Samuel

Iglesia Unida

Samuel 

 

Samuel145x145Samuel Pérez Millos, es pastor en la Iglesia Evangélica Unida de la ciudad de Vigo, España, desde el 26 de septiembre de 1981.
-Cursó los estudios de Licenciatura en Teología, en el Instituto Bíblico Evangélico, graduándose el 10 de junio de 1975.
-Master en Cristología y Espiritualidad Trinitaria.
-Autor de más de 45 libros de teología, comentarios bíblicos y vida cristiana.
-Actualmente está produciendo el Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento, obra en veinte volúmenes, (ver apartado Literatura).
-Colaborador en programas de Radio y Televisión, tanto en España como en Hispanoamérica.
-En el Ministerio Exterior es conferenciante en distintos países de Europa, Hispanoamérica, Estados Unidos y Australia.
-Profesor en el Instituto Bíblico “Escrituras” (AA.HH.), profesor en la Escuela Evangélica de Teología (Fieide), profesor en la Facultad Internacional de Teología (IBSTE) de Barcelona.

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Una buena conciencia

Una buena conciencia

4/17/2017

Teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo. (1 Pedro 3:16)

La conciencia acusa o excusa a una persona, obrando como fuente de convicción o afirmación. Una buena conciencia no acusa a un creyente de pecado porque está llevando una vida de santidad. Más bien, una buena conciencia confirma que todo anda bien, mientras que una mala conciencia indica pecado.

Un creyente debe vivir con la conciencia tranquila para que el peso de la culpa no lo abrume cuando se enfrenta a la crítica hostil. Sin embargo, si no tiene pasión por hacer el bien y servir a Cristo, conocerá el tremendo peso del merecido sentido de culpa. Una conciencia manchada no puede estar tranquila ni soportar el ataque furioso de las pruebas. Pero una conciencia tranquila lo ayudará a no estar ansioso ni atribulado durante sus pruebas.

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«Quisiéramos ver a Jesús»

17 de abril

«Quisiéramos ver a Jesús».

Juan 12:21

El clamor del mundano es siempre: «¿Quién nos mostrará el bien?». Él busca satisfacción en las comodidades, los goces y las riquezas terrenales. No obstante, el pecador transformado conoce un solo bien: «¿Quién me diera dónde hallarlo?». Cuando el pecador está realmente tan despierto como para sentir su pecado, si volcases a sus pies el oro de la India, diría: «Quítalo de mi vista. Yo quiero hallarle a él». El enfocar los deseos en un punto, de suerte que estos se concentren en determinado objeto, es una bendición. Cuando el hombre tiene cincuenta deseos, su corazón se parece a un lago de aguas estancadas convertidas en pantano, las cuales producen miasmas y pestilencia. Sin embargo, si se llevan todos esos deseos a un canal, el corazón de la persona se transforma en un río de aguas puras que corren rápidamente para fertilizar los campos. Dichoso el que tiene un solo deseo, si el mismo está centrado en Cristo, aunque dicho deseo quizá aún no se haya cumplido. El que Jesús sea el deseo de nuestra alma es buena señal de la obra divina interior. Tal persona nunca estará satisfecha con meras ceremonias, sino que dirá: «Yo necesito a Cristo, y debo tenerlo; las simples ceremonias no me servirán de nada. Yo lo necesito a él mismo. No me ofrezcáis, pues, estas cosas. Vosotros me ofrecéis el cántaro vacío, cuando yo me estoy muriendo de sed. Dadme agua o me muero. Jesús es el deseo de mi alma. Yo quisiera ver a Jesús».

¿Es esta, lector, tu condición en este momento? ¿Albergas tú un solo deseo y este tiene por objeto a Cristo? Entonces no estás lejos del Reino de los cielos. ¿Hay solamente un deseo en tu corazón, y es el de ser lavado de todos tus pecados en la sangre de Jesús? ¿Puedes decir realmente: «Daría cuanto tengo por ser cristiano; renunciaría a todo lo que poseo y a cada cosa que espero, si tan solo pudiese sentir que tengo parte en Cristo»? Entonces, a pesar de todos tus temores, anímate: el Señor te ama y pronto llegarás a la luz del día, y te regocijarás en la libertad con que Cristo hizo libres a los hombres.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 116). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Un ministerio unido

17 Abril 2017

Un ministerio unido
por Charles R. Swindoll

Hechos 11:19-26

En todo ministerio hay, por lo menos, tres cosas fundamentales que producen una atmósfera de gozosa cooperación. Ellas son: los objetivos, las personas y los lugares.

Lo que Dios planifica, Él lo lleva adelante. Eso tiene que ver con los objetivos del ministerio. No hay nada de malo en tener una declaración de misión claramente definida que dé dirección y propósito a la visión de un ministerio. En realidad, todo está bien con esto siempre y cuando sea el Señor quien dé la orientación. El plan de Dios se revela de maneras que confunden a la sabiduría humana, y que a veces desafían el sentido común. Pero es Su plan. Los objetivos son fundamentales cuando son Sus objetivos, no los nuestros.

A quien Dios elige, Él lo utiliza. Eso tiene que ver con las personas del ministerio. Y debo apresurarme a añadir que las personas que Dios elige jamás son perfectas. Eso nos incluye a usted y a mí. De hecho, demostramos ser más útiles al Señor cuando aceptamos esta realidad y confiamos en Él con todas nuestras imperfecciones.

A donde Dios elige, Él envía. Eso tiene que ver con los lugares del ministerio. A mí me gustaría que Él enviara a todos los grandes a mi iglesia. Y también quisiera que ninguno de ellos se marchara. Pero ese deseo está basado en mi limitada perspectiva humana. Yo nunca hice esta oración, pero he tenido la tentación de hacerla: “Señor, envíanos solo a los grandes y mantenlos aquí para siempre. No te los lleves a ninguna otra parte”. (¡Como no soy perfecto, soy capaz de decir unas cuantas oraciones egoístas!)

Sin embargo, el plan de Dios incluye sacar a personas muy talentosas de entre nosotros y enviarlas a otras partes. Los caminos del Señor no son nuestros caminos. Sus lugares no son los lugares que a nosotros nos gustaría ir por nuestra propia cuenta. Pero nada de eso importa. Lo único que importa es esto: Dios envía a las personas que Él escoge, a los lugares que Él escoge. Cuanto más rápidamente aceptemos esa verdad, más contentamiento tendremos.

Un ministerio unido es siempre una aventura. Implica aceptar cambios. Involucra mantener flexibilidad. Significa caminar con Dios a través de circunstancias sorprendentes que Él ha dispuesto. Bernabé necesitaba ayuda. El trabajo era demasiado para un hombre con muchos talentos, pero limitado. Saulo se puso en la brecha, y juntos revolucionaron a Antioquía para Cristo.

El plan de Dios se revela de maneras que confunden a la sabiduría humana.—Charles R. Swindoll

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright © 2017 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

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“El Señor es sol y escudo”

17 ABRIL

Levítico 21 | Salmos 26–27 | Eclesiastés 4 | 1 Timoteo 6

“El Señor es sol y escudo”

Una sola cosa le pido al SEÑOR, y es lo único que persigo: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y recrearme en su templo” (Salmo 27:4). Esta afirmación gloriosa halla eco en otras partes de la Biblia. En el Salmo 84:10–11, el salmista declara, por ejemplo: “Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios, que habitar entre los impíos. El Señor es sol y escudo; Dios nos concede honor y gloria”.

¡Esto no significa que el salmista quiera pasar todo su tiempo en la iglesia! El templo era más que un edificio religioso, y las sinagogas todavía no existían. Más bien, era una manera de decir que el salmista quería pasar todo su tiempo en la presencia y bajo la bendición del Dios viviente del pacto, el Dios que se había revelado por excelencia en la ciudad que él había designado y en el templo cuyo diseño esencial él había estipulado. Esto incluía necesariamente los rituales y la liturgia del templo, pero el salmista no hablaba desde un sentido refinado de la estética religiosa sino desde nada menos que un reconocimiento abrumador de la absoluta belleza de Yahvé.

Pero cabe también hacer dos observaciones más:

(1) El anhelo del salmista se expresa en términos de una elección deliberada por su parte: “lo único que [yo] persigo” (27:4, cursiva añadida); “[para mí] vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; [yo] prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios que habitar entre los impíos” (84:10). El salmista expresa su deseo y su preferencia, y en ambos casos su atención está centrada en Dios mismo. No le comprenderemos de verdad a no ser que, por la gracia de Dios, compartamos su visión teocéntrica.

(2) El salmista reconoce que, con esta visión, hay para él una seguridad abundante. Mientras que por supuesto, es bueno rendir culto a Dios y deleitarnos en su presencia sencillamente porque Dios es Dios, y él es bueno y glorioso, al mismo tiempo es perfectamente legítimo reconocer que nuestra propia seguridad es consecuencia de descansar en este Dios. David desea: “habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y recrearme en su templo”. Porque “en el día de la aflicción él me resguardará en su morada; al amparo de su tabernáculo me protegerá, y me pondrá en alto, sobre una roca” (27:4–5). “Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios que habitar entre los impíos”, [pues]El Señor es sol y escudo” (84:10–11).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 107). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Abrazar a Jesús

ABRIL, 17

Abrazar a Jesús

Devocional por John Piper

Porque este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. (1 Juan 5:3–4)

Jonathan Edwards, pastor y teólogo del siglo XVIII, luchó con este pasaje y su conclusión fue la siguiente: «La fe que salva implica… amor… El amor a Dios nos capacita para vencer las dificultades que supone el cumplir los mandamientos de Dios; esto demuestra que el amor es el atributo principal de la fe que salva, la vida y el poder de esta, mediante la que se produce grandes resultados».

Creo que Edwards estaba en lo cierto y creo que numerosos pasajes bíblicos respaldan lo que él dice.

Otra manera de expresarlo es que la fe en Cristo no consiste solamente en aceptar lo que Dios es para nosotros, sino también en abrazar todo lo que él es para nosotros en Cristo. «La fe verdadera abraza a Cristo en todas las maneras en que las Escrituras lo presentan a los pobres pecadores». Este «abrazar» es un tipo de amor a Cristo —el tipo de amor que lo atesora por sobre todas las cosas—.

Por consiguiente, no hay contradicción entre 1 Juan 5:3, que dice que nuestro amor a Dios nos capacita para cumplir sus mandamientos, y el versículo 4, que dice que nuestra fe vence los obstáculos del mundo que nos impiden obedecer los mandamientos de Dios. El amor a Dios y a Cristo es inherente a la fe.

El versículo 5 define la fe que obedece como la que «cree que Jesús es el Hijo de Dios». Esta fe consiste en «abrazar» al Jesucristo presente como la gloriosa persona divina que él es. No se trata solamente de afirmar la verdad de que Jesús es el Hijo de Dios, ya que los demonios también lo afirman (Mateo 8:29). Creer que Jesús es el Hijo de Dios significa «abrazar» la magnitud de esa verdad, es decir, estar satisfechos en Cristo como el Hijo de Dios y en todo lo que Dios es para nosotros en él.

El hecho de que Jesús sea llamado «Hijo de Dios» significa que él es la persona más grande del universo junto con el Padre. Por lo tanto, todo lo que él enseñó es verdad, todo lo que él prometió se mantendrá firme, y toda la grandeza que hay en él y que satisface nuestra alma será eternamente invariable.

Creer que él es el Hijo de Dios, por lo tanto, implica contar con todo esto y estar satisfecho con ello.

http://solidjoys.sdejesucristo.org/

De la mano

Yo siempre estuve contigo; me tomaste de la mano derecha. Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria.

Salmo 73:23-24

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios… Amados, ahora somos hijos de Dios.

1 Juan 3:1-2

De la mano

Desde mi ventana observé a una niña que caminaba por la acera de enfrente. Tenía más o menos dos años. Entonces pensé: esta niña apenas sabe hablar. ¿Conoce su apellido, su dirección, su número de teléfono? ¡No! ¡Apenas sabe su nombre! ¿Sabe a dónde va? Tampoco. ¿Está preocupada? ¡Para nada! Anda con paso firme, pues sabe una cosa: el hombre que camina a su lado es su papá y puede confiar totalmente en él. Su pequeño brazo está levantado, ella toma su mano. ¡Si su padre decidiese dejarla sola en la acera, sería una catástrofe! Pero esta idea ni se le ocurre. La toma con firmeza… Van tomados de la mano, y este contacto silencioso es toda la seguridad de la niña.

Esta relación tan dulce y sencilla entre un padre y su hija está llena de sentido para el cristiano, pues todo cristiano es un hijo de Dios, y Dios es un Padre lleno de ternura.

Un padre espera implícitamente de su hijo una confianza así. Para nuestro Padre celestial, esta confianza tiene un valor inmenso. El cristiano, si fuese abandonado a sí mismo, estaría sin recursos en la vida. Pero, aunque ignora el camino por donde ha de pasar, le basta saber que Dios conoce todo de antemano y que puede dejarse llevar por esta mano divina.

“Yo soy el buen pastor… (El pastor) va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Juan 10:14, 4).

“Así los apacentó conforme a la integridad de su corazón y con la habilidad de sus manos los pastoreó” (Salmo 78:72, V. M.).

Ezequiel 40:1-23 – 1 Pedro 2:11-25 – Salmo 45:1-5 – Proverbios 13:22-23

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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