Uno de los conceptos dominantes en la cultura occidental durante los últimos doscientos años, como vimos en los capítulos anteriores, es que vivimos en un universo cerrado y mecanicista. Según la teoría, todo funciona conforme a leyes naturales fijas, y que no hay posibilidad de intrusión desde el exterior. Por lo tanto, el universo es como una máquina que funciona por sus propios mecanismos internos. Sin embargo, incluso aquellos que introdujeron este concepto ya a comienzos del siglo XVII todavía planteaban la idea de que Dios construyó la máquina en un principio. Como pensadores y científicos inteligentes que eran, no podían deshacerse de la necesidad de un Creador. Ellos reconocían que no habría mundo para que ellos observaran si no hubiese una causa última de todas las cosas. Aun cuando se cuestionaba y desafiaba la idea de un Gobernador involucrado y providencial de los asuntos diarios, todavía se asumía tácitamente que tenía que haber un Creador por encima del orden creado. En el concepto clásico, la providencia de Dios estaba muy estrechamente ligada a su rol como creador del universo. Nadie creía que Dios simplemente creó el universo y luego le volvió la espalda y perdió contacto con él, o que él volvió a sentarse en su trono del cielo y meramente observó el universo trabajar por su propio mecanismo interno, rehusando involucrarse personalmente en sus asuntos. La noción cristiana clásica más bien era que Dios es tanto la causa primaria del universo como también la causa primaria de todo lo que acontece en el universo. Uno de los principios fundacionales de la teología cristiana es que nada en este mundo posee poder causal intrínseco. Nada tiene poder alguno salvo el poder que se le confiere —se le presta, por así decirlo— o se ejecuta a través de ello, que en última instancia es el poder de Dios. Es por eso que los teólogos y filósofos históricamente han hecho una distinción crucial entre causalidad primaria y causalidad secundaria. Dios es la fuente de la causalidad primaria. En otras palabras, él es la causa primera. Él es el Autor de todo lo que hay, y sigue siendo la causa primaria de los acontecimientos humanos y de los sucesos naturales. Sin embargo, su causalidad primaria no excluye las causas secundarias. Sí, cuando cae la lluvia, el pasto se moja, no porque Dios moje directa e inmediatamente el pasto, sino porque la lluvia aplica humedad al pasto. Pero la lluvia no podría caer si no fuera por el poder causal de Dios que está por encima de cada actividad causal secundaria. El hombre moderno, sin embargo, se apresura a decir: “El pasto está mojado porque llovió”, y no sigue buscando una causa superior y última. La gente del siglo XXI al parecer piensa que podemos arreglárnoslas perfectamente con las causas secundarias sin pensar en la causa primaria. El concepto básico aquí es que lo que Dios crea, él lo sustenta. Por lo tanto, una de las subdivisiones importantes de la doctrina de la providencia es el concepto de sustento divino. En palabras simples, esta es la clásica idea cristiana de que Dios no es el gran Relojero que fabrica el reloj, le da cuerda, y luego sale de escena. En lugar de eso, él preserva y sostiene aquello que crea. Esto efectivamente lo vemos al comienzo mismo de la Biblia. Génesis 1:1 dice: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra”. La palabra hebrea traducida como “creó” es una forma del verbo bārā, que significa “crear”, “hacer”. Esta palabra entraña la idea de sostener. Me gusta ilustrar esta idea aludiendo a la diferencia en música entre una nota en staccato y una nota sostenida. Una nota en staccato es breve y cortante: “La la la la la”. Una nota sostenida se mantiene: “Laaaa”. Asimismo, la palabra bārā nos dice que Dios no simplemente trajo el mundo a existencia en un momento. El término indica que él continúa creándolo, por así decirlo. Él lo sostiene, lo cuida, y lo sustenta. EL AUTOR DEL SER Uno de los conceptos teológicos de la más profunda importancia es que Dios es el Autor del ser. Nosotros no podríamos existir sin un ser supremo, porque no tenemos el poder de ser por nosotros mismos. Si algún ateo pensara seria y lógicamente acerca del concepto de ser durante cinco minutos, ese sería el fin del ateísmo. Es un hecho ineludible que nadie en este mundo tiene el poder de ser dentro de sí mismo, y no obstante aquí estamos. Por lo tanto, en algún lugar debe haber alguien que sí tiene el poder de ser en sí mismo. Si tal ser no existe, científicamente sería del todo imposible que algo existiera. Si no hay un ser supremo, no podría haber ningún ser de ninguna especie. Si hay algo, debe haber algo que tenga el poder de ser; de lo contrario, nada sería. Es así de simple. Cuando el apóstol Pablo se dirigió a los filósofos en el Areópago de Atenas, mencionó que había visto muchos altares en la ciudad, incluido uno “al dios no conocido” (Hechos 17:23a). Entonces él usó ese hecho como una entrada para hablarles la verdad bíblica: “Pues al Dios que ustedes adoran sin conocerlo, es el Dios que yo les anuncio. El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay… da vida y aliento a todos y a todo… porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (vv. 23b–28a). Pablo dijo que todo lo que Dios crea es completamente dependiente del poder de Dios, no solo para su origen sino para la continuidad de su existencia. A veces me impaciento con algunas de las licencias poéticas que se toman los autores de himnos. Un himno famoso incluye este verso: “¡Maravilloso amor! ¿Cómo puede ser que tú, mi Dios, murieras por mí?”. Es cierto, Dios murió en la cruz, por decirlo de alguna manera. El Dios-hombre, aquel que era Dios encarnado, murió por su pueblo. Pero la naturaleza divina no pereció en el Calvario. ¿Qué le sucedería al universo si Dios muriera? Si Dios dejara de existir, el universo perecería con él, porque Dios no solo lo ha creado todo, sino que lo sustenta todo. Nosotros dependemos de él, no solo para nuestro origen, sino también para nuestra continua existencia. Puesto que no tenemos el poder de ser en nosotros mismos, no duraríamos ni un segundo sin su poder sustentador. Eso es parte de la providencia de Dios. Esta idea de que Dios sustenta el mundo —el mundo que él hizo y observa en los mínimos detalles— nos lleva al corazón del concepto de providencia, que es la enseñanza de que Dios gobierna su creación. Esta enseñanza tiene muchos aspectos, pero quiero enfocarme en tres de ellos en lo que resta de este capítulo: las verdades de que el gobierno de Dios sobre todas las cosas es permanente, soberano, y absoluto. UN GOBIERNO PERMANENTE Cada cierta cantidad de años, tenemos un cambio de gobierno en nuestro país cuando una nueva administración presidencial toma el mando. La Constitución limita el número de años que un presidente puede servir como jefe ejecutivo de la nación. Por lo tanto, según estándares humanos, los gobiernos van y vienen. Cada vez que un presidente entra en ejercicio, los medios informativos hablan del “periodo de luna de miel”, el tiempo cuando se mira al nuevo líder con favor, se lo recibe cálidamente, y todo lo demás. Pero a medida que cada vez más personas se molestan o decepcionan de sus políticas, su popularidad decae. Pronto escuchamos a algunos críticos opinando que necesitamos sacar al “vago” de su cargo. En otros países, tal disconformidad ocasionalmente ha conducido a la revolución armada, lo que ha acabado en el violento derrocamiento de presidentes o primeros ministros. Sea como fuere, ningún gobernador terrenal retiene el poder para siempre. Dios, sin embargo, está sentado como el Gobernador supremo del cielo y la tierra. También él debe tolerar a personas desencantadas con su gobierno, que objetan sus políticas, y resisten su autoridad. Pero aunque la existencia misma de Dios puede ser negada, su autoridad puede ser resistida, y sus leyes desobedecidas, su gobierno providencial jamás puede ser derrocado. El Salmo 2 nos da una vívida imagen del reino seguro de Dios. El salmista escribe: ¿Por qué se sublevan las naciones, y en vano conspiran los pueblos? Los reyes de la tierra se rebelan; los gobernantes se confabulan contra el Señor y contra su ungido. Y dicen: ‘¡Hagamos pedazos sus cadenas! ¡Librémonos de su yugo!’ ” (vv. 1–3, NVI). La imagen aquí es la de una cumbre de los poderosos gobernadores de este mundo. Ellos se reúnen para formar una coalición, una especie de eje militar, para planificar el derrocamiento de la autoridad divina. Es como si estuvieran planeando disparar sus misiles nucleares hacia el trono de Dios con el fin de volarlo del cielo. El objetivo de ellos es ser libre de la autoridad divina, arrojar las “cadenas” y el “yugo” con los que Dios los sujeta. Pero la conspiración no solo es contra “el Señor”, sino que también es contra “su ungido”. Aquí la palabra hebrea es māšîah, de donde proviene nuestra palabra castellana “Mesías”. Dios el Padre ha exaltado a su Hijo como cabeza de todas las cosas, con el derecho a gobernar a los gobernadores de este mundo. Aquellos que han sido investidos de autoridad terrenal se han reunido en un consejo para planificar cómo liberar al universo de la autoridad de Dios y de su Hijo. ¿Cuál es la reacción de Dios a esta conspiración terrenal? El salmista dice: “El rey de los cielos se ríe; el Señor se burla de ellos” (v. 4). Los reyes de la tierra se ponen en contra de Dios. Se conciertan con pactos y tratados solemnes, y se animan unos a otros a no vacilar sobre su decisión de destronar al Rey del universo. Pero cuando Dios mira todos estos poderes congregados, no tiembla de temor. Él se ríe, pero no con risa de diversión. El salmista describe la risa de Dios como risa de burla. Es la risa que expresa un poderoso rey cuando menosprecia a sus enemigos. Pero Dios no meramente se ríe: “En su enojo los reprende, en su furor los intimida y dice: ‘He establecido a mi rey sobre Sión, mi santo monte’ ” (vv. 5–6, NVI). Dios reprenderá a las naciones rebeldes y afirmará al Rey que ha puesto en Sión. Con frecuencia me asombra la diferencia entre el acento que encuentro en las páginas de las sagradas Escrituras y el que leo en las páginas de las revistas religiosas y escucho que se predica en los púlpitos de nuestras iglesias. Tenemos una imagen de Dios lleno de benevolencia. Lo vemos como un botones celestial al que podemos llamar cuando necesitamos servicio a la habitación, o como un Santa Claus cósmico que está presto a derramar regalos sobre nosotros. Él se complace en hacer cualquier cosa que le pidamos. Mientras tanto, él nos ruega amablemente que cambiemos nuestros caminos y vengamos a su Hijo, Jesús. Generalmente no escuchamos acerca de un Dios que ordena obediencia, que reafirma su autoridad sobre el universo e insiste en que nos inclinemos ante su Mesías ungido. No obstante, en la Escritura nunca vemos a Dios invitando a las personas a venir a Jesús. Él nos ordena que nos arrepintamos, y nos inculpa de traición a un nivel cósmico si decidimos no hacerlo. Una negativa a someterse a la autoridad de Cristo probablemente a nadie le causará problemas con la iglesia o el gobierno, pero ciertamente causará un problema con Dios. En el Discurso del Aposento Alto (Juan 13–17), Jesús les dijo a sus discípulos que él se iba, pero prometió enviarles otro Consolador (14:16), el Espíritu Santo. Él dijo: “Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (16:8). Cuando Jesús habló acerca de la venida del Espíritu Santo para convencer al mundo de pecado, él fue muy específico respecto al pecado en el que estaba pensando. Era el pecado de incredulidad. Él dijo que el Espíritu convencería “de pecado, por cuanto no creen en mí” (v. 9). Desde la perspectiva de Dios, la negativa a someterse al señorío de Cristo no simplemente se debe a una falta de convicción o de información. Dios lo considera como incredulidad, como la incapacidad de aceptar al Hijo de Dios por quien él es. Pablo hizo eco de esta idea en el Areópago cuando dijo: “Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan” (Hechos 17:30, NVI). Dios había sido paciente, dijo Pablo, pero ahora mandó que todos se arrepintieran y creyeran en Cristo. Rara vez escuchamos esta idea en los libros o desde el púlpito, la idea de que es nuestro deber someternos a Cristo. Pero si bien quizá no la escuchemos, esta no es una opción respecto a Dios. En palabras simples, Dios impera sobre su universo, y su reinado no tendrá fin. UN GOBIERNO SOBERANO En nuestro país, vivimos en una democracia, así que nos cuesta entender la idea de soberanía. Nuestro contrato social declara que nadie puede gobernar aquí salvo con el consentimiento de los gobernados. Pero Dios no necesita nuestro consentimiento para gobernarnos. Él nos hizo, así que tiene un derecho intrínseco de gobernarnos. En la Edad Media, los monarcas de Europa intentaban fundamentar su autoridad en el llamado “derecho divino de reyes”. Ellos declaraban que tenían un derecho dado por Dios para gobernar a sus compatriotas. La verdad es que solo Dios tiene semejante derecho. En Inglaterra, el poder del monarca, que en otro tiempo fue muy grande, ahora es limitado. Inglaterra es una monarquía constitucional. La reina goza de toda la pompa y las galas de la realeza, pero el Parlamento y el primer ministro dirigen la nación, no el Palacio de Buckingham. La reina rige pero no gobierna. Por el contrario, el Rey bíblico reina y gobierna a la vez. Y lleva a cabo su reinado, no por referéndum, sino por su soberanía personal. UN GOBIERNO ABSOLUTO El gobierno de Dios es una monarquía absoluta. A él no se le impone ninguna restricción externa. Él no tiene que respetar un equilibrio de poderes con un Congreso o una Corte Suprema. Dios es el Presidente, el Parlamento, y la Corte Suprema, todo en uno, porque él está investido con la autoridad de un monarca absoluto. La historia del Antiguo Testamento es la historia del reino de Jehová sobre su pueblo. El motivo central del Nuevo Testamento es la realización sobre la tierra del reino de Dios en el Mesías, a quien Dios exalta a la mano derecha de autoridad y lo corona como el Rey de Reyes y Señor de señores. Él es el Gobernador último, aquel a quien debemos la lealtad última y la obediencia última. Una de las grandes ironías de la historia es que cuando Jesús, quien era el Rey cósmico, nació en Belén, el mundo era gobernado por un hombre llamado César Augusto. Estrictamente hablando, sin embargo, la palabra “augusto” solo es apropiada para Dios. Significa “de suprema dignidad o grandeza; majestuoso; venerable; eminente”. Dios es el cumplimiento superlativo de todos estos términos, porque Dios el Señor omnipotente reina.
Sproul, R. C. (2012). ¿Controla Dios todas las cosas? (E. Castro, Trad.; Vol. 14). Reformation Trust: A Division of Ligonier Ministries.
¿Qué es la Teología Reformada? Por James Montgomery Boice
La teología reformada toma su nombre a partir de la Reforma protestante del siglo XVI, con sus diferentes énfasis teológicos, sino que es la teología sólidamente basada en la Biblia misma. Los creyentes en la tradición reformada consideran muy en alto las contribuciones específicas de personas tales como Martin Lutero, John Knox y especialmente Juan Calvino, pero también encuentran sus fuertes distintivos en los gigantes de la fe antes que ellos, como Anselmo y Agustín, y en última instancia en las cartas de Pablo y las enseñanzas de Jesucristo. Los cristianos Reformados sostienen que las doctrinas propias de todos los cristianos, incluyendo la Trinidad, la deidad verdadera y la verdadera humanidad de Jesucristo, la necesidad de la expiación de Jesús por el pecado, la iglesia como una institución ordenada por Dios, la inspiración de la Biblia, el requisito de que los cristianos vivan vidas morales, y la resurrección del cuerpo. Ellos sostienen otras doctrinas en común con los cristianos evangélicos, como la justificación solo por la fe, la necesidad del nuevo nacimiento, el regreso personal y visible de Jesucristo, y la Gran Comisión. ¿Cuál es, entonces, el distintivo de la teología reformada?
La Doctrina de la Escritura.
El compromiso reformado a la Escritura hace hincapié en la inspiración, autoridad y suficiencia de la Biblia. Puesto que la Biblia es la Palabra de Dios y por lo tanto tiene la autoridad de Dios mismo, los reformados afirman que esta autoridad es superior a la de todos los gobiernos y todas las jerarquías de la iglesia. Esta convicción ha dado a los creyentes reformados el valor de enfrentarse a la tiranía y ha hecho de la teología Reformada una fuerza revolucionaria en la sociedad. La suficiencia de la Escritura significa que no tiene que ser complementada con revelación especial nueva o continua. La Biblia es la guía más que suficiente para lo que hemos de creer y cómo debemos vivir como cristianos.
Los reformadores, y en particular Juan Calvino, hicieron hincapié en la forma en que la Palabra objetiva y escrita y el ministerio interno, sobrenatural del Espíritu Santo trabajan juntos, el Espíritu Santo iluminando la Palabra para el pueblo de Dios. La Palabra sin la iluminación del Espíritu Santo sigue siendo un libro cerrado. La supuesta dirección del Espíritu sin la Palabra lleva a errores y excesos. Los reformadores también insistían en el derecho de los creyentes a estudiar la Biblia por sí mismos. Aunque no se puede negar el valor de los maestros capacitados, ellos entendieron que la claridad de las Escrituras en asuntos esenciales para la salvación hace de la Biblia perteneciente a cada creyente. Con este derecho de acceso siempre viene la responsabilidad de una interpretación cuidadosa y precisa.
La Soberanía de Dios.
Para la mayoría de los reformados el principal y más distintivo artículo del credo es la soberanía de Dios. La soberanía significa gobierno, y la soberanía de Dios significa que Dios gobierna sobre Su creación con absoluto poder y autoridad. Él determina lo que va a suceder, y sucede. Dios no está alarmado, frustrado o derrotado por las circunstancias, por el pecado, o por la rebelión de Sus criaturas.
Las Doctrinas de la Gracia.
La teología reformada enfatiza las doctrinas de la gracia, más conocidas por el acrónimo TULIP aunque esto no se corresponde con los mejores posibles nombres para las cinco doctrinas.
La “T” representa la Depravación Total. Esto no significa que todas las personas son tan malas como podría ser. Significa más bien que todos los seres humanos se ven afectados por el pecado en cada área de pensamiento y conducta, de manera que nada de lo que salga de cualquier persona aparte de la gracia regeneradora de Dios pueden agradar a Dios. En lo que se refiere a nuestra relación con Dios, todos estamos tan arruinados por el pecado que nadie puede entender correctamente ni a Dios ni los caminos de Dios. Tampoco buscamos a Dios, a menos que Él primero obre dentro de nosotros para llevarnos a hacerlo.
La “U” Representa la Elección Incondicional. Un énfasis en la elección molesta a mucha gente, pero el problema que sienten no es en realidad con la elección; es con la depravación. Si los pecadores son tan indefensos en su depravación, como dice la Biblia que lo son, incapaces de conocer e indispuestos a buscar a Dios, entonces la única forma en que posiblemente se podrían salvar es que Dios tome la iniciativa para cambiarlos y salvarlos. Esto es lo que significa la elección. Es Dios eligiendo para salvar a los que, aparte de su elección soberana y acción posterior, sin duda perecerían.
La “L” Representa la Expiación Limitada. El nombre es potencialmente engañoso, porque parece sugerir que las personas reformadas desean de alguna manera limitar el valor de la muerte de Cristo. Este no es el caso. El valor de la muerte de Jesús es infinito. La pregunta más bien es ¿cuál es el propósito de la muerte de Cristo, y lo que Él logró en el misma? ¿Tuvo Cristo la intención de solo hacer posible la salvación? ¿O en realidad salvó a aquellos por quienes Él murió? La teología reformada hace hincapié en que Jesús realmente pagó por los pecados de aquellos que el Padre había escogido. De hecho propició la ira de Dios hacia Su pueblo al llevar su juicio sobre Sí mismo, en realidad redimió, y de hecho reconcilió a personas concretas a Dios. Un mejor nombre para la expiación “limitada” sería redención “particular” ó “específica.”
La “I” Representa la Gracia Irresistible. Pero cuando Dios obra en nuestros corazones, regenera y crea una voluntad interior renovada, entonces lo que era indeseable antes se vuelve algo deseable, y corremos hacia Jesús tal como antes huíamos de El. Los pecadores caídos se resisten a la gracia de Dios, pero Su gracia regeneradora es eficaz. Vence el pecado y lleva a cabo el propósito de Dios.
La “P” Representa la Perseverancia de los Santos. Un mejor nombre podría ser “la perseverancia de Dios con los santos,” pero ambas ideas están realmente involucradas. Dios persevera con nosotros, nos impide apartarnos, como sin duda lo hacemos si El no estuviera con nosotros. Pero debido a que Él persevera, también nosotros perseveramos. De hecho, la perseverancia es la prueba definitiva de la elección. Nosotros perseveramos porque Dios nos preserva de una completa y definitiva caída fuera de Él.
El Mandato Cultural.
La teología reformada también hace hincapié en el mandato cultural, o la obligación de los cristianos de vivir activamente en la sociedad y trabajar para la transformación del mundo y de sus culturas. Los reformados han tenido diferentes puntos de vista en esta materia, en función del grado en que ellos creen que esa transformación sea posible, pero en general están de acuerdo en dos cosas. En primer lugar, somos llamados a estar en el mundo y no apartarnos de él. Esto separa a los creyentes reformados del monasticismo. En segundo lugar, hemos de alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al preso. Pero las principales necesidades de las personas siguen siendo espirituales, y el trabajo social no es una alternativa adecuada para el evangelismo. De hecho, los esfuerzos para ayudar a las personas sólo serán verdaderamente eficaces mientras sus mentes y corazones son cambiados por el evangelio. Esto separa a los creyentes reformados del simple humanitarismo. Se ha objetado a la teología reformada que cualquiera que crea lo reformado perderá toda la motivación por el evangelismo. “Si Dios hace todo el trabajo, ¿por qué habría de preocuparme?” Pero no funciona de esa manera. Es debido a que Dios hace la obra, que nosotros podemos tener valor para unirnos a Él en ello, mientras Él nos manda hacerlo. Lo hacemos con gozo, sabiendo que nuestros esfuerzos no serán en vano.
Doctrina del Aniquilacionismo ¿Doctrina Bíblica o Doctrina de Hombres? Pablo Santomauro
Breve Historia
La doctrina del Aniquilacionismo postula que el hombre fue creado inmortal, pero aquellos que continúan en pecado, son privados del don de la inmortalidad por un acto positivo de Dios, y en última instancia, destruidos. Algunos aniquilacionistas proponen que los inconversos dejan de existir en el momento de la muerte, otros en el momento de la resurrección, y otros luego de un período de castigo después de la resurrección. Cualquiera sea la variante, el destino final de los que rechazan a Cristo es la cesación de la existencia, o sea, extinción total.
El concepto medular de la teoría se originó con Arnobio, un supuesto apologista cristiano del siglo cuarto. Luego de él, ningún Padre de la Iglesia de importancia significativa endorsó la doctrina. Tertuliano, Ambrosio, Crisóstomo, Jerome, Agustín, etc., enseñaron claramente la doctrina del estado consciente después de la muerte y el castigo eterno.
El Aniquilacionismo está directamente relacionado con una doctrina llamada Inmortalidad Condicional. Si bien ambos nombres se manejan en forma intercambiable, en realidad no son sinónimos. La doctrina de la Inmortalidad Condicional dice que la inmortalidad no es un don natural del hombre, sino un don de Dios en Cristo sólo para aquellos que creen. La persona que no acepta a Cristo es, en última instancia, aniquilada y pierde todo estado de consciencia. Algunos de los adherentes de estas doctrinas, como ya mencionamos, enseñan un sufrimiento consciente de duración limitada para el inconverso después de la muerte, luego del cual serán aniquilados por Dios. El Condicionalismo fue formalmente condenado como herejía en el Segundo Concilio de Constantinopla (353 d.C.).
La doctrina prácticamente pasó a hibernar por un largo período de aproximadamente ocho siglos, luego del cual fue reanimada por grupos como los Valdenses (siglo 12) y más adelante por los Anabautistas y los Socinianos (siglo 16). Existen indicios de que durante el período pre- Reforma, tanto Wycliffe como Tyndale, enseñaron la doctrina del Sueño del Alma, más que nada a modo de refutación de la enseñanza católica del Purgatorio. Esta doctrina del sueño del alma enseña que los hombres, justos e injustos por igual, luego de su muerte, duermen hasta el día de la resurrección. En otras palabras, pasan a un estado de inactividad inconsciente, o un largo sueño en que no son conscientes de nada, hasta el día de la resurrección cuando recuperarán el conocimiento.
Corresponde aclarar que el hecho de que alguien crea que el alma no está en estado consciente entre la muerte y la resurrección (doctrina del sueño del alma), no necesariamente significa que esa persona también crea o esté lógicamente comprometida con la idea de que los inconversos son destruidos y pasarán a un estado de inexistencia después de la resurrección (aniquilacionismo).
Al paso del tiempo, los principales credos Protestantes, como la Confesión de Westminster y otras, reiteraron y confirmaron su adherencia a las doctrinas del estado consciente y el castigo eterno. Muchos de estos credos contienen referencias directas rechazando contundentemente las teorías del sueño del alma y la aniquilación de los incrédulos. A su vez, los grandes evangelistas como Edwards, Whitefield, Wesley, Spurgeon y Moody, sostuvieron también la posición ortodoxa.
En tiempos modernos, las doctrinas del sueño de alma y el aniquilacionismo son promovidas primariamente por sectas como los Testigos de Jehová y los Cristadelfos, grupos aberrantes como los Adventistas del Séptimo Día y otros grupos adventistas, y en forma individual por teólogos herejes como Charles Pinock y ortodoxos como John Stott. Este último de filas anglicanas, desde donde todo tipo de aberraciones vienen siendo propagadas.
La realidad presente es que la doctrina del aniquilacionismo ha logrado avances dentro del campo evangélico, principalmente gracias a editoriales otrora conservadoras e impecables, pero que hoy han sucumbido ante la mentalidad materialista de nuestros días. Me refiero a casas de publicaciones como Intervarsity, Zondervan, Moody y Baker. Estas han sido adquiridas por liberales y están poniendo a la venta cualquier cosa que atente contra la fe cristiana ortodoxa. No podemos dejar de mencionar que seminarios que fueron antaño de orientación tradicional, hoy han sido copados o invadidos por profesores liberales. Todo esto, sumado a la falta de preparación académica de un gran sector de pastores evangélicos, contribuye al avance de doctrinas antibíblicas como el aniquilacionismo.
Un Análisis Teológico
Aquellos que reclaman que la Escritura enseña la aniquilación, dicen que si bien el infierno en sí es eterno, el castigo no es eterno. Los aniquilacionistas citan, por ejemplo, el Salmo 37, el cual tiene expresiones como: “se desvanecerán como el humo” y “cuando sean destruidos los pecadores”. Señalan además al Salmo 145:20, donde David dice: “Jehová guarda a los que le aman, mas destruirá a todos los impíos”. Isaías 1:28 es también un favorito: “Pero los rebeldes y pecadores a una serán quebrantados, y los que dejan a Jehová será consumidos”. También afirman que las metáforas usadas por Jesús apoyan la aniquilación.
Todo esto puede parecer muy convincente, pero un examen estricto de la evidencia muestra lo contrario. Cuando estamos tratando de entender lo que un autor enseña, debemos comenzar por los pasajes claros, o sea aquellos pasajes en los cuales el autor trata con el tema en cuestión, para luego movernos a los pasajes menos claros donde el autor no intentó enseñar sobre el tema.
Por ejemplo, hay pasajes en la Biblia que enseñan que Jesucristo murió por todos. También nos encontramos con Gálatas 2:20, donde el apóstol Pablo dice que Cristo murió por él. ¿Debemos suponer entonces que Cristo murió sólo por Pablo? ¡Por supuesto que no! Porque hay pasajes claros que dicen que Cristo murió por todos. Debido a esto sabemos que Pablo no quiso decir que Jesús murió sólo por él, porque interpretamos lo que no es claro a la luz de lo que sí es claro.
Es por demás significativo que los aniquilacionistas nunca mencionan ni por casualidad los pasajes del Antiguo Testamento que hablan claro del infierno. Estos pasajes son definitivos respecto a que el infierno es eterno. Daniel 12:2 es un claro ejemplo. El versículo dice que al final de las eras, los justos serán resucitados para vida eterna, y los otros para vergüenza y confusión eterna. La misma palabra hebrea para “eterna” (olam) es usada en ambas instancias. Por lo tanto, si alguien afirma que la gente será aniquilada en el infierno, también debería decir que la gente será aniquilada en el cielo. Es gramaticalmente imposible darle dos significados diferentes a la misma palabra en este texto. La intención del autor en este pasaje fue claramente enseñar en el tema de la vida después de la muerte.
Una vez que hemos aislado un pasaje de claridad meridiana, podemos entonces interpretar los pasajes ambiguos o disociados con el tema que usan los aniquilacionistas. Todo ese lenguaje en el Antiguo Testamento de ser destruidos, quemados como la paja, etc., es usado comúnmente para describir individuos “cortados” de Israel y de la tierra (territorio de Israel). La mayoría de esos pasajes tienen poco o nada que ver con la vida eterna. Sí tienen que ver con ser separado en esta vida de las promesas dadas a Abraham con respecto a la tierra.
En el Nuevo Testamento, la existencia de un lugar donde los injustos pasarán la eternidad en sufrimiento se hace aun más patente. Tomaremos como ejemplo estas palabras de Jesucristo:
Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles … E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. Mateo 25 41, 46.
En este pasaje lleno de escenas y vocabulario rabínicos, Jesús está hablando de la Segunda Venida del Hijo del Hombre al final de los tiempos, para separar las ovejas de los cabritos. Jesús está hablando en una época en la cual se sobreentendía que Satanás y sus huestes sufrirían un castigo eterno. Los rabinos que creían esto usaban las palabras “fuego eterno” como una metáfora para expresar el castigo eterno. Es por ello que en el verso 16 Cristo no repite “fuego eterno”, sino que lo sustituye por “castigo eterno”. Es por demás obvio que ambas expresiones significan lo mismo. Jesucristo establece aquí, más allá de toda duda, que el estado final tanto de Satanás y sus ángeles, como el de los pecadores en rebeldía, es el castigo eterno.
No importa cuantos malabares podamos hacer con nuestra imaginación, es imposible que los postulados de la teoría aniquilacionista puedan adaptarse a las palabras de Jesucristo. La mera mención de la palabra “castigo” (kolasis) implica que necesariamente debe existir un sujeto receptor que sufre el castigo, algo que sólo puede suceder cuando se es consciente. Castigo implica sufrimiento, y sufrimiento necesariamente implica estado consciente.
Un punto crítico relacionado con Mateo 25:46 es que el versículo dice que el castigo es eterno. No hay forma de que el aniquilacionismo o la extinción de la consciencia pueda ser introducida a fuerza dentro de este pasaje. El adjetivo ,I>aionion en este versículo significa literalmente “eterno, sin final”. El mismo adjetivo es usado para Dios, el Dios eterno, en 1 Timoteo 1:7; Romanos 16:26; Hebreos 9:14, 13:8, y Apocalipsis 4:9. El castigo de los incrédulos es tan eterno en el futuro como nuestro eterno Dios.
Otra incongruencia de la posición aniquilacionista es el hecho de que no existen grados de aniquilación. Una persona no puede ser un poco aniquilada, bastante aniquilada o muy aniquilada. O se es aniquilado o no se es. Las Escrituras, por el contrario, enseñan que habrá grados de castigo en el día del juicio (Mt. 10:15; 11:21-24; 16:27; Lc. 12:47-48; Jn. 15:22; He. 10:29; Ap. 20:11-15; 22:12).
Como vemos, la idea de que los pecadores que no aceptan a Cristo como salvador serán aniquilados es también “aniquilada” por el sentido común.
La Falacia Hermenéutica
El Libro de Eclesiastés
Los grupos que enseñan el aniquilacionismo y el sueño del alma usan Eclesiastés como principal fuente de prueba para sus posición. Por ejemplo:
Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. Eclesiastés 9:5
Los aniquilacionistas razonan que si los muertos nada saben, eso significa que están en un estado inconsciente esperando la resurrección, y en el caso específico de los inconversos, han sido destruidos de tal forma que ya no existen. El problema con estos grupos es su ignorancia total de las reglas básicas de hermenéutica. Malinterpretan estos pasajes porque en realidad no saben cómo interpretar nada en la Biblia.
En el caso de Eclesiastés, ignoran los antecedentes y el contexto histórico, cultural y linguístico de un libro que pertenece al género de literatura antigua, que confronta a dos expositores con filosofías opuestas acerca de la vida. La gramática del idioma hebreo es indiscutible en este punto.
La perspectiva del expositor número uno de Eclesiastés se extiende desde el capítulo 1 hasta el 11, y es secular, material, o mundana. Es un punto de vista terrenal sin revelación divina. Estamos frente a las opiniones de un hombre debajo del sol (Ec. 1:3,9,13,14). Para él la vida no tiene sentido, todo da lo mismo, y por ello expresa que no importa cuán rico o sabio sea usted, todo es vanidad. El otro expositor, el teísta, hace su aparición en el capítulo 12.
Desde la perspectiva de un hombre debajo del sol, sin esperanza en Dios, podemos decir que los muertos nada saben. Lo cierto es que nada saben de este mundo. Job está de acuerdo con esto cuando dice, hablando acerca de que cuando el hombre perece, se le despide, y sus hijos tendrán honores, pero él no lo sabrá, o serán humillados y él no se enterará (Job 14:21).
La frase “nada saben” no significa que los muertos pasan a un estado inconsciente en alguna burbuja de tiempo. Obsérvese que la frase “ni tienen más paga”, por otra parte, significaría que los justos tampoco tendrían ninguna recompensa después de la resurrección. Esto no es lo que enseña la Biblia.
La Revelación Progresiva
Otro problema hermenéutico que aqueja a los grupos como los adventistas y los Testigos de Jehová es que son totalmente dependientes del Antiguo Testamento para sus interpretaciones, y excluyen casi totalmente al Nuevo Testamento. Fallan en ignorar la naturaleza de la Revelación Progresiva de la Escritura, la información elemental y difusa en algunos temas del A.ntiguo Testamento, y la prioridad o supremacía del N.T. sobre el A.T.
La Revelación de Dios no fue dada a la humanidad en un solo instante, sino que fue recibida gradualmente en diferentes formas, por diferentes culturas y durante varios siglos. ¿Acaso Hebreos 1:1,2 no nos recuerda que la revelación especial vino a nosotros durante un proceso gradual que tomó un largo tiempo? ¿Acaso la Biblia cayó del cielo en su forma completa? ¿No habló Dios a nuestros antepasados muchas veces y de muchas maneras revelando información poco a poco? Por supuesto que sí, las preguntas son retóricas. Cada revelación informativa fue como una nueva pieza en un mosaico gigante. La revelación final pudo finalmente verse en el Nuevo Testamento. De todo este proceso surge el principio bíblico de Revelación Progresiva. Derivado de éste, surge otro principio fundamental de hermenéutica que dice que siempre se debe interpretar el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo Testamento. Hacerlo a la inversa es un error fatal.
El principio de Revelación Progresiva nos explica el porqué no encontramos ninguna doctrina desarrollada totalmente en el libro de Génesis. Si bien las semillas fueron plantadas en Génesis, el desarrollo gradual de las doctrinas se dio con la venida de los profetas y los apóstoles. Estos, a medida que recibieron más revelaciones, pudieron entender más de las doctrinas que aquellos que los precedieron. Cada revelación fue como un giro del enfocador de un par de binoculares ajustando la imagen.
El principio de Revelación Progresiva lo podemos apreciar en doctrinas como: la doctrina del pecado, de la salvación, la venida del Mesías, la doctrina de Dios (el concepto y naturaleza de Dios), la vida después de la muerte, etc. Es esta última doctrina la que nos ocupa en este trabajo. Es obvio que no podemos basar nuestro entendimiento de la muerte y la vida en el más allá solamente en pasajes del Antiguo Testamento. Los profetas del A.T. esperaban la llegada del N.T. para poder tener las últimas piezas del rompecabezas y poder apreciar el cuadro en su totalidad. El intérprete bíblico debe reconocer que la visión de los profetas del A.T. era borrosa, difusa, y como resultado escasa en detalles.
Este último punto aplica directamente a los grupos como los Adventistas y los Testigos de Jehová, ya que una simple recorrida por sus materiales escritos demuestra su total dependencia en los textos del A.T. para fundamentar sus doctrinas del aniquilacionismo y el sueño del alma. Cuando alguien les confronta con un texto del N.T. que expresa cristalinamente lo contrario de lo que ellos enseñan, simplemente lo ignoran y retroceden a refugiarse en el Antiguo Testamento. Esto se debe a que le han otorgado prioridad interpretativa al A.T., un error garrafal.
Otro componente del principio de Revelación Progresiva es que las palabras bíblicas cambian su significado a medida que el pueblo de Dios profundiza su entendimiento. Un ejemplo claro es el de Génesis 2: 7:
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser (alma) viviente”.
Alguien no muy brillante dedujo de este verso que la palabra “alma” significaba “ser viviente”, y de inmediato se decretó que esa era la única definición de alma en toda la Biblia. Nunca consideraron la posibilidad de que ese fuera el significado de la palabra sólo durante los tiempos de Moisés.
Observemos lo que dice una página de La Voz de la Profecía, ministerio de los Adventistas del Séptimo Día:
CÓMO NOS HIZO DIOS Para entender realmente la verdad que la Biblia nos presenta acerca de la muerte, comencemos viendo cómo nos hizo nuestro Creador. “Entonces JEHOVÁ DIOS formó al hombre (Adam, en hebreo) del polvo de la tierra (adamah, en hebreo)”. — Génesis 2:7. El Creador hizo a Adán “del polvo de la tierra”. Después que hubo combinado los elementos deseados, su energía creadora le dio vida a la forma inerte. Para ello, Dios sopló en sus narices “el aliento de vida”, y Adán pasó a ser un “ser viviente” (en hebreo, “un alma viviente”). Note que la Biblia no dice que Adán recibió un alma, sino que el hombre “fue un ser viviente”. De modo que podríamos resumir la ecuación humana en esta fórmula: “Polvo de la tierra” + “Aliento de vida” = “Un alma viviente” Cuerpo sin vida + Aliento de Dios = Un ser viviente De modo que somos una entidad completa, no dos o más partes distintas que fueron juntadas. Mientras respiremos seremos un ser humano viviente, un alma viviente. http://www.discoveronline.org/spanish/span05.htm
De esta forma, los Adventistas, al igual que los Testigos de Jehová, “prueban” que el hombre no tiene una naturaleza material e inmaterial, distintas una de la otra. Según ellos, el hombre no recibió un alma, sino que fue un alma, una persona viviente. Por lo tanto, deducen que el hombre no posee una naturaleza inmaterial (alma o espíritu) que continúa viviendo como una personalidad inteligente después de la muerte. El espíritu del hombre es definido como el “aliento de vida”, “principio de vida”, o “fuerza de vida” dentro de él, que en el momento de la muerte se extingue, y por ende la personalidad consciente del hombre deja de existir.
Es cierto que la palabra del hebreo para alma (nepesh) puede ser usada en referencia a un ser viviente, pero ello no significa que el término esté limitado a esa definición, o sea que el hombre no tiene una naturaleza inmaterial. En la Biblia vemos que existen muchos pasajes donde el significado de nepesh es exactamente lo opuesto. Es por ello que cuando aparecen otros pasajes donde debido al contexto se debe reevaluar el significado de la palabra, niegan este hecho y retroceden hasta Génesis 2:7. A esto se le conoce también como la falacia de equivocación (suponer que una palabra tiene el mismo significado sin importar el contexto). A continuación, para beneficio del lector damos una serie de pasajes que le ayudarán a refutar las posiciones aniquilacionistas y del sueño del alma: Mt. 10:28; Lc. 20:38; Lc. 23:46; Hch. 7:59; 2 Co. 5:6-8; Fil. 1:21-23; 1 Tes. 4:13-17; Ap. 6:9,10.
Mientras que los aniquilacionistas no reconozcan el carácter progresivo de la Escritura, el cual resulta en un entendimiento más profundo de las palabras y los conceptos, van a seguir empantanados en Génesis 2:7. La palabra “alma” pudo tener para Moisés un significado diferente o más simple de lo que significó para David o Pablo. La resistencia de algunos a aceptar esto se debe a la suposición inconsciente de que la Biblia fue un libro que se escribió de un solo golpe.
Conclusión: La definición de la palabra “alma” debe buscarse desde una aproximación contextual, analizando toda la gama de significados que la palabra tiene.
Como nota adicional, digamos que La Biblia nunca habla de la resurrección del alma, y se entiende, porque el alma es inmortal. El hombre no puede ser reducido a un ser totalmente material o totalmente inmaterial, como sostienen algunas posiciones. La iglesia de Cristo siempre vio al hombre, si bien es una unidad, como un ser compuesto de dos aspectos. El aspecto material es su cuerpo. El hombre fue creado como un ser material para que pueda interrelacionarse con otros seres materiales y los objetos materiales en el mundo. Debido a la Caída, la muerte provoca un desgarro o una separación de lo inmaterial y lo material del ser humano. Por ello es que la resurrección es esencial en el pensamiento cristiano. La salvación, en la Escritura, siempre es vista en última instancia como la reunión de una alma perfeccionada con un cuerpo perfeccionado. La visión bíblica holística presenta la salvación como involucrando ambos aspectos del hombre.
Las posiciones reduccionistas y las definiciones simplísticas se deben a que muchos cometen la falacia de la presuposición escondida. En este tema, la presuposición es que el significado de una palabra en cierto pasaje inicial, en el comienzo de la Escritura, debe ser de ahí en adelante siempre el mismo.
La Falacia Moral
Las teorías de la aniquilación y la inmortalidad condicional adolecen también de fallas morales. Una de ellas es que niegan un atributo esencial de la naturaleza de Dios, su justicia. Cuando los cristianos decimos que Dios es justo, no solamente afirmamos que Dios es justo, sino que él también hace justicia. En otras palabras, Dios es el Juez absoluto y supremo de todo el universo y la historia.
¿Es moralmente justo que asesinos de la talla de Hitler, Stalin, Saddam Hussein y otros, no reciban la retribución divina correspondiente por sus crímenes? Obviamente, la extinción de su consciencia sería en realidad una bendición, no una pena. Cuando Saddam Hussein recientemente fue linchado, recibió por sus crímenes la justa pena que la justicia terrenal demandaba. Según el aniquilacionismo, Saddam simplemente no existe más. No tuvo que responder ante ningún tribunal divino por usar gas letal para matar mujeres y niños kurdos, uno de sus tantos crímenes. De la misma forma, el aniquilacionismo implica que una persona que vivió una vida moralmente aceptable pero no creyó en la provisión salvadora de Dios, también dejará de existir en el momento de su muerte (o luego de su resurrección, según la variante). Teniendo en cuenta que los proponentes de la aniquilación afirman que la anulación de la existencia es un castigo en sí, escapa a nuestro razonamiento cómo es que un Saddam puede recibir el mismo castigo que una persona que nunca quitó la vida a nadie. ¿Dónde está el factor justicia?
Lo anterior nos lleva a considerar si el carácter de Dios demanda un castigo divino para el pecado. La justicia y la rectitud de Dios son atributos de su carácter moral (Dt. 32:4; Sal. 89:14; Sof. 3:5; 1 Jn. 1:9). Como Dios es justo y recto, él nunca hará nada que contradiga sus atributos (Gé. 18:25; Ro. 9:14). Es por ello que la Escritura indica que Dios no puede simplemente pasar por alto los pecados sin aplicar castigo o sentencia. Todo gobierno humano reconoce la importancia y necesidad de juzgar a los elementos criminales a los efectos de proteger la sociedad, y mantener la paz y el bienestar de sus integrantes. Si esto es así en lo referente a los gobiernos terrenales, ¿cuánto más no lo será en el reino celestial? Enfatizo, ¿qué respeto se le puede tener a un gobierno que perdona gratuitamente a todos los delincuentes y elementos destructivos de la sociedad y les pone en libertad? Es en línea con esto que Dios dice a Moisés: “Porque yo no justificaré al impío” (Ex. 23:7). En otras palabras, “Yo no declararé inocente al pecador”. Exodo 34:7 expresa que Dios “de ningún modo tendrá por inocente al malvado”. El mismo principio lo encontramos en Romanos 2:5,6: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras”.
La justicia y la rectitud de Dios demanda que el pecado sea castigado. O el pecador mismo debe ser castigado, o un sustituto apropiado debe ser hallado, uno que tenga la capacidad de llevar sobre sí todo el castigo por el pecado.
Las Falacias Lógicas
La mayoría de los argumentos extra-escriturales que los aniquilicionistas presentan son falacias lógicas fáciles de detectar. Daremos algunos ejemplos a continuación.
Argumento de tiempo vs. eternidad.
¿Cómo puede Dios condenar eternamente al pecador por pecados cometidos en un lapso de tiempo finito?
El aniquilacionista comete el error de crear una relación proporcional entre la magnitud o gravedad de un crimen y el tiempo que lleva cometer ese crimen. Ilustración: Un asesinato puede tomar cinco segundos en consumarse. Robar puede tomar horas o días si en el proceso hubo que excavar túneles para llegar a una bóveda con dinero. El punto es que el castigo correcto o la sentencia apropiada para una persona no se da en función del tiempo que toma cometer el crimen, sino en función de la gravedad de ese crimen.
Pregunta: ¿Cuál es el crimen más horrendo que una persona puede cometer en esta vida? La mayoría de la gente que no tiene una relación con Dios, diría que es maltratar animales, destruir la naturaleza, la pedofilia, matar a una persona, o cosas por el estilo. Claro que estas cosas son graves, pero en realidad son ínfimas comparadas con el rechazo, la burla, la negación, y el rehusar amar a la persona que le debemos absolutamente todo, nuestro Creador.
El pecado más grande que una persona puede cometer es vivir toda su vida ignorando a Dios, y diciendo: “Me importa un rábano el propósito para el cual me pusiste en esta tierra. Me importan un comino tus valores y tus mandamientos, y la muerte de tu Hijo por mí. He decidido ignorar todo eso”. El único castigo apropiado para tal pecado es la separación de Dios por la eternidad. El apologista Alan Gomes señala lo siguiente en “Evangélicos y la Aniquilación del Infierno”, Parte II, Christian Research Journal 13 (verano 1991), 8-9:
La naturaleza de la Persona contra la cual es cometido el crimen, así como la naturaleza del crimen mismo, ambas deben ser tomadas en cuenta para determinar el grado de gravedad del crimen. Considerando también las palabras de Jesús cuando se le preguntó cuál era el mayor mandamiento, podemos formarnos el concepto de cuán grave es el rechazo de Dios y Su salvación. En muchos países el asesinato es castigado con la sanción más severa que el código de leyes de esos países poseen, prisión de por vida. Esto significa separación de la sociedad por el resto de la vida del reo. Espero que el lector observe la analogía con el castigo que sufre el pecador rebelde al ser separado de Dios y su pueblo por toda la eternidad. Claro que yo puedo estar equivocado, y el asesino puede quejarse y decir: “¿Por qué me condenan a cadena perpetua si sólo me tomó 30 segundos asesinar a la víctima? ¡Eso es crueldad!”
Nuestra evaluación nos indica que el argumento que contrapone tiempo vs. eternidad, finito vs. infinito, es un non sequitur, o sea, un razonamiento donde la conclusión es obtenida de premisas que no están lógicamente conectadas con ésta.
Argumento de los santos tristes.
¿Cómo pueden los santos en el cielo vivir felices sabiendo que sus seres queridos inconversos están sufriendo un eterno tormento?
Este argumento es un ad misericordiam, o en su defecto, falacias donde se busca manipular los sentimientos de las personas con argumentos llamando a compasión. En lenguaje popular, estamos frente a un “rompecorazones” al mejor estilo de novela televisiva. Los que plantean la objeción parecen ignorar que en cierto punto, los salvos verán las cosas exactamente como Dios las ve y comprenderán que justicia es justicia.
Podemos sugerir además, que sin duda toda lágrima y dolor serán borrados en la presencia de Dios (Ap. 21:4). Por otra parte, el argumento parece basarse en la idea de que el infierno contiene llamas de fuego literales. Este es un grave error de interpretación. El lenguaje de fuego y azufre literal debe ser abandonado por los cristianos responsables, no importa cuán solemne y respetable sea la memoria de los grandes hombres de Dios que lo emplearon en el pasado.
Los aniquilacionistas, a su vez, observan también que todo el lenguaje bíblico sobre fuego es evidencia de que la gente es destruida en vez de padecer en el infierno por siempre. Dicen que lo que es arrojado al fuego no es indestructible. El fuego es lo que es eterno y nunca se apagará. Pero lo que se arroja al fuego será destruido.
Nosotros contestamos que el lenguaje de fuego, llamas y humo, es figurado. En Apocalipsis se habla de que la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Pensemos por un momento: el Hades es algo que no puede ser quemado. Es una dimensión. Es como decir que el cielo también puede ser quemado. El cielo no es el tipo de cosa que puede quemarse. Y la muerte, ¿cómo puede ser quemada?. La muerte no es algo a lo que le podemos acercar un encendedor y quemarla.
Sabemos que la referencia al fuego es figurada porque si la tomamos literalmente no tiene sentido. El infierno es descrito también como “las tinieblas de afuera”, sin embargo también contiene fuego. No podría ser, las llamas iluminarían el lugar. Jesucristo retornará, según Apocalipsis 1, con sus ojos como llama de fuego. Sus pies serán como bronce estando en un horno. Las llamas significan que Cristo vendrá en juicio. Hebreos 12:29 dice que Dios es fuego consumidor. Nadie se imagina a Dios como un gigante lanzallamas cósmico.
Resumiendo, el fuego del infierno simboliza juicio. El castigo del infierno es separación de Dios, y ésta traerá verguenza, angustia y remordimiento. Debido a que las personas tendrán cuerpo y alma en su estado de resurrección, las miserias que se sufrirán serán mentales y físicas. El dolor que se experimentará será el resultado del exilio final y sin término alejados de Dios, de su reino, y de la buena vida para la que fuimos creados en primera instancia. La gente en el infierno se lamentará profundamente (más allá de lo que las palabras pueden describir) de todo lo que perdieron.
Es obvio que el lago de fuego es simbólico de juicio. Cuando la Biblia dice que el Hades tendrá un fin, la palabra Hades se refiere al estado temporario entre la muerte y la resurrección final. En ese momento, las personas tendrán sus cuerpos otra vez, y serán localizadas lejos de Dios. La muerte también tendrá fin porque ya no habrá más gente que muera. Conclusión: el lenguaje sobre fuego y lago de fuego es un recurso literario, no se trata de fuego literal.
Argumento ad populum (estrategia de los improperios)
“Dios es un torturador sadístico”. “Dios pierde la batalla por las almas”. “Dios no es un Dios de amor”, etc., etc., etc.
Frases como éstas son usadas para criticar la posición que sostiene que los pecadores que rechazaron la provisión salvadora de Cristo, pasarán la eternidad en estado consciente y separados de Dios, sumidos en tormento. Este tipo de improperio no es más que un intento de manipular las emociones de la gente y obtener apoyo para la teoría de la aniquilación. En lógica se les llama argumentos ad populum. Es una estrategia que recurre a las emociones y que es la artimaña de todo propagandista y demagogo. Es una falacia porque reemplaza la laboriosa tarea de presentar pruebas y argumentos racionales con un lenguaje expresivo y otros recursos para provocar entusiasmo, angustia, furia u odio.
Ante este seductivo lenguaje engañoso, podemos contestar que aquellos que son condenados escogieron libremente terminar en el infierno. Dios no es ningún torturador. Esto lo comprendemos cuando llegamos a saber que el infierno no es un lugar de fuego, sino un estado eterno (sin dejar de ser un lugar) de angustia, remordimiento, deshonor, vergüenza y soledad. Es una condición que el pecador trar sobre sí mismo. Su rebeldía contra Dios continuará aun en el infierno. Como bien dijo C. S. Lewis, las puertas del infierno serán trabadas desde adentro. Podemos agregar, también, que la misericordia de Dios se extiende hasta el infierno, ya que habrá allí grados o niveles de desolación, de acuerdo a la gravedad de los pecados de cada individuo. En el infierno, todos serán perfectamente miserables, pero no igualmente miserables.
Conclusión
Deseamos señalar que hemos evitado, en lo posible, sobrecargar el estudio con numerosos pasajes bíblicos usados para defender el aniquilacionismo con su correspondiente refutación. Tampoco hemos sobreabundado en pasajes esgrimidos a favor del castigo eterno, por considerar que existe ya abundante información al respecto en la internet. Hemos preferido hacer una aproximación al tema del aniquilacionismo desde el punto de vista histórico al principio, aunque breve, para luego abordar sus yerros teológicos, hermenéuticos y morales, finalizando con las falacias lógicas de los argumentos extrabíblicos empleados por los aniquilacionistas.
Lo cierto es que la doctrina del castigo eterno es enseñada claramente en la Escritura, por más impopular que parezca ser. Los aniquilacionistas tratan de ocultarla mediante el uso deshonesto de la distorsión de pasajes, tergiversación del lenguaje, razonamientos erróneos y sobre todo, la manipulación de los sentimientos. Es allí donde los aniquilacionistas toman ventaja de las emociones humanas, porque saben que el impacto de la doctrina hace blanco en las vidas de muchos que tuvimos familiares cercanos que nunca formaron parte de la familia de Dios.
Termino con una nota personal. No hay un solo día en que yo no recuerde al progenitor de mis días. Mi padre murió hace quince años y todo parece indicar que murió sin Cristo. Lo digo porque no estuve junto a él en sus últimos días, nos separaban diez mil millas de distancia. Fue un hombre de orígenes humildes que trabajó arduamente hasta convertirse en el hombre proveedor por excelencia, estimado en gran forma por los que lo conocieron, dadivoso, siempre listo a ayudar y a proteger. Un hombre sencillo, íntegro y fiel, aunque lejos de ser perfecto (¿quién lo es?). En realidad no sé si alguna vez alguien le presentó el evangelio. Recuerdo que durante mi niñez, mi madre pareció buscar al Señor integrándose a un grupo de estudios bíblicos. Lamentablemente, la dama a cargo de los estudios impartía una enseñanza legalística en extremo (pintarse los labios era tabú), tal es así que mi padre sólo conoció esa rama evangélica deformada que hace del cristianismo algo inatractivo, algo que ahuyenta en lugar de provocar interés. ¡Con razón mi padre no quiso saber nada con el evangelio! Cualquier persona en sus cabales rechaza tal caricatura de la vida cristiana. ¿Estoy acaso justificando a mi padre? En ninguna manera. La Escritura nos dice que nadie tendrá excusas que presentar ante Dios. Yo quisiera de todo corazón que los aniquilacionistas tuvieran razón, pero el árbitro final en estas cosas no son mis deseos ni mis razonamientos, sino la Palabra de Dios. Es realmente angustiante pensar que un ser querido esté sufriendo, pero en última instancia sólo puedo descansar en la misericordia y bondad de Dios, y le agradezco que en su plan para mi vida, en su Providencia, me dio el padre que me dio. En el análisis final, el tiempo, lugar, condiciones y padres de los cuales nacimos, fueron ordenados soberanamente por Dios. No hablo de determinismo ni fatalismo, sino de la soberanía de Dios actuando entrelazada con la voluntad y los caminos del hombre en ese majestuoso plan de los siglos diseñado por Dios. ¡A él sea toda la gloria!
Por lo demás, el saber que existe un futuro de angustia eterno para aquellos que rechazaron a Dios, debería ser razón suficiente para predicar con más denuedo el evangelio de Cristo. La doctrina de la aniquilación, por otra parte, no estimula al cristiano a predicar el evangelio. Después de todo, no hay nada de que advertirle al impío. El malvado no tiene que nada que temer, ya que en última instancia no tendrá que pagar por sus transgresiones. ¿Qué impresión podemos causar en el pagano moderno cuando le decimos que si no acepta a Cristo se extinguirá como la llama de una vela? Eso es lo que él cree en primer lugar, y no necesita a Cristo en la ecuación.
Fuentes:
Death and the Afterlife, Robert Morey, Bethany House, 1984. The Case for Christ, Lee Strobel, Zondervan, 1998. Reasoning from the Scriptures with the Jehovah’s Witnesses, Ron Rhodes, Harvest House, 1993. The Kingdom of the Cults, Walter Martin, Bethany House, 1992. Blow Out the Candle, A Critical Look at Annihilationism, James Patrick Holding http://www.tektonics.org/af/annix.html Inerrancy, Editado por Norman L. Geisler, Zondervan, 1980. Seventh Day Adventist Believe, A.G.I.A.S.D., Pacific Press, 1988.
¿Cómo identificar la doctrina de los falsos maestros?
Sugel Michelén
Sería imposible en un sólo artículo hablar detalladamente de las diversas doctrinas erróneas enseñadas por los falsos profetas. No obstante, en el pasaje de Mateo 7:15-23 nuestro Señor Jesucristo nos da una clave que nos ayudará a englobar sus enseñanzas.
¿Cuál es el contexto en que aparece esta advertencia sobre los falsos profetas? La invitación a entrar por la puerta estrecha, y la advertencia de que también existe una puerta ancha, que no es otra cosa que la oferta del enemigo de nuestras almas, quien nos asegura que podemos alcanzar el reino de los cielos sin tener que sufrir todos los inconvenientes que trae consigo el camino de Cristo (comp. Mt. 7:13-14).
El Señor está persuadiendo aquí a Su auditorio a entrar por la puerta estrecha, porque a pesar de ser estrecha, es la única vía de acceso al reino de los cielos. Y es en ese contexto que dice en el vers. 15: “Guardaos de los falsos profetas”. De donde deducimos que la característica general de los falsos profetas es que prometen salvación, pero rebajando al mismo tiempo las demandas del evangelio.
Ofrecen salvación sin tener que entrar por la puerta estrecha ni caminar por el camino angosto. Aquietan la intranquilidad de sus corazones con algo menos que una verdadera obra de gracia en el corazón; de manera que al final los pecadores se sienten tranquilos y en paz, a pesar de no ver en sus vidas las señales que acompañan el verdadero arrepentimiento y la verdadera fe.
¿Cuáles son los pasos que debe dar el pecador para entrar por la puerta estrecha? Arrepentirse de sus pecados, y creer en Cristo; tomar la decisión de divorciarse de su vida de pecado, y abrazar a Cristo tal como es ofrecido en el evangelio: Como el Sacerdote que te redime, como el Profeta que te revela la voluntad de Dios, y como el Rey que gobierna sobre tus pasiones y deseos.
Ese es el mensaje claro que encontramos en todo el NT (comp. Mr. 1:14-15; Hch. 20:18-21). Cualquier persona que enseñe un camino diferente para llegar al cielo que no sea a través de esa puerta estrecha del arrepentimiento y la fe, es un falso profeta aunque cite media Biblia en cada sermón.
La salvación que Cristo ofrece al pecador por medio de la fe no es simplemente un pasaje gratis al cielo, sino reconciliación con Dios y la liberación del dominio del pecado sobre nuestras vidas. Incluye el destronamiento del pecado y la entronización de la gracia, como dice Pablo en Rom. 6:14: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. Si estáis bajo la gracia el pecado no puede seguir reinando. Luchamos diariamente contra él, sigue siendo nuestro enemigo, pero ya no es nuestro rey. Y en ese mismo capítulo de Romanos, en el vers. 20, dice Pablo: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin la vida eterna”. ¿Quiénes son los que tienen como fin la vida eterna? Aquellos que tienen ahora por fruto la santificación porque han sido libertados del pecado.
El falso profeta excluye de su mensaje este aspecto esencial del evangelio. Entretienen a los hombres con diversos temas, algunos muy útiles por cierto, pero no les hablan del arrepentimiento, no los enfrentan con sus pecados, no les hablan de esa fe en Cristo que nos lleva a abrazarlo tal como Él es ofrecido en el evangelio; no sólo como nuestro Sacerdote, sino también como nuestro Profeta y como nuestro Rey.
En otras palabras, introducen su veneno a través de lo que dicen, pero también a través de lo que callan (comp. Ap. 22:18-19). Ellos no echan a un lado la Biblia completamente, pero le añaden y le quitan. Mantienen ciertas cosas esenciales de la Biblia, hablan de Cristo, de Su muerte en la cruz, de confiar en Él; pero todo esto viene a ser en su predicación un conjunto de frases sin sentido. “Debemos confiar en Jesús”, “debemos dejar que Jesús guíe nuestros pasos”, “debemos tener un encuentro personal con Jesús”.
Todo eso suena muy bien, pero ¿cuáles son las implicaciones prácticas de esas cosas? ¿Qué significa la guía de Jesús sobre nuestras vidas? ¿Cómo me afectará esto en mis negocios, en mi relación con el mundo que me rodea, en el uso de mis bienes? ¿Qué significa realmente confiar en Jesús? ¿Cuáles consecuencias vendrán a mi vida por confiar en Él? Esa es la parte que el falso profeta prefiere callar. Es por eso que el ministerio de los falsos profetas generalmente resulta muy consolador al principio.
Con esto no estoy diciendo que los verdaderos predicadores no deban consolar con la Palabra de Dios. Gracias a Dios que en la Biblia encontramos textos tan consoladores como Rom. 8:28 o el Salmo 23. Pero noten que la Biblia consuela al que debe consolar. Pablo señala en Rom. 8:28, por citar un texto, quiénes son los que tienen derecho a ampararse en esas palabras tan consoladoras: “Los que aman a Dios”. Y ¿quiénes son los que aman a Dios? El Señor responde a esto en Jn. 14:21-23: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”. El falso profeta se limita a citar la consolación, pero no lleva a su auditorio a examinar con objetividad sin tienen derecho a apropiarse de tales promesas.
En Jer. 6:14 el Señor nos advierte que los falsos profetas “curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz”. Eso es lo que el pueblo quería oír, y por lo tanto es lo que los profetas falsos les decían (comp. Is. 30:9-10). Ahora, imaginen el contraste entre el mensaje de estos hombres, siempre tan consolador, tan tranquilizante, con el mensaje de Isaías (comp. Is. 1:10-18). Mientras los falsos profetas decían al pueblo que todo estaba bien y que no tenían nada de qué preocuparse, Isaías les decía que ellos no tenían garantía alguna de tener sobre ellos la bendición de Dios, mientras establece la base apropiada para recibir la bendición divina (comp. Is. 1:18-19).
Y ¡cuántos van hoy camino al infierno, tranquilos y confiados, sin haber entrado nunca por la puerta estrecha del verdadero arrepentimiento y la verdadera fe, y sin estar transitando por el camino angosto de una vida santa! Prestaron oídos a estos falsos profetas que hablan de paz cuando no hay paz, y ahora caminan tranquilos hacia las llamas del infierno (comp. Ez. 13:21-23). No son pocos, sino muchos, los que el día del juicio escucharán aquellas solemnes palabras del Señor: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores del maldad” (Mt. 7:23).
La Biblia advierte que muchos se enfrentarán con la muerte sumidos en una falsa paz; si no deseas pertenecer a ese grupo asegúrate de haber entrado por la puerta estrecha, y de que estás transitando en estos momentos por el camino angosto.
Sugel Michelén
Es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Ha sido por más 35 años uno de los pastores de Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo, en República Dominicana, donde tiene la responsabilidad de predicar regularmente la Palabra de Dios. Es autor de varios libros, incluyendo De parte de Dios y delante de Dios y El cuerpo de Cristo. El pastor Michelén y su esposa Gloria tienen 3 hijos y 5 nietos. Puedes seguirlo en Twitter.
La autoridad de Dios es Su derecho de decir a Sus criaturas lo que deben hacer. El control tiene que ver con Su poder; la autoridad tiene que ver con Su derecho. El control significa que Dios hace que todo suceda; la autoridad significa que Dios tiene el derecho de ser obedecido y, por tanto, nosotros tenemos la obligación de obedecerle.
La autoridad de Dios es parte de Su señorío. Cuando Dios se encuentra con Moisés en Éxodo 3 le da un mensaje autoritativo —deja ir a Mi pueblo para que me sirvan— el cual tiene autoridad aún sobre Faraón (Éx 4:12). Cuando Dios se encuentra con Israel en el Monte Sinaí, Él se identifica a Sí mismo como Señor (Éx 20:1-2) y les dice que no tengan otros dioses delante de Él (v. 3). El señorío de Dios significa que debemos obedecer Sus Diez Mandamientos y cualquier otro mandamiento que decida darnos. Así que Dios nos llama a confesar Su señorío y luego a continuar obedeciendo todos Sus mandamientos (Dt 6:4-6). También Jesús dice una y otra vez, de varias maneras: “Si me aman, guarden Mis mandamientos” (Jn 14:21, 23; 15:10, 14; 1Jn 2:3-6; 3:22, 24; 5:3; 2Jn 6; Ap 12:17; 14:12). ¿“Cómo —pregunta Él— puedes llamarme ‘Señor, Señor’, cuando no obedeces lo que yo digo”? (Lc 6:46 parafraseado; ver Mt 7:21-22).
La autoridad de Dios es absoluta. Esto significa, en primer lugar, que no deberíamos dudarla ni cuestionarla. Pablo dice que Abraham “no titubeó con incredulidad” al poner su fe en las promesas de Dios (Ro 4:16-22). Sin duda, Abraham fue tentado a titubear. Dios le había prometido la tierra de Canaán, y aunque él vivía ahí no poseía ni un centímetro cuadrado de aquel territorio. Dios le había prometido a Abraham un hijo, el cual tendría más descendientes que la arena del mar. Pero la promesa no se había cumplido todavía, y ya su esposa Sara había pasado la edad de concebir hijos, mientras que él tenía más de cien años de edad. Sin embargo, Abraham se aferró a la palabra autoritativa de Dios, aún en contra de la evidencia que obtenía de sus sentidos.Y así mismo debemos hacer nosotros.
En segundo lugar, que la autoridad de Dios sea absoluta significa que Su señorío trasciende todas nuestras otras lealtades.Tenemos el derecho de ser leales a nuestros padres, a nuestra nación, a nuestros amigos; pero Dios nos llama a amarle con todo nuestro corazón; es decir, sin rival alguno. Jesús dijo a Sus discípulos que honraran a sus padres (Mt 15:3-6), pero les dijo que lo honraran a Él aún más (Mt 10:34-38; ver Mt 8:19-22; 22:37; Fil 3:7-8).
En tercer lugar, que la autoridad de Dios sea absoluta significa que cubre todas las áreas de la vida humana. Pablo dice que “ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31; ver Ro 14:23; Col 3:17, 24; 2Co 10:5). Todo lo que hacemos, o es para la gloria de Dios, o no lo es. Dios tiene el derecho de ordenar cada aspecto de la vida humana.
Este artículo La autoridad de Dios: qué es y cómo se muestra fue adaptado de una porción del libro La Salvación es del Señor publicado por Poiema Publicaciones. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
Lucas Alemán es director de educación en español y profesor de Antiguo Testamento en The Master’s Seminary, y director ejecutivo de la Sociedad Teológica Cristiana. Además, es pastor en la Iglesia Bíblica Berea en North Hollywood, California. En 2016, Lucas comenzó a enseñar en The Master’s Seminary como miembro adjunto de la facultad. Si bien sus cursos de especialización son panorama del Antiguo Testamento, gramática de hebreo y exégesis de hebreo, él también da clases de exégesis de griego y teología. En 2018, se unió a la facultad de tiempo completo. Lucas y su esposa, Clara, tienen dos hijos, Elías Agustín y Enoc Emanuel.
90 Segundos de teología Sistemática Josias Grauman Es decano de educación en español y profesor de exposición bíblica en The Master’s Seminary. El Dr. Grauman comenzó su ministerio a tiempo completo como capellán de hospital, sirviendo durante 5 años en el Hospital del Condado de Los Ángeles. Más tarde, él y su esposa sirvieron en la Ciudad de México como misioneros, donde Josías ayudó al Seminario Palabra de Gracia a lanzar su programa de idiomas bíblicos. Josías fue ordenado en Grace Community Church, donde actualmente sirve como anciano en el ministerio en español, junto con su esposa y tres hijos. Josías estudió un B.A. en idiomas bíblicos en The Master’s University, un M.Div. y un D.Min. en The Master’s Seminary. Entre sus obras se encuentran las siguientes: Griego para pastores y Hebreo para pastores.
Es vicepresidente de Coalición por el Evangelio. Es el pastor de predicación y visión de la Iglesia Bautista Internacional, y presidente de Ministerios Integridad y Sabiduría. El Dr. Núñez y su ministerio es responsable de las conferencias Por Su Causa, que procuran atraer a los latinoamericanos a las verdades del cristianismo histórico. Puedes encontrarlo en Twitter.
Los dones no hacen espiritual a la persona A la iglesia en Corinto no le faltó ningún don, pero no tenía mucha espiritualidad. Eran muy carnales en sus vidas. Aún con los dones milagrosos no hay una garantía de espiritualidad. Parece que enfatizaron tanto los dones del Espíritu que ignoraron los problemas de su vida espiritual. Es cierto que cada creyente tenía un don espiritual, sin embargo es obvio que no por eso eran espirituales. Algunos creyentes pueden estar dotados en formas extraordinarias, pero faltarles muchas cualidades de espiritualidad. Lo que es absurdo es que la persona pueda engañarse a sí misma pensando que, por medio de su don, su servicio al Señor sigue aparentemente efectivo.
Los dones del Espíritu no son dados para hacerse espiritual, sino para capacitar a cada individuo en el Cuerpo de Cristo con un ministerio a los demás. La efectividad de este ministerio depende de la motivación de amor que impulse al dotado a servir a otros. La espiritualidad de un creyente está relacionada con su conocimiento bíblico y la disposición de obedecer lo que entiende de la Palabra. En realidad, necesitamos a los demás para ministrarnos a fin de que sigamos madurando en la fe y la vida cristiana. Mientras ministramos a otros, ellos nos ministran a nosotros y así el Cuerpo de Cristo va “edificándose” debido a que sus miembros se edifican el uno al otro.
El reconocimiento de su don no es vital para su servicio a Cristo Es cierto que cada creyente tiene un don espiritual que Dios le ha dado como El quiso en Su voluntad soberana. En 1 Corintios 12 aparentemente no todos los creyentes tenían el don que ellos hubieran preferido. Esta circunstancia era dada por el hecho de que el individuo no tenía la elección de sus dones. Es claro que cada creyente puede saber que tiene un don y debe tratar de identificarlo. Sin embargo, el don funcionará ya sea que el creyente lo reconozca o no. Por eso, mucha veces otras personas reconocen el don antes que la persona misma lo identifique.
Si la persona es sensible a la voluntad de Dios, su don llegará a ser evidente. Casi todos los dones vigentes tienen mandamientos relacionados (repartir, evangelizar, enseñar, exhortar, mostrar misericordia, tener fe, etc.). Si estamos practicando estos mandamientos algunos van a destacarse en ciertas áreas por el poder de su don. Aún el apóstol Pablo no fue reconocido como un apóstol hasta después de un largo tiempo de funcionar como apóstol (Gá. 2). Es evidente que para el creyente el reconocimiento de su don no tiene prioridad, porque no hay ninguna orden que obligue el creyente a descubrirlo. Muy pocos dones son descritos en detalle. De todos los mandamientos de la vida cristiana, ninguno se relaciona con una obligación de descubrir los dones. Inclusive, si no fuera por el problema de las lenguas en Corinto sabríamos muy poco de los dones espirituales.
Los dones hacen ciertos ministerios más fáciles, pero no limitan las demás responsabilidades en la obra del ministerio. Es mucho más importante seguir los mandamientos de la Palabra que conocer cuáles son nuestros dones. El peligro de descubrir el don es que la persona lo use como pretexto para ignorar o desobedecer otras responsabilidades bíblicas. Sin embargo, si uno tiene el conocimiento de su don y debe tomar una decisión en cuanto a la elección de un ministerio, se puede elegir aquel que más concuerde con el área para el cual Dios le capacitó. Es posible que su don pueda ser una indicación de la dirección de Dios para su vida.
Los dones son un Medio, no un Fin Los dones son un medio para edificar o servir al Cuerpo de Cristo. Tener un don no es el propósito o meta de la vida cristiana. Algunos han hecho del descubrimiento y la manifestación de su don la meta de su vida cristiana. Este concepto no es bíblico. Los dones no son para ser codiciados, ni para ser usados egoístamente, sino para servir a los demás (1 Co. 13). Si comparamos el descubrimiento de nuestros dones con otros principios del N.T. es evidente que la manifestación del fruto del Espíritu (Gá. 5:22–23) es más importante que la manifestación de los dones del Espíritu. El conocimiento bíblico y el pensar bíblicamente son más importantes que el reconocimiento de los dones. Es posible que el énfasis en ciertos dones pueda causar tremenda negligencia a otras verdades vitales de la vida cristiana. Por tanto, el enfoque debe estar más bien en el conocimiento de Su voluntad revelada y cómo practicarla diariamente. Los dones son dados para ministrarse el uno al otro. Cuando el Espíritu utiliza a otros para hablar a su vida por la Palabra, se la debe recibir con todo el corazón. Los dones no son secretos místicos que solamente los iniciados pueden conocer, sino capacidades dadas por Dios para suplir necesidades prácticas y para ser de bendición a otros. El conocimiento de su don no garantiza un poder mágico, ni un éxito asegurado. La persona que posee un don no es infalible, ni más excelente que otros, sino alguien que tiene una motivación (energía) y deseo especiales para servir a otros en su área. La búsqueda de poder puede ser una motivación pagana y egoísta. Los brujos como Simón el mago (Hc. 8), buscan más poderes tal como algunos en la actualidad. Solamente los dones de señales fueron otorgados completamente desarrollados desde el comienzo de su manifestación. Sería difícil sanar a una persona parcialmente, o hacer medio milagro. Los demás dones deben ser desarrollados por el ejercicio y las instrucciones o correcciones de los demás, para ir perfeccionándose en “la obra del ministerio” (Ef.4:12). Ningún creyente debe vivir bajo la tensión o ansiedad de descubrir sus dones. Es muy posible que pasarán años de servicio para el Señor hasta que su verdadero don se manifieste. Cuanto más estemos comprometidos en servir a Su Iglesia con nuestras vidas, más eficaces querrá Dios que seamos. El va a encargarse de iluminarnos en cuanto a nuestros dones, cuando sea importante desde Su punto de vista. Mientras tanto tenemos mucho por hacer en la obra de Dios, lo cual es necesario hacer hoy ya sea que tengamos el don o no.
Los dones milagrosos marcaron el comienzo de la Iglesia y la confirmación del Nuevo Testamento El propósito de este estudio ha sido el análisis de los dones no vigentes, con atención especial al énfasis excesivo que en nuestros días se coloca sobre los dones milagrosos. Los abusos que evidentemente son producto de una desviación de la enseñanza bíblica no son insignificantes ni se los puede ignorar. Lo que hoy es una desviación menor, mañana es una herejía. Cuando algo no está conforme a la Palabra de Dios, eventualmente resultará en un peligro serio para la Iglesia. Espero que el estudio haya clarificado ciertas verdades:
Primeramente, que no hay ninguna similitud entre los dones carismáticos actuales de profecía, milagros, sanidades y lenguas y los dones genuinos mencionados en el texto del Nuevo Testamento. La evidencia bíblica que comprueba que tales dones fueron temporarios es abundante, además de la comprobación de la evidencia histórica. Por tanto los fenómenos que se ven hoy en día no provienen del Espíritu.
En segundo lugar, la descripción de los dones en los evangelios y en Hechos indican una calidad de carácter indudablemente divino. Es imposible explicar lo que sucedió como algo psicológico o fingido. Los innumerables milagros que Jesús (Jn. 21:25) y también sus apóstoles realizaron, muestran que la única fuente fue el poder del Dios vivo. Los substitutos e imitaciones de hoy son, en comparación, pálidas falsificaciones de los hechos reales.
Finalmente, Dios dio estos dones milagrosos para establecer Su Iglesia. Este testimonio no ha sido visto antes, ni después de aquel tiempo. La confianza que tenemos de la validez de nuestra fe es la confirmación que Dios dio a aquellos hombres. Si la locura que hoy se observa es la misma cosa, ¿¡sobre qué estamos parados!? No, los dones milagrosos de los apóstoles obraron resultados idénticos a los milagros de Jesús y confirman que lo que ellos comunicaron a la Iglesia, especialmente por escrito, tiene la autoridad de Jesús mismo.
Fanning, D. (2012). Dones Vigentes (First Edition, pp. 277-280). Branches Publications.
Una vez me presentaron en una convención como el hombre que es mucho más simpático en persona que en sus libros. No pude evitar reírme, ya que esta presentación era sin duda una broma amistosa. Pero había verdad en esas palabras, y yo lo sabía.
Entiendo que muchos -tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella- me consideren un cascarrabias, hiperdoctrinal, duro, inflexible e intransigente. Incluso me han llamado mezquino. Y, en cierto modo, entiendo por qué la gente me ve así; después de todo, parece que casi siempre estoy en el centro de algún debate evangélico. Algunas de las personas más cercanas a mí me han dicho que ya es hora de explicar por qué. Este pequeño libro es mi intento de hacerlo.
Cuando era joven y me preparaba para el ministerio, nunca pensé que me pasaría la vida luchando. No sabía que este era el ministerio que Dios tenía para mí. Pero aquí estoy.
Y cuanto más reflexiono sobre el ministerio, más me doy cuenta de que hay una cierta esquizofrenia en él, una especie de mundo dual en el que vivo. Mi trabajo es tratar a aquellos que Dios ha puesto bajo mi cuidado -la gente de Grace Community Church- con amor, ternura, amabilidad, misericordia y compasión. Tiene que haber confianza entre un pastor y su pueblo, la suavidad del cuidado pastoral. Y sin embargo, al mismo tiempo, tengo que librar batallas para proteger a las ovejas de Grace Church.
Dios me ha dado la responsabilidad de luchar por mi rebaño, y estoy llamado a llegar muy lejos para hacerlo.
Charles Spurgeon utilizó la imagen de la espada y la paleta para describir esta doble realidad pastoral: con la paleta, el pastor está construyendo cuidadosamente su iglesia. Y con la espada en la otra mano, está luchando para proteger lo que ha construido. La imagen de un pastor como alguien que, por un lado, es un pastor tierno y, por otro, un guerrero que lucha contra el enemigo, es fundamental para la noción bíblica de pastor.
Pablo advierte a los ancianos de Éfeso de esta realidad en Hechos 20: que entrarían lobos de entre ellos, que no perdonarían al rebaño (Hechos 20:29). Hombres malvados se levantarían y llevarían a muchos por mal camino, y hoy estamos presenciando exactamente eso. Este es el estado actual de nuestra iglesia.
Pero entre muchos líderes evangélicos de estos días, parece haber una renuencia a luchar. La iglesia cree ahora que el papel del pastor es complacer y mimar a los inconversos; los líderes de hoy se apresuran a evitar la más mínima ofensa, cuando, en realidad, todo su ministerio estaba destinado a ser una ofensa. Como resultado, hay mucho menos convicción en la iglesia de lo que solía haber. Muchos pastores ya no defienden los temas por los que nuestros padres en la fe una vez perdieron sus vidas.
Mi oración y anhelo, no sólo por los pastores sino por todos los creyentes, es que lleguen al final de sus vidas y puedan exhalar con el apóstol Pablo, He peleado la buena batalla. Y mientras estemos vivos, esta lucha nunca terminará. Los personajes cambian, los escenarios cambian, pero la batalla sigue siendo la misma: la lucha es siempre y para siempre por la Palabra de Dios.
Y, por desgracia, he perdido a muchos amigos en esta lucha. He visto -lenta y constantemente- cómo se adelgazaban las filas ministeriales. ¿Por qué hemos perdido a tantos? Porque ya no estaban dispuestos a librar la batalla cuando y donde ésta era más feroz.
Hay un viejo refrán que dice que si luchas la batalla en todas partes menos donde es más intensa, eres un soldado infiel. He visto la triste realidad de ese dicho ante mis ojos. Los líderes de la iglesia deben ir al punto del conflicto más feroz, y luego deben permanecer allí.
No basta con adoptar una postura donde no hay lucha. El terreno donde se libra la batalla es donde se demuestra la fidelidad.
Pero comprendo los estragos que puede causar la lucha. Recuerdo haber leído la triste biografía de A.W. Pink, una mente tan formidable y un erudito tan fiel. Pasó la mayor parte de su vida estudiando, predicando y pastoreando y, sin embargo, en sus últimos días, se encontró recluido en un pequeño apartamento de la costa norte de Escocia. Lo único que le quedaba era hostilidad hacia el mundo.
¿Cómo acabó así?
A.W. Pink se cansó del rechazo, de la batalla. Dejar el pastorado fue potencialmente el momento decisivo en la caída de A.W. Pink. Se alejó de una congregación amorosa de personas que equilibraban los desafíos y las decepciones del ministerio con amor y aliento. Abandonar el ministerio pastoral y convertirse en un pastor errante sin ningún lugar al que acudir para ser abrazado y amado es algo peligroso. Deja al pastor vulnerable al cansancio de la lucha. El ministerio consiste en luchar contra el enemigo por el bien de la verdad y la protección de tu pueblo, y luego derramar tu corazón a una congregación de personas que te amarán y te sostendrán en sus corazones. Esto es lo que llena de alegría mi corazón de pastor.
Soy un defensor de la verdad, y la Iglesia es el pilar y el apoyo de la verdad. En definitiva, vivo para la verdad. Nunca quiero tergiversar la verdad. Pero una vez que comprendo la Palabra de Dios, no se me pasa por la cabeza lo que puedan pensar los demás. Mi suposición es que los santos abrazarán la verdad, y los perdidos la rechazarán. Nuestro Señor enseñó la verdad pura y fue crucificado a mano de las multitudes. El mundo es hostil a la verdad, que es la razón por la que hay una batalla.
Mi trabajo es defender fielmente la verdad, no complacer a los hombres.
En los primeros años de mi vida y de mi ministerio pastoral, el enemigo solía estar fuera de la Iglesia: en las sectas, en las falsas religiones y en la flagrante impiedad. Pero ahora el enemigo -parece que cada día- encuentra nuevas grietas por las que colarse en la Iglesia. En mi ministerio de hoy, apenas recibo hostilidad de los que están fuera de la iglesia, pero recibo mucha de los que están dentro de ella. Y esto es exactamente lo que Judas dijo que sucedería. Judas escribe:
Amados, por el gran empeño que tenía en escribiros acerca de nuestra común salvación, he sentido la necesidad de escribiros exhortándoos a contender ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos. Pues algunos hombres se han infiltrado encubiertamente, los cuales desde mucho antes estaban marcados para esta condenación, impíos que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje, y niegan a nuestro único Soberano y Señor, Jesucristo. (Judas 3-4, la cursiva es mía)
¿Por qué lucho? Sencillamente, porque se me ha ordenado hacerlo.
En este pasaje se me ordena contender fervientemente por la fe revelada en las Sagradas Escrituras que ha sido “transmitida una vez para siempre a los santos.” Esta es la esencia misma de la vida cristiana.
La vida cristiana no trata de personalidades u opiniones; trata de la verdad.
Judas es el único libro de las Escrituras enteramente dedicado a la lucha por la verdad. En el Nuevo Testamento, Judas se sitúa a la sombra del libro del Apocalipsis, y sigue inmediatamente a 1-3 Juan, libros enteramente dedicados al concepto de la verdad. Por ejemplo, los primeros versículos de 2 Juan dicen:
El anciano a la señora escogida y a sus hijos, a quienes amo en verdad, y no solo yo, sino también todos los que conocen la verdad, a causa de la verdad que permanece en nosotros y que estará con nosotros para siempre: Gracia, misericordia y paz serán con nosotros, de Dios Padre y de Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y amor. Mucho me alegré al encontrar algunos de tus hijos andando en la verdad, tal como hemos recibido mandamiento del Padre. (2 Juan 1-4a, la cursiva es mía)
La verdad se repite cinco veces en el discurso inicial de esta carta. El mismo énfasis puede encontrarse en las palabras iniciales de 3 Juan:
El anciano al amado Gayo, a quien yo amo en verdad. Amado, ruego que seas prosperado en todo así como prospera tu alma, y que tengas buena salud. Pues me alegré mucho cuando algunos hermanos vinieron y dieron testimonio de tu verdad, esto es, de cómo andas en la verdad. No tengo mayor gozo que este: oír que mis hijos andan en la verdad. (3 Juan 1-4, la cursiva es mía)
Las últimas cartas del último apóstol vivo estaban dedicadas a la preeminencia de la verdad. E inmediatamente después de las últimas cartas de Juan está el libro de Judas. El mensaje de Judas es que los creyentes van a tener que luchar hasta el final por la verdad. A medida que se acerca el fin, los falsos maestros se multiplicarán, propagando mentiras que muchos creerán. Como resultado, esta Era de la Iglesia es esencialmente una lucha incesante por la verdad, hasta que el Señor regrese.
Fue el Señor quien preguntó: “Cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lucas 18:8). Qué pregunta tan sorprendente, sobre todo a la luz de lo vibrante que fue el comienzo de la iglesia. El día de Pentecostés, tres mil almas se convirtieron a la Iglesia. Luego, en los días y semanas siguientes, miles y miles se arrepintieron y creyeron. Esto fue solo en los primeros meses de la iglesia.
Pero la pregunta de Jesús aún permanece: “Cuando Él venga, ¿encontrará fe en la tierra?”
La implicación es clara: no podemos dar por sentado que la fe se va a extender como un reguero de pólvora por todo el mundo. Las mentiras del enemigo van a intentar -por todos los métodos imaginables- ahogar la expansión de la iglesia. Las batallas implican oposición. Y si usted piensa que es menos que una batalla, el ministerio será un shock total.
Pablo escribe sobre estos últimos días:
Pero el Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe, prestando atención a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios. (1 Tim. 4:1)
Este versículo advierte de los falsos maestros que han perdido todo temor de Dios, que han cauterizado de tal manera sus conciencias que sus conciencias están marcadas en silencio.
Pablo advierte a los creyentes tesalonicenses: “Que nadie os engañe en ninguna manera, porque no vendrá sin que primero venga la apostasía y sea revelado el hombre de pecado, el hijo de perdición,” (2 Tesalonicenses 2:3). Viene una apostasía, una enorme deserción de la iglesia.
El libro de 2 Pedro advierte que vendrán falsos maestros. Pedro escribe:
Pero se levantaron falsos profetas entre el pueblo, así como habrá también falsos maestros entre vosotros, los cuales encubiertamente introducirán herejías destructoras, negando incluso al Señor que los compró, trayendo sobre sí una destrucción repentina. Muchos seguirán su sensualidad, y por causa de ellos, el camino de la verdad será blasfemado; y en su avaricia os explotarán con palabras falsas. El juicio de ellos, desde hace mucho tiempo no está ocioso, ni su perdición dormida.. (2 Pedro 2:1-3)
La batalla se libra entre la verdad y los que propagan el error. Pedro escribe que ya vienen; y luego Judas dice que ya están aquí. Llegaron los falsos maestros. Y ahora es una parte esencial de la vida cristiana de cada creyente ejercitar el discernimiento y entrar en batalla contra estas amenazas inminentes sobre y dentro de la iglesia.
La historia de la Iglesia es una larga guerra. Es implacable y exige valentía. El discernimiento es necesario en todo momento. Requiere audacia y sacrificio, sacrificio de popularidad, relaciones y amistades queridas. Pero la verdad merece la pena.
John MacArthur
Es el pastor-maestro de Grace Community Church en Sun Valley, California, así como también autor, orador, rector emérito de The Master’s University and Seminary y profesor destacado del ministerio de medios de comunicación de Grace to You.