El canon del Nuevo Testamento

El canon del Nuevo Testamento

Autor: Milton Fisher

a1El Nuevo Testamento fue escrito en un período de medio siglo, varios siglos después de que se completó el Antiguo Testamento. Algunos críticos modernos cuestionarían ambas mitades de esa afirmación y extenderían el tiempo en que se completaron ambos testamentos. Sin embargo, el escritor de este estudio tiene confianza en cuanto a la veracidad de los hechos históricos, y el enfoque tomado para la canonización de ambos, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, está basado sólidamente sobre esa premisa doble.

El Antiguo Testamento se encuentra tan lejos de nosotros en cuanto al tiempo que su formación como un cuerpo de Escritura puede ser considerada muy remota para poder certificar su contenido. Pero ese no es el caso. En un sentido, poseemos mucha más certificación del canon del Antiguo Testamento que del canon del Nuevo Testamento (vea el capítulo «El canon del Antiguo Testamento»). Nos referimos al hecho de la aprobación de nuestro Señor por la forma en que usó las Escrituras hebreas como la Palabra autoritativa de Dios.

Sin embargo, hay un sentido en el cual Jesucristo estableció también el contenido o canon del Nuevo Testamento, en la forma de anticipación. Fue él quien prometió: «el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho» y «los guiará a toda la verdad» (Juan 14:26; 16:13, NVI).

De esto podemos derivar, a su vez, el principio básico de la canonicidad del Nuevo Testamento. Es idéntico al del Antiguo Testamento, puesto que se reduce a un asunto de inspiración divina. Ya sea que pensemos en los profetas de la época del Antiguo Testamento, o en los apóstoles y sus asociados, dados por Dios, del Nuevo Testamento, el reconocimiento de que eran portavoces auténticos de Dios en el mismo momento de sus escritos es lo que determina la canonicidad intrínseca de los mismos. Es verdaderamente la Palabra de Dios sólo si es inspirada por Dios. Podemos estar seguros de que la iglesia de la época apostólica recibió los libros que se cuestionan precisamente cuando un apóstol los había certificado como verdaderamente inspirados. La variación aparente, relativa a la zona geográfica, en el reconocimiento de algunas de las epístolas del Nuevo Testamento puede muy bien reflejar el simple hecho de que este testimonio, por su naturaleza, estaba localizado al primero. Por el contrario, el hecho que los veintisiete libros del Nuevo Testamento, que ahora se reconocen universalmente, fueran finalmente aceptados es evidencia de que su propio testimonio fue ciertamente confirmado después de una rigurosa investigación.

Tertuliano, un escritor cristiano notable de las primeras dos décadas del siglo III, fue uno de los primeros en llamar a las Escrituras cristianas el «Nuevo Testamento». Ese título había aparecido antes (circa 190) en una composición contra el montanismo, pero su autor es desconocido. Esto es muy importante. Su uso colocó a la Escritura llamada Nuevo Testamento en el mismo nivel de inspiración y autoridad que el Antiguo Testamento.

De la información que se encuentra disponible, el proceso gradual que llevó al reconocimiento público, completo y formal de un canon fijo de los veintisiete libros que componen el Nuevo Testamento nos lleva al siglo IV de nuestra era. Esto no quiere decir necesariamente que a estas Escrituras les faltara reconocimiento en su totalidad antes de ese tiempo, sino que la necesidad de definir oficialmente el canon no urgió hasta entonces. Semejante a esto sería la forma en que ciertas doctrinas teológicas han sido enunciadas en ciertos períodos de la historia de la iglesia, como, por ejemplo, las formulaciones cristológicas de los primeros siglos de la iglesia y la doctrina de la justificación por fe en el tiempo de la Reforma. El hecho de que algunos le acreditan a Tertuliano ser el primero en definir claramente la Trinidad no debe tomarse como que la doctrina del Dios trino comenzó a existir a esa altura en la historia, o que la Biblia no contenía esa verdad. De igual manera, el Nuevo Testamento fue realmente terminado con la escritura de su porción final (que no fue necesariamente el libro del Apocalipsis) y no se constituyó Escritura por las declaraciones hechas en este sentido por los hombres, ya sea que hablaran como individuos o como grupos.

Mientras que el Nuevo Testamento es totalmente el homólogo y el final de la revelación dada en el Antiguo Testamento, la estructura de su forma es algo diferente. El principio organizador del canon del Antiguo Testamento fue su naturaleza de ser un documento de pacto. El Pentateuco, en particular, comparte el patrón establecido por otros tratados y acuerdos escritos del antiguo Cercano Oriente. El principio de los escritos sagrados autoritativos, establecido en el Antiguo Testamento para el pueblo de Dios, obviamente se extendió al Nuevo Testamento.

Aunque escribir el Nuevo Testamento tomó un período mucho más corto, el alcance geográfico de su origen es mucho más amplio. Esta circunstancia por sí sola es suficiente para explicar la falta de reconocimiento espontáneo o simultáneo del alcance preciso del canon del Nuevo Testamento. Debido al aislamiento geográfico de los varios recipientes de porciones del Nuevo Testamento, era de esperarse que hubiera algún retraso e incertidumbre de una región a otra en cuanto al reconocimiento de algunos de los libros.

Para apreciar lo que sucedió en el proceso de la canonización de los libros del Nuevo Testamento, debemos revisar los hechos que tenemos disponibles. Esto nos permitirá analizar cómo y por qué nuestros primeros antepasados cristianos estuvieron de acuerdo con los veintisiete libros de nuestro Nuevo Testamento.

El proceso histórico fue gradual y continuo, pero nos ayudará a entenderlo si subdividimos los casi tres siglos y medio que llevó en períodos más cortos. Algunos hablan de tres etapas mayores hacia la canonización. Esto implica, sin justificación, que hay pasos que se pueden discernir claramente a lo largo del camino. Otros simplemente presentan una larga lista de nombres de personas y de documentos involucrados. Una lista así hace difícil sentir cualquier tipo de movimiento. Aquí se hará una división un poco arbitraria de cinco períodos, con el recordatorio de que la difusión del conocimiento de la literatura sagrada y el profundo consenso de su autenticidad como Escritura inspirada continuó en forma ininterrumpida. Los períodos son:

1. El siglo I

2. La primera mitad del siglo II

3. La segunda mitad del siglo II

4. El siglo III

5. El siglo IV

De nuevo, sin querer inferir que estas son etapas definidas, será útil notar las tendencias más importantes de cada uno de los períodos que acabamos de identificar. En el primer período, por supuesto, fue cuando se escribieron los diversos libros, pero también comenzaron a ser copiados y diseminados entre la iglesia. En el segundo, a medida que se hacían más conocidos y apreciados por su contenido, comenzaron a ser citados como autoritativos. Hacia el final del tercer período tenían un lugar reconocido al lado del Antiguo Testamento como «Escritura» y comenzaron a ser traducidos a idiomas regionales, tanto como a ser sujetos de comentarios. Durante el siglo III d.C., que es nuestro cuarto período, la colección de libros en un «Nuevo Testamento» estaba en camino, junto a un proceso de selección que los estaba separando de otra literatura cristiana. El período final, o quinto, presenta a los padres de la iglesia del siglo IV declarando que se ha llegado a conclusiones en cuanto al canon, lo que indica la aceptación de toda la iglesia. Así que, en el sentido más estricto y formal de la palabra, el canon se había hecho fijo. Nos falta examinar con más detalle las fuerzas y los individuos que produjeron las fuentes escritas que dan testimonio de este notable proceso, a través del cual, por la providencia de Dios, hemos heredado nuestro Nuevo Testamento.

Primer período: el siglo I

El principio determinante que reconoce la autoridad de los escritos canónicos del Nuevo Testamento fue establecido dentro del contenido de esos mismos escritos. Existen repetidas exhortaciones para que las comunicaciones apostólicas se lean públicamente. Al final de la primera carta a los Tesalonicenses, posiblemente el primer libro del Nuevo Testamento que se escribió, Pablo dice: «Les encargo delante del Señor que lean esta carta a todos los hermanos» (1 Tesalonicenses 5:27, NVI). Antes, en la misma carta, Pablo alaba la pronta aceptación de su palabra escrita como «la palabra de Dios» (2:13), y en 1 Corintios 14:37 (NVI) habla en forma similar de «esto que les escribo», insistiendo que su mensaje debe ser reconocido como un mandamiento del Señor mismo. (Vea también Colosenses 4:16; Apocalipsis 1:3.) En 2 Pedro 3:15–16 (NVI), las cartas de Pablo se incluyen con «las demás Escrituras». Puesto que la carta de Pedro es una carta general, aquí se infiere el conocimiento ampliamente difundido de las cartas de Pablo. También es altamente indicativo el uso que hace Pablo en 1 Timoteo 5:18 (NVI). Él sigue la fórmula «la Escritura dice» al combinar una cita acerca de no ponerle bozal a un buey (Deuteronomio 25:4) y «el trabajador merece que se le pague su salario» (compare Lucas 10:7). Así que se infiere una equivalencia entre la Escritura del Antiguo Testamento y un Evangelio del Nuevo Testamento.

En 95 d.C., Clemente de Roma les escribió a los cristianos en Corinto usando una rendición libre del material de Mateo y Lucas. Él parece estar profundamente influenciado por el libro de Hebreos, y es obvio que tiene familiaridad con Romanos y Corintios. También hay referencias a 1 Timoteo, Tito, 1 Pedro y Efesios.

Segundo período: la primera mitad del siglo II

Uno de los primeros manuscritos del Nuevo Testamento que se descubrió en Egipto, un fragmento de Juan conocido como el papiro de John Rylands, demuestra la forma en que los escritos del apóstol Juan eran honrados y copiados alrededor de 125 d.C., en un período de treinta a treinta y cinco años después de su muerte. Hay evidencia que en los treinta años después de la muerte del apóstol, todos los Evangelios y las cartas paulinas eran conocidos y usados en todos esos centros desde donde nos ha llegado la evidencia. Es verdad que algunas de las cartas más breves fueron cuestionadas en algunos lugares en lo referente a su autoridad por tal vez otros cincuenta años, pero eso se debió solamente a la incertidumbre en esos lugares en cuanto a su paternidad literaria. Esto demuestra que la aceptación no estaba siendo impuesta por las acciones de los concilios, sino más bien que sucedía espontáneamente a través de la respuesta normal de parte de aquellos que conocían los hechos acerca de su paternidad literaria. En aquellos lugares en los cuales las iglesias estaban inseguras en cuanto a su paternidad literaria o a la aprobación apostólica de ciertos libros, la aceptación era más lenta.

Los primeros tres padres notables de la iglesia, Clemente, Policarpo e Ignacio, usaron la mayor parte del material del Nuevo Testamento de forma reveladoramente casual—las Escrituras autenticadas estaban siendo aceptadas como autoritativas sin ningún argumento. En los escritos de estos hombres sólo Marcos (cuyo material es muy paralelo al material de Mateo), 2 y 3 Juan, Judas y 2 Pedro no son atestiguados claramente.

Las Epístolas de Ignacio (circa 115 d.C.) tienen correspondencia en varios lugares de los Evangelios y parecen incorporar el lenguaje de varias de las cartas paulinas. La Didache (o Enseñanza de los Doce), tal vez aun antes, hace referencia a un Evangelio escrito. Lo más importante es el hecho de que Clemente, Bernabé e Ignacio hacen una clara distinción entre sus escritos y los escritos autoritativos e inspirados de los apóstoles.

Es en la Epístola de Bernabé, alrededor de 130 d.C., que encontramos primero la fórmula «está escrito» (4:14) usada en referencia a un libro del Nuevo Testamento (Mateo 22:14). Pero aun antes de esto, Policarpo, quien conocía personalmente a algunos testigos del ministerio de nuestro Señor, usó una cita combinada del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Al citar la amonestación de Pablo en Efesios 4:26, donde el apóstol cita el Salmo 4:4 y hace un agregado, Policarpo, en su Epístola a los Filipenses, introduce la referencia así: «según dicen estas Escrituras» (12:1). Luego Papías, obispo de Hierápolis (circa 130–140), en un trabajo que Eusebio preservó para nosotros, menciona por nombre los Evangelios de Mateo y Marcos, y su uso de ellos, como la base de la exposición, indica que eran aceptados como canónicos. También alrededor de 140 d.C., el recientemente descubierto Evangelio de la verdad (una obra de orientación gnóstica cuyo autor fue probablemente Valentín) hace una contribución importante. Su uso de fuentes canónicas del Nuevo Testamento, las que trata como autoritativas, es lo suficientemente amplio como para garantizar la conclusión de que en Roma (en ese período) existía una compilación del Nuevo Testamento que correspondía muy de cerca a la nuestra. Se hacen citas de los Evangelios, Hechos, las cartas de Pablo, Hebreos y el libro del Apocalipsis.

El hereje Marción, al definir un canon limitado de su propia creación (circa 140), en efecto apresuró el día en que los creyentes ortodoxos necesitaron formular una declaración propia sobre este asunto. Rechazando todo el Antiguo Testamento, Marción se quedó con el Evangelio de Lucas (eliminando los capítulos 1 y 2 como demasiado judíos) y las cartas de Pablo (excepto por las pastorales). Es interesante notar, especialmente a la luz de Colosenses 4:16, que él sustituye el nombre «laodiceos» por efesios.

Cerca del final de este período Justino Mártir, al describir los servicios de adoración de la iglesia primitiva, pone a los escritos de los apóstoles a la par con los de los profetas del Antiguo Testamento. Él declara que la voz que habló a través de los apóstoles de Cristo en el Nuevo Testamento era la misma que habló a través de los profetas—la voz de Dios—y la misma voz que escuchó Abraham, a la cual respondió en fe y obediencia. Justino también usó libremente «está escrito» con citas de las Escrituras del Nuevo Testamento.

Tercer período: la segunda mitad del siglo II

Ireneo había tenido el privilegio de comenzar su adiestramiento cristiano bajo Policarpo, un discípulo de los apóstoles. Luego, cuando fue presbítero en Lyon, tuvo una asociación con el obispo Potino, cuyo propio trasfondo también incluía contacto con la primera generación de cristianos. Ireneo cita de casi todo el Nuevo Testamento sobre la base de su autoridad y afirma que los apóstoles fueron investidos con poder de lo alto. Dice que estaban «totalmente informados en lo referente a todas las cosas y tenían conocimiento perfecto … teniendo todos en igual medida y cada uno en particular el evangelio de Dios» (Contra las herejías 3.3). Ireneo da razones de por qué debe haber cuatro Evangelios. «La Palabra», dice él: «… nos dio el evangelio en forma de cuatro libros, pero unidos por un Espíritu». Además de los Evangelios, él también hace referencia a Hechos, 1 Pedro, 1 Juan, todas las cartas de Pablo excepto Filemón y el libro del Apocalipsis.

Taciano, alumno de Justino Mártir, hizo una armonía de los cuatro Evangelios llamada Diatessaron, afirmando que tenían el mismo estado en la iglesia ya en 170 d.C. Para entonces habían surgido otros «evangelios», pero él reconoció sólo a los cuatro. También alrededor del año 170 existía el Canon Muratoriano. El bibliotecario L. A. Muratori descubrió una copia del siglo VIII de este documento, la que publicó en 1740. El manuscrito está mutilado en ambos extremos, pero el texto que queda hace evidente que Mateo y Marcos estaban incluidos en la parte que falta ahora. El fragmento comienza con Lucas y Juan, cita Hechos, trece cartas paulinas, Judas, 1 y 2 Juan y el Apocalipsis. Le sigue una declaración: «Aceptamos sólo el Apocalipsis de Juan y Pedro, aunque algunos de nosotros no queremos [¿El Apocalipsis de Pedro es 2 Pedro?] que sea leído en la iglesia». La lista continúa rechazando por nombre a varios líderes herejes y a sus escritos.

Para esta época ya existían versiones traducidas. En la forma de traducciones siríacas y latinas antiguas podemos encontrar, ya en el año 170, el testimonio válido de las ramas orientales y occidentales de la iglesia, como también lo podríamos esperar de la otra evidencia a la mano. El canon del Nuevo Testamento se representa sin adiciones y la omisión de un solo libro, 2 Pedro.

Cuarto período: el siglo III

El nombre cristiano que sobresale en el siglo III es el de Orígenes (185–254 d.C.) Era un erudito y exégeta prodigioso, e hizo estudios críticos del texto del Nuevo Testamento (junto con su trabajo en Exaplos), y escribió comentarios y homilías sobre la mayor parte de los libros del Nuevo Testamento, enfatizando que fueron inspirados por Dios.

Dionisio de Alejandría, que era alumno de Orígenes, indica que mientras que la iglesia occidental aceptó el libro del Apocalipsis desde el principio, su posición en el este fue variable. En el caso de la carta a los Hebreos, la situación fue al revés. Probó ser más insegura en el oeste que en el este. Cuando se trata de otros libros en discusión (note, a propósito, que todos los que están en esa categoría tienen la posición postrera en nuestras Biblias presentes—de Hebreos a Apocalipsis), entre las así llamadas «epístolas católicas», Dionisio apoya a Santiago, y a 2 y 3 Juan, pero no a 2 Pedro o Judas. En otras palabras, aun a fines del siglo III existía la misma falta de finalidad acerca del canon que existió al comienzo del siglo.

Quinto período: el siglo IV

El cuadro comienza a aclararse temprano en este período. Eusebio (270–340 d.C., obispo de Cesarea antes del año 315), el gran historiador de la iglesia, expone su estimado del canon en su Historia Eclesiástica (3, capítulos iii–xxv). En esta obra hace una declaración directa sobre el estado del canon en la primera parte del siglo IV. (1) Los cuatro Evangelios, Hechos, las cartas de Pablo (incluyendo Hebreos, con dudas en cuanto a quién fue su autor), 1 Pedro, 1 Juan y Apocalipsis fueron aceptados como canónicos universalmente. (2) Admitidos por la mayoría, incluyendo a Eusebio mismo, pero disputados por algunos, estaban Santiago, 2 Pedro (el más fuertemente debatido), 2 y 3 Juan y Judas. (3) Los Hechos de Pablo, la Didache, y El pastor de Hermas fueron clasificados «espurios», e inclusive otros escritos estaban clasificados como «heréticos y absurdos».

Sin embargo, es en esta última mitad del siglo IV que el canon del Nuevo Testamento encuentra su declaración final. En su Carta Festiva para la Pascua del año 367, el obispo Atanasio de Alejandría incluyó información que tenía el propósito de eliminar, de una vez por todas, el uso de ciertos libros apócrifos. Esta carta, con su amonestación: «Que nadie le agregue a esto; que nada sea quitado», nos da el documento más antiguo que existe en el cual se especifican nuestros veintisiete libros sin calificarlos. Al final del siglo, el Concilio de Cartago (397 d.C.) decretó que «aparte de las Escrituras canónicas nada se debe leer en la iglesia bajo el Nombre de Escrituras Divinas». Esto también cataloga los veintisiete libros del Nuevo Testamento.

El repentino avance del cristianismo bajo el emperador Constantino (Edicto de Milán, 313) tuvo mucho que ver con la recepción de todos los libros del Nuevo Testamento en el Este. Cuando le asignó a Eusebio la tarea de preparar «cincuenta copias de las Escrituras Divinas», el historiador, totalmente consciente de cuáles eran los libros sagrados por los que muchos creyentes habían estado dispuestos a dar sus vidas, estableció en efecto la norma que dio reconocimiento a todos los libros que alguna vez habían ofrecido dudas. En el Oeste, por supuesto, Jerónimo y Agustín fueron los líderes que ejercieron una influencia determinante. La publicación de los veintisiete libros en la versión Vulgata virtualmente resolvió el asunto.

Principios y factores que determinaron el canon

Por su propia naturaleza, la Santa Escritura, ya sea el Antiguo o el Nuevo Testamento, es un producto dado por Dios y no una obra de la creación humana. La clave de la canonicidad es la inspiración divina. Por lo tanto, el método de determinación no es uno que selecciona de una cantidad de posibles candidatos (no hay otros candidatos en realidad), sino uno de la recepción de los materiales auténticos y el consecuente reconocimiento por un círculo cada vez más grande a medida que se hacen conocidos los hechos de su origen.

En un sentido, el movimiento de Montano, que la iglesia de su época declaró herético (a mediados del siglo II), fue un impulso hacia el reconocimiento de un canon cerrado de la Palabra escrita de Dios. Él enseñó que el don profético había sido concedido a la iglesia en forma permanente y que él mismo era un profeta. Por lo tanto, la presión de enfrentar al montanismo intensificó la búsqueda de una autoridad básica, y la autoría o aprobación apostólica se reconoció como la única norma verdadera para identificar la revelación de Dios. Aun con el registro de la Escritura, los profetas del primer siglo estaban subordinados y sujetos a la autoridad apostólica. (Por ejemplo, vea 1 Corintios 14:29–30; Efesios 4:11.)

Cuando todas las cosas fueron examinadas durante la Reforma protestante, algunos de los reformadores buscaron medios para asegurarse a sí mismos, y a sus seguidores, en cuanto al canon de la Escritura. En algunos aspectos, esto fue un aspecto desafortunado del pensamiento reformador, porque una vez que Dios en su providencia había determinado para su pueblo el contenido fijo de la Escritura, eso se convirtió en un hecho histórico y no era un proceso repetible. No obstante, Lutero estableció una prueba teológica para los libros de la Biblia (y cuestionó algunos de ellos)—«¿Enseñan sobre Cristo?» Parecería que igualmente subjetiva fue la insistencia de Calvino de que el Espíritu de Dios da testimonio a cada cristiano individual, en cualquier época de la historia de la iglesia, en lo referente a lo que es la Palabra de Dios y lo que no es.

En realidad, aun para la aceptación inicial de la Palabra escrita, no es seguro ni correcto (hasta donde nos enseña la Escritura o la historia) decir que el reconocimiento y la recepción fueron un asunto intuitivo. Fue más bien un asunto de simple obediencia a los mandamientos conocidos de Cristo y de sus apóstoles. Como vimos al principio, nuestro Señor prometió (Juan 14:26; 16:13) comunicar todas las cosas necesarias a sus seguidores. Los apóstoles estaban conscientes de su responsabilidad y acciones cuando escribieron. La explicación de Pablo en 1 Corintios 2:13 (NVI) es oportuna: «Esto es precisamente de lo que hablamos, no con las palabras que enseña la sabiduría humana sino con las que enseña el Espíritu, de modo que expresamos verdades espirituales en términos espirituales».

Por lo tanto, la iglesia primitiva, con vinculaciones más estrechas y más información de la que tenemos nosotros hoy, examinó el testimonio de la antigüedad. Ellos pudieron discernir cuáles eran los libros auténticos y autoritativos por su origen apostólico. La asociación de Marcos con Pedro y la de Lucas con Pablo les dieron esta aprobación, y las epístolas como Hebreos y Judas también estaban ligadas al mensaje y ministerio apostólico. La coherencia incontrovertible de doctrina en todos los libros, incluyendo los ocasionalmente disputados, fue tal vez una prueba subordinada. Pero históricamente, el proceso fue de aceptación y aprobación de aquellos libros que los sabios líderes de la iglesia habían confirmado. La aceptación total de los que recibieron estos libros en un principio, seguida por un reconocimiento y uso continuos, es un factor esencial en el desarrollo del canon.

El concepto de la iglesia sobre el canon, derivado principalmente de la reverencia que le daban a las Escrituras del Antiguo Testamento, se apoyaba en la convicción de que los apóstoles habían sido autorizados en forma única para hablar en el nombre de aquel que posee toda autoridad—el Señor Jesucristo. El desarrollo desde allí es lógico y directo. Aquellos que escucharon a Jesús en persona quedaron sujetos inmediatamente a su autoridad. Él, personalmente, les autenticó sus palabras a los creyentes. Estos mismos creyentes sabían que Jesús autorizó a sus discípulos a hablar en su nombre, tanto durante y (más significativamente) después de su ministerio terrenal. La iglesia reconocía a los que hablaban en forma apostólica a favor de Cristo, ya fuera en palabras habladas o en forma escrita. Ambas, la palabra hablada de un apóstol y la carta de un apóstol, constituían la palabra de Cristo.

La generación que siguió a la de los apóstoles mismos recibió el testimonio de aquellos que sabían que los apóstoles tenían el derecho de hablar y escribir en el nombre de Cristo. Por lo tanto, la segunda y la tercera generación de cristianos consideraban las palabras apostólicas (los escritos) como las mismas palabras de Cristo. Esto es en realidad lo que se quiere decir por canonización—el reconocimiento de la palabra divinamente autenticada. Por lo tanto, los creyentes (la iglesia) no establecieron el canon, sino que simplemente testificaron de su existencia reconociendo la autoridad de la palabra de Cristo.

Crítica del canon

Como una nota al pie de página del caso de la confiabilidad del canon de veintisiete libros del Nuevo Testamento con el cual estamos familiarizados, debe observarse que todavía hay algunos que sienten que este asunto no está arreglado, o que tal vez no se debería haber llegado a un acuerdo como se hizo. Se presentaron dos objeciones. Una de ellas tiene que ver con la insuficiencia de las soluciones que propusieron los reformadores a sus propias preguntas. Queremos sostener que las preguntas ya habían sido contestadas históricamente, y que las pruebas de canonicidad propuestas por Lutero y Calvino eran impropias. La otra objeción se basa en la suposición de que los padres de la iglesia operaban sobre información incorrecta. Varios de los libros del Nuevo Testamento, sugieren ellos, no fueron escritos hasta después de la época de los apóstoles, o por lo menos tienen una paternidad literaria cuestionable. Yo creo que estas sospechas se han tratado y desvanecido con la presentación anterior. Ningún cristiano, confiando en la obra providencial de su Dios e informado acerca de la verdadera naturaleza de la canonicidad de la Palabra de Dios, debería preocuparse por la autenticidad de la Biblia que poseemos ahora.

Bibliografía

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Gamble, Harry Y. «The Canon of the New Testament [El canon del Nuevo Testamento]» en The New Testament and Its Modern Interpreters [El Nuevo Testamento y sus intérpretes modernos], editado por E. J. Epp y G. W. McRae, 1989.

Harrison, Everett. Introduction to the New Testament [Introducción al Nuevo Testamento], 1971.

McRay, John R. «New Testament Canon [El canon del Nuevo Testamento]» en la Baker Encyclopedia of the Bible [Enciclopedia Baker de la Biblia], editado por Walter Elwell, 1988.

Comfort, P. W., & Serrano, R. A. (2008). El Origen de la Biblia (pp. 67–80). Carol Stream, IL: Tyndale House Publishers, Inc.

¿Qué quieres ser cuando seas mayor?

DICIEMBRE 31

¿Qué quieres ser cuando seas mayor?

Lectura bíblica: Juan 15:14–16

Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y para que vuestro fruto permanezca. Juan 15:16

a1Te presento a Diana, la nadadora. Diana empezó a nadar en un equipo de natación a los nueve años y nunca aflojó. Ganaba prácticamente todas las competencia en que intervenía: estilo libre, mariposa, pecho y carreras de relevos. Para su segundo año de universidad, calificó para las Olimpiadas. El verano que viene, Diana competirá en sus primeras Olimpiadas.

Te presento a Mauricio, el creyente. A Mauricio le encanta cantar, actuar y estar en obras teatrales. En la secundaria, se ganó el rol estelar en varias obras teatrales y musicales. También era el mejor actor del ministerio teatral de su iglesia. Todos los que lo conocen están seguros de que un día lo verán en las películas. Recibió una beca a una reconocida academia de actores. Pero no la aceptó porque se anotó en un seminario con miras a ser misionero. Dentro de seis meses saldrá para las Filipinas con un equipo teatral evangelístico.

Tema para comentar: ¿Qué quieres lograr en el presente?; ¿y cuando tengas quince años?; ¿y después?

Dos estudiantes, dos metas completamente distintas. Para Diana, los logros personales constituyen el centro de su vida. Todo gira alrededor de superarse y ganar. Mauricio es distinto. Él también tiene talentos especiales, metas elevadas y logros extraordinarios. Pero a diferencia de Diana, los logros de Mauricio no lo definen. No es Mauricio el actor ni Mauricio el músico; es Mauricio el creyente quien actúa y canta. Para Mauricio, servir a Cristo tiene más importancia que sus metas personales. Él considera sus dones y talentos como maneras de servir a Cristo, y sus decisiones confirman sus creencias.

Sean cuales fueren tus habilidades y talentos, la primera tarea que Dios te da es usar tus dones para producir frutos que permanezcan. En la Biblia, el fruto representa el carácter interior tanto como el impacto que puedes tener sobre tu mundo. La primera meta de Mauricio es ser la persona que Cristo quiere que sea de modo que su vida atraiga a otros hacia Cristo. Él sabe que fama y fortuna no duran para siempre, pero sí lo harán las personas que confían en Cristo por el testimonio de su carácter y de sus palabras.

Entonces, ¿quiere decir eso que un creyente no puede llegar a ser un atleta en las Olimpiadas o un actor de Broadway? Por supuesto que no quiere decir eso. Pero no dejes que tus logros definan quién eres. Si has aceptado a Cristo como tu Salvador, eres cristiano en primer lugar, en último lugar y siempre. Haz que tu vida gire alrededor de las metas de Dios para tu vida. Luego adelante, a ser todo lo que puedas ser en todo lo que el Señor te ha dotado para ser.

PARA DIALOGAR
¿De qué manera puedes usar tus talentos y habilidades para glorificar a Dios?

PARA ORAR
Señor, queremos darte el primer lugar en todo lo que hacemos. Ayúdanos a enfocarnos primero en tus propósitos para nuestra vida.

PARA HACER
Tracen un plan como familia para seguir teniendo sus devocionales después de hoy.

McDowell, J., & Johnson, K. (2005). Devocionales para la familia. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano.