El canon del Antiguo Testamento

Sección Dos

El canon de la Biblia

El canon del Antiguo Testamento

Autor: R. T. Beckwith

a1El término «canon» viene del griego, en el que kanon significa una regla—una norma para medir. Con respecto a la Biblia, el término se refiere a los libros que cumplieron los requisitos y, por lo tanto, fueron dignos de inclusión. Desde el siglo IV, los cristianos han usado kanon para referirse a una lista autoritativa de libros que pertenecen al Antiguo Testamento o al Nuevo Testamento.

Desde hace mucho ha habido diferencias de opinión en cuanto a los libros que deberían ser incluidos en el Antiguo Testamento. En realidad, aun en épocas pre-cristianas, los samaritanos rechazaban todos los libros excepto el Pentateuco; mientras que, desde alrededor del siglo II a.C., obras seudónimas, generalmente de carácter apocalíptico, reclamaban para sí mismas el mismo estado de escritos inspirados y encontraron credibilidad en ciertos círculos. En la literatura rabínica se nos dice que en los primeros siglos de la era cristiana ciertos sabios disputaron, basados en evidencia interna, la canonicidad de cinco libros del Antiguo Testamento (Ezequiel, Proverbios, Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Ester). En el período patrístico había incertidumbre entre los cristianos en cuanto a si los libros apócrifos de las Biblias griega y latina debían ser considerados inspirados o no. Las diferencias sobre el último punto llegaron a un momento decisivo en la Reforma, cuando la Iglesia de Roma insistió que los libros apócrifos eran parte del Antiguo Testamento, o que estaban en igual categoría que el resto, mientras que las iglesias protestantes negaban esto. Mientras que algunas iglesias protestantes consideraban los libros apócrifos como lectura edificante (por ejemplo, la Iglesia de Inglaterra continuó incluyéndolos en su leccionario «para ejemplo de vida y no para establecer ninguna doctrina»), todos estuvieron de acuerdo en que, hablando debidamente, el canon del Antiguo Testamento consiste de los libros de la Biblia hebrea—los libros que los judíos reconocen y que se aprueban en la enseñanza del Nuevo Testamento. La iglesia ortodoxa oriental estuvo dividida sobre este asunto por un tiempo, pero recientemente ha tendido a acercarse más y más al lado protestante.

Lo que califica a un libro para tener un lugar en el canon del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento no es sólo que sea antiguo, informativo y útil, y que el pueblo de Dios lo haya leído durante mucho tiempo, sino que el libro tenga la autoridad de Dios en lo que dice. Dios habló a través de su autor humano para enseñarle a su pueblo lo que debían creer, y cómo debían comportarse. No es sólo un registro de revelación, sino la forma escrita permanente de la revelación. Esto es lo que queremos decir cuando afirmamos que la Biblia es «inspirada», y este aspecto hace que los libros de la Biblia sean diferentes a todos los demás libros.

La primera aparición del canon

La doctrina de inspiración bíblica se encuentra totalmente desarrollada sólo en las páginas del Nuevo Testamento. Pero muy atrás en la historia de Israel ya encontramos ciertos escritos que son reconocidos como que tienen autoridad divina, y que le sirven como una regla de fe y práctica al pueblo de Dios. Esto se ve en la respuesta del pueblo cuando Moisés les lee el libro del pacto (Éxodo 24:7), o cuando se lee el Libro de la Ley que encuentra Jilquías, primero al rey y luego a la congregación (2 Reyes 22–23; 2 Crónicas 34), o cuando Esdras le lee el Libro de la Ley al pueblo (Nehemías 8:9, 14–17; 10:28–39; 13:1–3). Los escritos en cuestión son parte de todo el Pentateuco—en el primer caso, una parte bastante pequeña de Éxodo, probablemente los capítulos 20–23. El Pentateuco es tratado con la misma reverencia en Josué 1:7 y siguientes; 8:31; 23:6–8; 1 Reyes 2:3; 2 Reyes 14:6; 17:37; Oseas 8:12; Daniel 9:11, 13; Esdras 3:2, 4; 1 Crónicas 16:40; 2 Crónicas 17:9; 23:18; 30:5, 18; 31:3; 35:26.

El Pentateuco se presenta a sí mismo como básicamente la obra de Moisés, uno de los primeros y ciertamente el más grande de los profetas del Antiguo Testamento (Números 12:6–8; Deuteronomio 34:10–12). A menudo Dios habló a través de Moisés en forma oral, como lo hizo a través de los profetas posteriores, pero con frecuencia también se menciona la actividad de escritor de Moisés (Éxodo 17:14; 24:4, 7; 34:27; Números 33:2; Deuteronomio 28:58, 61; 29:20–27; 30:10; 31:9–13, 19, 22, 24–26). Había otros profetas en el tiempo de Moisés, y se esperaba que más siguieran (Éxodo 15:20; Números 12:6; Deuteronomio 18:15–22; 34:10), como lo hicieron (Jueces 4:4; 6:8), aunque el gran flujo de actividad profética comenzó con Samuel. La obra literaria de estos profetas comenzó, por lo que sabemos, con Samuel (1 Samuel 10:25; 1 Crónicas 29:29), y la clase de escritura en la cual se involucraron extensamente al principio era histórica, la cual más tarde llegó a ser la base para los libros de Crónicas (1 Crónicas 29:29; 2 Crónicas 9:29; 12:15; 13:22; 20:34; 26:22; 32:32; 33:18 y siguientes) y probablemente también de Samuel y Reyes, los cuales tienen mucho material en común con Crónicas. No sabemos si también Josué y Jueces fueron basados en historias proféticas de esta clase, pero es muy posible que haya sido así. Que en ocasiones los profetas escribieron oráculos queda claro de Isaías 30:8; Jeremías 25:13; 29:1; 30:2; 36:1–32; 51:60–64; Ezequiel 43:11; Habacuc 2:2; Daniel 7:1; 2 Crónicas 21:12.

La razón por la cual Moisés y los profetas escribieron el mensaje de Dios y no se contentaron con entregarlo en forma oral, fue que a veces lo enviaban a otro lugar (Jeremías 29:1; 36:1–8; 51:60 y siguientes; 2 Crónicas 21:12), pero también muy a menudo lo hicieron para preservarlo para memoria en el futuro (Éxodo 17:14), o como testigo (Deuteronomio 31:24–26), para que estuviera disponible para los tiempos venideros (Isaías 30:8). Los escritores del Antiguo Testamento conocían muy bien la poca confianza que se le puede tener a la tradición oral. Una lección objetiva aquí fue la pérdida del Libro de la Ley durante los reinados perversos de Manasés y Amón. Cuando Jilquías lo redescubrió, sus enseñanzas los sorprendieron grandemente, puesto que habían sido olvidadas (2 Reyes 22–23; 2 Crónicas 34). Por lo tanto, la forma permanente y duradera del mensaje de Dios no fue en su forma hablada sino en su forma escrita, y esto explica el surgimiento del canon del Antiguo Testamento.

No podemos estar seguros del tiempo que tomó para que el Pentateuco llegara a su forma final. Sin embargo vemos, en el caso del libro del pacto a que se hace referencia en Éxodo 24, que era posible que un documento corto como Éxodo 20–23 llegara a ser canónico antes de alcanzar el tamaño del libro del que ahora forma parte. El libro del Génesis también comprende documentos anteriores (Génesis 5:1), Números incluye un artículo de una antigua colección de poesías (Números 21:14 y siguientes) y el libro de Deuteronomio se consideraba canónico aun durante la vida de Moisés (Deuteronomio 31:24–26), porque este escrito fue colocado al lado del arca. Sin embargo, el final de Deuteronomio fue escrito después de la muerte de Moisés.

Mientras que hubo una sucesión de profetas, por supuesto que fue posible que los escritos sagrados anteriores fueran agregados o editados en la manera en que se indicó antes, sin cometer el sacrilegio acerca del cual se dan advertencias en Deuteronomio 4:2; 12:32; Proverbios 30:6. Lo mismo se aplica a otras partes del Antiguo Testamento. El libro de Josué incluye el pacto en su último capítulo, 24:1–25, originalmente escrito por el mismo Josué (24:26). Samuel incorpora el documento que dice cómo debía ser el reino (1 Samuel 8:11–18), originalmente escrito por Samuel (1 Samuel 10:25). Ambos documentos fueron canónicos desde el principio, el primero habiendo sido escrito en el mismo Libro de la Ley en el santuario de Siquem, y el último habiendo sido colocado delante del Señor en Mizpa. Hay señales del aumento de los libros de Salmos y Proverbios en el Salmo 72:20 y en Proverbios 25:1. Artículos de una antigua colección de poesías se incluyen en Josué (10:12 y siguientes), Samuel (2 Samuel 1:17–27) y Reyes (1 Reyes 8:53, LXX). El libro de Reyes nombra como sus fuentes el Libro de los hechos de Salomón, el Libro de las crónicas de los reyes de Israel y el Libro de las crónicas de los reyes de Judá (1 Reyes 11:41; 14:29 y siguientes; 2 Reyes 1:18; 8:23). Las dos últimas obras, combinadas, son probablemente lo mismo que el Libro de los reyes de Israel y Judá, nombrado a menudo como una fuente en los libros canónicos de Crónicas (2 Crónicas 16:11; 25:26; 27:7; 28:26; 35:27; 36:8 y, en forma abreviada, 1 Crónicas 9:1; 2 Crónicas 24:27). Este libro principal parece haber incorporado muchas de las historias proféticas que también se mencionan como recursos en Crónicas (2 Crónicas 20:34; 32:32).

No todos los escritores de los libros del Antiguo Testamento eran profetas, en el estricto sentido de la palabra; algunos de ellos eran reyes y sabios. Pero su experiencia de inspiración fue lo que llevó a que sus escritos también encontraran un lugar en el canon. Se habla de la inspiración de los salmistas en 2 Samuel 23:1–3; 1 Crónicas 25:1, y de los sabios en Eclesiastés 12:11 y siguientes. También note la revelación que hizo Dios en Job (38:1; 40:6) y sus inferencias en Proverbios 8:1–9:6 que el libro de Proverbios es la obra de la sabiduría divina.

El cierre de la primera sección del canon—la Ley

Las referencias al Pentateuco (en su totalidad o en parte) como canónico, las cuales vimos en los otros libros del Antiguo Testamento y que continúan en la literatura intertestamentaria, son notablemente numerosas. Esto se debe sin duda a su importancia fundamental. Las referencias a otros libros como inspirados o canónicos están, dentro del Antiguo Testamento, grandemente confinadas a sus autores: las excepciones principales son probablemente Isaías 34:16; Salmos 149:9; Daniel 9:2. Sin embargo, otra razón para esta referencia frecuente al Pentateuco puede ser que fue la primera sección del Antiguo Testamento que fue escrita y reconocida como canónica. La posibilidad de que esto fuera así surge del hecho de que fue la obra de un solo profeta de la época muy temprana, la cual fue editada después de su muerte, pero no fue abierta a adiciones continuas, mientras que las otras secciones del Antiguo Testamento fueron producidas por autores de un período posterior, cuyo número no estuvo completo hasta después del regreso del exilio babilónico. Nadie duda de que el Pentateuco estaba completo y era canónico para la época de Esdras y Nehemías, en el siglo V a.C., y es posible que lo haya sido bastante tiempo antes. En el siglo III a.C. fue traducido al griego, convirtiéndose así en la primera parte de la Septuaginta. A mitad del siglo II a.C. tenemos evidencia de que los cinco libros, incluyendo el Génesis, eran atribuidos a Moisés (vea Aristóbulo, según fue citado por Eusebio, Preparation for the Gospel [Preparación para el evangelio] 13.12). Más tarde durante ese mismo siglo, la ruptura entre los judíos y los samaritanos parece haber sido total, y la preservación del Pentateuco hebreo de parte de ambos, los judíos y los samaritanos, prueba que ya era propiedad común. Todo esto es evidencia de que la primera sección del canon estaba ahora cerrada, consistiendo de los cinco libros conocidos, ni más ni menos, persistiendo sólo variaciones textuales menores.

El desarrollo de la segunda y LA tercera seccióN del canon—los Profetas y los Hagiógrafos

El resto de la Biblia hebrea tiene una estructura diferente a la de la Biblia española. Está dividida en dos secciones: los Profetas y los Hagiógrafos (escritos sagrados). Los Profetas constan de ocho libros: los libros históricos de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, y los libros de oráculos de Jeremías, Ezequiel, Isaías y los Doce (los Profetas Menores). Los libros hagiógrafos son once: los libros poéticos y los libros de sabiduría Salmos, Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y Lamentaciones, y los libros históricos de Daniel (vea más adelante), Ester, Esdras–Nehemías y Crónicas. Este es el orden tradicional, de acuerdo al cual el restante libro hagiógrafo, Rut, es precursor de Salmos, porque termina con la genealogía del salmista David, aunque en la Edad Media fue movido a una posición posterior, junto a los otros cuatro libros de similar brevedad (Cantar de los Cantares, Eclesiastés, Lamentaciones y Ester). Es digno de notar que en la tradición judía Samuel, Reyes, los Profetas Menores, Esdras–Nehemías y Crónicas, cada uno es considerado un solo libro. Esto puede indicar la capacidad de un rollo regular de cuero en el período cuando los libros canónicos fueron primero anotados y contados.

Algunas veces han surgido dudas, por razones inadecuadas, sobre la antigüedad de esta manera de agrupar los libros del Antiguo Testamento. Más generalmente, pero aún sin razón legítima, se ha asumido que refleja el desarrollo gradual del canon del Antiguo Testamento, habiendo sido esta agrupación un accidente histórico y el canon de los Profetas habiendo sido cerrado alrededor del siglo III a.C., antes de que una historia como Crónicas y una profecía como Daniel (la cual se alega que naturalmente pertenece aquí) hubieran sido reconocidas como inspiradas o, tal vez, hasta escritas. El canon de los libros hagiógrafos, de acuerdo a esta hipótesis popular, no fue cerrado sino hasta el sínodo judío de Jamnia, o Jabneh, alrededor de 90 a.C., después que la iglesia cristiana tomara un canon abierto del Antiguo Testamento. Además, un canon más amplio, conteniendo muchos de los libros apócrifos, había sido aceptado por los judíos de habla griega de Alejandría, y formaba parte del cuerpo de la Septuaginta; y la Septuaginta era el Antiguo Testamento de la iglesia cristiana primitiva. Estos dos hechos, tal vez junto a la inclinación de los esenios por los apocalipsis seudónimos, son responsables por la fluidez del canon del Antiguo Testamento en el cristianismo patrístico. Esa es la teoría.

La realidad es bastante diferente. La agrupación de los libros no es arbitraria, sino de acuerdo a su carácter literario. La mitad de Daniel es narrativa y en los hagiógrafos (de acuerdo al orden tradicional), parece estar colocado con las historias. Hay historias en la Ley (abarcando el período desde la creación hasta Moisés) y en los Profetas (abarcando el período desde Josué hasta el final de la monarquía), así que ¿por qué no debería haber historias en los hagiógrafos también, referentes al tercer período, el del exilio babilónico y el regreso? Crónicas se ha colocado en el último lugar entre las historias, como un resumen de toda la narrativa bíblica, desde Adán hasta el regreso. Está claro que el canon de los profetas no fue completamente cerrado cuando Crónicas fue escrito, porque las fuentes que cita no son Samuel y Reyes, sino las historias proféticas más completas que parecen haber servido como fuentes también para Samuel y Reyes. Los elementos más tempranos en los Profetas, incorporados en libros tales como Josué y Samuel, son por cierto muy antiguos, pero también lo son los elementos más tempranos de los hagiógrafos, incorporados en libros tales como Salmos, Proverbios y Crónicas. Tal vez estos elementos hayan sido reconocidos como canónicos antes de la compilación final de aun la primera sección del canon. Los elementos posteriores en los hagiógrafos, tales como Daniel, Ester y Esdras–Nehemías, pertenecen al final de la historia del Antiguo Testamento. Pero lo mismo es cierto de los últimos elementos en los Profetas, tales como Ezequiel, Hageo, Zacarías y Malaquías. Aun cuando los libros de los hagiógrafos tienden a ser posteriores a los Profetas, es sólo una tendencia, y la coincidencia de material es considerable. En efecto, la sola coincidencia de que los libros hagiógrafos son una colección posterior debe haber llevado a que los libros individuales fueran fechados más tarde de lo que les hubiera correspondido de otra manera.

Puesto que los libros en ambas secciones son escritos por una variedad de autores, y por lo general dependen los unos de los otros, puede muy bien ser que fueran reconocidos como canónicos individualmente, en fechas diferentes, y que al principio formaran una sola colección miscelánea. Entonces, cuando los dones proféticos fueron quitados, y el número de estos libros parecía estar completo, fueron clasificados más cuidadosamente, y fueron divididos en dos secciones diferentes. «Los libros» de los que se habla en Daniel 9:2 tal vez hayan sido un cuerpo de literatura en crecimiento, organizado sin mucha exactitud, que contenía no sólo obras de profetas como Jeremías sino también obras de salmistas como David. La tradición en 2 Macabeos 2:13 acerca de la biblioteca de Nehemías refleja esa colección mixta: «Esto también se contaba en los documentos y memorias de Nehemías, y además se contaba cómo este reunió la colección de los libros que contenían las crónicas de los reyes, los escritos de los profetas, los salmos de David y las cartas de los reyes sobre las ofrendas». La antigüedad de esta tradición se muestra no sólo en la posibilidad de que una acción tal sería necesaria después de la calamidad del exilio, sino también por el hecho de que «las cartas de los reyes sobre las ofrendas» están siendo preservadas simplemente debido a su importancia y todavía no han pasado a formar parte del libro de Esdras (6:3–12; 7:12–26). Tenía que pasar un tiempo para que los libros como el de Esdras fueran terminados, para reconocer a los libros posteriores como canónicos, y para que se dieran cuenta de que el don profético había terminado; y sólo cuando esas cosas hubieran ocurrido se podría hacer la división firme entre los profetas y los hagiógrafos, y arreglarse cuidadosamente sus contenidos. La división ya se había hecho hacia el fin del siglo II a.C., cuando el prólogo a la traducción griega de Eclesiástico fue redactado, porque este prólogo se refiere repetidamente a las tres secciones del canon. Pero parece posible que no hacía mucho que se había hecho la división, porque todavía no se le había dado un nombre a la tercera sección del canon: el escritor llama a la primera sección «la Ley» y a la segunda sección (debido a su contenido) «los Profetas» o «las Profecías», pero a la tercera sección simplemente la describe. Es «los otros que han seguido en sus pasos», «los otros libros ancestrales», «el resto de los libros». Este lenguaje implica un grupo de libros fijo y completo, pero uno menos antiguo y bien establecido que los libros que contiene. Filón, en el siglo I d.C., se refiere a las tres secciones (De vita contemplativa 25), y también Cristo (Lucas 24:44), y ambos le dan a la tercera sección su nombre más temprano de «los salmos».

El cierre de la segunda y LA tercera seccióN del canon

La fecha cuando los Profetas y los Hagiógrafos fueron organizados en sus secciones separadas fue probablemente alrededor de 165 a.C. La tradición de 2 Macabeos que se acaba de citar habla de la segunda crisis en la historia del canon: «De igual manera, Judas [Macabeo] ha reunido todos los libros dispersos por causa de la guerra que nos han hecho, y ahora esos libros están en nuestras manos» (2 Macabeos 2:14). La «guerra» que se menciona aquí es la guerra macabea de liberación del perseguidor sirio Antíoco Epífanes. La hostilidad de Antíoco contra la Escritura está registrada (1 Macabeos 1:56 y siguientes), y en efecto, es probable que Judas hubiera tenido que recolectar copias de ellos cuando terminó la persecución. Judas sabía que el don profético había cesado mucho tiempo antes (1 Macabeos 9:27), así que parece posible que cuando hubo reunido las Escrituras esparcidas, arregló y anotó la colección completa en el orden tradicional. Puesto que los libros estaban todavía en rollos separados, los cuales debían ser «compilados», lo que él debe de haber producido no habrá sido un volumen sino una colección, y una lista de los libros de la colección, dividida en tres.

Al hacer esta lista, es probable que Judas estableciera no sólo la división firme en Profetas y Hagiógrafos sino también el orden y número tradicionales de los libros que la componían. Una lista de libros tiene que tener orden y número, y el orden tradicional tiene a Crónicas como el último de los Hagiógrafos. Esta posición para Crónicas puede ser trazada hasta el siglo I d.C., puesto que está reflejada en las palabras de Cristo en Mateo 23:35 y Lucas 11:51, donde la frase «desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías» probablemente se refiere a todos los profetas que fueron mártires desde el principio del canon hasta el fin, desde Génesis 4:3–15 a 2 Crónicas 24:19–22. El número tradicional de los libros canónicos es veinticuatro (los cinco libros de la Ley, junto con los ocho libros de los Profetas y los once libros de la hagiógrafa que se enumeraron antes), o veintidós (en este caso Rut aparece como un apéndice de Jueces, y Lamentaciones de Jeremías, para conformarse al número de letras del abecedario hebreo). El número veinticuatro se registra primero en Apocalipsis de Esdras 14:44–48, alrededor de 100 d.C. El número veintidós se registra primero en Josefo (Contra Apion 1.8), un poco antes de 100 d.C., pero también probablemente en los fragmentos de la traducción griega del libro de Jubileo (¿siglo I a.C.?). Si el número veintidós data del siglo I a.C., lo mismo sucede con el número veinticuatro, porque el primero es una adaptación del segundo al número de letras del abecedario. Y puesto que el número veinticuatro, que combina algunos de los libros más pequeños en unidades separadas pero no otros, parece haber sido influenciado en esto por el orden tradicional, entonces el orden también debe ser igual de antiguo. No hay duda en cuanto a la identidad de los veinticuatro o veintidós libros—son los libros de la Biblia hebrea. Josefo dice que todos han sido aceptados como canónicos desde tiempos inmemoriales. De los escritos del siglo I d.C. o antes, se puede proveer testimonio individual de la canonicidad de casi todos ellos. Esto es cierto aun de cuatro de los cinco que disputan ciertos rabinos; solamente el Cantar de los Cantares, tal vez debido a su brevedad, permanece sin testimonio individual.

Tal evidencia implica que para el comienzo de la era cristiana, la identidad de todos los libros canónicos era bien conocida y generalmente aceptada. ¿Cómo, entonces, se ha llegado a pensar que la tercera sección del canon no fue cerrada hasta el sínodo de Jamnia, algunas décadas después del nacimiento de la iglesia cristiana? Las razones principales son que la literatura rabínica registra disputas acerca de los cinco libros, algunas de las cuales fueron resueltas en la discusión de Jamnia; que muchos de los manuscritos de la Septuaginta mezclan libros apócrifos entre los canónicos, impulsando de esta forma la teoría de un canon alejandrino más amplio; y que los descubrimientos del Qumrán muestran que los pseudepigrapha (libros apócrifos) apocalípticos fueron apreciados, y tal vez considerados canónicos, por los esenios. Pero la literatura rabínica registra objeciones académicas similares, aunque contestadas con más rapidez, a muchos otros libros canónicos, así que debe haber sido un asunto de quitar libros de la lista (si hubiera sido posible), no de agregarlos. Por otra parte, uno de los cinco libros disputados (Ezequiel) pertenece a la segunda sección del canon, la que se admite haber estado cerrada mucho antes de la era cristiana. En cuanto al canon alejandrino, los escritos de Filón de Alejandría muestran que era el mismo que el palestino. Él se refiere a las tres secciones familiares y le atribuye inspiración a muchos de los libros en las tres, pero nunca a ninguno de los apócrifos. En los manuscritos de la Septuaginta, algunos cristianos han vuelto a arreglar, de forma no judía, los libros de los Profetas y los Hagiógrafos, y la mezcla de libros apócrifos allí es un fenómeno cristiano y no uno judío. En el Qumrán los apocalipsis pseudónimos probablemente se veían más como un apéndice esenio al canon estándar judío que como una parte integral de él. Se hacen referencias a este apéndice en el registro de Filón de la Therapeutae (De Vita Contemplativa 25) y en Apocalipsis de Esdras 14:44–48. Un hecho igualmente significativo descubierto en Qumrán es que los esenios, aunque eran rivales del judaísmo tradicional desde el siglo II a.C., reconocieron como canónicos algunos de los Hagiógrafos, y presumiblemente lo habían hecho desde antes de que comenzara la rivalidad.

Del canon judío al cristiano

Los manuscritos de la Septuaginta son paralelos con los escritos de los padres de la iglesia cristiana primitiva, quienes (por lo menos fuera de Palestina y Siria) normalmente usaban la Septuaginta o la antigua versión latina derivada. En sus escritos hay ambos, un canon amplio y otro reducido. El amplio comprende aquellos libros desde antes del tiempo de Cristo que generalmente eran leídos y estimados en la iglesia (incluyendo los apócrifos), pero el canon reducido está confinado a los libros de la Biblia hebrea, a los cuales los eruditos como Melitón, Orígenes, Epifanio y Jerónimo distinguen claramente del resto como los únicos inspirados. Los libros apócrifos fueron conocidos desde el principio en la iglesia, pero cuanto más atrás se va, tanto más raro es que sean tratados como inspirados. En el Nuevo Testamento mismo, encontramos a Cristo reconociendo las Escrituras judías por varios de sus títulos corrientes, y aceptando las tres secciones del canon judío y el orden tradicional de los libros; y encontramos que se refiere a la mayoría de los libros como que tiene autoridad divina—pero no así de ninguno de los apócrifos. Las únicas excepciones aparentes se encuentran en Judas: Judas 9 (citando la obra apócrifa El testamento de Moisés) y Judas 14, citando Enoc. El hecho de que Judas cite estas obras no quiere decir que creyera que eran divinamente inspiradas, al igual que la cita de Pablo de varios poetas griegos (vea Hechos 17:28; 1 Corintios 15:33; Tito 1:12) no les atribuye inspiración divina a la poesía de ellos.

Lo que evidentemente sucedió en los primeros siglos del cristianismo es esto: Cristo les pasó a sus seguidores, como la Santa Escritura, la Biblia que él había recibido, que contiene los mismos libros de la Biblia hebrea de hoy. Los primeros cristianos compartieron con sus contemporáneos judíos un conocimiento completo de la identidad de los libros canónicos. Sin embargo, la Biblia no se encontraba todavía entre dos tapas: era una lista memorizada de rollos. La brecha con la tradición oral judía (una brecha muy necesaria en algunos asuntos), la separación entre judíos y cristianos y la ignorancia general de las lenguas semíticas en la iglesia fuera de Palestina y Siria llevaron a dudas crecientes en cuanto al canon entre los cristianos, lo cual fue acentuado por la aparición de nuevas listas de los libros bíblicos, arreglados sobre otros principios, y la introducción de nuevos leccionarios. Tales dudas sobre el canon sólo podían ser resueltas, y sólo se pueden resolver hoy, de la forma en que fueron resueltas en la Reforma—regresando a las enseñanzas del Nuevo Testamento y al trasfondo judío sobre cuya base es que se debe entender.

Bibliografía

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“Si no fuera por Emilia…”

Diciembre 30

“Si no fuera por Emilia…”

Lectura bíblica: Juan 15:9–13

Este es mi mandamiento; que os améis los unos a otros, como yo os he amado. Juan 15:12

a1—Lindo vestido, Irene —dijo una compañera burlonamente—. ¿Qué hizo tu mamá con la otra mitad de las cortinas viejas? ¿Le hizo pantalones a tu hermano?

Sin querer, Emilia oyó. Sabía que Irene estaba recibiendo su dosis diaria de crueldad por parte de sus compañeras de clase. Irene no tenía cualidades que la hubieran hecho popular. Era callada, tímida, y una verdadera “luz” en los estudios. Prácticamente vivía en la biblioteca. No hacía deportes ni por casualidad. Y la ropa que usaba… en fin… requete pasada de moda. Cualquiera que atreviera a llamarse su amiga se arriesgaba a ser marginada, por eso nadie se acercaba a ella.

El domingo siguiente, Emilia escuchó este pasaje en la iglesia: “El que no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto” (1 Juan 4:20).

Después, Emilia no podía dejar de pensar en Irene, y en ese versículo bíblico. Sabía lo que Jesús quería que hiciera. Mientras las demás compañeras la miraban y se reían de ella, se acercó a Irene y se sentó con ella en el recreo.

Emilia siguió siendo una buena amiga de Irene en la secundaria, aun a costa de otras amistades. Al terminar la secundaria, Irene, la “luz”, tenía las mejores calificaciones de su clase. Un gran honor, excepto que en su escuela era la costumbre que el mejor alumno del último año tenía que hacer un discurso de despedida en el acto de fin de año. Parada en la plataforma en la ceremonia, Irene se esforzó por agradecer a sus padres y a sus profesores por el apoyo que le habían brindado. De pronto, se le hizo un nudo en la garganta. Cuando Emilia vio que su amiga se iba a poner a llorar, se levantó de su asiento para pararse a su lado.

Tomada de la mano de Emilia, Irene continuó:

—Sobre todo, quiero agradecer a Emilia. Cuando me sentía peor que nunca, rechazada y avergonzada, me demostró lo que significa ser una amiga. Si no hubiera sido por Emilia, no estaría hoy aquí.

Amar a otros como nos ama Cristo puede resultar caro. Pero piensa en el precio que Jesús pagó para amarnos. Él dejó la gloria y el esplendor del cielo. Vino a la Tierra, donde la gente se burló de él, donde lo rechazaron, azotaron y escupieron, y luego fue crucificado.

Jesús quiere que compartamos el maravilloso amor que nos ha dado. Vale la pena amar a cada persona con la que te encuentras. Y cuando amas como ama Jesús, nunca sabes qué grandes amigos conseguirás.

PARA DIALOGAR
¿De qué manera puedes amar a aquellos que el mundo no ama? ¿Qué te costará? ¿Estás dispuesto a pagar el precio?

PARA ORAR
Señor, enséñanos a amar a los demás como tú nos amas.

PARA HACER
¿Puedes pensar en alguien en tu mundo que te recuerda a Irene? ¿Qué puedes hacer para ofrecerle tu amistad?

McDowell, J., & Johnson, K. (2005). Devocionales para la familia. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano.