Un distintivo del cristiano

Un distintivo del cristiano

2/14/2018

Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados. (1 Juan 1:9)

El apóstol Juan escribió su primera epístola para definir la diferencia entre un cristiano y un incrédulo. Nuestro versículo de hoy indica que la confesión caracteriza al primero. El versículo siguiente dice: “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso” (v. 10). Los hombres no regenerados niegan su pecado, pero los cristianos aceptan la responsabilidad por el pecado y lo confiesan.

La confesión de pecado no tiene lugar solamente en la salvación. Continúa, como la fe, durante toda la vida de un creyente. La disposición de confesar el pecado es parte del modelo de vida que caracteriza a todos los creyentes. Ese modelo también incluye el amor (1 Jn. 3:14), la separación del mundo (2:15), y la enseñanza por el Espíritu Santo (2:27). Desde luego que hay varios grados de confesión, a veces no hacemos una confesión tan completa como debiéramos, pero un verdadero creyente finalmente reconoce su pecado.

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Génesis 47 | Lucas 1:1–38 | Job 13 | 1 Corintios 1

14 FEBRERO

Génesis 47 | Lucas 1:1–38 | Job 13 | 1 Corintios 1

La respuesta de Job a Zofar ocupa tres capítulos (Job 12–14), el primero de los cuales formaba parte de la lectura de ayer. En él, Job acusa a Zofar y a sus amigos, con un lenguaje mordaz, de hablar de tópicos tradicionales y creer que sus palabras son profundas: “¡No hay duda de que vosotros sois el pueblo! ¡Muertos vosotros, morirá la sabiduría!” (12:2). Job añade: “Pero yo soy tan listo como vosotros; en nada siento que me aventajéis. ¿Quién no sabe todas estas cosas?” (12:3). Se está refiriendo a la soberanía, la grandeza, el poder y la sabiduría inconmensurables. Así pues, Job invierte la mayor parte del capítulo 12 repasando esta visión de la grandeza de Dios y profundizando en ella.

Sin embargo, aquí, en el capítulo 13, Job lleva su reflexión un paso más lejos. La base común que comparte con estos tres amigos es bastante simple: “Todo esto lo han visto mis ojos; lo han escuchado y entendido mis oídos. Yo tengo tanto conocimiento como vosotros; en nada siento que me aventajéis” (13:1–2). La pregunta es qué hacer con la soberanía trascendente del Señor. Sus amigos utilizan esta base para argumentar que un Dios así puede descubrir el mal y castigarlo; el mismo Job lleva este argumento en otra dirección.

En primer lugar, lejos de encogerse de miedo al reflexionar sobre la identidad de Dios, Job quiere hablar con el Todopoderoso, debatir su caso con él (13:3). Su conciencia está realmente limpia y él quiere demostrarlo. Está convencido de que, si se le concediese audiencia, el Señor al menos sería justo.

En segundo lugar, como contraste, los amigos miserables simplemente le calumnian con mentiras (13:4). Job les dice: “¡Cómo médicos no valéis nada!” (13:4). No hacen lo más mínimo para ayudarle en su dolor.

En tercer lugar, y peor aún, Job afirma que ellos mienten “en nombre de Dios”, que hablan de él “con engaños” (13:7). No pueden encontrar evidencias concretas de pecado en la vida de Job, pero, aun así, creen que están hablando por Dios cuando insisten en que debe ser realmente malo. De ahí que, en su “defensa” de Dios, digan falsedades y cosas injustas acerca de Job: mienten “en nombre de Dios”. ¿Cómo pueden agradar al Señor sus afirmaciones? Los fines no justifican los medios. Siempre es importante decir la verdad y no falsear los hechos para que encajen en nuestras predisposiciones teológicas. Es mucho mejor admitir la ignorancia o plantear un misterio que mentir.

En cuarto lugar, el propio Job, por mucho que desee dialogar con Dios, sigue sin hablar como un agnóstico. Ciertamente, Job quiere pasar un día en el tribunal divino. No obstante, Dios sigue siendo Dios para él, y así lo confiesa: “¡Que me mate! ¡Ya no tengo esperanza!” (13:15). Incluso la traducción alternativa (“aunque él me mate, seguiré esperando en él”, nota en NVI) reconoce que Dios es Dios: la diferencia está en la respuesta de Job

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, pp. 44–45). Barcelona: Publicaciones Andamio.

Cristo es el medio y el fin

FEBRERO, 14

Cristo es el medio y el fin

Devocional por John Piper

Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)

¿Para qué creó Dios el universo y por qué lo está gobernando de la manera que lo hace? ¿Qué es lo que Dios está logrando? ¿Es Jesucristo un medio para este fin, o es el fin de este logro?

Jesucristo es la revelación suprema de Dios. Él es Dios en forma humana. Como tal, él es el fin, y no un medio.

La manifestación de la gloria de Dios es la razón de la existencia del universo. Es esto lo que Dios está logrando. Los cielos y la historia del mundo «declaran la gloria de Dios».

Sin embargo, Jesucristo fue enviado a hacer algo que debía hacerse. Él vino a remediar la caída del hombre. Vino a rescatar a los pecadores de la destrucción inevitable por su pecado. Los que sean rescatados verán y saborearán y reflejarán la gloria de Dios con gozo eterno.

Otros continuarán amontonando desdén hacia la gloria de Dios. Así que Jesucristo es el medio para lo que Dios quería lograr en la manifestación de su gloria para el regocijo de su pueblo.

Pero en ese logro en la cruz, al morir por los pecadores, Cristo revela de manera suprema el amor y la justicia del Padre. Esa fue la cumbre de la revelación de la gloria de Dios —la gloria de su gracia—.

Por lo tanto, en el preciso momento de su acto perfecto como medio para llevar a cabo el propósito de Dios, Jesús se convirtió en el fin de ese propósito. Al morir en el lugar de los pecadores y al resucitar por la vida de ellos, Cristo se convirtió en la revelación central y suprema de la gloria de Dios.

El Cristo crucificado es, por lo tanto, tanto el medio como el fin del propósito de Dios en el universo.

Sin su obra, el fin de revelar la plenitud de la gloria de Dios para el regocijo del pueblo de Dios no habría ocurrido.

Y en esa misma obra como medio, Cristo se convirtió en el fin —aquel que será por siempre el centro de nuestra adoración, mientras pasamos la eternidad viendo y saboreando más y más de lo que él reveló de Dios cuando se convirtió en maldición por nosotros—.

Jesús es el fin por el que el universo fue creado, y es el medio que hace posible que podamos gozar de ese fin.


Devocional tomado del articulo “A Good Friday Meditation: Christ and the Meaning of the Universe”

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La bondad

Miércoles 14 Febrero

Un hombre principal le preguntó, diciendo: Maestro bueno… Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino solo Dios.

Lucas 18:18-19

Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó.

Tito 3:4-5

La bondad

No olvidamos pronto a una persona que ha sido buena con nosotros. Una sonrisa llena de bondad, la simpatía de alguien que nos escucha con atención o nos dedica tiempo, ¡cuánto ánimo y esperanza nos da!

Esto es precisamente lo que los que vivían en los tiempos de Jesús encontraban en él, pues uno de ellos lo llamó “Maestro bueno”. El hombre por naturaleza no es bueno, sino todo lo contrario. La verdadera bondad, absoluta y permanente, es exclusiva de Dios, y fue manifestada cuando Jesús vino a la tierra. A pesar de la oposición creciente de aquellos a quienes había venido a salvar, “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38). Y en la cruz, mientras pasaba por sufrimientos terribles, pidió a Dios, su Padre, que perdonase a sus verdugos (Lucas 23:34) y se ocupó de encomendar su madre a uno de sus discípulos (Juan 19:27).

Si siente la sequía de un mundo demasiado duro para usted, lea el evangelio y descubrirá la bondad de Jesucristo, “el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). “Gustad, y ved que es bueno el Señor; dichoso el hombre que confía en él” (Salmo 34:8).

En cuanto a nosotros, cristianos, nunca dudemos de la bondad de Dios, y no olvidemos exaltarla. Esforcémonos igualmente en parecernos más a nuestro modelo. “El encanto de un hombre es su bondad” (Proverbios 19:22, V. M.). Que los que nos rodean deseen conocer la bondad de Dios viendo nuestro comportamiento.

Génesis 48 – Mateo 27:32-66 – Salmo 22:16-21 – Proverbios 9:7-9