero a partir de la segunda mitad del siglo XX, la teología reformada empezó a resurgir. En la década de 1950, Banner of Truth Trust (Estandarte de la Verdad) comenzó a publicar una revista y obras clásicas de teología reformada. Con el tiempo, otras editoriales siguieron su ejemplo, con el resultado de que hoy en día se puede acceder fácilmente a miles de libros de teólogos reformados clásicos y contemporáneos.

Durante gran parte del siglo XX, el Seminario Teológico de Westminster en Filadelfia fue el único seminario reformado importante en los Estados Unidos. El Dr. Francis Schaeffer, con su aguda visión de la cultura, la teología y el posmodernismo, comenzó su formación en este seminario. Se convirtió en una figura clave en los primeros brotes del resurgimiento reformado. En la década de 1960, se fundó el Reformed Theological Seminary (Seminario Teológico Reformado) en Jackson, Mississippi. Desde entonces, se han creado otros muchos seminarios y campus reformados. Estos seminarios reformados han contribuido al rápido crecimiento de las denominaciones reformadas.

Los estudiosos del evangelicalismo del siglo XX suelen señalar la influencia de las organizaciones reformadas paraeclesiásticas en el resurgir del calvinismo. En 1971, el Dr. R.C. Sproul fundó el Centro de Estudios del Valle de Ligonier, en Ligonier, Pensilvania, con el apoyo de Dora Hillman y otros líderes cristianos de Pittsburgh. El centro de estudios se basaba en el modelo del propio centro de estudios europeo de Francis Schaeffer en Suiza, llamado L’Abri. En los primeros años del Centro de Estudios del Valle de Ligonier, los estudiantes asistían a conferencias de profesores como el Dr. Sproul, el Dr. John Gerstner y otros pastores y eruditos reformados. Las conferencias se grababan y se distribuían por todo el país y por todo el mundo. Gracias a la labor de este centro de estudios —que más tarde pasó a llamarse Ministerios Ligonier— y de otros grupos, los principios clave de la teología reformada, incluidos los cinco puntos del calvinismo y las cinco solas de la Reforma, tuvieron una mayor aceptación en el movimiento evangélico general a finales del siglo XX.

En las últimas décadas ha aumentado el interés por la teología reformada entre jóvenes y mayores. Nuevas editoriales están traduciendo por primera vez obras clásicas de la teología reformada a nuestro idioma. Los eruditos reformados están a la vanguardia del trabajo en filosofía cristiana y teología histórica. Sigue habiendo problemas, como siempre los habrá hasta que Cristo vuelva, pero hay motivos de aliento en estos avances contemporáneos, e incluso si no viéramos razones externas para sentirnos alentados, seguimos estando llamados a permanecer fieles a la Palabra de Dios y a seguir adelante en este y en todos los siglos.

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
Keith A. Mathison
El Dr. Keith A. Mathison es profesor de teología sistemática en Reformation Bible College en Sanford, Florida. Es autor de varios libros, entre ellos The Lord’s Supper: Answers to Common Questions [La Cena del Señor: respuestas a preguntas comunes].

La Controversia fundamentalista-modernista | John R. Muether 

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine:La historia de la Iglesia | Siglo XX

Los eruditos modernos que estudian el protestantismo estadounidense contemporáneo suelen dividir el movimiento en dos grupos principales. El protestantismo mayoritario es un grupo ampliamente inclusivo de denominaciones teológicamente liberales como la Iglesia Episcopal, la Iglesia Evangélica Luterana en América, la Iglesia Unida de Cristo y la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos de América (PCUSA por sus siglas en inglés). Los protestantes «marginales» son miembros de denominaciones más pequeñas, separadas o iglesias independientes que son «creyentes de la Biblia». Esta división tiene aproximadamente un siglo de antigüedad y refleja el resultado de lo que comúnmente se denomina la Controversia fundamentalista-modernista (modernismo, en este contexto, equivale a liberalismo teológico). El conflicto comenzó en la Iglesia Presbiteriana del Norte, conocida oficialmente en aquella época como Iglesia Presbiteriana en los Estados Unidos de América (PCUSA) que estuvo separada de los presbiterianos del Sur desde 1861 hasta 1983. Sin embargo, la controversia acabaría perturbando a todas las denominaciones protestantes de Norteamérica. Al examinar esta controversia, veremos que una evaluación adecuada del conflicto sugiere que el nombre de esta controversia es engañoso.

LAS SEMILLAS DE LA DIVISIÓN
Las raíces de la controversia se remontan al menos a 1869, cuando los presbiterianos norteños de la Vieja y la Nueva Escuela, que se habían separado en 1837, se reunieron tras la Guerra Civil. Las voces del Seminario Teológico de Princeton, bastión del presbiterianismo de la Vieja Escuela, que no apoyaba las reuniones y métodos revivalistas, eran de dos opiniones. A.A. Hodge estaba convencido de la ortodoxia esencial de la Nueva Escuela, que apoyaba los avivamientos en los Estados Unidos, y estaba persuadido de que los presbiterianos podían ser de más testimonio para una nación que se curaba del trauma de la guerra si unían sus números. Su padre, Charles Hodge, se mostró escéptico, temiendo que la fusión diera lugar a un «eclesiasticismo amplio» que erosionara el carácter confesional de la iglesia.

Los temores del anciano Hodge se hicieron realidad poco después de su muerte en 1878. Un número creciente de miembros de la iglesia presionaba para adaptarse a los tiempos modernos. El mayor defensor del progresismo presbiteriano fue Charles A. Briggs. Como profesor del Seminario Teológico Unión de Nueva York, Briggs promovió activamente la ciencia de la alta crítica bíblica (aunque sus opiniones eran suaves en comparación con las expresiones actuales de la alta crítica). Afirmaba que el progreso de la religión estaba en el corazón de la Reforma protestante, y que este era especialmente demandado a una iglesia que diera testimonio en una era científica. Briggs estaba aprovechando un sentimiento que pretendía suavizar los duros bordes de la Confesión de Fe de Westminster. En palabras de un historiador, «parte de la rigidez consagrada de la Confesión de Westminster les parecía obsoleta a muchos presbiterianos».

B.B. Warfield, sucesor de Charles Hodge en Princeton, se negó a participar en los esfuerzos por revisar los Estándares de Westminster. «Es una pena inexpresable», se lamentaba, ver a la iglesia «gastar sus energías en un vano intento de rebajar su testimonio para adaptarlo al sentimiento siempre cambiante del mundo que la rodea». En una época progresista en la que el cambio era sinónimo de salud, su disidencia persuadió a pocos. En palabras de un oponente, sonaba como un llamado a «la armonía de quedarse quieto».

Sin embargo, el impulso a favor de una revisión importante de la Confesión de Westminster se disipó cuando Briggs fue juzgado por sus opiniones de alta crítica. La Asamblea General de 1891 votó abrumadoramente (449 a 60) a favor de vetar el nombramiento de Briggs en el Seminario Teológico Unión y la Asamblea de 1893 le declaró culpable de negar la autoridad de la Escritura y le apartó del ministerio. (El seminario se negó a destituir a Briggs, alegando libertad académica y optó en cambio por retirarse de la denominación. Briggs acabó afiliándose a la Iglesia Episcopal).

EL CONFLICTO SE INTENSIFICA
La Iglesia Presbiteriana del Norte aprobó modestas revisiones doctrinales en 1903, pero esto no disuadió la ambición de las voces liberales que instaban a la iglesia a adaptarse a los tiempos modernos. El presbiterianismo en su mejor forma, argumentaban, es maleable y capaz de ajustarse a los nuevos desarrollos culturales e intelectuales. Un cambio que empezó a producirse fue la expansión significativa de la burocracia de la iglesia en aras de una mayor eficacia organizativa, impulsado por el aumento de poder de los moderadores de la Asamblea General y el cargo de secretario permanente de la denominación.

Los conservadores trataron de reforzar la lealtad denominacional a la autoridad de la Palabra de Dios mediante pronunciamientos de la Asamblea General. La Asamblea General de 1892, reunida en Portland, Oregón, declaró: «Nuestra iglesia sostiene que la inspirada Palabra de Dios, tal como vino de Dios, no tiene errores». La asamblea de 1910 en Atlantic City, Nueva Jersey, afirmó cinco doctrinas como «esenciales y necesarias»: el nacimiento virginal de Cristo, la expiación vicaria de Cristo, la resurrección corporal de Cristo, la realidad de los milagros y la promesa del regreso corporal de Cristo.

Por aquella época, de 1910 a 1915, se publicó una serie de doce libros, cada uno de los cuales contenía artículos que defendían la enseñanza cristiana ortodoxa frente a los desafíos de la alta crítica bíblica, cada vez más escéptica respecto al carácter sobrenatural del cristianismo. Titulada Los fundamentos, esta serie reclutó a una colección diversa de sesenta y cuatro autores, entre los que se encontraban muchos premilenialistas dispensacionalistas y también otros eruditos respetados, como Warfield y el teólogo escocés James Orr. No fue sino hasta 1920 que empezó a usarse el término fundamentalista. Se le atribuye a Curtis Lee Laws, quien organizó la Fraternidad fundamentalista dentro de la Convención Bautista del Norte, denunciando que los liberales estaban abandonando los fundamentos del evangelio.

Los progresistas de la Iglesia Presbiteriana (generalmente centrados en el Presbiterio de Nueva York), aunque se llamaban a sí mismos «evangélicos», expresaban una creciente resistencia a la precisión doctrinal. Ellos argumentaban que teorías particulares, como la expiación sustitutiva de Cristo, no llegaban a abarcar los misterios de la revelación divina, los cuales no podían reducirse a un sistema teológico ordenado. Tres acciones provocadoras de los liberales llevaron rápidamente el conflicto a un punto de ebullición.

Harry Emerson Fosdick, ministro bautista que llevaba cuatro años ejerciendo de suplente en el púlpito de la Primera Iglesia Presbiteriana de Nueva York, predicó el sermón «¿Ganarán los fundamentalistas?» el 21 de mayo de 1922. Explicó que los llamados artículos fundamentales de la fe debían entenderse como teorías y que a la iglesia le convenía más la tolerancia entre quienes tenían teorías alternativas. Además, argumentó que el debate comprometía el testimonio social de la iglesia. «¡La actual situación mundial huele a gloria!», exclamó. «Y ahora, en presencia de problemas colosales, que deben resolverse en nombre de Cristo y por amor a Cristo, los fundamentalistas proponen expulsar de las iglesias cristianas a todas las almas consagradas que no estén de acuerdo con su teoría de la inspiración. ¡Qué locura inconmensurable!». Ese sermón tuvo una amplia difusión gracias al respaldo del íntimo amigo de Fosdick, John D. Rockefeller Jr.

Al año siguiente, el Presbiterio de Nueva York ordenó a dos graduados del Seminario Teológico Unión que no afirmaban la doctrina del nacimiento virginal de Cristo. Cuando otros presbiterios se quejaron a la Asamblea General por esta acción, los liberales se reunieron en el Seminario Teológico de Auburn y compusieron la Afirmación de Auburn, que estaba «diseñada para salvaguardar la unidad y la libertad» de la PCUSA. La afirmación observaba que las decisiones recientes de la Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana no tenían peso constitucional. Pero seguía afirmando que doctrinas claramente enseñadas en la constitución de la iglesia, en los Estándares de Westminster —como el nacimiento virginal, el sacrificio expiatorio y la resurrección de Cristo— eran meras teorías y no hechos enseñados en la Biblia y que, por tanto, no eran vinculantes para los ministros presbiterianos. En 1924, cuando más de mil doscientos ministros firmaron la Afirmación de Auburn, estaba claro que la controversia se dirigía a un enfrentamiento.

DOS DIRECCIONES PARA EL PROTESTANTISMO CONSERVADOR
En esta época, el campo fundamentalista empezó a divergir en dos trayectorias distintas. La conmoción provocada por la carnicería de la Primera Guerra Mundial proporcionó para muchos pruebas serias del declive rápido de la civilización occidental. En respuesta, algunos fundamentalistas llevaron sus preocupaciones más allá de los debates eclesiásticos. El predicador revivalista Billy Sunday exclamó de manera pintoresca que si el infierno se pusiera patas arriba, se vería que tiene las palabras «Hecho en Alemania». La Revolución Rusa de 1917 avivó el interés por proteger la herencia cristiana estadounidense de la invasión extranjera, al tiempo que aumentaba la especulación sobre el fin de los tiempos. La Biblia anotada de Scofield, publicada por primera vez en 1909, sacó una edición revisada en 1917 que popularizó la identificación de Rusia con Gog y Magog del libro de Ezequiel.

Estas crisis internacionales dirigieron la protesta en una dirección nativa y populista. Su principal portavoz fue William Jennings Bryan, un popular orador y tres veces candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos. A juicio de Bryan, tanto el auge del liberalismo protestante como el declive de la moral contemporánea se debían a la misma fuente: el darwinismo. En 1925, cuando un profesor de una escuela pública de Dayton, Tennessee, fue acusado de enseñar la evolución humana, Bryan prestó su ayuda como parte acusadora del Juicio de Scopes. Aunque el veredicto fue técnicamente una victoria para la acusación, provocó que los medios de comunicación ridiculizaran a Bryan (que murió cinco días después) y desacreditaran el fundamentalismo en la mentalidad nacional como intolerante, inculto y culturalmente atrasado.

La otra dirección conservadora encontró su voz en J. Gresham Machen, del Seminario Teológico de Princeton, quien surgió como el defensor más elocuente de la ortodoxia tras la muerte de B.B. Warfield en 1921. El propio Machen fue testigo directo de la devastación de la Primera Guerra Mundial cuando se tomó un permiso en Princeton para servir en las labores de ayuda de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA, por sus siglas en inglés). Pero su libro de 1923, Cristianismo y liberalismo, se limitó al tema de la división doctrinal en la Iglesia presbiteriana. Como el propio título implicaba, Machen describió el liberalismo no como una variante del cristianismo, sino como una religión totalmente distinta. Escribió:

En el conflicto actual, la gran religión redentora que siempre se ha conocido como cristianismo está luchando contra un tipo de creencia religiosa totalmente diversa, que es muy destructiva de la fe cristiana porque hace uso de la terminología cristiana tradicional.

Machen pasó a demostrar su tesis examinando sistemáticamente las doctrinas cristianas sobre Dios, la humanidad, la Escritura, Cristo y la salvación.

Machen consideró a la iglesia en el capítulo final del libro, donde argumentó que, puesto que el modernismo era una religión totalmente distinta, lo más honroso que podían hacer los modernistas era retirarse de la iglesia. Sabiendo que esto era poco probable, Machen apeló a los moderados de la iglesia: «La necesidad imperiosa del momento es una separación entre los dos partidos». Permitir ministros que se opongan al mensaje de la iglesia «no es tolerancia, sino simple deshonestidad», explicó, probablemente pensando en Fosdick. «El ser indiferente a la doctrina no hace héroes de la fe».

El manifiesto de Machen contra el modernismo se convirtió en un éxito de ventas y fue reconocido por el periodista secular H.L. Mencken como «indudablemente correcto». Pero los moderados no podían seguir a Machen en su visión, en especial cuando sus oponentes en la iglesia y el seminario se presentaban como unos evangélicos encantadores. Una comisión especial de la Asamblea General nombrada para estudiar las causas del malestar en la iglesia hizo oídos sordos al testimonio de Machen sobre la amenaza del liberalismo. En su informe de 1926, la comisión elogió con toda seguridad la «unidad evangélica» que yacía bajo la diversidad de opiniones. «La iglesia ha florecido mejor», escribió, «y ha mostrado más claramente la buena mano de Dios sobre ella, cuando ha dejado de lado sus tendencias a enfatizar esas diferencias y ha puesto el énfasis en el espíritu de unidad». Esta conclusión sorprendente sirvió para reivindicar a los firmantes de la Afirmación de Auburn. Cuando algunos firmantes de la afirmación se incorporaron al consejo reconstituido del Seminario Teológico de Princeton en 1929, Machen se marchó y fundó el Seminario Teológico de Westminster en Filadelfia.

En la década siguiente, la atención se centró en el escándalo de las misiones extranjeras de la PCUSA, con el apoyo confesional al modernismo en los campos misioneros de la iglesia. Cuando Machen cofundó la Independent Board for Presbyterian Foreign Missions (Junta Independiente de Misiones Extranjeras Presbiterianas) para apoyar a los misioneros ortodoxos en 1933, fue juzgado por su deslealtad a la junta misionera oficial de la iglesia. Fue destituido tras perder su apelación ante la Asamblea General de 1936, lo que le llevó a abandonar la PCUSA y formar lo que se convertiría en la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa. Lamentablemente, pocos le siguieron (apenas cinco mil de una iglesia de dos millones de miembros).

Machen sucumbió a una breve enfermedad y murió repentinamente el día de año nuevo de 1937, a la edad de cincuenta y cinco años. Su pequeña denominación solo tenía seis meses de vida, tiempo suficiente para que algunos fundamentalistas se sintieran descontentos con su dirección. En 1938, un grupo se separó para fundar la Iglesia Presbiteriana Bíblica, una expresión de separatismo estrechamente alineada con el fundamentalismo populista, que hacía hincapié en una interpretación premilenial de la profecía y en la abstinencia de bebidas alcohólicas.

INTERPRETACIÓN DE LA CONTROVERSIA
La alianza formada por el fundamentalismo resultó frágil y temporal. Sin duda, las voces conservadoras compartían una oposición estridente al modernismo, pero había diferencias en su retórica y en sus remedios. Mencken describió la diferencia en términos descarnados: «Machen era a Bryan lo que el monte Cervino de Suiza es a una verruga».

¿Era Machen un fundamentalista? Él siempre dejó claro que ese término no era de su preferencia. «Nunca me llamo a mí mismo “fundamentalista”», dijo, porque él no pretendía defender una lista de puntos esenciales, sino todo el consejo de Dios que encuentra su expresión confesional en los Estándares de Westminster. Aun así, añadió que si se le obligaba a adoptar un vocabulario que no fuera el suyo y a elegir entre fundamentalismo y modernismo, estaba dispuesto a llamarse a sí mismo «fundamentalista del tipo más radical».

Las consecuencias de los debates sugieren que la expresión «Controversia fundamentalista-modernista» es inadecuada para describir la lucha que tuvo lugar en la PCUSA y fuera de ella. La controversia no implicó a dos tribus rivales, sino a varias partes: confesionales, fundamentalistas, moderados y modernistas. Machen no consiguió persuadir a los moderados de las consecuencias eclesiásticas de la lucha y, al final, estos moderados determinaron que la lucha teológica era hasta menos deseable que la amenaza del liberalismo. Algunos llegaron a imaginar que la disposición de la iglesia a disciplinar a Briggs por la izquierda, y a Machen por la derecha, demostraba que la iglesia era una expresión estable de moderación. Ese juicio pareció justificado durante un tiempo, pues a mediados de siglo el presbiterianismo mayoritario alcanzó su máximo nivel de influencia cultural, animado por una paz precaria que se haría añicos con la política y las teologías revolucionarias de los años sesenta.

Por otra parte, los conservadores de mediados de siglo intentaron distanciarse de la caricatura en la que se había convertido el fundamentalismo, especialmente de su notable antiintelectualismo y su práctica legalista de la fe cristiana. Un renacimiento neoevangélico vio florecer una red impresionante de organizaciones paraeclesiásticas. Pero ese renacimiento también duró poco, ya que el evangelicalismo contemporáneo pierde el hilo en su vaga e incierta identidad teológica.

Irónicamente, lo que muchos descendientes conservadores del movimiento fundamentalista comparten con el liberalismo dominante y que fue su némesis hace un siglo es un desvío similar hacia la indiferencia doctrinal. Al hacer hincapié en una lista abreviada de doctrinas «esenciales», muchos evangélicos han desarrollado para sí mismos formas innovadoras de definir la fe cristiana, apartándose de un sistema de doctrina fundamentado en credos basados en la Escritura y sustituyéndolo por un minimalismo teológico construido sobre grandes pero delgados lazos comunitarios. Si los liberales se deshicieron abiertamente de los Estándares de Westminster en su afán por hacerse modernos, también el vocabulario confesional ha decaído lentamente en la derecha. La alergia a la precisión teológica ha dejado a muchos de los herederos tanto del liberalismo como del fundamentalismo desprovistos de límites teológicos. Puede que difieran en lo que «une» —ya sea la evangelización o la acción social— pero están de acuerdo en que «la doctrina divide».

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
John R. Muether es profesor de historia de la Iglesia y decano de las bibliotecas en el Reformed Theological Seminary en Orlando, Florida. Es autor, coautor o editor de múltiples libros, incluyendo Seeking a Better Country: 300 Years of American Presbyterianism [Buscando un país mejor: trescientos años de presbiterianismo americano].

Las puertas del infierno no prevalecerán |Por Burk Parsons

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine:La historia de la Iglesia | Siglo XX

Hace casi veinte años, cuando empecé a trabajar en el equipo editorial de Tabletalk, decidimos empezar lo que se convirtió en una serie de dos décadas sobre la historia de la iglesia. Desde entonces, el mundo ha cambiado drásticamente, pero la iglesia lo ha hecho aún más. El siglo XX marcó el comienzo de cambios radicales en el panorama mundial del cristianismo, cambios que han continuado en el nuevo milenio. Hemos sido testigos de un crecimiento significativo de la iglesia no solo en Sudamérica, sino también en lugares como Irán, Afganistán y Corea del Norte, donde la iglesia crece más rápido que en la mayoría de los demás países.

Sin embargo, al igual que gran parte de Europa, Estados Unidos ha experimentado un crecimiento de la iglesia insignificante, así como un rápido declive de la asistencia regular y semanal al culto dominical y de la participación en los medios de gracia y la comunión de la iglesia. Durante el último cuarto del siglo XX, empezamos a ver cómo el culto dominical era desplazado por actividades infantiles, eventos deportivos y cualquier otra cosa que se considerara más prioritaria que reunirse para adorar a Dios. En el siglo XX, vimos el surgir de megaiglesias, iglesias multisitio, las iglesias de captación y las iglesias con servicios de adoración diseñados para hacer sentir a la gente como si estuvieran haciendo cualquier cosa menos adorar a Dios en la iglesia. Los teleevangelistas y los sanadores de fe alcanzaron un nuevo nivel de prominencia, y muchos de ellos se han hecho muy ricos sin evangelizar con el evangelio de Jesucristo ni tener la capacidad de sanar. También hemos sido testigos de una decadencia continua del nivel de conocimiento bíblico y teológico, y en cambio hemos observado el crecimiento desenfrenado y la propagación del error bíblico y teológico y de la herejía total. La predicación pura y sin adornos del sencillo mensaje del evangelio ha sido eclipsada en muchas iglesias por un mensaje «evangélico» socialmente aceptable que afirma ofrecer paz y unidad sin verdad ni pureza. Es un mensaje adulterado que no habla de pecado, arrepentimiento, ira o infierno, y que está hecho a la medida para parecer atractivo a todo el mundo y ofensivo a nadie.

Sin embargo, Dios es soberano, el evangelio de Dios sigue siendo poder para la salvación de todo el que cree y la misión de Dios no será frustrada. Los problemas de los siglos XX y XXI, como en todos los siglos, no pueden impedir el triunfo final de Cristo y el cumplimiento definitivo de la Gran Comisión. A medida que nuestro Señor continúa edificando Su reino de entre todas las tribus, lenguas y naciones del mundo, Él continúa edificando Su única iglesia verdadera en todo el mundo y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine
Burk Parsons
El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ministerios Ligonier, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino. Encuéntralo en Twitter @BurkParsons.