Siga el ejemplo de Cristo

Siga el ejemplo de Cristo

3/30/2017

También Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas. (1 Pedro 2:21)

Jesús nos dio el ejemplo supremo del sufrimiento. La palabra griega traducida “ejemplo” se refiere a un modelo que se coloca debajo de un pedazo de papel para ser trazado. Al igual que los niños que aprenden sus letras trazando en un papel sobre un modelo, nosotros debemos trazar nuestra vida según el modelo que Cristo nos dejó.

Copiamos su modelo al seguir “sus pisadas”. Debemos seguir las pisadas de Cristo porque Él anduvo por la senda recta. Fue también una senda de injusto sufrimiento, que es parte de la senda de justicia. Algunos sufren más que otros, pero si verdaderamente usted quiere seguir a Cristo, practicará siguiendo su ejemplo.

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«Examinemos nuestros caminos y escudriñémoslos, y volvamos al SEÑOR».

30 de marzo

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«Examinemos nuestros caminos y escudriñémoslos, y volvamos al SEÑOR».

Lamentaciones 3:40 (LBLA)

La esposa que tiernamente ama a su esposo ausente ansía su regreso; una prolongada separación de su señor es para su espíritu como media muerte. Así acontece con las almas que aman mucho al Salvador: tienen que ver su faz; no pueden soportar que él esté en los montes de Beter y las deje privadas de su comunión. Una mirada de reproche, un dedo levantado, será penoso para los hijos amantes que temen ofender a su tierno padre y que solo son felices con su sonrisa. Querido amigo, así sucedió una vez contigo. Un texto de las Escrituras, una amenaza, un toque de la vara de la aflicción y, enseguida, fuiste a los pies de tu Padre clamando: «Muéstrame por qué pleiteas conmigo». ¿Pasa lo mismo ahora o estás contento con seguir a Jesús de lejos? ¿Puedes contemplar sin alarmarte que se ha interrumpido tu comunión con Cristo? ¿Eres capaz de tolerar que tu Amado ande en dirección contraria a la tuya, porque tú caminas en dirección opuesta a la de él? ¿Han hecho tus pecados separación entre ti y tu Dios y tu corazón está tranquilo? ¡Oh, permíteme exhortarte cariñosamente!, porque es penoso que podamos vivir en paz sin el presente disfrute del rostro del Salvador. Esforcémonos por sentir lo malas que son estas cosas: el poco amor a nuestro agonizante Salvador, el poco gozo en nuestro precioso Jesús, el poco compañerismo con el Amado… Celebra una verdadera Cuaresma en tu alma mientras te lamentas por la dureza de tu corazón. ¡No detengas el lamento! Recuerda dónde recibiste la salvación. Ve enseguida a la cruz: allí, y solo allí, puedes lograr que tu espíritu se aliente. No importa cuán duros, cuán insensibles, cuán muertos hayamos llegado a estar. Vayamos otra vez con todos los andrajos, la pobreza y la contaminación de nuestra condición natural. Abracemos aquella cruz; fijémonos en aquellos lánguidos ojos; bañémonos en aquella fuente llena de sangre: esto nos hará volver al primer amor; esto restaurará la sencillez de nuestra fe y el afecto de nuestro corazón.

 
Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 98). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

“el incrédulo Tomás”

“el incrédulo Tomás”

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30 MARZO

Levítico 1 | Juan 20 | Proverbios 17 | Filipenses

A Tomás se le ha criticado mucho – “el incrédulo Tomás”, le llamamos. No obstante, la razón de su duda tal vez tiene que ver con el hecho de que no estuviese presente cuando Jesús apareció en primer lugar ante los discípulos (Juan 20:19–25). ¿Crees que la fe de cualquiera de los otros discípulos hubiese sido más fuerte si ellos hubiesen estado ausentes en aquel día crucial?
Lo que a Tomás no le falta es coraje. Cuando Jesús se dispone a ir de Galilea a Judá para levantar a Lázaro de la muerte, y los discípulos, conscientes del clima político, reconocen lo peligroso que será semejante regreso, es Tomás quien tranquilamente alienta a sus compañeros: “Vayamos también nosotros, para morir con él” (11:16). A veces, es Tomás quien articula la pregunta que los otros discípulos están deseando plantear. Así que, cuando Jesús insiste en que tiene que irse, y que a estas alturas ya conocen el camino, Tomás no sólo habla por sí mismo cuando protesta, “Señor, no sabemos a dónde vas, así que ¿cómo podemos conocer el camino?” (14:5).
Pero aquí, en Juan 20, aunque es cierto que Tomás se halla ausente la primera vez que Jesús aparece, en la segunda aparición del Jesús resucitado, Tomás se encuentra en el centro de un diálogo que resulta de una importancia estelar. Cuando Jesús llega, a través de unas puertas cerradas, se vuelve hacia Tomás y le muestra las cicatrices de sus heridas: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe” (20:27). Tomás no pide ninguna evidencia adicional. Espontáneamente, pronuncia una de las grandes confesiones cristológicas de todo el Nuevo Testamento: “¡Señor mío, y Dios mío!” (20:28).
Jesús responde con unas palabras que hoy en día siguen iluminando la verdadera naturaleza del testimonio cristiano: “Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen” (20:29). Aquí, Jesús arroja su propia sombra hacia el futuro, a través de los paisajes de la historia posterior, aludiendo a los incontables millones de personas que pondrán su confianza en él sin haberle visto nunca en la carne, sin haber podido contemplar las cicatrices que lleva en sus manos, sus pies y su costado. La fe de ellos no es en absoluto inferior a la de los primeros discípulos. De hecho, conforme a la providencia peculiar de Dios, el relato de la experiencia de Tomás será precisamente una de las cosas que el Espíritu de Dios usará para llevarles a la fe. Jesús provee generosamente la evidencia visible y tangible que uno necesita, de modo que este relato escrito de la fe y la confesión de Tomás incite a la conversión a los que sólo tengan acceso al texto. Tanto Tomás como sus sucesores creen en Jesús y tienen vida en su nombre (20:30–31).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 89). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Él nos mantendrá a salvo

MARZO, 30

Él nos mantendrá a salvo

Devocional por John Piper

[El Señor] también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por medio de quien fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro. (1 Corintios 1:8-9)

¿De qué estamos dependiendo para que nuestra fe dure hasta la venida de Jesús?

La pregunta a hacerse no es: ¿Creemos en la seguridad eterna? La pregunta es: ¿Cómo nos mantenemos seguros?

¿Acaso la perseverancia de nuestra fe descansa en la confiabilidad de nuestra propia determinación? ¿O descansa en la obra de Dios de «mantenernos confiando»?

Una maravillosa y grandiosa verdad de las Escrituras es que Dios es fiel y que sostendrá para siempre a aquellos a quien él ha llamado. ¡Nuestra confianza en que estamos eternamente seguros es una confianza en que Dios nos «mantendrá confiando»!

La certeza de la eternidad no es más grande que la certeza de que Dios nos mantendrá confiando ahora, y esa certeza es muy grande para todos aquellos a quien Dios ha llamado.

Por lo menos tres pasajes ponen juntos el llamado de Dios y el estar a su cuidado:

  1. El Señor «os confirmará (guardará) hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por medio de quien fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro» (1 Corintios 1:8-9).
  2. «Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará» (1 Tesalonicenses 5:23-24).
  3. «Judas, siervo de Jesucristo y hermano de Jacobo, a los llamados, amados en Dios Padre y guardados para Jesucristo: Misericordia, paz y amor os sean multiplicados» (Judas 1:1-2).

La fidelidad de Dios garantiza que él mantendrá a salvo a todos los que él ha llamado (ver también Romanos 8:30, Filipenses 1:6, 1 Pedro 1:5 y Judas 1:24).

http://solidjoys.sdejesucristo.org/

¿Tiene sed de paz?

Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien. – Job 22:21

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. – Isaías 26:3

Él (Jesucristo) es nuestra paz. – Efesios 2:14

¿Cómo podemos combatir el estrés? Un artículo de una revista aconsejaba emplear una frase, por ejemplo: «Estoy en paz conmigo y con el mundo», y repetirla, bien concentrado, al menos durante cinco minutos. Dudamos del resultado duradero de tal práctica. Sin embargo el tema escogido traduce una necesidad universal: la necesidad de paz, paz interior, paz con los demás, pero primeramente paz con Dios.

La Biblia nos enseña que, debido a su desobediencia, Adán y Eva perdieron esta paz. Tuvieron miedo de Dios y se escondieron (Génesis 3:10). Ellos mismos se hicieron “enemigos” de Dios. Desde entonces, las relaciones humanas también se deterioraron: conflictos familiares, guerras, violencia… ¡Es la triste historia de la humanidad!

Sin embargo, una esperanza de paz se vislumbró cuando Jesús nació. “En la tierra paz…”. Este fue el mensaje anunciado por los ángeles (Lucas 2:14). Después de su muerte y resurrección, Jesús se presentó a sus discípulos temerosos y les dijo: “Paz a vosotros”. Creer que Jesús vino a la tierra, que murió y resucitó, es el medio ofrecido a todo hombre para que se reconcilie con Dios, a quien ha ofendido. Jesús hizo “la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). El que cree en Jesús tiene “paz para con Dios” (Romanos 5:1). Solo por medio de ella podremos vivir en paz con nosotros mismos. No es a través de un condicionamiento mental ni de esfuerzos personales, sino mediante un encuentro liberador con el autor de nuestra paz: Jesucristo.

Ezequiel 23:28-49 – Hechos 28:17-31 – Salmo 37:30-34 – Proverbios 12:17-18

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