¿Cree verdaderamente en Dios?

¿Cree verdaderamente en Dios?

2/17/2018

[Abraham] tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios. (Romanos 4:20)

Decir que se cree lo que Dios ha dicho es mucho más fácil que confiar en Él verdaderamente. Por ejemplo, muchos que afirman que “Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas” (Fil. 4:19) caen en la ansiedad cuando afrontan dificultades económicas.

También la Biblia dice que, si damos generosamente con los motivos correctos, Dios nos recompensará (Mt. 6:3-4). Muchos dicen que creen también en ese principio, pero les resulta difícil ponerlo en práctica. Muchos cristianos también temen a la muerte, aunque Dios ha dicho que nos dará la gracia que necesitamos para afrontarla y que nos llevará después al cielo.

Creer en Dios significa que reconocemos su gloria, que es la suma de todos sus atributos y la plenitud de toda su majestad. Si Él es quien dice que es, entonces se le debe creer. Usted crecerá espiritualmente cuando le diga a Dios: “Si tu Palabra lo dice, lo creeré; si tu Palabra lo promete, lo reclamaré; y si tu Palabra lo ordena, lo obedeceré”.

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Los dulces designios de Dios

FEBRERO, 17

Los dulces designios de Dios

Devocional por John Piper

Pero cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia… (Gálatas 1:15)

Meditemos en la conversión de Pablo, la soberanía de Cristo y lo que los pecados de Pablo tienen que ver con nuestra salvación.

Pablo dice que Dios «me apartó desde el vientre de mi madre», y que luego, en el camino a Damasco, «me llamó por su gracia» (Gálatas 1:15). Esto significa que, entre el nacimiento de Pablo y el llamamiento en el camino a Damasco, él ya había sido escogido pero aún no había sido llamado como instrumento de Dios (Hechos 9:1522:14).

Lo anterior significa que Pablo estaba golpeando y encarcelando y asesinando a cristianos como un escogido de Dios que pronto se convertiría en un misionero cristiano.

Y aconteció que cuando iba de camino, estando ya cerca de Damasco, como al mediodía, de repente una luz muy brillante fulguró desde el cielo a mi derredor, y caí al suelo, y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 22:6-7).

No había forma de negarlo o escaparse. Dios lo había escogido para esto antes de que él naciera, y ahora lo estaba llevando a cabo. La palabra de Cristo es soberana. No había negociación posible.

Levántate y entra a Damasco; y allí se te dirá todo lo que se ha ordenado que hagas (Hechos 22:10).

Damasco no fue el lugar donde el libre albedrío de Pablo cediera a Cristo después de décadas de intentos divinos inútiles para salvarlo. Dios tenía un tiempo para escogerlo (antes de que naciera) y un tiempo para llamarlo (en el camino a Damasco). Pablo cedió cuando Dios lo llamó.

Por lo tanto, los pecados que Dios permitió que ocurrieran entre el nacimiento de Pablo y su llamamiento fueron parte del plan, ya que Dios podría haber hecho la obra de Damasco antes.

¿Tenemos alguna idea de lo que el plan de esos pecados podría ser? Sí. Fueron permitidos para ustedes y para mí —para todos aquellos que teman que sus pecados estén fuera del alcance de la gracia—. Es de esta manera que los pecados de Pablo se relacionan con nosotros.

Aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin embargo, se me mostró misericordia… por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero, Jesucristo demostrara toda su paciencia como un ejemplo para los que habrían de creer en Él para vida eterna (1 Timoteo 1316).

¡Oh, cuán dulces son los designios de Dios, que en su soberanía salva a pecadores endurecidos!


Devocional tomado del articulo “God’s Sovereignty, Paul’s Conversion”

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Génesis 50 | Lucas 3 | Job 16–17 | 1 Corintios 4

17 FEBRERO

Génesis 50 | Lucas 3 | Job 16–17 | 1 Corintios 4

Cuando Job responde al segundo discurso de Elifaz, sus primeras palabras son tan poco moderadas como las de sus oponentes, aunque, sin duda, más provocadoras (Job 16–17): “He escuchado muchas cosas como estas; ¡valiente consuelo el de todos vosotros!” (16:2). Aparentemente, han venido a compadecerse de él y consolarlo (2:11), pero cada vez que abren la boca sus palabras son como cera hirviendo sobre heridas abiertas. Desde la perspectiva de Job, pronuncian “peroratas” que no tienen “fin” (16:3). Job declara que, si se intercambiasen sus papeles, él no se rebajaría a su nivel, sino que les proporcionaría aliento y alivio genuinos (16:4–5).

Existe una forma de emplear la teología y sus argumentos que hiere en lugar de curar. No es culpa de estos, sino del “consolador miserable” que se ciñe a un fragmento inapropiado de la verdad, cuyo manejo de los tiempos no es el adecuado, cuya actitud es condescendiente, cuya aplicación es insensible o cuya verdadera teología se fundamenta en tópicos culturales que hacen daño en lugar de consolar. En tiempos de gran angustia y pérdidas, he recibido muchas veces el ánimo y la sabiduría de otros creyentes; algunos de ellos también me han dado algún golpe, sin que fuesen conscientes de que estaban haciéndolo. Eran consoladores miserables.

Por supuesto, esas experiencias me han llevado a preguntarme cuándo habré utilizado la Palabra de forma errónea, causando un dolor parecido. No quiere decir que nunca se deba administrar la clase de amonestación bíblica que induce adecuadamente al dolor: Dios ordena que se aplique la disciplina justificada (Hebreos 12:5–11). Es triste, sin embargo, que cuando causamos daño a otra persona por nuestra aplicación de la teología, demos por hecho de forma natural que el mismo se debe a su torpeza. Puede ser, pero al menos deberíamos examinarnos, analizar nuestras actitudes y argumentos con detenimiento para que no nos engañemos mientras oprimimos a otros.

La mayor parte del resto del discurso de Job se dirige a Dios y se sumerge profundamente en la retórica de la desesperación. No es sabio condenar a Job si nunca hemos experimentado lo que él. No querríamos hacerlo si hubiésemos pasado por sus calamidades. Para comprender su retórica correctamente, y hacerlo a un nivel más profundo que el meramente intelectual, deben confluir dos cosas: en primer lugar, deberíamos estar seguros de que el nuestro es un sufrimiento inocente. En cierta medida, podemos comprobarlo comparando nuestro propio historial con el modelo excepcional que Job mantuvo (véase especialmente caps. 26–31). En segundo lugar, por muy amarga que sea nuestra queja a Dios, nuestra postura seguirá siendo la de un creyente que trata de solucionar las cosas, no la de un cínico que menosprecia al Señor.

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 48). Barcelona: Publicaciones Andamio.

¿Quién dirige el mundo?

El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.

2 Corintios 4:4

El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies.

Romanos 16:20

¿Quién dirige el mundo?

Cuando todo va mal, rápidamente encontramos al responsable: ¡Dios! Pero, ¿quién dirige actualmente el mundo? El diablo, nos dice la Biblia; él es “el dios de este siglo”. Desde el día en que Adán escuchó la voz del tentador, el hombre fue expulsado del paraíso y vive en un mundo donde reina Satanás, “el príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera” (Efesios 2:2). Jesús llama a Satanás “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 16:11). Sin embargo, Satanás no puede rebasar los límites fijados por Dios.

Pero Jesucristo, el Hijo de Dios, mediante su muerte en la cruz, seguida de su resurrección, venció definitivamente al diablo (Hebreos 2:14). Sin embargo, actualmente el diablo continúa haciendo daño. Solo cuando el Señor Jesús venga a reinar, Satanás será atado y no podrá actuar durante mil años, antes de ser echado en “el lago de fuego y azufre” (Apocalipsis 20:10). El diablo sabe que fue vencido y cuál será su destino. Mientras tanto, moviliza a las “huestes espirituales de maldad” (Efesios 6:12) para arruinar a la humanidad y tratar de detener el testimonio de los cristianos.

Nunca olvidemos, pues, que nuestro enemigo está vencido. Sin embargo, perseveremos en la oración, pues la Palabra de Dios nos advierte: “Velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Tampoco olvidemos que puede tratar de engañarnos disfrazándose “como ángel de luz” (2 Corintios 11:14).

Éxodo 1 – Hechos 2 – Salmo 23 – Proverbios 10:1-2