El evangelio de la prosperidad: sus enseñanzas, sus orígenes y el llamado a enfrentarlo desde el púlpito | Costi Hinn

El evangelio de la prosperidad: sus enseñanzas, sus orígenes y el llamado a enfrentarlo desde el púlpito

Costi W. Hinn

Hay quienes dicen que los pastores, siervos del Rey de todas las cosas, deberían transportarse en los automóviles más costosos, vivir en las mansiones más lujosas y tener más dinero que cualquier otro mortal. A simple vista se comprende que esta afirmación es incorrecta, sin embargo, es lo que afirma el así llamado “evangelio de la prosperidad”, cuya popularidad no para de crecer en todo el mundo.

Lo llamaremos “evangelio de la prosperidad” porque es reconocido ampliamente como tal, pero no tiene nada de buenas noticias. En cambio, lleva a las personas a creer que el plan de Dios para ellas es que vivan su mejor vida ahora, oponiéndose a enseñanzas bíblicas fundamentales. Según sus maestros, la manifestación de una relación saludable con Dios es la prosperidad de la persona en la tierra, pues toda la salud, riqueza y felicidad están garantizadas en el tiempo presente para aquellos que creen. El cielo es, entonces, una simple extensión eterna de la vida perfecta que la persona ya ha encontrado en la vida terrenal.

Esta falsa enseñanza, que afirma tener sus bases en las Escrituras, se ha esparcido por todo el globo como un virus y aleja a muchas personas del evangelio verdadero. Pero ¿cuáles son sus principales enseñanzas? ¿Cuáles son sus orígenes? ¿Cómo podemos corregir sus errores desde el púlpito? Reflexionemos en estas preguntas brevemente.

“El evangelio de la prosperidad” lleva a las personas a creer que el plan de Dios para ellas es que vivan su mejor vida ahora, contradiciendo enseñanzas bíblicas fundamentales.

Hay tres afirmaciones que resumen las principales enseñanzas del evangelio de la prosperidad.

La primera es que la expiación de Cristo nos da abundancia en el tiempo presente. La Biblia enseña que Cristo murió para expiar nuestros pecados (Is 53) y darnos vida abundante (Jn 10:10). Sin embargo, aunque disfrutamos en el presente del perdón de nuestros pecados y la seguridad de la salvación, su expiación garantiza promesas eternas que no se harán realidad completamente hasta la Nueva Tierra. Pero los predicadores de la prosperidad distorsionan esa verdad, enseñando que la salud y la riqueza del tiempo presente fueron “compradas” en la cruz, al igual que el rescate por los pecados. En ese sentido, niegan el pleno cumplimiento de la redención en el futuro (Ap 21:1-5), afirmando que la plenitud de la obra de Cristo debe manifestarse aquí.

La segunda, muy similar a la primera, es que el pacto con Abraham tiene su cumplimiento en el tiempo presente. El pacto abrahámico (Gn 12:1-3) es la base para la redención y las promesas de Dios a Su pueblo. Sin embargo, los predicadores de la prosperidad utilizan el pacto como un medio para prometer una herencia para sus seguidores en el presente, generalmente “tierra” y dinero. En esta falsa enseñanza se utilizan las promesas hechas a Abraham como base para afirmaciones como: “Si siembras una semilla de fe como Abraham, Dios te bendecirá” o “si lo hablas y lo vives por fe como Abraham, Dios te prosperará”. Si estas versiones distorsionadas del pacto abrahámico fueran ciertas, todas las personas que confían en el evangelio de la prosperidad se convertirían en millonarios y propietarios de tierras inmediatamente. Pero, hasta ahora, son principalmente los predicadores de la prosperidad quienes se benefician de las ofrendas de aquellos a quienes engañan.

La tercera es que la fe es una especie de fuerza que una persona puede utilizar para controlar las acciones de Dios. La Biblia enseña que los cristianos son justificados por la fe (Ro 5:1), vencen al mundo mediante la fe (1Jn 5:5) y viven por fe (Ga 2:20). La fe complace a Dios y está directamente relacionada con la salvación. Pero los predicadores del evangelio de la prosperidad distorsionan la verdad bíblica cuando incorporan enseñanzas de la “palabra de fe” en su discurso, enseñando que la fe es una fuerza que puede usarse para obtener algo de Dios y que con ciertas afirmaciones es posible manipular las acciones de Dios.

Una de las afirmaciones que sostiene la doctrina de la prosperidad es que, la expiación de Cristo, nos garantiza abundancia ahora. En última instancia, solo el predicador de estas enseñanzas prospera. / Foto: Getty Images Pro
Ya que hemos dicho cuáles son las principales enseñanzas de esta falsa doctrina, ahora hablemos de sus orígenes.

¿Cuáles son sus orígenes?
Mucho antes de que la Iglesia Católica vendiera indulgencias, había personas que manipulaban a otros y usaban el ministerio para tener ganancias económicas. La Biblia nos habla sobre Simón el mago (Hch 8:9-24), quien pensaba que podía comprar el don de Dios con dinero. Pero las raíces modernas del evangelio de la prosperidad se remontan a la década de 1950. Granville “Oral” Roberts (1918) fue, en muchos sentidos, el principal pionero de la prosperidad. Pasó de ser un pastor local a construir un imperio de varios millones de dólares basado en una premisa teológica simple: Dios quiere que las personas sean saludables y ricas.

Este hombre defendió con firmeza su creencia de que el mayor deseo de Jesús es que prosperemos materialmente y tengamos salud física. Solía sacar pasajes bíblicos de su contexto para demostrar sus enseñanzas. Por ejemplo, decía que Jesús había dicho: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma”, pero, en realidad, esa era la manera cariñosa en que el apóstol Juan saludaba a sus lectores (3Jn 1:2).

Los libros más vendidos de Roberts unían el evangelio de la prosperidad con el así llamado “movimiento palabra de fe”. Este movimiento surgió en la segunda mitad del siglo veinte y se caracterizó por un conjunto de creencias y prácticas que enfatizaban el poder de las palabras, la confesión positiva y la “fe” de los creyentes para lograr salud, riqueza y éxito. Sus libros lucían títulos pegajosos como: “Si necesitas sanidad, haz estas cosas”, “El milagro de la fe-siembra” y “Una guía diaria para milagros”. Las multitudes desesperadas apenas podían resistir sus grandes promesas.

Hasta hoy, muchos siguen creyendo en sus afirmaciones. Iglesias a lo largo y ancho de África y América del Sur persisten en sus doctrinas erradas.

Las raíces modernas del evangelio de la prosperidad se remontan a la década de 1950. Granville “Oral” Roberts fue el principal pionero de este mensaje.

¿Qué necesitamos predicar desde el púlpito?
Después de hablar sobre sus principales enseñanzas y cómo se volvió tan popular, necesitamos meditar en qué hacer al respecto.

Es un hecho comprobado que quienes mejor detectan el dinero falsificado son los expertos en cómo se ve y se siente el dinero real. Así, un pastor puede fortalecer a su rebaño y protegerlos de ser engañados cuando les enseña fielmente acerca de la verdad. Considero que hay al menos tres formas en las que un pastor puede proteger al rebaño de las falsas enseñanzas del evangelio de la prosperidad desde el púlpito.

Primero, el pastor puede enseñar el lugar de la prosperidad. El pueblo de Dios necesita entender que el dinero, aunque es un medio para el sustento familiar (2Ts 3:10) y para bendecir a otros (Ef 4:28), no tiene ninguna relación con la salvación de una persona. Ninguna cantidad de dinero es “señal” de que la mano de Dios está sobre la vida de alguien. Por el contrario, la bendición de la salvación es para huérfanos y para reyes, pues Dios no hace acepción de personas. Además, el mensaje del predicador no se valida por su propia riqueza. Muchos predicadores de la prosperidad utilizan su propio patrimonio como prueba de que Dios los está bendiciendo y de que su mensaje es confiable.

Segundo, el pastor puede enseñar lo que la Biblia dice sobre la soberanía de Dios. Un pastor levantará a una congregación saludable y humilde si les enseña que Dios es soberano sobre todas las cosas, incluida la prosperidad. Aunque el hombre debe trabajar duro (Pro 6:6-8) y ser un mayordomo sabio (Pro 21:5), es Dios quien provee (Pro 10:22; Mt 6:32). Pablo enseñó que los cristianos deben ser generosos (2Co 9:6-15) y que es posible estar gozosos con poco o con mucho (Fil 4:12). La gracia de Dios se ve en el cuidado de Sus hijos, pero solo Él sabe exactamente cuánta riqueza material necesita cada uno.

Tercero, el pastor puede enseñar una visión bíblica de la eternidad. Lo que más contrarresta la enseñanza del evangelio de la prosperidad es una visión elevada del tiempo venidero. La iglesia quitará su vista de las cosas terrenales si tiene su vista puesta en lo celestial (Col 3:1-2). La mejor forma de invertir el tiempo presente es predicando el evangelio de Cristo, y aquellas iglesias que están enfocadas en su misión de hacer discípulos tendrán muy poco tiempo para pensar en las riquezas terrenales. Cuando el ministerio del evangelio es el centro, incluso el dinero se subordina a Cristo, convirtiéndose en una herramienta que puede usarse en el alcance de las naciones.

Los pastores pueden cuidar del rebaño de Cristo al enseñar las verdades del evangelio bíblico y exponer los errores de la doctrina de la prosperidad. Todo a través de la inerrante Palabra de Dios.

Pastores celosos
En conclusión, se necesita de pastores que sean celosos de la verdad para predicar las verdades bíblicas y detener la epidemia del evangelio de la prosperidad. Por eso vale tanto la pena que más iglesias se involucren en ayudar a pastores a enseñar las verdades de la Biblia y corregir el error. Muchos misioneros, particularmente en África y Latinoamérica, experimentan la terrible influencia del evangelio de la prosperidad en sus iglesias y necesitan de nuestra ayuda. ¿Oraremos por ellos?

Este artículo se publicó originalmente en For the gospel.
Costi W. Hinn es pastor ejecutivo de la iglesia Mission Bible en Tustin, California.

Hombres, ¡Ya Maduren! | Adam McLendon

Hombres, ¡Ya Maduren!
Por Adam McLendon

La hombría no es una cuestión de edad, es una cuestión de carácter. Interactuar con hombres que profesan conocer a Cristo es cada vez más frustrante en el ministerio y particularmente en el contexto de la consejería matrimonial.

Seamos francos, hombres, es hora de que asuman responsabilidad y dejen de culpar a los demás por sus problemas. Dejen de culpar a otros por sus deslices sexuales, abuso con el alcohol, arrebatos de ira, pereza, glotonería, dinero malgastado, etc. Dejen de culpar a mami y papi, esposa e hijos, jefes y compañeros de trabajo, u otros. Todos hemos sufrido las consecuencias del pecado. Todos hemos hecho sufrir a otros por nuestro pecado. Sus pasados no definen quiénes son y el daño que han sufrido no les justifica. El comportamiento pecaminoso o deshonroso es tal cual eso, y es inexcusable.

Muy frecuentemente la sociedad nos inculca que alguien más tiene la culpa por nuestros problemas o dice “solo tómate esta pastillita y no te preocupes, espera a que te calme el dolor”. Rara vez se te inculca que dejes de poner excusas, que asumas responsabilidad y que hagas lo que se te ha llamado a hacer.

Hombres, empiecen a liderar a su familia y dejen de poner esa carga en sus esposas. Dejen de jugar videojuegos la mitad de la noche, y mirar imágenes inapropiadas y sexualmente explícitas la otra mitad. Dejen de estar sentados en el sofá comiendo chatarra, bebiendo refrescos, mirando Netflix hasta la una de la mañana, para luego quejarse cuando sus esposas no quieren “dormir” con gordos perezosos que las han ignorado y no han hecho nada para ayudar en la casa. Dejen de tratar a sus esposas como sus sirvientas y trátenlas como el tesoro que son. Les sorprenderá la diferencia que esto hará en sus hogares.

Hombres, Dios les ha dado el privilegio de ser líderes. Muy frecuentemente los hombres quieren los privilegios del liderazgo sin la responsabilidad del mismo. Los dos van de la mano. Modelen piedad durante el próximo año y vayan a liderar a sus familias, se sorprenderán de la diferencia que esto hará.

He dicho lo suficiente.

Adam McLendon
Es colaborador frecuente para For The Church, es director del Doctorado en Ministerio en Liberty University en Lynchburg, Virginia, y es fundador y director de New Line Ministries. También es el autor de Paul’s Spirituality in Galatians y Square One.  

5 errores a evitar cuando enseñes las doctrinas de la gracia | Josué Barrios

5 errores a evitar cuando enseñes las doctrinas de la gracia

Josué Barrios

Para mí, conocer las doctrinas de la gracia fue como experimentar una especie de nueva conversión a la fe. Estas verdades son bíblicas, y por tanto ciertas, y por tanto para la gloria de Dios y nuestro gozo en Él.

Por eso comprendo a mis hermanos calvinistas cuando quieren que todas las personas conozcan y abracen estas doctrinas. Además, en la Biblia leemos que estas doctrinas son importantes para caminar en santidad y estar aptos para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17).

Sin embargo, he notado que a veces podemos cometer ciertos errores al enseñarlas y quisiera advertirte sobre ellos, como alguien que ha cometido varios en el pasado. Estos errores se relacionan entre sí:

  1. El error de enseñarlas sin gracia.
    Algunos calvinistas lucen más interesados en demostrar sus conocimientos y ganar debates, que en ayudar y servir al prójimo. Ni hablar de los que son apasionados por crear memes burlones para compartir en Facebook.

Esa actitud orgullosa fomenta una barrera al enseñar las doctrinas de la gracia.

Si creemos en la sublime gracia de Dios, entonces busquemos reflejarla al enseñar a otros. Si Dios es paciente con nosotros, ¿quiénes somos para no ser paciente con nuestro prójimo? Si Dios nos salvó por pura gracia, ¿quiénes somos para vivir con orgullo? Si Dios nos dio entendimiento para comprender más Su Palabra, ¿por qué a veces nos envanecemos como si hubiésemos conocido las doctrinas de la gracia por nosotros mismos?

John Newton escribió hace siglos: “De todas las personas que se involucran en controversias, nosotros los que nos llamamos calvinistas, estamos ligados expresamente a nuestros propios principios de gentileza y moderación”[1].

¡Cuán vigente siguen siendo esas palabras!

  1. El error de enseñarlas sin mostrarlas en la Biblia.
    Muchas personas suelen pensar que las doctrinas de la gracia no son bíblicas, o que los calvinistas exaltamos más a los hombres que a Dios.

Por eso, si quieres predicar estas verdades, por favor no lo hagas principalmente citando a Piper, MacArthur, Sproul o a Calvino: Hazlo exponiendo la Biblia.

Así harás entender claramente que lo que crees no es invento de hombres, sino algo revelado por Dios, siendo más convincente al hablar de estas verdades.

  1. El error de no conocerlas bien antes de enseñarlas.
    He visto a muchas personas promover las doctrinas de la gracia, pero cuando alguien les pregunta por qué las creen y qué significan esas verdades, ¡no saben qué decir!

Aunque creo que ocurre un verdadero despertar a la teología reformada en la iglesia en Latinoamérica, también es cierto que existen quienes parecen proclamar estas verdades por moda o sin saber por qué lo hacen.

Hermano, si queremos enseñar a otros, necesitamos conocer bien lo que estamos llamados a transmitir. Solo así nos guardaremos de llevar las doctrinas de la gracia a conclusiones que no son bíblicas. Solo así enseñaremos con mayor convicción, persuasión y guiando a las personas a la verdad.

  1. El error de no confiar en la soberanía de Dios.
    Un área en la que Dios me ha confrontado, es la forma de defender las doctrinas de la gracia y la soberanía absoluta de Dios cuando estoy envuelto en conversaciones sobre el tema con personas que no creen estas doctrinas.

Irónicamente, yo no confiaba en la soberanía de Dios al hablar de la soberanía de Dios. Cuando ya había hablado mucho en amor y de forma irrefutable, respondiendo a preguntas y contra-argumentos, y las personas insistían en rechazar estas enseñanzas bíblicas y continuar el debate, yo seguía participando en el mismo, en vez de soltar la conversación y creer que Dios tiene todo bajo control.

Había un agujero enorme entre mi teología y la forma en que vivía. Y cuanto más miro a muchos calvinistas jóvenes como yo enseñar las doctrinas de la gracia, más comprendo que este es un error común.

Es contradictorio decir que creemos en un Dios absolutamente soberano, mientras actuamos como si creyéramos que depende últimamente de nosotros o de las personas que nos escuchan, si ellas creerán estas verdades o no.

No confiar en la soberanía de Dios también se evidencia en la falta de oración, lo cual es una muestra de confiar demasiado en nosotros mismos. Si el apóstol Pablo necesitaba oraciones para enseñar la Palabra de Dios, porque reconocía que todo depende últimamente del Señor, sin duda nosotros también necesitamos orar (Colosenses 4:3-4). ¿Cuándo fue la última vez que oraste pidiendo a Dios paciencia y sabiduría al hablar a otros sobre Él?

El impacto de nuestra enseñanza sobre la soberanía de Dios sería muy diferente si viviésemos confiando más en Él, orando por nosotros y la iglesia.

  1. El error de confundirlas con el evangelio.
    Latinoamérica necesita iglesias que afirmen las doctrinas de la gracia por la sencilla razón de que necesita iglesias que se acerquen más y más a afirmar todo el consejo de Dios. Abrazando toda la Escritura, las personas comprenderán mejor el grandioso evangelio y nos guardaremos mejor del error. Los efectos de las doctrinas de la gracia son grandiosos y agradezco a Dios por eso[2]. ¡Estas doctrinas importan mucho[3]!

Sin embargo, muchos calvinistas cometen el error opuesto de creer que estas doctrinas no importan: el extremo de creer que estas doctrinas lo son todo (un error relacionado a comprender mal estas enseñanzas bíblicas).

Así, muchas personas terminan confundiendo las doctrinas de la gracia con el mismo evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Es cierto que el evangelio y las doctrinas de la gracia están íntimamente relacionadas, pero necesitamos comprender que no son exactamente lo mismo[4].

Las doctrinas de la gracia llevan a comprender mejor el evangelio. Pero confundir las doctrinas de la gracia con el evangelio nos llevará a un entendimiento errado de las buenas noticias que nos conduce inevitablemente al sectarismo que dice: “si no eres calvinista, ¡no eres cristiano!”

Esa actitud nos separa de tener comunión los unos con los otros luchando juntos por el evangelio, y trae incontables problemas para la iglesia. Sencillamente, es algo terrible pretender mutilar el cuerpo de Cristo.

Necesitamos comprender que a pesar de ciertos errores doctrinales que alguien pueda tener en relación a temas como la elección o la gracia irresistible, si esa persona no está errada en su comprensión del evangelio y lo cree confesando a Cristo como Señor y Salvador, esa persona es tan salva como el calvinista más erudito de todos[5]. ¡Así de inmensa es la gracia de Dios!

Como dije antes, muchos calvinistas hemos cometido algunos de estos errores en más de una ocasión. Por eso oro que el Señor nos conceda proclamar toda Su Palabra de manera apropiada, en humildad y amando a los demás. Y si hemos fallado en hacer eso, reconozcamos nuestra falta y acudamos a Cristo. En Él hay más gracia que pecado en nosotros, la cruz nos recuerda eso.

[1] https://www.monergism.com/controversy-john-newton

[2] He escrito brevemente al respecto en mi artículo “Cómo las doctrinas de la gracia impactan mi vida”: //josuebarrios.com/doctrinas-gracia-impactan-vida/

[3] Tal vez nadie ha trabajado en las últimas décadas más arduamente que el pastor John Piper en hacer ver esta realidad. A quien quiera conocer más su enseñanza, recomiendo principalmente sus libros: “Cinco Puntos” y “Los Deleites de Dios”

[4] Recomiendo esta “mesa redonda” de Coalición Por el Evangelio, en donde Jairo Namnún y los pastores Miguel Núñez y José Mercado conversan al respecto: https://www.youtube.com/watch?v=yAuH5WawYjU. También recomiendo este artículo del pastor John Piper en donde él explica que los cristianos que no creen las doctrinas de la gracia sí pueden predicar un evangelio suficiente: https://www.thegospelcoalition.org/coalicion/article/predican-los-arminianos-un-evangelio-suficiente.

[5] Para más información sobre prioridades teológicas, recomiendo el artículo: “A Call for Theological Triage and Christian Maturity” (Un llamado al triaje teológico y la madurez cristiana) del Dr. Albert Mohler.

//www.albertmohler.com/2004/05/20/a-call-for-theological-triage-and-christian-maturity-2/

Corazón descontento | Liliana Llambes

Corazón descontento | Liliana Llambes

A lo largo de nuestra vida, en ocasiones, nos encontramos descontentas por un sinnúmero de cosas que pueden estar sucediendo. Desde las que nos parecen insignificantes, hasta las que son de mucho significado. Por ejemplo: hace mucho frio, hace mucho calor, me duele aquí, me duela allá, quiero el café más caliente, quiero el café mas frio, los niños gritan, todos quieren comer algo diferente, se daña la lavadora, hijos descarriados, guerras, inflación, divorcios, enfermedades, terremotos, inundaciones etc. Hay tantas cosas grandes y pequeñas que se escapan de nuestro control, que hacen que a nuestro corazón le falte el contentamiento.

Un mundo caído por el pecado
No deberíamos sorprendernos por todas las cosas que ocurren en este lado de la gloria, dado que estamos en un mundo imperfecto, lleno de pecado; así que no deberíamos tener corazones descontentos porque en el aquí y en el ahora no existe la perfección.

Nada en este mundo puede darnos la seguridad de que no viviremos situaciones imprevistas que nos pueden sorprenden en cualquier momento de nuestra vida. Por eso pensar que tendremos la familia perfecta, la iglesia perfecta, etc., etc., no es vivir la realidad.

Nuestra esperanza para el contentamente
A través de las Escrituras podemos ver todas las situaciones que vivieron hombres y mujeres después de la caída de Adán y Eva en Génesis 3. Pero también tenemos la gran bendición que, desde Genesis, la Palabra nos muestra en quién debemos confiar y experimentar contentamiento en medio del dolor y no perder el gozo, se llama Jesucristo. En sus palabras podemos ver cómo nos exhorta: Les he dicho todo lo anterior para que en mi tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo (Juan 16:33 NTV).

No podemos fijar nuestra mirada en el aquí y en el ahora, nuestra mirada debe estar fija en lo eterno y donde pasaremos la eternidad. Mientras vivamos aquí tenemos la bendición de que, si nos hemos arrepentido de nuestros pecados y hemos reconocido a Cristo como nuestro Señor y Salvador, y que en nosotros mora el Espíritu Santo quien es nuestro intercesor, eso debe producir en nosotros gozo y paz en medio de cualquier tormenta.

De la misma manera, también e Espíritu nos ayuda a nuestra debilidad. No sabemos cómo orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8:26 (NBLA).

Pudiéramos hacernos estas preguntas: ¿Estamos animándonos con las palabras de Jesús? ¿Descansamos en que el Espíritu que mora en nosotros, está intercediendo en todo tiempo aún en los momentos oscuros de nuestra vida?

¿Qué debemos hacer ante un corazón descontento?
Primeramente, guardar nuestro corazón ya que él es engañoso. Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida (Proverbios 4:23 (NBLA).

El Señor nos manda a que cuidemos nuestro corazón de todas aquellas cosas que nos pueden llevar a vivir con un corazón descontento, nuestro corazón debe ser nutrido con lo bueno que encontramos en la Palabra y en la confianza en las promesas del Señor. El mundo nos trata de absorber como una esponja y contaminarnos con las ansiedades propias de un mundo caído, pero Pablo nos advierte: Y no se adapten a este mundo, sino transformen mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cual es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto (Romanos 12:2).

Mi oración, mi querida hermana es por ti y porque en medio del sufrimiento y en aquellos cosas diarias de la vida podamos ser mujeres que glorifiquemos el nombre del Señor con un corazón rebosado de contentamiento, esperando con ansias nuestra entrada triunfal en la eternidad. Recordemos las Palabras de Pablo en Filipenses 4:12-13:

Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.

Liliana Llambes
Liliana Llambés es colombiana y sirve como misionera de IMB en Panamá. Su pasión es proclamar el mensaje de salvación y hacer discípulos con el fundamento bíblico de la Palabra de Dios. Es la autora de «7 disciplinas espirituales para la mujer» y conferencista internacional. Tiene una Maestría en Estudios Teológicos del Southern Baptist Theological Seminary, y está cursando una Maestría en Divinidades con énfasis en Consejería Bíblica. Está casada con el pastor y misionero Carlos Llambés, con quien tiene 4 hijos y 9 nietos. Puedes encontrarla en Facebook, Twitter e Instagram. @lilyllambes

Ninguno que esté en Él persevera en el pecado | Scott Hubbard

Ninguno que esté en Él persevera en el pecado
Por Scott Hubbard

Cuanto más luches contra tu pecado, más tentaciones enfrentarás para dejar de luchar tan duro. Una vez, tal vez, tu celo se quemó; tu sangre espiritual hirvió. Pero a medida que pasaban los meses y los años, los deseos de un cristianismo más cómodo de alguna manera encajaron debajo de su armadura.

Pablo habla de matar el pecado, matar de hambre al pecado (Ro 8:13; 13:14), pero has comenzado a preguntarte si un enfoque menos decisivo y más a largo plazo podría funcionar igual de bien. Jesús habla de arrancarse un ojo y cortarse una mano (Mt 5:29); teóricamente estás de acuerdo, pero, si eres honesto, difícilmente puedes imaginar una abnegación tan extrema.

Es posible que alguna vez hayas encontrado placer en la justa ferocidad de un hombre como John Owen, quien escribió sobre caminar “sobre el vientre de sus concupiscencias” (Works [Obras], 6:14). Pero ha pasado algún tiempo desde que tus botas pisotearon cualquier lujuria. Y como dijo otro puritano una vez, puedes sentirte tentado a hablar de tus pecados como lo hizo Lot con Zoar: “¿Acaso no es pequeña?” (Gn 19:20). El tiempo da paso a muchos pecados pequeños, y los pecados pequeños, con el tiempo, dan paso a los más grandes.

El ablandamiento ocurre lentamente, por grados, como puedo atestiguar. Y a menudo, lo que más necesitamos en tales temporadas es un toque de trompeta justo, una nota entusiasta que sacuda los huesos y nos despierte de nuevo a la realidad. Tales nos las da el apóstol Juan en su primera carta:

“Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él. No puede pecar, porque es nacido de Dios” (1Jn 3:9).

A la pregunta, “¿pueden los nacidos de nuevo hacer del pecado una práctica?”, Juan responde de manera simple, clara, inequívoca: imposible.

Que nadie te engañe

Los acontecimientos recientes habían ensombrecido a la comunidad que recibió la carta de Juan. Captamos un vistazo en 1 Juan 2:19: “Ellos salieron de nosotros, pero en realidad no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros. Pero salieron, a fin de que se manifestara que no todos son de nosotros”. Una vez, un grupo de aparentes hermanos y hermanas pertenecía a nosotros; ahora, Juan puede hablar de estas personas solo como ellos.

Y no se fueron en silencio. No, se fueron hablando de ideas nuevas y extrañas acerca de Jesús: Que en realidad no vino en la carne (1Jn 4:2-3), que en realidad no era el Cristo (1Jn 2:22). Y con esta nueva teología vino una espiritualidad nueva y retorcida. Muchos, al parecer, profesaron conocer a Dios mientras caminaban en la oscuridad (1Jn 1:6), como si de alguna manera uno pudiera ser justo sin hacer justicia (1Jn 3:7). Reclamaron nueva vida; guardaron viejos pecados.

Algunos eruditos los llaman “protognósticos”, precursores de la herejía que acosaría a la iglesia en el próximo siglo. El mismo Juan habla con más agudeza, al decir que son mentirosos, anticristos, hijos del diablo (1Jn 1:6; 2:18; 3:10). Duras palabras del apóstol amado. Pero la iglesia necesitaba desesperadamente escucharlos.

Nadie nacido de Dios sigue pecando

Juan sabía que la iglesia se mantenía firme por el momento. De hecho, escribió su carta en gran parte para asegurarles que la vida eterna era de ellos (1Jn 5:13). Su fe en Cristo era firme, su amor por los hermanos profundo, su justicia evidente. Aunque no eran perfectos (1Jn 1:8–9), pertenecían a Dios.

Sin embargo, Juan conocía el poder de las mentiras que agradan a la carne, especialmente cuando se les da tiempo para trabajar. También sabía lo desmoralizador que podía ser ver a un compañero de armas deponer las armas y pasarse a las filas enemigas. Tal vez la iglesia no abrazaría la herejía, pero sus manos podrían aflojarse alrededor de la empuñadura de la espada. Podrían preguntarse si la vida cristiana realmente requiere tal crueldad contra el pecado. Algunos podrían deambular por una “práctica de pecar”, menos temerosos de lo que tal práctica podría significar.

Entonces, Juan escribe: “Hijitos, nadie los engañe” (1Jn 3:7). Recuerden, hijitos, que el pecado es ilegal. Recuerde que Cristo es sin pecado. Recuerda que eres nuevo.

El pecado es ilegal

Cuando un cristiano profeso comienza a hacer del pecado una práctica (1Jn 3:9), ya se ha producido un cambio profundo pero sutil. En algún lugar a lo largo de la línea, el pecado se ha vuelto menos serio a sus ojos: ya no es negro, sino gris; ya no es condenable, sino comprensible. Un lento endurecimiento se ha apoderado de su conciencia. Donde antes se sonrojaba, se encoge de hombros.

Juan no tendrá nada de eso. Él se había parado en el Calvario. Había visto cómo la ira de Dios contra el pecado se tragaba el sol; había visto cómo la paga del pecado manchaba la tierra de rojo. Y por eso escribe: “Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley” (1Jn 3:4).

Entretejido en el ADN del pecado hay un carácter anticristiano, traidor, insolente y sin ley. No puede soportar la autoridad de Dios; no puede doblegarse al gobierno de Cristo. Aunque los casos aislados de pecado no equivalen a una vida de anarquía, “la práctica de pecar” sí lo hace (1Jn 3:4), incluso los pecados más pequeños son anarquía en el útero. Cada pecado tiene alguna semejanza con los clavos y la lanza que traspasaron a nuestro Señor; cada pecado suena algo así como: “¡Crucifícalo!”. De modo que, si se nutre y cuida, si se cultiva y se complace, cualquier pecado puede llevar cautivo el corazón a una especie de rebelión que no puede permanecer con Cristo.

Continuaremos pecando de este lado del cielo; en ese punto Juan es absolutamente claro (1Jn 1:8). Sin embargo, como D. A. Carson ha indicado, el pecado nunca se convierte en algo menos que “impactante, inexcusable, prohibido, espantoso, fuera de línea con lo que somos como cristianos”. “El que practica el pecado es del diablo” (1Jn 3:8), y cada pecado, por pequeño que sea, late con su corazón inicuo.

Cristo es sin pecado

Si en el pecado vemos oscuridad absoluta, anarquía total, en Cristo vemos luz absoluta, pureza total. Los dos son enemigos mortales, polos opuestos: uno torcido, el otro recto; uno es noche, el otro día; el uno infierno, el otro cielo. Y, por esta razón, tanto por lo que Cristo es como por lo que Cristo hace, “todo el que permanece en Él, no peca” (1Jn 3:6).

Considera, primero, quién es Cristo. “En Él no hay pecado”, escribe Juan (1Jn 3:5). Entonces, ¿cómo puede alguien permanecer en Él, vivir en Él, tener comunión con Él, adorarlo y seguir pecando como antes? Antes podríamos encender un fuego bajo el mar o respirar profundamente en la luna. Cristo no guarda combustible que encienda el pecado; no da oxígeno a la anarquía. Si permanecemos en Él, entonces, el pecado no puede permanecer en nosotros, ni persistentemente, ni presuntuosamente, ni pacíficamente.

Luego, en segundo lugar, considera lo que Cristo hace. “Ustedes saben que Cristo se manifestó a fin de quitar los pecados” (1Jn 3:5). O también: “El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo” (1Jn 3:8). Él vino, el sin pecado, para hacer a muchos sin pecado, primero perdonándonos y justificándonos, y luego purificándonos gradualmente, pero sin cesar.

En una temporada de pecado invasor, entonces, hacemos bien en preguntarnos: “Jesús vino a destruir las obras del diablo, ¿y las aprobaré? Jesús murió para quitar mis pecados, ¿y los quitaré yo ahora? ¿Haré rodar la piedra sobre Su tumba? ¿Bajaré Su cruz?”.

Eres nuevo

Hasta este punto, Juan ha pedido a la iglesia que mire fuera de sí misma. Ahora, sin embargo, les dice que se miren a sí mismos. Porque el pecado es ilegal, Cristo es sin pecado, y ellos son nuevos. Tres veces en una frase, el apóstol señala su novedad en Cristo:

“Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él. No puede pecar, porque es nacido de Dios” (1Jn 3:9).

La conversión implica no solo un cambio de mente, sino también un cambio de corazón y alma, un cambio tan grande que con razón se puede llamar nuevo nacimiento. Y el nuevo nacimiento trae la verdad sobre el pecado y Cristo a los lugares más profundos.

Por el nuevo nacimiento, no solo vemos el pecado como algo sin ley, sino que tenemos corazones cuya anarquía ha sido reemplazada por la ley de Dios que da vida (Jer 31:33). La pluma del Espíritu ha llegado donde la nuestra nunca pudo. Y por el nuevo nacimiento, no solo vemos a Jesús sin pecado, sino que lo disfrutamos como glorioso, el Espíritu abre nuestros ojos a una belleza mucho más allá del pecado (Ez 36:27). Hemos sentido, en el fondo, la bendición de la obediencia sin carga (1Jn 5:3), el deleite de permanecer en aquel que no conoce tinieblas (1Jn 1:5).

Pulsando en estas palabras de Juan, entonces, no solo hay un no deber hacer poderoso, “no puede seguir pecando”, sino un sí poder poderoso. Por muy fuerte que parezca la tentación, y por muy débiles que nos sintamos, podemos matar el pecado y unirnos a Cristo. Podemos levantar estos pies cansados ​​y huir de nuevo; podemos levantar estos brazos cansados ​​y atacar de nuevo. Podemos poner nuestro rostro en la Biblia y nuestras rodillas en el suelo. Podemos decir no a los impulsos más fuertes de la carne y sí a los impulsos más silenciosos del Espíritu.

Nuestro “antagonismo sin tregua”

La batalla contra el pecado dura mucho: toda la vida. Pero en Cristo, tenemos un carácter diferente, una mejor inclinación, una nueva vida que nunca morirá. Y enterrado profundamente en nuestro ADN espiritual hay una oposición despiadada al pecado, un “antagonismo sin tregua”, como lo llama Robert Law.

Tal antagonismo parecerá extraño y antinatural al mundo que nos rodea; en nuestro peor momento, nosotros también podemos preguntarnos si la vida cristiana puede correr por caminos menos angostos. Pero cuando recordamos qué es realmente el pecado, quién es realmente Cristo y quiénes somos nosotros, incluso los compromisos aparentemente pequeños (pequeñas mentiras, miradas secretas, mañanas sin oración, amargura silenciosa) aparecerán por lo que son: guías sin ley que nos alejan de Cristo. Manos oscuras robando nuestros corazones. Contradicciones absolutas de nuestro nuevo nacimiento.

Y entonces nuestro celo arderá de nuevo. Y entonces nuestra sangre volverá a hervir. Y entonces nuestras botas volverán a sentir el vientre de nuestras lujurias. Porque “nadie nacido de Dios practica el pecado” (1Jn 3:9). Y en Cristo, somos nacidos de Dios, irrevocablemente, eternamente, poderosamente nuevos.

Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.
Scott Hubbard se graduó de Bethlehem College & Seminary. Es editor de desiringGod.org. Él y su esposa, Bethany, viven en Minneapolis.

El dominio propio y tu ira pecaminosa | Aaron Halbert

El dominio propio y tu ira pecaminosa

Por Aaron Halbert

Cuando me pidieron que escribiera sobre el dominio propio y la ira, mi respuesta inmediata fue: «¡Soy la última persona que debería escribir sobre este tema!». No dije esto porque no tenga problemas en esta área, sino porque, en el momento en que me preguntaron, estaba lidiando con cosas que revelaban ira dentro de mi propio corazón. Simplemente había tantas situaciones que estaban alimentando este pecado en mí. Para comenzar, a mi familia le habían pedido que se mudara inesperadamente y lo encontré injusto. Luego, mi esposa enfermó durante más tiempo del esperado y tuve que hacerme cargo del cuidado de los niños, labor en la cual, mis frustraciones, irritabilidad e ira pasaron a primer plano y asomaron su fea cabeza. Además, la mudanza a la nueva casa significó más tiempo en el tráfico y, a menudo, me encuentro frustrado y molesto con otras personas —con mi ira hirviendo al máximo— por sus habilidades de conducción o la falta de ellas. Entonces, escribo estas cosas como un compañero pecador que constantemente está tratando de hacer morir estos pecados.

Diferenciando entre la ira justa y la ira pecaminosa
Muchas veces, cuando surge el tema de la ira, queremos pasar inmediatamente a la idea de la ira justa y al hecho de que las Escrituras nos dicen que debemos o podemos estar enojados, pero no pecar (Ef. 4:26). Debido a este pasaje, concluimos que nuestra ira es justa o tratamos de excusarnos o justificar nuestra ira. Buscamos justificarla diciendo que otros han actuado de maneras que han provocado nuestra justa ira.

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Necesitamos comprender rápidamente, que la ira justa es la que viene porque vemos que se quebranta la ley de Dios. Así que, podemos fácilmente reflexionar y darnos cuenta de que, lo más probable, es que nuestra ira generalmente no proviene de algo que podríamos llamar justo y, muchas veces, no es algo que controlamos bien.

Pero ¿qué es la ira?
Creo que podemos reconocer fácilmente que la ira no es amor porque el amor es paciente y amable. Pero ¿qué es la ira? La ira es el descontento con los demás, y con las cosas o situaciones a las que reaccionamos con palabras, emociones, actitudes o acciones pecaminosas; y mientras nos comportamos de este modo, estamos dirigiendo este diluvio de maldad hacia el que se cree que está causando nuestro problema. Pero si queremos (y debemos) ser honestos, reconoceremos que, ante todo, y sin excusa alguna, la ira es pecado.

Dominio propio ante la ira
A lo largo de las Escrituras se nos dice que debemos tener dominio propio y hemos visto, poco a poco, cómo aplicarlo a varios aspectos de la vida, todo en dependencia del Espíritu Santo. Nuestra ira es otra área, otro pecado que debe ser dominado. Como todos habrán experimentado, la ira suele tomar control. No le gusta contenerse. No quiere tener riendas que lo sujeten. Entonces, tener dominio propio nos ayudará a controlar nuestra ira, irritabilidad y frustración. Para esta titánica labor, la clave es la forma en que pensamos acerca de nuestra ira y el dominio propio. Cuando Pablo escribe acerca de los líderes de la iglesia, dice que deben se sobrios y poseer dominio propio (Tit. 2:2). Pedro también habla de tener una mente sobria y dominio propio (1 P. 5:8-10). A menudo parece haber una conexión con el dominio propio y la forma en que pensamos. Y nuestros pensamientos deben ser, principalmente, nutridos y saturados por las Escrituras.

Por lo tanto, una de las primeras cosas de las que debemos darnos cuenta sobre el dominio propio y nuestra ira es que nuestro enojo nos ha hecho pensar incorrectamente acerca de Dios. Cuando nos enojamos, principalmente afirmamos que lo que Dios ha hecho está mal. Regularmente se encuentra que la ira es olvidar la gracia de Dios en nuestras propias vidas y la bondad con la que Dios nos ha tratado. Mencioné anteriormente nuestra mudanza inesperada. En ese acontecimiento, en el centro de mi ira estaba la sensación de que me habían tratado injustamente y estaba olvidando la bondad de Dios para con nosotros en su sabia providencia. Aunque quería justificar mi ira sobre la base de lo que alguien más había hecho, en verdad, en ese momento me faltó el control de mí mismo, porque me había olvidado de que nuestro Dios realmente no me trataba como se merecen mis pecados.

¿Cómo buscar dominio propio ante la ira?
Entonces, las formas más obvias de asegurarme de que tengo dominio propio y una mente sobria son la dependencia constante de la Palabra de Dios para informar mi pensamiento. La forma en que tengo la victoria sobre mi ira y otros pecados que son hermanos de esta, es teniendo mi mente constantemente transformada por la Palabra de Dios. Pablo dice en Romanos 12:2 que debemos ser transformados «mediante la renovación de [nuestra] mente». También les dice a los Efesios que deben ser «renovados en el espíritu de su mente» (Ef. 4:23)..

Si queremos matar nuestra tendencia a gritarles a los niños, dejar que las opiniones de otras personas nos molesten, enojarnos con esos corredores de la fórmula 1 en nuestras calles, hablar mal de otros, tener resentimiento hacia los demás y toda una serie de otros pecados, entonces debemos tener constantemente nuestras mentes transformadas por la Palabra de Dios. Nunca podrás luchar contra la ira si constantemente piensas de manera incorrecta al respecto.

¿Cómo pensamos incorrectamente acerca de nuestra ira? Debemos dejar la tendencia de querer decir que la mayor parte de nuestra ira se debe a lo que otros han hecho, para eso, es útil recordar que nadie nunca causa nuestra ira, sino que proviene de nuestro interior. Debemos dejar de culpar a otros. Las personas pueden darnos la oportunidad de responder con ira, pero nuestra ira no es su culpa.

Por lo tanto, lo que eso debe producir en mí es una rápida y veloz respuesta a mi ira. Debo reconocer mi enojo y confesarlo regularmente cuando sé que estoy fallando en tener dominio propio y ser sobrio con mi enojo. Cuando tengo esa respuesta insistente de decirle a alguien lo que pienso, criticar a otros por cómo han hecho algo, o frustrarme con las personas en mi vida por no estar a la altura de mis expectativas, debo ir a Cristo y confesarlo. La forma de tener dominio propio es reconocer la existencia del pecado y sacarlo a la luz en lugar de ocultarlo o encubrirlo. Es ser rápido para ir a aquellos con los que me he enfadado, pedir perdón y confesar mis malas acciones. Esto es lo que hace una persona de mente sobria y con dominio propio. Ve la profundidad de su depravación y la confiesa abiertamente, arrepintiéndose y luego se esfuerza por una nueva obediencia en Cristo. Parece que el recaudador de impuestos en Lucas 18 se inclinó clamando a Dios por misericordia porque su pecado lo deshizo. Eso debe pasar en nuestro corazón al pensar en la maldad remanente en nuestras almas. ¡Cuando pensamos sobriamente acerca de nuestro pecado, nos ayuda a ser honestos para que podamos tener más dominio propio!

Conclusión
Finalmente, en un nivel práctico, quisiera cerrar dando algunos consejos como experto en la ira. Usa el tiempo entre tus temporadas de ira para establecer formas de luchar contra ella. Nota que tu enojo tiene consecuencias y comienza a utilizar los momentos en que no estás enojado para tratar el enojo por lo que es: un ataque moral a la ley de Dios. Busca formas de ver señales de cuándo la ira tiende a alejar lo mejor de ti. Memoriza y estudia las Escrituras que renuevan tu mente para ver las profundidades de tu pecado. Ora regularmente para que Cristo te dé ojos para ver cómo tu ira te hace perder el dominio propio. Pide a otras personas cercanas a ti que te ayuden a ver las formas en que permites que la ira se apodere de tu vida.

Sugiero estas cosas porque la ira le da al diablo un punto de apoyo, entonces, sin duda, querrás asegurarte de que tratas con la ira apropiadamente. En otras palabras, debes darle la muerte legítima que merece junto con cualquier otro pecado del que debes huir mientras corres hacia Cristo. En definitiva, querido santo, ahí es donde encontrarás descanso. Tu ira y falta de dominio propio nunca producirán paz. ¡Oh, pero correr a un Salvador que voluntariamente murió por ti, te otorgará paz y la capacidad de hacer morir este pecado de ira al otorgarte dominio propio que solo proviene de su Espíritu a través de la obra de la Palabra renovando tu mente! ¡Alabado sea Jesús por eso!


Aaron Halbert, estadounidense, sirve en Tegucigalpa, Honduras, como uno de los pastores de la Iglesia Presbiteriana Gracia Soberana. Disfruta largas conversaciones sobre la plantación de iglesias, todo lo relacionado con los Voluntarios de la Universidad de Tennessee, casi cualquier comida hondureña (excepto la sopa de mondongo) y los Tottenham Hotspur. Aaron está casado con Rachel y tienen 5 hijos, a quienes les encanta servir junto a sus padres a través de la hospitalidad y encontrar formas de establecer relaciones en la iglesia, en actividades de los niños y con los vecinos.

Glorifica a Dios en tu trabajo | Daniel Aldea

Glorifica a Dios en tu trabajo
Por Daniel Aldea

A veces los cristianos podemos cometer el error de creer que al tener un trabajo no podemos glorificar tanto a Dios, como si estuviéramos a tiempo completo en la obra. ¿Qué nos dice Dios al respecto? ¿Es eso cierto?

El apóstol Pablo, en su carta a los Colosenses, capítulo 3 nos habla de todo lo que ha hecho Cristo en nosotros y como eso ha de manifestarse de maneras concretas, con cambios específicos en nuestras vidas. A grandes rasgos nos dice que debemos hacer morir lo terrenal en nuestras vidas y tener una perspectiva correcta con respecto a las cosas del mundo y las cosas del cielo.

Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. (Colosenses 3:17)

Lo anterior no deja nada fuera, dice “y todo” lo que hacéis, eso incluye las cosas dentro y fuera de la iglesia, en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en nuestra universidad, en nuestros colegios, con nuestros vecinos, etc. Todo hay que hacerlo en el nombre del Señor, como principio general.

Luego, unos versículos más adelante (22 al 24), en su contexto nos habla específicamente sobre amos y esclavos, práctica que era muy común en esos tiempos, no obstante, el principio bíblico que se enseña ahí, se puede aplicar hoy en día a jefes y empleados:

Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. (Colosenses 3:22-24)

En el versículo 23 vuelve a utilizar la palabra “todo”, lo que hagáis. Nada queda excluido, absolutamente todo lo que hagamos debemos hacerlo de corazón como para el Señor. Si somos capaces de hacer todo como para el Señor, no solo podremos agradarle, sino que además recibiremos recompensa en el cielo. Servir a Cristo no es un sacrificio, es una bendición y un honor.

Algunas maneras prácticas en que podemos glorificar a Dios en el trabajo pudieran ser:

Llega temprano al trabajo. Hay trabajos que son flexibles en el horario de entrada, que eso no signifique que te relajes llegando a abusar.
Llega temprano de vuelta del almuerzo. Hay muchos trabajos donde no se controla la hora de almuerzo, no obstante, si tienes una hora de almuerzo, no te tomes mas de una.
Cumple con las metas o hitos que te impongan. Se que muchas veces esas metas o hitos son poco realistas. Esfuérzate por cumplirlas de igual modo.
Si puedes hacer más de lo que te piden, hazlo.
No pierdas el tiempo en redes sociales. Hay trabajos donde no se prohíbe el uso de éstas. Que no sea ocasión para abusar o para distraerte de tus obligaciones.
Obedece a tus jefes, aunque no siempre tengan la razón. Por supuesto esto excluye lo que va contra la Palabra de Dios, pero obedece, Dios nos manda eso en el versículo 22.
Comparte “prudentemente” el evangelio. Jesús nos dejó la gran comisión, de ir por el mundo y predicar el evangelio, ello debe ser parte fundamental en nuestra vida y por cierto también en el trabajo. Lo de prudente lo digo porque debes ser sabio en la manera en que lo haces, muchos pueden parecer fanáticos religiosos al hacerlo y terminar alejándolos aún más del evangelio. Otros puede que prediquen bien el evangelio, no obstante al ser un mal testimonio en su trabajo (por ejemplo con los puntos anteriores), quizás parezca hipócrita y el mensaje pierda sentido. Esfuérzate en ser un buen testimonio siempre y ser de apoyo bíblico cuando veas a alguien en problemas o en necesidad.
Trata de ser alegre en tu trabajo. ¿Que tiene eso que ver? Pues, ¿Puedes decir que Cristo te ha cambiado y que ahora tienes gozo en Él, aún en pruebas y tribulaciones, y que te da la paz que sobrepasa todo entendimiento, si nunca estás alegre?

Todo lo anterior y muchas cosas más puedes hacer para ser un buen siervo, pero no lo hagas solo para agradar a tu jefe. Pon atención a la advertencia que nos hace el versículo 22. Podemos agradar a hombres pero al mismo tiempo no estar agradando a Dios. Agradar y glorificar a Dios debe ser nuestra meta.

Cuando por la gracia de Dios somos salvos, entonces tenemos vida nueva. Cristo y nadie más que Cristo pasa a ser nuestro Señor, Le pertenecemos y solo a Él debemos servir. Si somos conscientes de ello y lo aplicamos en nuestras vidas en todo lo que hagamos, podremos mostrar verdaderamente cómo el evangelio de Dios es capaz de cambiar a un pecador, el mundo verá que somos distintos, que “hay algo” que nos hace realizar todo de manera excelente, y de ese modo nuestras vidas estarán mostrando en la práctica el evangelio transformador de Cristo.

Podemos y debemos glorificar a Dios en nuestro trabajo, solo debes recordar que ¡Trabajas para Dios y no para el mundo!

Daniel Aldea
http://www.aldeacms.com/
Es director del Ministerio Siervo Fiel. Ingeniero en informática de profesión, y está felizmente casado con Ana María, con quien tiene 2 pequeños hijos, Lucas y Amanda.

Las características de los inconversos | Diego Louis

Las características de los inconversos

Diego Louis

Hace unas semanas terminé de leer un libro titulado Una guía segura al cielo escrito por el joven puritano Joseph Alleine (1634 – 1668). Una de las costumbres más bellas que tenemos en nuestra iglesia local es la de preguntarnos unos a otros qué libros espirituales estamos leyendo y cuáles son las enseñanzas aprendidas en el mismo. Hace unos días me escribió un hermano muy amado diciendo: “Diego ¿Qué has estado leyendo últimamente? Cuéntame lo que estás meditando.” En un contexto así es más fácil crear una cultura de lectura espiritual.

Por eso, amado lector, quiero extender esa práctica contigo, y compartirte sobre un capítulo específico de este precioso escrito: las características de los inconversos. Debes saber que el libro del escritor ingles es un ruego continuo a las almas para que se vuelvan a Cristo, a su vez es como una argumentación minuciosamente estructurada para convencer al lector sobre su necesidad de arrepentimiento. Si un incrédulo lee estas páginas quedará sin excusas para creer. Si un cristiano lo hace, quedará sin excusas para hablar.

¿Por qué escribir un artículo sobre esto?

Dejo que Alliene responda:
“Poco fruto habrá mientras nos mantengamos en las alturas de las afirmaciones generales; la eficacia está en el cuerpo a cuerpo. A David no le despierta las insinuaciones alegóricas del profeta en la distancia. Natán se ve obligado a acercarse a él y decirle con franqueza: «Tú eres aquel hombre». […] Y debido a que se saben libres de esa hipocresía manifiesta que adopta la religión como una máscara para engañar a los demás, confían en su propia sinceridad y no sospechan de otra hipocresía mas cercana, en la que reside el mayor peligro y en virtud de la cual el hombre engaña su propia alma.”

El escritor quiere enseñarnos a ser específicos al denunciar el pecado y la hipocresía en nuestra evangelización. Y al cristiano profesante lo impele a realizar un minucioso examen de conciencia y corazón. ¡Ah, querido lector, no sea que mientras lees estas páginas estás engañado y la única prueba que tienes de tu conversión es tu convicción! Porque de ser así aún no has visto el reino de Dios.

Las señales externas del inconverso
El puritano inglés elige dos textos para desenmascarar la hipocresía de aquellos que dicen ir al cielo mientras caminan por las calles del infierno. Según Alliene los apóstoles pasan sentencia de muerte sobre los siguientes hombres. Te ruego que prestes atención lector, no sea que tú te encuentres en la lista:

“¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os dejéis engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios.” (1 Cor. 6:9-10). “Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” (Ap. 21:8)

Hay personas que, sin duda alguna, son inconversas. No importan cuánto lean, oren, alaben y diezmen a Dios. No importa que manejen la jerga cristiana o se vistan modestamente. No importa la posición que ocupan en la congregación, si dirigen, predican o participan del coro. Tiene las señales apostólicas de un inconverso impresa en sus frentes.

Los inmorales. Personas que desatan sus pasiones sexuales unas con otras fuera del matrimonio. La impureza sexual es la mancha más grande de nuestra generación. Si solo estuviese este punto en la lista ¿Cuántas personas del mundo evangélico de América Latina estarían calificadas como almas hipócritas que se engañan así mismas sobre la conversión?
Los idólatras. Somos adoradores por esencia. Podemos adorar el sexo, el dinero, el poder, incluso la tecnología. Idolatría es pensar, disfrutar, amar, escoger y servir cualquier otra cosa que no sea Dios. El puritano dice: “para ellos las puertas del Reino le están cerradas.”
Los borrachos. “No solo los que beben hasta perder el juicio, sino los que son fuertes para mezclar bebidas. El Señor llena Su boca de ayes contra estos, declarando que no heredarán el Reino”.
Los mentirosos. Práctica común del hombre en todas las edades. Por cosas grandes y pequeñas. Pero Dios es veraz. Y por tanto declara que ellos tendrán su parte en el lago de fuego junto a su padre el diablo, el padre de las mentiras.
Los blasfemos. Individuos que usan su lengua como espadas y desprenden veneno de su boca. Quienes hacen de las palabras golpes. Joseph dice: “el fin de estos, de no mediar un arrepentimiento profundo e inmediato, es la destrucción próxima, y una condenación segura e inevitable”.
Los difamadores. ¡Ay del chismoso! ¡Ay del suelto de lenguas! ¡Ay del que se enreda en telarañas interminables tejidas por las redes sociales! Alliene dice: “los murmuradores gustan de calumnias a su vecino y ensuciar su reputación todo lo posible o apuñalarlo secretamente por la espalda”.
Los ladrones, avaros y estafadores. Esto se puede aplicar a los ricos cuando oprimen a los pobres. O al hombre que engaña a su hermano en cuanto tiene la oportunidad de sacarle ventaja económica. El joven inglés suena muy descontento en este punto: “¡Escucha despilfarrador; escucha comerciante fraudulento, escucha tu sentencia! Dios te cerrará la puerta con toda certeza, y convertirá tus tesoros de injusticia en los tesoros de ira, y hará que tu plata y tu oro ilícitos te atormenten como metal candente sobre tu carne”.
Los homosexuales. Este punto no es original del libro, pero debemos incluirlo. ¿A dónde hemos llegado qué hay personas que dicen ser cristianas mientras practican la relación sexual con individuos del mismo sexo? ¡Y hay supuestos ministros y consejeros que las reciben en las bancas de sus iglesias sin llamarlas al arrepentimiento! Sodoma y Gomorra fueron destruidas con fuego, y lo mismo le espera a esta generación de hombres y mujeres corrompidas por la revolución sexual a menos que se arrepientan y crean en Jesucristo para ser limpiados y sanados. Utilizar algo tan sagrado como el amor, la gracia y el perdón de pecados como excusa para dar rienda suelta a la práctica pasiva o activa del homosexualismo, ha sido uno de los engaños más perversos del hombre moderno.
Los que frecuentan y aman malas compañías. Bajo este punto podemos interpretar que Alliene se refiere a los que consultan con hechiceros, o forman parte de un grupo de estafadores, o se asocian con asesinos. La mayoría de estos pecados necesitan un grupo de gente para llevarse a cabo a nivel mundial. Por ejemplo, si pensamos en el asesinato masivo causado por el aborto, sabemos que en ciertos casos participan un cuerpo médico, los padres de la mujer y la madre del feto. “Dios ha declarado que será el Destructor de todos ellos”.
Los que viven descuidando a diario la adoración a Dios. Aquí puede que el puritano se refiera a los cobardes e incrédulos que abandonaron la fe por temor o vergüenza, quienes no perseveraron hasta el fin. “Quienes no escuchan la Palabra, ni oran a Dios, ni se preocupan por las almas de sus familiares”.
Las señales internas del inconverso
¿Como vas amado lector? ¿Estás cómodo en nuestro viaje? Bien, déjame decirte que el puritano está empecinado con nosotros, y no tiene intenciones de dejar nuestras almas en paz. Luego de semejante descripción, el autor pasa a puntualizar una serie de señales internas del inconverso. Sé que es duro, pero necesitamos examinarnos de manera profunda para disipar todo tipo de engaño en lo tocante a la salvación. Sigue atento, porque quizás te escurriste de la primer lista ¿pero podrás hacerlo de la segunda con limpia conciencia?

La ignorancia. “Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento. Por cuanto tú has rechazado el conocimiento, yo también te rechazaré para que no seas mi sacerdote; como has olvidado la ley de tu Dios, yo también me olvidaré de tus hijos.” (Os. 4:6). “Cuántas pobres almas mata este pecado en la sombra mientras creen fervientemente en su buen corazón y en que se hallan rumbo al cielo.”
La renuencia de seguir a Cristo. “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo.” (Lc. 14:26). “Habrá quienes hagan muchas cosas, pero nunca llegan a entregarse por entero a Cristo, ni a someterse completamente a Él. Necesitan disfrutar de ese dulce pecado; no quieren sufrir prejuicio alguno; mantienen ciertas excepciones para su vida, su libertad o sus posesiones.
El formalismo religioso. “El fariseo puesto en pie, oraba para sí de esta manera: «Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano».” (Lc 18:11-12). “¡Qué temible situación cuando la religión de una persona solo sirve para endurecerla y engañar a su propia alma!”
La prevalencia de motivos erróneos en el desempeño de los deberes santos. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque recorréis el mar y la tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacéis hijo del infierno dos veces más que vosotros.” (Mt. 23:15). “Cuando la principal motivación de un hombre en sus deberes religiosos es de orden carnal —como contentar su conciencia, alcanzar una gran reputación religiosa, hacer acto de ostentación ante los demás, demostrar sus propios dones y talentos, evitar el reproche de que es una persona profana, etc— es algo indicativo de un corazón en un estado erróneo.
Confiar en su propia justicia. “Dicen: «Quédate donde estás, no te acerques a mí, porque soy más santo que tú».” (Is. 65:5). “Este es un mal que destruye las almas. Cuando se confía en la justicia propia lo que se hace es rechazar la de Cristo.”
La predominancia del amor al mundo. “No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.” (1 Jn. 2:15). “Este es un síntoma inequívoco de un corazón sin santificar. Sí, este pecado tiene tal potencial de engaño que muchas veces, cuando todo el mundo percibe la mundanalidad y la codicia de una persona, ella misma es incapaz de verlas, sino que tiene tantas excusas y pretextos para sus inclinaciones mundanales que se ciega a sí misma en el autoengaño.”
Persistencia en la malicia y la envidia contra quienes los agravian o injurian. “Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.” (1 Jn. 3:15). ¡Ah, la falta de perdón! “Cuántos hay en apariencia religiosos, pero mantienen vivo el recuerdo de los agravios acumulando resentimientos, devolviendo mal por mal y deseando la desgracia a quienes los agravian.”
Orgullo sin mortificar. “Ojos soberbios” (Pr. 6:17). Cuando se prioriza la aprobación del hombre, se busca la gloria personal, se espera el aplauso humano y queremos ser estimados sobre los demás, según Alliene, es seguro que la persona sigue en su pecado.
La prevalencia del amor al placer. “Cuyo fin es perdición, cuyo dios es su apetito y cuya gloria está en su vergüenza, los cuales piensan solo en las cosas terrenales.” (Fil. 3:19). Aquí el puritano describe a las personas que conceden todo tipo de libertad a sus apetitos carnales. Alguien que no le niega placeres a su estómago, sus ojos, sus sentidos.
La seguridad carnal. “Y curan a la ligera el quebranto de mi pueblo, diciendo: «Paz, paz», pero no hay paz.” (Jer. 6:14). ¡Cómo han sufrido las pobres almas en Latinoamérica cuando se instaló la práctica de la oración del pecador! “Solo recibe a Jesús en tu corazón, Él te ama, déjalo entrar y serás salvo.” Luego el pecador se vuelve sobre sus pecados como el chancho al barro, gira sobre sus maldades como la puerta sobre sus quiciales. Por eso dice el joven escritor: “son muchos los que dicen «paz y seguridad» cuando la destrucción repentina está a punto de sobrevenirles”.
Es bueno, de tanto en tanto, hacer tronar el corazón del hombre religioso. Hace bien, en ocasiones, que el Señor de un azote de cuerdas en Su templo. Estoy seguro que pudiste captar la seriedad de la cuestión. Por lo tanto, concluyamos este artículo con una nota sobria para nuestras almas. Joseph Alliene nos advierte:

“Pecador, considera diligentemente si no te cuentas entre ninguno de estos, porque si ese es el caso, estás en hiel de amargura y presión de maldad; porque todos estos llevan las señales externas e internas de los inconversos, y son indudablemente hijos de la muerte. Y si es así, el Señor se apiade de nuestras pobres congregaciones. Qué pequeño remanente habrá una vez que estos pecadores hayan sido depurados.”

Diego Louis
Diego Louis, está casado con Sofia y tiene dos hijos. Luisiana y Simon. Vive en Buenos. Aires, Argentina y se congrega en la Unión de Centros Bíblicos en la localidad de Ezeiza.

¿Eres un hombre de integridad? | Edgar Nazario

¿Eres un hombre de integridad?
Introducción:
La integridad es un aspecto vital del carácter cristiano. Engloba la honestidad, la rectitud moral y la adhesión constante a los estándares de Dios en todas las áreas de la vida. Como hombres cristianos, nuestro objetivo debe ser reflejar el carácter de Cristo, quien personificó una integridad perfecta. En este artículo, exploraremos la importancia de vivir una vida marcada por la integridad, comprendiendo su fundamento bíblico y descubriendo formas prácticas de cultivarla en nuestra vida diaria.
Punto 1: Comprendiendo el Fundamento Bíblico de la Integridad
Definición de Integridad:
La integridad, según la Biblia, va más allá de simples apariencias externas. Implica la alineación de nuestros pensamientos, palabras y acciones con la verdad y la justicia de Dios. Proverbios 10:9 dice: «El que camina en integridad anda confiado; más el que pervierte sus caminos será descubierto». Este versículo enfatiza que una persona íntegra camina con confianza, sabiendo que está guiada por los principios de Dios.
Imitar el Ejemplo de Cristo:
Jesucristo es nuestro modelo supremo de integridad. Demostró consistentemente una perfecta alineación entre su carácter, sus palabras y sus acciones. En Juan 8:29, Jesús dice: «Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo siempre hago lo que le agrada». Como hombres cristianos, estamos llamados a imitar el ejemplo de Cristo y esforzarnos por tener integridad en todos los aspectos de nuestras vidas.
Punto 2: La Importancia de la Integridad
Un Reflejo del Carácter de Dios:
La integridad no es simplemente una virtud personal; es un reflejo del propio carácter de Dios. Salmo 25:21 dice: «Integridad y rectitud me guarden, porque en ti he esperado». Cuando vivimos vidas de integridad, honramos a Dios y señalamos a otros hacia su justicia. Nuestro compromiso con la honestidad y la rectitud moral se convierte en un testimonio del poder transformador del evangelio.
Ganar Confianza e Influencia:
La integridad es el fundamento de la confianza y la influencia. Cuando otros ven que vivimos consistentemente según nuestras convicciones, es más probable que confíen en nosotros. Proverbios 20:7 afirma esto al decir: «El justo camina en su integridad; ¡dichosos serán sus hijos después de él!». Al cultivar la integridad, impactamos no solo nuestras propias vidas, sino que también influenciamos positivamente a quienes nos rodean, incluyendo a nuestras familias y las futuras generaciones.
Punto 3: Cultivando la Integridad en la Vida Diaria
Cuidando Nuestros Corazones y Mentes:
Cultivar la integridad requiere esfuerzo intencional. Proverbios 4:23 nos aconseja: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida». Debemos cuidar nuestros corazones y mentes contra las influencias corruptoras del mundo. Sumergirnos regularmente en la Palabra de Dios y buscar su guía a través de la oración nos equipa para tomar decisiones justas y mantener la integridad.
Responsabilidad y Comunidad:
Ser parte de una comunidad de creyentes brinda responsabilidad y apoyo en nuestra búsqueda de la integridad. Proverbios 27:17 dice: «El hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo». Rodearnos de personas afines que nos animen y nos desafíen a vivir con integridad es crucial. Esto incluye participar en una iglesia local, unirse a un grupo pequeño o encontrar un mentor que nos ayude a crecer en esta área.
Tomar una Postura y Hacer Enmiendas:
La integridad a menudo nos exige tomar una postura por lo que es correcto, incluso cuando es difícil. Efesios 4:25 nos recuerda: «Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros». Cuando cometemos errores, es esencial humillarnos, buscar perdón y hacer enmiendas. Una persona íntegra asume la responsabilidad de sus acciones y busca la reconciliación.
Conclusión:
La integridad no es un atributo opcional para un hombre cristiano; está en el núcleo de nuestra identidad como seguidores de Cristo. Al comprender el fundamento bíblico de la integridad, reconocer su importancia como un reflejo del carácter de Dios y cultivarla intencionalmente en nuestra vida diaria, podemos esforzarnos por ser hombres de integridad que glorifiquen a Dios en todo lo que hacemos. Al imitar el ejemplo de Cristo, ganar confianza e influencia, y buscar activamente la integridad, nos convertimos en catalizadores de un cambio positivo en nuestras familias, comunidades y en el mundo que nos rodea. Que busquemos continuamente la guía y el poder del Señor mientras nos embarcamos en este viaje de vivir vidas marcadas por la honestidad, la integridad y la rectitud moral.
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Edgar Nazario

El orgullo y humildad en la ética reformada de Herman Bavinck | Por Israel Guerrero Leiva

El orgullo y humildad en la ética reformada de Herman Bavinck

Por Israel Guerrero Leiva

Sin lugar a duda, uno de los teólogos más importantes de finales del siglo XIX, y comienzos del siglo XX fue Herman Bavinck. Quizás no estás familiarizado con su nombre, pero si alguna vez has tenido la oportunidad de estudiar la Teología Sistemática de Louis Berkhof (1873-1957), entonces de manera indirecta, has podido estudiar un destilado de Bavinck, ya que él fue muy influyente en el pensamiento de Berkhof.[1]

¿Por qué considerar el estudio de alguien que, de acuerdo con J. I. Packer (1926-2020), tuvo una mente y una sabiduría que es comparable a hombres como Agustín (354-430), Juan Calvino (1509-1564) y Jonathan Edwards (1703-1758)?[2] Porque Herman Bavinck fue un teólogo y pastor que desarrolló una robusta teología y cosmovisión reformada que fue aplicada en las distintas esferas de la vida en su determinado contexto, ya sea en el púlpito, en la academia, arte, educación, política y sociedad. ¿No es acaso esto lo que necesitamos en nuestros contextos hispanohablantes?
Debido al fundamento trinitario de su confesionalidad reformada, Bavinck enseñó una teología práctica donde la dogmática reformada (un cuerpo de estudio similar a una teología sistemática) era enseñada en conjunto con una ética reformada. De acuerdo con Bavinck:

La dogmática y la ética están en unidad… la dogmática describe las obras de Dios por —y en— nosotros; la ética describe lo que los seres humanos renovados [nacidos otra vez] ahora hacen sobre la base de —y en la fortaleza de— esas obras [de Dios].[3]

Esto nos enseña algo muy importante: no es posible estudiar, desarrollar y aplicar las doctrinas de la gracia si no vivimos reflejando la gracia de Dios en todo lo que hacemos. En otras palabras, no hay teología reformada si no hay una ética reformada. Es por esto que el orgullo no tiene lugar para aquellos que estudian y enseñan una teología que refleja las palabras del himno de John Newton (1725-1807) “Sublime Gracia”.

Entonces, ¿qué enseñó Bavinck a sus alumnos con respecto a este tema? En sus notas de clase descubiertas en el 2008 —posteriormente publicadas en el 2019 como Gereformeerde Ethiek [Ética reformada]— podemos encontrar a Bavinck refiriéndose al tema del orgullo, sus consecuencias y su remedio en varios lugares. A continuación, desarrollaré brevemente algunos de estos puntos.

El orgullo en la caída
Luego de desarrollar una profunda sección con respecto a la esencia de la imagen de Dios en el ser humano, Bavinck comienza a describir a la humanidad en “la condición de estar bajo el poder del pecado”. Todo comenzó bajo el primer acto de pecado. Este acto consistió en que, a través del orgullo, Eva negó tanto las consecuencias del pecado, como el pecado mismo. Este hecho singular del pecado de Adán y Eva involucró dos movimientos. Por una parte, el pecado los llevó a apartarse de Dios y a tener enemistad con Él. Por otra parte, ellos se volvieron a sí mismos y se dieron a sí mismos, resultando en “egoísmo” y “amor hacia algo que no es Dios, es decir: uno mismo”.[4]

En resumen, tanto en el primer acto pecaminoso cometido por Adán y Eva, como también en cada pecado que cometemos, existe una “deificación del yo, glorificación del yo y una adoración del yo”. ¿No es esto acaso una expresión de lo horrible que es el orgullo? De hecho, las descripciones de pecado y orgullo presentan una estrecha similitud. Para Bavinck, el pecado consiste:

En poner a otro en el trono. Ese otro no es una criatura en general, ni siquiera el prójimo, sino al “yo mismo” de la humanidad. El principio fundamental/organizador del pecado es la autoglorificación/adoración, la autodivinización. De manera más general: egoísmo o amor por sí mismo (deseo/apetito, búsqueda, enfermedad, epidemia). El alejarse de Dios es un volverse a uno mismo… El pecado entonces no es meramente una alteración del orden existente —un desorden— sino también un establecimiento de otro orden, es decir, una confusión/desorden. [El pecado] no es solamente contra [orden], también es anti [orden]. En una palabra: revolución.[5]

De acuerdo con lo anterior, podemos ver que la relación entre la autoadoración, el desorden y la revolución constituyen aspectos esenciales del pecado. De la misma manera, para Bavinck, “el orgullo, que es la expresión desnuda del principio del egocentrismo, se exalta en conocimiento, virtud, convirtiéndose incluso en orgullo espiritual”.[6]

Creo que una de las cosas que más puede perturbar el desarrollo de la teología reformada en las iglesias es el orgullo espiritual. Aprender, predicar y enseñar acerca de la soberana gracia de Dios con un corazón orgulloso, solo demuestra que somos nosotros quienes queremos ser los soberanos al levantarnos contra la gracia de Dios. Como resultado, este pecado nos llevará a odiar a Dios y a nuestro prójimo. De la misma manera, el orgullo espiritual nos llevará tanto a la “terquedad”, como alguien que “siempre alaba y presiona su propia opinión”, como también a la “insolencia” e “ingratitud”, donde no hay un reconocimiento de nuestra necesidad.[7]

Pienso que esto último nos debe llevar a reflexionar seriamente sobre la intención y la manera en que estamos aprendiendo, aplicando y enseñando las preciosas doctrinas de la gracia. No podemos seguir creciendo para la gloria de Dios si nuestros corazones no reconocen la profunda necesidad de mortificar aquello que destruye la relación entre la teología y la práctica: el orgullo. Es una terrible contradicción enseñar una teología que nos debería llevar a la humildad, pero que en realidad la estamos ocupando para elevarnos por sobre los demás, incluyendo a Dios. ¿No será acaso el orgullo espiritual lo que está llevando a que el mal uso de las doctrinas reformadas esté promoviendo la división entre aquellos que deberíamos estar más unidos en la verdad? Fue esto lo que llevó a Bavinck a reflexionar de la siguiente manera:

Siempre lleva a la melancolía el pensar cuánto nos falta todavía en la práctica en nuestra confesión cristiana… Aquellos que confiesan a Jesús el Cristo, en particular a los miembros de nuestra Iglesia [Reformada], una lección debe ser retenida: no sean soberbios, sino teman; sean revestidos de humildad.[8]

Estimados hermanos, el llamado es claro: no seamos soberbios. La soberbia espiritual es tan terrible porque refleja lo que ocurrió en la caída. De acuerdo con Bavinck, “posiblemente el orgullo fue el primer pecado y por lo tanto el comienzo y el principio básico de la caída de Adán y Eva”.[9] Estudiantes de teología: que el orgullo nunca sea el comienzo ni el fundamento de nuestro aprendizaje, de lo contrario, toda nuestra soberbia espiritual será el comienzo y fundamento de nuestra ruina espiritual.

El remedio al orgullo: fe en Cristo e imitación de Cristo
¿Cómo podemos entonces mortificar ese horrible pecado que se incuba en lo más profundo de nuestro ser? La respuesta: a través de la fe en Cristo. Esta fe “no solamente nos justifica, sino que también nos santifica y salva”. De hecho, Bavinck destaca que es la “verdadera fe, la fe no fingida, la que rompe en nosotros toda autoconfianza, arranca nuestro orgullo de su pedestal y marca un final a toda nuestra justicia”.[10]

¿Por qué la fe verdadera es la que rompe con nuestro orgullo? Porque es justamente a través de la fe donde nuestra confianza deja de estar puesta en nosotros, para estar firmemente cimentada en el autor y consumador de la fe: Jesucristo.

Finalizaré este artículo destacando un aspecto que tal vez no es muy estudiado: la imitación de Cristo.

Debido a que Cristo pagó por todos nuestros pecados en la cruz (¡incluyendo el orgullo!), es nuestro deber mortificar este pecado a través del uso de los medios de gracia. Por ejemplo, a través del correcto estudio y predicación de la Palabra, la correcta administración de los sacramentos y la oración. Esto puede ser entendido de manera más profunda al comprender “la forma de la vida espiritual”, es decir, a través de “la imitación de Cristo”.

De acuerdo con Bavinck, “Cristo no es solamente nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, sino también nuestro ejemplo e ideal. Su vida es la forma —el modelo— en la cual nuestra vida espiritual crece y que debe asumir”.[11]

Entendiendo que esta imitación no se refiere a una forma de repetición de Cristo de la manera en que los monjes creyeron (pobreza, castidad y obediencia), ni tampoco cómo la entendieron varios místicos,[12] Bavinck procede a hablar desde una perspectiva bíblica y reformada acerca de Imitatio Christi [la imitación de Cristo].

De esta manera, la imitación de Cristo consiste en lo siguiente:

En el reconocimiento de Cristo como el Redentor y Mediador. Por lo tanto, la imitación es posible a través de la fe al estar unidos espiritualmente a Cristo.
Internamente, al tener comunión con Cristo, y que Cristo sea formado en nosotros.
En que nuestras vidas sean formadas o moldeadas de acuerdo a Cristo.[13]
En otras palabras, a través de la aplicación de los beneficios obtenidos solamente por la obra y persona de Cristo, todos nuestros pecados han sido perdonados para así tener una comunión viva con el Dios verdadero. Como fruto de esto, mortificaremos nuestro pecado al poner nuestra fe en Cristo e imitar a Aquel que es manso y humilde: Jesucristo, nuestro Salvador y Señor.

Quizás más de algún lector ya ha estudiado sobre el orgullo, la humildad y la imitación de Cristo. Sin embargo, es mi deseo que como cristianos, y en este caso como cristianos reformados, podamos crecer en humildad de manera real y no como algo meramente teórico. En palabras de Bavinck: “Después de todo, el propósito de la ética es que nosotros crezcamos en gracia, y que no nos quedemos en el nivel de la teoría”.[14]

[1] Lamentablemente, hasta el momento no hay ninguna publicación al español de alguna obra completa de Herman Bavinck. Estoy seguro que esta situación pronto cambiará.

[2] Ver contraportada en Reformed Dogmatics. Prolegomena. [Dogmática Reformada. Prolegómena] Vol. I. Editado por John Bolt y traducido por John Vriend (Grand Rapids: Baker Academic, 2003).

[3] Ibid., 58.

[4][4] Herman Bavinck, Gereformeerde Ethiek [Ética reformada], Editado por Dirk van Keulen (Utrecht. KokBoekencentrum, 2019), 81-82.

[5] Ibid., 97.

[6] Ibid., 101.

[7] Ibid., 113.

[8] Herman Bavinck, Kennis en Leven [El conocimiento y la vida] (Kampen: J.H. Kok, 1922), 78.

[9] Herman Bavinck, Magnalia Dei. Onderwijzing in de Christelijke Religie naar Gereformeerde Belijdenis. Tweede Druk [Magnalia Dei. Instrucción en la religión cristiana según la confesión reformada. Segunda impresión] (Kampen: J.H. Kok, 1931), 204.

[10] Ibid., 462.

[11] Bavinck, Gereformeerde Ethiek [Ética reformada], 216.

[12] Bavinck, Gereformeerde Ethiek [Ética reformada], 230-231.

[13] Ibid., 231-232.

[14] Ibid., 42.

Israel Guerrero Leiva
Israel Guerrero Leiva (chileno) posee un Máster en Teología (M.Th.) en el Seminario Teológico de Edimburgo y Universidad de Glasgow, Escocia. Actualmente está realizando un Ph.D. en Teología Sistemática en la Universidad de Edimburgo. Junto con su esposa Camila y sus dos hijas —Emma y Eilidh— son miembros de la Free Church of Scotland. Su pasión es contribuir a la formación teológica reformada de los futuros teólogos y plantadores de iglesias en el mundo hispanohablante. Es administrador de la página de Facebook “Bavinck y Kuyper en español”.