La marihuana es usualmente usada como una droga que altera el humor y la mente, cuyo propósito es crear un tipo de euforia. Los efectos varían ampliamente de persona a persona. Lo único que debes hacer es buscar en Internet: “¿Cómo se siente la marihuana?”. Las personas no la fuman para ponerse tristes. Produce un estado temporal que se siente mejor que la vida real. Es por eso que se llama “estimulante” y no depresora.
La primera comparación que uno se inclinaría a hacer es con la cafeína. La mayoría de las personas toman café porque la cafeína tiene un efecto placentero. Sin embargo, hay una diferencia. La marihuana altera temporalmente el procesamiento confiable de la realidad que nos rodea. La cafeína generalmente agudiza ese procesamiento.
La mayoría de los bebedores de cafeína esperan mantenerse despiertos, hacer su trabajo de forma más confiable y conducir con mayor seguridad. Seguramente, es posible abusar de la cafeína, pero, como un estimulante natural, se utiliza más comúnmente en un esfuerzo para interactuar responsablemente con la realidad, y no como un escape de la misma.
Aún aquellos que abogan por la legalización de la marihuana aceptan los descubrimientos de las investigaciones sobre las alteraciones en el funcionamiento que provoca. Un sitio como estos, reconoce:
“Los efectos a corto plazo de la marihuana incluyen cambios inmediatos y temporales en los pensamientos, percepciones y procesamiento de información. El proceso cognitivo que se ve claramente afectado por la marihuana es la memoria a corto plazo. En estudios de laboratorio, los sujetos bajo la influencia de la marihuana no tienen problemas en recordar cosas que aprendieron previamente. Sin embargo, muestran capacidad reducida para aprender y traer a memoria nueva información. Esta reducción solo se extiende durante la intoxicación. No hay evidencia verídica de que el uso a largo plazo de la marihuana altere la memoria u otras funciones cognitivas”.
Otros estudios sugieren que el efecto en la función disminuída del cerebro dura más, especialmente en los adolescentes.
En consecuencia, a diferencia de la cafeína, la marihuana no es considerada como una droga que te permite ser un padre más alerta, o una madre más consciente, o un empleado más competente. En su lugar, para la mayoría de los usuarios, es un escape recreacional que produce reducción en la precisión de observación, memoria y razonamiento. Y, puede tener efectos negativos duraderos en la habilidad de la mente para cumplir el propósito para lo que Dios la creó.
Tu cuerpo no es tuyo
En vista de esto, hay al menos dos verdades bíblicas que nos guiarían lejos del uso recreacional de la marihuana. La primera es que, para el cristiano, el cuerpo es templo del Espíritu Santo. Esa simple enseñanza, en contexto, debería tener un efecto enorme.
¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el que tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1Co 6:19-20)
Cuando mi madre me dijo que no fumara, por ejemplo, o que no tuviera sexo antes del matrimonio porque mi cuerpo era templo del Espíritu Santo, entendi. Eso tenía sentido. Era una barrera inamovible entre la autodestrucción y yo. Mi cuerpo le pertenecía a Dios. No era para mi uso recreacional en cualquier forma que se me ocurriera. Era para Su gloria.
Si yo estuviera criando niños nuevamente hoy en día, diría: “Tu cuerpo es el templo del Espíritu Santo. No eres dueño de tí mismo. Fuiste salvado por la sangre de Jesús. Pregúntate, ¿hace esto que Jesús se vea como el tesoro que es?”. Yo me preguntaría eso acerca de fumar, alcoholizarse, utilizar la marihuana de forma recreacional, ser sedentariamente perezoso, ser comilón, mirar la televisión de forma banal, y muchas otras cosas.
Y agregaría: “El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (1Co 6:13). Mantenlo limpio y listo para su uso. No inutilices las capacidades de ver claramente, de observar con precisión, de pensar correctamente, y de pensar útilmente que el Señor te ha dado. Yo me preguntaría: “¿Puedes encomendar a Cristo verdaderamente a tus amigos durante un momento de estimulación de marihuana?”.
Tu mente es invaluable
La segunda verdad bíblica que nos alejaría del uso recreacional de la marihuana es que Dios nos dió mentes y corazones para conocerlo, amarlo y discernir Su voluntad. “Sed niños en la malicia, pero en la manera de pensar sed maduros” (1Co 14:20). No te transformes en un pecador experimentado en aprender los disparates del pecado. Ten el deseo de ser un bebé inexperimentado cuando se trate de compartir drogas inhibidoras de la mente. Ten la mente clara sin importar nada más. Deja que la manada se vaya en estampida por el acantilado sin tí en ella. Usa tu mente para advertirles, no para unirteles.
En cuanto al embriagamiento (porque una estimulación de marihuana es una forma de embriagamiento), la Biblia dice que “al final como serpiente muerde, y como víbora pica. Tus ojos verán cosas extrañas, y tu corazón proferirá perversidades” (Pro 23:32-33). En otras palabras, aleja de la sobriedad mental y autocontrol esenciales al usar la mente para la gloria de Dios.
¿Qué hay del uso medicinal?
Pero habiendo dicho eso, dudo que debamos oponernos al uso médico regulado de la marihuana, controlado por la revisión y prescripción apropiada de un médico. Muchas drogas se venden por prescripción porque, si fueran abusadas, serían mucho más destructivas que la marihuana. Tengo un amigo que compartió conmigo muy sobriamente que su hijo tenía una lesión de por vida, y que el único alivio que podía tener era de una pequeña dosis de marihuana.
Pero el punto aquí es principalmente decir que aquellos que viven para Cristo querrán alejarse de la marihuana y otras drogas destructivas que alteran el humor, y vivir en torno a la vista y pensamiento claros para la gloria de Dios.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.
John Piper http://desiringgod.org John Piper es fundador y maestro de desiringGod.org y ministro del Colegio y Seminario Belén. Durante 33 años, trabajó como pastor de la Iglesia Bautista Belén en Minneapolis, Minnesota. Es autor de más de 50 libros.
Nota del editor:Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Hechos de los Apóstoles
Tal vez te sorprenda escuchar que Saint Andrew’s, la iglesia en la que el Dr. Sproul y yo servimos como pastores, tiene muchos miembros que han salido de iglesias pentecostales y carismáticas. Cuando se unen a nuestra congregación, los insto a no dejar atrás al Espíritu Santo. Pareciera que los creyentes de algunas iglesias presbiterianas y reformadas tienden a olvidarse de la persona y el poder del Espíritu Santo. Aunque no ha sido así a lo largo de la historia ni debería serlo desde el punto de vista doctrinal, tristemente a menudo parece que es así.
A veces, cuando algunos cristianos abrazan la doctrina de la soberanía de Dios y el modo pactual en que el Señor opera en la historia de la redención, pierden de vista la hermosa doctrina bíblica de la persona y la obra del Espíritu en y por medio de Su pueblo. Así, su teología, evangelismo, oraciones y adoración terminan sufriendo. Aunque conocen y pueden defender correctamente la doctrina de la causalidad primaria (Dios es la causa primaria de todo lo que acontece), parecen olvidar la doctrina de la causalidad secundaria (Dios ordena providencialmente que todo acontezca según la naturaleza de las causas secundarias en y por medio de Su creación y Sus criaturas). Sabemos que Dios es soberano sobre todo y que ha ordenado los fines, pero a menudo olvidamos que también ha ordenado los medios para alcanzar esos fines (Hch 2:23). Si bien es cierto que Dios conoce el fin desde el principio, también orquesta todo de forma sabia y providencial desde el principio hasta el final, tanto en la iglesia como en el mundo, tanto en el plano natural como en el plano sobrenatural. El Espíritu Santo inculca poder, equipa e infunde valentía en las personas en las que mora para que oren, prediquen, evangelicen, discipulen e incluso mueran.
Cuando abordamos la gran historia de la iglesia en el libro de los Hechos, suele surgir esta pregunta: ¿debemos llamar a este libro Hechos de los apóstoles o Hechos del Espíritu Santo? Bien podríamos darle ambos nombres. El relato de Lucas, al igual que todas las narraciones históricas que se han escrito (explícita o implícitamente), nos muestra la majestad soberana de la actividad redentora y misionera que nuestro Dios triuno lleva a cabo en el mundo en y por medio de vasos débiles y rotos como nosotros, quienes, por Su gracia, no podemos ni queremos dejar atrás al Espíritu Santo, que va delante de nosotros y mora en nosotros.
Publicado originalmente en Tabletalk Magazine. Burk Parsons El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida, director de publicaciones de Ministerios Ligonier, editor de Tabletalk magazine, y maestro de la Confraternidad de Enseñanza de Ligonier. Él es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino. Encuéntralo en Twitter @BurkParsons.
¿Qué enseña la Biblia acerca de “la imposición de manos”, y cómo debería funcionar este antiguo ritual, o no, en la iglesia de hoy?
Al igual que la unción con aceite, mucha confusión a menudo rodea estos signos externos que el Nuevo Testamento tiene muy poco (pero algo) que decir.
Al igual que el ayuno, la imposición de manos y la unción con aceite van de la mano con la oración. Debido a la forma en que Dios creó el mundo y conectó nuestros propios corazones, en ciertas ocasiones especiales buscamos algo tangible, físico, y visible para complementar o servir como señal de lo que está sucediendo de manera invisible, y de lo que estamos capturando con palabras invisibles.
Antes de volvernos a lo que el Nuevo Testamento enseña acerca de la imposición de manos hoy, primero debemos orientarnos al observar cómo surgió, funcionó, y se desarrolló esta práctica en la historia del pueblo de Dios.
Fundamentos del primer pacto A lo largo de la Biblia encontramos significados tanto positivos como negativos de “la imposición de manos”, así como maneras “generales” (de todos los días) o “especiales” (ceremoniales).
En el Antiguo Testamento, el uso general es usualmente negativo: “poner las manos” sobre alguien es infligir daño (Gn. 22:12; 37:22; Ex. 7:4; Neh. 13:21; Est. 2:21; 3:6; 6:2; 8:7), o en Levítico 24:14, donde se usa para poner visiblemente la maldición de Dios sobre la persona que la llevará. También encontramos un uso especial, especialmente en Levítico (1:4, 3:2, 8, 13, 4:4, 15, 24, 29, 33, 16:21; y también en Ex. 29:10, 15, 19; Nm. 8:12), donde los sacerdotes debidamente designados “ponen las manos” en un sacrificio para colocar ceremonialmente sobre el animal la maldición justa de Dios, en lugar de sobre las personas pecadoras. Por ejemplo, en el día de la expiación, el día culminante del año judío, el sumo sacerdote
“pondrá ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío y confesará sobre él todas las iniquidades de los Israelitas y todas sus transgresiones, todos sus pecados, y poniéndolos sobre la cabeza del macho cabrío, lo enviará al desierto por medio de un hombre preparado para esto”, Levítico 16:21.
Esta imposición de manos especial (o ceremonial) es a lo que Hebreos 6:1 se refiere cuando menciona seis enseñanzas, entre otras, en el primer pacto (“la doctrina elemental de Cristo”) que preparó al pueblo de Dios para el nuevo pacto: “Arrepentimiento de obras muertas y de la fe en Dios, de la enseñanza sobre lavamientos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno” (He. 6:1-2).
Mientras que la mayoría de las menciones del Antiguo Testamento involucran sacerdotes y ceremonias del primer pacto (como pasar la maldición al sustituto), dos textos en particular (ambos en Números) anticipan cómo la “imposición de manos” llegaría a ser usada en la era de la Iglesia (usada para pasar una bendición a un líder formalmente reconocido). En Números 8:10, el pueblo de Dios impuso sus manos sobre los sacerdotes para encargarlos oficialmente como sus representantes ante Dios, y en Números 27:18 Dios instruye a Moisés que ponga sus manos sobre Josué para encargarlo formalmente como el nuevo líder de la nación.
Las manos de Jesús y sus apóstoles Cuando llegamos a los Evangelios y Hechos, encontramos un cambio notable en el uso típico de “la imposición de manos”. Una pequeña muestra todavía transmite el sentido general/negativo (el de dañar o aprovecharse, relacionado con los escribas y sacerdotes que buscan arrestar a Jesús, Lc. 20:19; 21:12; 22:53), pero ahora con el Hijo de Dios mismo entre nosotros, encontramos un nuevo uso positivo de la frase, ya que Jesús pone sus manos sobre las personas para bendecir y sanar.
La práctica más común de Jesús para sanar es el tacto, que a menudo se describe como “imponer las manos sobre” el que iba a ser sanado (Mt. 9:18; Mr. 5:23; 6:5; 7:32; 8:22-25; Lc. 13:13). Jesús también “pone sus manos” sobre los niños pequeños que vienen a Él, para bendecirlos (Mt. 19: 13-15; Mr. 10:16).
En Hechos, una vez que Jesús ha ascendido al cielo, sus apóstoles (en efecto) se convierten en sus manos. Ahora ellos, como su Señor, sanan con el tacto. Ananías “pone sus manos” sobre Pablo, tres días después del encuentro en el camino de Damasco, para restaurar su vista (Hch. 9:12, 17). Y las manos de Pablo, a su vez, se convierten en canales de extraordinarios milagros (Hch. 14:3; 19:11), incluyendo la imposición de sus manos sobre un hombre enfermo en Malta para sanarlo (Hch. 28:8).
Algo nuevo en los Evangelios es la sanación de Jesús a través de “la imposición de manos”, pero lo nuevo en Hechos es el dar y recibir el Espíritu Santo por medio de “la imposición de manos”. A medida que el evangelio avanza desde Jerusalén y Judea hasta Samaria, y más allá, hasta los confines de la tierra (Hch. 1:8), Dios se complace en usar la “imposición de manos” de los apóstoles como un medio y marcador visible de la venida del Espíritu a nuevas personas y lugares, primero en Samaria (Hch. 8:17), y luego más allá, en Éfeso (19:6).
En la iglesia hoy Finalmente, en las epístolas del Nuevo Testamento, cuando empezamos a ver lo que es normativo en la iglesia hoy, encontramos dos usos que continúan de los Hechos, y que hacen eco a las dos menciones anteriores en Números (8:10 y 27:18), y establecen el curso para las referencias de Pablo en 1 y 2 de Timoteo.
En Hechos 6:6, cuando la iglesia elige a siete hombres para servir como asistentes oficiales de los apóstoles, “A éstos los presentaron ante los apóstoles, y después de orar, pusieron sus manos sobre ellos”. Aquí nuevamente, como en Números, encontramos una especie de ceremonia de comisión. El signo visible de la imposición de manos marca públicamente el inicio formal de un nuevo ministerio para estos siete, reconociéndolos ante la gente y pidiendo la bendición de Dios en sus labores.
Así también, cuando la iglesia responde a la dirección del Espíritu, “Aparten a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado” (Hch. 13:2), luego, “después de ayunar, orar y haber impuesto las manos sobre ellos, los enviaron” (Hch. 13:3). Al igual que en Hechos 6:6, esta es una comisión formal realizada en público, con la petición colectiva de la bendición de Dios sobre ella.
Comisión al ministerio En 1 Timoteo 4:14, Pablo encarga a Timoteo, su delegado oficial en Éfeso, de esta manera:
“No descuides el don espiritual que está en ti, que te fue conferido por medio de la profecía con la imposición de manos del presbiterio”.
Para nuestros propósitos aquí, el punto no es precisamente qué don recibió Timoteo (aunque tanto el versículo anterior como el siguiente mencionan la enseñanza), sino cómo los ancianos lo comisionaron formalmente en su papel. Timoteo fue enviado para esta tarea específica con el reconocimiento público de los líderes reconocidos, no solo por sus palabras, sino a través de la imposición visible, tangible, y memorable de sus manos. Esta ceremonia pública puede ser a lo que Pablo se refiere en 2 Timoteo 1:6 cuando menciona un don de Dios en Timoteo “a través de la imposición de mis manos”.
Cuando los ancianos ponen sus manos sobre un candidato para el ministerio, ambos lo encomiendan a un rol particular del servicio, y lo recomiendan a aquellos entre quienes servirá.
El último texto clave, y quizá el más instructivo, también se encuentra en 1 Timoteo. Nuevamente Pablo escribe:
“No impongas las manos sobre nadie con ligereza, compartiendo así la responsabilidad por los pecados de otros; guárdate libre de pecado”, 1 Timoteo 5:22.
Ahora el tema no es la propia comisión de Timoteo, sino su parte en la comisión de otros. El encargo por parte de Pablo viene en una sección sobre los ancianos, donde habla de honrar a los buenos y disciplinar a los malos (1 Ti. 5:17-25). Cuando líderes como Pablo, Timoteo, y otros en la iglesia formalmente ponen sus manos sobre alguien para un nuevo llamado particular al ministerio, ponen su sello de aprobación sobre el candidato y comparten, en cierto sentido, la productividad y fallas por venir.
Imponer las manos, entonces, es lo opuesto a lavarse las manos como lo hizo Pilato. Cuando los ancianos ponen sus manos sobre un candidato para el ministerio, ambos lo encomiendan a un rol particular del servicio, y lo recomiendan a aquellos entre quienes servirá.
Dios da la gracia Con la imposición de manos y la unción con aceite, los ancianos se presentan ante Dios, en circunstancias especiales, con un espíritu de oración y peticiones particulares. Pero mientras que la unción con aceite pide sanidad, la imposición de manos pide bendición para el ministerio futuro. La unción con aceite en Santiago 5:14 de manera privada encomienda los enfermos a Dios para sanidad; la imposición de manos en 1 Timoteo 5:22 recomienda públicamente al candidato a la iglesia para un ministerio oficial. La unción aparta a los enfermos y expresa la necesidad del cuidado especial de Dios. La imposición de manos separa a un líder calificado para un ministerio específico, y señala su aptitud para bendecir a otros.
La imposición de manos separa a un líder calificado para un ministerio específico, y señala su aptitud para bendecir a otros.
La imposición de manos, entonces, como la unción o el ayuno u otros rituales externos para la iglesia, no es mágica, y como algunos lo han afirmado, no concede gracia automáticamente. Más bien, es un “medio de gracia”, y acompaña las palabras de elogio y la oración corporativa, para aquellos que creen. Al igual que el bautismo, la imposición de manos es una especie de signo y ceremonia inaugural, un rito de iniciación, una forma de hacer visible, pública, y memorable una realidad invisible, tanto para el candidato como para la congregación, y luego a través del candidato y la congregación para el mundo.
Sirve como un medio de gracia para el candidato al afirmar el llamado de Dios a través de la iglesia, proporcionando un momento tangible y físico para recordar cuando el ministerio se torne difícil. También es un medio de la gracia de Dios para los líderes que comisionan, quienes extienden y expanden su corazón y su trabajo a través de un candidato fiel. Y es un medio de la gracia de Dios para la congregación, y más allá, para aclarar quiénes son los líderes oficiales a quienes procurarán someterse (He. 13:7, 17).
Y en todo, quien da y bendice es Dios. Él extiende y expande el ministerio de los líderes. Él llama, sostiene, y hace fructífero el ministerio del candidato. Y Él enriquece, madura, y cataliza a la congregación hacia el amor y las buenas obras, para ministrarse unos a otros, y aun más al ser servidos por la enseñanza, la sabiduría, y el liderazgo fiel del recién nombrado anciano, diácono, o misionero.
Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Diana Rodríguez. Imagen: Lightstock. David Mathis (@davidcmathis)es anciano en Bethlehem Baptist Church en Twin Cities, y es editor ejecutivo en Desiring God. Él escribe regularmente en http://www.desiringGod.org.
Hace unos años, cuando atravesaba el país en un vuelo local, conecté los auriculares y comencé a escuchar la programación musical. Me asombró la cantidad de música que hablaba del amor. En ese entonces, estaba predicando de 1 Juan 4, por lo que el tema del amor estaba muy presente en mi mente. Me di cuenta de lo simplistas y superficiales que eran casi todas las letras de las canciones. «Ella te ama, sí, sí» es un clásico según las normas mundanas. Pero pocas personas dirían que sus letras son de verdad profundas.
Comencé a comprender lo fácil que nuestra cultura banaliza el amor volviéndolo sentimentalismo. El amor del que oímos en canciones populares casi siempre se presenta como un sentimiento, y por lo general implica deseos no cumplidos. La mayoría de las canciones de amor lo describen como un anhelo, una pasión, un capricho que no se satisface del todo, una serie de expectativas que nunca se cumplen. Por desgracia, ese tipo de amor carece de cualquier significado definitivo. En realidad, se trata de un reflejo trágico de la perdición humana.
Al reflexionar sobre esto, me di cuenta de algo más: la mayoría de las canciones acerca del amor no solo reducen el amor a una emoción, sino que también lo vuelven involuntario. Las personas “se enamoran”. Pierden la cabeza por amor. No pueden evitarlo. Enloquecen por amor. Una canción lamenta: «Estoy enganchado en una sensación”; mientras otra confiesa: “Creo que estoy volviéndome loco”.
Podría parecer un sentimiento romántico bonito caracterizar al amor como una pasión incontrolable, pero al pensar cuidadosamente al respecto, nos damos cuenta de que tal «amor» es tanto egoísta como irracional. Está lejos del concepto bíblico del amor. Según la Biblia, el amor no es una sensación impotente de deseo. Al contrario, es un acto voluntario de entrega personal. Quien ama de forma auténtica está deliberadamente entregado al ser amado. El amor verdadero surge de la voluntad, no de la emoción ciega. Por ejemplo, consideremos esta descripción del amor de la pluma del apóstol Pablo:
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co. 13:4-7).
Esa clase de amor no puede ser una emoción que oscila involuntariamente. No se trata de un simple sentimiento. Todos los atributos del amor que Pablo enumera incluyen la mente y la voluntad. Es decir, el amor que él describe es un compromiso serio y voluntario. Además, observemos que el amor verdadero «no busca lo suyo». Eso significa que, si realmente amo, no me preocupo por cumplir mis deseos, sino por buscar lo mejor para quien es el objeto de mi amor.
Por esta razón, la marca del verdadero amor no es deseo desenfrenado o pasión irracional; es una entrega personal. Jesús mismo subrayó esto cuando declaró a sus discípulos: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (John 15:13). Si amar es una entrega de uno mismo, entonces el mayor despliegue de amor consiste en ofrecer su propia vida. Y por supuesto, tal amor fue perfectamente modelado por Cristo.
Cuando el cristianismo comenzó a crecer, sus escritores rápidamente comenzaron a aportar muchas ideas nuevas al mundo del pensamiento humano, difiriendo notoriamente no solo de las creencias paganas occidentales, sino también del pensamiento oriental, especialmente en lo referente al dolor y el sufrimiento[1]. Es casi imposible sobreestimar la importancia de la perspectiva cristiana del sufrimiento por el éxito que tuvo en el imperio romano y por su impacto en el pensamiento humano.
Los primeros oradores y escritores cristianos no solo argumentaron enérgicamente que la enseñanza del cristianismo tenía una mejor explicación del sufrimiento, sino que insistieron en que las vidas de los cristianos lo demostraban. Cipriano relató cómo los cristianos no abandonaron a sus seres queridos ni huyeron de las ciudades durante las terribles pestes, como hicieron la mayoría de los residentes paganos. En lugar de esto, se quedaron para atender a los enfermos y enfrentaron su muerte con calma[2]. Otros escritos cristianos primitivos, como Para los romanos de Ignacio de Antioquía y Carta a los filipenses de Policarpo, señalaban el aplomo con que los cristianos se enfrentaban a torturas y muerte a causa de su fe. “Los cristianos usaron el sufrimiento para defender la superioridad de su credo… [porque] sufrían mejor que los paganos”[3]. Los griegos habían enseñado que el verdadero propósito de la filosofía era ayudarnos a enfrentar el sufrimiento y la muerte. Sobre esta base, escritores como Cipriano, Ambrosio y más tarde Agustín argumentaron que los cristianos sufrieron y murieron mejor, y esta fue una evidencia empírica y visible de que el cristianismo era “la filosofía suprema”. Las diferencias entre la población pagana y la cristiana en cuanto a este tema fueron lo suficientemente significativas como para dar credibilidad a la fe cristiana. A diferencia del momento actual, en el que la existencia del sufrimiento y el mal hace que la fe cristiana sea vulnerable a la crítica y la duda, los primeros cristianos proclamaban que el dolor y la adversidad en la vida eran de las principales razones para abrazar la fe.
¿Por qué eran tan diferentes los cristianos? No era debido a alguna distinción en su temperamento natural; no eran simplemente personas más fuertes. Tenía que ver con lo que creían sobre el mundo. Judith Perkins, erudita en documentos clásicos, argumenta que el relato del sufrimiento de la tradición filosófica griega no fue práctico ni satisfactorio para la persona promedio. El enfoque cristiano del dolor y el mal, con mayor espacio para la tristeza y mayor base para la esperanza, fue parte importante de su atractivo[4].
Primero, el cristianismo ofrecía una mayor base para la esperanza. Luc Ferry, en su capítulo “La victoria del cristianismo”[5], está de acuerdo en que la perspectiva cristiana del sufrimiento fue una de las principales razones por las que el cristianismo derrotó completamente a la filosofía griega y se convirtió en la cosmovisión dominante en el imperio romano. Para Ferry, una de las principales diferencias tenía que ver con lo que el cristianismo enseñaba respecto al amor y al propósito de las personas. La diferencia más obvia era la doctrina cristiana de la resurrección de los cuerpos y la restauración del mundo material. Los filósofos estoicos habían enseñado que, después de la muerte, continuamos como parte del universo, pero no en una forma individual. Tal como resume Ferry: “La doctrina estoica de la salvación es completamente anónima e impersonal. Nos promete la eternidad, ciertamente, pero no como personas, sino como un fragmento olvidado del cosmos”[6]. Pero los cristianos creían en la resurrección debido a la confirmación de cientos de testigos oculares del Cristo resucitado. Ese es nuestro futuro, y eso significa que somos salvos de manera individual —nuestras personalidades serán conservadas, embellecidas y perfeccionadas después de la muerte. Nuestro futuro estará lleno de un amor perfecto y sin obstáculos —con Dios y con los demás. Ambrosio escribió:
Debe haber una diferencia entre los siervos de Cristo y los adoradores de ídolos; estos últimos lloran por sus amigos, pues suponen que han perecido para siempre… Pero en cuanto a nosotros, para quienes la muerte es el fin no de nuestra naturaleza sino solo de esta vida, ya que nuestra naturaleza misma será renovada y mejorada, la llegada de la muerte enjugará toda lágrima[7].
Los filósofos griegos, especialmente los estoicos, intentaron “despojarnos de los temores relacionados con la muerte, pero a expensas de nuestra identidad individual”[8]. El cristianismo ofrecía algo radicalmente más satisfactorio. Ferry señala que lo que los seres humanos queremos “sobre todas las cosas es reunirnos con nuestros seres queridos y, si es posible, con sus voces, sus rostros —no en forma de fragmentos indiferenciados, como piedrecitas o verduras”[9].
No hay una declaración más sorprendente sobre esta diferencia entre el cristianismo y el paganismo antiguo que la que se encuentra en el primer capítulo del Evangelio de Juan. Allí, Juan aborda de manera brillante uno de los temas principales de la filosofía griega, al comenzar su relato diciendo que “en el principio [del tiempo] ya existía el Logos” (Jn 1:1). Pero continúa diciendo: “Y el Logos se hizo carne, y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado Su gloria” (Jn 1:14). Esta fue una declaración impresionante. Juan estaba diciendo: “Estamos de acuerdo en que existe un orden detrás del universo, y en que hallamos el significado de la vida cuando nos alineamos con él”. Pero Juan también estaba diciendo que el Logos detrás del universo no era un principio abstracto y racional que solo podía ser entendido por la élite educada. Más bien, el Logos del universo es una persona — Jesucristo— que cualquiera puede amar y conocer en una relación personal. Ferry resume el mensaje de Juan de esta manera: “Lo divino… ya no era una estructura impersonal, sino un individuo extraordinario”[10]. Ferry señaló que esto fue un “cambio insondable” que tuvo un “efecto incalculable en la historia de las ideas”.
Y más espacio para el sufrimiento
La otra gran diferencia entre los filósofos griegos y el cristianismo era que la consolación cristiana daba más lugar a las expresiones de tristeza y dolor. Las lágrimas y el llanto no deben ser sofocados ni limitados —son naturales y buenos. Cipriano cita a San Pablo, diciendo que los cristianos deben realmente afligirse, pero que deben hacerlo llenos de esperanza (1Ts 4:13).34 Los cristianos no veían el dolor como una cosa inútil que debía ser reprimida a toda costa. Ambrosio no se disculpó por sus lágrimas y su dolor a causa de la muerte de su hermano. Recordando las lágrimas de Jesús en la tumba de Lázaro, escribió: “No hemos incurrido en ningún pecado grave por nuestras lágrimas. No todo el llanto procede de la incredulidad o la debilidad… El Señor también lloró. Lloró por uno que no era familiar Suyo, yo por mi hermano. Lloró por todos al llorar por uno; yo lloraré por todos al llorar por mi hermano”[11].
Para los cristianos, el sufrimiento no se debe tratar principalmente mediante el control y la supresión de las emociones negativas con el uso de la razón o la fuerza de voluntad. La realidad no era conocida principalmente a través de la razón y la contemplación, sino a través de las relaciones. La salvación se obtenía por medio de la humildad, la fe y el amor, no de la razón y el control de las emociones. Y, por tanto, los cristianos no enfrentamos la adversidad reduciendo estoicamente nuestro amor por las personas y por las cosas de este mundo, sino aumentando nuestro amor y nuestro gozo en Dios. Ferry señala: “Agustín, después de haber criticado radicalmente el amor que nos lleva a aferrarnos a cualquier cosa, no lo condena cuando su objeto es divino”[12]. Lo que está diciendo es que aunque el cristianismo estaba de acuerdo con los escritores paganos en que ese apego desmesurado a los bienes terrenales puede conducir a penas y dolor innecesarios, también enseñó que la respuesta a esto no era disminuir mi amor por esos bienes, sino amar a Dios por encima de todo. La única forma en que podremos enfrentarnos a todas las cosas con paz es si Dios es nuestro mayor amor, pues ni siquiera la muerte puede separarnos de Su amor. El dolor no tenía que ser eliminado, sino sazonado y sostenido con amor y esperanza.
Además de utilizar el amor y la esperanza para aligerar nuestro dolor, los cristianos también somos llamados a usar el consuelo de conocer el cuidado paternal de Dios. El consejo de los antiguos consoladores a los enfermos era que aceptaran la inevitabilidad de su cruel destino. Señalaban que el destino era aleatorio, una rueda de azar sin fundamento ni propósito; así que debían reconciliarse con él y no entregarse a la autocompasión ni quejarse[13]. El cristianismo rechazó rotundamente esta opinión. En lugar de múltiples dioses y centros de poder luchando unos contra otros, y de un destino impersonal gobernando sobre todo, el cristianismo presentaba una visión completamente nueva a la cultura grecorromana. El historiador Ronald Rittgers señaló que los cristianos afirmaban que un Creador único sostiene al mundo con sabiduría y amor personal, “en oposición directa al politeísmo pagano y las nociones paganas del destino”[14]. Lo resume de esta manera: “Este Dios creó a la humanidad para la comunión con Él” e impuso la muerte y el sufrimiento solo cuando la raza humana se separó de esta confraternidad para ser sus propios amos; “la mortalidad y las dificultades no eran parte de la naturaleza original de las cosas”. Después de la Caída de la raza humana y la llegada del dolor y la maldad, Dios comenzó un proceso de salvación para restaurar esa comunión a través de Cristo. Durante este tiempo, Dios utilizó “pruebas, tribulaciones y adversidades para probar las almas humanas”, y junto con ellas les ofreció la “esperanza de ser libradas de ellas… Fue Él quien eliminó el aguijón de la muerte”[15]. En resumen, aunque los caminos de Dios a menudo son tan borrosos para nosotros como los de un padre para un bebé, aún confiamos en que nuestro Padre celestial nos cuida y está con nosotros para guiarnos y protegernos en todas las circunstancias de la vida.
Este artículo La esperanza superior del cristiano: cómo las promesas del evangelio moldean la forma en la que vemos el sufrimiento fue adaptado de una porción del libro Caminando con Dios a través de el dolor y el sufrimiento, publicado por Poiema Publicaciones.
Páginas 45 a la 50
[1] Ver Rittgers, Reformation of Suffering. Esta sección y la siguiente se basan grandemente en el excelente e innovador estudio de Rittgers sobre este tema.
[2] Cipriano, On Mortality [Sobre la mortalidad], capítulo 13. Citado en Rittgers, Reformation of Suffering, 45.
[3] Rittgers, 47.
[4] Judith Perkins, The Suffering Self: Pain and Narrative Representation in the Early Christian Era [El ser sufriente: El dolor y la representación narrativa en la era cristiana primitiva] (Routledge, 1995).
[5] En Ferry, Brief History.
[6] Ibid
[7] Ambrosio de Milán, On the Death of Satyrus [Sobre la muerte de Sátiro]. Citado en Rittgers, Reformation of Suffering, 43–44.
[8] Rittgers, 52.
[9] Ibid.
[10] Ibid.
[11] Ibid.
[12] Ibid.
[13] Incluso Séneca, quien creía en un Dios, creía que Él estaba sujeto a los dictados del destino. El destino en la visión greco-romana es impersonal, sus dispensaciones son completamente inexplicables, no puedes pedirle al destino que haga justicia —ese es un error categórico. El destino es completamente caprichoso y aleatorio, aunque se haya personificado poéticamente en los escritos antiguos. En Boecio, Consolation of Philosophy [La consolación de la filosofía], se expresa bien esta opinión: “Estás equivocado si piensas que la fortuna ha cambiado a favor tuyo. El cambio es su comportamiento normal, su verdadera naturaleza… Has descubierto la cara cambiante de la diosa aleatoria… Con mano dominante mueve la rueda de inflexión [de azar], como las corrientes que van de un lado a otro en una bahía traicionera. No escucha ningún grito de miseria, no hace caso a ninguna lágrima, sino que se ríe de todo el dolor que ha provocado”. Boecio, The Consolation of Philosophy, traducido con una introducción de Victor Watts (rev. ed., Penguin, 1999), 23-24.
[14] Boecio, The Consolation of Philosophy, 46–47.
24 de marzo «En aquella misma hora Jesús se regocijó en el espíritu». Lucas 10:21
El Salvador era «varón de dolores», pero toda mente reflexiva descubre que en lo íntimo de su alma había un inagotable tesoro de gozo refinado y celestial. En la raza humana nunca hubo un hombre que tuviese una paz más profunda, más pura o más permanente que nuestro Señor Jesucristo.
Él fue ungido «con óleo de alegría más que [sus] compañeros» (He. 1:9). Su benevolencia debe de haberle dado, por la misma naturaleza de las cosas, los más profundos deleites posibles, porque la benevolencia es gozo. Hay algunas notables sazones cuando este gozo se manifiesta espontáneamente: «En aquella misma hora Jesús se regocijó en el espíritu, y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra». Cristo tuvo sus cánticos, aunque le rodeaban las tinieblas. Aunque su rostro estaba desfigurado y su semblante había perdido el brillo de la felicidad terrena, sin embargo, algunas veces, al pensar en «el galardón» (He. 11:26) su cara se encendía con un incomparable resplandor de deleite, y entonces elevaba a Dios su alabanza en medio de la congregación. En esto, el Señor Jesús es un bendito representante de su Iglesia en la tierra. En esta hora, la Iglesia espera vivir compenetrada con su Señor recorriendo un camino espinoso; a través de mucha tribulación, está forzando su marcha hacia la corona. Llevar la cruz es su cometido; y ser despreciada y considerada extraña por los hijos de su madre su suerte.
No obstante, la Iglesia tiene un profundo manantial de gozo del que ninguno puede beber sino sus propios hijos. Hay tesoros de vino, y aceite y grano ocultos en medio de nuestra Jerusalén, de los cuales siempre se alimentan y se nutren los santos de Dios. Y, algunas veces —como en el caso de nuestro Salvador—, tenemos nuestros tiempos de intenso deleite, porque «del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios». Aunque estemos exilados, nos regocijamos en nuestro Rey; sí, en él nos regocijamos grandemente, mientras enarbolamos en su nombre nuestras banderas.
Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 92). Editorial Peregrino.
Para cumplir la Gran Comisión, los primeros discípulos fueron. Pero no estaban continuamente yendo y viniendo.
Algunas veces, los jóvenes cristianos escuchan el mandato de «ir» y lo tratan como el mandato básico de la vida cristiana. Esa es una forma bastante miope de pensar. Una vez que vas, tienes que quedarte. Si estas yendo siempre, nada se hará excepto la acumulación de más millas de viajero frecuente. Para que el viaje tenga algún significado, debes quedarte durante una cantidad significativa de tiempo: algunas semanas, algunos años, tal vez el resto de tu vida.
La pregunta que todo cristiano enfrenta es, ¿debería mudarme a un lugar donde ahora no se sabe que el evangelio es parte de un equipo de plantación de iglesias allí? ¿O debo unirme a un equipo que plante una nueva iglesia o ayude a recuperar una iglesia cercana? ¿O debo quedarme en mi iglesia actual, adorando, discipulando y evangelizando mientras apoyo a otros que salen?
Las tres opciones pueden ser buenas. Dependen de quién eres y de lo que el Señor te está llamando a hacer.
Quiero sugerirte 12 factores a considerar al decidir si vas a permanecer en tu iglesia actual o te vas a mover a otra congregación local o internacional. Deberías considerar:
El propósito de tu mudanza
Si está pensando en irte, ¿sería tu propósito mayormente negativo: irte por algo que no te gusta en tu iglesia actual? ¿O tu propósito sería mayormente positivo: edificar una obra evangélica en otro lugar? Si vas, tiene que ser por razones positivas. Además, no debes irte basado en un sentimiento de culpa o falsos ideales sobre lo que haría un cristiano «maduro». Los propósitos negativos, la culpa fuera de lugar y los falsos ideales no te sostendrán a través de los desafíos de apoyar un trabajo nuevo o revitalizante.
La teología y filosofía del ministerio
¿La iglesia o el equipo de plantación que estás considerando cree y enseña correctamente la Palabra de Dios? ¿Tienen un entendimiento bíblico tanto del evangelio como de lo que es una iglesia?
Evangelismo
¿Es la iglesia a la que te diriges una a la que puedes llevar a tus amigos no cristianos porque sabes que escucharán el evangelio y verán el evangelio fielmente vivido? (Obviamente, este puede no ser el caso en un proyecto revitalizante, al menos al principio).
Edificación
Está bien que quieras crecer como cristiano. Por tanto, deberías trabajar para estar en una iglesia que te ayude a crecer espiritualmente. ¿Estás prosperando en tu iglesia actual? ¿Crees que prosperarías en la otra? ¿Irte sería espiritualmente dañino para ti o para otra persona? Piensa en cómo las asistentes de vuelo de un avión te dicen que te pongas la máscara sobre tu cara antes de colocarla sobre la cara de la persona que viaja contigo. De la misma manera, está bien que te ocupes primero de tu propia salud espiritual. Necesitas poder respirar y crecer espiritualmente si quieres ayudar a los demás.
Hay tres categorías diferentes de personas en la iglesia: las personas infelices, las personas que están bien y las personas que están creciendo azarosamente. Las personas infelices generalmente no deberían unirse a un equipo de plantación o revitalización de iglesias. ¡Ahora, en plena confesión, mi tentación como pastor es enviar precisamente a estas personas! Pero eso no es sabio. Si no estás satisfecho con tu iglesia actual, probablemente sea mejor para ti permanecer entre las personas que te conocen bien y pueden ayudarte a trabajar en los orígenes de esa infelicidad. Además, podrías llevarte la infelicidad contigo a la nueva iglesia que necesita tu ayuda.
Si perteneces al tercer grupo de personas, — actualmente estás creciendo vertiginosamente—es posible que desees también permanecer en tu iglesia actual por un tiempo. ¡Estás creciendo! ¡No dejes de hacer lo que estás haciendo! Ahora, si este crecimiento ha perdurado por algún tiempo, tal vez hables con un anciano y analicen el asunto juntos.
Las mejores personas para unirse a una plantación o un proyecto de revitalización suelen ser personas del grupo intermedio. Esta es la mayoría de la gente en una iglesia, después de todo. Si ese eres tú, lo estás haciendo bien. Estás creciendo, pero lentamente, nada excepcional. Eres estable y puedes ser de gran ayuda para una nueva obra. ¡Incluso podría darte una pequeña sacudida!
La naturaleza estratégica del trabajo de la iglesia
¿Es este un trabajo que te parece particularmente importante, al que te gustaría contribuir y sientes que puedes hacerlo? ¿Existe una oportunidad vocacional estratégica dada por Dios que brindaría oportunidades para apoyar a una iglesia en particular, particularmente en el extranjero? ¿Hay algún grupo de personas al que quieras alcanzar con el evangelio?
El ministerio que tienes actualmente en tu iglesia
Considera el ministerio que ya Dios te dio, y ten mucho cuidado de no irte si un ministerio en particular depende de ti. Quizá tus habilidades de enseñanza o discipulado ya se están utilizando bien, o tal vez podrías darles un mejor uso en un nuevo proyecto. Tal vez formes relaciones rápidamente y eso se trasplantaría bien a una nueva ubicación. O tal vez te lleve mucho tiempo formar relaciones de tal manera que desees pensar un poco más antes de mudarte. Si tú no eres un «exportador neto» del ministerio en su iglesia actual—evangelizar, discipular, animar—hay pocas razones para pensar que podrías estar en otra iglesia.
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Los pastores en particular que estarías apoyando
Puede tener una relación personal con un hombre o su familia. O tal vez te has encontrado creciendo de manera marcada bajo su enseñanza. Esas son buenas razones para ir y apoyar el trabajo, ¡y qué maravilloso estímulo podrías ser para los líderes y otros!
Geografía
¿A qué distancia vives actualmente de donde se reúne tu iglesia y vive la mayoría de sus miembros? ¿Su proximidad se presta a la asistencia regular, el voluntariado fácil y la integración de tu vida con la vida de otros miembros? ¿Cómo impacta el lugar donde vives el ministerio evangelístico que tienes en la vida de tus vecinos, o en la vida de tus compañeros de trabajo? Si vives más lejos, ¿podrías ser usado para establecer o fomentar un buen trabajo más cerca de dónde vives? Si vives cerca, te podría disuadir de unirte a un nuevo proyecto a menos que estés dispuesto a mudarte a donde sea que el nuevo proyecto se realice.
Etapa de vida
La etapa de tu vida es algo legítimo en lo que pensar. ¿Eres soltero? ¿Quieres encontrar un cónyuge que esté de acuerdo contigo en forma práctica y teológica en tu comprensión de la vida cristiana? Si eres padre, ¿será la futura iglesia un buen lugar para discipular a tu esposa e hijos?
El estado de tus finanzas
Otra vez, es completamente legítimo que consideres si no puedes pagar tu status actual o cualquier situación futura posible. ¿Podrás pagar el alquiler? ¿La educación para tus hijos? ¿Otros gastos de manutención? Pablo observa que «si alguno no provee para…su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5:8). Por otro parte, ¿has considerado si realmente necesitas todo lo que se supuso que necesitabas? Ten cuidado sobre tus suposiciones.
El estado de tus relaciones con los otros
Deberías dejar un lugar cuando tus relaciones estén en buena forma, no en mala forma. No deberías irte para evitar lidiar con problemas relacionales difíciles.
Oración
¿Piensas que Dios quiere que vayas a otra iglesia o que te quedes en tu iglesia actual? Tenemos libertad en Cristo. Frecuentemente hay más de una buena opción frente a nosotros. Alabado sea Dios por la libertad que tenemos.
ALGUNOS DEBERÍAN IRSE, ALGUNOS DEBERÍAN QUEDARSE El hecho de que una mudanza pueda ser costosa no significa que no deberías irte. Ha sido costoso para la mayoría de los santos que obedecieron el mandato de Jesús de ir. Y a menos que vivas en Jerusalén, ¡alabado sea Dios porque alguien pagó ese costo y llevó el evangelio a tu nación y tu ciudad y tu casa para que creas!
¿El punto de todo esto es decir que algunos de ustedes deberían dejar sus iglesias? Más o menos. Algunos deberían ir a ayudar a las iglesias que luchan. Algunos deberían plantar otras. Algunos deberían irse al extranjero. Y algunos deberían quedarse.
Por supuesto, la gente tiene que quedarse para que una congregación determinada siga siendo una congregación. Toda iglesia necesita coherencia en el liderazgo, el discipulado y las amistades a largo plazo. De hecho, permanecer en nuestra cultura es a menudo algo contracultural, especialmente entre la generación más joven. Con todas las transiciones profesionales o educativas que caracterizan la vida urbana moderna, lo radical para algunos será permanecer en un mismo lugar durante décadas.
Cualquier cosa que hagas, no tomes esas decisiones en forma acelerada. Y no tomes tales decisiones de forma aislada, sino tómalas en oración y en conversación con tus amigos que te conocen bien, y con al menos un anciano que te conozca.
Traducido por Renso Bello
Nota del editor: El siguiente es un extracto de la próxima publicación de Mark Dever Entendiendo la Gran Comisión , en la serie Church Basics (B&H, abril de 2016). Reimpreso con permiso de B&H.
Martyn Lloyd-Jones sobre los ingredientes de un avivamiento verdadero |
Por Ben Bailie
El 6 de febrero de 1925, un joven de veinticinco años, miembro del Royal College of Physicians (Colegio real de médicos, en el Reino Unido), pronunció una conferencia polémica titulada «La tragedia de la Gales moderna». Allí fueron objeto de censura los banqueros, los educadores y la «gran abominación» de los predicadores-políticos, al igual que las medias de seda, la radio inalámbrica y las personas que se bañaban a diario. Sin embargo, la «tragedia» de la Gales moderna era en esencia sobre la creciente incompetencia de la iglesia y su decreciente vitalidad. El doctor Martyn Lloyd-Jones lamentó la insignificancia espiritual de las iglesias y la debilidad espiritual de la predicación del momento. Su diagnóstico del cuerpo de Cristo en Gales era que estaba con respiración asistida y necesitaba reanimación.
Ese diagnóstico nunca cambió. Durante los siguientes cincuenta y cinco años, Lloyd-Jones amplió su diagnóstico para incluir al cuerpo de Cristo en todo el mundo de habla inglesa. Tanto si hablaba como médico o como pastor, la necesidad de avivamiento dominó su vida ministerial.
Cada semana, en las reuniones de oración de su iglesia y regularmente en sus sermones, llamaba a su congregación y a la iglesia en general a buscar al Señor y a buscar un avivamiento. A menudo decía cosas como: «Si tengo algún entendimiento de los tiempos, si tengo algún entendimiento de la enseñanza bíblica concerniente a la naturaleza de la iglesia y la obra del Espíritu Santo, no dudo en afirmar que la única esperanza para la iglesia en el tiempo presente yace en un avivamiento».
Esta era la necesidad suprema de la iglesia en el siglo XX.
Definición de avivamiento
Lloyd-Jones nunca escribió una exposición sistemática sobre el avivamiento. La articulación más completa de su teología de los avivamientos se encuentra en los veinticuatro sermones (en inglés) que predicó en 1959 para conmemorar los cien años del gran avivamiento transatlántico de 1859. En esta serie desarrolla y explora temas que mencionaría cientos de veces. Pero el mejor lugar para comenzar con su teología del avivamiento es un sermón de Efesios 4:4-6, predicado el 9 de junio de 1957.
Cada semana, Martyn Lloyd-Jones llamaba a su congregación y a la iglesia en general a buscar al Señor y a buscar un avivamiento.
En este sermón (en inglés), distingue entre las operaciones normales del Espíritu Santo, sobre las que predicó la semana anterior, y la obra extraordinaria del Espíritu Santo. Allí define el avivamiento como el Espíritu obrando en una medida extraordinaria. Es una repetición, hasta cierto punto, de lo que ocurrió en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo cayó de forma poderosa sobre numerosas personas simultáneamente.
Según Lloyd-Jones, un avivamiento tiene dos propósitos: «Los que están dentro de la iglesia son elevados a un nuevo nivel de experiencia y comprensión […] y los que están fuera son convertidos y atraídos». Ambos elementos son importantes. Para los que están en la iglesia, hay un nuevo nivel de comprensión de las verdades doctrinales y una poderosa experiencia de la presencia manifiesta del Señor. Para los que están fuera, hay un poderoso encuentro evangelístico con el Dios vivo.
Lloyd-Jones creía que un avivamiento es una obra extraordinaria del Espíritu Santo porque está marcado por esta misteriosa manifestación de la presencia de Dios. No es algo que podamos fabricar o promocionar. Un avivamiento es el descenso especial y soberano del fuego del Espíritu Santo; nuestra labor simplemente es buscarlo. Podemos construir un altar como Elías en el monte Carmelo, pero solo Dios puede enviar el fuego.
Deseando un avivamiento
Pero ¿cómo construimos un altar? ¿Cómo buscamos la presencia especial y manifiesta de Dios?
Aunque Lloyd-Jones creía que Pentecostés es el paradigma, en su serie sobre el avivamiento utiliza Éxodo 33 como texto clave para ilustrar qué es el avivamiento y cómo debemos buscarlo. Predicó ocho sermones sobre Éxodo 33, estableciendo cuatro etapas esenciales para aquellos que desean un avivamiento.
Etapa 1: Reconocer la necesidad, confrontar el pecado (Éx 32:30-33:3)
Moisés tuvo que encontrarse cara a cara con la verdadera condición espiritual del pueblo. Asume la responsabilidad de su estado espiritual y de su pecado colectivo, se pone en la brecha y predica la verdad, aunque no reaccionen favorablemente. Esto es exactamente lo que Lloyd-Jones trató de hacer en los primeros siete sermones de su serie sobre el avivamiento.
Inició con un sermón (en inglés) sobre Marcos 9:28-29, ya que creía que el fracaso de los discípulos para sanar al muchacho poseído por un demonio ilustra el fracaso actual de la iglesia. No se dan cuenta de que esta clase solo puede salir mediante ayuno y oración. El demonio está demasiado adentro. Los métodos y las estrategias que trajeron éxito ministerial en generaciones anteriores no van a satisfacer la necesidad del caso presente.
La segunda etapa es cuando el pueblo comienza a afligirse por la ausencia de Dios (en inglés). Una vez que se dan cuenta de su situación, una vez que se ven confrontados con su pecado y amenazados por la ausencia de Dio, se lamentan. No se conformarán con la tierra prometida sin Dios. Se dan cuenta de la gravedad de su pecado y se convencen de que todas sus bendiciones son inútiles sin Su presencia. Porque, ¿de qué servirían la prosperidad y la opulencia exteriores sin Dios? «Si no vienes con nosotros, no nos saques de aquí», se convierte en su clamor.
Las preguntas clave en esta etapa son: «¿Conocemos a Dios? ¿Está con nosotros? ¿Irá Dios con nosotros a la tierra? Si no está realmente entre nosotros, entonces por muy espléndida que sea la tierra de la leche y la miel, no la queremos. No queremos los dones de Dios sin la presencia de Dios».
A lo largo de la serie, Lloyd-Jones llama a la gente a lamentar el estado actual de la iglesia, marcado por una «ortodoxia defectuosa» y, lo que es peor, una «ortodoxia muerta».
Etapa 3: Oración urgente e intercesión (Éx 33:7-17)
Esto nos lleva a la tercera etapa de un avivamiento, la cual consiste en una temporada de oración e intercesión extraordinarias (en inglés). Lloyd-Jones divide esta etapa en tres pasos.
El primer paso (v. 7) es levantar una «tienda de reunión», un lugar para buscar el rostro de Dios fuera del campamento habitual. Él veía esto como un lugar de oración, normalmente establecido solo por una o dos personas —fuera del campamento, fuera de la vida y ritmo regulares de la iglesia— donde buscan la presencia de Dios en nombre del pueblo. Lloyd-Jones creía que Dios a menudo bendecía esos esfuerzos con indicaciones tempranas de Su favor. Hay una renovada calidez espiritual, libertad, expectativa y sensibilidad que marca a los medios ordinarios de gracia. Hay una nueva nota de urgencia en la predicación y de agonía en la oración. Pero ese solo es el primer paso.
El segundo paso sería cuando más y más personas van a la tienda de reunión y comienzan a suplicar por más gracia y más presencia de Dios. La han probado, pero ahora quieren más. ¿De qué quieren más concretamente? Moisés señala el camino (v. 13).
En primer lugar, quiere más certeza personal. No se contenta con saber que es aceptado por Dios y que ha hallado gracia ante Sus ojos. Quiere más. Quiere una manifestación personal y directa del amor de Dios por él. Lloyd-Jones vio esto como un aspecto común de todos los avivamientos; hay hambre de un conocimiento más profundo del amor personal de Dios.
En segundo lugar, hay un deseo de más poder. Todos los intercesores que buscan la presencia de Dios son profundamente conscientes de su debilidad e impotencia ante el enemigo que tienen delante. En los avivamientos verdaderos, hay una conciencia intensa de que separados de Jesús no podemos hacer nada, y un deseo profundo de no estar separados de Él.
En tercer lugar, él ora por una autenticación especial de la misión de la iglesia (v. 16). El motivo profundo para buscar un avivamiento es la gloria de Dios mostrada en el esplendor de la iglesia. Claman a Dios para que haga de la iglesia lo que debe ser: apartada, única, santa, gloriosa, poderosa y hermosa. Ella debía mostrar la gloria de Dios y encarnar el evangelio para que las naciones se maravillen. Pero no es así. Es débil, maltratada, quebrantada e ineficaz. Por eso claman.
El tercer y último paso de la «construcción del altar» es la intercesión urgente. Las oraciones de Moisés son un modelo: es audaz y específico, «argumentando» con Dios y suplicándole por Sus propias promesas.
Etapa 4: Muéstrame tu gloria: Cuando el fuego cae (Éx 33:18-23)
Pero la tercera etapa no es la etapa final de un avivamiento. De hecho, no tienes un avivamiento hasta que cae el fuego. El clamor de Moisés, «muéstrame tu gloria» (en inglés), es el clamor de todos los que buscan un avivamiento. El don de Dios como respuesta es el don de todos los avivamientos verdaderos. A Moisés solo se le ofrece una visión parcial, un breve destello de la gloria de Dios. Pero eso es suficiente, y eso es avivamiento.
Lloyd-Jones creía que todos los avivamientos verdaderos son una repetición de Pentecostés, donde Dios derrama su Espíritu sobre Su pueblo. Pero en muchos sentidos, Pentecostés es una repetición del Sinaí. Un avivamiento manifiesta la gloriosa presencia del Dios vivo, pero para muchas personas en lugar de para una. Cuando sucede a muchos, afecta significativamente a la iglesia y al mundo. La primera señal de que el fuego ha caído es que la iglesia se vuelve consciente de una presencia y un poder en medio de ella. A veces esto está marcado por fenómenos físicos únicos, pero no siempre. Lo que siempre está presente es la conciencia de una presencia gloriosa, una sensación de poder y gloria.
No solo hay una sensación indescriptible de la presencia multiforme de Dios, sino también una confianza renovada en la verdad de Dios. Las grandes doctrinas bíblicas del evangelio se hacen explosivamente reales. A pesar de que los apóstoles se sintieron sacudidos y destrozados, desanimados y abatidos tras la crucifixión, después de Pentecostés se llenaron de seguridad y confianza, declarando con valentía las obras maravillosas de Dios. La iglesia se llena de gran gozo, celebración y acción de gracias.
¿Cómo describir una experiencia así? Lloyd-Jones intentó describirla a los más de dos mil asistentes:
¿Qué significa esto? Bueno, podemos describirlo así. Es una conciencia de la presencia de Dios, el Espíritu Santo, literalmente, en medio de las personas. Probablemente la mayoría de los que estamos aquí nunca hemos conocido eso, pero eso es exactamente lo que significa una visitación del Espíritu de Dios. Es, por encima de todo y más allá, la experiencia más elevada en la vida normal y en la labor de la iglesia. De repente, los presentes en la reunión toman conciencia de que Alguien ha venido entre ellos; son conscientes de la gloria; son conscientes de una presencia. No pueden definirlo; no pueden describirlo, no pueden ponerlo en palabras, solo saben que nunca antes habían conocido algo así. A veces lo describen como «días de cielo en la tierra». Realmente sienten que están en el cielo. […] Han olvidado el tiempo; están más allá; el tiempo ya no tiene sentido para ellos. […] Están en un reino espiritual. Dios ha descendido entre ellos y ha llenado el lugar y a las personas con un sentido de Su presencia gloriosa.
Eso es avivamiento. Un breve destello de gloria. ¿Cómo responde el mundo? De todas las maneras en las que respondió en Pentecostés. Algunos se burlan; otros sienten curiosidad; otros claman por arrepentimiento. Pero hay transformaciones significativas y duraderas. Se construyen iglesias, las personas se sienten atraídas, las tabernas se vacían y el mundo es trastornado.
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
Ben Bailie (PhD, The Southern Baptist Theological Seminary) es pastor de la iglesia Trinity en Lake Nona. Realizó su tesis doctoral sobre Martyn Lloyd-Jones, centrándose en cómo su formación médica influyó en su ministerio pastoral. Ben apareció en el documental Logic on Fire [Lógica en llamas].
El siglo XVIII fue un siglo de paradojas. Por un lado, fue la era de la Ilustración, con todo su cuestionamiento filosófico (en el mejor de los casos) y su rechazo escéptico (en el peor) de la fe cristiana. Por otro lado, también fue la época del Avivamiento evangélico (como se conoce en Gran Bretaña) o el Primer Gran Despertar (como se conoce en Estados Unidos), en el que incontables miríadas fueron traídas de la oscuridad espiritual hacia la luz verdadera. La paradoja se intensifica por la forma en que estos dos fenómenos actuaron y reaccionaron entre sí. El mayor filósofo de la Ilustración, el «sabio de Königsberg» (actual Kaliningrado, Rusia), Immanuel Kant (1724-1804), estaba claramente influenciado por el cristianismo; el mayor teólogo del Primer Gran Despertar, Jonathan Edwards (1703-58), estaba claramente influenciado por la Ilustración.
En cierto modo, la Ilustración (en alemán, la Aufklärung) surgió de la revolución científica de los siglos XVI y XVII. Los orígenes de esa revolución han sido objeto de interminables debates. Sin embargo, lo que sí podemos decir es que a medida que la ciencia moderna se desarrollaba en el mundo occidental, los pensadores se sentían cada vez más impresionados por su poder para comprender y manipular la naturaleza a través de la investigación racional. Esto empezó a fomentar la idea de que la razón humana es suficiente para responder a todas las preguntas importantes de la vida. Cada vez se prestaba menos atención a los puntos de vista establecidos por la tradición y la autoridad, que en asuntos de ciencias naturales habían demostrado con demasiada frecuencia ser inadecuados y defectuosos. El antiguo filósofo griego Aristóteles (384-322 a. C.), quien había aportado la mayor parte de la ciencia de los dos milenios anteriores, fue pesado en la balanza y hallado deficiente.
Podemos citar dos ejemplos importantes. La antigua teoría geocéntrica del sistema solar fue suplantada por la nueva y más eficazmente explicativa teoría heliocéntrica, defendida por el astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473-1543) y el astrónomo italiano Galileo (1564-1642). La nueva física, en particular aunque no exclusivamente su teoría de la gravedad, fue promovida por el preeminente científico inglés Sir Isaac Newton (1643-1727). Por tanto, en lugar de recurrir a la sabiduría heredada del pasado, la empresa científica enseñó a la gente a pensar y a investigar la naturaleza por sí misma. La expectativa era lograr un progreso incesante hacia una comprensión cada vez más precisa del universo.
A medida que avanzaba el siglo XVIII, esta actitud se convirtió en una confianza más profunda en la capacidad de la razón para definir la realidad en todos los ámbitos de la existencia, incluida la religión. Si los pensadores racionales ya no se adherían incondicionalmente a las enseñanzas de Aristóteles en el ámbito de las ciencias naturales, ¿por qué iban a adherirse incondicionalmente a las enseñanzas de textos religiosos antiguos como la Biblia?
La Ilustración y la religión El pensamiento de la Ilustración dio origen a dos tendencias en la religión. La primera se conoce como deísmo. Se trataba de una forma de teísmo que basaba sus convicciones no en supuestas revelaciones de textos religiosos, sino en el poder de la razón pura. Los deístas concebían a Dios como el «Ser Supremo» en lugar de la Trinidad de la revelación cristiana, como un Dios que era más bien como un científico cósmico, que diseñaba y creaba el universo para que funcionara como un reloj por sí solo. Después de haber creado este perfecto reloj cósmico, Dios no tenía nada más que hacer que observar pasivamente el tictac de sus movimientos preordenados. Por tanto, los deístas rechazaban los milagros como «interferencias» innecesarias en un mundo que ya funcionaba perfectamente. En cuanto a la salvación, todo lo que era necesario era observar las leyes morales conocidas por la razón. En la vida venidera, Dios recompensaría a los virtuosos y castigaría a los malvados. No era necesario ningún Salvador. En el esquema deísta, Jesús quedaba reducido a un mero maestro que recordaba a la gente las verdades morales que la razón podía descubrir por sí misma.
Los pensadores deístas clave de la época de la Ilustración en la Europa continental fueron los filósofos francófonos Voltaire (1694-1778) y Jean-Jacques Rousseau (1712-78), ambos antagonistas del cristianismo ortodoxo. De hecho, fue en Francia donde la Ilustración alcanzó su primer triunfo político con la Revolución francesa de 1789. La monarquía y la aristocracia del país fueron destruidas en nombre de la razón y sustituidas por una especie de «democracia popular». El cristianismo también fue arrasado, sustituido por el «culto al Ser Supremo».
En el mundo anglófono, el promotor más eficaz del deísmo anticristiano fue el pensador y propagandista inglés Thomas Paine (1737-1809). Su libro La edad de la razón —una acertada autodescripción de la Ilustración— sometió la Biblia a una crítica fulminante por ser «más parecida a la palabra de un demonio que a la Palabra de Dios». Paine también defendió la democracia militante y revolucionaria en sus tratados Sentido común y Los derechos del hombre. Los tres tratados tuvieron gran influencia en la Revolución estadounidense de 1776. Algunas de las figuras más destacadas del movimiento independentista estadounidense eran deístas, particularmente Thomas Jefferson (1743-1826). Jefferson elaboró su propia versión editada del Nuevo Testamento (La vida y la moral de Jesús de Nazaret, conocida popularmente como «la Biblia de Jefferson») de la que se habían eliminado cuidadosamente todos los elementos sobrenaturales. Otro destacado deísta estadounidense fue Benjamin Franklin (1706-90). De hecho, si no hubiera sido por el efecto espiritual generalizado del Primer Gran Despertar, es muy probable que la revolución estadounidense hubiera sido tan destructivamente anticristiana como la francesa. Sin embargo, afortunadamente, los deístas estadounidenses tuvieron que reconocer la fuerza y el benéfico valor social de la fe cristiana entre la gente a la que ayudaron a alcanzar la independencia.
La otra tendencia religiosa de la Ilustración era el ateísmo puro. Esta era minoritaria: la mayoría de los pensadores «ilustrados» no cristianos querían conservar un mínimo de respeto por la religión. No obstante, por primera vez en la historia de la Europa postconstantiniana, el ateísmo contó con ilustres defensores filosóficos. Los de mayor peso fueron los pensadores franceses Denis Diderot (1713-84) y Jean-Baptiste le Rond d’Alembert (1717-83). Juntos editaron la grandemente influyente Encyclopédie, publicada en varios volúmenes entre 1751 y 1772. Su objetivo era «secularizar» el saber y difundir los conceptos y valores de la Ilustración.
La revolución kantiana El filósofo de la Ilustración por excelencia fue Immanuel Kant, de la Universidad de Königsberg, en Prusia (noreste de Alemania). Gran parte de la teología postkantiana se ha articulado en respuesta a Kant. Si nos limitamos al impacto teológico de Kant, hay varios temas clave.
En primer lugar, Kant sometió todos los argumentos tradicionales a favor de la existencia de Dios a una crítica devastadora. El argumento del diseño (la complejidad de la creación requiere un diseñador), el argumento cosmológico (las cosas finitas requieren una causa trascendente), el argumento ontológico (el propio concepto de Dios como el ser máximamente perfecto exige que exista realmente)… nada podía satisfacer el intelecto indudablemente brillante de Kant. La razón humana, al reflexionar sobre el mundo, no podía encontrar ningún camino hacia el conocimiento de Dios.
En segundo lugar, Kant sostenía que todo nuestro conocimiento está «filtrado» por nuestra capacidades mentales y sensoriales. En consecuencia, solo podemos conocer las cosas tal y como nos parecen o aparecen una vez que han sido así filtradas (Kant llamaba a estas apariencias «fenómenos»). Pero las cosas tal y como son en sí mismas («noúmenos») permanecen para siempre fuera de nuestro alcance. Evidentemente, esto afecta de manera seria nuestra capacidad de tener un conocimiento objetivo de Dios.
En tercer lugar, y a pesar de lo anterior, Kant siguió siendo teísta (de tipo deísta). Sostuvo que la razón humana, considerada prácticamente, impone una «ley moral» a la conducta humana. Sin embargo, para que esta ley moral tenga sentido, debemos hacer tres «postulados» (algo parecido a supuestos teóricos): la libertad humana, la inmortalidad humana y la existencia de Dios como sanción última detrás de la ley moral. Debemos postular la libertad, a pesar de la ausencia de pruebas científicas de ello, para incentivar a las personas a esforzarse por obedecer la ley moral. Debemos postular la inmortalidad para satisfacer nuestra sensación de que la virtud y la felicidad coinciden en última instancia (ya que a menudo no lo hacen en esta vida presente). Y debemos postular a Dios como el Juez perfecto que garantizará que la virtud sea recompensada y el mal castigado en el más allá.
Kant, por tanto, negó que Dios pudiera ser conocido en algún sentido, pero lo mantuvo como un «postulado» necesario de la ley moral. Es muy posible que este planteamiento haya infundido nueva vida a los argumentos morales sobre la realidad de Dios, que tanto han figurado en la apologética cristiana postkantiana (por ejemplo, en C.S. Lewis). En su opinión, Kant había hecho un buen servicio a la religión: había «negado el conocimiento para dar espacio a la fe». Los teólogos no estaban tan seguros. En la Biblia, la fe nunca es un postulado carente de conocimiento sustancial.
La relación ambigua de Kant con la religión se muestra en otras dos facetas de su vida y su pensamiento. En primer lugar, casi a pesar de sí mismo y de su optimismo ilustrado sobre el poder de la razón, Kant se vio obligado en su investigación racional de la ley moral a confesar algo muy parecido a la doctrina cristiana del pecado original. Reconoció que existe un misterioso defecto en la naturaleza humana —como él lo denominó, un «mal radical»— que socava continuamente nuestros esfuerzos hacia la bondad. Otros pensadores de la Ilustración se sintieron indignados por este elemento de la filosofía de Kant, considerándolo como una traición a favor del dogma cristiano. Podemos atribuirlo con generosidad a la honestidad intelectual de Kant sobre la condición humana.
En segundo lugar, Kant conservó una gran reverencia moral por la figura de Jesús. Para Kant, Jesús no es el Hijo de Dios ni el Redentor de los pecadores. Pero en virtud de Su profunda enseñanza e influencia, según Kant, Jesús es el fundador de un nuevo reino moral en el mundo. Kant intentó osadamente despojar al cristianismo de todos sus aspectos sobrenaturales, reinterpretándolo de un modo estrictamente moral (y moralista). Sus escritos inspiraron muchas formas de teología «liberal».
La misiones moravas El cristianismo residual de Kant, si podemos llamarlo así, quizá tuvo una raíz biográfica en su temprana educación en una devota familia luterana profundamente influenciada por los valores religiosos del pietismo. Este movimiento generalizado de renovación espiritual dentro del luteranismo alimentó directamente el gran Avivamiento evangélico en Gran Bretaña a través de los moravos. Eran descendientes de los husitas, que habían huido de la persecución y se habían establecido en una finca alemana de Bethelsdorf, propiedad del conde pietista luterano Nicolaus von Zinzendorf (1700-1760). Zinzendorf, un «ecumenista» pionero, había forjado una unión amistosa entre pietistas luteranos y moravos en Bethelsdorf, donde el espíritu renovador del pietismo tomó forma de un poderoso renacimiento clásico en 1727. Este intenso renacimiento local condujo a los moravos a una iniciativa misionera de gran envergadura, que en apenas cinco años llevó el evangelio a Groenlandia, Laponia, las Islas Vírgenes, América del Norte y del Sur y Sudáfrica. A la muerte de Zinzendorf en 1760, los moravos habían enviado al menos 226 misioneros. Zinzendorf también legó un rico repertorio de himnos a los evangélicos de todo el mundo, muchos de los cuales fueron traducidos al inglés por John Wesley (1703-1971).
La mención de Wesley nos alerta sobre el modo en que el reavivado moravianismo alimentó el Avivamiento evangélico en Gran Bretaña. El propio Wesley estuvo profundamente influenciado por los moravos. Visitó Bethelsdorf en 1738 y, por así decirlo, se contagió del fuego moravo. Wesley incorporó aspectos de la piedad morava al metodismo, como la «reunión de estudio bíblico» y la «fiesta ágape».
La iglesia en Estados Unidos La conexión entre el Avivamiento evangélico en Gran Bretaña y el Primer Gran Despertar en Estados Unidos se estableció en la vida y el ministerio de George Whitefield (1714-70), el calvinista inglés sumamente elocuente que pasó gran parte de su tiempo predicando con efecto en las Trece Colonias. El panorama religioso en Estados Unidos era muy diverso, incluyendo anglicanos o episcopalianos (como Whitefield), congregacionalistas (como Edwards), bautistas (como el célebre predicador calvinista, y agitador a favor de la separación Iglesia-Estado, Isaac Backus [1724-1806]), cuáqueros, moravos y católicos romanos. El presbiterianismo también se asentó firmemente en suelo estadounidense cuando se organizó el primer presbiterio en 1706. Su principal figura fue el irlandés, educado en Escocia, Francis Makemie (1658-1708). Desde sus pequeños comienzos, el presbiterianismo floreció en Estados Unidos, dando a la iglesia en general un mayor número de teólogos ilustres reformados que cualquier otro cuerpo protestante en los Estados Unidos.
Roma y el Oriente Dos acontecimientos principales en el mundo católico romano merecen nuestra atención. Primero, en la década de 1760, la convulsa controversia jansenista quedó finalmente resuelta. Había estado destrozando la paz de Roma durante más de un siglo, mientras los jansenistas luchaban por todos los medios para rehabilitar la doctrina de la gracia de Agustín dentro de la Iglesia romana. Esa valerosa iniciativa, tras muchas vueltas y revueltas, se estrelló al final contra la arena al iniciar la segunda mitad del siglo XVIII. La mayoría de los jansenistas activos que quedaban entraron en cisma contra Roma, formando su propia iglesia jansenista en la tolerante Holanda protestante. Liberados de las restricciones de la lealtad al papado, allí se convirtieron en un cuerpo más protestante, que podríamos caracterizar como «calvinistas de alta iglesia». Como resultado, la teología de la gracia de Agustín quedó permanentemente eclipsada en el catolicismo romano.
La paradoja se repite en el segundo acontecimiento. Los principales enemigos de los jansenistas habían sido los jesuitas, o la Compañía de Jesús. Sin embargo, en lo que debió haber sido su momento de triunfo, el desastre recayó sobre la orden jesuita. Demasiadas personas, tanto católicos romanos ordinarios como figuras poderosas, se habían desencantado y alarmado por las tácticas, intrigas, poder indebido e influencia aparentemente conspirativa de los jesuitas. Apenas habían ganado los jesuitas su largo duelo con el jansenismo, cuando ellos mismos cayeron en desgracia de forma espectacular. Fueron suprimidos en Francia, España, Portugal, Austria, Hungría y otros países en una serie de restricciones drásticas desde 1759 hasta 1782. El trago más amargo para los jesuitas, las «tropas de choque del papado», como se les ha apodado, fue cuando el propio papado se volvió contra ellos en 1773, y el papa Clemente XIV abolió la orden jesuita.
No fue hasta después del trauma europeo de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas (que terminaron en 1815) que los jesuitas volvieron a establecerse. Un nuevo orden europeo conservador, reaccionando contra los peligros percibidos de la democracia revolucionaria desatada en Francia en 1789, acogió de nuevo a los jesuitas como aliados de la política y la moral cristianas contra las fuerzas del radicalismo secular.
Mientras tanto, el mundo ortodoxo oriental atravesaba sus propias pruebas y tribulaciones. Con sus antiguas tierras centrales ahora bajo dominio islámico, la bandera de la ortodoxia libre ondeaba orgullosa en manos de la vasta y poderosa Rusia. Sin embargo, el zar de Rusia en las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del XVIII fue el formidable Pedro el Grande (1682-1725). Pedro se enamoró de casi todo lo occidental y aprovechó la poderosa maquinaria del Estado ruso para «modernizar» (occidentalizar) su imperio. Para la Iglesia ortodoxa rusa, esto significó la pérdida de su autonomía. En 1721 se abolió el cargo de patriarca de Moscú, que había permanecido vacante por veinte años. Pedro lo reemplazó por un organismo llamado «Santo Sínodo». Tomando como modelo las formas luteranas de gobierno eclesiástico, contaba con diez (más tarde doce) miembros, todos ellos nombrados por Pedro y a los que también podía destituir a voluntad. El presidente del sínodo era un procurador laico, cargo que evolucionó hasta convertirse en un funcionario muy poderoso que garantizaba la sumisión de la Iglesia al Estado zarista. Al mismo tiempo, comenzó a circular en la Iglesia rusa una teología de tendencia luterana. La teología sistemática de Platon Levshin, arzobispo metropolitano de Moscú de 1775 a 1812, apenas difiere de un tratado luterano.
Las máquinas y la música Una última palabra sobre el siglo XVIII: otra paradoja. Por un lado, fue el siglo que presenció los comienzos de la Revolución industrial, el nacimiento de la era de las máquinas, con todo su impacto transformador en la tecnología, la sociedad y los modelos de pensamiento humano.
Por otro lado, el mismo «siglo de la máquina» fue testigo de un derroche de genio musical creativo tal vez insuperable en la historia. Compositores como Johann Sebastian Bach (1685-1750), George Frideric Handel (1685-1759), Wolfgang Amadeus Mozart (1756-91), Joseph Haydn (1732-1809) y Ludwig van Beethoven (1770-1827) hicieron que la música nunca volviera a ser la misma. Muchas de sus obras son explícitamente cristianas y han servido de inspiración tanto espiritual como estética para millones de personas. Karl Barth lo plasmó en una bella frase aunque un tanto graciosa: «Cuando los ángeles tocan música para Dios, tocan Bach. Cuando tocan para sí mismos, tocan Mozart».
Publicado originalmente en: Tabletalk Magazine Nicholas R. Needham El Dr. Nicholas Needham es pastor de la Iglesia Inverness Reformed Baptist Church de Inverness, Escocia, y profesor de historia eclesiástica en el Highland Theological College de Dingwall, Escocia. Es autor de la obra 2,000 Years of Christ’s Power [2000 años del poder de Cristo], compuesta de varios tomos.
20 de marzo «Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a la iglesia». Efesios 5:25
¡Qué precioso ejemplo da Cristo a sus discípulos! Pocos maestros se atreverían a decir: «Si quieres practicar mi doctrina, imita mi vida». No obstante, como la vida de Cristo es una transcripción exacta de la perfecta virtud, él puede señalarse a sí mismo como modelo de santidad y como maestro de ella. El cristiano debiera tomar como modelo solo a Cristo. No hemos de estar satisfechos hasta que reflejemos la gracia que había en él. Como esposo, el cristiano debe fijarse en Cristo y actuar según ese modelo. El verdadero cristiano tiene que ser un esposo como Cristo lo fue para su Iglesia. El amor de un esposo es especial. El Señor abriga para con su Iglesia un afecto peculiar, que la eleva sobre el resto de la Humanidad. «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo». La Iglesia elegida es la favorita del Cielo, el tesoro de Cristo, la corona de su cabeza, el brazalete de su brazo, el pectoral de su corazón, el mismo centro y esencia de su amor. Un esposo debiera amar a su esposa con un amor constante, pues así ama Jesús a su Iglesia. Él no varía en su afecto. Él puede cambiar la forma de manifestar su cariño, pero el cariño en sí es siempre el mismo. Un esposo debiera amar a su esposa con un amor permanente, porque nada «podrá apartarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro». Un verdadero esposo ama a su esposa con un amor de corazón, ferviente e intenso. No es un mero culto de labios. ¡Ah!, querido amigo, ¿qué más podía Cristo hacer en prueba de su amor que aquello que hizo? Jesús tiene un amor deleitoso para con su Esposa. Él estima el amor de esta y se deleita gratamente con ella. Creyente, tú te maravillas del amor de Jesús, te admiras de él, ¿pero lo estás imitando? En tus relaciones familiares, ¿es «como Cristo amó a la Iglesia» la regla y la medida de tu amor?
Spurgeon, C. H. (2012). Lecturas vespertinas: Lecturas diarias para el culto familiar (S. D. Daglio, Trad.; 4a edición, p. 88). Editorial Peregrino.