La mayor virtud

La mayor virtud

7/6/2017

El que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. (1 Juan 4:16)

La mayor virtud de la vida cristiana es el amor. El Nuevo Testamento proclama el amor ágape como la virtud suprema bajo la cual deben alinearse las demás virtudes. Se concentra en las necesidades y el bienestar de los seres amados y paga el precio necesario para satisfacer esas necesidades y fomentar ese bienestar.

Jesús dijo con toda claridad que los dos más grandes mandamientos de la Biblia son: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37-39).

¿Es esa la mayor de todas las virtudes bíblicas en su vida?

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Mi encuentro con Dios

(Jesús dijo:) Al que a mí viene, no le echo fuera… Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.

Juan 6:37-40

Mi encuentro con Dios

Testimonio

«Nací en Anatolia (Turquía), cerca de las nevadas cumbres del monte Ararat. Mis padres eran muy pobres y soñaban con convertirme en un «hodja», es decir, alguien que enseña el islam. Fui, pues, a diferentes escuelas, y a los veinte años regresé a mi pueblo convertido en un hodja. Pero tenía dudas, y para no ser hipócrita, preferí abandonar mi función y huir a la ciudad. De allí emigré a Alemania, donde pude ganarme la vida y ayudar a mis padres.

Al cabo de ocho años encontré a un cristiano que me dio un Nuevo Testamento. Al leerlo comprendí lo que Dios esperaba de mí: que me volviese a él y dejase mi vida de pecado. Pero en mí había una voz que me decía: ¡No necesitas convertirte, no eres un pecador! Sin embargo mi inquietud iba haciéndose cada vez mayor. ¿Qué sucedería si ese mismo día tuviese que comparecer ante Dios?

Durante seis meses di vueltas y vueltas en mi cabeza a este asunto. Una noche el silencio reinaba a mi alrededor, pero dentro de mí había una batalla. Desesperado, y con ideas suicidas, me dije: ¡Es ahora o nunca! Abrí el Nuevo Testamento y leí estas palabras de Jesús: “Nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). En mi angustia clamé en voz alta: Jesús, deseo ir a ti; tú viniste a esta tierra a morir también por mí. ¡Por favor, perdona mis pecados!

Cuando me levanté era un hombre nuevo. Un profundo gozo reemplazó mi desesperación».

Daniel 8 – 3 Juan – Salmo 79:1-7 – Proverbios 18:22

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