Sentir lo que Dios siente

Sentir lo que Dios siente

2/9/2018

Sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. (Romanos 14:8)

Recuerdo a una joven que aprendió a sentir dolor cuando no se honraba a Dios. Salió de un pequeño pueblo en Virginia occidental para ir a vivir con un estudiante en la UCLA. Poco después la echó a patadas. Ella anduvo deambulando y trató de quitarse la vida varias veces, pero cada vez sobrevivió. Mi hermana y yo la conocimos y tuvimos la oportunidad de guiarla a Cristo. Poco después de eso ella decidió volver a su pueblo natal para hablarles de Cristo a su mamá y a sus amigas.

Varios meses después, me escribió una carta. Esto es algo de lo que escribió:

“Puedo casi sentir la insoportable tristeza que Dios siente cuando alguien lo rechaza y no lo glorifica. ¡Él es Dios! Él nos hizo. Él nos lo dio todo. Seguimos dudando y rechazándolo. ¡Es horrible! Cuando pienso en cuánto lo herí, espero que algún día yo pueda compensar eso.

“Está muy claro para mí que debe glorificarse a Dios. Él lo merece, y desde hace mucho tiempo. Anhelo decirle a Cristo, y así indirectamente a Dios, que lo amo. Quiero que Dios sea Dios y que ocupe el lugar que merece. Estoy hastiada de ver cómo las personas lo rebajan”.

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Mejor que el dinero, el sexo y el poder

FEBRERO, 09

Mejor que el dinero, el sexo y el poder

Devocional por John Piper

Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa. (Hebreos 10:35)

Tenemos que meditar en la superioridad de Dios como nuestra gran recompensa por sobre todo lo que el mundo tiene para ofrecer. Si no lo hacemos, amaremos el mundo como el resto lo hace, y viviremos como todos los demás.

Tomemos las cosas que mueven al mundo y meditemos en lo bueno y perpetuo que Dios es en comparación. Consideremos el dinero, el sexo o el poder, y pensemos acerca de ellos en relación con la muerte. La muerte acabará con cada uno de ellos. Si vivimos para ellos, no conseguiremos mucho; y lo que lleguemos a conseguir, lo perdemos.

En cambio, el tesoro de Dios permanece, dura, va más allá de la muerte. Es mejor que el dinero porque Dios posee todo el dinero y es nuestro Padre. «Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Corintios 3:22-23).

Es mejor que el sexo. Jesús nunca tuvo relaciones sexuales y fue el ser humano más pleno y completo que existirá por siempre. El sexo es una sombra —una imagen— de una realidad más grande, de una relación y un placer que harán que el sexo parezca un bostezo.

La recompensa de Dios es mejor que el poder. No existe mayor poder humano que el de ser un hijo del Dios Todopoderoso. «¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?» (1 Corintios 6:3).

Y así continúa la lista. Dios es mejor y más permanente que todo lo que el mundo tiene para ofrecer.

No hay comparación. Dios gana —cada vez—. La pregunta es la siguiente: ¿Lo tendremos nosotros a él? ¿Nos despertaremos del trance de este mundo estupefaciente, para en su lugar ver y creer y regocijarnos y amar?


Devocional tomado del sermón “El poder presente de una posesión futura”

Génesis 42 | Marcos 12 | Job 8 | Romanos 12

9 FEBRERO

Génesis 42 | Marcos 12 | Job 8 | Romanos 12

Bildad de Súah se escandaliza con la respuesta de Job a Elifaz y ofrece su mordaz refutación (Job 8).

“¿Hasta cuándo seguirás hablando así?”, pregunta. “¡Tus palabras son un viento huracanado!” (8:2). Diríamos que no son sino pura demagogia. Desde la perspectiva de Bildad, Job está acusando a Dios de pervertir la justicia. “¿Acaso pervierte Dios la justicia?” (8:3). No obstante, Bildad no puede permitir que esta reflexión quede como un simple asunto teológico a debatir por expertos en la materia. Bildad explica ahora las insinuaciones de su pregunta retórica, algo que debió doler profundamente a Job: “Si tus hijos pecaron contra Dios, él les dio lo que su pecado merecía” (8:4). En otras palabras, la explicación correcta de la tempestad que mató a los diez hijos de Job (1:18–19) es que estos merecían lo que les ocurrió. Según Bildad, decir otra cosa significaría que Dios es injusto, que pervierte la justicia. Por tanto, el camino que debe seguir Job es volver la mirada a Dios y pedir perdón al Todopoderoso (8:5). Si se humilla y es verdaderamente puro y recto, el Señor lo restaurará “al lugar que le corresponde”. De hecho, las fabulosas riquezas de las que Job disfrutaba parecerán insignificantes en comparación con las recompensas que recibirá (8:6–7).

Bildad apela a la tradición de toda la vida, “las generaciones pasadas”, para reforzar su autoridad. Las opiniones que tanto él como sus amigos expresan no son ideas modernas, sino la tradición recibida. Ellos, independientemente de su edad, solo han aprendido por experiencia lo que puede probarse en una vida. Sin embargo, apelan a la información acumulada durante generaciones, que dice que los impíos y los que olvidan a Dios perecen como los juncos sin agua; tienen la estabilidad de los que se apoyan sobre una telaraña (8:11–19). En cambio, “Dios no rechaza a quien es íntegro, ni brinda su apoyo a quien hace el mal” (8:20).

En términos generales, este argumento es el mismo que el de Elifaz, expresado quizás sin rodeos; mientras este mencionó visiones nocturnas, Bildad apelaba a la tradición recibida. Una vez más, este punto de vista es acertado en parte. Por un lado, en una escala eterna, es correcto concluir que Dios vindica la justicia y condena la impiedad. Sin embargo, mientras Bildad expresa el caso, pretende conocer más de los hechos del Señor de lo que realmente sabe (ni él ni Job están al corriente de lo ocurrido entre bambalinas en el capítulo 1), y lo que es peor, aplica su doctrina de forma mecánica y carente de visión, condenando a un hombre justo.

¿Se le ocurren ejemplos de situaciones en que una aplicación prematura o desequilibrada de la verdad bíblica ha demostrado ser fundamentalmente equivocada?

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 40). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¡Siempre la misma!

Friday 9 February

¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no… va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso… Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

Lucas 15:4-7

¡Siempre la misma!

Antes de acostarse, el pastor Fernando contó sus ovejas… 97, 98, 99… ¡Le faltaba una! Echó una mirada al rebaño y notó cuál no estaba. ¡Faltaba Lana, Lana la independiente, la aventurera, siempre la misma! ¿La dejaría a su suerte, como lo merecía? Después de todo, todavía le quedaban 99… No, Lana era única, él la amaba, él era su pastor y ella su oveja.

¿Dónde estaría Lana? ¿Habría sido devorada por una fiera? ¿Se habría caído por un precipicio? ¡Tenía que encontrarla costara lo que costara! A pesar del cansancio, Fernando salió a buscar a su oveja. La buscó, la llamó, caminó durante mucho tiempo. Lana se había ido muy lejos… Al fin, un débil gemido respondió a sus pacientes llamados. Escuchó atentamente… ¡Sí, era ella! ¡Había caído en un hueco y se había roto una pata! ¡Pobre animal!

Fernando olvidó su cansancio y, lleno de gozo, la levantó con mucho cuidado, le habló tiernamente y la puso sobre sus hombros. La oveja reconoció su voz y, aliviada, se dejó llevar por el pastor, quien la condujo al rebaño.

A menudo Jesús compara los hombres con las ovejas y se presenta como el buen Pastor. Nuestros pecados nos alejaron de él, pero él nos busca porque nos ama.

¡No dejemos sin respuesta durante más tiempo sus tiernos llamados! Lo que él más desea es encontrarnos, dondequiera que estemos, curar nuestras heridas y ocuparse de nosotros. ¡Así llenaremos de gozo su corazón!

Génesis 43 – Mateo 25:1-30 – Salmo 21:1-7 – Proverbios 8:17-21