NO DUDEMOS

octubre 20

NO DUDEMOS

El que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.

Santiago 1:6-7

La persona que duda y que no cree que Dios puede dar sabiduría es como el mar ondulante e intranquilo, que se mueve de un lado a otro con sus interminables olas, que nunca puede calmarse. No tiene sentido alguno que tal persona suponga que recibirá algo del Señor.

Cuando se enfrenta a una prueba, un incrédulo que dice conocer a Cristo dudará de Dios y se enojará con Él y finalmente se apartará de la iglesia. Un cristiano verdadero que es espiritualmente inmaduro pudiera reaccionar de igual manera porque reacciona emocionalmente ante sus circunstancias difíciles y no entiende plenamente a Dios. En medio de una prueba, no tendrá una actitud gozosa, una mente comprensiva, una voluntad dócil ni un corazón creyente. Parecerá incapaz de buscar la sabiduría de Dios y no estará dispuesto a aprovecharse de los recursos que Él ha provisto, sin conocer la solución de que puede disponer mediante la fiel y constante oración al Señor.

Del libro La Verdad para Hoy de John MacArthur DERECHOS DE AUTOR © 2001 Utilizado con permiso de Editorial Portavoz, www.portavoz.com

Usted podrá reproducir este contenido de Gracia a Vosotros sin fines comerciales de acuerdo con la política de Derechos de Autor de Gracia a Vosotros. Disponible sobre el Internet en: www.gracia.org

2 Reyes 1 | 2 Tesalonicenses 1 | Daniel 5 | Salmos 110–111

20 OCTUBRE

2 Reyes 1 | 2 Tesalonicenses 1 | Daniel 5 | Salmos 110–111

Tras la muerte de Nabucodonosor, el imperio babilónico decayó con rapidez. Mediante violentos golpes de Estado, varios miembros de la dinastía se sucedieron. Nabonides llegó finalmente a imponer cierta estabilidad, aunque varios de los estados vasallos se segregaron. Él mismo se convirtió en un diletante religioso. Abandonó la adoración de Marduk (dios principal del panteón babilonio) y, al parecer, acabó excavando santuarios enterrados, restaurando los antiguos rituales religiosos y fomentando la adoración a Sin, el dios de la luna. Probablemente, se hallaba en una de aquellas extrañas misiones religiosas en el tiempo de Daniel 5. Como resultado, dejó el cuidado de Babilonia en manos de su hijo Belsasar. (En las notas de la nvi 5:2, 11, 13, 18 se observa correctamente que Nabucodonosor era el “padre” de Belsasar solamente en el sentido de “antepasado” o, tal vez, “predecesor”, un uso común del término semita parecido al de 2 Reyes 2:12.)

El relato deja claro que el ejército persa se hallaba fuera de los muros de la ciudad, pero es evidente que Belsasar consideró que la ciudad era inmune al asalto. La bacanal que ordenó era peor que una orgía de permisividad. Sacar las copas de oro que se habían tomado del templo de Jerusalén era más que un capricho. En la secuencia de los dos capítulos, Daniel 4 y 5, resulta difícil no ver que se trataba de repudiar lo que Nabucodonosor, el “padre” de Belsasar, había aprendido sobre el Dios vivo. Tal vez pensara que la suerte de Babilonia había decaído por el relativo descuido de las divinidades paganas. Nabucodonosor había aceptado reverenciar al Dios de Israel; Belsasar se complació en despreciarlo. De modo que bebieron de las copas y “se deshacían en alabanzas a los dioses de oro, plata, bronce, hierro, madera y piedra” (5:4). Daniel ve la conexión entre los dos emperadores y esto forma parte de su hiriente reprensión: Belsasar sabía lo que “el Altísimo Dios” le había hecho a Nabucodonosor y cómo este había recuperado la razón y reconocido que “que el Dios Altísimo es el soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a quien él quiere”; a pesar de ello, él se había “opuesto al Dios del cielo mandando traer de su templo las copas, para que bebáis en ellas tú y tus nobles, y vuestras esposas y concubinas. Te has deshecho en alabanzas a los dioses de oro, plata, hierro, madera y piedra, dioses que no pueden ver ni oír ni entender; en cambio, no has honrado al Dios en cuyas manos se hallan tu vida y tus acciones” (5:18–24). En cierto modo, Belsasar pensó que podía ignorar o desafiar al Dios que había humillado a Nabucodonosor, alguien mucho más grande que él.

¿Qué hemos aprendido, pues? ¿Hemos asimilado las lecciones de la historia con respecto a que uno no puede burlarse ni desafiar a Dios en última instancia? ¿Que somos criaturas totalmente dependientes y que, si no llegamos a reconocer esta sencilla verdad, nuestros pecados se agravarán? ¿Qué Dios puede humillar y convertir a los más insólitos, como Nabucodonosor, y destruir a quienes lo desafían, como Belsasar?

Carson, D. A. (2014). Por amor a Dios: Devocional para apasionarnos por la Palabra. (L. Viegas, Trad.) (1a edición, Vol. II, p. 293). Barcelona: Publicaciones Andamio.

La sed del mundo


Sábado 20 Octubre

Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.

Juan 4:13-14

El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.

Apocalipsis 22:17

La sed del mundo

El agua es preciosa para la humanidad, incluso esencial para su subsistencia; sin embargo muchas veces es malgastada o empleada sin precaución. Para sensibilizar la opinión pública, un cineasta grabó una película titulada «La sed del mundo». Este es un tema que debería hacer reflexionar a todos los seres humanos.

Pero pocas personas se preocupan por la sed de su alma: sed de paz interior, de felicidad, de seguridad, de esperanza. El Señor Jesús dijo un día a la multitud a la cual daba de comer: Ustedes se preocupan por la vida presente, por las cosas materiales de esta tierra, y descuidan la vida eterna (Juan 6:26-27).

Y usted, ¿ha buscado y hallado el agua que da la vida? Es lo que Jesús nos da. Él lo dijo a una mujer de Samaria que fue a sacar agua para beber (vuelva a leer el versículo de hoy). Jesús sabía muy bien que ella tenía necesidades más importantes que su sed física. Necesitaba amor, atención, consideración y paz para su conciencia. ¡Esto era precisamente lo que Jesús quería darle! La llenó de tanto gozo interior, que olvidó su cántaro y fue a decir a la gente de la ciudad: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?” (Juan 4:29). La respuesta llegó rápidamente: “Sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo” (Juan 4:42). El que depositó su confianza en Cristo puede declarar con gozo: “Todas mis fuentes están en ti” (Salmo 87:7).

Deuteronomio 14 – Juan 8:31-59 – Salmo 119:1-8 – Proverbios 25:23-24

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
ediciones-biblicas.ch – labuena@semilla.ch