¿Por qué ser autodisciplinado?

¿Por qué ser autodisciplinado?

7/2/2017 

Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado. (2 Timoteo 2:15)

Respecto al vivir disciplinado, Richard Shelley Taylor escribe: “El carácter disciplinado pertenece a la persona que logra un equilibrio al poner bajo control todas sus facultades y todos sus poderes… Con resolución afronta su deber. La domina un sentido de responsabilidad. Tiene recursos interiores y reservas personales que son la admiración de las almas más débiles. Hace que la adversidad la ayude”.

El Señor usa solamente la mente disciplinada que piensa con claridad, entiende su Palabra y presenta con eficiencia su verdad al mundo. Solo la mente disciplinada distingue siempre la verdad del error. Y solo el cristiano disciplinado es un buen testimonio, dentro de la iglesia y delante del mundo.

Dicho de una manera sencilla, la autodisciplina es la obediencia a la Palabra de Dios y la disposición a someter cualquier cosa en la vida a su voluntad, para su excelsa gloria.

Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org
DERECHOS DE AUTOR © 2017 Gracia a Vosotros
Usted podrá reproducir este contenido de Gracia a Vosotros sin fines comerciales de acuerdo con la política de Derechos de Autor de Gracia a Vosotros.

¡A ti clamo, oh SEÑOR!

2 de julio

«A ti clamo, oh SEÑOR; roca mía, no seas sordo para conmigo, no sea que si guardas silencio hacia mí, venga a ser semejante a los que descienden a la fosa».

Salmo 28:1 (LBLA)

El clamor es la expresión natural del dolor y una expresión apropiada cuando todas las otras formas de súplica nos fallan. No obstante, el clamor solo se debe dirigir a Dios, pues clamar al hombre es como dirigir nuestros ruegos al aire. Cuando consideremos la prontitud del Señor para oír y su capacidad para ayudarnos, veremos las buenas razones que hay para dirigir al Dios de nuestra salvación, en el acto, todos nuestros ruegos. Será en vano clamar a las rocas en el Día del Juicio, pero nuestra Roca atiende nuestros ruegos.

«No seas sordo para conmigo». Los meros formalistas pueden quedar satisfechos sin que sus oraciones sean respondidas, pero los suplicantes sinceros no pueden. Ellos no se contentan con los resultados de la oración misma, que tranquiliza la mente y somete la voluntad: tienen que ir más allá y conseguir respuestas reales del Cielo, de lo contrario no pueden descansar. Y esas respuestas las ansían recibir enseguida, pues temen aun el más breve silencio de Dios. La voz de Dios es, frecuentemente, tan terrible que sacude el desierto; pero su silencio resulta igualmente espantoso para el suplicante angustiado. Cuando parece que Dios cierra sus oídos, nosotros no deberíamos cerrar nuestras bocas; sino, más bien, clamar con más ardor, pues si nuestra voz se eleva con ansiedad y dolor, él no tardará mucho en oírnos. ¡Qué espantoso sería para nosotros que el Señor nunca respondiera nuestras oraciones! «No sea que si guardas silencio hacia mí, venga a ser semejante a los que descienden a la fosa». Privados de Dios, que responde las oraciones, estaríamos en una condición más lastimosa que el muerto en el sepulcro, y pronto descenderíamos al mismo nivel de los perdidos en el Infierno. Necesitamos que se nos conteste la oración: el nuestro es un caso urgente, de espantosa necesidad… Sin duda, el Señor dará paz a nuestras agitadas mentes, pues él jamás permitirá que sus elegidos perezcan.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 193). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Amor inagotable

2 JULIO

Josué 4 | Salmos 129–131 | Isaías 64 | Mateo 12

¿Desde qué clase de “profundidad” clama el salmista en el Salmo 130:1? En otros salmos, la absoluta desesperanza de la expresión está ligada a “amigos” traicioneros y persecución abierta (Salmo 69) o a enfermedad y añoranza del hogar (Salmos 6; 42). En este caso, sin embargo, lo que ha hundido al salmista en “las profundidades” es el pecado y la culpa: “Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor, sería declarado inocente?” (130:3).

Cuatro reflexiones:

Primero, este énfasis en la miseria de la culpa y la necesidad del perdón de Dios nos ofrece un grato contraste con algunos de los salmos que piden venganza, basando esa demanda en una alegación de que el salmista es fundamentalmente justo o recto (ver las meditaciones del 10 y el 24 de abril). Tales alegaciones apenas se pueden tomar de manera absoluta; las personas genuinamente rectas se tornan invariablemente más conscientes de su culpa personal y de su necesidad de perdón que aquéllas que se han vuelto tan viles y duras que no son capaces de detectar su propia vergüenza.

Segundo, se destaca la relación entre el perdón y el temor: “Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido” (130:4). Tal vez, en este par de líneas se nos insinúa que, en esta etapa de la historia de la redención, la seguridad del perdón de los pecados no era tan robusta como lo es a este lado de la cruz. Más importante aún, se presenta el “temor del Señor” no sólo como el resultado del perdón, sino como una de sus metas. Confirma que el “temor del Señor” no se trata tanto de un terror servil o de esclavos (lo cual seguramente disminuiría con el perdón, en vez de aumentar) como de una reverencia santa. Aun así, esta reverencia tiene un componente de miedo honesto. Cuando los pecadores comienzan a ver la magnitud de su pecado y a experimentar el gozo del perdón, en sus mejores momentos logran entrever lo que pudo haber sido su situación si no se les hubiera perdonado. El perdón engendra el alivio; irónicamente, también genera una reflexión sobria que se convierte en reverencia y temor piadoso, pues nunca más se podrá tomar a la ligera el pecado, ni recibir el perdón livianamente.

Tercero, el salmista entiende que lo que necesita no es perdón en abstracto, sino perdón de Dios– porque lo que él quiere y necesita es reconciliación con Dios, una comunión restaurada con él. Espera en el Señor y confía en sus promesas (130:5). Lo hace como el vigía aguarda el amanecer durante las horas de mayor temor, con la seguridad de que la llegada del alba es inevitable (130:6).

Cuarto, lo más precioso de este salmo es que, a pesar de que faltan siglos para la culminación del plan de redención, no se centra en el mecanismo, sino en Dios. “Así tú, Israel, espera al Señor. Porque en él hay amor inagotable; en él hay plena redención. él mismo redimirá a Israel de todos sus pecados.” (130:7–8).

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 183). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¿Qué tanto conocemos a Dios?

JULIO, 02

¿Qué tanto conocemos a Dios?

Devocional por John Piper

He aquí, Dios es exaltado, y no le conocemos; el número de sus años es inescrutable. ?(Job 36:26)
Es imposible conocer a Dios demasiado bien.

Él es la persona más importante que existe, y esto es porque él hizo a todas las demás personas y cualquier importancia que ellas tengan es gracias a él.

Cualquier fuerza, inteligencia, habilidad o belleza que tengan proviene de él. Para todos los estándares de excelencia, él es infinitamente más grandioso que la mejor persona que hayamos conocido o de quien hayamos oído hablar.

Al ser infinito, él es inagotablemente interesante. Por lo tanto, es imposible que Dios sea aburrido. Su demostración continua de las acciones más inteligentes e interesantes es volcánica.

Al ser la fuente de todo buen placer, él mismo nos satisface total y finalmente. Si no es así como lo experimentamos, estamos o muertos o dormidos.

Es por eso que es sorprendente lo poco que nos esforzamos por conocer a Dios.

Es como si el presidente de Estados Unidos viniera a vivir a mi casa por un mes y yo solo lo saludara al pasar a su lado cada mañana o día por medio. O como si voláramos a la velocidad de la luz por un par de horas alrededor del sol y el sistema solar, y en vez de mirar por la ventana, jugáramos a los videojuegos. O como si nos invitaran a ver a los mejores actores, cantantes, atletas, inventores y científicos hacer lo que mejor saben hacer, pero nosotros rechazáramos la invitación para poder ver los episodios finales de una novela por televisión.

Oremos para que nuestro grandioso e infinito Dios nos abra los ojos y el corazón para verlo y buscar conocerlo más.

Todos los derechos reservados ©2017 Soldados de Jesucristo y DesiringGod.org

¡Buen viaje!

¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad… cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.

Santiago 4:13-14

¡Buen viaje! (1)

¡Deseo inútil, dirá usted! Viajar es olvidar, descubrir, vivir un tiempo excepcional. ¡Es pura felicidad…! A menos que se trate de una cita de negocios demasiado difícil. Sin embargo, todo viaje tiene su lado de imprevistos, y también de peligros.

Tomemos el versículo de hoy como un llamado a la reflexión interior, más fácil de realizar fuera del estrés diario. Nuestra vida, ¿no es también un viaje? Es cierto, no elegimos nacer, y tampoco elegiremos el día en que debamos dejar este mundo: esto está en las manos de Dios.

Ese último día, cuando mi espíritu vuelva a Dios y mi cuerpo al polvo, ¿estará relacionado con lo que estoy viviendo hoy y de lo cual soy responsable?

Preparo cuidadosamente mis viajes; entonces, ¿no es fundamental saber en qué condiciones voy a llegar al último día, que podría ser mañana?

“Prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (Amós 4:12), nos dice la Biblia. Al final de su vida, nadie podrá escapar a este encuentro; pero Dios nos ama y quiere tener un encuentro con nosotros desde ahora. Desea establecer con cada uno una relación viva, no solo para vivir con nosotros ese viaje de la vida presente, sino también para que estemos con él por la eternidad. Para darnos la vida eterna, Dios amó de tal manera “al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

(mañana continuará)

Daniel 4:19-37 – 1 Juan 3 – Salmo 78:32-40 – Proverbios 18:14-15

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch