La humildad en la oración, el arrepentimiento y la acción de gracias

SERIE: El orgullo y la humildad

Por Thomas R. Schreiner

Nota del editor:Este es el décimo y último capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El orgullo y la humildad

C.S. Lewis dijo famosamente: «Si pensais que no sois vanidosos, es que sois vanidosos de verdad». Ciertamente, eso se aplica a la humildad: si crees que eres humilde, probablemente estés saturado de orgullo. En este artículo, consideraremos brevemente cómo la oración, el arrepentimiento y la acción de gracias están relacionados con la humildad.

Oración y humildad
¿Cómo se relaciona la oración con la humildad? Podemos responder a esa pregunta considerando la naturaleza de la oración. Cuando oramos, expresamos nuestra completa dependencia de Dios. La oración reconoce lo que Jesús dijo en Juan 15:5: «separados de mí nada podéis hacer». Cuando oramos y pedimos ayuda a Dios, estamos admitiendo que no somos «suficientes en nosotros mismos para pensar que cosa alguna procede de nosotros, sino que nuestra suficiencia es de Dios» (2 Co 3:5). La oración testifica que somos «pobres en espíritu» (Mt 5:3), que no somos fuertes sino débiles, y que, como dice el himno, «te necesitamos cada hora». Una de las oraciones más humildes del mundo es: «Ayúdame, Señor». Recordamos la oración sencilla de la mujer cananea cuando todo parecía estar en su contra. Ella clamó a Jesús: «¡Señor, socórreme!» (Mt 15:25). La oración es humilde porque, cuando oramos, estamos diciendo que Dios es misericordioso y poderoso, que Él es sabio y soberano y que Él sabe mucho mejor que nosotros lo que es mejor para nosotros.

Arrepentimiento y humildad
No es difícil entender que el arrepentimiento —admitir que estábamos equivocados y prometer vivir de una manera nueva— no es posible sin humildad. El orgullo muestra su horrible cabeza cuando nos negamos a admitir que estamos equivocados, cuando nos negamos a decir que lo sentimos, cuando nos negamos a arrepentirnos. El mejor ejemplo de esta verdad es la parábola del fariseo y recaudador de impuestos (Lc 18:9-14). Jesús nos dice que el fariseo se ensalzó a sí mismo (v. 14) y confió en sí mismo (v. 9), y por lo tanto no sintió ninguna necesidad de arrepentirse. En cambio, se hizo notar a todo el mundo y se jactó ante Dios de su bondad y justicia. Su orgullo se manifestó en su afirmación de que era moralmente superior a otras personas, y nosotros caemos en esta misma trampa cuando nos comparamos con otros cristianos o incluso con no cristianos y nos sentimos orgullosos por nuestra justicia.

El recaudador de impuestos, sin embargo, era verdaderamente humilde, y Jesús dijo que los humildes serían exaltados (v. 14). Al igual que el apóstol Pablo en Romanos 7:24, se sintió miserable en la presencia de Dios, y expresó esa miseria a través del arrepentimiento, al pedirle a Dios que fuera misericordioso con él como pecador (Lc 18:13). Vemos la misma conexión entre la humildad y el arrepentimiento en la parábola del hijo pródigo. El hijo menor muestra su humildad al confesar su pecado y reconocer que no era digno de ser el hijo de su padre (15:21). La verdadera humildad existe cuando sentimos que somos el primero de los pecadores (1 Tim 1:15), cuando vemos rebelión y justicia propia en nuestros corazones y nos volvemos a Dios por medio de Jesucristo para purificación y perdón.

Acción de gracias y humildad
Puede que no pensemos a primera vista que la acción de gracias y la humildad están relacionadas, pero en verdad hay una relación profunda. El pecado raíz, como nos dice Romanos 1:21, es no glorificar a Dios ni darle gracias. Pensemos en un ejemplo de acción de gracias y humildad. Las Escrituras nos dicen que demos gracias antes de participar de la comida, y al hacerlo confesamos la bondad de Dios hacia nosotros (1 Tim 4:3-4). Escuché de un cristiano que asistía regularmente a la iglesia, y había invitado a comer a su casa a un predicador que había venido de visita a su iglesia. Le dijo al predicador que la familia no oraba antes de comer, diciendo: «Trabajamos duro por nuestra comida, por lo que no tiene sentido agradecer a Dios por lo que trabajamos para adquirir». No reconoció el verdadero estado de las cosas; el hecho de que no quisiera orar era una expresión de su orgullo. No se daba cuenta de la verdad de Deuteronomio 8:18, de que «el Señor tu Dios… es el que te da poder para hacer riquezas». Cuando estamos agradecidos, alabamos a nuestro gran Dios porque «toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto» (Stgo 1:17). Reconocemos que no hay razón para jactarnos de cualquier cosa porque todo lo que tenemos es un don de Dios (1 Co 4:8), que Él es el que suple todas nuestras necesidades (Flp 4:19). Ya sea que estemos hablando de oración, arrepentimiento o acción de gracias, estamos diciendo en todos los casos que somos niños y que dependemos de nuestro buen Padre para todo, y ese es el corazón y el alma de la humildad.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Thomas R. Schreiner
El Dr. Thomas R. Schreiner es el Profesor James Buchanan Harrison de Interpretación del Nuevo Testamento, profesor de teología bíblica y decano asociado de la escuela de teología del Seminario Teológico Bautista del Sur en Louisville, Ky. Es autor de numerosos libros, entre ellos Spiritual Gifts [Dones espirituales].

La humildad en la oración, el arrepentimiento y la acción de gracias.

Serie: El orgullo y la humildad

Nota del editor:Este es el décimo y último capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El orgullo y la humildad

Por Thomas R. Schreiner

C.S. Lewis dijo famosamente: «Si pensais que no sois vanidosos, es que sois vanidosos de verdad». Ciertamente, eso se aplica a la humildad: si crees que eres humilde, probablemente estés saturado de orgullo. En este artículo, consideraremos brevemente cómo la oración, el arrepentimiento y la acción de gracias están relacionados con la humildad.

Oración y humildad
¿Cómo se relaciona la oración con la humildad? Podemos responder a esa pregunta considerando la naturaleza de la oración. Cuando oramos, expresamos nuestra completa dependencia de Dios. La oración reconoce lo que Jesús dijo en Juan 15:5: «separados de mí nada podéis hacer». Cuando oramos y pedimos ayuda a Dios, estamos admitiendo que no somos «suficientes en nosotros mismos para pensar que cosa alguna procede de nosotros, sino que nuestra suficiencia es de Dios» (2 Co 3:5). La oración testifica que somos «pobres en espíritu» (Mt 5:3), que no somos fuertes sino débiles, y que, como dice el himno, «te necesitamos cada hora». Una de las oraciones más humildes del mundo es: «Ayúdame, Señor». Recordamos la oración sencilla de la mujer cananea cuando todo parecía estar en su contra. Ella clamó a Jesús: «¡Señor, socórreme!» (Mt 15:25). La oración es humilde porque, cuando oramos, estamos diciendo que Dios es misericordioso y poderoso, que Él es sabio y soberano y que Él sabe mucho mejor que nosotros lo que es mejor para nosotros.

Arrepentimiento y humildad
No es difícil entender que el arrepentimiento —admitir que estábamos equivocados y prometer vivir de una manera nueva— no es posible sin humildad. El orgullo muestra su horrible cabeza cuando nos negamos a admitir que estamos equivocados, cuando nos negamos a decir que lo sentimos, cuando nos negamos a arrepentirnos. El mejor ejemplo de esta verdad es la parábola del fariseo y recaudador de impuestos (Lc 18:9-14). Jesús nos dice que el fariseo se ensalzó a sí mismo (v. 14) y confió en sí mismo (v. 9), y por lo tanto no sintió ninguna necesidad de arrepentirse. En cambio, se hizo notar a todo el mundo y se jactó ante Dios de su bondad y justicia. Su orgullo se manifestó en su afirmación de que era moralmente superior a otras personas, y nosotros caemos en esta misma trampa cuando nos comparamos con otros cristianos o incluso con no cristianos y nos sentimos orgullosos por nuestra justicia.

El recaudador de impuestos, sin embargo, era verdaderamente humilde, y Jesús dijo que los humildes serían exaltados (v. 14). Al igual que el apóstol Pablo en Romanos 7:24, se sintió miserable en la presencia de Dios, y expresó esa miseria a través del arrepentimiento, al pedirle a Dios que fuera misericordioso con él como pecador (Lc 18:13). Vemos la misma conexión entre la humildad y el arrepentimiento en la parábola del hijo pródigo. El hijo menor muestra su humildad al confesar su pecado y reconocer que no era digno de ser el hijo de su padre (15:21). La verdadera humildad existe cuando sentimos que somos el primero de los pecadores (1 Tim 1:15), cuando vemos rebelión y justicia propia en nuestros corazones y nos volvemos a Dios por medio de Jesucristo para purificación y perdón.

Acción de gracias y humildad
Puede que no pensemos a primera vista que la acción de gracias y la humildad están relacionadas, pero en verdad hay una relación profunda. El pecado raíz, como nos dice Romanos 1:21, es no glorificar a Dios ni darle gracias. Pensemos en un ejemplo de acción de gracias y humildad. Las Escrituras nos dicen que demos gracias antes de participar de la comida, y al hacerlo confesamos la bondad de Dios hacia nosotros (1 Tim 4:3-4). Escuché de un cristiano que asistía regularmente a la iglesia, y había invitado a comer a su casa a un predicador que había venido de visita a su iglesia. Le dijo al predicador que la familia no oraba antes de comer, diciendo: «Trabajamos duro por nuestra comida, por lo que no tiene sentido agradecer a Dios por lo que trabajamos para adquirir». No reconoció el verdadero estado de las cosas; el hecho de que no quisiera orar era una expresión de su orgullo. No se daba cuenta de la verdad de Deuteronomio 8:18, de que «el Señor tu Dios… es el que te da poder para hacer riquezas». Cuando estamos agradecidos, alabamos a nuestro gran Dios porque «toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto» (Stgo 1:17). Reconocemos que no hay razón para jactarnos de cualquier cosa porque todo lo que tenemos es un don de Dios (1 Co 4:8), que Él es el que suple todas nuestras necesidades (Flp 4:19). Ya sea que estemos hablando de oración, arrepentimiento o acción de gracias, estamos diciendo en todos los casos que somos niños y que dependemos de nuestro buen Padre para todo, y ese es el corazón y el alma de la humildad.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.

Thomas R. Schreiner
El Dr. Thomas R. Schreiner es el Profesor James Buchanan Harrison de Interpretación del Nuevo Testamento, profesor de teología bíblica y decano asociado de la escuela de teología del Seminario Teológico Bautista del Sur en Louisville, Ky. Es autor de numerosos libros, entre ellos Spiritual Gifts [Dones espirituales].

Vivir en estos últimos días

Ministerios Ligonier

El Blog de Ligonier

Serie: Entre dos mundos

Vivir en estos últimos días

Por Thomas R. Schreiner

Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Entre dos mundos

veces la gente me pregunta cuándo llegarán los últimos días, y yo les digo que los últimos días comenzaron hace dos mil años. Comenzaron con el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Pedro nos dice que la venida de Cristo fue profetizada y conocida de antemano, y que Él «se ha manifestado en estos últimos tiempos» (1 Pe 1: 20). Como dice Hebreos 1:2, «en estos últimos días [Dios] nos ha hablado por su Hijo», mostrando que los últimos días llegaron con la venida del Hijo. Y el Hijo ha hablado la palabra final y definitiva en los últimos días.

Del mismo modo, Pedro declara en Pentecostés que la profecía de Joel sobre los últimos días se ha cumplido con el envío del Espíritu (Hch 2:16-18). Puesto que Jesús ha sido crucificado y exaltado, el Espíritu ahora se derrama sobre todos los que se arrepienten de sus pecados y ponen su confianza en Jesucristo. El apóstol Juan incluso declara que «ya es la última hora» (1 Jn 2:18), y así hemos estado viviendo en la última hora durante dos mil años.

El reino ha llegado en Jesús mismo, y se evidencia en el hecho de que Jesús expulsó a los demonios por el poder del Espíritu (Mt 12:28). Las parábolas que Jesús cuenta en Mateo 13 despliegan «los misterios del reino de los cielos» (v. 11), y podríamos resumir el mensaje de las parábolas diciendo que el reino está inaugurado, pero no consumado. El reino no llegó primero con poder apocalíptico, sino que es tan pequeño como un grano de mostaza y tan invisible como la levadura en la masa.

Los últimos días han llegado y el reino se ha inaugurado, pero el reino de Dios también se consumará un día. Por eso oramos «Venga tu reino» (Mt 6:10), y también oramos: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22:20). Como creyentes, vivimos entre los tiempos, y por eso, aunque somos santificados por la gracia de Cristo incluso ahora (1 Co 1:2), la santificación plena y completa será nuestra el día en que Jesús regrese (1 Tes 5:23-241 Jn 3:2). Como creyentes en Jesucristo, ahora somos hijos adoptivos de Dios (Rom 8:15-16), pero la plenitud de nuestra adopción se realizará en el día de la resurrección, cuando nuestros cuerpos sean transformados (v. 23). De la misma manera, ya que los últimos días han comenzado, somos redimidos mediante la sangre de Jesús (Ef 1:7Col 1:14), pero nuestra redención se completará cuando nuestros cuerpos sean resucitados de entre los muertos (Rom 8:23). Los creyentes son ahora salvados por la gracia sola a través de la fe sola (Ef 2:8), y sin embargo esperamos el día del juicio final cuando seremos salvados de la ira de Dios (Rom 5:9).

LOS ÚLTIMOS DÍAS Y LA SANTIFICACIÓN

Dado que los últimos días han llegado, ahora vivimos en la era en la que se cumplen las promesas de Dios. Se nos ha prometido que seremos semejantes a Jesús cuando le veamos (1 Jn 3:2), y esta esperanza de la transformación de los últimos tiempos nos motiva incluso ahora a ser más como Jesús, y así nos esforzamos por vivir vidas puras y santas (v. 3). Dios es soberano sobre todo lo que sucede, pero al mismo tiempo nuestras vidas santas pueden «apresurar» el día de su venida (2 Pe 3:12). En otras palabras, la santidad de nuestras vidas puede ser uno de los medios que Dios utiliza para llevar a cabo el final. La promesa de santidad al final de los tiempos no apaga nuestro deseo de ser como Cristo, sino que despierta nuestra pasión por vivir de una forma que agrade a Dios.

El intervalo entre la inauguración y el cumplimiento de las promesas de Dios se describe a menudo en términos del ya pero todavía no. Dios ya ha cumplido sus promesas de salvación, pero también hay una dimensión en la cual las promesas no se han consumado. El ya pero todavía no informa a todos los ámbitos de la vida. Cuando se trata de la santificación, los creyentes deben ser optimistas, ya que disfrutamos del don del Espíritu Santo en los últimos tiempos. Puesto que el Espíritu es dado, los creyentes deben estar llenos del Espíritu (Ef 5:18), andar en el Espíritu (Gal 5:16), ser guiados por el Espíritu (v. 18), manifestar el fruto del Espíritu (v. 22), marchar al paso del Espíritu (v. 25) y sembrar para el Espíritu (6:8). En otras palabras, por el poder del Espíritu, ahora podemos vivir de una manera que agrada a Dios. Estamos capacitados para amarnos unos a otros y cumplir la ley por el Espíritu (Rom 8:2-4). Estamos siendo transformados por la gracia y el poder de Dios, ahora que han llegado los últimos días.

No debemos olvidar, por otra parte, que en la santificación hay una dimensión que no se ha cumplido. Como creyentes, todavía no estamos perfeccionados en la santidad. La batalla entre la carne y el Espíritu todavía hace estragos (Gal 5:16-18), y todavía experimentamos nuestra «carnalidad» diariamente (Rom 7:14-25). Los deseos carnales no están ausentes, y no se irán hasta el día de la redención final. La intensidad de la batalla entre la carne y el Espíritu es tal, que los creyentes están en guerra con la carne (1 Pe 2:11) y debemos hacer morir nuestros deseos carnales (Rom 8:13Col 3:5). Estamos siendo cambiados por la gracia de Dios y por Su Espíritu, y sin embargo seguimos pecando diariamente, y por lo tanto la perfección no es una posibilidad en esta vida. Dios nos mantiene humildes recordándonos lo lejos que tenemos que ir. Nunca hay una excusa para el pecado; sin embargo, la dimensión «ya pero todavía no» de la santificación nos hace realistas para que no pensemos que somos más espirituales de lo que realmente somos.

LOS ÚLTIMOS DÍAS Y LA VIDA FAMILIAR

La verdad de que vivimos en los últimos días también afecta a la vida familiar, y me refiero a nuestros matrimonios y la crianza de los hijos. Por la gracia de Dios, nuestros matrimonios deberían ser notables por su amor y la preocupación que se expresa hacia el cónyuge. El matrimonio es un misterio que refleja la relación de Cristo con la Iglesia (Ef 5:32), y ese misterio debe reflejarse en la relación entre los esposos. Los maridos deben amar, cuidar, apreciar y nutrir a sus esposas, así como Cristo amó y se entregó por el bien de la Iglesia (vv. 25-29). Las esposas deben someterse y seguir el liderazgo de sus esposos, así como la Iglesia se somete a Cristo en todas las cosas (vv. 22-24). Debido a que Cristo ha venido y el Espíritu ha sido dado, nuestros matrimonios deben mostrar al mundo lo que el matrimonio puede y debe ser. Sin embargo, no debemos olvidar que aún no estamos en el paraíso. Nuestros matrimonios pueden ser buenos, pero no serán perfectos, pues todavía estamos manchados por el pecado hasta el día de la redención. Podemos tener buenos matrimonios, pero no hay matrimonios perfectos, y los que buscan un matrimonio perfecto pueden cometer el error trágico y pecaminoso de renunciar a un matrimonio que es bueno, o a un matrimonio que por la gracia de Dios puede ser bueno en el futuro. Lo perfecto, como dice el viejo refrán, puede ser enemigo de lo bueno.

Vemos la misma verdad en el ámbito de la crianza de los hijos. Los hijos están llamados a obedecer a sus padres (Ef 6:1-3), y como padres queremos instruirlos en las cosas del Señor (v. 4). Reconocemos que los niños necesitan disciplina, y los disciplinamos para que desarrollen un carácter piadoso. Nuestros hijos deben comportarse bien y ser piadosos, fieles y confiables (Tit 1:6). Si nuestros hijos son rebeldes y están fuera de control, estamos eludiendo nuestra responsabilidad como padres.

Pero también existe el peligro de una escatología sobrerealizada (pensar que podemos recibir la plenitud de la gloria ahora), y podemos cometer el error de esperar el cielo en la tierra al criar a nuestros hijos. Podemos caer en la trampa de esperar la perfección de nuestros hijos sin darnos cuenta. Cuando esto sucede, comenzamos a corregir a nuestros hijos en exceso, y podemos terminar exasperando a nuestros hijos al insistir constantemente en sus faltas. El resultado final es que nuestros hijos se desaniman y desalientan (Col 3:21). Vemos de nuevo que la enseñanza sobre los últimos días es inmensamente práctica. Entrenamos a nuestros hijos para que sean obedientes, pero no esperamos que sean perfectos.

LOS ÚLTIMOS DÍAS Y LA VIDA DE LA IGLESIA

Los últimos días han llegado. Jesús ha resucitado y el Espíritu es dado. En particular, el Espíritu se derrama sobre el pueblo de Dios, sobre la Iglesia de Jesucristo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo y está llena de la plenitud de Cristo (Ef 1:23). La Iglesia debe ser el lugar en el que todos se reconcilien entre sí, de modo que negros y blancos, hombres y mujeres, oficinistas y obreros encuentren su unidad en Cristo (2:11-22). De hecho, la sabiduría de Dios se revela a las potestades angélicas por medio de la Iglesia (3:10), para que miren a la Iglesia y vean la gracia y el poder del Señor. La Iglesia debe ser el vehículo a través del cual el evangelio sale a la comunidad y al mundo. El mundo nota cuando los miembros de la Iglesia se aman unos a otros (Jn 13:34-35) y se da cuenta de que Jesús es el Cristo.

La Iglesia es transformada por la gracia de Dios y está madurando en lo que Dios quiere que sea (Ef 4:11-16). Sin embargo, la Iglesia no estará libre de manchas, arrugas, imperfecciones y cicatrices hasta el día de la redención (5:27). Anhelamos el cielo y la tierra, por lo que fácilmente nos sentimos insatisfechos con nuestra iglesia, incluso si la iglesia es fuerte, buena y madura. Podemos ver las manchas y las cicatrices, y empezar a criticar a nuestra iglesia en lugar de amarla y apoyarla.

PALABRA FINAL

Podríamos pensar que la idea de que vivimos en los últimos días es una doctrina abstracta sin relación con la vida cotidiana. Pero cuando consideramos el asunto más a fondo, vemos que es inmensamente práctico, pues afecta nuestra visión de la santificación, la vida familiar, la Iglesia, la política y mucho más. Podemos ser presa de una escatología poco realista y volvernos apáticos y satisfechos con el status quo. Al mismo tiempo, podemos cometer el error de abrazar una escatología sobrerealizada y esperar el cielo en la tierra. Podemos ver por qué necesitamos la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios para mantenernos en el camino mientras vivimos entre los tiempos.


Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Thomas R. Schreiner
Thomas R. Schreiner

El Dr. Thomas R. Schreiner es el Profesor James Buchanan Harrison de Interpretación del Nuevo Testamento, profesor de teología bíblica y decano asociado de la escuela de teología del Seminario Teológico Bautista del Sur en Louisville, Ky. Es autor de numerosos libros, entre ellos Spiritual Gifts [Dones espirituales].