«Regocíjate, oh estéril»

28 de agosto

«Regocíjate, oh estéril».

Isaías 54:1

Aunque hemos dado algunos frutos para Cristo y tenemos una jubilosa esperanza de que somos «la planta que plantó [su] diestra» (Sal. 80:15), sin embargo, hay ocasiones cuando nos sentimos muy estériles. La oración no tiene vida, el amor se ha enfriado, la fe es débil y cada uno de los dones del jardín de nuestro corazón se agosta y cae a tierra. Somos como las flores bajo el ardiente sol, que requieren el refrigerio de la lluvia. En tal situación, ¿qué debemos hacer? El texto nos habla a nosotros, a quienes precisamente nos hallamos en ese estado: «Regocíjate, oh estéril […] levanta canción y da voces de júbilo». No obstante, ¿acerca de qué puedo yo cantar? No me es posible referirme al presente, y aun el pasado aparece lleno de esterilidad. ¡Ah, pero puedo cantar de Jesucristo! Puedo hablar de las visitas que el Redentor me hizo en tiempos pasados; y si no logro exaltar el gran amor con que él amó a su pueblo cuando vino desde lo alto para redimirlo, iré de nuevo a la cruz. Ven, alma mía, muy cargada estabas tú en otro tiempo, pero aquí dejaste tu carga. Ve otra vez al Calvario. Quizá aquella misma cruz que te dio vida, te pueda otorgar fertilidad. ¿Qué es mi esterilidad? Es la plataforma donde se manifiesta el poder de Dios para producir frutos. ¿Qué es mi desolación? Es el engaste para el zafiro de su amor eterno. Iré con mi pobreza, con mi debilidad y con toda mi vergüenza y mis caídas, y le diré a Dios que aún soy su hijo. Confiado en la fidelidad de su corazón, hasta yo, el estéril, levantaré canción y daré voces de júbilo.

Canta, oh creyente, porque el canto alegra tu corazón y el de otros afligidos. Sigue cantando, pues, ahora que te sientes realmente avergonzado de tu esterilidad: pronto serás fructífero; ahora que Dios te ha hecho aborrecer la falta de fruto: pronto te cubrirá de racimos. La experiencia de nuestra esterilidad es penosa, pero las manifestaciones del Señor resultan placenteras. Un sentido de nuestra propia pobreza nos lleva a Cristo; y allí es donde debemos estar, pues nuestro fruto está en él.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 251). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

Que la pugna cese

28 Agosto 2017

Que la pugna cese
por Charles R. Swindoll

Salmos 46

Una vez más, el escenario cambia. Los muros de la ciudad ya no están sitiados, y ahora es el momento cuando el compositor le da un vistazo al campo de batalla. Él nos invita a ver los recuerdos mudos de una guerra, un terreno lleno de escombros y restos humanos. Las carrozas destruidas, quemadas y oxidadas. Polvo y desechos cubren los arcos rotos y las lanzas partidas. La guerra misma ha sido diseminada. La canción describe un escenario similar al de la Segunda Guerra Mundial. Las playas de Normandía; las ciudades de Berlín e Hiroshima, las islas de Iwo Jima, Guadalcanal y Okinawa. Tanques oxidados, botes hundidos, refugios de concreto. Un silencio llena el lugar. Es como si Dios hubiese dicho: «¡Ya basta! Cuando Dios actúa, lo hace completamente.

En este momento (v. 10), el escritor habla por Dios quien dice:

“Estén quietos y reconozcan que yo soy Dios. Exaltado he de ser entre las naciones; exaltado seré en la tierra”.

El mandato, «estén quietos», viene de un verbo imperativo hebreo que significa descansar o detenerse. La mayoría de las personas leen este versículo utilizando un tono suave, como si fuera una invitación serena a disfrutar la comunión con Dios. Pero en realidad es una reprensión. Algunos eruditos dicen que esa frase ve dirigida a aquellas naciones que atacan al pueblo del pacto de Dios.

Otros dicen que Dios está reprendiendo a los hebreos por su falta de confianza en él. Ambas cosas son sumamente probables. El compositor muestra al Señor como un padre molesto que detiene un pleito entre hermanos. Aunque él está enojado con las naciones que están peleando contra su pueblo, también está igualmente enojado con la violencia de su pueblo, que ha preferido volverse a las armas en vez de tener confiar plenamente en Dios. Hay una sugerencia sutil de que estos intentos agresivos de defenderse solo están empeorando las cosas en vez de mejorarlas.

¿Esto le suena familiar? ¿Vive usted en pánico? ¿Tiene usted una actitud fastidiosa? ¿Sus intentos de autoprotección le causan más daño que bien? ¿Sabe usted que Dios quiere que usted descanse? Hebreos 4: 9 nos promete: «Por tanto, queda todavía un reposo sabático para el pueblo de Dios». Cuando usted se da cuenta de su debilidad personal, Dios quiere que usted reaccione «cediéndole a él la lucha» y permitiéndole que él termine con ese afán frenético y perpetuo de querer resolver las dificultades por sí mismo.

¿Significa esto que no vamos a hacer nada? Por supuesto que no. Significa que entramos primero en el descanso que Él ha provisto para nosotros (Hebreos 4: 11) y luego enfrentamos la situación sin pánico. Si Él quiere que participemos en la lucha, Él aclarará nuestras mentes y quitará cualquier duda acerca de lo que debemos hacer. Nuestra responsabilidad entonces es entrar deliberadamente en su santuario invisible para descansar y confiar en él completamente, sabiendo que nos dará la seguridad y la provisión. Esa es nuestra mejor preparación para la batalla: llenarnos y rodearnos de su descanso sabático. Es asombroso cómo eso detiene el afán de la debilidad personal.

En última instancia, es Dios el que nos da la victoria en cada una de nuestras debilidades. Él puede encargarse de todo lo que necesitamos. Luchar por nosotros mismos no se compara con la fortaleza de Dios. ¡Selah!

Afirmando el alma
Tome una hoja de papel o mejor aún, un diario y haga una lista de sus problemas más persistentes, aquellas situaciones que usted no puede resolver. Haga la lista tan larga como lo desee. Lea el primer problema de la lista en voz alta. Luego lea en voz alta el Salmo 46. Entrégueselo a Dios. Él se encargará. Mañana, haga lo mismo con el siguiente problema. Y así con los demás también. Hágalo tantas veces cómo sea necesario.

Una vez más, el escenario cambia. Los muros de la ciudad ya no están sitiados, y ahora es el momento cuando el compositor le da un vistazo al campo de batalla. Él nos invita a ver los recuerdos mudos de una guerra, un terreno lleno de escombros y restos humanos. Las carrozas destruidas, quemadas y oxidadas. Polvo y desechos cubren los arcos rotos y las lanzas partidas. La guerra misma ha sido diseminada. La canción describe un escenario similar al de la Segunda Guerra Mundial. Las playas de Normandía; las ciudades de Berlín e Hiroshima, las islas de Iwo Jima, Guadalcanal y Okinawa. Tanques oxidados, botes hundidos, refugios de concreto. Un silencio llena el lugar. Es como si Dios hubiese dicho: «¡Ya basta! Cuando Dios actúa, lo hace completamente.

En este momento (v. 10), el escritor habla por Dios quien dice:

“Estén quietos y reconozcan que yo soy Dios. Exaltado he de ser entre las naciones; exaltado seré en la tierra”.

El mandato, «estén quietos», viene de un verbo imperativo hebreo que significa descansar o detenerse. La mayoría de las personas leen este versículo utilizando un tono suave, como si fuera una invitación serena a disfrutar la comunión con Dios. Pero en realidad es una reprensión. Algunos eruditos dicen que esa frase ve dirigida a aquellas naciones que atacan al pueblo del pacto de Dios.

Otros dicen que Dios está reprendiendo a los hebreos por su falta de confianza en él. Ambas cosas son sumamente probables. El compositor muestra al Señor como un padre molesto que detiene un pleito entre hermanos. Aunque él está enojado con las naciones que están peleando contra su pueblo, también está igualmente enojado con la violencia de su pueblo, que ha preferido volverse a las armas en vez de tener confiar plenamente en Dios. Hay una sugerencia sutil de que estos intentos agresivos de defenderse solo están empeorando las cosas en vez de mejorarlas.

¿Esto le suena familiar? ¿Vive usted en pánico? ¿Tiene usted una actitud fastidiosa? ¿Sus intentos de autoprotección le causan más daño que bien? ¿Sabe usted que Dios quiere que usted descanse? Hebreos 4: 9 nos promete: «Por tanto, queda todavía un reposo sabático para el pueblo de Dios». Cuando usted se da cuenta de su debilidad personal, Dios quiere que usted reaccione «cediéndole a él la lucha» y permitiéndole que él termine con ese afán frenético y perpetuo de querer resolver las dificultades por sí mismo.

¿Significa esto que no vamos a hacer nada? Por supuesto que no. Significa que entramos primero en el descanso que Él ha provisto para nosotros (Hebreos 4: 11) y luego enfrentamos la situación sin pánico. Si Él quiere que participemos en la lucha, Él aclarará nuestras mentes y quitará cualquier duda acerca de lo que debemos hacer. Nuestra responsabilidad entonces es entrar deliberadamente en su santuario invisible para descansar y confiar en él completamente, sabiendo que nos dará la seguridad y la provisión. Esa es nuestra mejor preparación para la batalla: llenarnos y rodearnos de su descanso sabático. Es asombroso cómo eso detiene el afán de la debilidad personal.

En última instancia, es Dios el que nos da la victoria en cada una de nuestras debilidades. Él puede encargarse de todo lo que necesitamos. Luchar por nosotros mismos no se compara con la fortaleza de Dios. ¡Selah!

Afirmando el alma
Tome una hoja de papel o mejor aún, un diario y haga una lista de sus problemas más persistentes, aquellas situaciones que usted no puede resolver. Haga la lista tan larga como lo desee. Lea el primer problema de la lista en voz alta. Luego lea en voz alta el Salmo 46. Entrégueselo a Dios. Él se encargará. Mañana, haga lo mismo con el siguiente problema. Y así con los demás también. Hágalo tantas veces cómo sea necesario.

Adaptado del libro, Viviendo los Salmos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2013). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmh.org). Copyright
© 2017 por Charles R. Swindoll, Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

Jonatán y David

28 AGOSTO

1 Samuel 20 | 1 Corintios 2 | Lamentaciones 5 | Salmo 36

No hay muchos capítulos en la Biblia que le dediquen bastante espacio al tema de la amistad, pero 1 Samuel 20 es uno de ellos.

Hablando estrictamente, 1 Samuel 20 no trata sobre la amistad per se, de la manera en que un novelista dotado exploraría el tema. El relato se encuentra dentro de la extensa narración de la decadencia de Saúl y el ascenso de David, un momento importante de cambio en la historia de la redención. No obstante, la manera como se desarrolla el relato le da un énfasis importante en la relación entre Jonatán y David.

Jonatán resultó ser un joven sumamente admirable. Con anterioridad, había demostrado considerable valentía física cuando él y su escudero derrotaron a un contingente de filisteos (1 Samuel 14). Cuando David vino a formar parte de la corte real, uno podría esperar que Jonatán demostrara muchas emociones malignas: celos ante la popularidad de David y su competencia militar, e incluso temor de que algún día le usurpara su derecho al trono. Pero “el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo” (18:1). Hizo un “pacto” con David que le convirtió, efectivamente, en su propio hermano (18:3–4); es impresionante que un miembro de la realeza tome semejante paso con un plebeyo. Al llegar al capítulo 20, Jonatán es consciente de que algún día David será rey. No podemos estar seguros de cómo adquirió este conocimiento. Debido a su amistad, puede que David le contara a Jonatán el ungimiento que Samuel le hizo.

Jonatán no sólo no comparte la maldad de su padre, sino que, habiendo efectuado anteriormente una reconciliación entre Saúl y David (19:4–7), le cuesta creer que su padre esté tan implacablemente determinado a matar a David, como piensa David (20:1–3). Así, entra en vigor el plan elaborado de este capítulo. Jonatán descubre que su propio padre está decidido a matar a su mejor amigo. De hecho, su padre está tan furioso, que el mismo Jonatán está en peligro de muerte (20:33).

David y Jonatán se encontraron. Renovaron su pacto, algo que volverán a hacer más adelante (23:17–18). David, por su parte, promete cuidar a la familia de Jonatán cuando ya no esté, un presagio de lo que vendrá y muy distinto de la acostumbrada masacre que por lo general acontecía cuando un rey buscaba eliminar todos los potenciales herederos de una dinastía previa.

Pero tal vez lo más chocante es que Jonatán se queda en la ciudad con su padre. La realidad es que elegimos a nuestros amigos, pero no a nuestra familia; sin embargo, nuestra responsabilidad hacia nuestra familia ocupa un lugar primordial. De otra manera, la amistad misma se convierte en una excusa para un nuevo tipo de egoísmo.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 240). Barcelona: Publicaciones Andamio.

El arrebatamiento de los creyentes

Los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.

1 Tesalonicenses 4:16-17

El arrebatamiento de los creyentes

Estamos esperando la venida del Señor Jesús para que nos lleve al cielo. Es, en efecto, la promesa que hizo a los que creen en él. Examinemos lo que nos dice la Palabra de Dios sobre el arrebatamiento.

–¿Cuándo tendrá lugar?

En la Biblia, Jesucristo no nos da ninguna fecha exacta, pero prometió: “Vengo en breve” (Apocalipsis 22:20).

–¿Quién irá al cielo?

Todos los que durante su vida reconocieron que necesitaban el perdón y depositaron su confianza en Dios. Todos los creyentes, desde Adán hasta que Jesucristo regrese.

–¿Qué sucederá cuando tenga lugar el arrebatamiento?

Todo sucederá en un instante, “en un abrir y cerrar de ojos” (1 Corintios 15:52). Los creyentes que hayan muerto resucitarán con un cuerpo nuevo. Luego los creyentes que estén vivos en ese momento serán transformados y también tendrán un cuerpo nuevo (1 Corintios 15:52). Todos juntos serán llevados al cielo, al encuentro del Señor, quien vino a buscarlos.

–¿A dónde irán los creyentes cuando sean arrebatados?

Junto a Jesucristo, al cielo, a la casa del Padre. Cuando estaba en la tierra, el Señor Jesús declaró: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay… Si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3).

2 Crónicas 13 – 1 Corintios 6 – Salmo 101:5-8 – Proverbios 22:8-9

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch

 

La casa edificada sobre la roca

La casa edificada sobre la roca

8/27/2017

No cayó, porque estaba fundada sobre la roca. (Mateo 7:25)

La casa fundada sobre la roca representa la vida de obediencia espiritual. Es la vida que tiene una perspectiva bíblica de sí mismo y del mundo, como se describe en las Bienaventuranzas de Cristo en el Sermón del Monte. Es la vida que se preocupa más por la justicia interna que por la forma externa. Es una vida de autenticidad y no de hipocresía, y de justicia de Dios en vez de justicia propia.

La casa fundada sobre la roca describe la vida que se deshace del orgullo y de las buenas obras humanas y es humilde y contrita debida a su propio pecado. Tal vida procura, con la ayuda del Espíritu, entrar por la puerta estrecha de la salvación y ser fiel al camino angosto de Cristo y de su Palabra. La vida edificada sobre la roca confía en la voluntad de Dios y espera en su Palabra por encima de todo. ¿Dónde descansa su esperanza y dónde radica su confianza?

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Todos nuestros enemigos bajo de los pies de Jesús

AGOSTO, 27

Todos nuestros enemigos bajo de los pies de Jesús

Devocional por John Piper

Entonces vendrá el fin, cuando [Cristo] entregue el reino al Dios y Padre, después que haya abolido todo dominio y toda autoridad y poder. (1 Corintios 15:24)

¿Cuán lejos se extenderá el reinado de Cristo?

El versículo 25 dice: «Pues Él debe reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies». La palabra todos nos muestra la extensión.

Lo mismo hace la palabra todo en el versículo 24: «Entonces vendrá el fin, cuando [Cristo] entregue el reino al Dios y Padre, después que haya abolido todo dominio y toda autoridad y poder».

No hay enfermedad, ni adicción, ni demonio, ni mal hábito, ni falta, ni vicio, ni debilidad, ni temperamento, ni mal humor, ni orgullo, ni conmiseración por uno mismo, ni conflicto, ni envidia, ni perversión, ni codicia, ni pereza, que Cristo no haya planeado vencer por ser enemigos de su honor.

Esta promesa nos llena de aliento porque, cuando nos preparamos para pelear contra los enemigos de nuestra fe y nuestra santidad, sabemos que no peleamos solos.

Jesucristo está ahora, en esta era, poniendo a todos sus enemigos debajo de sus pies. Todo gobierno, toda autoridad y todo poder serán conquistados.

Por eso, recordemos que la extensión del reinado de Cristo tiene alcance sobre todos los enemigos de su gloria: desde el más pequeño hasta el más grande, todos serán derrotados.


Devocional tomado del sermón“He must reign”

Todos los derechos reservados ©2017 Soldados de Jesucristo y DesiringGod.org

«En tus manos encomiendo mi espíritu; tú me has redimido, oh SEÑOR, Dios de verdad»

27 de agosto

«En tus manos encomiendo mi espíritu; tú me has redimido, oh SEÑOR, Dios de verdad».

Salmo 31:5 (LBLA)

Muchos hombres santos han citado estas palabras en la hora de su muerte, y nosotros podemos meditar provechosamente en ellas esta noche. El objeto de los afanes del hombre fiel, tanto en la vida como en la muerte, no es el cuerpo ni son los bienes, sino el espíritu. Como el espíritu es su precioso tesoro, si este está seguro, todo le va bien. ¿Qué son esos bienes humanos comparados con el alma? El creyente encomienda su alma en las manos de su Dios. Esa alma la recibió de Dios y, por tanto, a él le pertenece; él la ha sustentado desde hace tiempo y la puede cuidar ahora: es, pues, muy propio que Dios la reciba. Todas las cosas están a salvo en las manos del Señor. Lo que le confiamos a él estará seguro, tanto ahora como en aquel Día hacia el cual marchamos apresuradamente. Confiar en la protección del Cielo significa una vida en paz y una muerte gloriosa. En todo momento debemos encomendar nuestro ser entero en las fieles manos de Jesús; entonces, aunque nuestra vida penda de un hilo y nuestras adversidades se multipliquen como la arena del mar, nuestras almas vivirán confiadas y se deleitarán en sosegados lugares de reposo.

«Tú me has redimido, oh Señor, Dios de verdad». La redención es una sólida base de confianza. David no había conocido el Calvario como lo conocemos nosotros; pero la redención temporal lo alentaba. ¿Y no nos alentará a nosotros una redención eterna? Las liberaciones que hemos experimentado en el pasado constituyen un motivo extraordinario para esperar ayuda en el presente. Lo que el Señor ha hecho lo hará otra vez, pues él no cambia. Él es fiel a sus promesas y bondadoso para con sus santos. Él no se apartará de su pueblo.

No habré de temer ni desconfiar

en los brazos de mi Salvador;

en él puedo yo bien seguro estar

de los lazos del vil tentador.

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 250). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

¿Qué tan bueno tengo que ser para ir al cielo?

¿Qué tan bueno tengo que ser para ir al cielo?

John MacArthur

Mucha gente entiende que participar en la maldad nos separa del cielo. Pero muy pocos ven que la Biblia también enseña que hacer el bien no nos deja entrar. Ninguno de nosotros puede ganar suficiente mérito para merecer el cielo. Somos pecadores, y el estándar de Dios es la perfección total. Jesús dijo, “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5:20). También agregó, “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).

¿Entonces quién puede ser salvo?

Los discípulos le hicieron a Jesús esa misma pregunta (Mateo 19:25). ¿Su respuesta? “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (v. 26). En otras palabras, nuestra salvación no es algo que podemos lograr. Es algo que Dios debe hacer en nosotros.

¿Qué si dejo de pecar ahora y nunca peco otra vez?

Estamos desesperadamente en esclavitud al pecado y no podríamos dejar de pecar no importa qué tanto lo intentemos. La Escritura dice que aun nuestros corazones son engañosos y desesperadamente viles (Jeremías 17:9). En otras palabras, somos pecadores hasta lo más profundo de nuestro ser. Además, un solo pecado sería suficiente para destruirnos para siempre: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). Pero aun si no pecamos desde este momento, todavía cargamos la culpa de nuestros pecados pasados. Y “la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23).

¿Hay alguna manera que podemos ser libres de la culpa de nuestro pecado?

La Biblia dice, “La sangre de Jesucristo…nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).

¿Cómo es que la sangre de Jesús puede lavar nuestros pecados?

Cuando Dios perdona, no solamente pasa por alto el pecado. La expiación debe ser hecha. La muerte de Cristo hizo completa expiación para aquellos quienes confían en Él. Su muerte cuenta en nuestro lugar si creemos. Sin embargo, eso solamente borra la culpa de nuestro pecado. Recuerde, aún necesitamos la perfecta justicia para poder entrar al reino de los cielos (Mateo 5:20).

¿Dónde recibimos esa perfecta justicia?

El completo mérito de la justicia de Jesús es imputado, o acreditado, a aquellos quienes confían en solamente Él para su salvación. La Escritura enseña que Dios “justifica al impío” al darle la justicia de Cristo (Romanos 4:5). Ellos son vestidos en Su justicia, y Dios acepta a creyentes solamente y exclusivamente sobre esa base. Es por eso que Pablo estuvo dispuesto a descartar todos sus propios esfuerzos para ganar el favor de Dios, prefiriendo en vez de pararse ante Dios vestido en una justicia que no era de él (Filipenses 3:8-9).

Si no eres cristiano, necesitas tomar esta verdad por fe: el pecado que te mantiene fuera del cielo no tiene otra cura más que la sangre de Cristo. Si estás cansado de tu pecado y exhausto de la carga de tu culpa, Él tiernamente te extiende la oferta de perdón, descanso y vida eterna: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

¿Cómo puedo estar seguro que Cristo me salvará?

Nadie será rechazado: “Y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Todos son invitados: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).

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Justificación y la Santificación

27 AGOSTO

1 Samuel 19 | 1 Corintios 1 | Lamentaciones 4 | Salmo 45

Los evangélicos suelen crear una línea divisoria entre la justificación y la santificación. La justificación es la declaración por parte de Dios de que un pecador individual es justo, una declaración que no se fundamenta en que la persona sea justa, sino en que Dios acepta la muerte de Cristo en lugar de la del pecador, al que Dios le imputa la justicia de Cristo. Marca el inicio del peregrinaje del creyente. Desde el punto de vista de este, ser justificado es una experiencia vinculada a los buenos propósitos de Dios en la muerte de Cristo, de una vez y por todas.

Por otro lado, en la tradición protestante, la santificación se ha entendido normalmente como el proceso mediante el cual los creyentes se van tornando progresivamente más santos. (En griego, como en español, las palabras santo, santificado y santificación tienen la misma raíz.) Esto no es una experiencia de una sola vez, sino que refleja un peregrinaje de toda la vida, un proceso que no se completará hasta llegar el nuevo cielo y la nueva tierra. No es algo a lo cual Dios nos invita, sino que es lo que debemos ser, por el poder que él nos da para serlo.

No distinguir entre la justificación y la santificación suele provocar que se desdibuje la idea de la justificación. Si esta toma un matiz de crecimiento personal en justicia, fácilmente se pierde la naturaleza forense y declarativa de la justificación, y empezamos a dejar que se cuele por la puerta de atrás una especie de justicia por obras.

Históricamente, por supuesto, queda justificada la advertencia. Uno siempre debe estar vigilante para preservar el énfasis de Pablo en la justificación. Pero este análisis no siempre ha favorecido a la familia léxica de la palabra SANTIFICACIÓN. Los estudiosos de Pablo se han dado cuenta de que a veces se habla de ser “santificados” en un sentido POSICIONAL o por DEFINICIÓN; es decir, estas personas están separadas para Dios (POSICIONAL) y por ello ya son santificadas (por DEFINICIÓN). En dichos pasajes, no se habla de un proceso de volverse progresivamente más santo.

La mayoría de las ocasiones en las que Pablo habla de ser “santos” o “santificados” queda dentro de este campo de la teoría POSICIONAL o por DEFINICIÓN. Ciertamente es así en 1 Corintios 1:2: Pablo escribe “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo”. Los corintios ya son santificados; han sido separados para Dios. Por lo tanto, han sido llamados a ser santos; es decir, a vivir su vida de acuerdo con su llamado (en lo cual, a nivel general, han fracasado olímpicamente, a juzgar por el resto del libro).

Por supuesto que hay muchos pasajes que hablan de crecimiento y mejoría que no usan la palabra SANTIFICACIÓN; para empezar, medita en Filipenses 3:12–16. Si decidimos tomar prestado de la teología sistemática el término SANTIFICACIÓN para describir este crecimiento, no está mal. Pero entonces, no debemos darle este significado al uso de Pablo cuando se trata de otra cosa.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 239). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¿Qué está esperando?

domingo 27 agosto

En una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende.

Job 33:14

Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.

Hebreos 4:7

¿Qué está esperando?

En 1910, una joven estaba cuidando un rebaño de vacas en la montaña. Sentada sobre una gran piedra y apoyada contra un árbol, contemplaba la belleza de la naturaleza. De repente sintió como una presencia a su lado. Se dio vuelta y no vio a nadie, pero escuchó una voz interior murmurarle: «¿Qué está esperando?». Desde hacía mucho tiempo esta joven sabía que necesitaba tener una verdadera relación con Dios, pero siempre posponía el momento de ir a él. Ese día respondió: «¡Voy tal como soy!». Entonces recibió la convicción del total perdón de sus pecados debido a lo que Jesucristo había hecho por ella.

Dios habla a los hombres con amor a través de circunstancias muy diversas. Quiere que todos confíen en su gracia, que se arrepientan y reciban la vida eterna aceptando a Jesús como su Salvador.

A los que quieren dejar para más tarde esta decisión de vivir con Cristo, les decimos: ¿Qué está esperando? Esta hoja que está leyendo es todavía un llamado de Dios para que vaya a él ahora mismo.

“He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2).

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).

“Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación” (Salmo 25:5).

“¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2:3).

2 Crónicas 12 – 1 Corintios 5 – Salmo 101:1-4 – Proverbios 22:7

Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
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