SUSTENTO DE LOS JUSTOS

SUSTENTO DE LOS JUSTOS

12/13/2017

No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu.

(Zacarías 4:6) 

La Palabra de Dios, la oración y el Espíritu Santo obran juntos por el bien de los siervos de Dios. La parte especial del Espíritu es dar todo lo necesario para sustentar al justo.

Al Espíritu Santo se le llama “el Espíritu de Cristo” y “el Espíritu de Dios” (Ro. 8:9). Se le puede llamar por cualquier de los dos títulos porque Él está en la Trinidad y procede del Padre en el nombre de Cristo (cp. Jn. 14:26).

El apóstol Pablo conocía al Espíritu Santo como su maestro, intercesor, guía, fuente de poder y proveedor todopoderoso. Eso es el Espíritu para todos los creyentes. La confianza de Pablo en saber que todo obra para bien (Ro. 8:28) se basaba en la provisión del Espíritu, que “nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (v. 26).

El saber que el Espíritu provee lo ayudará a afrontar con gran confianza cualquiera cosa que se cruce en su camino.

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La realidad suprema está aquí

DICIEMBRE, 13

La realidad suprema está aquí

Devocional por John Piper

Ahora bien, el punto principal de lo que se ha dicho es éste: tenemos tal sumo sacerdote, el cual se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, que el Señor erigió, no el hombre. (Hebreos 8:1-2)

La Navidad es el reemplazo de las sombras por el objeto real.

Hebreos 8:1-2 es una clase de resumen. El punto es que ese sacerdote que se presenta entre nosotros y Dios nos reconcilia con Dios y ora por nosotros a Dios, no es un sacerdote ordinario, débil, pecador y mortal como los sacerdotes de los tiempos del Antiguo Testamento. Él es el Hijo de Dios —fuerte, sin pecado y con una vida indestructible—.

No solo eso, sino que él no ministra en un tabernáculo terrenal con todas las limitaciones de lugar y espacio, y expuesto al desgaste y al daño de las polillas y las inundaciones y los incendios y la destrucción y los robos. No, el versículo 2 dice que Cristo ministra por nosotros en el «tabernáculo verdadero, que el Señor erigió, no el hombre». Esa es la realidad que está en el cielo, y que le fue revelada a Moisés en el Monte Sinaí para que la copiara como una sombra de lo celestial.

Según el versículo 1, otro aspecto grandioso respecto de la realidad que es más grande que su sombra, es que nuestro Sumo Sacerdote está sentado a la diestra de la Majestad en los cielos. Ningún sacerdote del Antiguo Testamento podría haber dicho algo como ésto.

Jesús trata directamente con Dios el Padre. Tiene un lugar de honor a la diestra de Dios. Es infinitamente amado y respetado por Dios. Él está permanentemente junto a Dios. Esta no es la sombra de la realidad, como eran las cortinas y los tazones y las mesas y los candeleros y las vestiduras y las lazadas y las ovejas y los cabritos y las tórtolas. Ésta es la realidad definitiva y suprema: Dios y su Hijo interactuando en amor y santidad por nuestra salvación eterna.

La realidad Suprema es las Personas de la Trinidad en una relación, trabajando una con la otra respecto a cómo su majestad y santidad y amor y justicia y bondad y verdad deberán ser manifestadas en un pueblo redimido.


Devocional tomado del sermón “Nuestro Sumo Sacerdote es el Hijo de Dios hecho perfecto para siempre

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Tus ventanas pondré de piedras preciosas

13 de diciembre

«Tus ventanas pondré de piedras preciosas».

Isaías 54:12

La Iglesia está muy convenientemente simbolizada por un edificio levantado con el poder celestial y diseñado con habilidad divina. La casa espiritual no debía ser oscura, pues los israelitas necesitaban luz en sus habitaciones; debía tener, por tanto, ventanas para que la luz entrase en dichas habitaciones y sus moradores pudieran ver. Estas ventanas son preciosas como las ágatas. Los medios por los cuales la Iglesia contempla a su Señor, como también el Cielo y la verdad espiritual en general, han detenerse en alta estima. Las ágatas no son las más transparentes de las gemas; a lo sumo, son solo semitransparentes. La fe es una de estas preciosas ventanas de ágata, ¡pero ay, está frecuentemente tan turbia y velada que solo podemos ver oscuramente y confundimos muchas de las cosas que vemos! No obstante, si no podemos mirar a través de ventanas de diamante y conocer como fuimos conocidos, resulta glorioso contemplar al que es enteramente Amable aunque el vidrio sea nebuloso como el ágata. La experiencia es otra de esas opacas pero preciosas ventanas que nos dan una luz religiosa débil, por medio de la cual, a través de nuestras aflicciones, vemos los sufrimientos del Varón de Dolores. Nuestros débiles ojos no podrían soportar las ventanas de vidrios transparentes que dejan entrar la gloria del Señor; pero, cuando tenemos los ojos empañados por las lágrimas, los rayos del Sol de Justicia se ven atemperados y alumbran a través de las ventanas de ágata con suave resplandor, alentando indeciblemente a las almas tentadas. La santificación, que nos conforma a nuestro Señor, es otra ventana de ágata. Solo a medida que nos vamos transformando en seres celestiales comprendemos las cosas celestiales: el puro de corazón ve a un Dios puro; los que son como Jesús le ven tal y como él es. Ya que somos muy poco semejantes a Jesús, nuestra ventana es solo de ágata. Damos gracias a Dios por lo que tenemos, y ansiamos más. ¿Cuándo veremos a Dios y a Jesús, el Cielo y la verdad, cara a cara?

Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar. (S. D. Daglio, Trad.) (4a edición, p. 358). Moral de Calatrava, Ciudad Real: Editorial Peregrino.

2 Crónicas 14–15 | Apocalipsis 4 | Hageo 2 | Juan 3

13 DICIEMBRE

2 Crónicas 14–15 | Apocalipsis 4 | Hageo 2 | Juan 3

El reinado de Asa en Judá resulta educativo en varios sentidos y ocupará nuestra meditación tanto hoy (2 Crónicas 14–15) como mañana.

El largo reinado de Asa comenzó con diez años de paz (14:1), porque “el Señor le dio descanso” (14:6). Durante este tiempo, Asa “ordenó a los habitantes de Judá que acudieran al Señor, Dios de sus antepasados, y que obedecieran su ley y sus mandamientos” (14:4). El pueblo buscó al Señor y edificaron y prosperaron (14:7). Después de diez años, Asa se enfrentó al poder devastador de las fuerzas cusitas (del norte del Nilo). Asa no podía haber olvidado cómo su abuelo Roboam fue sometido por Sisac de Egipto (2 Crónicas 12). La conducta del mismo Asa es ejemplar, un anticipo de la manera como su descendiente Ezequías se comportaría siglos más tarde al enfrentarse a los babilonios: clamó al Señor, reconociendo con franqueza su total incapacidad ante estas potencias. “¡Ayúdanos, Señor y Dios nuestro, porque en ti confiamos, y en tu nombre hemos venido contra esta multitud! ¡Tú, Señor, eres nuestro Dios! ¡No permitas que ningún mortal se alce contra ti!” (14:11) Por algún medio (el texto no especifica), el Señor responde y el ejército relativamente pequeño de Asa destruye las huestes cusitas.

Llega Azarías, hijo de Obed, un profeta con un mensaje de aliento para Asa y para todo Judá y Benjamín (15:1–2). Reflexionando sobre la época terrible de anarquía durante los últimos años de los jueces y los primeros de la monarquía, el viaje y el comercio eran peligrosos y los levitas no eran lo suficientemente disciplinados y organizados como para instruir al pueblo. Azarías anima al rey y al pueblo en general a buscar al Señor, “él dejará que vosotros lo halléis; pero si lo abandonáis, él os abandonará” (15:2). Ese mensaje fortalece la determinación de Asa. Actúa en contra de la idolatría que aún quedaba e invierte recursos en el mantenimiento del templo. Esta es la comunidad del pacto, y bajo Asa, comienza a actuar como tal. Ellos buscaron “al Señor con voluntad sincera, y él se había dejado hallar de ellos y les había concedido vivir en paz con las naciones vecinas” (15:15) durante otro cuarto de siglo, hasta los treinta y cinco años del reinado de Asa (15:19). No eliminaron los “santuarios paganos” (15:17) — un residuo de la competencia contra el templo—, pero, por lo general, Asa fue un gobernante recto.

No debemos avergonzarnos de la bendición de Dios sobre la integridad y justicia. La justicia exalta a una nación: la levanta y fortalece su poder. Esto no es meramente una conclusión sociológica: es la forma en que Dios ha estructurado las cosas, su manera de reinar providencialmente. A la inversa, la corrupción atrae la ira de Dios y, tarde o temprano, destruirá a la nación.

Carson, D. A. (2013). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (R. Marshall, G. Muñoz, & L. Viegas, Trads.) (1a edición, Vol. I, p. 347). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Jesús es Dios

Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados.

2 Corintios 5:19

Cristo… es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos.

Romanos 9:5

Jesús es Dios

¿Quién puede declararlo? Ciertamente, no puede hacerlo una autoridad humana. Jesús no se hizo Dios. Lo era desde su nacimiento. El ángel dijo a María: “El Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Es un misterio: “Dios fue manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16). Jesús es Dios y vino en forma de un hombre sin pecado para acercarse a su criatura, la cual no tenía relación con él debido al pecado. La Biblia nos muestra esta maravillosa persona que vino a visitarnos en una humildad extrema. No había “parecer en él” para que le deseásemos, fue “despreciado y desechado entre los hombres” (Isaías 53:2-3), pero hacía resaltar su gloria de Hijo de Dios.

Una vez, en medio de la tempestad, dormía en la parte trasera de una barca como alguien cansado. Despertado por los que estaban con él, calmó el viento con el poder de aquel que “encerró los vientos en sus puños” (Marcos 4:35-41; Proverbios 30:4).

Jesús no poseía ningún bien material en la tierra, pero tenía toda la creación a su disposición. No tenía una moneda para pagar el impuesto, pero dijo a Pedro: “Ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero” (Mateo 17:27). Él mismo declaró ante los que le contradecían: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58).

Crucificado por los hombres, tenía el poder de dejar su vida y de volverla a tomar (Juan 10:17-18). Y por último “fue declarado Hijo de Dios” mediante la resurrección (Romanos 1:4).

Cantares 1-2 – Apocalipsis 6 – Salmo 141:1-4 – Proverbios 29:23

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