El Lado Oscuro de la Grandeza

9 Julio 2017

El Lado Oscuro de la Grandeza

por Charles R. Swindoll

“Aquí yace el más perfecto gobernante de los hombres que el mundo jamás ha visto . . . [y] ahora pertenece a los siglos.”

¿De quién se dijo esto?

¿De alguno de los césares? No. ¿Napoleón? No. ¿Alejandro Magno? No. ¿El presidente Eisenhower? ¿El general Patton . . . o alguno de los estrategas militares de los Estados Unidos de América como Grant o Lee? No; ninguno de ellos. ¿Qué tal de los reformadores de la fe? ¿Martín Lutero? ¿Juan Calvino? ¿Juan Knox? De nuevo, la respuesta es que no.

Pues bien, sin ninguna duda se dijo de un gran líder, una personalidad poderosa y persuasiva, ¿verdad? Por cierto alguien cuyo éxito uno admira. Eso depende, supongo.

Cuando él tenía siete años, desahuciaron a su familia y la obligaron a salir de su vivienda debido a un tecnicismo legal. Él tuvo que trabajar para ayudar a sostener a su familia.

Cuando tenía nueve años, siendo todavía un niño cohibido y callado, su madre murió.

A los 22 años perdió su empleo como dependiente en una tienda. Quería estudiar leyes, pero su educación no era suficiente.

A los 23 años se endeudó para ser socio de una tienda pequeña. Tres años después su socio en el negocio murió, dejándole con una deuda gigantesca que le llevó años pagar.

A los 28 años, después de cultivar un romance con una joven por cuatro años, le pidió que se case con él. Ella dijo que no. Anteriormente su amor por una encantadora joven le había partido el corazón cuando ella murió.

A los 37 años, en el tercer intento, finalmente lo eligieron como diputado de la nación. Dos años después volvió a postularse y no logró que lo reeligieran. Debo añadir que a estas alturas sufrió lo que hoy llamaríamos un colapso nervioso.

A los 41 años, como aflicción adicional en un matrimonio ya desdichado, murió su hijo de cuatro años.

Al siguiente año lo rechazaron para un cargo en el catastro.

A los 45 años, se postuló para el senado y perdió.

Dos años más tarde, lo derrotaron en la nominación para vicepresidente.

A los 49 años, se postuló de nuevo para el Senado de los Estados Unidos de América . . . y perdió de nuevo.

Añádase a esto un interminable aluvión de críticas, malos entendidos, horribles rumores falsos, y profundos períodos de depresión, y uno se da cuenta de que con razón sus iguales lo miraban con desdén y las multitudes lo aborrecían, y que difícilmente sería la envidia de su día.

A los 51 años, sin embargo, fue elegido presidente de los Estados Unidos de América . . . pero su asesinato puso término a su segundo mandato. Mientras moría en una pequeña pensión al otro lado de la calle del lugar donde le dispararon, un ex detractor (Edwin Stanton) pronunció el apropiado tributo que cité al principio de este artículo. A estas alturas usted ya sabe que se dijo eso del presidente más inspirador y de mayor prestigio en la historia de los Estados Unidos de América, Abraham Lincoln.

¡Qué individuos más extraños somos! Enamorados por los reflectores deslumbrantes, el voluble aplauso del público, el estruendo del éxito, rara vez trazamos las líneas que condujeron a ese pináculo endeble y fugaz. Dificultades amargas, abuso injusto e inmerecido, soledad y pérdida, fracasos humillantes, desilusiones devastadoras, agonía más allá de toda comprensión sufrida en el valle y en las grietas al trepar desde el fondo a la cumbre.

¡Qué vista más corta! En lugar de aceptar el hecho de que nadie merece el derecho de dirigir sin primero perseverar en el dolor, y el corazón partido, y el fracaso, miramos mal a esos intrusos. Los tratamos como enemigos, y no como amigos. Nos olvidamos de que las marcas de la grandeza no las entregan en una bolsa de papel dioses caprichosos. No se las imprime en la piel al apuro como si fueran un tatuaje.

No, los líderes a quienes vale la pena seguir han pagado el precio. Han salido del horno derretidos, martillados, forjados, y templados. Para usar las palabras del maestro de Tarso, llevan en sus cuerpos “las marcas del Señor Jesús” (Gálatas 6:17). O, como alguien lo parafrasea, llevan “las cicatrices de los azotes y heridas” . . . lo que los liga a toda la humanidad.

Con razón cuando estos individuos pasan del tiempo la eternidad, “pertenecen a los siglos.”

Tomado de Charles R. Swindoll, Growing Strong in the Seasons of Life (Grand Rapids, Mich.: Zondervan Publishing House, 1983) 100. Copyright © 1983 por Charles R. Swindoll, Inc. Mundialmente reservados todos los derechos.

Negarse a ser seducido

Negarse a ser seducido

7/9/2017

Absteneos de toda especie de mal. (1 Tesalonicenses 5:22)

El aborrecimiento del mal lleva a la abstinencia de él. No se puede tener algún interés en el pecado y evitar caer en él. Negándose a ser seducido por la tentación, el justo sabe que “en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche” (Sal. 1:2).

No se puede buscar la justicia y al mismo tiempo tolerar el mal. Por eso Pablo dio a Timoteo y a todos los creyentes este mensaje: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Ti. 2:22).

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Obras soberbias vs. fe humilde

JULIO, 10

Obras soberbias vs. fe humilde

Devocional por John Piper

Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” (Mateo 7:22)

Consideremos la diferencia entre un corazón de «fe» y un corazón de «milagros» u obras.

El corazón de obras se satisface con el estímulo al ego cuando logra hacer algo por sus propias fuerzas. Trata de escalar las paredes de rocas verticales, o de asumir responsabilidades adicionales en el trabajo, o de arriesgar su vida en la zona de combate, o de agonizar en una maratón, o de hacer ayunos religiosos por semanas —todo por la satisfacción de superar un reto por su propia fuerza de voluntad y la resistencia de su propio cuerpo—.

Un corazón orientado hacia las obras quizá también exprese su amor por la independencia y por elegir su propio camino y por la realización personal, al rebelarse contra la cortesía, la decencia y la moralidad (ver Gálatas 5:19-21). Pero es esta misma orientación hacia las obras —de determinación y de exaltación personal— la que se disgusta con el comportamiento grosero y se dispone a probar su superioridad por medio de la abnegación, la valentía y la grandeza propia.

En todo esto, la satisfacción básica de la persona orientada hacia las obras se agrada de ser enérgico, autónomo y, en lo posible, triunfador.

El corazón de fe es radicalmente diferente. Sus deseos no se debilitan al mirar hacia el futuro, pero lo que desea es la satisfacción plena de experimentar todo lo que Dios es para nosotros en Jesús.

Si «obras» busca la satisfacción de sentir que estas vencen un obstáculo, la «fe» se goza en la satisfacción de que Dios vence un obstáculo. El corazón de obras desea la alegría de recibir gloria por ser capaz, fuerte e inteligente. La fe busca la alegría de ver a Dios ser glorificado por su capacidad, fuerza y sabiduría.

En su forma religiosa, el corazón de obras acepta el reto de la moralidad, conquista sus obstáculos por medio de grandes esfuerzos, y ofrece la victoria a Dios como medio de pago para obtener su aprobación y recompensa. La fe también acepta el reto de la moralidad, pero solo como una ocasión para convertirse en un instrumento del poder de Dios. Y cuando la victoria llega, la fe se regocija en que toda la gloria y la gratitud le pertenezcan a Dios.


Devocional tomado del libro “Future Grace” (Gracia Venidera), páginas 278-279

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Y separó Dios la luz de las tinieblas

9 de julio

«Y separó Dios la luz de las tinieblas».

Génesis 1:4

En el creyente hay dos principios activos. En su estado natural estaba sujeto a un solo principio, el de las tinieblas. Ahora la luz ha entrado en él, y esos dos principios se contraponen. Observa las palabras del apóstol Pablo en Romanos 7: «Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios, mas veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi espíritu y me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros». ¿Cómo se ha producido este estado de cosas? «Separó Dios la luz de las tinieblas». Las tinieblas, en sí mismas, resultan plácidas y serenas; pero cuando el Señor introduce la luz, se produce un conflicto, porque las tinieblas son la antítesis de la luz. Este conflicto nunca cesará hasta que el creyente sea enteramente luz en el Señor. Si hay una división dentro del creyente, tiene que haberla también fuera de él. Tan pronto como el Señor da luz a alguno, el tal empieza a separarse de las tinieblas que lo circundan, se aleja de una religión meramente mundana, de ceremonias externas (pues nada fuera del evangelio de Cristo le produce satisfacción), y se aparta de la sociedad mundana y de las diversiones frívolas para buscar la compañía de los santos; ya que «nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos». La luz tira hacia su lado y las tinieblas hacia el suyo. Lo que Dios ha dividido jamás intentemos nosotros unirlo; sino que como Cristo salió fuera del campamento llevando su vituperio, así también salgamos nosotros de entre los impíos y seamos un pueblo especial. Cristo fue santo, inocente, limpio y apartado de los pecadores. Como él fue, así debemos ser nosotros, disintiendo del mundo, apartándonos de todo pecado y diferenciándonos del resto de la Humanidad por nuestra semejanza con nuestro Maestro.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 200). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

“Señor, mi Roca”

9 JULIO

Josué 11 | Salmo 144 | Jeremías 5 | Mateo 19

Los versículos 12–14 del Salmo 144 reflejan una situación idílica en la tierra: hijas e hijos numerosos y saludables, los graneros llenos de provisiones, los campos llenos de ganado, un comercio próspero, defensas militares seguras, libertad respecto a alguna potencia regional, bienestar y contentamiento en las calles. ¿Qué fomentará estas condiciones?

La respuesta se resume en el último versículo: “¡Dichoso el pueblo que recibe todo esto! ¡Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!” (144:15). Esta última línea no significa meramente que este pueblo prefiere un cierto tipo de religión. Supone, más bien, que si este Dios -el único Dios verdadero- posee a un pueblo -un pueblo que al confesarle como su Dios confían en él y le adoran y obedecen-, ese pueblo ciertamente es dichoso. Y como este último versículo es un resumen, el desarrollo de este concepto se encuentra en el resto del salmo.

El salmo empieza con una alabanza al “Señor, mi Roca” – un símbolo que evoca absoluta estabilidad y seguridad. Este Dios entrena las manos del rey para la guerra; es decir, su reinado providencial obra al suplirle y fortalecer a aquellos cuya responsabilidad es proveer la defensa nacional, mientras estos, por su parte, confían en él y no interpretan su capacidad militar como señal de superioridad innata (144:1–2). Todo lo contrario: los seres humanos son efímeros, fugaces como sombras (144:3–4). Lo que necesitamos es la presencia del Soberano del universo, su poderosa intervención: “Abre tus cielos, Señor, y desciende; toca los montes y haz que echen humo” (144:5). Cuando el Señor extiende su mano, David y su pueblo son librados del peligro, la opresión y el engaño (144:7–8). Lo que esto evoca es alabanza fresca a Aquel “que da victoria a los reyes, el que rescata… a David su siervo” (144:10). Cuando Dios interviene, el resultado es la seguridad y el fruto descritos en los versículos 10–15.

Aquí vemos un equilibrio que resulta difícil de entender y casi imposible de lograr. Es aplicable tanto al avivamiento en la iglesia como a la seguridad y prosperidad de la antigua nación de Israel. Por un lado, hay un reconocimiento profundo de que lo que hace falta es que el Señor abra los cielos y descienda. Pero, por otro, esto no genera pasividad ni fatalismo, porque David está seguro de que la fuerza del Señor le capacita para luchar con éxito. Lo que no necesitamos es una mentalidad arrogante de “yo sí puedo” a la que le enganchamos a Dios al final, ni una espiritualidad trillada que confunde la pasión con la pasividad. Lo que precisamos es el poder del Dios soberano y transformador.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 190). Barcelona: Publicaciones Andamio.

El fin del mundo

En los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación.

2 Pedro 3:3-4

El fin del mundo

Mientras el futuro del mundo angustia a unos, otros creen que nada fundamental cambiará. Sin embargo, los juicios que caerán sobre la tierra están claramente indicados en la Biblia, sobre todo en el Apocalipsis. Tal vez para desviar el impacto que estos podrían tener sobre la conciencia, han sido empleados como temas de películas y reducidos al nivel de leyendas. Sin embargo, la Biblia dice la verdad y sus profecías siguen siendo ciertas. El período actual se parece al de Noé. Por orden de Dios, Noé construyó el arca que lo salvaría del diluvio. Nadie entró en el arca, excepto él y su familia. ¿Por qué? Porque no quisieron creer el anuncio del juicio de Dios. Cuando Dios mismo cerró la puerta del arca y el diluvio cayó sobre la tierra, no quedó rastro de vida.

Hace más de dos mil años, Jesús vino a anunciar a los hombres la gracia divina, la única que puede salvarnos del juicio venidero. Hoy la Biblia todavía nos repite este mensaje: el juicio se acerca.

Cuando venga, aquellos que hayan rechazado la gracia de Dios ya no tendrán ninguna posibilidad de ser salvos. ¡No tendrán acceso a Dios! Por ello le suplicamos: entre por la puerta que todavía está abierta. Confiese sus pecados a Dios ahora mismo. Crea en el Señor Jesús, él lo salvará. Dios desea perdonar sus pecados. ¡Así tendrá el privilegio de ser su hijo!

Daniel 10 – Lucas 1:57-80 – Salmo 80:8-19 – Proverbios 19:3-4

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