Nuestro Salvador inmaculado

Nuestro Salvador inmaculado

3/31/2017

[Cristo] no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición. (1 Pedro 2:22-23)

Jesucristo tiene que haber estado en el pensamiento de Pedro cuando escribió los versículos de hoy porque fue testigo del dolor de Jesús, aunque de lejos. A pesar de lo severo de su dolor, Cristo no cometió pecado alguno de palabra o de hecho.

Isaías 53:9 dice: “Nunca hizo maldad”. “Maldad” se traduce como “desobediencia” en la Septuaginta (la versión griega del Antiguo Testamento hebreo). Los traductores entendieron que “maldad” se refería a la desobediencia a la ley de Dios, o el pecado. A pesar del trato injusto que tuvo que soportar, Cristo no pecó ni podía pecar (cp. 1 P. 1:19).

Isaías 53:9 añade: “Ni hubo engaño en su boca”. Por lo general el pecado hace su primera aparición en nosotros por lo que decimos. En Jesús no había pecado alguno, ni externa ni internamente.

Jesucristo es el ejemplo perfecto de cómo debemos reaccionar ante el trato injusto porque Él soportó el peor trato que pueda soportar persona alguna, y sin haber pecado nunca.

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«Entonces Rispa hija de Aja tomó una tela de cilicio, y la tendió para sí sobre el peñasco, desde el principio de la siega hasta que llovió sobre ellos agua del cielo; y no dejó que ninguna ave del cielo se posase sobre ellos de día, ni fieras del campo de noche».

31 de marzo

«Entonces Rispa hija de Aja tomó una tela de cilicio, y la tendió para sí sobre el peñasco, desde el principio de la siega hasta que llovió sobre ellos agua del cielo; y no dejó que ninguna ave del cielo se posase sobre ellos de día, ni fieras del campo de noche».

2 Samuel 21:10

Si el amor de una mujer hacia sus hijos muertos pudo hacer que ella prolongase su triste vigilia por tan largo tiempo, ¿nos cansaremos nosotros de considerar los sufrimientos de nuestro bendito Señor? Ella ahuyentó las aves de rapiña. ¿No disiparemos nosotros de nuestras meditaciones los pensamientos mundanos y pecaminosos que manchan nuestras mentes y los sagrados temas en los cuales estamos ocupados? ¡Fuera, pájaros de maligno vuelo! ¡Dejad el sacrificio! Rispa soportó sola y sin refugio los calores del verano, el rocío de la noche y las lluvias. El sueño había huido de sus humedecidos ojos; su corazón estaba demasiado lleno como para dormitar. ¡Ved cómo amaba a sus hijos! ¡Así resistió Rispa! ¿Y nos retiraremos nosotros ante el primer inconveniente o la primera prueba? ¿Somos tan cobardes que no podemos resignarnos a sufrir con nuestro Señor? Rispa ahuyentó aun a las fieras con un coraje nada común para su sexo. ¿Y no estaremos nosotros prontos a hacer frente a cualquier enemigo por amor de Jesús? A estos hijos de Rispa los mataron manos extrañas, sin embargo ella lloró y veló. ¿Qué deberíamos entonces hacer nosotros, ya que por causa de nuestros pecados se crucificó a nuestro Señor? Nuestras obligaciones son ilimitadas: nuestro amor debiera ser ferviente y nuestro arrepentimiento completo. Velar con Jesús tendría que ser nuestra ocupación; permanecer cerca de la cruz, nuestro solaz. Aquellos horribles cadáveres bien podían espantar a Rispa, especialmente por la noche; pero en nuestro Señor, al pie de cuya cruz estamos sentados, no hay nada repugnante, sino que todo es atractivo. Nunca hubo una belleza viviente tan encantadora como la del Salvador agonizante. Jesús, nosotros velaremos contigo aún un poco más, y tú revélate benignamente a nosotros: entonces sobre nuestras cabezas no habrá tela de cilicio, sino que estaremos sentados en un pabellón real.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 99). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

“Señor, ¿y este, qué?”

“Señor, ¿y este, qué?”

31 MARZO

Levítico 2–3 | Juan 21 | Proverbios 18 | Colosenses 1

Tras el asombroso intercambio con el cual Pedro queda restaurado, Jesús le dice en voz baja que su discipulado acabará por costarle la vida: “cuando seas viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras ir” (Juan 21:18). Si esta predicción contiene en sí cierta ambigüedad, cuando Juan lo deja escrito en este relato toda posible ambigüedad ya había desaparecido: “Esto dijo Jesús para dar a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios” (21:19). Según la tradición, probablemente cierta, Pedro fue martirizado en Roma más o menos cuando ejecutaron a Pablo, ambos bajo Nerón, durante la primera mitad de la década de los 60 de siglo I.

Pedro observa al “discípulo a quien Jesús amaba” – ni más ni menos que el apóstol Juan – que les seguía mientras él y Jesús caminaban por la playa (20:20). El término “a quien Jesús amaba” no debería dar a entender que Jesús mantuviese ningún juego desagradable de favoritos de manera arbitraria. Hay ciertas indicaciones de que algunas de las personas que seguían a Jesús se sentían especialmente amadas por él. Por ejemplo, cuando Lázaro estaba gravemente enfermo, sus hermanas le hicieron llegar un mensaje diciendo: “Señor, tu amigo querido está enfermo” (11:3). Incluso después de la resurrección y ascensión, los seguidores de Jesús se deleitaron en su amor hacia ellos, su amor personal en particular, de modo que Pablo sólo necesita mencionar a Jesús y la cruz, para que brote espontáneamente la frase: “quien me amó y dio su vida por mí” (Gálatas 2:20).

No obstante, en el caso que nos ocupa, queda algo del Pedro antiguo. Sin duda, estaba gozoso al quedar restituido y que se le encargase la tarea de alimentar a los corderos y a las ovejas de Jesús (Juan 21:15–17). Por otro lado, la perspectiva de una muerte ignominiosa le resulta menos atrayente. Por tanto, cuando Pedro ve a Juan pregunta, “Señor, ¿y este, qué?” (21:21).

No tenemos derecho a criticar a Pedro. La mayoría de nosotros no cesamos de comparar nuestro historial de servicio con el de otros. ¡El color verde es frecuente entre los ministros del evangelio! Otra persona parece tener una vida más fácil, lo que nos permite explicar el aparente mayor éxito de su ministerio. Sus niños han salido mejores, su iglesia parece más próspera, su actividad evangelística más eficaz. O cuando logramos un cierto “éxito”, y miramos a los que siguen detrás, hacemos comentarios algo despectivos acerca de los que pronto nos sustituirán. “Después de todo, ellos han tenido más ventajas que nosotros, ¿verdad?”

Es un comportamiento tan patético, tan centrado en nosotros mismos, tan pecaminoso. Jesús dice a Pedro: “Si quiero que él permanezca vivo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme” (21:22). La diversidad de los dones y de los tipos de gracia que Dios concede es enorme. Jesús es el único Maestro al que debemos complacer.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 90). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Lo que ata de manos al amor

MARZO, 31

Lo que ata de manos al amor

Devocional por John Piper

Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por vosotros, al oír de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis por todos los santos, a causa de la esperanza reservada para vosotros en los cielos, de la cual oísteis antes en la palabra de verdad, el evangelio. (Colosenses 1:3-5)

El problema de la iglesia hoy en día no es que haya demasiadas personas que estén apasionadamente enamoradas del cielo. El problema no es que las personas que profesan ser cristianos estén absteniéndose del mundo, pasando la mitad de sus días leyendo las Escrituras y la otra mitad cantando sobre el placer que tienen en Dios mientras que son indiferentes a las necesidades del mundo.

El problema es que personas que profesan ser cristianas están pasando diez minutos al día leyendo las Escrituras y después pasan la mitad del día ganando dinero y la otra mitad disfrutando y reparando las cosas en las que gastaron el dinero.

No es la disposición hacia las cosas del cielo lo que dificulta el amor; es la disposición hacia las cosas del mundo lo que obstaculiza el amor, inclusive cuando esté disfrazada con una rutina religiosa los fines de semana.

¿Dónde está aquella persona cuyo corazón está tan apasionadamente enamorado de la promesa de la gloria del cielo, que siente que es un exiliado y forastero en la tierra? ¿Dónde está la persona que ha saboreado tanto la belleza de la era venidera que ve los diamantes del mundo como canicas, y a los entretenimientos del mundo como un sinsentido, y considera que las causas morales del mundo son insignificantes porque no tienen en perspectiva la eternidad? ¿Dónde está esta persona?

Esta persona no está esclavizadas al Internet, ni a comer, ni a dormir, ni a beber, ni a las fiestas, ni a la pesca, ni a la navegación, ni a las tonterías. Es una persona libre en una tierra extranjera, y su única pregunta es esta: ¿Cómo puedo maximizar mi gozo en Dios por toda la eternidad mientras estoy en exilio en esta tierra? Y su respuesta es siempre la misma: haciendo obras de amor.

Una sola cosa satisface el corazón de la persona cuyo tesoro está en el cielo: hacer obras del cielo, ¡y el cielo es un mundo de amor!

No son cuerdas del cielo las que atan de manos al amor: es el amor al dinero, a los placeres del ocio, a las comodidades y a los elogios —esas son las cuerdas que atan las manos del amor—. Y el poder para cortar esas cuerdas es la esperanza cristiana.

Lo digo otra vez con toda la convicción que hay dentro de mí: no es la disposición hacia las cosas del cielo lo que dificulta el amor en esta tierra; es la disposición hacia las cosas del mundo. Por lo tanto, la gran fuente del amor es la poderosa confianza liberadora de la esperanza cristiana.

http://solidjoys.sdejesucristo.org/lo-que-ata-de-manos-al-amor/

Dios me tendió una emboscada

Dios me tendió una emboscada

Dios nuestro Salvador… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. – 1 Timoteo 2:3-4

Dios… me llamó por su gracia. – Gálatas 1:15

Testimonio

«A los veintiséis años era un militar endurecido por la vida, sediento de todos los placeres, pero encerrado en mí mismo y haciendo infelices a mi mujer y a mis hijos debido a mi egoísmo e inmoralidad. En esta situación, Dios me tendió una emboscada.

Cierto día un oficial de mi unidad me invitó a una reunión, sin darme detalles. No esperaba oír hablar de Dios, y si él hubiese hecho alguna alusión al tema, seguro que yo hubiese rechazado la invitación. Al oír el Evangelio me di cuenta de toda mi miseria. Comprendí la justicia de Dios y acepté el perdón que me ofrecía por medio de la crucifixión de Cristo. Fui consciente de la afrenta que hacía a Dios con mi manera de vivir. Le pedí que cambiara mi corazón y me ayudara a reparar mis faltas. Jesucristo se convirtió en mi Salvador.

Hoy, después de haber vivido veinte años con él, puedo afirmar que la vida espiritual es una realidad. La fidelidad y la bondad de Dios nunca me defraudaron. Aprendí (y sigo aprendiendo) a obedecer, a veces con gozo pero también en medio del sufrimiento, y descubro su inmensa compasión hacia mí. En mi debilidad, su amor es para mí un poderoso sostén.

Estos últimos años el Señor me condujo, junto con mi esposa, a visitar las cárceles. Allí vemos cómo la gracia de Dios interviene en el corazón de personas que cayeron muy bajo, y tenemos el privilegio de estar a su lado para comunicarles las palabras restauradoras de Dios».

Pierre-Antoine

Ezequiel 24 – Gálatas 1 – Salmo 37:35-40 – Proverbios 12:19-20

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