¿Qué es el espíritu? | Albert Simpson

¿Qué es el espíritu?

Albert Simpson

En resumidas cuentas puede decirse que es el elemento divino en el hombre, o tal vez más correctamente, aquella parte que está en contacto con Dios o que puede conocerlo. No es la parte intelectual, mental, estética o sujeta a sanciones, sino la parte espiritual, su naturaleza más elevada, la que reconoce lo celestial y lo divino y dialoga con ello.

Es aquello de nosotros que conoce a Dios, lo que está directa e inmediatamente consciente de la presencia divina y puede tener compañerismo con él, oyendo su voz, contemplando su gloria, recibiendo intuitivamente la impresión de su toque y la convicción de su voluntad, comprendiendo y adorando su carácter y sus atributos, hablándole en el espíritu y en el lenguaje de la oración, de la alabanza y la comunión celestial. Es también la parte que está consciente directamente del otro mundo de espíritus malos, y que puede conocer también el toque del enemigo, tanto como la voz del Pastor.

El espíritu es aquello que reconoce la diferencia entre el bien y el mal, es lo que ama el bien y lo discierne y recoge en armonía con la justicia. Es el elemento moral en la naturaleza humana. Es la región en la que la conciencia habla y reina. Es el asiento de la justicia, de la pureza y de la santidad, es lo que se asemeja a Dios, el nuevo hombre creado en justicia y en santidad verdadera, en la misma imagen de Dios. Cada ser humano debe estar consciente de tal elemento en su ser y debe entender que es esencialmente diferente de la percepción de las meras dificultades y de la comprensión y las emociones del corazón.

El espíritu es lo que elige, intenta, determina y por ende prácticamente decide todo el asunto de nuestra acción y nuestra obediencia al Señor. En pocas palabras, es la región de la voluntad, ese potente impulso de la naturaleza humana, esa prerrogativa casi divina que Dios ha elegido compartir con el hombre, su hijo, para manejar el mismo timón de la vida de cuyas decisiones penden todos los asuntos del carácter y del destino. ¡Qué fuerza tan decisiva es y cuán esencial es que sea santificada por completo! De que sea santificada o de que no lo sea depende que la vida sea de obediencia o de desobediencia; y cuando la voluntad es recta y la decisión se ha hecho firmemente, cuando el ojo es puro, Dios reconoce el corazón como veraz y cristalino. “…porque si primero hay la voluntad dispuesta, será aceptada según lo que uno tiene, no según lo que no tiene”.

El espíritu es lo que confirma y la confianza es uno de sus atributos o facultades. Es la cualidad filial en el hijo de Dios que puede ver al Padre cara a cara sin una nube, que se atreve a reclinarse en su seno sin un temor y que pone sus manos en las manos eternas con el abandono de la sencillez infantil.

El espíritu es lo que ama a Dios. No es, aclaremos, el amor como emoción humana de la cual hablamos, puesto que ésta pertenece a la naturaleza inferior del alma y puede ser altamente desarrollada en una persona cuyo espíritu todavía esté muerto para Dios en transgresiones y delitos; sino que hablamos aquí del amor divino que es el don directo del Espíritu Santo y la fuente verdadera de la santidad y la obediencia. No es nada menos que el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, cuya esfera de acción es el corazón humano.

El espíritu es lo que glorifica a Dios y que hace que la voluntad y la gloria divinas sean el objetivo supremo de la persona, quien está dispuesta a perderse en la gloria del Señor. El concepto mismo de tal objetivo es enteramente ajeno a la mente humana y puede ser recibido sólo por un espíritu que ha nacido de nuevo y que ha sido creado en la imagen divina.

El espíritu es lo que se deleita en Dios, que tiene hambre por su presencia y por su compañerismo y que encuentra su alimento, su porción, su satisfacción y su herencia en él, quien a su vez se vuelve nuestro todo en todo.

Este elemento maravilloso de nuestra naturaleza humana está sujeto a todas las debilidades y susceptibilidades que encontramos en una forma más burda en nuestra vida física. Hay sentido y órganos espirituales tan reales y tan concretos como los que tiene nuestro ser físico. Los encontramos claramente reconocidos en la Biblia. Existe, por ejemplo, el sentido del oído espiritual: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”, y “Bienaventurados… vuestros oídos, porque oyen”. “Mis ovejas oyen mi voz… y me siguen”. Está también el sentido de la vista: “Tus ojos verán al Rey en su hermosura; verán la tierra que está lejos”, y “mirando… como en un espejo la gloria del Señor”, o “teniendo ojos no veis”, y “para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios”.

Existe también el sentido del toque espiritual: “Por ver si logro asir (tomar con mi mano) aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” Y “¿quién es el que me ha tocado?”, y “todos los que lo tocaron, quedaron sanos”. Se menciona también el sentido del gusto: “Gustad y ved que es bueno Jehová”, y “El que me come, él también vivirá por mí”, “El que a mí viene, nunca tendrá hambre y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. El espíritu tiene subsistencia intrínseca: cuando sea separado del cuerpo después de la muerte, tendrá la misma autoconsciencia que tenía durante la vida y muy probablemente poderes más intensos en cuanto a emociones, acciones y deleites.

Lo anterior es no más que un breve pantallazo de este don supremo de nuestra humanidad, esta cámara superior de la casa de Dios, esta naturaleza más elevada que recibimos de nuestro Creador y que perdimos, o por lo menos que fue degradada, violada y enterrada a través de nuestro pecado y caída.

Simpson, A. (2012). Santificados por completo (1a edición, pp. 28-31). Publicaciones Alianza.

Jehová reprende a los sacerdotes

Jehová reprende a los sacerdotes

Malaquías 1:6-8 Reina-Valera 1960

El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo Padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy Señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos.

Nuevamente se hace una pregunta retórica para hacer entender al pueblo su falta de respeto para con Dios: El profeta apela al principio general de la vida que El hijo honra al padre, y el siervo a su señor (1:6), lo que todos reconocían como un axioma de la vida. Luego pregunta Dios, si pues soy yo padre, ¿qué es de mi honra? y si soy señor, ¿qué es de mi temor? Judá, como hijo, y como siervo, de Dios, no había concedido a él la honra y el respeto que se le debía.

Siendo los sacerdotes los adalides políticos y espirituales del pueblo, el profeta los ataca: Les dice Dios, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Luego viene la contestación de los sacerdotes ofendidos: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? Estando muy preocupados vigilando los servicios del templo, los sacerdotes no ven en qué han cometido falta. La explicación del menosprecio se da luego (1:7): Que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. La palabra pan aquí incluye toda clase de sacrificio, incluyendo carne, como en Lev. 3:10, 11, donde “vianda” traduce la palabra hebrea pan. El pan inmundo, de acuerdo con el principio asentado en Deut. 15:21, 22, es el animal que tiene defecto físico, como el ciego, el cojo o el enfermo. Si ellos presentasen tal animal defectuoso al príncipe (gobernador) (1:8), ¿sería su don acepto a él? pregunta el profeta. La contestación a esto sería ciertamente que no, pues no debían presentar en el templo algún animal defectuoso como presente; esto se hacía, aparentemente, con el consentimiento de los sacerdotes, pues a ellos viene la reprobación de este pasaje. La mesa de Jehová es despreciable, decía el pueblo, gráficamente, cuando traían a él un presente que no ofrecerían a su gobernador; se llama aquí mesa no porque se suponía que Dios comía de ella, que sería una idea más bien pagana e inferior al desarrollo del pensamiento teológico de los judíos del tiempo de Malaquías, sino porque del altar recibían los sacerdotes una parte de ciertas ofrendas para sus propias mesas.

Gillis, C. (1991). El Antiguo Testamento: Un Comentario Sobre Su Historia y Literatura, Tomos I-V (Vol. 5, pp. 219-220). Casa Bautista De Publicaciones.

¿Salvación por haber visto milagros o por la fe |Marcos 7:37

¿Salvación por haber visto milagros o por la fe?

En gran manera se maravillaban, diciendo: bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar.

Marcos 7:37

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Las multitudes que seguían a Jesús quedaban maravilladas después de contemplar los milagros que él hacía. Todas las obras maravillosas que Jesús hizo trajeron sanación y bendición a las personas. Nunca alguien había visto algo parecido. Muchos comenzaron a seguirlo por las cosas extraordinarias que hacía, y el testimonio de sus obras se difundió por todo Israel. Muchos se preguntaban: «¿Quién es este Hombre?»

Esta es una pregunta que el Señor le hace a usted hoy mismo: “¿Quién decís que soy yo?”. Pedro respondió lo siguiente: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:15-16). ¿Está usted dispuesto a responder de la misma manera?

Muchas personas creyeron porque vieron la gran cantidad de milagros que Jesús realizó, pero “Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos” (Jn. 2:24). Él sabe lo que hay en el corazón del hombre. La fe no viene por ver señales y milagros, sino por creer el mensaje vivificante del Evangelio de salvación a través del Señor Jesucristo. El apóstol Pablo también lo expresó claramente: “Con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro. 10:10).

Hoy en día, muchos afirman realizar milagros y sanaciones por fe. ¿Cómo podemos distinguir entre lo verdadero y lo falso? Dios mismo nos da la respuesta en su Palabra. El resultado de una fe genuina es que nuestros ojos se apartan de nosotros mismos y de los hombres para fijarse solo en Jesús, el Hijo de Dios, y Salvador de los pecadores.

Los numerosos milagros que Jesús hizo, especialmente la resurrección de los muertos, y las verdades que enseñó, dieron claro testimonio de que él era el Hijo de Dios. Sin embargo, solo su muerte en la cruz y su sangre derramada podían expiar el pecado. ¡Qué obra tan maravillosa hizo por nosotros en la cruz del Calvario! Sin duda alguna, “bien lo ha hecho todo”.

Jacob Redekop

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El cristiano y el mundo | Juan 17:16

No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Juan 17:16
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El cristiano y el mundo
Cuando se trata de los cristianos, Dios los coloca totalmente fuera del mundo. Así debería ser en todos nuestros planes diarios, a los cuales nos impulsa la energía y la actividad del amor. En cuanto a la esperanza, a la meta que los cristianos se proponen, hasta el momento en que Dios ejecute su juicio, no es la esperanza del mundo que procura ser la que mejor puede guiarnos; porque vemos que, hasta que ese juicio sea ejecutado, la corriente de este mundo solo desemboca en la impiedad y en la altivez del hombre.

He aquí el mundo en que vivimos, y lo que Dios nos reveló de él. No obstante, también nos reveló cosas del cielo. Nos mostró a Jesús, a quien el mundo rechazó y quien subió al cielo. De manera que tenemos un propósito y motivos que deben gobernarnos, dirigirnos enteramente y caracterizar todo nuestro andar, para que, por estos motivos presentados al corazón, y de los cuales se ocupa el nuevo hombre, vivamos y caminemos por el Espíritu en el mundo.

Es terrible ver la facilidad con que el mundo se apega a nuestros corazones. No quiero decir que nuestros corazones sean los que se apeguen al mundo (aunque ese sería pronto el resultado), sino que el mundo se apega a nuestros corazones.

Es muy difícil para nosotros escapar del conjunto de principios de este mundo. Esto se manifiesta de diversas formas: en uno es la avaricia; en otro la buena posición social; en otro un espíritu activo que se mete en los asuntos públicos. Pero, ese no es nuestro mundo; nuestro mundo es otro. Es aquel en el cual Cristo será la cabeza, el centro y la alegría. Es un conjunto en el cual la parte celestial y su gloria son nuestra porción. Quiera Dios que, en todos los detalles de nuestra vida, en nuestras circunstancias cotidianas, este desprendimiento se realice y se manifieste, y que podamos decir: mi “vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:3).

J. N. Darby
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Nuestro Señor fuerte y poderoso | Salmo 24:8

Nuestro Señor fuerte y poderoso
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¿Quién es este Rey de gloria? Jehová, fuerte y valiente; Jehová el poderoso en batalla. Salmo 24:8
Este maravilloso salmo habla del “Rey de gloria”. Quizás, Salomón pudo representar débilmente a este Rey, pero su verdadero cumplimiento solo lo vemos en aquel que es “más grande que Salomón” (Mt. 12:42 NBLA), nuestro Señor Jesucristo.

Al buscar el significado de las palabras “fuerte y valiente”, creemos que podríamos hacer la siguiente aplicación de ellas: él es fuerte para llevar a cabo la voluntad de Dios y poderoso para acabar con todo enemigo.
¡Qué maravilloso! Al hacerse Hombre, Cristo vino para hacer la voluntad de Dios. De hecho, hacer la voluntad de su Padre era su deleite, su alimento. En su primera venida, cuando estuvo en Getsemaní, la multitud que vino a arrestarlo cayó al suelo al escuchar su nombre divino: “Yo soy”. Sin embargo, él no había venido para poner el mundo en orden, sino para dar su vida en rescate por muchos (Mr. 10:45). ¡Pero él vendrá otra vez! Y cuando se manifieste nuevamente, será con gloria. En ese momento, él hará cumplir la voluntad de Dios tanto en la tierra como en el cielo por la fuerza de su brazo. Y con su poder derrotará a todo enemigo. Incluso la misma muerte será finalmente abolida por su poder (véase 1 Co. 15:26). ¡Qué fuerte y poderoso es él!
Querido lector, ¿es usted débil? ¿Es consciente de la debilidad que hay en nuestros hogares, en la congregación local de los creyentes y en el testimonio cristiano en general? ¿Cuál es la respuesta?
Ya conocemos al Señor “fuerte y poderoso”, a quien se le ha conferido todo el poder en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18). Si nosotros somos débiles, él es fuerte. Si sentimos la debilidad de nuestras manos para cumplir la voluntad de Dios, sus manos son fuertes para fortalecernos para cumplir su voluntad el día de hoy. Si nos sentimos débiles y estamos prontos a darnos por vencido ante nuestros enemigos, ante la carne, el mundo y el diablo, él es poderoso para liberarnos hoy mismo y darnos la victoria. ¡Mirémoslo a él!

Kevin Quartell
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El inminente regreso de Cristo | 1 Juan 2:18

El inminente regreso de Cristo

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Hijitos, ya es el último tiempo… [y] han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. 1 Juan 2:18

Los acontecimientos actuales nos muestran cuán cerca estamos de los últimos tiempos. Las personas tienen puestas máscaras de alegría, pero tras ellas hay corazones vacíos y doloridos. Todo va de mal en peor, y los intentos humanos de resolver los problemas del mundo son inútiles. La estructura moral y espiritual se está debilitando, mientras que el modernismo y las falsas religiones proliferan más que nunca. Vemos oscuridad espiritual donde antes había luz. El cristiano puede decir con total seguridad: “Conociendo el tiempo… ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Ro. 13:11).

El regreso personal de Cristo será uno de los acontecimientos más grandiosos en la historia de este mundo, y está muy cerca de ocurrir. Él nos ha hecho la siguiente promesa: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:3). No cabe duda de esto. Nuestro Señor no miente. Lo ha prometido. Hoy en día muchos se burlan de esta promesa, como lo hicieron con la profecía de Noé acerca del diluvio. Sin embargo, ellos perecieron por su incredulidad cuando el diluvio cayó sobre este mundo.

Cristo vendrá “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles” (1 Co. 15:52). “Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:17). Después de esto, los juicios de Dios caerán sobre toda la tierra: será un día de ira que nadie podrá resistir.

Su regreso traerá una vindicación total de su gloria, mientras que el creyente experimentará la culminación de su salvación eterna. “Esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:20-21). Estaremos con él y lo alabaremos por la eternidad.

¿Está usted preparado para el próximo gran acontecimiento de la historia?

F. B. Tomkinson

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Las cuatro revelaciones dadas a Pablo (2) | Efesios 3:3

Las cuatro revelaciones dadas a Pablo (2)

El misterio

Por revelación me fue declarado el misterio. Efesios 3:3

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El apóstol Pablo recibió una revelación a la que él llama “el misterio” o “el misterio de Cristo” (v. 4), y más adelante, en esta misma epístola, Pablo dice que este misterio trata acerca de “Cristo y de la Iglesia” (Ef. 5:32). Este misterio también le fue revelado al resto de los apóstoles del Nuevo Testamento (v. 5), sin embargo, Pablo recibió esta revelación de una forma muy particular, pues él fue el encargado de administrarlo y comunicarlo a los creyentes (vv. 8-9).

En la Palabra, un misterio es algo que estaba oculto en el pasado, pero que ahora ha sido revelado. En pocas palabras, el misterio al que se refiere Pablo es que los creyentes, ya sea de entre los judíos como entre los gentiles, ahora forman parte de un solo Cuerpo; ahora forman parte de un “solo y nuevo hombre”, algo que no existía antes de la muerte y resurrección del Señor Jesús (Ef. 2:14-16). Por el Espíritu, la Iglesia está unida estrechamente a la Cabeza en el cielo, que es Cristo. De esta forma, la Iglesia es la “plenitud” de Cristo (Ef. 1:22). Pablo dice que este misterio no fue dado a conocer a los hijos de los hombres en épocas pasadas. Los santos del Antiguo Testamento no supieron nada acerca de este misterio. Una asamblea, conformada tanto por judíos como por gentiles, en un solo Cuerpo y vinculada a un Cristo ascendido, era algo que nadie se imaginó en los tiempos del Antiguo Testamento (vv. 5, 9). Ni Isaías, ni Jeremías, ni ninguno de los profetas insinuaron siquiera tal cosa.

Estas verdades tienen implicaciones prácticas para nosotros como creyentes. Si somos el Cuerpo de Cristo en el mundo, entonces no debemos ser una entidad política, ¡de ninguna manera! Si la Iglesia hubiera entendido su lugar adecuado en los propósitos de Dios, entonces se habrían evitado muchos errores. ¿Caminamos de tal manera que reflejamos este vínculo con nuestra Cabeza resucitada en el cielo? Además, si pudiéramos ver que no somos simplemente un conjunto de personas salvadas individualmente, sino un organismo vivo que depende de su Cabeza glorificada en el cielo, ¡cuán diferente sería nuestra perspectiva!

Brian Reynolds

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Cristo, la perfecta sabiduría | 1 Corintios 1:30-31

Cristo, la perfecta sabiduría.
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Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. 1 Corintios 1:30-31

Los cristianos hemos sido trasladados por Dios a una posición que la simple sabiduría humana nunca podría entender. Estamos “en Cristo Jesús” y, por lo tanto, ya no debemos vernos “en la carne”. No se trata de una experiencia especial, sino de una posición dada por Dios que es válida para todo creyente, independientemente de nuestros sentimientos. No importa la cantidad de sabiduría humana que poseamos, pues esta es dejada de lado ante la sabiduría perfecta que poseemos en Cristo Jesús.

En primer lugar, esta sabiduría se caracteriza por la justicia. La justicia es ignorada grandemente por la filosofía humana, pero se vio en perfección en el Señor Jesús mientras estuvo en la tierra y, por medio de la justificación, forma parte de quienes están “en Cristo Jesús.” En segundo lugar, la santificación también forma parte vital de la sabiduría, ya que implica el amor a lo que es bueno y el odio al mal. La santificación aparta de la impiedad a los que están “en Cristo Jesús”. El mundo no desea esto. Finalmente, la redención saca de la esclavitud a los que antes eran esclavos del pecado. Esta es una maravillosa liberación para todos aquellos que ahora están “en Cristo Jesús”, es decir, quienes lo han recibido como Señor y Salvador.

Al ver tan grandes bendiciones que poseemos “en Cristo Jesús”, no es extraño que se nos diga: “El que se gloría, gloríese en el Señor”. Cuánto contrasta esto con el orgullo que vemos a nuestro alrededor, con la jactancia del hombre en su supuesta sabiduría, quien sigue edificando cosas nuevas y llevando a cabo muchos proyectos. El hombre quiere todo el crédito para sí mismo. Pero nosotros, los creyentes, podemos gloriarnos en Aquel que es perfecto y digno de toda nuestra alabanza. “Al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre Amén” (Ro. 16:27).

L. M. Grant
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Amigo de Dios | Juan 15:13-15

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Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.
Juan 15:13-15

Amigo de Dios
En la Escritura, Abraham recibe un título que nadie más ha recibido. Se le llama el “amigo de Dios”. En Juan 11, Jesús se refirió a Lázaro como “nuestro amigo” (v. 11), y llama “amigos” a todos los que creen en él y lo obedecen (Jn. 15:13-15). Sin embargo, ¡Abraham es llamado “amigo de Dios” en tres ocasiones! Repasemos brevemente cada una de ellas:

En 2 Crónicas 20:7, su amistad está mencionada por Josafat, quien oró a Dios para obtener la victoria contra sus enemigos.

En Isaías 41:8, su amistad se menciona en relación con la fidelidad de Dios.

En Santiago 2:23, su amistad se menciona en relación con una vida de fe.

Sin embargo, en Génesis 18, vemos expuesta la verdad que el Señor Jesús expresó en Juan 15:13-15.

Como Abraham era amigo de Dios, él no le ocultó lo que iba a hacer. El Salmo 25:14 dice: “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto”. Jehová es el nombre del pacto, y en Génesis 18 se utiliza unas siete veces. Hace referencia al Dios relacional, el Dios que guarda el pacto y que desea tener una relación estrecha con cada uno de sus hijos.

Observe también lo que Dios dijo en tres cosas acerca de Abraham en Génesis 18:18-20: su futura grandeza, su relación personal con Dios y su obediencia ejemplar. Como Abraham gozaba de una relación estrecha con Dios, como amigo de Dios, ¡él podía comunicarse como lo hace alguien con su amigo! El oído de Dios estaba atento a lo que él tenía para decirle. Y usted, como amigo de Dios, ¿por quién puede interceder hoy?

Tim Hadley, Sr.
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Deseos carnales | 1 Pedro 2:11

Amados, yo os ruego… que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma.
1 Pedro 2:11
Deseos carnales

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La vida de Sansón había comenzado bajo circunstancias muy favorables, y su testimonio podría haber sido útil y de mucha bendición. Su fe era real, su alma estaba en relación con Dios, y había evidencias de la vida divina en él, aunque sin frutos duraderos. Finalmente, su utilidad y bendición se perdieron debido a los deseos carnales.

No pensemos que no nos puede pasar a nosotros. Seamos jóvenes, adultos o ancianos, porque si Dios no nos guarda, todos corremos el peligro de caer de la misma forma. Sería bueno leer de vez en cuando las palabras y advertencias de Proverbios 7 y pensar en la vida de Sansón. Recordemos las enseñanzas de la Palabra de Dios. Creamos firmemente que Dios es capaz de guardarnos. “Cuando yo decía: mi pie resbala, tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba” (Sal. 94:18). Cuando Pedro se hundía en el mar de Galilea, Jesús extendió inmediatamente su mano y lo sostuvo (Mt. 14:30-31).

Es absolutamente necesario estar en guardia. Cuando descendió por primera vez a Timnat, Sansón nunca imaginó que acabaría en una prisión filistea. En aquel entonces, todo le parecía atractivo. Sin embargo, los ojos que se fijaron en la joven filistea un día le serían arrancados; y que la fuerza con la que mató al león le sería arrebatada. Después de Sansón vino Samuel. Ambos fueron consagrados y criados en condiciones similares, pero uno desperdició su vida, mientras que el otro vivió conforme a la voluntad de Dios y produjo frutos perdurables.

Si somos conscientes de que el Padre nos ama, y respondemos amando al Padre y al Señor Jesús, entonces nuestro gusto por las cosas del mundo desaparecerá. En cambio, si permitimos que el mundo entre en nuestro corazón y en nuestra vida, y si amamos lo que el mundo ama, ya no gozamos del amor del Padre. “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él… pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15, 17).

G. André
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