17 de abril
«Quisiéramos ver a Jesús».
Juan 12:21
El clamor del mundano es siempre: «¿Quién nos mostrará el bien?». Él busca satisfacción en las comodidades, los goces y las riquezas terrenales. No obstante, el pecador transformado conoce un solo bien: «¿Quién me diera dónde hallarlo?». Cuando el pecador está realmente tan despierto como para sentir su pecado, si volcases a sus pies el oro de la India, diría: «Quítalo de mi vista. Yo quiero hallarle a él». El enfocar los deseos en un punto, de suerte que estos se concentren en determinado objeto, es una bendición. Cuando el hombre tiene cincuenta deseos, su corazón se parece a un lago de aguas estancadas convertidas en pantano, las cuales producen miasmas y pestilencia. Sin embargo, si se llevan todos esos deseos a un canal, el corazón de la persona se transforma en un río de aguas puras que corren rápidamente para fertilizar los campos. Dichoso el que tiene un solo deseo, si el mismo está centrado en Cristo, aunque dicho deseo quizá aún no se haya cumplido. El que Jesús sea el deseo de nuestra alma es buena señal de la obra divina interior. Tal persona nunca estará satisfecha con meras ceremonias, sino que dirá: «Yo necesito a Cristo, y debo tenerlo; las simples ceremonias no me servirán de nada. Yo lo necesito a él mismo. No me ofrezcáis, pues, estas cosas. Vosotros me ofrecéis el cántaro vacío, cuando yo me estoy muriendo de sed. Dadme agua o me muero. Jesús es el deseo de mi alma. Yo quisiera ver a Jesús».
¿Es esta, lector, tu condición en este momento? ¿Albergas tú un solo deseo y este tiene por objeto a Cristo? Entonces no estás lejos del Reino de los cielos. ¿Hay solamente un deseo en tu corazón, y es el de ser lavado de todos tus pecados en la sangre de Jesús? ¿Puedes decir realmente: «Daría cuanto tengo por ser cristiano; renunciaría a todo lo que poseo y a cada cosa que espero, si tan solo pudiese sentir que tengo parte en Cristo»? Entonces, a pesar de todos tus temores, anímate: el Señor te ama y pronto llegarás a la luz del día, y te regocijarás en la libertad con que Cristo hizo libres a los hombres.
Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 116). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.