MALOS PENSAMIENTOS, INCRÉDULOS Y EL ESPÍRITU SANTO

CONSULTORIO BÍBLICO 137

MALOS PENSAMIENTOS, INCRÉDULOS Y EL ESPÍRITU SANTO

PROGRAMA NO. 2016-02-25

Desde Ecuador se ha comunicado con nosotros un amigo oyente para hacernos la siguiente consulta: estoy confundido, estoy desanimado, no puedo orar, no quiero leer la Biblia y si leo no entiendo, mis pensamientos están todo el tiempo en las mujeres. Necesito su consejo.

a1Gracias por comunicarse con nosotros para pedirnos consejo acerca de la situación espiritual y emocional en la cual se encuentra estos momentos. Antes de sugerir algunas pautas para solucionar su problema, me gustaría hacerle la siguiente pregunta: ¿Ha recibido al Señor Jesucristo como su único y personal Salvador? Si lo ha hecho, gracias a Dios, porque Usted tiene todo lo que necesita para arreglar su situación espiritual y emocional, si no lo ha hecho, debe hacerlo lo antes posible porque de esta manera, no solo obtendrá perdón de pecados y vida eterna sino que también tendrá el poder para vivir la vida abundante que nos prometió el Señor Jesucristo. No está por demás al menos mencionar que para ser salvo necesita primeramente reconocer que es pecador, Romanos 3:23 dice que todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios. También tiene que reconocer que por ser pecador está en peligro de recibir eterna condenación. Romanos 6:23 dice que la paga o el castigo por el pecado es la muerte. Además debe reconocer que Dios ama al pecador y por ese amor dio a su Hijo unigénito para que muera en lugar del pecador, de modo que el pecador que cree en él tenga vida eterna. Juan 3:16 dice: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Si Usted reconoce todo esto y lo acepta sin reparo alguno, entonces debe recibir al Señor Jesucristo, el Hijo unigénito, como su único y personal Salvador. Es un acto de fe sobre la base de lo que dice la Biblia. Juan 1:12 dice: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Hable con Dios en oración y exprésele su deseo de recibir a Cristo. Dios oirá su clamor y llegará a ser salvo. Muy bien. Asumamos que ya ha tomado esta decisión, bien sea este momento o anteriormente. Usted dice que no logra concentrarse en lo que lee en la Biblia, y por tanto no entiende lo que está leyendo, porque su mente está ocupada con las mujeres. Siendo este el caso, no es de sorprenderse que se sienta confundido, desanimado, sin deseos de orar o leer la Biblia. ¿Qué hacer en esta situación? La solución a su problema aparece en Filipenses 4:8. La Biblia dice: Por lo demás,  hermanos,  todo lo que es verdadero,  todo lo honesto,  todo lo justo,  todo lo puro,  todo lo amable,  todo lo que es de buen nombre;  si hay virtud alguna,  si algo digno de alabanza,  en esto pensad.

Este es el texto lema para mantener bajo control nuestros pensamientos. Algo muy útil que Usted debe saber es que la Biblia enseña que los creyentes tenemos la capacidad de controlar lo que pensamos. No tiene sentido adoptar una actitud fatalista al afirmar que no podemos evitar el pensar en cosas que no son loables. El hecho real es que Usted o yo, o en general cualquier creyente, tenemos la capacidad de decidir sobre aquello que va a ocupar nuestra mente, es decir, nuestros pensamientos. El secreto consiste en un acto voluntario de pensar en cosas loables. Un mal pensamiento se saca de la mente cuando entra un buen pensamiento. Una persona no puede abrigar malos pensamientos y pensamientos sobre el Señor Jesús, al mismo tiempo. En la práctica esto funciona de la siguiente manera: Si un mal pensamiento surge en mi mente, lo debo desechar inmediatamente por medio de pensar en la Persona y Obra del Señor Jesucristo. No se necesita de mucha indagación para saber que el versículo de Filipenses 4:8 habla del carácter de la persona del Señor Jesucristo. En Él encontramos todo lo verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, todo lo que es virtuoso, todo lo que es digno de alabanza. Veamos de qué se trata cada una de estas cualidades. Lo verdadero es lo que se encuentra en Dios, en su Hijo el Señor Jesucristo, en el Espíritu Santo y en las Escrituras. Lo honesto significa lo que es digno de respeto. Los creyentes debemos pensar en lo que sea digno de admiración y adoración, es decir en lo sagrado y no en lo profano. Lo justo se refiere a lo que es correcto. El creyente debe pensar en armonía con los estándares divinos de la santidad. Lo puro es todo lo moralmente limpio y sin mancha. Lo amable se refiere a aquello que es agradable. Lo que es de buen nombre es aquello que es considerado como bueno en el mundo, tal como la cortesía, la amabilidad, el respeto a otros. En general, el creyente debe ocupar su mente en pensar en todo aquello que tenga alguna virtud o excelencia moral y en todo aquello que sea digno de alabanza o algo recomendable. Así que, amable oyente, Usted necesita organizar su vida de manera que dedique al menos unos treinta minutos cada día, a leer una pequeña porción de las Escrituras. Trate de ir ordenadamente por alguno de los libros de la Biblia, tal vez el Evangelio de Juan. Tome unos pocos versículos y léalos en voz alta, pausadamente, varias veces, tratando de entender lo que ha leído. Una vez que ha entendido lo que ha leído, escriba un corto resumen en un papel. Luego medite en lo que acaba de escribir. De esta manera, en su mente se irán almacenando los pensamientos de Dios, y poco a poco irán desapareciendo los malos pensamientos. Luego de meditar en esa corta porción de las Escrituras, le sugiero que tome unos minutos para hablar con Dios en oración acerca de lo que ha guardado en su mente en cuanto a las Escrituras. Este ejercicio espiritual diario, tiene la virtud de llenar su mente de la palabra de Dios y es un gran antídoto para alejar al pecado en general de su vida. Note lo que dice Salmo 119:9-11. ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado; No me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti.

Si es fiel adoptando esta práctica, podrá mirar con claridad lo que Dios quiere para su vida, experimentará el gozo de ser un hijo de Dios, y dentro de Usted comenzará a surgir un deseo profundo por conocer más de la palabra de Dios. Cuando eso pase, podrá vivir en la práctica lo que dice Dios en Isaías 26:3 donde dice: Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera;  porque en ti ha confiado.

A través del correo electrónico se ha comunicado con nosotros un amigo oyente para hacernos la siguiente consulta: ¿Puede una persona que no es salva, sentir la presencia del Espíritu de Dios y recibir bendiciones sólo con asistir a una iglesia y compartir con cristianos en las reuniones y fuera de ellas? ¿Como puede estar realmente segura una persona de su salvación?

Una persona incrédula no tiene el Espíritu Santo en su vida. Hablando a los creyentes, Pablo les dice lo que aparece en Romanos 8:9: Mas vosotros no vivís según la carne,  sino según el Espíritu,  si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros.  Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,  no es de él.

Un incrédulo por tanto no tiene el Espíritu Santo en su vida. Siendo así, el incrédulo no puede ver el fruto del Espíritu Santo en su vida. A propósito he evitado usar la palabra “sentir” porque en la vida cristiana las cosas se aceptan o se rechazan por la fe, no por los sentimientos. Un creyente puede no sentirse salvo, pero si ha depositado su fe en la persona y obra del Señor Jesucristo, es salvo, porque eso es lo que dice la palabra de Dios, a pesar que no se sienta salvo. Por otro lado, todo incrédulo recibe bendiciones de Dios, por lo que los teólogos llaman la gracia común. Según Mateo 5:45, el Señor Jesús dijo que Dios hace salir el sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Esta gracia común sin embargo, no significa que los que la reciben son automáticamente salvos. Hace falta que el incrédulo reciba a Cristo como Salvador para que la gracia salvífica de Cristo se derrame sobre el incrédulo y llegue a ser salvo. Cuando un incrédulo entra a un templo y recibe bendiciones de Dios, está recibiendo los beneficios de la gracia común, pero eso no le hace salvo. Necesita recibir a Cristo como Salvador para ser salvo. El creyente puede estar seguro de su salvación cuando conoce y sabe lo que dice la palabra de Dios sobre la salvación. Cuando por ejemplo, toma para sí lo que dicen textos como Juan 3:36 donde dice: El que cree en el Hijo tiene vida eterna;  pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida,  sino que la ira de Dios está sobre él.

Creer en Cristo, lo cual es equivalente a recibirlo como Salvador, resulta en tener vida eterna. Esto es la palabra de Dios y si lo acepto sin reservas, puedo disfrutar de estar seguro de mi salvación.

 

El papado bajo la sombra de Francia 45

El papado bajo la sombra de Francia 45

Es de absoluta necesidad para la salvación que todas las criaturas humanas estén bajo el pontífice romano.

Bonifacio VIII

a1Durante la “era de los altos ideales”, según hemos visto, hubo constantes conflictos entre papas y emperadores. Ambos reclamaban para sí una autoridad universal y, aunque en teoría se distinguía entre el poder temporal y el espiritual, el choque era inevitable.

En el período que ahora narramos, siguió habiendo conflictos semejantes. La diferencia principal fue que ahora esas luchas involucraron no tanto a los emperadores, como a algunos de los monarcas cuyo poder creciente eclipsaba al del Imperio. Particularmente, las relaciones entre el papado y la monarquía francesa fueron uno de los principales factores en la historia de la iglesia en los siglos XIV y XV.

Bonifacio VIII y Felipe el Hermoso

Al terminar la sección anterior, señalamos que el papa Celestino V, hombre de profunda convicción franciscana, renunció a su posición, y que en su lugar fue electo Bonifacio VIII. Benedetto Gaetani —que así se llamaba originalmente el nuevo papa— era un hombre de carácter opuesto al de Celestino. Mientras éste había resultado ser un fracaso debido a su sencillez extrema, que no le permitía tomar en cuenta los torcidos motivos que mueven el corazón humano, Gaetani tenía larga experiencia diplomática como legado pontificio, y había tenido tratos con reyes y magnates en diversos países de Europa. En esas misiones había desarrollado un conocimiento profundo de las intrigas que se urdían en las cortes europeas. Y, mientras su extrema humildad llevó a Celestino a renunciar a la tiara, el origen aristocrático de Bonifacio, y su alta opinión de las prerrogativas papales, hicieron de él uno de los papas más altivos que haya conocido la historia.

Su propia elección es ejemplo de su modo de proceder. El cónclave cardenalicio estaba reunido en Nápoles, a la sombra del rey Carlos, y le era imposible ponerse de acuerdo en cuanto a quin sería el nuevo papa. Las dos poderosas familias de los Colonna y los Orsini se disputaban el papado; y ninguna estaba dispuesta a elegir un miembro del bando contrario. Durante los diez días que duró el cónclave, Bonifacio se las fue arreglando para ser electo, y se cuenta que lo hizo persuadiendo a ambos bandos que le permitieran sugerir un candidato imparcial. Tras lograr de ambos la promesa de aceptar a su candidato, Bonifacio se nombró a sí mismo. Quedaba todavía la cuestión de si Carlos lo aceptaría como papa, pues ese rey había dado muestras de querer tener un instrumento dócil en la Santa Sede, y era de todos sabido que Benedetto Gaetani tenía un carácter altanero e independiente. Pero, como hábil diplomático, Bonifacio convenció a Carlos de que le convenía tener en Roma, no un títere, sino un papa poderoso que fuera su aliado. Además, parece que Bonifacio le ofreció a Carlos apoyar su lucha por apoderarse de Sicilia, que estaba en manos de la casa de Aragón.

La elección de Bonifacio no fue del agrado de todos. El ideal franciscano, con sus profundos elementos bíblicos, ejercía gran atracción sobre los corazones de la época. Entre las clases pobres, la elección de Celestino V había parecido ser la promesa de que por fin la iglesia dejaría de servir los intereses de los ricos y poderosos. Entre los monjes más entusiastas se llegó hasta a pensar que con aquella elección se había inaugurado la “era del Espíritu” profetizada por Joaquín de Fiore. Aunque todo parece indicar que la renuncia de Celestino fue totalmente voluntaria, surgida de su profunda humildad y sencillez franciscanas, pronto corrieron rumores de que Bonifacio lo había obligado a renunciar, para apoderarse así de la silla papal. Además, aunque su renuncia hubiese sido voluntaria, algunos de sus partidarios arguían que entre las prerrogativas papales no se contaba la de abdicar, hecho sin precedente en toda la historia de la iglesia, y que por tanto la renuncia de Celestino no era válida, y el monje franciscano, aun en contra de su voluntad, seguía siendo el papa legítimo. Este movimiento “celestinista” se mezcló pronto con el de los franciscanos extremos o “fraticelli”, y entrambos convencieron a muchos de que Bonifacio era un usurpador, y un hombre indigno de ocupar el trono de San Pedro. Cuando, poco tiempo después, Celestino murió, la oposición perdió el argumento de que había otro papa legítimo, pero no dejó de hacer circular noticias, probablemente falsas o al menos exageradas, en el sentido de que la muerte de Celestino se había debido al maltrato que había recibido por orden de Bonifacio.

A pesar de tales corrientes de oposición, los primeros años del pontificado de Bonifacio contribuyeron a afianzar su concepto de la autoridad del papa. El nuevo pontífice creía firmemente que el papa era superior a todos los soberanos de la tierra, y entre sus tareas estaba la de establecer la paz entre esos soberanos. Según él mismo le señaló más tarde al rey de Francia, si el emperador Teodosio se humilló ante Ambrosio, el arzobispo de Milán, cuánto más no ha de humillarse un rey cualquiera, que es menos que un emperador, ante un papa, que es mucho más que un arzobispo.

Por esas razones, Bonifacio se sentía llamado a pacificar a Italia, constantemente sacudida por guerras internas. Su política italiana fracasó sólo en su intento de cumplir la promesa de colocar al rey de Nápoles sobre el trono de Sicilia. Por lo demás, los principales enemigos del nuevo papa en Italia fueron aplastados. Los Colonna, enemigos acrrimos de Bonifacio a partir de su elección, perdieron casi todas sus posesiones, y se vieron obligados a partir al exilio. Esto lo logró Bonifacio convocando a una cruzada que, con los recursos de los Orsini, tomó todos los castillos y plazas fuertes de los Colonna. A pesar del resentimiento que esto causó entre muchos, casi toda Italia parecía acatar las instrucciones del Papa.

También en el Imperio hizo valer Bonifacio su autoridad cuando el inepto emperador Adolfo de Nassau fue depuesto por un grupo de nobles, quienes eligieron en su lugar a Alberto de Austria. Poco después, cerca de Worms, los dos rivales se enfrentaron en el campo de batalla, y Adolfo de Nassau fue muerto. Bonifacio consideró todo esto un doble crimen de rebelión y regicidio, y se negó a ratificar la elección de Alberto, o a coronarlo emperador. Durante los primeros años del pontificado de Bonifacio, Alberto pudo hacer poco contra él, y se vio obligado a tratar de reconciliarse con un enemigo al parecer poderosísimo. Pero Bonifacio se mostraba inflexible en lo que decía ser la causa de la justicia.

Empero la principal preocupación política del nuevo papa fue la reconciliación entre Francia e Inglaterra. Sus esfuerzos en ese sentido se vieron al principio coronados con su más alto triunfo; mas a la postre fueron la causa de su caída.

Cuando Bonifacio fue electo en 1294 (mucho antes de la guerra de los Cien Años que hemos narrado en el capítulo anterior), Francia e Inglaterra estaban a punto de declararse la guerra. Mediante un subterfugio, el rey de Francia, Felipe IV el Hermoso, se había apoderado de la Guyena, propiedad hereditaria de Eduardo I de Inglaterra. En respuesta, este último, que en sus posesiones francesas era vasallo de Felipe, se declaró en rebeldía, y apoyó económicamente a Adolfo de Nassau y al conde de Flandes, enemigos de Felipe. Por su parte, el rey de Francia le prestó ayuda a la resistencia que los escoceses le oponían a Eduardo.

En tales circunstancias, Bonifacio envió sus legados a la corte de Inglaterra, con el fin de obligar a Eduardo a establecer negociaciones con Felipe. Cuando Eduardo puso reparos, el Papa sencillamente les ordenó a ambos soberanos que observaran un armisticio, primero de un año, y luego de tres. A Adolfo de Nassau, que todavía reinaba y era aliado de Eduardo, Bonifacio le envió órdenes semejantes. Pero tanto Eduardo como Felipe continuaron sus preparativos bélicos, sin prestarle gran atención al mandato papal. En vista del poco caso que los monarcas le hacían, Bonifacio decidió obstaculizar sus empresas. Tanto Eduardo como Felipe tenían necesidad de amplios fondos para cubrir los gastos de sus campañas militares, y para comprar el apoyo de sus aliados. En ambos reinos existía la ficción de que las propiedades eclesisticas estaban exentas de impuestos. Pero tanto en Inglaterra como en Francia la corona había descubierto modos de burlar esa norma, por lo general exigiendo contribuciones “voluntarias” del clero. Tales contribuciones se hacían mucho más necesarias ante la amenaza de guerra. Pero al mismo tiempo le resultaban odiosas al clero, que se veía despojado de uno de sus más preciados privilegios. Luego, en un intento de proteger las propiedades de la iglesia, ganarse la simpatía del clero, y obstaculizar la política bélica de Eduardo y Felipe, Bonifacio promulgó en 1296 la bula Clericis laicos, que citamos a continuación:

Los tiempos antiguos muestran que los laicos siempre han sido enemigos del clero; y la experiencia de los tiempos presentes lo confirma, pues los laicos, insatisfechos con sus limitaciones, pretenden alcanzar lo que les está prohibido y se dedican abiertamente a buscar ganancias que les son ilícitas.

No admiten prudentemente que les es negado todo dominio sobre el clero, así como sobre toda persona eclesiástica y sus propiedades, sino que les imponen cargas onerosas a los prelados, a las iglesias, y a las personas eclesiásticas . . .

Y, nos duele decirlo, ciertos prelados y personas eclesiásticas, […] temiendo más a la soberanía temporal que a la eclesiástica, […] admiten tales abusos. […] Por lo tanto, para detener esas prácticas inicuas […] declaramos que cualesquiera prelados o personas eclesiásticas […] paguen o prometan pagar […] y cualesquiera emperadores, reyes, príncipes […] o persona alguna, no importa su rango […] impongan, requieran o reciban tales pagos […] se encuentran automáticamente, por su propia acción, bajo sentencia de excomunión.

La respuesta de los reyes no se hizo esperar. Eduardo declaró que, puesto que el clero estaba exento de toda contribución al estado, quedaba fuera de toda protección de la ley, y los tribunales de justicia les estaban vedados. Acto seguido ordenó que a los clérigos les fueran arrebatados sus mejores caballos, y que no se admitieran sus protestas ante los tribunales. Naturalmente, esto no era más que una primera indicación de la difícil situación en que el clero se encontraba, y resultaba claro que, de no obtener los fondos necesarios, Eduardo tomaría medidas más extremas. Pronto casi todo el clero, con la notable excepción del Arzobispo de Canterbury, decidió otorgarle al Rey la cantidad requerida, acudiendo al subterfugio de no dársela directamente, sino colocarla en un fondo que quedaba a disposición de la corona “en caso de emergencia”, y estipulando que era el Rey quien tenía autoridad para determinar cuándo una situación cualquiera presentaba tal emergencia.

La respuesta de Felipe fue más directa y extrema. Un edicto real prohibió toda exportación de moneda, metales preciosos, caballos, armas o cualquier otro objeto de valor, sin la autorización expresa del Rey. Otro prohibió que se utilizaran los bancos e instrumentos de crédito para exportar riqueza alguna. La intención clara de estos dos edictos era privar al Papa de todo ingreso procedente de Francia. Pero el Rey se aseguró de dictar medidas al parecer generales, que colocaban en sus propias manos la decisión con respecto a toda exportación, y que por tanto podían ser aplicadas o no, según la conveniencia del momento. En esto se dejaba llevar por dos de sus principales consejeros, que se contaban entre los más distinguidos juristas de la época, Pedro Flotte y Guillermo de Nogaret. El resultado fue una larga y complicada correspondencia entre ambas partes, en la que tanto el Rey como el Papa, al tiempo que se amenazaban mutuamente en términos generales, se expresaban ambiguamente en lo concreto. Ambos sabían que tenían enemigos poderosos, y no querían llegar a una ruptura abierta y definitiva. Entretanto, la guerra proseguía, ninguno de los dos bandos lograba ventajas decisivas, y tanto Eduardo como Felipe se encontraban carentes de recursos para continuar la acción. Fue esto lo que a la postre les llevó a aceptar la mediación de Bonifacio, cuyo armisticio ambos habían violado. Aun entonces, Felipe insistió en que aceptaba la mediación de la persona privada Benedetto Gaetani, y no del Papa. Pero a pesar de ello Bonifacio logró un gran triunfo cuando ambos reyes, obligados por las circunstancias, accedieron a las condiciones de paz dictadas por él, y los oficiales del Papa quedaron en posesión provisional de los territorios que todavía estaban en disputa.

Mientras todo esto sucedía, Bonifacio tenía también la satisfacción de ver a Escocia declararse feudo suyo. Ante la invasión de los ingleses, los escoceses no tuvieron otro recurso que apelar a sus propias armas y a la protección del papado. Como base para solicitar esa protección, declararon que desde tiempos antiquísimos Escocia había sido feudataria de la Santa Sede. Bonifacio respondió ordenándole a Eduardo que desistiera en su empeño de apoderarse de Escocia, pues ese país le pertenecía al papado. Aunque Eduardo no le prestó gran atención al mandato pontificio, Bonifacio vio en la actitud de los escoceses una prueba más de la alta dignidad del papado.

Se acercaba entonces el año 1300, y Bonifacio proclamó un gran jubileo eclesiástico, prometiéndoles indulgencia plenaria a quienes visitaran el sepulcro de San Pedro. Roma se vio inundada de peregrinos que acudían a rendirle homenaje, no sólo a San Pedro, sino también a su sucesor, que parecía ser la figura cimera de Europa.

Pero el entusiasmo del jubileo no duró largo tiempo, y pronto comenzó el ocaso del gran papa. Sus relaciones con Felipe el Hermoso se volvieron cada vez más tirantes. El rey de Francia tomó posesión de varias tierras eclesiásticas, le prestó refugio en su corte a Sciarra Colonna, el más temible miembro de esa familia enemiga del Papa, y le ofreció la mano de su propia hermana al emperador Alberto de Austria, a quien Bonifacio había declarado usurpador y regicida. Pedro Flotte, enviado como embajador francés a Roma, le pareció ofensivo al Papa. Y la misma opinión tuvo Felipe del legado papal, a quien después hizo arrestar mediante una maniobra legal. Las cartas y bulas de ambos potentados se volvieron cada vez más agrias, hasta que, a principios de 1302, una bula papal fue quemada en presencia del Rey. Ese mismo año, Felipe convocó a los Estados Generales —el parlamento francés— en los que por primera vez tuvo representación, además de los dos “estados” tradicionales de la nobleza y el clero, el “tercer estado” de la burguesía. Estos Estados Generales enviaron varias comunicaciones a Roma en defensa del Rey. La respuesta de Bonifacio fue la famosa bula Unam sanctam, que hemos citado brevemente al final de la sección anterior, en la que se exponía la autoridad papal de un modo sin precedente.

Bonifacio puso por obra su alta opinión de la autoridad pontificia al ordenarles a todos los prelados franceses que acudieran a Roma a principios de noviembre, para allí tratar el caso de Felipe. Este ripostó prohibiendo que cualquier obispo o abad abandonase el reino, so pena de confiscación de todos sus bienes. Además, se apresuró a hacer las paces con Eduardo. El Papa, por su parte, se olvidó de que, según él, Alberto de Austria era un rebelde regicida, y estableció alianza con él, al tiempo que les ordenaba a todos los príncipes alemanes que aceptaran el señorío de Alberto. En una nueva sesión de los Estados Generales franceses, Nogaret acusó a Bonifacio de ser falso papa, hereje, sodomita y criminal, y la asamblea le pidió a Felipe que, como guardián de la fe, convocara a un concilio universal para juzgar al papa usurpador. Para cubrir su retaguardia, y asegurarse del apoyo del clero, Felipe promulgó las “Ordenanzas de reforma”, en las que refrendaba los antiguos privilegios del clero francés.

Al Papa le quedaba aún la última arma que sus predecesores habían utilizado contra los monarcas recalcitrantes, la excomunión. Reunido con sus consejeros en su ciudad natal de Anagni, redactó la bula de excomunión, que debía ser promulgada el 8 de septiembre. Pero Sciarra Colonna y Guillermo de Nogaret, advertidos de que la confrontación llegaba a su punto culminante, se presentaron en Italia, con autorización de Felipe para obtener crédito ilimitado de los banqueros italianos. Con ese dinero, y el apoyo de los muchos enemigos que Bonifacio había hecho durante su carrera, organizaron una pequeña banda armada.

El 7 de septiembre de 1303, un día antes de la proyectada excomunión de Felipe, Sciarra Colonna y Guillermo de Nogaret invadieron a Anagni, y pronto eran dueños de la persona del Papa, mientras el pueblo saqueaba su casa y las de sus parientes.

El propósito de los franceses era obligar a Bonifacio a abdicar. Pero el anciano papa se mostró firme, respondiendo sencillamente que no abdicaría y que, si querían matarlo, “Aquí está mi cuello; aquí mi cabeza”. Nogaret lo abofeteó, y después lo humillaron obligándole a montar de espaldas en un caballo fogoso, y paseándolo por la ciudad.

Sólo dos cardenales, Pedro de España y Nicolás Boccasini, permanecieron firmes a través del tumulto. A la postre Boccasini logró conmover al pueblo, que se sublevó, libertó al Papa y echó a los franceses y sus partidarios.

Pero el mal estaba hecho. A su regreso a Roma, Bonifacio no pudo inspirar más que una sombra del respeto de que antes gozó. Alrededor de un mes más tarde murió. Aún después de su muerte sus enemigos lo persiguieron, haciendo correr rumores de que se había suicidado, cuando todo parece indicar que murió serenamente, rodeado de sus seguidores más fieles.

El momento era difícil para el papado, y los cardenales pronto eligieron papa a Boccasini, el mismo que había logrado devolverle la libertad a Bonifacio. Este papa, que tomó el nombre de Benito XI, era hombre de origen humilde y costumbres intachables, miembro de la Orden de Predicadores de Santo Domingo. Dado el poderío de Felipe el Hermoso, lo más sabio parecía ser seguir una política de reconciliación, y esto fue lo que intentó el nuevo papa. Les restauró a los Colonna las tierras que Bonifacio VIII les había quitado, comenzó a tratar de hacer las paces con Felipe el Hermoso, y perdonó a todos los enemigos de Bonifacio, excepto Nogaret y Sciarra Colonna. Empero sus gestiones no tuvieron buen éxito. Los partidarios de Bonifacio se quejaban de las que parecían ser concesiones excesivas a quienes habían perpetrado graves crímenes contra el papado. Y los del bando contrario no se consideraban satisfechos con las medidas conciliatorias del Pontífice. Impulsado por Nogaret y otros, Felipe el Hermoso insistía en que se convocara un concilio para juzgar al difunto papa. Benito se resistía a tomar tal medida, que sería un rudo golpe a la autoridad y el prestigio papales. El sucesor de Bonifacio se encontraba por tanto en serias dificultades, acosado por miembros de ambos partidos cuando murió. Pronto corrió el rumor de que había sido envenenado con unos higos que alguien le envió, y cada bando acusaba a sus contrincantes de haber cometido la nefanda acción. Empero el hecho de que Benito XI haya muerto envenenado nunca se comprobó.

El papado en Aviñón

A la muerte de Benito los cardenales no encontraban el modo de ponerse de acuerdo acerca de quién sería su sucesor. Por una parte los partidarios de la buena memoria de Bonifacio, bajo la dirección del cardenal Mateo Rosso Orsini, insistían en que fuera electo alguien que siguiera la política del ultrajado pontífice. Frente a ellos otro bando, encabezado por Napoleón Orsini, sobrino del anterior, se prestaba a los manejos del rey de Francia, y buscaba el modo de hacer elegir un papa dócil. Tras largos meses de disputas, los cardenales lograron ponerse de acuerdo gracias a una artimaña de Napoleón Orsini y los suyos. Uno de los candidatos que el partido del otro Orsini había sugerido, al principio de las negociaciones, era Bertrand de Got, el arzobispo de Burdeos. Este había sido nombrado por Bonifacio, y además Burdeos pertenecía en esa época a la corona inglesa. Por esas razones, Orsini el tío creía que Bertrand se opondría a los designios del rey de Francia. Pero en lo que duró el cónclave, el sobrino envió agentes a Burdeos, y se aseguró de la adhesión del candidato propuesto originalmente por su tío. Entonces, mientras los defensores de la memoria de Bonifacio creían que sus contrincantes, vencidos por la resistencia, accedían a la elección de uno de sus candidatos, lo que en realidad estaba sucediendo era que ese candidato había cambiado de postura secretamente.

Un papa electo en tales circunstancias no podía ser un modelo de firmeza y rectitud. De hecho, el pontificado de Clemente V —que así se llamó Bertrand de Got después de tomar la tiara papal— fue funesto para la iglesia romana. Durante todo su reinado, este papa no visitó a Roma ni siquiera una vez. Al parecer, esto no se debió a una decisión tomada por él, sino sencillamente a su carácter indeciso. Puesto que al rey de Francia le interesaba tener al Papa cerca de él, sus agentes hacían todo lo posible por postergar la partida del pontífice hacia Italia. Mes tras mes, y año tras año, Clemente se paseó por Francia y sus cercanías, sin acceder a las peticiones que le hacían los romanos, rogándole que viniera a su ciudad. Uno de los lugares donde pasó buena parte de su pontificado fue Aviñón, ciudad junto a la frontera francesa que era propiedad papal, y donde sus sucesores fijaron después su residencia por largos años.

La política de Clemente se puso de manifiesto en el primer nombramiento de cardenales, pues nueve de los diez nombrados eran franceses. Durante todo su pontificado, creó veinticuatro cardenales, y veintitrés de ellos eran franceses. Además, varios eran sus sobrinos o allegados, y con ello Clemente le dio gran auge al nepotismo, que sería una de las grandes lacras de la iglesia hasta el siglo XVI.

Empero fue sobre todo en lo referente a la memoria de Bonifacio y a la supresión de los templarios que Clemente se mostró instrumento dócil a los designios franceses. La cuestión de la memoria de Bonifacio era un arma poderosa en manos de los franceses, quienes sabían que el nuevo papa no podía permitir que se convocara un concilio para juzgar a su difunto predecesor. Por tanto, amenazándolo siempre con la posible convocatoria de tal concilio, los franceses obtuvieron de Clemente todo lo que deseaban en cuanto a la anulación de las decisiones de Bonifacio. Las bulas Clericis laicos y Unam sanctam fueron abrogadas, o al menos reinterpretadas de tal modo que ya no decían lo que Bonifacio había deseado. Los Colonna fueron restaurados a todas sus dignidades. Nogaret fue perdonado, a condición de que en algún futuro impreciso fuese en peregrinación a Tierra Santa. Por fin, en una bula del 1311, Clemente declaraba que en lo que se refería a sus acciones contra Bonifacio, Felipe había actuado con un “celo encomiable”. Todas estas concesiones le fueron arrancadas al papa que había sido hecho arzobispo por el propio Bonifacio. Y le fueron arrancadas de tal modo que siempre parecía que los franceses, aunque tenían derecho a pedir más, estaban dispuestos a ceder en algunas de sus exigencias más extremas, y que por tanto el Papa debía estar agradecido.

El caso de los templarios fue todavía más bochornoso. Al terminar las cruzadas, la vieja orden había perdido la razón de su existencia. Pero, en teoría al menos, los papas seguían predicando el ideal de la cruzada para reconquistar la Tierra Santa. Luego, aunque en un sentido es cierto que la orden estaba destinada a desaparecer, no es menos cierto que el momento y el modo de su desaparición se debieron a la avaricia de Felipe el Hermoso y a la debilidad de Clemente. A través de los siglos, los templarios habían acumulado grandes riquezas y extensiones de terreno. Para una monarquía pujante como la francesa, los bienes y el poder de los templarios eran un obstáculo a su política centralizadora. En otras partes de Europa, otros monarcas daban muestras de sentimientos parecidos. Poco a poco, en parte gracias al apoyo de la burguesía, los reyes iban debilitando el poder que hasta entonces habían tenido los grandes señores feudales. Pero el caso de los templarios era distinto, pues, por ser una orden monástica, no se les podía someter directamente al poder temporal. Por ello se acudió al subterfugio de acusarlos de herejía e inmoralidad, y forzar al débil Clemente V a suprimir la orden y disponer de sus bienes en provecho de la monarquía.

Repentinamente, y contra todo derecho de ley, los templarios que se hallaban en Francia fueron arrestados. Mediante el uso de torturas, se les obligó a confesar los más nefandos crímenes. Aunque muchos se negaron a traicionar a sus compañeros y soportaron valientemente los más crueles tormentos, a la postre se reunieron suficientes declaraciones para justificar la acción ilegal que el Rey había tomado. Según confesaron algunos, la orden de los templarios era en realidad una confraternidad opuesta a la fe cristiana. A los neófitos se les obligaba a practicar la idolatría, a escupir la cruz y a maldecir a Cristo. Además, otros declararon bajo tortura que en la orden se practicaba la sodomía, y se incitaba a ella por diversos medios. Entre los que se rindieron ante el suplicio se contaba Jacques de Molay, el gran maestro de la orden, quien además envió una carta a sus compañeros, pidiéndoles que confesaran cuanto supieran. Algunos piensan que la razón por la que de Molay hizo esto era que estaba seguro de que las acusaciones eran tan absurdas que no se les daría crédito, y que el escándalo sería tal que el Rey se vería obligado a poner en libertad a los cautivos. Otros creen que lo hizo sencillamente porque flaqueó ante la tortura.

Cuando el Papa recibió noticias de lo acaecido, y el expediente de las confesiones de los torturados, era de esperarse que acudiera en defensa de los miembros de una orden que estaba bajo su protección, y cuyos derechos el Rey había violado. Pero lo que sucedió fue muy distinto. Clemente dio orden de que en todos los países se encarcelara a los templarios, y de ese modo impidió cualquier medida que el resto de la orden pudiera tomar contra Felipe. Cuando se enteró de que muchas de las supuestas confesiones habían sido obtenidas por la fuerza, trató de evitar tales abusos declarando que, dada la importancia del caso, seria él mismo quien serviría de juez, y que por tanto las autoridades locales no tenían jurisdicción para continuar las torturas. Pero esto fue todo lo que el débil papa hizo en defensa de quienes le habían jurado obediencia y confiaban en su protección. Mientras esperaban el día del juicio, los templarios continuaron encarcelados.

Al año siguiente el Rey y el Papa debían reunirse en Poitiers. Al llegar a esa ciudad, Clemente encontró que se le acusaba de ser el instigador de las supuestas prácticas de los templarios. En las sesiones públicas, y a instancias de Nogaret, se le insultó y amenazó. Además, para acallar su conciencia, le fueron presentados algunos de los templarios más dóciles, quienes repitieron en su presencia las confesiones que el miedo o el dolor les habían arrancado anteriormente. Por fin, el Papa accedió a dejar el asunto en manos de un concilio que se reuniría en la ciudad francesa de Viena.

El primero de octubre de 131 1, casi cuatro años después del encarcelamiento de los templarios, se reunió el concilio. Las esperanzas de Felipe, en el sentido de que la asamblea, dominada por los franceses, se prestara rápidamente a la condenación de la orden, resultaron infundadas. La comisión que el concilio nombró para ocuparse del asunto de los templarios insistía en la necesidad de escuchar la defensa de los acusados. El Rey trono y amenazó; pero los prelados, avergonzados quizá por la debilidad de su jefe, permanecieron firmes. Por fin, mientras la asamblea se entretenía en asuntos de menor importancia, el Rey y el Papa llegaron a un acuerdo. La orden de los templarios sería suprimida, no mediante un juicio, sino por decisión administrativa del Papa. Al concilio no le quedó otra alternativa que acceder. Después, tras otra serie de negociaciones, se decidió cumplir los deseos del rey de Francia, y traspasar los bienes de los templarios a los hospitalarios. Pero esa transferencia fue mínima, pues el traspaso de las propiedades se demoró varios años, y en todo caso el Rey le hizo llegar al Papa una cuenta por gastos del juicio de los templarios, a cobrarse de los bienes de la orden suprimida antes de traspasárselos a los hospitalarios, y la supuesta cuenta ascendía a la casi totalidad de esos bienes. En cuanto a los acusados, muchos fueron condenados a cadena perpetua. Cuando Jacques de Molay y uno de sus principales subalternos fueron llevados a la catedral de Nuestra Señora de París para confesar públicamente sus crímenes, se retractaron. Ese mismo día fueron quemados vivos.

Clemente V murió en 1314. Su pontificado fue índice de las condiciones en que el papado existiría por varias décadas. No es cierto que todos los papas de este período quisieran hacer de la iglesia un instrumento de la política francesa. Pero sí es cierto que, a veces muy a pesar suyo, se vieron obligados a apoyar esa política.

No podemos narrar aquí los detalles de los pontificados que sucedieron a Clemente. Baste señalar algunos de los acontecimientos más importantes, y por último destacar las principales características del papado en aquellos tiempos aciagos.

Juan XXII fue electo más de dos años después de la muerte de Clemente, pues los cardenales no lograban ponerse de acuerdo. Puesto que el nuevo papa contaba setenta y dos años al ser electo, es de suponerse que el cónclave decidió nombrarlo con la esperanza de que durante su breve pontificado aparecería otro candidato. Pero el anciano papa fue inesperadarnente longevo y activo. Su preocupación principal durante su largo pontificado (1316–1334) fue tratar de restaurar la autoridad papal en Italia. Su política en ese sentido consistió en intervenir en una serie de guerras que desangraron la región, y en las que los intereses papales se confundieron cada vez más con los de Francia. A fin de sostener esa política, que fue un fracaso rotundo, Juan XXII se vio obligado a incrementar los ingresos del papado. Fue a él que se debió buena parte de un complejo sistema de impuestos eclesiásticos cuyo propósito era hacer fluir hacia las arcas pontificias los recursos necesarios para los designios políticos y los sueños arquitectónicos del papado. Como era de esperarse, en muchos casos este sistema de impuestos eclesiásticos redundó en perjuicio de la vida religiosa.

Benito XII (1334–1342), al mismo tiempo que les prometía a los romanos regresar en breve a la sede de San Pedro, comenzaba la construcción de un gran palacio en Aviñón, que a partir de entonces sería la residencia papal. Además, dando a entender con ello que Roma no era ya la residencia habitual de los papas, hizo traer de ella los archivos papales. Aunque dio por excusa para no regresar a la ciudad eterna los disturbios que reinaban en toda Italia, lo cierto es que muchos de esos disturbios se debían a la política del Papa mismo, y que su ausencia contribuía a ellos. Durante su pontificado quedó claro que el papado estaba en manos de la corona francesa, pues era la época de la guerra de los Cien Años, y tanto los recursos económicos como la red de información de los pontífices fueron puestos a disposición de los franceses. Todo esto alejó cada vez más al papado de Inglaterra y de su principal aliado, el Imperio.

El próximo papa, Clemente VI (1342–1352), continuó apoyando el esfuerzo bélico francés. Aunque a veces sirvió de mediador entre los contendientes, lo hizo siempre en beneficio y a conveniencia de Francia. Además, fue él quien llevó a su punto culminante dos de las peores características del papado aviñonés: el nepotismo y el derroche excesivo de su corte, que no se distinguía de la de cualquier otro gran señor. Cuando la peste bubónica estalló durante su pontificado, no faltaron quienes vieron en ella un castigo del cielo por el nivel a que había descendido la vida eclesiástica.

Inocencio VI fue un papa relativamente bueno, sobre todo si se le compara con su predecesor inmediato. Siempre soñó con regresar a Roma, y con ese propósito envió a Italia, como legado suyo, al cardenal Gil Alvarez de Albornoz. Este último hizo mucho por restaurar el poder y el prestigio papales en Italia. Pero tanto el Papa como su legado murieron antes de poder llevar al papado de regreso a la ciudad eterna.

Urbano V (1362–1370) era un hombre de profundas convicciones y rígida disciplina monástica. Su principal tarea fue simplificar la vida de la curia. Varios de los cortesanos papales de gustos más ostentosos fueron despedidos. El propio Papa dio el ejemplo, negándose a deshacerse de su hábito monástico y ceñir las vistosas ropas que sus predecesores habían llevado. También fomentó el estudio y trató de reformar la vida eclesiástica. Por fin, en 1365, gracias a la sabia y tenaz obra que había realizado el cardenal Albornoz, Urbano V pudo trasladarse a Roma, que lo recibió con gran júbilo. Pero el santo papa no tenía la sabiduría necesaria para enfrentarse a las complejidades políticas de la época. Por razones desconocidas, y ciertamente erradas, deshizo la política de Albornoz y se lanzó por nuevos derroteros. El resultado fue tal, que en 1370 decidió abandonar a Roma y regresar a Aviñón.

Gregorio XI (1370–1378) había sido hecho cardenal por su tío Clemente VI cuando contaba solo diecisiete años de edad. Aunque se percataba de la necesidad de regresar a Roma, el intento fallido de Urbano V lo amedrentaba. Fue entonces que se hizo sentir la intervención de Santa Catalina de Siena.

Santa Catalina de Siena

En el 1347, y en medio de una numerosa familia en el barrio de los curtidores en Siena, nació la que después recibiría el nombre de “Santa Catalina de Siena”. Desde muy joven, mostró singular inclinación hacia la vida religiosa, y a los diecisiete años de edad se unió a las “hermanas de la penitencia de Santo Domingo”. Esta era una organización muy flexible cuyos miembros continuaban viviendo en sus propias casas, y allí se dedicaban a la contemplación. Para que la joven Catalina pudiera llevar ese género de vida, su padre le asignó una pequeña alcoba, donde pasó varios anos de vida contemplativa.

Esa contemplación iba más allá de los ejercicios mentales y los pensamientos píos. Las visiones y las experiencias de éxtasis se hicieron cada vez más frecuentes en la vida de la joven mística.

Por fin, en el 1366, cuando contaba diecinueve años de edad, tuvo la visión cumbre de este primer período de su vida. En esa visión Jesucristo se le apareció, y contrajo con ella nupcias místicas.

Tras esta experiencia de “las bodas místicas con Jesús”, cambió el tenor de la vida religiosa de Catalina. Hasta entonces se había ocupado casi exclusivamente de su propia vida espiritual. Pero ahora, siguiendo el ejemplo de su esposo místico, inicio un ministerio en pro de la humanidad. Parte de ese ministerio consistió en el servicio a los pobres y enfermos. Muchos decían haber sido sanados por su intercesión, y casi todos afirmaban que su sola presencia llevaba consigo una profunda paz espiritual. La otra parte notable de su ministerio fue la enseñanza. Alrededor de Catalina se formó un círculo de mujeres y hombres que escuchaban ávidamente sus enseñanzas acerca de la vida espiritual. Muchos de estos discípulos eran sacerdotes, monjes y nobles que le aventajaban tanto en edad como en posición social. Al mismo tiempo, de algunos de estos discípulos— particularmente los dominicos— aprendió Catalina buena parte de la teología de la iglesia, y así evitó el peligro de tantos otros místicos, de desconocer el pensamiento religioso del resto de la iglesia, y ser por tanto acusados de herejes.

Su fama era ya grande cuando en 1370 tuvo otra experiencia que inició la tercera y última etapa de su vida religiosa. Durante cuatro horas, su cuerpo estuvo tan tranquilo que la tuvieron por muerta. Al despertar, declaró que, en efecto, había estado con el Señor, y que le había rogado permanecer con él. Pero Jesús le contestó: “Muchas almas necesitan que tú regreses para ser salvas. […] A partir de ahora, y por el bien de las almas, has de salir de tu ciudad. Yo estaré siempre contigo, y te guiaré, y te traeré de vuelta.”

Desde aquel momento, Catalina se dedicó a la ardua tarea de llevar el papado de regreso a Roma. Para ello era necesario tanto restaurar la paz en Italia, como convencer al Papa de que debía regresar. Con ese propósito viajó de ciudad en ciudad. Donde llegaba, las multitudes se agolpaban para verla. Se decía que a su paso acontecían milagros. Al Papa, le escribió repetidamente indicndole que la voluntad que el Señor le había revelado era que el papado debía regresar a su sede romana. Esas cartas muestran a la vez un profundo amor y respeto, y una firmeza inquebrantable. Al tiempo que se duele por el estado de la iglesia, llama al Papa “nuestro dulce padre”. Y en sus más respetuosas misivas se queja, sin por ello dejarse llevar por el odio o la amargura, de “ver a Dios así ultrajado”. Nos es imposible saber hasta qué punto todo esto influyó sobre Gregorio XI. Pero el hecho es que por fin, el 17 de enero de 1377, sólo tres años antes de la muerte de Catalina a los treinta y tres de edad, Gregorio XI entró en Roma, en medio de júbilo general. Había terminado el período del papado en Aviñón, al que se ha llamado, con cierta justificación, “la cautividad babilónica de la iglesia”.

Catalina, como hemos dicho, murió tres años después de ver realizado su anhelo. Poco menos de un siglo más tarde fue declarada santa por la iglesia romana. Y en 1970 Paulo VI le dio el título de “doctor de la iglesia”. Ella y Santa Teresa de Jesús son las únicas mujeres a quienes el papado ha dado ese honroso título, hasta entonces reservado para unos pocos teólogos varones.

La vida eclesiástica

Las consecuencias del papado en Aviñón fueron funestas para el cristianismo de habla latina—es decir, toda la cristiandad occidental. Las constantes guerras en Italia, y el lujo de sus propias cortes, requerían que los papas de Aviñón tuviesen amplios recursos económicos. Puesto que las diversas facciones en Italia se adueñaron de los territorios que antes habían sido “el patrimonio de San Pedro”, el único recurso que les quedaba a los papas era obtener fondos procedentes de los demás países de Europa occidental. Pero los fieles en esas regiones no estaban dispuestos a contribuir voluntariamente todo lo que el papado requería, y por tanto los pontífices de Aviñón, y Juan XXII en particular, elaboraron todo un sistema de impuestos eclesiásticos.

Tales impuestos redundaban en perjuicio de la vida religiosa. Así, por ejemplo, cuando un prelado era nombrado para ocupar una nueva sede, los ingresos que ese cargo producía durante un año, que se llamaban “anata”, le correspondían al Papa. Por ello, el papado tenía interés en que los prelados fuesen trasladados frecuentemente. Si una diócesis rica quedaba vacante, el Papa podía demorarse en llenar el cargo, reservando para sí el ingreso producido por la sede en cuestión. A estas prácticas, que al menos tenían la apariencia de legalidad, se sumaba la de la simonía —nombre que se le daba porque se decía que Simón Mago había sido el primero en querer practicarla—que consistía en comprar y vender cargos eclesiásticos.

Lo que el Papa hacía con los prelados, lo repetían éstos con sus subalternos. Si habían comprado su diócesis, tenían que resarcirse de los gastos vendiendo cargos inferiores, y exigiendo que las contribuciones del pueblo, que tenían fuerza de ley, fuesen cada vez mayores. Luego, buena parte de la vida eclesiástica se convirtió en un sistema de explotación de los escasos recursos del pueblo, cargado de gravámenes cada vez más onerosos.

A la simonía y la explotación se sumaban males paralelos, como el nepotismo, el absentismo y el pluralismo. Puesto que los cargos eclesiásticos eran ricas prebendas, los papas de Aviñón se dieron de lleno al nepotismo, que consiste en nombrar personas para ocupar cargos, no a base de su habilidad, sino de su parentesco con quien hace el nombramiento. Y lo que hacían los papas lo imitaban los obispos y arzobispos. El absentismo, es decir, el ocupar un cargo y residir en otro lugar, se hizo cada vez más común entre gentes a quienes no inspiraba un sentido de vocación. Y muchos gozaban a la vez de varios cargos eclesiásticos, sin cumplir las obligaciones de ninguno —pluralismo.

La estrecha alianza entre el papado y los intereses franceses, unida al creciente sentimiento nacionalista, contribuyeron a enemistar a buena parte de Europa con los papas. Puesto que era la época de la Guerra de los Cien Años, Inglaterra y los emperadores alemanes se separaron cada vez más del papado, que parecía servir los intereses de sus enemigos Francia y Escocia.

En consecuencia, cada vez cobró mayor auge la teoría de que el estado tenía una autoridad independiente de la del papa. En Alemania, por ejemplo, el emperador Luis de Baviera trató de fortalecer su posición frente a Juan XXII apoyando a Marsilio de Padua y a Guillermo de Occam, dos pensadores que se dedicaron a sostener esa teoría. Al igual que Dante unos pocos años antes, ambos sostenían que la autoridad secular venía directamente de Dios, y no a través del Papa. Además, Marsilio señalaba que, de igual modo que Cristo y los apóstoles fueron pobres y se sometieron a la autoridad secular, así también los prelados han de ser pobres, sin recibir más que lo que el estado decida darles, y que han de someterse al estado. Por su parte Occam declaraba que el papado no era necesario para la iglesia, que consistía en el conjunto de los fieles, y que por tanto podía regirse de otro modo.

Todo esto, así como el modo en que fue acogida la predicación de Catalina de Siena y de muchos otros como ella, nos da a entender que había un sentimiento profundo de insatisfacción con la iglesia y sus dirigentes. A través de todo el período que estudiamos veremos que, al tiempo que la estructura eclesiástica parece hundirse cada vez más, van surgiendo numerosos movimientos reformadores. Unos trataban de reformar la iglesia a partir del papado. Otros tenían intereses más locales. Algunos centraban su atención sobre la vida privada y la experiencia mística. Unos pretendían reformar tanto las costumbres como la teología de la época, mientras otros se contentaban con llamar a las gentes a una nueva dedicación. Fue una época en que las tristes realidades dieron lugar a muchos y muy nobles sueños. Pero fue también una poca en la que casi todos esos sueños quedaron frustrados.

González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (Vol. 1, pp. 475–488). Miami, FL: Editorial Unilit.

Pacto de Jehová con Israel en Moab

Deuteronomio 29-31

Pacto de Jehová con Israel en Moab

a129:1  Estas son las palabras del pacto que Jehová mandó a Moisés que celebrase con los hijos de Israel en la tierra de Moab, además del pacto que concertó con ellos en Horeb.

Moisés, pues, llamó a todo Israel, y les dijo: Vosotros habéis visto todo lo que Jehová ha hecho delante de vuestros ojos en la tierra de Egipto a Faraón y a todos sus siervos, y a toda su tierra,

las grandes pruebas que vieron vuestros ojos, las señales y las grandes maravillas.

Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír.

Y yo os he traído cuarenta años en el desierto; vuestros vestidos no se han envejecido sobre vosotros, ni vuestro calzado se ha envejecido sobre vuestro pie.

No habéis comido pan, ni bebisteis vino ni sidra; para que supierais que yo soy Jehová vuestro Dios.

Y llegasteis a este lugar, y salieron Sehón rey de Hesbón y Og rey de Basándelante de nosotros para pelear, y los derrotamos;

y tomamos su tierra, y la dimos por heredad a Rubén y a Gad y a la media tribu de Manasés.

Guardaréis, pues, las palabras de este pacto, y las pondréis por obra, para que prosperéis en todo lo que hiciereis.

10 Vosotros todos estáis hoy en presencia de Jehová vuestro Dios; los cabezas de vuestras tribus, vuestros ancianos y vuestros oficiales, todos los varones de Israel;

11 vuestros niños, vuestras mujeres, y tus extranjeros que habitan en medio de tu campamento, desde el que corta tu leña hasta el que saca tu agua;

12 para que entres en el pacto de Jehová tu Dios, y en su juramento, que Jehová tu Dios concierta hoy contigo,

13 para confirmarte hoy como su pueblo, y para que él te sea a ti por Dios, de la manera que él te ha dicho, y como lo juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.

14 Y no solamente con vosotros hago yo este pacto y este juramento,

15 sino con los que están aquí presentes hoy con nosotros delante de Jehová nuestro Dios, y con los que no están aquí hoy con nosotros.

16 Porque vosotros sabéis cómo habitamos en la tierra de Egipto, y cómo hemos pasado por en medio de las naciones por las cuales habéis pasado;

17 y habéis visto sus abominaciones y sus ídolos de madera y piedra, de plata y oro, que tienen consigo.

18 No sea que haya entre vosotros varón o mujer, o familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy de Jehová nuestro Dios, para ir a servir a los dioses de esas naciones; no sea que haya en medio de vosotros raíz que produzca hiel y ajenjo,

19 y suceda que al oír las palabras de esta maldición, él se bendiga en su corazón, diciendo: Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón, a fin de que con la embriaguez quite la sed.

20 No querrá Jehová perdonarlo, sino que entonces humeará la ira de Jehová y su celo sobre el tal hombre, y se asentará sobre él toda maldición escrita en este libro, y Jehová borrará su nombre de debajo del cielo;

21 y lo apartará Jehová de todas las tribus de Israel para mal, conforme a todas las maldiciones del pacto escrito en este libro de la ley.

22 Y dirán las generaciones venideras, vuestros hijos que se levanten después de vosotros, y el extranjero que vendrá de lejanas tierras, cuando vieren las plagas de aquella tierra, y sus enfermedades de que Jehová la habrá hecho enfermar

23 (azufre y sal, abrasada toda su tierra; no será sembrada, ni producirá, ni crecerá en ella hierba alguna, como sucedió en la destrucción de Sodoma y de Gomorra,de Adma y de Zeboim, las cuales Jehová destruyó en su furor y en su ira);

24 más aún, todas las naciones dirán: ¿Por qué hizo esto Jehová a esta tierra? ¿Qué significa el ardor de esta gran ira?

25 Y responderán: Por cuanto dejaron el pacto de Jehová el Dios de sus padres, que él concertó con ellos cuando los sacó de la tierra de Egipto,

26 y fueron y sirvieron a dioses ajenos, y se inclinaron a ellos, dioses que no conocían, y que ninguna cosa les habían dado.

27 Por tanto, se encendió la ira de Jehová contra esta tierra, para traer sobre ella todas las maldiciones escritas en este libro;

28 y Jehová los desarraigó de su tierra con ira, con furor y con grande indignación, y los arrojó a otra tierra, como hoy se ve.

29 Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.

Condiciones para la restauración y la bendición

30:1  Sucederá que cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la bendición y la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en medio de todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios,

y te convirtieres a Jehová tu Dios, y obedecieres a su voz conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma,

entonces Jehová hará volver a tus cautivos, y tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de entre todos los pueblos adonde te hubiere esparcido Jehová tu Dios.

Aun cuando tus desterrados estuvieren en las partes más lejanas que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu Dios, y de allá te tomará;

y te hará volver Jehová tu Dios a la tierra que heredaron tus padres, y será tuya; y te hará bien, y te multiplicará más que a tus padres.

Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.

Y pondrá Jehová tu Dios todas estas maldiciones sobre tus enemigos, y sobre tus aborrecedores que te persiguieron.

Y tú volverás, y oirás la voz de Jehová, y pondrás por obra todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy.

Y te hará Jehová tu Dios abundar en toda obra de tus manos, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, para bien; porque Jehová volverá a gozarse sobre ti para bien, de la manera que se gozó sobre tus padres,

10 cuando obedecieres a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos escritos en este libro de la ley; cuando te convirtieres a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.

11 Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos.

12 No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos?

13 Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos?

14 Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.

15 Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal;

16 porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.

17 Mas si tu corazón se apartare y no oyeres, y te dejares extraviar, y te inclinares a dioses ajenos y les sirvieres,

18 yo os protesto hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para entrar en posesión de ella.

19 A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia;

20 amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres, Abraham, Isaac y Jacob, que les había de dar.

Josué es instalado como sucesor de Moisés

31:1  Fue Moisés y habló estas palabras a todo Israel,

y les dijo: Este día soy de edad de ciento veinte años; no puedo más salir ni entrar; además de esto Jehová me ha dicho: No pasarás este Jordán.

Jehová tu Dios, él pasa delante de ti; él destruirá a estas naciones delante de ti, y las heredarás; Josué será el que pasará delante de ti, como Jehová ha dicho.

Y hará Jehová con ellos como hizo con Sehón y con Og, reyes de los amorreos, y con su tierra, a quienes destruyó.

Y los entregará Jehová delante de vosotros, y haréis con ellos conforme a todo lo que os he mandado.

Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará.

Y llamó Moisés a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel: Esfuérzate y anímate; porque tú entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría, y tú se la harás heredar.

Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.

Y escribió Moisés esta ley, y la dio a los sacerdotes hijos de Leví, que llevaban el arca del pacto de Jehová, y a todos los ancianos de Israel.

10 Y les mandó Moisés, diciendo: Al fin de cada siete años, en el año de la remisión, en la fiesta de los tabernáculos,

11 cuando viniere todo Israel a presentarse delante de Jehová tu Dios en el lugar que él escogiere, leerás esta ley delante de todo Israel a oídos de ellos.

12 Harás congregar al pueblo, varones y mujeres y niños, y tus extranjeros que estuvieren en tus ciudades, para que oigan y aprendan, y teman a Jehová vuestro Dios, y cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley;

13 y los hijos de ellos que no supieron, oigan, y aprendan a temer a Jehová vuestro Dios todos los días que viviereis sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para tomar posesión de ella.

14 Y Jehová dijo a Moisés: He aquí se ha acercado el día de tu muerte; llama a Josué, y esperad en el tabernáculo de reunión para que yo le dé el cargo. Fueron, pues, Moisés y Josué, y esperaron en el tabernáculo de reunión.

15 Y se apareció Jehová en el tabernáculo, en la columna de nube; y la columna de nube se puso sobre la puerta del tabernáculo.

16 Y Jehová dijo a Moisés: He aquí, tú vas a dormir con tus padres, y este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses ajenos de la tierra adonde va para estar en medio de ella; y me dejará, e invalidará mi pacto que he concertado con él;

17 y se encenderá mi furor contra él en aquel día; y los abandonaré, y esconderé de ellos mi rostro, y serán consumidos; y vendrán sobre ellos muchos males y angustias, y dirán en aquel día: ¿No me han venido estos males porque no está mi Dios en medio de mí?

18 Pero ciertamente yo esconderé mi rostro en aquel día, por todo el mal que ellos habrán hecho, por haberse vuelto a dioses ajenos.

19 Ahora pues, escribíos este cántico, y enséñalo a los hijos de Israel; ponlo en boca de ellos, para que este cántico me sea por testigo contra los hijos de Israel.

20 Porque yo les introduciré en la tierra que juré a sus padres, la cual fluye leche y miel; y comerán y se saciarán, y engordarán; y se volverán a dioses ajenos y les servirán, y me enojarán, e invalidarán mi pacto.

21 Y cuando les vinieren muchos males y angustias, entonces este cántico responderá en su cara como testigo, pues será recordado por la boca de sus descendientes; porque yo conozco lo que se proponen de antemano, antes que los introduzca en la tierra que juré darles.

22 Y Moisés escribió este cántico aquel día, y lo enseñó a los hijos de Israel.

23 Y dio orden a Josué hijo de Nun, y dijo: Esfuérzate y anímate, pues tú introducirás a los hijos de Israel en la tierra que les juré, y yo estaré contigo.

Orden de guardar la ley junto al arca

24 Y cuando acabó Moisés de escribir las palabras de esta ley en un libro hasta concluirse,

25 dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciendo:

26 Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti.

27 Porque yo conozco tu rebelión, y tu dura cerviz; he aquí que aun viviendo yo con vosotros hoy, sois rebeldes a Jehová; ¿cuánto más después que yo haya muerto?

28 Congregad a mí todos los ancianos de vuestras tribus, y a vuestros oficiales, y hablaré en sus oídos estas palabras, y llamaré por testigos contra ellos a los cielos y a la tierra.

29 Porque yo sé que después de mi muerte, ciertamente os corromperéis y os apartaréis del camino que os he mandado; y que os ha de venir mal en los postreros días, por haber hecho mal ante los ojos de Jehová, enojándole con la obra de vuestras manos.

Cántico de Moisés

30 Entonces habló Moisés a oídos de toda la congregación de Israel las palabras de este cántico hasta acabarlo.

Reina-Valera 1960 (RVR1960)Copyright © 1960 by American Bible Society

ENVIDIA DE LAS BODAS AJENAS

25 feb 2016

ENVIDIA DE LAS BODAS AJENAS

por Carlos Rey

 

a1En este mensaje tratamos el siguiente caso de una mujer que «descargó su conciencia» de manera anónima en nuestro sitio http://www.conciencia.net, autorizándonos a que la citáramos:

«Hace cinco años que tengo una relación de noviazgo. Tenemos dificultades económicas para casarnos. No puedo evitar tener envidia, desesperación y tristeza en mi corazón cada vez que alguien conocido anuncia su matrimonio. Yo sólo trato de disimular lo que siento y de asistir [a la boda] aunque me sienta mal. No sé cómo sacar la envidia de mi corazón y alegrarme con los que están alegres. No puedo sentirme feliz al ver que otros han obtenido esa bendición antes que yo, y que no sé cuánto tiempo más tendré que esperar.»

Este es el consejo que le dio mi esposa:

«Estimada amiga:

»Nos alegramos de que reconozca que la envidia le hace daño. Al pensar vez tras vez en lo que usted tiene y que compara con lo que tienen los demás, se está condenando a la infelicidad. Los adultos que tienen madurez emocional aceptan el hecho de que la vida no es justa, nunca ha sido justa, y jamás será justa, y luego determinan sacarle el mayor provecho posible a lo que tienen. En cambio, los que se comparan con otros en cualquier esfera de la vida, convencidos de que debiera haber equidad o justicia de alguna manera, se decepcionan constantemente. Luego se enojan y se irritan, lo cual los aísla de sus amigos y de su familia, y eso los hace más infelices….

»Las bodas provocan la envidia de muchas mujeres en todo el mundo. Ven bodas hermosas por televisión y en las películas y cine, y terminan por convencerse de que el espléndido evento y el costoso vestido de novia son indispensables para casarse. Y ven cómo ciertas familias tratan de demostrar que tienen dinero y prestigio social al invitar a todos sus conocidos a una suntuosa cena después de la ceremonia. Y sin embargo los buenos matrimonios no dependen de nada de eso, como lo confirman tantos divorcios que se dan a los pocos años de las bodas.

»Cuando nuestra hija se casó hace algunos años, no teníamos el dinero para que ella y su prometido tuvieran una boda costosa…. Ellos decidieron casarse en un parque, y luego que unos cuantos familiares y amigos fueran a una casa para una pequeña fiesta…. Estuvimos orgullosos de ellos porque decidieron no desperdiciar una buena cantidad de dinero en una gran fiesta que sólo duraría unas cuantas horas.

»El escritor del libro a los Hebreos enseñó: “Manténganse libres del amor al dinero, y conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: ‘Nunca te dejaré; jamás te abandonaré.’”1En esas palabras encontramos el remedio para la envidia: estar satisfechos con lo que tenemos y depender de la ayuda de Dios para lo que de veras necesitamos. Pídale a Dios que la perdone por la envidia que tiene en el corazón y que le ayude a confiar en Él para el futuro.»

Con eso termina lo que Linda, mi esposa, recomienda en este caso. El caso completo, que por falta de espacio no pudimos incluir en esta edición, se puede leer si se pulsa la pestaña en http://www.conciencia.net que dice: «Casos», y luego se busca el Caso

378.http://audio.conciencia.net/2016/2016feb25.mp3

LA LEY DE LA SIEMBRA Y LA COSECHA

LA LEY DE LA SIEMBRA Y LA COSECHA

Pablo Martini
Programa No. 2016-02-25
a1Alégrate, joven, en tu juventud, y disfruta en tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda donde tu corazón y  tus ojos te quieran llevar; pero debes saber, que sobre todas las cosas que decidas te juzgará Dios. (Porque podemos escoger nuestras decisiones pero no podemos escoger las consecuencias de ellas). Cuando  se oscurezca  la luz de tus ojos… cuando tu sistema de defensa tiemble de miedo,  cuando te cierren puertas y ventanas de oportunidades porque ya no sirves ni para moler granos, cuando por más que madrugues solo verás abatimiento, ; cuando también temerás de lo que es alto, y tendrás terrores en el camino; cuando todo se te hará una carga, y hasta perderás el apetito; cuando recuerdes que el hombre va a su morada eterna, y comiencen los lamentos por las calles por tu partida, antes que tu espalda se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, antes que llegues al punto de que todo intento se esfume no más en sus comienzos, antes que vuelvas  a la tierra, como eras, y tu espíritu vuelva a Dios que te lo dio, acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud.

Pues si no vendrán esos días malos, y llegarán los años de los cuales digas: “No encuentro en ellos satisfacción”, y acabes diciendo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad.”

Esta es una sencilla adaptación del comentario de Salomón en su libro de Eclesiastés y presenta a un joven que no quiso esperar y tomó sus decisiones sin pensar en el futuro.

Pocos de nosotros poseemos la capacidad de adelantarnos a las consecuencias de esta forma de encarar la vida, pero en esta advertencia encontramos uno de los tesoros más preciados. Debes saber que lo que estás viviendo hoy no es otra cosa que las consecuencias de tus decisiones tomadas ayer, (para bien o para mal). De la misma manera las cosas que voluntariamente estás hoy decidiendo será lo que marque tu futuro en lo laboral, familiar, personal, Etc. Sí, hoy te estás forjando tu mañana. Es serio, es importante, es peligroso, ¡es vital!

PENSAMIENTO DEL DÍA

Señor, enséñame a vivir el hoy de tal manera que mañana no tengaque reprocharme el ayer.

Líbrate de esas cadenas débiles

Febrero 25

Líbrate de esas cadenas débiles

Lectura bíblica: Efesios 1:3–8

Asimismo, nos escogió en él desde antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él. Efesios 1:4

a1¿Has ido alguna vez al circo y notado que la gente del circo impide que las manadas de elefantes salgan galopando? Bueno, en realidad, por lo general no tienen muchos de estos grandes animales bajo la lona del circo. Pero mantienen en su lugar a los elefantes con cadenitas de bicicleta chiquititas alrededor de las patas.

Tema para comentar y adivinar: ¿Cómo puede una cadena tan débil controlar a un animal tan fuerte?

Es así. El elefante está sujetado por su memoria. Siendo bebé había tratado de zafarse de la cadena pero no era lo suficientemente fuerte para hacerlo. Grabada en el cerebro del elefante estaba la idea de que la cadena era más fuerte que él, y no ha olvidado esa lección. Aunque el elefante adulto podría romper la cadena de un tironcito, rara vez lo intenta. No obstante, toma nota de esto: cuando sí logra librarse, es casi imposible volver a dominarlo.

Sucede algo parecido con los chicos que se desarrollan con un concepto distorsionado de lo que valen para Dios y para los demás; como resultado, tienen un sentido equivocado de su verdadera identidad. Padres, maestros, los medios, la publicidad y aun algunos líderes de la iglesia te pueden bombardear con la idea de que tu identidad se define según tu apariencia, o lo bien que te comportas, y cuánto éxito logras.

Aun si sabes que no es así, quizá estés encadenado por esa idea tonta. Dios quiere liberarte. Su verdad es más fuerte que cualquier cadena.
No puedes liberarte de una manera más eficaz que por medio de meterte en la cabeza lo que Dios dice acerca de quién eres para él.

• Primero, Dios dice: “Tú eres mi hijo”. Juan 1:12 afirma:“Pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios”. Haz tuyo este versículo: “Creo en Dios y lo he aceptado. Me ha dado el derecho de ser su hijo”.

• Segundo, Dios dice: “Eres mi escogido”. Efesios 1:4 nos afirma: “Nos escogió en él desde antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él”. Personaliza este versículo también: “Fui escogido por Dios, aun antes de que él creara el mundo, para que fuera santo y sin mancha”.

Cuando dejas que estas verdades bíblicas cambien el modo como te ves a ti mismo, te das cuenta de que eres más grande que las cadenas que te tienen atado.

PARA DIALOGAR
¿Qué mensajes negativos escuchas cada día que te impiden verte como Dios te ve?

PARA ORAR
Gracias, Señor, por hacernos tus hijos. Ayúdanos a recordar esta verdad cuando, por temor, muchas otras voces intentan mantenernos encadenados.

PARA HACER
Escribe las maravillosas palabras bíblicas de hoy en una tarjeta. Adhiérela al espejo del baño. Léela cuando alguien te ha hecho sentir que no vales nada

McDowell, J., & Johnson, K. (2005). Devocionales para la familia. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano.

VALLE DE LA CALAMIDAD PERSONAL

VALLE DE LA CALAMIDAD PERSONAL

PROGRAMA NO. 2016-02-24

a1Saludos cordiales amable oyente. Es motivo de gran gozo compartir este tiempo de estudio bíblico con usted. Gracias por su sintonía. Estamos estudiando acerca de cómo salir de los valles profundos por los cuales se encaminan a veces nuestros pasos en la vida. Ya hemos hablado acerca del valle de la duda el valle de la depresión. Estamos ahora hablando acerca del valle de la calamidad. La calamidad puede ser económica, como fue el caso de aquella pobre viuda que debía pagar una deuda muy grande y sus acreedores le presionaban amenazándola con llevarse a los hijos en calidad de esclavos si no pagaba a tiempo. En nuestro estudio bíblico pasado vimos como Dios intervino por medio de Eliseo para que esta viuda tenga más de lo que necesitaba y pueda no sólo cumplir con su compromiso de cancelar sus deudas sino también de iniciar su propio negocio de compra venta de aceite. En esta ocasión trataremos sobre una persona que cayó en el valle de la calamidad personal.

Las calamidades, amable oyente, pueden ser de diversa índole. Ya hemos visto que pueden ser económicas, pero también pueden ser personales, en el sentido que ponen en peligro la vida del que las sufre. La Biblia presenta una gran cantidad de personas que sufrieron calamidades personales y salieron muy bien libradas de ellas. A manera de estudio de un caso, tomemos al apóstol Pablo. Observemos en primer lugar, la severidad de sus calamidades personales y en segundo lugar la solución para sus calamidades personales. En cuanto a la severidad de sus calamidades personales, tenemos dos pasajes bíblicos, ambos en la segunda epístola a los Corintios. El primero en el capítulo 4, versículos 8 y 9 donde dice: que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados;
2Co 4:9 perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos;
Bueno, la vida de Pablo no fue un lecho de rosas que digamos. Según este pasaje, Pablo fue conducido innumerables veces al profundo valle de la calamidad personal. En ese valle, Pablo se vio en tribulación, en apuros, en persecución y bajo constante ataque enemigo. Un poco más adelante en 2 Corintios 4:12 Pablo dijo lo siguiente: De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida.

Con esto, Pablo está señalando que todas estas calamidades personales ponían en serio riesgo su propia vida. La muerte andaba rondando cerca de Pablo constantemente. Sin embargo, según su propio testimonio, Pablo nunca se dejó dominar de su calamidad personal, porque el texto dice que aunque estaba en tribulación, no llegó a angustiarse, aunque estaba en apuros, no llegó a desesperarse, aunque estaba bajo persecución, no llegó a sentirse abandonado, aunque estaba derribado, no llegó a sentirse destruido. La gran pregunta es ¿Cómo lo logró? Esperemos un momento por al respuesta. Por lo pronto vemos la severidad de la calamidad personal en la vida del Apóstol. El segundo pasaje se encuentra en 2 Corintios 11:23-27 donde Pablo registra su experiencia. La Biblia dice: ¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces.

2Co 11:24 De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno.

2Co 11:25 Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar;
2Co 11:26 en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos;
2Co 11:27 en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez;
Bueno, con lo que a usted le está pasando, quizá pensó que es el capeón en cuanto a sufrir calamidades personales. Pero al escuchar el testimonio de Pablo, estoy seguro que habrá llegado a la conclusión no ha padecido ni una mínima fracción de lo que padeció Pablo. Dice que por cinco veces recibió de los judíos 39 azotes, uno menos que cuarenta, lo cual era lo máximo que permitía la ley de Moisés. Para no quebrantar la ley de Moisés por posibles equivocaciones en la cuenta de los azotes, los judíos siempre se detenían en el azote número 39. Esto era de poco consuelo para el azotado ciertamente. El Nuevo Testamento no registra detalles de esto, pero eso fue lo que pasó con Pablo. También dice que por tres ocasiones fue azotado con varas. Una de esas ocasiones fue cuando estuvo en Filipos antes de ser arrojado a la cárcel, de dónde fue sacado milagrosamente por el Señor. Pero ¿y las otras dos veces? Nadie sabe dónde fue ni cómo fue. Dice además que fue apedreado, De esto sí nos habla el Nuevo Testamento en el libro de Hechos. Ocurrió en Listra. Después de ser apedreado, Pablo fue sacado de la ciudad pensando que estaba muerto, pero rodeándole los discípulos, se levantó y entró en la ciudad. También afirma que por tres veces había sufrido naufragio. El Nuevo Testamento se refiere a un naufragio en el cual Pablo estaba presente, pero este naufragio ocurrió en su viaje a Roma, unos tres años después que Pablo escribiera esto que hemos leído en 2 Corintios. De modo que no se sabe cómo ni dónde Pablo sufrió la espeluznante experiencia de estar en tres naufragios. Así por el estilo, amable oyente, usted estará de acuerdo conmigo en cuanto a que Pablo fue un campeón de sufrir calamidad personal, superado únicamente por Cristo Jesús, porque verdaderamente nadie ha padecido tanto como nuestro amado Salvador. Eso explica por qué Pablo estaba en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez. Aun una noche y un día, estuvo como náufrago en alta mar. Pero ni aun eso doblegó su espíritu. La única explicación posible es la directa intervención de Dios.

Hemos considerado la severidad de la calamidad personal en Pablo. Sin embardo, Pablo siguió firme.

¿Cómo lo hizo? Consideremos pues, la solución a la calamidad personal en Pablo. La clave radica en que Pablo tenía un elevado concepto de la grandeza de Dios. Pablo sabía que todo eso que estaba pasando, no era porque Dios le había abandonado o porque Dios le estaba castigando, o porque Dios se deleitaba en el sufrimiento que estaba soportando. Pablo sabía que esas situaciones que vivió eran los vientos contrarios que podían elevarle cual águila a las alturas de una relación más íntima y pura con Cristo Jesús. Se dice que cuando un águila quiere retozar en el vuelo, busca una corriente aire y extendiendo sus alas se deja llevar plácidamente por la corriente de aire. Pero cuando el águila está en peligro y trata de escapar por su vida, busca una corriente de aire y vuela en contra de ella. De esa manera, la corriente de aire contraria a la dirección de vuelo tiene el efecto de elevar al águila tan alto como sea posible para escapar del peligro. Así deben ser vistas las calamidades personales amable oyente. Son el viento contrario que cuando lo sabemos aprovechar nos remontarán a las alturas insospechadas de íntima y dulce comunión con el Señor. Los árboles más fuertes no son aquellos que crecen en la quieta hondonada de los valles. Los árboles más fuertes son los que crecen en la escarpada montaña, donde el viento, la lluvia, la nieve azotan con feroz fuerza. Las calamidades personales eran consideradaza por Pablo como la inclemencia del tiempo que hacía más fuerte el árbol de su vida. Yo no sé si alguna vez ha visto un instrumento musical eólico. Son esos aparatos que emiten música cuando sopla viento. Cuando el viento es suave o inexistente, el instrumento musical eólico permanece mudo, quieto. Pero cuando sopla el viento con toda su fuerza, del instrumento eólico brota la encantadoras melodía que deleita el oído.

Pablo sabía que sus calamidades personales eran el viento que hacía brotar música hermosa de su vida y eso le ayudó a mantenerse firme en el valle de la calamidad. Puede ser que usted amable oyente, este momento esté en el valle de la calamidad personal. No se desespere, no se sienta derrotado. Mire a su calamidad como la ráfaga de viento que va a producir acogedora música en su vida. Música que traerá gloria al nombre de Dios. Sólo así podrá como Pablo soportar sus aflicciones y eventualmente Dios mismo le sacará del valle de la calamidad personal.

Las nuevas condiciones 44

PARTE V

La era de los sueños frustrados

Las nuevas condiciones 44

Es mejor evitar los pecados, que huir de la muerte. Si hoy no estás listo, ¿cómo has de estarlo mañana? El mañana es incierto, ¿cómo sabes que has de vivir hasta entonces? ¿De qué sirve vivir largos días, si nuestra vida no mejora?

Kempis

a1En el siglo XIII, según vimos en la sección anterior, parecieron cumplirse los más altos ideales de la cristiandad medieval. En la persona de Inocencio III, el papado llegó a la plenitud de su poder, al tiempo que las órdenes mendicantes se lanzaban a conquistar el resto del mundo para Cristo, y en las universidades se construían grandes catedrales del pensamiento teológico. En teoría al menos, Europa se encontraba unida bajo una cabeza espiritual, el papa, y otra temporal, el emperador. Durante buena parte de ese siglo, mientras los cruzados occidentales reinaron en Constantinopla, pareció que por fin habían vuelto a unirse las iglesias latina y griega.

Pero en medio de todos esos elementos de unidad al parecer inquebrantables existían tensiones y puntos débiles, que a la postre derrumbarían el gran edificio que la cristiandad medieval había construido con sus altos ideales. La unión con la iglesia griega era tan solo aparente, pues bajo la superficie bullía el resentimiento de un pueblo que se sentía oprimido por invasores extranjeros. Por tanto, tan pronto como los bizantinos lograron reconquistar su capital, abrogaron todos los acuerdos que los patriarcas latinos de Constantinopla habían hecho con la iglesia occidental. La unidad política de Europa era más ficticia que real, pues los emperadores no tenían fuera de Alemania más que una autoridad nominal, y aun en su propio país se veían forzados a luchar casi constantemente contra los nobles rebeldes.

Los grandes sistemas escolásticos del siglo XIII también llevaban dentro de sí los gérmenes de su propia destrucción, según veremos más adelante. La arquitectura gótica, logro supremo de la civilización medieval, pronto se dio a la ornamentación excesiva que es característica de todo arte decadente.

El papado no estaba exento de las mismas fuerzas de destrucción. A través de toda la “era de los altos ideales”, había existido una tensión casi constante entre el papado y el imperio, pues los límites de la autoridad de cada uno de los dos poderes no podían fijarse con exactitud. En la misma ciudad de Roma, donde se suponía que los papas reinaban como soberanos, el papado fue juguete frecuente de las ambiciones de los poderosos, o de la veleidad del pueblo. El espíritu republicano, que se había hecho fuerte en el norte de Italia, se hacía sentir en Roma. Dadas todas estas circunstancias, fueron muchas las ocasiones en que los papas se vieron obligados a exiliarse, o a refugiarse en alguno de sus castillos en las afueras de la ciudad, o a apelar al emperador frente a los republicanos, o al pueblo contra los nobles, o a los normandos para contrarrestar las amenazas del Imperio.

Pero a pesar de todo esto, durante el siglo XIII el papado tuvo el respeto de Europa. Cuando caía en tristes circunstancias, la cristiandad se conmovía, y por tanto quienes lo oprimían se veían obligados a actuar con moderación. Según aprendieron por experiencia propia los nobles italianos, los emperadores y los republicanos romanos, un papa cautivo era todavía un enemigo temible.

En el período que ahora estudiamos, esas circunstancias cambiaron. La triste historia de la decadencia del papado, que ocupará buena parte de la presente sección de nuestra historia, tuvo por consecuencia que la cristiandad occidental le perdió el respeto al papa. El gran sueño de Inocencio III, de un pueblo cristiano unido bajo un solo pastor, había quedado frustrado largos años antes que Lutero comenzara la Reforma protestante.

Frente a la corrupción del papado y de la iglesia en general, surgieron diversos movimientos de reforma. Algunos de ellos se dirigían casi exclusivamente a la práctica de la vida cristiana, mientras que otros atacaban las doctrinas que se habían desarrollado durante los siglos anteriores. Algunos eran dirigidos por eruditos y predicadores, mientras que otros tenían raíces más populares. Tales movimientos de reforma ocuparán también buena parte de nuestra atención.

Pero antes de pasar a narrar toda esa historia, conviene que nos detengamos a describir algo del trasfondo en que tuvo lugar.

La peste y sus consecuencias

La economía europea, que antes se había estado expandiendo, se estancó a principios del siglo XIV, y a mediados de ese siglo empezó a declinar. Esto se debió a la inestabilidad política, al fin de las cruzadas y a la decadencia de la agricultura. Pero su causa principal fue la epidemia de peste bubónica que azotó repetidamente a Europa occidental a partir de 1347.

La peste bubónica se propaga principalmente por pulgas que, tras picar a ratas infectadas, se la transmiten a un ser humano. Hacia fines del siglo XIII, cuando los genoveses lograron derrotar a los marroquíes, y abrir el estrecho de Gibraltar a la navegación, el contacto entre el norte de Europa y la cuenca del Mediterráneo se hizo cada vez más estrecho. La navegación había sido grandemente mejorada en ese mismo siglo, y por tanto, aun a través del invierno, constantemente había barcos procedentes del Mediterráneo en los puertos del Atlántico. Esto contribuyó a difundir la población de ratas negras, que son las portadoras de la terrible enfermedad. Además, la prosperidad económica del siglo XIII había llevado a un gran aumento en la población, de modo que quedaban pocos lugares aislados en Europa occidental. Cuando la plaga apareció en las costas del Mar Negro y en el sur de Italia, halló condiciones óptimas para su propagación. En tres años barrió el continente europeo, y se calcula que la tercera parte de la población murió. Tras esa terrible mortandad, la epidemia amainó, aunque volvió repetidamente con menos virulencia, cada diez o doce años. En cada uno de esos nuevos brotes, la enfermedad atacó principalmente a la generación más joven, que no había quedado inmunizada por la epidemia anterior, y por tanto Europa tardó dos siglos en volver a establecer el equilibrio demográfico.

Las consecuencias de la plaga fueron enormes, tanto en el orden económico como en el orden religioso. En lo económico, la epidemia afectó diversas regiones de distintos modos. En algunos lugares, la falta de mano de obra aumentó el precio de los productos manufacturados. En otros, la falta de mercados produjo un exceso de producción, con el consiguiente desempleo. Pero en todo caso lo que resultó fue un desequilibrio económico que se manifestó en una inestabilidad política inusitada. En los alrededores de París, en Inglaterra y en Flandes se produjeron revueltas populares. En algunos casos, como en Flandes, esas revueltas lograron cierto arraigo, y fue necesaria la intervención de todo el poderío de la corona francesa para aplastarlas, tras varios años de lucha. En las principales ciudades manufactureras, dada la restricción de los mercados, los maestros artesanos trataron de evitar que sus aprendices llegaran a ser maestros, y compitieran con ellos. El resultado fue una tensión cada vez mayor entre maestros y aprendices o jornaleros, que llevó a ambos grupos a organizarse para proteger sus intereses. Las huelgas se hicieron cada vez más frecuentes. En general, la producción disminuyó, y aumentaron los precios.

En el orden religioso, la peste tuvo también consecuencias profundas. Dado el carácter de la enfermedad, que frecuentemente parecía atacar de momento a personas perfectamente sanas y matarlas en unas pocas horas, se comenzó a dudar del universo racional y ordenado que habían concebido los escolásticos. Entre los intelectuales, se abrió paso la opinión de que el universo no es en fin de cuentas racional, y en consecuencia se dudó cada vez más de la capacidad de la mente humana para penetrar los misterios de la existencia. Entre el pueblo menos educado, aumentó la superstición, que siempre había existido. Como dijimos anteriormente, varios de los “gigantes” del siglo IV se habían opuesto al auge que comenzaron a tomar en su época las peregrinaciones. Ahora, mil años más tarde, esas peregrinaciones eran una de las manifestaciones religiosas más populares. Los ricos partían hacia los lugares tradicionales de peregrinación: Tierra Santa, Roma y Compostela. Los pobres acudían a santuarios más cercanos cuya eficacia, aunque no igual a la de los tres lugares mencionados, se consideraba grande. De igual modo, aumentó el culto a las reliquias, que se había ido abriendo paso a través de toda la Edad Media. Luego, las supersticiones contra las que protestaron los reformadores del siglo XVI, aunque tenían raíces que en muchos casos se remontaban a más de mil años atrás, se habían vuelto particularmente exageradas y comunes a partir de mediados del siglo XIV.

Otra consecuencia de la plaga fue una gran preocupación con el tema de la muerte. Puesto que hasta los más jóvenes “y particularmente ellos en las epidemias posteriores” podían morir inesperadamente, toda la vida se veía a la luz de esa posibilidad. La muerte era el acompañante secreto y constante de todo ser humano, dispuesta a reclamarle en cualquier momento y a llevarle, o bien a la patria celestial, o bien al castigo eterno. Al agonizar un enfermo, los ángeles y demonios se disputaban el alma del moribundo, y la función de la iglesia y de sus ministros consistía en facilitar la victoria de los ángeles. La muerte, pues, y su triunfo al parecer universal, se volvieron temas constantes en la literatura y el arte, donde frecuentemente se le representaba celebrando su victoria. Por las mismas razones, y en unión estrecha con este interés en la muerte, se comenzó a pensar en Jesucristo como juez más bien que como redentor. La ira de Dios, que parecía experimentarse  en esta vida en la epidemia y el hambre, se pondría de manifiesto de modo particular en el juicio final, cuando Jesucristo, sentado sobre el arco iris, juzgaría a toda la humanidad. Y en ese juicio no habría palabra alguna de perdón, sino sólo para quienes en esta vida la hubieran merecido por razón de sus buenas obras y de su uso de los medios de gracia.

Por último, conviene señalar que la peste contribuyó a aumentar la enemistad entre cristianos y judíos. Entre los cristianos, se pensaba que parte de la causa de la peste eran las brujas, cuyos maleficios enfermaban a sus enemigos. Por ello, se persiguió a mujeres inocentes a quienes se les dio ese título. Pero además se persiguió a los gatos, que se decía eran amigos de las brujas. Por esa causa aumentó la población de ratas. Puesto que todo esto no sucedía entre los judíos, los casos de peste eran menos frecuentes entre ellos. El resultado fue que se les acusó de envenenar los pozos donde bebían los cristianos, y que en represalia de ello hubo terribles matanzas.

La alianza entre la burguesía y la corona

Además de la peste bubónica, otros factores contribuyeron a las condiciones sociales y políticas de los dos siglos que ahora estudiamos, el XIV y el XV. El principal de ellos fue probablemente la alianza entre la alta burguesía y la corona.

En los dos siglos anteriores la economía manufacturera y mercantil había logrado gran desarrollo. Para sostenerla, se habían propagado los sistemas de crédito, y en consecuencia las casas bancarias se enriquecieron. Puesto que la manufactura, el comercio y la banca estaban en manos de la alta burguesía, esta nueva clase, surgida con el desarrollo de las ciudades, era la que más beneficios recibía de esas actividades. Sus intereses se oponían a los de los grandes señores del sistema feudal. Las pequeñas guerras entre señores vecinos, los impuestos que cada noble imponía sobre los productos que pasaban por sus territorios y el sueño de los grandes barones de crear unidades autosuficientes actuaban en perjuicio del comercio. Desde el punto de vista de la alta burguesía, un gobierno centralizado y fuerte, que protegiera el comercio, erradicara el bandidaje, regulara la moneda y evitara las constantes guerras entre pequeños vecinos, era altamente deseable. Por ello esa clase les prestó apoyo decidido a los esfuerzos por parte de los reyes de limitar el poder de la nobleza.

También los reyes recibían beneficios de esa alianza. El único modo efectivo de hacer valer su autoridad era tener un ejército permanente, bajo el mando de la corona, que pudiera actuar rápida y eficazmente contra cualquier rebelde. Pero esto costaba dinero. La mayor parte de las tierras estaba en manos de los nobles, quienes utilizaban ese recurso para levantar ejércitos propios, según la necesidad del momento. Pero la corona no podía exigirles a tales nobles que sostuvieran el gasto de un ejército permanente. Al menos, no podía hacerlo mientras no se estableciera firmemente la autoridad de la corona sobre la nobleza. En esas circunstancias, los reyes tenían que acudir a la burguesía, cuyo apoyo económico les permitía sostener los ejércitos necesarios.

El nacionalismo

Este proceso dio origen a los estados modernos. Francia e Inglaterra, junto a los países escandinavos, fueron los primeros en quedar unidos bajo monarquías relativamente fuertes. España tardó hasta fines del período que estamos estudiando, pues no fue sino con el matrimonio de Isabel y Fernando que se produjo la unidad nacional. Portugal era una monarquía al empezar este período, pero a través de todo él la corona fue aumentando su poder frente a los nobles. Alemania e Italia no lograron la unidad nacional sino largo tiempo después.

Esto a su vez dio origen a un creciente sentimiento nacionalista. En los siglos anteriores, la mayor parte del pueblo europeo se había sentido ciudadana de algún pequeño condado o burgo. Pero ahora se empezó a hablar de una nación francesa, por ejemplo, y los habitantes de esa nación comenzaron a mostrarse poseídos de cierto espíritu nacional. Esto sucedió aun en los países que no quedaron unidos bajo una monarquía floreciente. A fines del siglo XIII, varias municipalidades alpinas se rebelaron y fundaron la Confederación Helvética, que fue creciendo a través de todo el siglo XIV, al tiempo que derrotaba repetidamente a los ejércitos que los emperadores alemanes enviaban para tratar de sofocar la rebelión. Por fin, en 1499, el emperador Maximiliano I se vio obligado a reconocer la independencia de Suiza. En Alemania, aunque no hubo un movimiento de insurrección semejante al de Suiza, sí hubo toda suerte de indicaciones de que los habitantes de los diversos electorados, ducados, ciudades libres, etc. comenzaban a sentirse alemanes, y a dolerse por la injerencia que tenían en los asuntos nacionales otros países cuya unidad les daba mayor poder. Tales sentimientos nacionalistas, cada vez más comunes en la Europa de los siglos XIV y XV, militaban contra la relativa unidad que se había logrado en épocas anteriores.

Si el papado parecía inclinarse a favor de los intereses franceses, como lo hizo durante su residencia en Aviñón, los ingleses no vacilaban en oponerse a él. Si, por el contrario, se negaba a ser instrumento dócil en manos de la corona francesa, ésta apoyaba a otro papa, como sucedió durante el Gran Cisma. Aunque en siglos anteriores se habían producido situaciones semejantes, en este período de fines de la Edad Media tales situaciones, más que la excepción, resultaron ser la regla. Y lo mismo sucedió con respecto al Imperio, sobre todo en las regiones fronterizas de Suiza y Bohemia. A la rebelión suiza nos hemos referido más arriba. El sentimiento nacionalista bohemio nos interesará al tratar de Juan Huss y los suyos.

La Guerra de los Cien Años

El surgimiento de las grandes naciones modernas, y el uso de la artillería en el campo de batalla, dieron lugar a guerras mucho más sangrientas y prolongadas que las de los siglos anteriores. De ellas, la más notable fue la guerra de los Cien Años, que de tal modo involucró, no sólo a Francia e Inglaterra, sino también al resto de Europa, que algunos historiadores han sugerido que debería llamarse “primera guerra europea”.

La causa inicial de las hostilidades fue la cuestión de la sucesion a la corona francesa. El rey de Francia, Felipe IV el Hermoso, había dejado tres hijos varones; pero todos reinaron sucesivamente, y murieron sin a su vez tener descendencia masculina. A la muerte del menor, Carlos IV, se planteó la cuestión de la sucesión. En Francia, Felipe de Valois, sobrino de Felipe IV, fue coronado rey. Pero en Inglaterra el parlamento inglés declaró que su propio rey, Eduardo III, era el legítimo heredero de la corona, y envió una delegación a Francia para reclamarla. La alegación inglesa se basaba en el hecho de ser Eduardo hijo de la hermana de los tres últimos reyes, y por tanto nieto del padre de ellos, Felipe IV. El nuevo rey de Francia, Felipe VI de Valois, respondía diciendo que, de igual modo y por las mismas razones que las mujeres no podían heredar el trono, la descendencia por línea masculina debía preferirse a la que tenía lugar por línea femenina.

Como rey de Francia, Felipe VI era señor, entre otros territorios, del ducado de Guyena. Puesto que Eduardo III era duque de Guyena, le correspondía prestarle homenaje de vasallo al nuevo rey de Francia. Tras largas vacilaciones, Eduardo consintió a esa ceremonia, aunque después de celebrarla se retractó, diciendo que había participado de ella cuando todavía era menor de edad, y siguiendo el parecer de consejeros ineptos.

Todo esto contribuyó a enemistar a los dos monarcas, hasta que los asuntos de Escocia los llevaron a la guerra. Por varias generaciones, Francia había sido el principal aliado de Escocia frente a las intenciones de conquista que los ingleses abrigaban hacia ese territorio al norte de su país. Cuando, debido a la política imperialista de Inglaterra, el rey David de Escocia se vio obligado a abandonar el país, Francia le prestó asilo, y apoyó a sus partidarios que continuaban luchando contra las tropas de Eduardo III. Este protestó, y se preparó a atacar a Francia.

Empero Eduardo, involucrado como estaba en una guerra en Escocia, no podía pretender derrotar a Felipe por sí solo, y por tanto se dedicó a tejer una extensa red de alianzas contra su enemigo. Su principal aliado era el emperador Luis de Baviera, quien le dio el título de “vicario imperial”. Además, contaba con el apoyo de varios duques y otros nobles de menor categoría, y con el de las ciudades de Flandes, que se rebelaron contra sus señores. El jefe de la rebelión, el cervecero Jacobo von Artaveldt, temía con razón que los nobles a quienes los rebeldes habían derrocado buscaran el apoyo de la corona francesa, y por tanto él se procuró el de Eduardo.

Felipe, por su parte, organizó otra red de alianzas en la que estaban incluidos los reyes de Navarra y Bohemia, así como los duques de Bretaña, Austria y Lorena, y varios nobles alemanes que se oponían a la política del Emperador.

Las primeras campañas de la guerra resultaron infructuosas para los ingleses. En el 1338, Eduardo se presentó en las fronteras de Francia, y se dedicó a devastar la región. Pero Felipe sabía que su rival estaba agotando el tesoro de Inglaterra, y que no podría sostener su ejército en pie de guerra largo tiempo. Por ello se negó a ofrecerle batalla, y a la postre Eduardo tuvo que regresar a Inglaterra, empobrecido y decepcionado.

En el 1340, los franceses, junto a los normandos y genoveses, reunieron una enorme flota para cerrarles el paso a los ingleses, pero éstos, con la ayuda de los flamencos, los derrotaron decisivamente. Casi toda la escuadra francesa fue destruida, y miles de soldados murieron ahogados tras lanzarse al mar huyendo del enemigo. Se cuenta que nadie se atrevía a darle a Felipe noticia de la terrible derrota, hasta que su bufón le dijo que al parecer los franceses eran más valientes que los ingleses, porque se atrevían a saltar al mar. Empero esta vez tampoco pudo Eduardo sacar ventaja de sus triunfos iniciales, pues su gran ejército se deshizo cuando empezaron a escasear los fondos. Exasperado, el rey de Inglaterra invitó al de Francia a un encuentro en el campo del honor. Pero Felipe sabía que el tiempo actuaba en su provecho, y por fin Eduardo se vio obligado a aceptar un armisticio y a regresar a Inglaterra, donde tenía que enfrentarse a las enormes deudas que había contraído para financiar su campaña.

La próxima expedición inglesa, en el 1346, tuvo mejores resultados. Eduardo sorprendió a los franceses cuando desembarcó inesperadamente en Normandía, donde se dedicó a devastar la región. Tras una larga y complicada serie de marchas y contramarchas, los dos ejércitos chocaron finalmente en la batalla de Crecy, donde los arqueros ingleses derrotaron decisivamente al ejército francés. Eduardo entonces aprovechó esa victoria para sitiar a Calais, que se rindió al año siguiente y fue desde entonces una de las más importantes posesiones inglesas en el continente.

Poco después de la capitulación de Calais, la peste bubónica barrió toda Europa, y forzó a ambos contendientes a abandonar las hostilidades. Cuando éstas se reanudaron varios años más tarde, Felipe VI había muerto, y fue su hijo y sucesor Juan II quien se enfrentó a los invasores ingleses, que marchaban al mando de Eduardo, príncipe de Gales e hijo de Eduardo III. Debido al color de su armadura, este gran guerrero recibió el nombre de “Príncipe Negro”, por el que lo conoce la posteridad. Su estrategia consistió en desolar los campos de Francia, destruyendo así la base económica de su contrincante. Juan respondió reuniendo un gran ejército que sorprendió a los ingleses cerca de Poitiers. Pero una vez más la disciplina superior del ejército inglés, y la destreza de sus arqueros, se impusieron en el campo de batalla. Contra toda expectación, el Príncipe Negro y sus tropas derrotaron en Poitiers a un ejército muchísimo más poderoso, y coronaron su triunfo capturando al rey Juan. Este fue llevado como prisionero a Inglaterra, donde permaneció hasta que el tratado de Bretigny, en el 1360, le devolvió la libertad. En ese tratado, Eduardo III renunciaba a toda pretensión a la corona de Francia, al tiempo que Juan se comprometía a pagarle una indemnización de tres millones de escudos, y a reconocer su soberanía sobre Calais y sobre buena parte de Aquitania.

Empero la guerra, que se había vuelto endémica, se trasladó ahora a España. En diversas regiones de Francia había bandos de mercenarios, las llamadas “compañías blancas”, que quedaron desempleados al firmarse la paz, y no tenían otro medio de subsistencia que el robo y la violencia. Para librarse de ellos, Carlos V, sucesor de Juan II, decidió enviarlos a Castilla, donde Pedro el Cruel había matado o mandado matar a varios nobles, y enviado al exilio a otros tantos. Entre estos últimos se contaba su hermano bastardo Enrique de Trastámara, cuya madre había sido asesinada por orden de Pedro. Los desmanes del cruel rey de Castilla enardecieron a los franceses cuando recibieron la noticia de que su esposa Blanca de Borbón, princesa francesa a quien Pedro había humillado repetidamente, había muerto en circunstancias misteriosas. Pronto se dijo que había sido envenenada, y no faltaron caballeros franceses que se dispusieron a vengar la muerte de su princesa. Al mando de Enrique de Trastámara, y con dinero procedente de la corona francesa y del papa, un gran ejército de caballeros franceses y de “compañías blancas” cruzó los Pirineos, atravesó Aragón y penetró en Castilla. Cuando sus nobles se negaron a defenderle, Pedro el Cruel huyó a Portugal, y después a Bayona. El territorio donde Pedro el Cruel se había refugiado estaba bajo el gobierno del Príncipe Negro, quien le ofreció su apoyo contra el “usurpador” Enrique. Al parecer, una de las principales razones que movieron al jefe inglés a seguir esa política fue su deseo de oponerse a los designios del rey de Francia, sin romper abiertamente con lo estipulado en el tratado de Bretigny. Al frente de su ejército el Príncipe Negro cruzó los Pirineos en Roncesvalles, logró que el Rey de Navarra aprovisionara sus tropas en Pamplona, y penetró en tierras de Castilla. Allí derrotó decisivamente a Enrique de Trastámara, y volvió a colocar a Pedro sobre el trono.

Este tenía el propósito de matar a los dos mil prisioneros hechos en el campo de batalla, pero su aliado inglés se lo impidió, persuadiéndolo a perdonarles la vida y aceptarlos como sus súbditos. Poco después, cuando el restaurado rey de Castilla se hizo el sordo ante las peticiones de su aliado, quien necesitaba provisiones para su ejército, éste regresó a Aquitania, y libró a don Pedro a su suerte. En el entretanto, Enrique de Trastámara había vuelto a apelar a Francia, y con la ayuda que de ella recibió se presentó de nuevo en Castilla, donde derrotó a su rival. Poco después, en circunstancias que la historia no ha podido aclarar, los dos hermanos rivales se encontraron abrazados en combate mortal cerca de Montiel, y don Pedro resultó muerto. A partir de entonces Enrique reinó en Castilla, y Francia pudo contar con un aliado allende los Pirineos. Esta alianza se afianzó cuando un hermano del Príncipe Negro, el duque de Lancaster, reclamó para sí la corona de Castilla, por haberse casado con la heredera de don Pedro. La alianza entre Castilla y Francia cambió el curso de la guerra. Con la ayuda de la escuadra castellana, los franceses tomaron la ofensiva.

En el 1372, los castellanos destruyeron toda la flota inglesa en la batalla de La Rochelle. Dos años más tarde, no les quedaban a los ingleses más posesiones en el Continente que Calais, Burdeos, Bayona y otros pocos lugares de menor importancia. Por fin, en el 1375, Eduardo se vio obligado a aceptar una tregua, que duró hasta el 1415.

Eduardo murió en el 1377. Puesto que poco antes había fallecido el Príncipe Negro, el nuevo rey fue el hijo de este último, Ricardo II. Durante todo su reinado y el de su sucesor, Enrique IV, Inglaterra se vio envuelta en guerras con Escocia, y en rebeliones y movimientos populares que le impidieron seguir una política belicosa contra Francia. Uno de estos movimientos fue el de Wyclif y los “lolardos”.

Fue el hijo de Enrique IV, el quinto rey del mismo nombre, quien, tras destruir la rebelión de los lolardos, se dispuso a emprender de nuevo las hostilidades contra Francia. Tan pronto como se sintió seguro en su trono, reclamó para sí la corona francesa. Poco después desembarcó en la boca del Sena, tomó la fortaleza de Harfleur, y se adentró en Francia. Esa invasión se facilitaba porque ese país estaba entonces en medio de luchas internas, debido a la locura de Carlos VI. Dos partidos, el de los “borgoñones” y el de los “armañacs”, se disputaban la regencia. Por ello las tropas francesas evitaron el combate por algún tiempo, pero por fin, confiadas en su superioridad numérica, trataron de detener al invasor, y fueron vencidas en la batalla de Agincourt (1415). Una vez más, empero, los ingleses se vieron imposibilitados de continuar la campaña, pues escaseaban los fondos y el ejército había sufrido serias bajas durante su estancia en Francia. Enrique se contentó entonces con declarar que la victoria de Agincourt mostraba que Dios favorecía su causa, y que la corona francesa le pertenecía ante los ojos de Dios. Hecha esta declaración, regresó a Inglaterra, donde fue recibido en triunfo.

Allí lo visitó el emperador Segismundo, quien anteriormente había estado en la corte francesa en un intento de mediar entre ambos contendientes. Enrique se mostró dispuesto a renunciar al trono de Francia, siempre que se cumpliera el tratado de Bretigny. Puesto que ese tratado le concedía al rey de Inglaterra buena parte del territorio francés, las esperanzas de llegar a una reconciliación por ese camino eran escasas, y los ingleses continuaron preparándose para la guerra. Cuando los franceses trataron de reconquistar a Harfleur, Enrique estaba preparado, y un contingente enviado desde Inglaterra puso fin al sitio de esa fortaleza.

En París, el partido de los armañacs estaba en el poder. Por tanto, el jefe de los borgoñones, Carlos, duque de Borgoña, se negó a enviar tropas contra los ingleses, y se rumoraba que había hecho un pacto secreto con Enrique. Sea esto cierto o no, cuando el rey de Inglaterra desembarcó de nuevo en territorio francés, en la región de Normandía, los franceses no pudieron ofrecerle gran resistencia, pues los ejércitos borgoñones se encontraban frente a París. Mientras en París los borgoñones tomaban la ciudad, y les daban muerte a los principales jefes de los armañacs, los ingleses se hicieron dueños de buena parte de Normandía.

Huyendo de los borgoñones, el delfín Carlos, heredero de la corona francesa, escapó de París y estableció su gobierno en Poitiers, declarándose regente por su padre demente. Había entonces un rey loco, y dos partidos que se disputaban la regencia, los borgoñones en París y los armañacs en Poitiers. Ante la amenaza inglesa, estos dos partidos comenzaron a negociar la paz entre sí. Pero cuando el duque de Borgoña fue asesinado en una entrevista con el Delfín, y en presencia de éste, los borgoñones decidieron que no les quedaba otro camino que el de aliarse a Enrique, y con ese propósito le prometieron la mano de la princesa Catalina, hija del rey demente, la regencia del reino, y la sucesión al trono tras la muerte del rey. A cambio de ello, Enrique respetaría los antiguos privilegios de la nobleza francesa ante la corona, le devolvería al reino los territorios que había tomado en Normandía, y conquistaría las tierras que se hallaban bajo el dominio del Delfín. A esta última empresa estaba dedicado cuando enfermó y murió, dejando como heredero del trono inglés al pequeño hijo que había tenido de Catalina poco antes. El nuevo rey de Inglaterra, Enrique VI (14221471), contaba sólo unos meses de edad cuando murió también Carlos VI, dejándole así en posesión de las coronas de Inglaterra y Francia. Pero el Delfín tenía aún seguidores y territorios en el centro y sudeste del país, y se hizo proclamar heredero de su difunto padre, con el titulo de Carlos VII. Además, a la muerte del rey loco, muchos franceses comenzaron a inclinarse hacia el Delfín, que en fin de cuentas era el heredero legítimo. Continuó así la guerra, no ya entre franceses e ingleses, sino ahora entre dos partidos dentro de Francia, uno apoyado por los ingleses, y el otro por los escoceses. Durante cinco años la guerra siguió sin mayores acontecimientos. Pero hacia el final de ese período los ingleses y sus aliados ganaron importantes batallas, cruzaron el Loira y sitiaron a Orleans.

La situación del Delfín era cada día más desesperada, cuando le llegaron noticias de una doncella natural de la pequeña aldea de Domremy, que decía haber tenido visiones en las que santas Catalina y Margarita, además del arcángel Miguel, le habían ordenado que dirigiera las tropas del Delfín para romper el cerco de Orleans, y que luego lo condujera a ser coronado en Reims, lugar tradicional donde eran coronados los reyes de Francia, y adonde Carlos no había podido acudir porque esa ciudad estaba en territorio enemigo.

Se cuenta que Carlos VII mandó a buscar a la joven Juana de Arco (que así se llamaba nuestra doncella) y que, poco antes de serle presentada, se disfrazó y mezcló entre sus nobles, colocando a otro en su lugar. Si hizo esto para burlarse de ella, o para probarla, no está claro. Pero al entrar al salón en que estaba el Rey la joven se dirigió directamente a él, sin prestarle la más mínima atención al que se hacia pasar por rey. Sorprendido, Carlos se apartó con ella a un rincón, y al regresar a la asamblea declaró conmovido que Juana sabia secretos de su vida que no eran conocidos por mortal alguno.

Poco después “la doncella”, como la llamaban sus contemporáneos, se paseó entre las tropas vestida de armadura, y se mostró hábil en el manejo de su cabalgadura y de la lanza. Según se extendía su fama, aumentaba el entusiasmo entre los soldados del Delfín, y el temor entre sus contrarios.

Carlos había reunido en Blois provisiones que esperaba hacer llegar a la sitiada Orleans, y Juana se ofreció para dirigir la expedición. Gracias a una serie de circunstancias al parecer inexplicables, tanto la doncella como las provisiones lograron atravesar el cerco, sin tener encuentro alguno con los sitiadores.

En Orleans, fue recibida con aclamaciones, e inmediatamente comenzó a dirigir ataques contra las posiciones de los ingleses. Cada día salía una columna de Orleans, capitaneada por Juana de Arco, y cada día caía un bastión enemigo. A la postre los ingleses decidieron levantar el sitio, y la heroína, que desde entonces fue conocida como “la doncella de Orleans”, prohibió que se les persiguiera, señalando que era domingo, día de oración y no de batallas.

Después de esto, las victorias fueron ininterrumpidas, y Carlos pudo invadir el territorio enemigo y marchar hacia Reims para ser coronado. A su paso, ciudades que por años habían estado en manos de los ingleses y borgoñones lo recibían con entusiasmo, o al menos le enviaban provisiones cuando no se atrevían a declararse públicamente a su favor. La ciudad de Reims, al recibir noticias de la marcha del Rey y de la doncella, echó a la guarnición borgoñona, y recibió a Carlos con festejos. En la catedral, el Delfín fue coronado, mientras Juana, de pie ante el altar, veía sus sueños hechos realidad.

Cumplida su doble misión de romper el cerco de Orleans y llevar al Rey a ser coronado en Reims, la joven visionaria estaba pronta a regresar a su vida anterior, como aldeana de Domremy, y repetidamente solicitó de Carlos permiso para ello. Pero el monarca no se lo concedió, y Juana continuó luchando hasta que fue capturada en una escaramuza, y vendida a los ingleses.

Sus antiguos aliados, ocupados de aprovechar las ventajas logradas en los últimos meses, no se ocuparon más de ella. Hasta donde sabemos, el Rey ni siquiera ofreció pagar su rescate, según se acostumbraba en esa época con los cautivos de rango. Es muy probable que sus consejeros se hayan alegrado de no verse más bajo la sombra de una mujer plebeya. Por su parte, los ingleses se la vendieron por diez mil francos al obispo de Beauvais, quien deseaba juzgarla como hereje y hechicera.

El juicio tuvo lugar en Rouen, y Juana fue acusada de hereje, entre otras cosas, por pretender tener mandamientos directos del cielo, sin intervención de la iglesia, por decir que sus santos le hablaban en francés, y por vestirse de hombre. Cuando, tras varios meses de prisión, sus jueces le declararon que sería entregada al “brazo secular” para ser ejecutada, accedió a firmar un documento de abjuración, “siempre que plazca a Nuestro Señor”. A cambio de ello, en lugar de ser quemada viva, se le condenó a cadena perpetua. Empero pocos días después declaró que de nuevo se le habían presentado santas Catalina y Margarita, reprochándole su traición.

Entonces fue llevada a la Plaza del Mercado Viejo, en Rouen, y quemada. Sus últimas instrucciones, dadas al sacerdote que la acompañaba junto a la pira, fueron de sostener el crucifijo en alto, y repetir fuertemente las palabras de salvación, para poder oírlas por sobre el crujir de las llamas. Era el 30 de mayo de 1431. Casi veinte años más tarde, al entrar victorioso en Rouen, Carlos VII ordenó una nueva investigación que, como era de esperarse, la exoneró. En 1920, el papa Benito XV la declaró santa. Pero desde siglos antes se había vuelto la heroína nacional de Francia.

A partir del episodio de Juana de Arco, las victorias de Carlos VII fueron casi ininterrumpidas. En 1435 logró apartar al duque de Borgoña (hijo del que había sido asesinado) del partido inglés, firmando con él la paz de Arrás. Dos años más tarde sus tropas ocuparon a París. Cuando, en 1449, los reyes de Inglaterra y Francia acordaron una tregua, los ingleses habían sido expulsados de toda Francia, excepto Calais y algunas porciones de Guyena y Normandía. Carlos VII utilizó los cinco años de tregua para consolidar su poder y organizar su administración y su ejército. Esto hizo con tan buen resultado que cuando se reanudaron las hostilidades los ingleses fueron expulsados del territorio francés en sólo cuatro años. Al final de ese período, no les quedaba en Francia más que la plaza de Calais, que siguió siendo posesión suya hasta 1558. Por tanto, a partir de 1453 la guerra de los Cien Años se limitó a pequeñas escaramuzas, hasta que por fin se firmó la paz de Picquigny en 1475.

Esta larga guerra tuvo importantes consecuencias para la vida de la iglesia, según hemos de ver repetidamente. El hecho de que durante buena parte de ella el papado estuvo en Aviñón, donde existía a la sombra del trono francés, contribuyó a enemistar a los ingleses con el papado. Más tarde, durante el Gran Cisma en que Europa se dividió en su obediencia a dos papas, las alianzas establecidas en medio de la guerra de los Cien Años fueron uno de los factores que determinaron por qué papa se decidía cada país. Además, la guerra misma dificultó la tarea de subsanar el cisma. Por último, tanto en Francia como en Inglaterra, Escocia y otros beligerantes, la guerra fortaleció el creciente sentimiento nacionalista, y por tanto contribuyó a debilitar toda pretensión que el papado pudiera abrigar a una autoridad universal.

González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (Vol. 1, pp. 461–474). Miami, FL: Editorial Unilit.

Primicias y diezmos

Deuteronomio 26-28

Primicias y diezmos

a126:1  Cuando hayas entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da por herencia, y tomes posesión de ella y la habites,

entonces tomarás de las primicias de todos los frutos que sacares de la tierra que Jehová tu Dios te da, y las pondrás en una canasta, e irás al lugar que Jehová tu Dios escogiere para hacer habitar allí su nombre.

Y te presentarás al sacerdote que hubiere en aquellos días, y le dirás: Declaro hoy a Jehová tu Dios, que he entrado en la tierra que juró Jehová a nuestros padres que nos daría.

Y el sacerdote tomará la canasta de tu mano, y la pondrá delante del altar de Jehová tu Dios.

Entonces hablarás y dirás delante de Jehová tu Dios: Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa;

y los egipcios nos maltrataron y nos afligieron, y pusieron sobre nosotros dura servidumbre.

Y clamamos a Jehová el Dios de nuestros padres; y Jehová oyó nuestra voz, y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión;

y Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales y con milagros;

y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel.

10 Y ahora, he aquí he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, oh Jehová. Y lo dejarás delante de Jehová tu Dios, y adorarás delante de Jehová tu Dios.

11 Y te alegrarás en todo el bien que Jehová tu Dios te haya dado a ti y a tu casa, así tú como el levita y el extranjero que está en medio de ti.

12 Cuando acabes de diezmar todo el diezmo de tus frutos en el año tercero, el año del diezmo, darás también al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda; y comerán en tus aldeas, y se saciarán.

13 Y dirás delante de Jehová tu Dios: He sacado lo consagrado de mi casa, y también lo he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda, conforme a todo lo que me has mandado; no he transgredido tus mandamientos, ni me he olvidado de ellos.

14 No he comido de ello en mi luto, ni he gastado de ello estando yo inmundo, ni de ello he ofrecido a los muertos; he obedecido a la voz de Jehová mi Dios, he hecho conforme a todo lo que me has mandado.

15 Mira desde tu morada santa, desde el cielo, y bendice a tu pueblo Israel, y a la tierra que nos has dado, como juraste a nuestros padres, tierra que fluye leche y miel.

16 Jehová tu Dios te manda hoy que cumplas estos estatutos y decretos; cuida, pues, de ponerlos por obra con todo tu corazón y con toda tu alma.

17 Has declarado solemnemente hoy que Jehová es tu Dios, y que andarás en sus caminos, y guardarás sus estatutos, sus mandamientos y sus decretos, y que escucharás su voz.

18 Y Jehová ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión,como te lo ha prometido, para que guardes todos sus mandamientos;

19 a fin de exaltarte sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria, y para que seas un pueblo santo a Jehová tu Dios, como él ha dicho.

Orden de escribir la ley en piedras sobre el Monte Ebal

27:1  Ordenó Moisés, con los ancianos de Israel, al pueblo, diciendo: Guardaréis todos los mandamientos que yo os prescribo hoy.

Y el día que pases el Jordán a la tierra que Jehová tu Dios te da, levantarás piedras grandes, y las revocarás con cal;

y escribirás en ellas todas las palabras de esta ley, cuando hayas pasado para entrar en la tierra que Jehová tu Dios te da, tierra que fluye leche y miel, como Jehová el Dios de tus padres te ha dicho.

Cuando, pues, hayas pasado el Jordán, levantarás estas piedras que yo os mando hoy, en el monte Ebal, y las revocarás con cal;

y edificarás allí un altar a Jehová tu Dios, altar de piedras; no alzarás sobre ellas instrumento de hierro.

De piedras enteras edificarás el altar de Jehová tu Dios, y ofrecerás sobre él holocausto a Jehová tu Dios;

y sacrificarás ofrendas de paz, y comerás allí, y te alegrarás delante de Jehová tu Dios.

Y escribirás muy claramente en las piedras todas las palabras de esta ley.

Y Moisés, con los sacerdotes levitas, habló a todo Israel, diciendo: Guarda silencio y escucha, oh Israel; hoy has venido a ser pueblo de Jehová tu Dios.

10 Oirás, pues, la voz de Jehová tu Dios, y cumplirás sus mandamientos y sus estatutos, que yo te ordeno hoy.

Las maldiciones en el monte Ebal

11 Y mandó Moisés al pueblo en aquel día, diciendo:

12 Cuando hayas pasado el Jordán, éstos estarán sobre el monte Gerizim para bendecir al pueblo: Simeón, Leví, Judá, Isacar, José y Benjamín.

13 Y éstos estarán sobre el monte Ebal para pronunciar la maldición: Rubén, Gad, Aser, Zabulón, Dan y Neftalí.

14 Y hablarán los levitas, y dirán a todo varón de Israel en alta voz:

15 Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición, abominación a Jehová, obra de mano de artífice, y la pusiere en oculto. Y todo el pueblo responderá y dirá: Amén.

16 Maldito el que deshonrare a su padre o a su madre. Y dirá todo el pueblo: Amén.

17 Maldito el que redujere el límite de su prójimo. Y dirá todo el pueblo: Amén.

18 Maldito el que hiciere errar al ciego en el camino. Y dirá todo el pueblo: Amén.

19 Maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda. Y dirá todo el pueblo: Amén.

20 Maldito el que se acostare con la mujer de su padre, por cuanto descubrió el regazo de su padre. Y dirá todo el pueblo: Amén.

21 Maldito el que se ayuntare con cualquier bestia. Y dirá todo el pueblo: Amén.

22 Maldito el que se acostare con su hermana, hija de su padre, o hija de su madre. Y dirá todo el pueblo: Amén.

23 Maldito el que se acostare con su suegra. Y dirá todo el pueblo: Amén.

24 Maldito el que hiriere a su prójimo ocultamente. Y dirá todo el pueblo: Amén.

25 Maldito el que recibiere soborno para quitar la vida al inocente. Y dirá todo el pueblo: Amén.

26 Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas. Y dirá todo el pueblo: Amén.

Bendiciones de la obediencia

(Lv. 26.3-13; Dt. 7.12-24)

28:1  Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra.

Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios.

Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo.

Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas.

Benditas serán tu canasta y tu artesa de amasar.

Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir.

Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de delante de ti.

Jehová te enviará su bendición sobre tus graneros, y sobre todo aquello en que pusieres tu mano; y te bendecirá en la tierra que Jehová tu Dios te da.

Te confirmará Jehová por pueblo santo suyo, como te lo ha jurado, cuando guardares los mandamientos de Jehová tu Dios, y anduvieres en sus caminos.

10 Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es invocado sobre ti, y te temerán.

11 Y te hará Jehová sobreabundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, en el país que Jehová juró a tus padres que te había de dar.

12 Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos. Y prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado.

13 Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo, si obedecieres los mandamientos de Jehová tu Dios, que yo te ordeno hoy, para que los guardes y cumplas,

14 y si no te apartares de todas las palabras que yo te mando hoy, ni a diestra ni a siniestra, para ir tras dioses ajenos y servirles.

Consecuencias de la desobediencia

(Lv. 26.14-46)

15 Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán.

16 Maldito serás tú en la ciudad, y maldito en el campo.

17 Maldita tu canasta, y tu artesa de amasar.

18 Maldito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas.

19 Maldito serás en tu entrar, y maldito en tu salir.

20 Y Jehová enviará contra ti la maldición, quebranto y asombro en todo cuanto pusieres mano e hicieres, hasta que seas destruido, y perezcas pronto a causa de la maldad de tus obras por las cuales me habrás dejado.

21 Jehová traerá sobre ti mortandad, hasta que te consuma de la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.

22 Jehová te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación y de ardor, con sequía, con calamidad repentina y con añublo; y te perseguirán hasta que perezcas.

23 Y los cielos que están sobre tu cabeza serán de bronce, y la tierra que está debajo de ti, de hierro.

24 Dará Jehová por lluvia a tu tierra polvo y ceniza; de los cielos descenderán sobre ti hasta que perezcas.

25 Jehová te entregará derrotado delante de tus enemigos; por un camino saldrás contra ellos, y por siete caminos huirás delante de ellos; y serás vejado por todos los reinos de la tierra.

26 Y tus cadáveres servirán de comida a toda ave del cielo y fiera de la tierra, y no habrá quien las espante.

27 Jehová te herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, con sarna, y con comezón de que no puedas ser curado.

28 Jehová te herirá con locura, ceguera y turbación de espíritu;

29 y palparás a mediodía como palpa el ciego en la oscuridad, y no serás prosperado en tus caminos; y no serás sino oprimido y robado todos los días, y no habrá quien te salve.

30 Te desposarás con mujer, y otro varón dormirá con ella; edificarás casa, y no habitarás en ella; plantarás viña, y no la disfrutarás.

31 Tu buey será matado delante de tus ojos, y tú no comerás de él; tu asno será arrebatado de delante de ti, y no te será devuelto; tus ovejas serán dadas a tus enemigos, y no tendrás quien te las rescate.

32 Tus hijos y tus hijas serán entregados a otro pueblo, y tus ojos lo verán, y desfallecerán por ellos todo el día; y no habrá fuerza en tu mano.

33 El fruto de tu tierra y de todo tu trabajo comerá pueblo que no conociste; y no serás sino oprimido y quebrantado todos los días.

34 Y enloquecerás a causa de lo que verás con tus ojos.

35 Te herirá Jehová con maligna pústula en las rodillas y en las piernas, desde la planta de tu pie hasta tu coronilla, sin que puedas ser curado.

36 Jehová te llevará a ti, y al rey que hubieres puesto sobre ti, a nación que no conociste ni tú ni tus padres; y allá servirás a dioses ajenos, al palo y a la piedra.

37 Y serás motivo de horror, y servirás de refrán y de burla a todos los pueblos a los cuales te llevará Jehová.

38 Sacarás mucha semilla al campo, y recogerás poco, porque la langosta lo consumirá.

39 Plantarás viñas y labrarás, pero no beberás vino, ni recogerás uvas, porque el gusano se las comerá.

40 Tendrás olivos en todo tu territorio, mas no te ungirás con el aceite, porque tu aceituna se caerá.

41 Hijos e hijas engendrarás, y no serán para ti, porque irán en cautiverio.

42 Toda tu arboleda y el fruto de tu tierra serán consumidos por la langosta.

43 El extranjero que estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú descenderás muy abajo.

44 El te prestará a ti, y tú no le prestarás a él; él será por cabeza, y tú serás por cola.

45 Y vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te perseguirán, y te alcanzarán hasta que perezcas; por cuanto no habrás atendido a la voz de Jehová tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos, que él te mandó;

46 y serán en ti por señal y por maravilla, y en tu descendencia para siempre.

47 Por cuanto no serviste a Jehová tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas,

48 servirás, por tanto, a tus enemigos que enviare Jehová contra ti, con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas; y él pondrá yugo de hierro sobre tu cuello, hasta destruirte.

49 Jehová traerá contra ti una nación de lejos, del extremo de la tierra, que vuele como águila, nación cuya lengua no entiendas;

50 gente fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, ni perdonará al niño;

51 y comerá el fruto de tu bestia y el fruto de tu tierra, hasta que perezcas; y no te dejará grano, ni mosto, ni aceite, ni la cría de tus vacas, ni los rebaños de tus ovejas, hasta destruirte.

52 Pondrá sitio a todas tus ciudades, hasta que caigan tus muros altos y fortificados en que tú confías, en toda tu tierra; sitiará, pues, todas tus ciudades y toda la tierra que Jehová tu Dios te hubiere dado.

53 Y comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos y de tus hijas que Jehová tu Dios te dio, en el sitio y en el apuro con que te angustiará tu enemigo.

54 El hombre tierno en medio de ti, y el muy delicado, mirará con malos ojos a su hermano, y a la mujer de su seno, y al resto de sus hijos que le quedaren;

55 para no dar a alguno de ellos de la carne de sus hijos, que él comiere, por no haberle quedado nada, en el asedio y en el apuro con que tu enemigo te oprimirá en todas tus ciudades.

56 La tierna y la delicada entre vosotros, que nunca la planta de su pie intentaría sentar sobre la tierra, de pura delicadeza y ternura, mirará con malos ojos al marido de su seno, a su hijo, a su hija,

57 al recién nacido que sale de entre sus pies, y a sus hijos que diere a luz; pues los comerá ocultamente, por la carencia de todo, en el asedio y en el apuro con que tu enemigo te oprimirá en tus ciudades.

58 Si no cuidares de poner por obra todas las palabras de esta ley que están escritas en este libro, temiendo este nombre glorioso y temible: JEHOVÁ TU DIOS,

59 entonces Jehová aumentará maravillosamente tus plagas y las plagas de tu descendencia, plagas grandes y permanentes, y enfermedades malignas y duraderas;

60 y traerá sobre ti todos los males de Egipto, delante de los cuales temiste, y no te dejarán.

61 Asimismo toda enfermedad y toda plaga que no está escrita en el libro de esta ley, Jehová la enviará sobre ti, hasta que seas destruido.

62 Y quedaréis pocos en número, en lugar de haber sido como las estrellas del cielo en multitud, por cuanto no obedecisteis a la voz de Jehová tu Dios.

63 Así como Jehová se gozaba en haceros bien y en multiplicaros, así se gozará Jehová en arruinaros y en destruiros; y seréis arrancados de sobre la tierra a la cual entráis para tomar posesión de ella.

64 Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra.

65 Y ni aun entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo; pues allí te dará Jehová corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma;

66 y tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no tendrás seguridad de tu vida.

67 Por la mañana dirás: !!Quién diera que fuese la tarde! y a la tarde dirás: !!Quién diera que fuese la mañana! por el miedo de tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus ojos.

68 Y Jehová te hará volver a Egipto en naves, por el camino del cual te ha dicho: Nunca más volverás; y allí seréis vendidos a vuestros enemigos por esclavos y por esclavas, y no habrá quien os compre.

Reina-Valera 1960 (RVR1960)Copyright © 1960 by American Bible Society

Los excluidos de la congregación

Deuteronomio 23-25

Los excluidos de la congregación

a123:1  No entrará en la congregación de Jehová el que tenga magullados los testículos, o amputado su miembro viril.

No entrará bastardo en la congregación de Jehová; ni hasta la décima generación no entrarán en la congregación de Jehová.

No entrará amonita ni moabita en la congregación de Jehová, ni hasta la décima generación de ellos; no entrarán en la congregación de Jehová para siempre,

por cuanto no os salieron a recibir con pan y agua al camino, cuando salisteis de Egipto, y porque alquilaron contra ti a Balaam hijo de Beor, de Petor en Mesopotamia, para maldecirte.

Mas no quiso Jehová tu Dios oír a Balaam; y Jehová tu Dios te convirtió la maldición en bendición, porque Jehová tu Dios te amaba.

No procurarás la paz de ellos ni su bien en todos los días para siempre.

No aborrecerás al edomita, porque es tu hermano; no aborrecerás al egipcio, porque forastero fuiste en su tierra.

Los hijos que nacieren de ellos, en la tercera generación entrarán en la congregación de Jehová.

Leyes sanitarias

Cuando salieres a campaña contra tus enemigos, te guardarás de toda cosa mala.

10 Si hubiere en medio de ti alguno que no fuere limpio, por razón de alguna impureza acontecida de noche, saldrá fuera del campamento, y no entrará en él.

11 Pero al caer la noche se lavará con agua, y cuando se hubiere puesto el sol, podrá entrar en el campamento.

12 Tendrás un lugar fuera del campamento adonde salgas;

13 tendrás también entre tus armas una estaca; y cuando estuvieres allí fuera, cavarás con ella, y luego al volverte cubrirás tu excremento;

14 porque Jehová tu Dios anda en medio de tu campamento, para librarte y para entregar a tus enemigos delante de ti; por tanto, tu campamento ha de ser santo, para que él no vea en ti cosa inmunda, y se vuelva de en pos de ti.

Leyes humanitarias

15 No entregarás a su señor el siervo que se huyere a ti de su amo.

16 Morará contigo, en medio de ti, en el lugar que escogiere en alguna de tus ciudades, donde a bien tuviere; no le oprimirás.

17 No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel.

18 No traerás la paga de una ramera ni el precio de un perro a la casa de Jehová tu Dios por ningún voto; porque abominación es a Jehová tu Dios tanto lo uno como lo otro.

19 No exigirás de tu hermano interés de dinero, ni interés de comestibles, ni de cosa alguna de que se suele exigir interés.

20 Del extraño podrás exigir interés, mas de tu hermano no lo exigirás, para que te bendiga Jehová tu Dios en toda obra de tus manos en la tierra adonde vas para tomar posesión de ella.

21 Cuando haces voto a Jehová tu Dios, no tardes en pagarlo; porque ciertamente lo demandará Jehová tu Dios de ti, y sería pecado en ti.

22 Mas cuando te abstengas de prometer, no habrá en ti pecado.

23 Pero lo que hubiere salido de tus labios, lo guardarás y lo cumplirás, conforme lo prometiste a Jehová tu Dios, pagando la ofrenda voluntaria que prometiste con tu boca.

24 Cuando entres en la viña de tu prójimo, podrás comer uvas hasta saciarte; mas no pondrás en tu cesto.

25 Cuando entres en la mies de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano; mas no aplicarás hoz a la mies de tu prójimo.

24:1  Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa.

Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre.

Pero si la aborreciere este último, y le escribiere carta de divorcio, y se la entregare en su mano, y la despidiere de su casa; o si hubiere muerto el postrer hombre que la tomó por mujer,

no podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida; porque es abominación delante de Jehová, y no has de pervertir la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad.

Cuando alguno fuere recién casado, no saldrá a la guerra, ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año, para alegrar a la mujer que tomó.

No tomarás en prenda la muela del molino, ni la de abajo ni la de arriba; porque sería tomar en prenda la vida del hombre.

Cuando fuere hallado alguno que hubiere hurtado a uno de sus hermanos los hijos de Israel, y le hubiere esclavizado, o le hubiere vendido, morirá el tal ladrón,y quitarás el mal de en medio de ti.

En cuanto a la plaga de la lepra, ten cuidado de observar diligentemente y hacer según todo lo que os enseñaren los sacerdotes levitas; según yo les he mandado, así cuidaréis de hacer.

Acuérdate de lo que hizo Jehová tu Dios a María en el camino, después que salisteis de Egipto.

10 Cuando entregares a tu prójimo alguna cosa prestada, no entrarás en su casa para tomarle prenda.

11 Te quedarás fuera, y el hombre a quien prestaste te sacará la prenda.

12 Y si el hombre fuere pobre, no te acostarás reteniendo aún su prenda.

13 Sin falta le devolverás la prenda cuando el sol se ponga, para que pueda dormir en su ropa, y te bendiga; y te será justicia delante de Jehová tu Dios.

14 No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades.

15 En su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida; para que no clame contra ti a Jehová, y sea en ti pecado.

16 Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado.

17 No torcerás el derecho del extranjero ni del huérfano, ni tomarás en prenda la ropa de la viuda,

18 sino que te acordarás que fuiste siervo en Egipto, y que de allí te rescató Jehová tu Dios; por tanto, yo te mando que hagas esto.

19 Cuando siegues tu mies en tu campo, y olvides alguna gavilla en el campo, no volverás para recogerla; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda; para que te bendiga Jehová tu Dios en toda obra de tus manos.

20 Cuando sacudas tus olivos, no recorrerás las ramas que hayas dejado tras de ti; serán para el extranjero, para el huérfano y para la viuda.

21 Cuando vendimies tu viña, no rebuscarás tras de ti; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda.

22 Y acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto; por tanto, yo te mando que hagas esto.

25:1  Si hubiere pleito entre algunos, y acudieren al tribunal para que los jueces los juzguen, éstos absolverán al justo, y condenarán al culpable.

Y si el delincuente mereciere ser azotado, entonces el juez le hará echar en tierra, y le hará azotar en su presencia; según su delito será el número de azotes.

Se podrá dar cuarenta azotes, no más; no sea que, si lo hirieren con muchos azotes más que éstos, se sienta tu hermano envilecido delante de tus ojos.

No pondrás bozal al buey cuando trillare.

Cuando hermanos habitaren juntos, y muriere alguno de ellos, y no tuviere hijo, la mujer del muerto no se casará fuera con hombre extraño; su cuñado se llegará a ella, y la tomará por su mujer, y hará con ella parentesco.

Y el primogénito que ella diere a luz sucederá en el nombre de su hermano muerto, para que el nombre de éste no sea borrado de Israel.

Y si el hombre no quisiere tomar a su cuñada, irá entonces su cuñada a la puerta, a los ancianos, y dirá: Mi cuñado no quiere suscitar nombre en Israel a su hermano; no quiere emparentar conmigo.

Entonces los ancianos de aquella ciudad lo harán venir, y hablarán con él; y si él se levantare y dijere: No quiero tomarla,

se acercará entonces su cuñada a él delante de los ancianos, y le quitará el calzado del pie, y le escupirá en el rostro, y hablará y dirá: Así será hecho al varón que no quiere edificar la casa de su hermano.

10 Y se le dará este nombre en Israel: La casa del descalzado.

11 Si algunos riñeren uno con otro, y se acercare la mujer de uno para librar a su marido de mano del que le hiere, y alargando su mano asiere de sus partes vergonzosas,

12 le cortarás entonces la mano; no la perdonarás.

13 No tendrás en tu bolsa pesa grande y pesa chica,

14 ni tendrás en tu casa efa grande y efa pequeño.

15 Pesa exacta y justa tendrás; efa cabal y justo tendrás, para que tus días sean prolongados sobre la tierra que Jehová tu Dios te da.

16 Porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que hace esto, y cualquiera que hace injusticia.

Orden de exterminar a Amalec

17 Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto;

18 de cómo te salió al encuentro en el camino, y te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no tuvo ningún temor de Dios.

19 Por tanto, cuando Jehová tu Dios te dé descanso de todos tus enemigos alrededor, en la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad para que la poseas, borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo; no lo olvides.

Reina-Valera 1960 (RVR1960)Copyright © 1960 by American Bible Society