23 SEPTIEMBRE

2 Samuel 19 | 2 Corintios 12 | Ezequiel 26 | Salmo 74
“Me veo obligado a jactarme”, escribe Pablo (2 Corintios 12:1), aunque, desde luego, únicamente lo ha estado haciendo de la manera más irónica (ver la meditación de ayer y la del 21 de septiembre). Pero ahora se enfrenta a un nuevo dilema. Aparentemente, sus enemigos han estado jactándose de sus experiencias espirituales. Incluso puede que estuvieran diciendo algo así como: “Bueno, claro que Pablo tuvo esa experiencia en el camino de Damasco, pero ya hace tiempo de eso. ¿Qué ha sabido él de Dios desde entonces? La gracia de ayer se ha puesto rancia”. En este caso, Pablo no puede usar simplemente la ironía y jactarse de lo opuesto de todo lo que valoran sus enemigos, como lo hizo en el capítulo 11. Lo contrario a tener varias experiencias espirituales es no tenerlas y, en el caso de Pablo, decir que no ha disfrutado de este tipo de vivencia sería una mentira. De manera que, a regañadientes, pasa a hablar de “las visiones y revelaciones del Señor” (12:1). Pero no soporta hablar de sí mismo en este aspecto, así que recurre a un recurso literario y lo hace en tercera persona. Escribe: “Conozco a un seguidor de Cristo” (12:2), aunque claramente se refiere a él (12:5–6).
Aun en este caso, Pablo ofrece tres énfasis para dejar de ser el centro de atención y restarle toda virtud a la costumbre de la jactancia.
Primero, dice que en su caso, no le es permitido hablar sobre las experiencias espectaculares que tuvo en el cielo catorce años antes (12:4). El “tercer cielo” (12:2) es la morada de Dios; el “paraíso” es donde él vive. Algunas de las cosas que vio eran “indecibles”: la gente que no ha experimentado este tipo de visión no cuenta con las categorías para comprenderlas. Más importante aún es que estas visiones tenían el propósito de fortalecer a Pablo; no se le permitía hablar de ellas, lo cual explica su silencio.
Segundo, Pablo teme que la gente piense que él es más de lo que realmente es (lo contrario a nuestros temores) y por eso, como cuestión de principios, prefiere no hablar de asuntos inaccesibles. Si ha de ser juzgado, quiere serlo por lo que dice y hace (12:6) y no por alegaciones de visiones y revelaciones que son inasequibles al escrutinio público.
Tercero, Pablo reconoce que, junto con las grandes ventajas que ha recibido, Dios le ha impuesto—a través de Satanás—un “aguijón en la carne” que no le será quitado, a pesar de sus múltiples y fervientes oraciones intercesoras (12:7–10). Se le dio para evitar que se volviera presumido, para mantenerlo “débil”, de manera que aprendiera que la fuerza de Dios se perfecciona en nuestra debilidad y que, por ello, nunca debía depender de la gracia extraordinaria que había recibido ni se jactara de esta. En este mundo caído, es misericordioso que la gracia copiosa vaya acompañada de gran debilidad, y viceversa.
Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 266). Barcelona: Publicaciones Andamio.