Confiando en el Dios bueno y soberano en todo tiempo

Serie: Perfeccionismo y control

Nota del editor: Este es el noveno capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control

Por Timothy Z. Witmer

Mi versículo favorito de mi capítulo favorito de mi libro favorito de la Biblia es Romanos 8:28: «Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito». Me «encontré por casualidad» con este versículo hace más de cuarenta años, en mi primer año de creyente, y ha sido de gran consuelo a lo largo de mi vida adulta. Su consuelo radica en el hecho de que nada de lo que sucede en mi vida es aleatorio, sino que el Señor está obrando todo para bien de forma misteriosa. Aunque este versículo ha traído consuelo a muchos, no podemos pasar por alto el principio subyacente si queremos que su promesa nos resulte confiable. Ella solo es posible si Dios es absolutamente soberano sobre todas las cosas. Otra traducción lo expresa de una forma aún más directa cuando dice: «Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien» (Rom 8:28, NTV). Es imposible que haga que todas las cosas cooperen para el bien a menos que todo esté bajo Su dirección soberana. Y no solo se trata de todas las cosas, sino también de toda nuestra vida.

El primer capítulo de Su obra soberana en nuestras vidas comienza incluso antes de que nazcamos. El salmista escribe:

Porque tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre. Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No estaba oculto de ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de la tierra (Sal 139:13-15).

Esto nos recuerda que Él es nuestro Creador y ha demostrado Su gracia al darnos el regalo de la vida misma. Además, a cada uno de nosotros nos ha dado aptitudes, talentos y dones naturales de acuerdo con Su propósito. Pero también debemos reconocer que nuestras deficiencias naturales, ya sean físicas, intelectuales o emocionales, son parte de Su providencia misteriosa, que forma lo que somos para Su gloria. Puede ser difícil creer que algo bueno puede resultar cuando un niño nace con problemas de aprendizaje o síndrome de Down, pero esta es la promesa de Dios: que, incluso en estas circunstancias, Él está llevando a cabo Su plan para nuestro bien.

En los siguientes capítulos de nuestra vida, Su obra soberana a menudo se ve en la apertura y el cierre de puertas. Muchos de los momentos críticos de nuestras vidas surgen como resultado de decisiones importantes que debemos enfrentar. Suelen ser decisiones que debemos tomar entre varias opciones. Los jóvenes deben decidir qué van a hacer con sus vidas. ¿Debería ir a la universidad o no? Si es así, ¿a qué universidad debería asistir? ¿Debería casarme? Si es así, ¿con quién debería casarme? ¿Qué trabajo debo tomar? Por supuesto, debemos aceptar nuestra responsabilidad y emplear la sabiduría dada por Dios cuando abordamos estas preguntas, pero estos son momentos importantes para creer que el Señor tiene un plan para nuestras vidas. Aquí es donde frecuentemente vemos el desarrollo del plan soberano del Señor cuando Él cierra una puerta y abre otra, cuando somos aceptados en una universidad y no en otras, cuando obtenemos este trabajo y no otro.

Recuerdo una ocasión en que era joven y me ofrecieron dos puestos laborales muy buenos. No podía decidirme y no quería salir de la voluntad de Dios. Me reuní con un ex profesor muy piadoso que me aseguró que ambas opciones eran buenas y que no podía salirme de la voluntad de Dios si buscaba Su sabiduría a través de la oración. Esos son los momentos en los que las siguientes palabras cobran vida: «Confía en el SEÑOR con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas» (Pr 3:5-6). A medida que los capítulos de nuestra vida se van desarrollando y nos enfrentamos a los desafíos de la edad adulta que sigue avanzando, mirar en retrospectiva con frecuencia revela la sabiduría del plan de Dios, permitiéndonos ver lo que antes no podíamos ver: el camino por el que Él nos condujo paso a paso.

Al llegar al capítulo final de nuestras vidas, sabemos que Él también es el Señor soberano sobre nuestra muerte. Volviendo al Salmo 139, leemos: «Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos» (v. 16). Como pastor, he tenido el privilegio de estar junto a miembros amados de la iglesia en momentos de gran dolor, a veces cuando un ser querido ha fallecido de forma repentina, inesperada o siendo muy joven. Ha sido una experiencia conmovedora ver cuánto reconforta a esos preciosos enlutados el comprender que, aunque los caminos del Señor son misteriosos, de algún modo Él está ejecutando Su plan. En esos tiempos, es difícil ver cómo algo así puede cooperar para bien. Coopera para bien porque la promesa se basa en el hecho de que Dios es bueno.

En la primavera del año 2000, James Montgomery Boice fue diagnosticado con un cáncer de hígado terminal. En el último sermón que pronunció ante su congregación de la Tenth Presbyterian Church [Décima Iglesia Presbiteriana] en Filadelfia, expresó su confianza en su Señor bueno y soberano. Antes que nada, le recordó a su rebaño lo que les había enseñado durante treinta años. Dijo: «Si tuviera que reflexionar sobre lo que está sucediendo teológicamente aquí, enfatizaría dos cosas. Una es la soberanía de Dios. Eso no es novedoso. Aquí hemos hablado de la soberanía de Dios siempre. Dios está a cargo. Cuando llegan a nuestras vidas cosas como esta, no son accidentales. No es como que Dios de alguna manera se hubiera olvidado de lo que estaba pasando y se le hubiera escapado algo malo».

Pero luego expresó su convicción sobre la bondad de Dios en medio del sufrimiento humano. «Lo que más me ha impresionado es algo adicional a eso. Es posible concebir a Dios como soberano pero indiferente, ¿no es cierto? Dios está a cargo, pero no le importa. Sin embargo, no es así. Dios no solo es quien está a cargo; Dios también es bueno. Todo lo que hace es bueno».

Cuán importante es recordar que, incluso cuando caminamos por el valle de sombra de muerte, nuestro Señor sigue siendo nuestro Buen Pastor. El Dr. Boice agregó a la ecuación una eventualidad hipotética. «Si Dios hace algo en tu vida, ¿lo cambiarías? Si lo cambiaras, lo empeorarías. No sería tan bueno. Así que esa es la forma en que queremos aceptarlo y seguir adelante, ¿y quién sabe qué hará Dios?». En estas palabras, no debes escuchar una actitud de pasividad respecto a algo que puedes cambiar, sino de aceptación y confianza en el Señor respecto a las cosas que no puedes cambiar. Como escribió John Owen: «No podemos disfrutar de la paz en este mundo a menos que estemos dispuestos a ceder a la voluntad de Dios con respecto a la muerte. Nuestros tiempos están en Su mano, a Su disposición soberana. Debemos aceptar eso como lo mejor».

El Catecismo de Heidelberg, en su primera pregunta y respuesta, expresa bellamente el consuelo que la soberanía de Dios brinda al creyente en toda época de su vida:

P. ¿Cuál es tu único consuelo en la vida y en la muerte?

R. Que yo en cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel Salvador Jesucristo, quien con Su preciosa sangre ha hecho una satisfacción completa por todos mis pecados y me ha librado de todo el poder del diablo. Además, Él me preserva de tal forma que, sin la voluntad de mi Padre celestial, no puede caer ni un cabello de mi cabeza: sí, todas las cosas deben servir para mi salvación. Por lo tanto, mediante Su Espíritu Santo, también me asegura que tengo vida eterna y me prepara y dispone de corazón para que viva para Él, de aquí en adelante.

Estas palabras nos recuerdan que hay una página en el libro de la vida de cada creyente, ya sea tarde o temprano en su historia, donde hay un marcador carmesí que marca el plan soberano de Dios de llamarnos a Él y alinearnos con Su propósito salvador mediante la fe en nuestro Salvador resucitado. Aunque el libro de esta vida se cerrará un día, el libro de la vida eterna se abrirá. Ese libro no tiene fin. Mientras tanto, debido a que este Autor divino no necesita un editor, podemos saber que Él está obrando todas las cosas para bien.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Timothy Z. Witmer
El Dr. Timothy Z. Witmer es pastor de St. Stephen Reformed Church en New Holland, Pa., y profesor de teología práctica emérito en el Westminster Theological Seminary en Filadelfia. Es autor de Mindscape y The Shepherd Leader.

Líderes en el hogar

El Blog de Ligonier

Serie: El liderazgo

Líderes en el hogar
Por Timothy Z. Witmer

Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El liderazgo

¿Quién lo dice?». Probablemente has escuchado estas palabras en una discusión. Probablemente has dicho estas palabras en una discusión. La importancia de estas tres palabras radica en el hecho de que llegan a la pregunta fundamental de quién tiene «derecho» a ser escuchado y quién tiene el derecho a ser seguido. ¿Quién es el líder? Por supuesto, el problema en nuestra cultura es que nadie quiere reconocer a alguien en tal posición, es decir, a alguien que tenga autoridad. Pero como puedes ver en este asunto, Dios ha ejercido Su prerrogativa como Creador del universo de identificar a aquellos que son llamados a liderar en la iglesia (los ancianos). Él también ha establecido la autoridad del gobierno civil (Rom 13). Las Escrituras también brindan una clara orientación sobre la autoridad dentro de la familia.

MARIDOS Y MUJERES
Probablemente haya más malentendidos sobre la relación entre marido y mujer que sobre cualquier otro tema en nuestra sociedad. Las Escrituras, sin embargo, son muy claras. Un pasaje clave que trae claridad al tema se encuentra en Efesios 5. En este capítulo, Pablo detalla varias implicaciones prácticas de la nueva vida en Jesús, incluida la forma en que los maridos y sus mujeres deben relacionarse entre sí. Comenzamos, como lo hace Pablo, con una mirada al rol de la mujer:

Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, siendo Él mismo el Salvador del cuerpo. Pero así como la iglesia está sujeta a Cristo, también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo (Ef 5:22-24).

Al mirar este texto, debemos tener cuidado con las caricaturas y los malentendidos que abundan. Hace muchos años, cuando empezaba mis estudios de teología, hablaba con un amigo y él dijo: «Oye, Tim, encontré mi versículo favorito en la Biblia». Yo respondí: «¿En serio? ¿Cuál es?». Él dijo: «Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos». Él continuó con una fuerte risa. Le pregunté: «¿Leíste el resto del pasaje?». Pareciendo algo desconcertado, respondió «no» y se alejó. Era obvio que no había seguido leyendo sobre los roles complementarios que hombres y mujeres son llamados a cumplir en el contexto del matrimonio.

En primer lugar, debemos observar que tanto el hombre como la mujer son creados a la «imagen de Dios» (Gn 1:26). Ambos también están encargados de ejercer dominio sobre la creación. Las Escrituras son excepcionales en la dignidad que se le otorga al género femenino. Pero es importante comprender que los maridos y las mujeres están llamados a diferentes roles en el matrimonio.

MUJERES: SUMISIÓN RESPETUOSA
La mujer es llamada a respetar el liderazgo amoroso de su marido. La palabra «someter», usada por Pablo en este contexto, tiene en su raíz la idea de «orden». Para que alguna organización funcione correctamente, debe haber un lugar donde «uno asume la responsabilidad». El propósito de esta disposición no es para que el marido pueda dar órdenes, sino para que haya orden en el hogar. Primus inter pares es una gran locución en latín que captura esta dinámica. Significa «el primero entre iguales». A continuación, veremos la naturaleza del liderazgo que el marido está llamado a proporcionar.

Pero antes analicemos algunas de las caricaturas sobre el rol de la mujer. En primer lugar, la sumisión de una mujer a su marido no es una expresión de inferioridad. Hay quienes piensan que cuando uno está llamado a someterse a otro, esto automáticamente implica que el que se somete es inferior. Este no es el caso. El ejemplo más profundo de esto es el mismo Señor Jesús. Él ha existido eternamente con el Padre y el Espíritu Santo en la gloria del cielo. Pero del misterio de la encarnación, Pablo escribe:

El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2:6-8).

Jesús vino al mundo en sumisión y obediencia al Padre, pero en ningún momento fue inferior al Padre. Su sumisión fue con el propósito de lograr nuestra redención. Como Dios-hombre, Él cumplió perfectamente la ley en nuestro lugar. Como Dios-hombre, Él expió perfectamente nuestros pecados en la cruz. La sumisión voluntaria del Salvador al Padre en la encarnación fue diseñada con un propósito específico, pero en ningún momento estuvo en una posición de inferioridad.

De manera similar, el respeto de la mujer por el liderazgo de su marido no es una expresión de inferioridad sino un reconocimiento de sumisión al plan de Dios para el orden en la familia. Es un grave error que un marido malinterprete su lugar de liderazgo como una posición de superioridad. Recuerda que Pedro describió a la mujer como «coheredera de la gracia de la vida» (1 Pe 3:7). Pablo escribió: «No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3:28). Con respecto a nuestra posición en Cristo, no hay diferencia. El marido y la mujer participan por igual en los beneficios y la posición garantizada por la obra de Cristo, pero el matrimonio es una relación en la que somos llamados a diferentes roles.

En segundo lugar, la sumisión de la mujer a su marido es voluntaria. La responsabilidad de someterse no significa la sumisión de todas las mujeres a todos los hombres. Es una dinámica única establecida para el funcionamiento ordenado de la familia en el matrimonio. Por lo tanto, es muy importante que una mujer tenga esto en cuenta cuando esté considerando casarse. ¿El hombre con el que pretendes casarte es alguien cuyo liderazgo respetas y a quien puedes someterte? Si no, él no es el hombre adecuado. Con demasiada frecuencia, las mujeres piensan que pueden cambiar a un hombre después de casarse con él. No cuentes con eso.

En tercer lugar, la sumisión de una mujer a su marido es una expresión de su sumisión a Cristo. Para una mujer, seguir el liderazgo de su esposo es un aspecto importante de seguir a Cristo. Pablo escribe: «las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor» (Ef 5:22). Esto no significa «como si tu marido fuera el Señor», sino más bien «como parte de tu obligación para con el Señor». Una forma de hacer a un marido muy obstinado y desanimarlo es fallando en respetar su liderazgo. Si bien esta es la obligación de la mujer en el Señor, como maridos, siempre debemos preguntarnos si somos respetables y si estamos liderando como el Señor quiere. Esto nos lleva a examinar el rol del marido.

MARIDOS: LÍDERES AMOROSOS
La mujer es llamada a un rol difícil, pero es un rol que será mucho más fácil de asumir si su marido cumple con su responsabilidad de proporcionar un liderazgo amoroso. Es interesante observar que Pablo dirige unas cuarenta palabras a las mujeres, pero unas ciento quince a los maridos. En Efesios 5:25-33, él describe el rol de los maridos en el matrimonio. La clave es el versículo 25: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella».

¿Cuál es el estándar de amor que se establece ante los maridos? Es el amor sacrificial del Señor Jesucristo. Es Su liderazgo de servicio amoroso el que proporciona el entorno para que las mujeres lo sigan. Veamos cómo el amor de Cristo da ejemplo del amor de los maridos por sus mujeres.

En primer lugar, el amor de Cristo es incondicional. No había nada en ti o en mí que mereciera o exigiera el amor de Cristo. Muy por el contrario, «Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5:8). No solo no le amamos, sino que en nuestro pecado íbamos en la dirección opuesta. Es el clásico caso de amor no correspondido. Es por eso que nuestra relación con Él es únicamente por Su gracia.

Nuestro amor por nuestras esposas también debe ser incondicional. Tenemos que admitir desde el inicio que la analogía se viene abajo porque somos seres humanos pecadores. Debemos admitir que hubo «condiciones» que nos atrajeron hacia nuestras esposas, incluidas la personalidad, los intereses e incluso la buena apariencia. Sin embargo, nuestro amor por nuestras mujeres se basa en el compromiso que hicimos en nuestros votos matrimoniales en la presencia de Dios y los testigos. Tu amor por tu mujer debe ser incondicional en el sentido de que no cambia según las circunstancias. Los maridos deben tener cuidado de no comunicarles a sus mujeres que su amor se basa en cómo se ven hoy o en cómo les responden hoy. Nuestro amor se basa en el compromiso, no en las condiciones.

En segundo lugar, el amor de Cristo es sacrificial. Pablo escribe que los maridos deben amar a sus mujeres «como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella» (Ef 5:25). ¿Hasta qué punto amó Cristo a la Iglesia? Él se dio completamente por ella. Su venida fue para entregarse en servicio desinteresado. A nosotros, como maridos, se nos dice que este es nuestro modelo para servir a nuestras esposas. Esto es muy opuesto a nuestra inclinación natural. A todos nos gusta que nos sirvan, especialmente en el hogar. Los maridos deben ser los principales siervos en el hogar, preparados para hacer lo que sea necesario en el hogar y con los hijos.

Finalmente, Pablo nos recuerda que Jesús estaba preocupado por la santidad de la Iglesia. Su amor y sacrificio fueron para «santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada» (Ef 5:26-27). El amor de Jesús al darse a Sí mismo no fue simplemente para que fuéramos perdonados, sino para que fuéramos santos. La principal preocupación de un marido debe ser que su esposa e hijos sean estimulados en su crecimiento en Jesús. Al igual que con el rol de la mujer, ser un líder amoroso es parte de la obediencia del marido a Cristo.

Podemos regocijarnos de que Dios nos ha hablado y enseñado cómo debe ser el liderazgo en el hogar. Es cierto, estos respectivos roles no surgen de manera natural o fácil debido a nuestro egoísmo pecaminoso. Esta es la razón por la que nuestros hogares deben ser lugares de arrepentimiento y perdón, donde la dependencia diaria de la gracia del evangelio y del poder del Espíritu sean moldeados y practicados. Solo entonces nuestros hijos verán en sus padres la realidad del evangelio. Solo entonces, de acuerdo con el plan que Dios quiere, nuestros matrimonios reflejarán el misterio de la relación entre Cristo y Su Iglesia.

Publicado originalmente en Tabletalk Magazine.
Timothy Z. Witmer
El Dr. Timothy Z. Witmer es pastor de St. Stephen Reformed Church en New Holland, Pa., y profesor de teología práctica emérito en el Westminster Theological Seminary en Filadelfia. Es autor de Mindscape y The Shepherd Leader.