19 JULIO

Jueces 2 | Hechos 6 | Jeremías 15 | Marcos 1
Una lectura de Jueces 1 y 2 nos muestra que, por lo visto, tras las victorias iniciales de los israelitas, el ritmo de la conquista varió considerablemente. En muchos casos, las tribus tenían la responsabilidad de controlar sus propios territorios. Sin embargo, con el paso del tiempo y a medida que los israelitas se fortalecían, parece haberse desarrollado una política silente de no exterminar a los cananeos ni echarlos de la tierra, sino subyugarlos o incluso esclavizarlos, hacer de ellos “buscadores de agua y cortadores de madera” y someterlos a trabajos forzados (1:28).
El resultado inevitable fue que permaneció una gran cantidad de paganismo en el territorio. Y dado que la naturaleza humana es como es, estos dioses falsos- como era de esperar- se convirtieron en una “trampa” para la comunidad del pacto (Jueces 2:3). Ellos rehusaron destruir los altares paganos y el ángel del Señor, enojado por ello, declaró, que si el pueblo no obedecía, él ya no les proveería la ayuda decisiva que les hubiera permitido completar la tarea (¡si hubieran estado dispuestos!). El pueblo gime por la oportunidad perdida, pero ya es muy tarde (2:1–4). Ciertamente, no es que nunca se les hubiera advertido.
Este es el trasfondo del resto del libro de Jueces. Algunos de sus temas principales se nos detallan en el capítulo 2, siendo gran parte del libro una ejemplificación de los pensamientos que aquí se presentan.
La idea central, rodeada de tragedia, es el fracaso cíclico de la comunidad del pacto y cómo Dios interviene una y otra vez para rescatarlos. Inicialmente, el pueblo permaneció fiel durante la vida de Josué y de los ancianos que le sobrevivieron (2:6). Pero, para esa época, había surgido una generación totalmente nueva – una que no había visto ningunos de los portentos que Dios había hecho, ni en el éxodo, ni durante los años del desierto, ni en el momento de entrar a la Tierra Prometida- y la fidelidad a Dios fue desapareciendo. Abundaba el sincretismo y el paganismo; el pueblo abandonó al Dios de sus padres y sirvieron a los baales, es decir, a los varios “señores” de los cananeos (2:10–12). El Señor respondió con ira: el pueblo fue sometido a saqueos, contratiempos y derrotas militares a manos de los malvados que les rodeaban. Cuando el pueblo clamó al Señor pidiendo ayuda, les levantó un juez – un líder regional y, a menudo, nacional – que libró al pueblo de la tiranía y les guió hacia la fidelidad al pacto. Y luego comenzó de nuevo el ciclo. Y otra vez. Y otra vez.
Aquí hay una lección seria. Aún después de épocas de avivamiento espectacular, de reforma o de renovación del pacto, el pueblo de Dios siempre está a sólo una o dos generaciones de la infidelidad, la incredulidad, la idolatría masiva, la desobediencia y la ira. Que Dios nos ayude.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 200). Barcelona: Publicaciones Andamio.